“Hijo de emigrantes andaluces
venidos a la ciudad condal el año 1909, cuando aún los humeantes fuegos de las
iglesias y conventos ardían en la Semana Trágica. Vinieron de aquellas tierras
de Almería muchas personas a pie, empujados por la miseria, 750 kilómetros de
Huercal Overa a Barcelona. Mi padre fue uno de ellos. Mi madre tuvo más fortuna
e hizo el viaje en un barco que traía aves de corral desde Águilas, Murcia, a
Barcelona, en el año 1918. Se unieron libremente mis padres y compartieron
cuarenta y ocho años de una vida llena de necesidades y miserias, que lograron
forjar y fortalecer un amor espartano, fiel y decente. Tuvieron once hijos, de
los cuales fallecieron ocho, dos de ellos los vi morir, quedando sólo tres
vivos.
Nací en una finca vecina a las
aguas del puerto de Barcelona, en el barrio de Casa Antúnez. Tan cerca estaba
esta casa del mar que, cuando había temporal, se inundaban los bajos del
edificio. Estaba también enfrente del cementerio y la Estación de Mercancías
del Morrot, concretamente en lo que es hoy La Campsa.
Vine, pues, al mundo en plena
dictadura del General Primo de Rivera, reinando Alfonso XIII. Época en que la
vida de un obrero valía bien poco. Mi padre trabajó de peón de albañil en la
construcción de la Exposición de Barcelona, por un sueldo miserable. Debía,
pues, encadenarse toda la familia a ese sueldo que, como losa pesada,
condicionaba nuestra vida y la vida de tantos iguales. Tristes años de
existencia para los obreros, que tuvieron que vivir represiones sin cuento que
atenazaban las vidas a los laboriosos. El pistolerismo patronal extendía sus
pagadas redes de infames despojos de la sociedad. Las cárceles, las palizas y
las cuerdas de presos, junto con las inseparables hambrunas, fueron compañeras
de él siempre. Mi padre, igual que otros miles de trabajadores, abrazó las
ideas libertarias, militando en el llamado Sindicato Único, embrión de la CNT.
Recuérdese que la CNT fue ilegalizada por “el insigne gobernador de Barcelona,
General Martínez Anido”, personaje en el cual hicieron santas mellas los miles
de rezos de salvación y protección que le dedicaron los seguidores y
recolectores de dineros y del buen amor de Dios, logrando que el fin de tan
funesto creyente fuese plácido, feliz y tierno.
Varios de los compañeros que
tuvieron una participación notable en aquella época, como Salvador Seguí, “el
Noi del Sucre”, Ángel Pestaña y otros (junto a mi padre), fueron los que
tuvieron que vivir aquellos trágicos momentos de grandes sacrificios que, como
premio, dieron nacimiento a la mayor de todas las joyas de las luchas obreras:
“La conciencia social obrera”.
La célebre huelga de la
Canadiense y el gran mitin de la plaza de toros Monumental de Salvador Seguí
fueron episodios vividos por mi buen padre. El rotundo éxito de la huelga
Canadiense daba brillo a los ojos de mi padre cuando lo refería. La maravillosa
solidaridad entre los humildes del trabajo fue algo inmenso y humano. Esposas
de obreros en huelga con sus hijos alimentados y llevados a los colegios por
otros obreros de otras provincias que no padecían dicha huelga. Detalles tan
hermosos y humanos dignificaron los corazones de aquellos seres tan
despreciados por los poderosos. Época en que el recio, espartano y rebelde
pueblo productor barcelonés dio lo mejor de sí mismo.
Cayeron víctimas de la codicia
desenfrenada de la Patronal, la flor y nata del sufrimiento obrero. Salvador
Seguí y Peronas fueron abatidos por los pistoleros de la patronal, en el
estanco de la calle de la Cadena, esquina con la calle de la Aurora. Mis
padres, que vivían en la calle de San Jerónimo, oyeron los disparos y pudieron
ver los cuerpos de las dos víctimas ensangrentadas. Sicarios a sueldo y somatén
pagado, llenaron de plomo los pechos de aquellos luchadores que sólo luchaban
por la dignidad de los humildes. Quinientos fueron los obreros muertos por los
sicarios de la patronal catalana, y treinta y cuatro patrones perdieron sus
vidas.
Ángel Pestaña también cayó
herido tres veces por los pistoleros de la patronal. Mi padre le tenía en
grande estima. Su compañera lavaba la ropa en un lavadero público del barrio
del Raval con mi madre. El pobre murió de sus heridas y sus penas.
De nuevo, los rebeldes adoquines
de mi ciudad se alzaron, protegiendo las vidas de aquellos obreros que se
enfrentaron a los golpistas militares, sublevados en los albores del verano del
año 1936."
... continuarà
“Trazos de una vida”
Pedro García Ibarra
testimoni de vida
recollit en el llibre:
Vivències: la Barcelona
que vaig viure (1931-1945)
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