6 de maig 2016

ayer no más...

Tánatos e Hipnios
“—En España me parece que sucede esto. En un primer momento, y setenta años después, muchos creen haber comprendido el espanto de aquella guerra; pero rasgas la superficie y asistes horrorizado al hecho de que bastantes de los que vivieron aquello, puestos de nuevo en el mismo lugar y en parecidas circunstancias, habrían vuelto a hacer... las mismas cosas. Unos, los rojos, porque venían de una situación de miseria y explotación lacerantes, y los otros, porque temían que los revolucionarios no se iban a contentar con quedarse sus tierras, sus casas y sus industrias, sino que iban directamente a por sus vidas, tal y como les habían contado que había sucedido en Rusia, para ellos la representación del infierno, y para sus enemigos, el paraíso. La diferencia entre unos y otros es que unos, los rebeldes, cometieron sus crímenes en secreto y los guardaron en secreto, y los otros no solo los cometían a la vista de todos, sino que se ufanaban en público de haberlos cometido, tal vez porque no los consideraban crímenes y, en muchos casos, porque esperaban ser recompensados por ello. Pasada la guerra todos han querido persuadirnos de que no pudieron hacer otra cosa, y cada cual cree que en su bando los crímenes se cometieron en abstracto, de una manera indiferenciada, en nombre de la República o de Falange, del Comunismo, de la Anarquía o de la Iglesia, con lo cual, unos y otros, aceptando en principio que todos pudieron ser culpables, acaban teniéndose por inocentes, en tanto creen que los crímenes del bando contrario los cometieron individuos diferenciados que debían pagar por ello. Así se explica que nadie haya querido juzgar y pedir responsabilidades jamás a los suyos, sino sólo a los contrarios. Esa es lisa y llanamente la justificación del Mal. En cambio ante la ley ya es otra cosa. La responsabilidad es la responsabilidad.

(…)

—Unos estetizaron la política y otros politizaron la estética, pero el fin último era el mismo: el totalitarismo. Así es como veo yo las cosas. Hubo cierta equivalencia en el horror de los crímenes cometidos en la guerra. Y seguiría habiéndola igualmente si en una balanza hubiese doscientos mil y en la otra diez mil, si la naturaleza del crimen fuese la misma cuando hablamos de tal monstruosidad. La cifra exacta puede ser lo de menos.

(…)

…repetí algunas cosas de mis libros: que creo que los principios de la Ilustración sólo estaban representados en la República y que los que se sublevaron lo hicieron por la civilización cristiana de Occidente y contra esos principios, aunque los que combatieron con la República a menudo no fueran ni demócratas ni ilustrados, ni los que apoyaron a los fascistas dejaron de ser ilustrados, si lo eran de antes, y que muchos lucharon en el lado bueno con las peores razones, y otros en el lado malo con los mejores propósitos. Y que se dio esta paradoja: los rebeldes, tan clericales, fiaron la victoria en su creencia en Dios, pero, por si las moscas, se pertrecharon con el mejor armamento y con la mayor parte de la oficialidad del Ejército, en tanto que los republicanos, tan descreídos y materialistas, estaban convencidos de que para ganar la guerra les bastaría creer en el Pueblo y darle el mando de sus milicias a un puñado de estrategas desarrapados y sobrevenidos. Y que tengo mis sospechas de que la memoria histórica es, en la práctica, un intento de fundar el mito de una España superior a otra, sin tener en cuenta aquello que decía Nietzsche al respecto: en relación a la memoria “no hay hechos, sólo interpretaciones”. Y que la memoria histórica honra a las víctimas, pero tiene esta desventaja: si la Historia es siempre una reconstrucción incompleta y problemática de lo que ya no es, la memoria colectiva deforma el pasado, omitiendo lo que no conviene recordar o alimentando los deseos de venganza. Y que el debate debe continuar sin que nadie se arrogue la propiedad del relato de la guerra. La tarea de hacer la historia de la Guerra Civil es, más que ninguna otra, común: la verdad la hacemos entre todos. Pero, desde que existe internet, es además una tarea urgente: con la promesa de un futuro dudoso y la facilidad de obtener información no siempre contrastada, nos estamos distanciando del pasado a toda velocidad, lo que significa que cada vez olvidamos antes o recordamos las cosas de una manera superficial o deformada.

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—Para mí la Historia es la posibilidad de conocimiento, no la de legitimar el presente, aunque no he perdido la esperanza de encontrar en el pasado algunas constantes en las que reconocer cierto orden que dignifique la vida. Y por supuesto sé que no hay un sentido único y tengo serias dudas de que la Historia debe de ser justiciera, porque no creo en ninguna “Historia ideal” dispuesta por la Providencia.

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… pero yo me encuentro bastante alejado de esa nostalgia de Benjamín de un paraíso al que se llegaría por un camino mesiánico y en el que el mal será vencido. Comprendo que hoy muchos esgriman su idea de redención para exigir justicia con las víctimas del franquismo. Hasta ahí puedo estar de acuerdo, pero no lo estoy tanto con aquellos seguidores suyos que aseguran que el odio y la venganza son fuerzas liberadoras. Por otra parte, ya lo decía Nietzsche, no es fácil alcanzar esa distancia que nos permite reconocer aquello que merece ser recordado, ni atinar a saber en qué punto el pasado debe olvidarse para que su peso no sepulte el presente, porque una paz duradera es imposible sin el olvido. Nuestra tarea es luchar contra la impunidad sin alentar el agravio y el resentimiento, sabiendo que unas veces es preferible la paz a la verdad y otras la justicia a la paz. Un historiador es alguien que mira las cosas a la distancia justa, siempre lo he creído así, buscando un equilibrio.

(…)

…Porque ni el pasado está cerrado ni en la guerra ocurre nada como lo imaginamos o contamos. Nuestra obligación es cuestionar qué nos ha sido contado, cómo y por quiénes. Y no temer lo que descubramos. ¿Por qué cientos de miles, millones de hombres trataron de matarse unos a otros, cuando desde la creación del mundo se ha demostrado que eso es un mal, física y moralmente hablando? Porque eso era tan inevitable que, al hacerlo, los hombres obedecían a la misma ley natural y zoológica a la que se someten las abejas cuando se destruyen al llegar el otoño, y por la que los animales machos se matan unos a otros. No se puede dar una respuesta a esta pregunta. El problema del mal es el reto del pensamiento occidental y de toda la filosofía.

             (…)

En 1936 en España una parte pequeña de los españoles habían decidido ya destruirse, y determinaron destruir a los demás. Podemos comprender cómo se llegó a eso; lo he dicho antes, la miseria en la que vivía el país, la ignorancia de las clases populares y el egoísmo brutal de las clases privilegiadas, pero la razón última de su resolución aniquiladora no la hemos encontrado ni la encontraremos. Como si Tánatos hubiese abierto las puertas del infierno...”

Ayer no más
Andrés Trapiello
Destino, Barcelona, 2012
páginas 138-144


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