8 de set. 2014

can tunis, una història


“Hijo de emigrantes andaluces venidos a la ciudad condal el año 1909, cuando aún los humeantes fuegos de las iglesias y conventos ardían en la Semana Trágica. Vinieron de aquellas tierras de Almería muchas personas a pie, empujados por la miseria, 750 kilómetros de Huercal Overa a Barcelona. Mi padre fue uno de ellos. Mi madre tuvo más fortuna e hizo el viaje en un barco que traía aves de corral desde Águilas, Murcia, a Barcelona, en el año 1918. Se unieron libremente mis padres y compartieron cuarenta y ocho años de una vida llena de necesidades y miserias, que lograron forjar y fortalecer un amor espartano, fiel y decente. Tuvieron once hijos, de los cuales fallecieron ocho, dos de ellos los vi morir, quedando sólo tres vivos.
Nací en una finca vecina a las aguas del puerto de Barcelona, en el barrio de Casa Antúnez. Tan cerca estaba esta casa del mar que, cuando había temporal, se inundaban los bajos del edificio. Estaba también enfrente del cementerio y la Estación de Mercancías del Morrot, concretamente en lo que es hoy La Campsa.
Vine, pues, al mundo en plena dictadura del General Primo de Rivera, reinando Alfonso XIII. Época en que la vida de un obrero valía bien poco. Mi padre trabajó de peón de albañil en la construcción de la Exposición de Barcelona, por un sueldo miserable. Debía, pues, encadenarse toda la familia a ese sueldo que, como losa pesada, condicionaba nuestra vida y la vida de tantos iguales. Tristes años de existencia para los obreros, que tuvieron que vivir represiones sin cuento que atenazaban las vidas a los laboriosos. El pistolerismo patronal extendía sus pagadas redes de infames despojos de la sociedad. Las cárceles, las palizas y las cuerdas de presos, junto con las inseparables hambrunas, fueron compañeras de él siempre. Mi padre, igual que otros miles de trabajadores, abrazó las ideas libertarias, militando en el llamado Sindicato Único, embrión de la CNT. Recuérdese que la CNT fue ilegalizada por “el insigne gobernador de Barcelona, General Martínez Anido”, personaje en el cual hicieron santas mellas los miles de rezos de salvación y protección que le dedicaron los seguidores y recolectores de dineros y del buen amor de Dios, logrando que el fin de tan funesto creyente fuese plácido, feliz y tierno.
Varios de los compañeros que tuvieron una participación notable en aquella época, como Salvador Seguí, “el Noi del Sucre”, Ángel Pestaña y otros (junto a mi padre), fueron los que tuvieron que vivir aquellos trágicos momentos de grandes sacrificios que, como premio, dieron nacimiento a la mayor de todas las joyas de las luchas obreras: “La conciencia social obrera”.
La célebre huelga de la Canadiense y el gran mitin de la plaza de toros Monumental de Salvador Seguí fueron episodios vividos por mi buen padre. El rotundo éxito de la huelga Canadiense daba brillo a los ojos de mi padre cuando lo refería. La maravillosa solidaridad entre los humildes del trabajo fue algo inmenso y humano. Esposas de obreros en huelga con sus hijos alimentados y llevados a los colegios por otros obreros de otras provincias que no padecían dicha huelga. Detalles tan hermosos y humanos dignificaron los corazones de aquellos seres tan despreciados por los poderosos. Época en que el recio, espartano y rebelde pueblo productor barcelonés dio lo mejor de sí mismo.
Cayeron víctimas de la codicia desenfrenada de la Patronal, la flor y nata del sufrimiento obrero. Salvador Seguí y Peronas fueron abatidos por los pistoleros de la patronal, en el estanco de la calle de la Cadena, esquina con la calle de la Aurora. Mis padres, que vivían en la calle de San Jerónimo, oyeron los disparos y pudieron ver los cuerpos de las dos víctimas ensangrentadas. Sicarios a sueldo y somatén pagado, llenaron de plomo los pechos de aquellos luchadores que sólo luchaban por la dignidad de los humildes. Quinientos fueron los obreros muertos por los sicarios de la patronal catalana, y treinta y cuatro patrones perdieron sus vidas.
Ángel Pestaña también cayó herido tres veces por los pistoleros de la patronal. Mi padre le tenía en grande estima. Su compañera lavaba la ropa en un lavadero público del barrio del Raval con mi madre. El pobre murió de sus heridas y sus penas.
De nuevo, los rebeldes adoquines de mi ciudad se alzaron, protegiendo las vidas de aquellos obreros que se enfrentaron a los golpistas militares, sublevados en los albores del verano del año 1936."

... continuarà
“Trazos de una vida”
Pedro García Ibarra
testimoni de vida recollit en el llibre:

Vivències: la Barcelona que vaig viure (1931-1945)

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