"Dos semanas después, unos días antes de Navidad, Linda fue con su padre a la finca de Löderup. Ella había insistido en que debería ver la casa una vez más. Luego podría devolverle las llaves a Martinsson y empezar otra vez a buscar casa en serio.
Hacía un día frío y despejado. Wallander caminaba taciturno, con el gorro bien calado hasta las orejas. Después de recorrer el jardín, Linda le pidió que le enseñara el lugar donde había muerto Ivar Pihlak, y donde él mismo pensó que se lo llevaría la muerte. Wallander la condujo dentro y se lo señaló entre susurros, pero cuando Linda empezó a hacerle preguntas, él negó con un gesto. No había nada más que contar.
De regreso en Ystad fueron a comer a una pizzería. Acababan de ponerle el plato en la mesa cuando empezó a sentir náuseas. Fue un impulso repentino e inopinado, pero consiguió llegar a los aseos antes de que fuera demasiado tarde.
Linda se lo quedó mirando extrañada cuando volvió.
—¿Estás enfermo?
—Puede que hasta ahora no hubiera tomado conciencia de lo cerca que he estado de morir.
Se dio cuenta de que tampoco Linda lo había visto como una realidad hasta ese instante. Permanecieron un buen rato en silencio. Se les enfrió la comida. Más tarde, Wallander pensaría que nunca habían tenido un momento de unión tan intenso como aquél.
A la mañana siguiente, Wallander fue a la comisaría temprano. Llamó a la puerta del despacho de Martinsson. No estaba. Se oían villancicos procedentes de un aparato de radio de otro despacho. Wallander entró y dejó el llavero encima de la mesa de Martinsson.
Luego se fue de la comisaría y se dirigió al centro de la ciudad. Caía un aguanieve que se derretía formando charcos fangosos en las aceras.
Se detuvo delante de la mayor agencia inmobiliaria de Ystad. Los escaparates estaban cubiertos de anuncios de casas en venta situadas entre Ystad y Simrishamn.
Wallander se sonó la nariz. Vio una casa que le interesaba, a las afueras de Kåseberga.
Entró en las oficinas. En ese instante, todos los pensamientos en torno a Ivar Pihlak y su historia se convirtieron en un recuerdo. Cabía la posibilidad de que lo inquietasen en el futuro, pero sólo sería un recuerdo, nada más.
Se puso a hojear catálogos y a ver fotografías de distintas casas.
Perdió el interés por la que había visto en el escaparate, la de Kåseberga. La parcela era demasiado pequeña y las casas vecinas se encontraban demasiado cerca. Continuó hojeando. Había muchas viviendas y segregaciones de fincas entre las que elegir, pero por lo general tenían un precio demasiado alto. «Será que un policía pobre como yo tiene que vivir en un piso», se dijo con ironía.
Sin embargo, no pensaba rendirse. Encontraría la casa que buscaba. Y tendría un perro. Al año siguiente dejaría para siempre el apartamento de Mariagatan, lo tenía decidido.
Al día siguiente de la primera visita a la inmobiliaria, una fina capa blanca de nieve cubrió la ciudad y el ocre de los sembrados.
Ese año tuvieron una Navidad fría. Un viento gélido que venía del Báltico barría la región.
El invierno había llegado pronto a Escania."
Huesos en el jardín
Henning Mankell
Tradicción: Carmen Montes Cano
Tusquets Editores, 2013
páginas: 156-158
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