9 de nov. 2015

cultura japonesa

Takao Nakawaga, artista e ilustrador japonés, realiza retratos de 
iconos pop de la cultura actual con un  estilo de pintura 
característico del Japón de los siglos XVII al XIX.
“No cabe duda que Japón es el país de los contrastes, es decir, un territorio contradictorio, en donde conviven la tradición y las costumbres más ancestrales con un galopante modernismo económico y cultural. Japón es el país donde se conjuga el kimono con los pantalones vaqueros o con el último diseño en moda femenina.

Esta imagen dual que ofrece el Japón actual es, en muchas ocasiones, difícil de comprender y asimilar por el ciudadano occidental, que pertenece a otro código de valores culturales.  Japón es, por un lado, la isla del crisantemo, de los cerezos en flor, de la sensibilidad exquisita, del arte floral, de la ceremonia del té y también, junto a ello, es la isla de la espada, de la más alta tecnología, de la agresividad comercial, de sus dormitorios en nichos y de su crueldad bélica.

Esta situación bipolar y paradójica suele provocar en el extranjero actitudes de atracción, debido a su misteriosa belleza, y de rechazo, a causa de su historia bélica repleta de guerreros y kamikaces.

En realidad, la verdadera historia cultural de Japón se sustenta en lo que se ha venido llamando pluralismo de estratos o capas, es decir, Japón es un país que ha ido asimilando y agregando diferentes actitudes a lo largo de su historia, pero sin que los nuevos niveles adoptados desplacen a los ya existentes.

En definitiva, las numerosas islas –cerca de 4.000- que conforman esta gran isla llamada Japón está formada por progresivas capas de influencias y adaptaciones históricas que han dado lugar a un amplio y complejo conglomerado de valores en una misma cultura. Se trata, por tanto, de una simbiosis perfectamente ensamblada y capaz de recibir y asimilar destacadas influencias externas.

Sin embargo, la actual sociedad japonesa no es un conjunto de elementos unidos paralelamente según su asimilación histórica, sino que todos los componentes de la cultura japonesa coexisten formando una fusión única, destacando unos u otros dependiendo del contexto histórico del país y de las características individuales de cada habitante.

La cultura japonesa ofrece, por tanto, un singular ejemplo de una compleja encrucijada cultural alimentada a lo largo de los siglos y de su historia por las diferentes culturas exteriores que le han influido, tales como India, China, Corea, España, Portugal, Inglaterra, Holanda y más recientemente Estados Unidos.

El conglomerado cultural y religioso de Japón ha organizado una sociedad actual basada en tres actitudes básicas, como son el individuo y su dedicación a la colectividad, en donde la felicidad individual no es considerada un valor supremo aunque sí el disfrute de la vida personal; la sociedad, con su identificación grupal y su verticalismo jerárquico; y la naturaleza, en donde se hace una unión perfecta entre la naturaleza, el sujeto y el camino de la salvación.

Curiosamente, se da la circunstancia de que Japón dispone de numerosas influencias religiosas, como las siguientes:

El sintoísmo, como identidad nacional, culto a la naturaleza, veneración de los antepasados y ascendencia divina de los emperadores.

Confucionismo, como sinónimo de ética y cuyos valores más destacados son la armonía, las virtudes humanas y la sociedad jerarquizada.
El taoísmo, al igual que en filosofía, el taoísmo se sustenta en el ‘yo’ o individualismo como valor principal.

El budismo como sinónimo de sufrimiento, falta de permanencia, ilusión del yo y nirvana.

A partir del siglo XVI, Japón registra sus primeros contactos con Europa y la cultura occidental imperante en ese momento. En el XIX surge la nación moderna de Japón como hoy la entendemos y en el XX se hace extensible el concepto de democracia, así como el de conquista de calidad de vida.”

Japón, una cultura entre la encrucijada y la contradicción

por Javier Villahizán

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