La vida es...
"—Ya sea mil años atrás en el pasado o dentro de mil años en el futuro, y no importa dónde vivas ni cuán rica o pobre seas, las fases de la vida de una mujer son siempre las mismas —dice la señora Respetable—. Eres una niña pequeña, de modo que aún estás en los años de la primera infancia. Cuando cumplas los quince, entrarás en los años del cabello recogido. La forma en la que te peinemos anunciará al mundo que ya estás preparada para el matrimonio. —Me sonríe—. Dime, hija mía, ¿qué viene después?
—Los años de arroz y sal —respondo diligentemente, aunque tengo la cabeza en otro sitio.
Mi madre y yo nos sentamos en taburetes de porcelana bajo la galería porticada que da al patio de nuestra casa. Estamos en la temporada del monzón, y en el trozo de cielo que alcanzo a ver hay espesos nubarrones que vuelven el aire húmedo y sofocante. Dos naranjos en miniatura crecen uno junto al otro en macetas a juego. Otras contienen orquídeas cymbidium, con los tallos inclinándose bajo el peso de las flores. Amenaza lluvia, pero por ahora los pájaros gorjean en el ginkgo, lo que da un toque de frescor al día de verano, y alcanzo a oler el mar, que sólo he visto en los cuadros.
Aun así, esa fragancia no oculta el desagradable olor que desprenden los pies vendados de la señora Respetable.
—Tu cabeza está en otra parte. —Su voz suena tan frágil como sugiere su cuerpo—. Debes prestar atención. —Alarga la mano para coger una de las mías—. ¿Hoy sientes dolor? —Cuando asiento, añade—: El recuerdo de la agonía que pasaste cuando te vendaron los pies nunca desaparecerá del todo. Desde ahora hasta el momento de tu muerte habrá días en los que te visitará la angustia: si has pasado demasiado rato de pie o has caminado mucho, si el tiempo está a punto de cambiar, si no te cuidas bien los pies. —Me aprieta la mano con gesto compasivo—. Cuando te palpiten o te mortifiquen, recuerda que tu sufrimiento será algún día una prueba de amor para tu marido. Concentrarte en otra cosa te distraerá del dolor.
Mi madre es sabia, y por eso en casa todos nosotros, incluidos mi hermano Yifeng y yo, la llamamos señora Respetable, el título honorífico que ostenta como esposa de alguien de alto rango como mi padre. Pero si ella es capaz de ver que ando distraída, yo también me doy cuenta de que a ella le pasa lo mismo. Nos llega el sonido del canto de una mujer. La señorita Zhao, concubina de mi padre, debe de estar entreteniéndolos a él y a sus invitados.
—Sabes concentrarte... cuando quieres —dice mi madre al fin—. Esa capacidad, la de estar totalmente absortas, es lo que nos salva. —Hace una pausa cuando unas risas masculinas, con la voz de mi padre distinguiéndose en el apreciativo coro, se arremolinan a nuestro alrededor como si fueran niebla. Luego pregunta—: ¿Continuamos?
Tomo aliento.
—Los tiempos de arroz y sal son la etapa más importante en la vida de una mujer. Es entonces cuando estaré volcada en mis deberes como esposa y madre.
—Como lo estoy yo ahora. —La señora Respetable inclina la cabeza con gesto grácil, haciendo que los adornos de oro y jade que cuelgan de su moño tintineen suavemente. Qué pálida se ve, qué elegante—. Cada día debe empezar temprano. Me levanto antes del amanecer, me lavo la cara, me enjuago la boca con té aromático, me ocupo de mis pies y me arreglo el pelo y el maquillaje. Luego voy a la cocina para asegurarme de que los sirvientes hayan encendido el fuego y comenzado a preparar la comida de la mañana.
Me suelta la mano y exhala un suspiro, como agotada por el esfuerzo de hacer salir tantas palabras de su boca. Respira hondo antes de continuar.
—Memorizar estas responsabilidades es fundamental para tu educación, pero también puedes aprender observando cómo superviso las tareas que deben llevarse a cabo cada día: traer combustible y agua, enviar a una criada de pies grandes al mercado, asegurarte de que la ropa, incluida la de la señorita Zhao, esté lavada... Y tantas otras cosas esenciales para gestionar una casa. A ver, ¿qué más?
Ya lleva cuatro años instruyéndome de esta forma, y sé qué respuesta espera de mí:
—Aprender a bordar, a tocar la cítara y a memorizar dichos de las Analectas para mujeres...
—Y también otros textos, porque así, cuando te toque ir a la casa de tu marido, tendrás bien presente cuanto debes hacer y cuanto debes evitar. —Se remueve en su taburete—. Con el tiempo, llegarás a la fase del recogimiento, cuando te sentarás en silencio. ¿Sabes qué significa eso?
Tal vez sea porque siento dolor físico, pero pensar en la tristeza y la soledad que supone esa etapa de recogimiento me llena los ojos de lágrimas.
—Eso llegará cuando ya no pueda traer hijos al mundo.
—Y se prolongará hasta la viudez. Serás «la que todavía no ha muerto», a la espera de que la muerte te reúna con tu marido. Esto es..."
El cículo de mujeres de la doctora Tan
Lisa See
traduïda per Patricia Antón de Vez
Salamandra, 2024
pàg: 15-17
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