“Agnes Bain se puso de puntillas sobre la moqueta y se asomó todo lo que pudo para sentir la brisa nocturna. El viento húmedo le besó la enrojecida piel del cuello y se coló por dentro del vestido. Era como la mano de un extraño, hizo que se sintiese viva, le recordó que estaba viva. Le dio un capirotazo a la colilla y la observó caer dieciséis pisos abajo, resplandecientes ascuas danzando en la oscuridad. Quería que la ciudad viese su vestido burdeos de terciopelo. Quería que los desconocidos la desearan, quería bailar con hombres que la sujetasen con orgullo entre sus brazos. Y, sobre todo, quería tomarse una copa, vivir un poco.
Estiró las pantorrillas y apoyó la pelvis en el marco de la ventana, levantando el contrapeso que ejercían los dedos de sus pies. El cuerpo se inclinó hacia delante, hacia las luces ambarinas de la ciudad, y la sangre llevó color a sus mejillas. Extendió los brazos hacia las luces y, durante un breve instante, voló.
Nadie se percató de la mujer voladora.
Entonces pensó en inclinarse un poco más, se retó a sí misma a hacerlo. Sería tan fácil engañarse, podría convencerse de que volaba y, luego, cuando quisiera darse cuenta, estaría destrozada sobre el asfalto. El piso que aún compartía con su madre y con su padre la asfixiaba. Todo en ese espacio que se abría tras ella le resultaba pequeño. Aquellos techos tan bajos y sofocantes, de lunes a domingo, semana tras semana: una vida comprada a plazos en la que nada parecía pertenecerle de verdad.
Con treinta y nueve años, un marido, tres hijos, dos de ellos ya criados como quien dice, y todos viviendo en el piso de su madre, Agnes se sentía una fracasada. Él, su maridito, que convenientemente dormía siempre en el borde opuesto del lecho marital, le sacaba de quicio con sus decadentes promesas de un futuro mejor. Agnes quería darle una patada a toda su vida, arrancarla como si fuese papel pintado. Rascar un poco con la uña y tirar.
Alicaída, regresó a la sofocante habitación, sintiendo de nuevo la seguridad de la moqueta de su madre bajo los pies. Las demás mujeres no la miraron. Malhumorada, deslizó la aguja por el tocadiscos. Luego se echó el flequillo hacia atrás y subió el volumen más de la cuenta.
—Por favor, vamos a bailar un poco.”
Historia de Shugggie Bain
Títol original: Shuggie Bain (2020)
Douglas Stuart
Traduït per: Francisco González López
Editorial Sexto piso (2021)
Pàgines: 27-28

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