29 d’oct. 2015

almudena

José Bódalo en el papel de Almudena
“La propensión a la mentira es una estrategia de supervivencia que iguala a antiguos ricos tronados y a pobres sin más esperanza que la de ir tirando de un día para otro a costa de trabajos ínfimos o de limosnas, en un país donde no parece que haya señales de economía productiva ni de esa burguesía emprendedora a la que hubiera correspondido una tarea de modernización semejante a la de Francia o Inglaterra. El único burgués pasablemente solido de Misericordia es un comerciante jubilado que se dedicó más al contrabando y a la trampa que al verdadero comercio, y que ocupa su vejez en devociones de beato y limosnas mezquinas de hidalgo antiguo. El dinero, cuando abunda, procede de las rentas de fincas lejanas que reciben propietarios absentistas dedicados a la ostentación y la holgazanería en Madrid. El gasto no se concibe como inversión productiva sino como despilfarro suntuario. Por esa ciudad de mendigos y espectros que ya casi parece la de Luces de bohemia pululan casi en exclusiva curas, chupatintas, boticarios, criados, mendigos, o personas dedicadas a oficios que existían idénticos en el Madrid de los Austrias, (…) En ese pasaje de finales del siglo XIX que podía ser de doscientos años atrás, los únicos signos de la era industrial son la fábrica del gas que se levanta en los arrabales del sur, una bicicleta y una máquina de coser Singer. (…)
Frasquito Ponte es la caricatura fósil de la desmayada clase media que no tuvo empeño ni coraje para sostener la revolución de 1868. (…) se embelesa a sí mismo con sus propias rememoraciones, en gran parte sin duda inventadas, al mismo tiempo que va cayendo tan sórdidamente en la vejez y en la miseria que ya no tiene ni para pagar un albergue ínfimo y se ve forzado a dormir con los pordioseros de la calle.
Pero los que nunca han tenido nada no son menos propen­sos a la fantasía (…) Y no es azar que el soñador más fértil sea también el que por estar ciego tiene más difícil el conocimiento de lo real, y por ser extranjero y mendigo se encuentra en la situación más extrema de marginalidad: el ciego Almudena o Mordejai (…) en una de las escenas cruciales de Misericordia el ciego Almudena cuenta sus fantasías y las aventuras de su vida en un café de indigentes de los barrios bajos de Madrid. Mientras dura la narración, Benina, la Petra y la Diega se toman un descanso en el afán perpetuo y angustioso de buscarse la vida, y la acción de la novela queda en suspenso. Y Benina, a pesar de su sentido práctico, de su capacidad de trabajo, de su juicio certero, casi sucumbe a la credulidad de lo imposible…”
La gran ventana de Galdós
Antonio Muñoz Molina


« ¿Pero tú ves algo, Almudena? (…)

Explicó que distinguía las masas de obscuridad en medio de la luz: esto por lo tocante a las cosas del mundo de acá. Pero en lo de los mundos misteriosos que se extienden encima y debajo, delante y detrás, fuera y dentro del nuestro, sus ojos veían claro, cuando veían, mismo como vosotras ver migo. Bueno: pues se le aparecieron dos ángeles, y como no era cosa de aparecérsele para no decir nada, dijéronle que venían de parte del Rey de baixo terra con una embajada para él. El señor Samdai tenía que hablarle, para lo cual era preciso que se fuese mi hombre al matadero por la noche, que estuviese allí quemando ilcienso, y rezando en medio de los despojos de reses y charcos de sangre, hasta las doce en punto, hora invariable de la entrevista. No hay que añadir que los ángeles se marcharon con viento fresco en cuanto dieron conocimiento de su mensaje a Mordejai, y este cogió sus trebejos de sahumar, la pipa, la ración de cáñamo en un papel, y se fue caminito del matadero: el largo plantón que le esperaba, se le haría menos aburrido fumando.
Allí se estuvo, sentado en cuclillas, aspirando los vahos olorosos del sahumerio, y fumando pipa tras pipa, hasta que llegó la hora, y lo primerito que vio fue un par de perros, más grandes que el cameio, brancos, con ojos de fuego. Él, Mordejai, mocha medo, un medo que le quitaba el respirar. Vino después un arregimiento de jinetes con mucho cantorio, galas mochas; luego empezó a caer lluvia espesísima de arena y piedras, tanto, tanto, que se vio enterrado hasta el pescuezo... y no respiraba. Cada vez más medo... Por encima de toda aquella escoria pasó velocísimo otro escuadrón de jinetes, dando al viento los blancos alquiceles, y sin cesar disparando tiros. Siguió un diluvio de culebras y alcranes, que caían silbando y enroscándose. El pobre ciego se moría de medo, sintiéndose envuelto en la horrorosa nube de inmundos animales... Pero luego vinieron hombres y mujeres a pie, en pausada procesión, todos con blancas vestiduras, llevando en la mano canastillas y bateas de oro, y pisando sobre flores, pues en rosas y azucenas se habían convertido mágicamente las serpientes y alacranes, y en olorosas ramas de menta y laurel todo aquel material llovido de arena cálida y puntiagudos guijarros.

Para no cansar, apareció por fin el Rey, hermoso, con humana y divina hermosura, barba larga y negra, aretes en las orejas, corona de oro que parecía tener por pedrería el sol, la luna y las estrellas. Verde era su traje, que por lo fino debía de ser obra de unas arañas muy pulidas que en los profundos senos de la tierra tejen con hebras de fuego. El séquito de Samdai era tan vistoso y brillante que deslumbraba. Como le preguntara la Petra si no venía también Su Majestad la Reina, quedose un momento parado el narrador, recordando, y al fin dio cuenta de que vido también a la señora del Rey, pero con la cara muy tapada, como la luna entre nubes, y por esta razón Mordejai no pudo distinguirla bien. La Soberana vestía de amarillo, de un color así como nuestros pensamientos cuando estamos entre alegres y tristes. Expresaba esto el ciego con dificultad, supliendo las torpezas de su lenguaje con el juego fisonómico de la convicción, y los mohines y gestos elocuentes.

Total: que a una orden del Rey le fueron poniendo delante todas aquellas bateas y canastos de oro que traían las mujeres de blanco vestidas. ¿Qué era? Pieldras de diversas clases, mochas, mochas, que pronto formaron montones que no cabrían en ninguna casa: rubiles como garbanzos, perlas del tamaño de huevos de paloma, tudas, tudas grandes, diamanta fina en tal cantidad, que había para llenar de ellos sacos mochas, y con los sacos un carro de mudanzas; esmeraldas como nueces y trompacios como poño mío...

Oían esto las tres mujeres embobadas, mudas, fijos los ojos en la cara del ciego, entreabiertas las bocas. Al comienzo de la relación, no se hallaban dispuestas a creer, y acabaron creyendo, por estímulo de sus almas, ávidas de cosas gratas y placenteras, como compensación de la miseria bochornosa en que vivían. “

Misericordia
Benito Pérez Galdós
RAE, 2013 (pág. 101-103)


27 d’oct. 2015

benina

Iglesia de San Sebastián
(Madrid)
“La mujer de negro vestida, más que vieja, envejecida prematuramente, era, además de nueva, temporera, porque acudía a la mendicidad por lapsos de tiempo más o menos largos, y a lo mejor desaparecía, sin duda por encontrar un buen acomodo o almas caritativas que la socorrieran. Respondía al nombre de la señá Benina (de lo cual se infiere que Benigna se llamaba), y era la más callada y humilde de la comunidad, si así puede decirse; bien criada, modosa y con todas las trazas de perfecta sumisión a la divina voluntad. Jamás importunaba a los parroquianos que entraban o salían; en los repartos, aun siendo leoninos, nunca formuló protesta, ni se la vio siguiendo de cerca ni de lejos la bandera turbulenta y demagógica de la Burlada. Con todas y con todos hablaba el mismo lenguaje afable y comedido; trataba con miramiento a la Casiana, con respeto al cojo, y únicamente se permitía trato confianzudo, aunque sin salirse de los términos de la decencia, con el ciego llamado Almudena, del cual, por el pronto, no diré más sino que es árabe, del Sus, tres días de jornada más allá de Marrakesh. Fijarse bien.
María Fernanda D'ocón
caracterizada como Benina 

Tenía la Benina voz dulce, modos hasta cierto punto finos y de buena educación, y su rostro moreno no carecía de cierta gracia interesante que, manoseada ya por la vejez, era una gracia borrosa y apenas perceptible. Más de la mitad de la dentadura conservaba. Sus ojos, grandes y obscuros, apenas tenían el ribete rojo que imponen la edad y los fríos matinales. Su nariz destilaba menos que las de sus compañeras de oficio, y sus dedos, rugosos y de abultadas coyunturas, no terminaban en uñas de cernícalo. Eran sus manos como de lavandera, y aún conservaban hábitos de aseo. Usaba una venda negra bien ceñida en la frente; sobre ella pañuelo negro, y negros el manto y vestido, algo mejor apañaditos que los de las otras ancianas. Con este pergenio y la expresión sentimental y dulce de su rostro, todavía bien compuesto de líneas, parecía una Santa Rita de Casia que andaba por el mundo en penitencia. Faltábanle sólo el crucifijo y la llaga en la frente, si bien podría creerse que hacía las veces de esta el lobanillo del tamaño de un garbanzo, redondo, cárdeno, situado como a media pulgada más arriba del entrecejo.”

Misericordia
Benito Pérez Galdós

RAE, 2013 (pág. 17-18)

26 d’oct. 2015

misericordia teatral

Alfredo Mañas
El dramaturgo, guionista y actor Alfredo Mañas, considerado como uno de los mejores adaptadores de la obra de Benito Pérez Galdós, nace en Ainzón (Zaragoza), en 1927. En Barcelona entra en contacto con autores como Goytisolo y Manegas. En 1954 estrena en París “La feria de Cuernicabra”, obteniendo un rotundo éxito que repetiría con “La historia de los Tarantos” (1962), una visión desgarrada de la sociedad española  y que fue llevada al cine en 1963 (protagonizada por Carmen Amaya y Antonio Gades) ) bajo la dirección de Rovira-Beleta, logrando la nominación a los Oscar de Hollywood en la categoría de mejor película de habla no inglesa.

Su versión teatral de “Misericordia”, de Galdós, de 1972, fue recibida por la crítica como un hito de la escena en nuestro país. Realizó también memorables adaptaciones de García Lorca como “Mariana Pineda” y “La zapatera prodigiosa”. Paralela a su labor de dramaturgo desarrolló también su labor como guionista de cine y actor. Fallececió en Madrid, el 18 de enero de 2001.


El 25 de abril de 1977 TVE emitió en la pequeña pantalla la versión teatral de la Misericordia de Alfredo Mañas, e interpretada por los mismos actores que la llevaron a escena el 1972: María Fernanda Docón, José Bódalo, Luisa Rodrigo, Julia Trujillo, Gabriel Llopart, Luis García Ortega, Ana María Ventura, Félix Navarro, Concha Hidalgo, José L. Heredia, Iván Madrigal, Enrique Navarro, Joaquín Molina, Paquita Gómez, Cesáreo Estebánez, Carmen Gran, Ángel Quesada, Tito García, Elena Poyé, Palma Voisel, Paula Delgado, Teo Delgado, Miguel Pérez, Iván M. Ruiz, José Segura, Carmen Segarra, Isabel Ayucar, Yolanda Cembreros, Manuel Andrade, José María Álvarez, José Sanz, Carlos Fernández, Maribel Gozalez, Víctor Gabirondo, Joaquín Lafuente, Alfonso Romera y Javier Magariños

25 d’oct. 2015

misericordia, prefacio del autor

"Abatimiento", Isidre Nonell (1905)
óleo sobre lienzxo(81x100cm)
MNAC, Barcelona
Escrito de Benito Pérez Galdós para la edición francesa de Misericordia

“Escribí Misericordia en la primavera de 1897, cuando termino el litigio arbitral en que los Tribunales me reconocieron la propiedad integra de todas mis obras. Anteriores a Misericordia son mis Novelas Contemporáneas, desde Dona Perfecta hasta Nazarín, y las dos primeras series de Episodios Nacionales; posteriores, las novelas El abuelo, Casandra y El caballero encantado, más la tercera, cuarta y quinta serie de Episodios, esta no terminada todavía.
En Misericordia me propuse descender a las capas ínfimas de la sociedad matritense, describiendo y presentando los tipos más humildes, la suma pobreza, la mendicidad profesional, la vagancia viciosa, la miseria, dolorosa casi siempre, en algunos casos picaresca o criminal y merecedora de corrección. Para esto hube de emplear largos meses en observaciones y estudios directos del natural, visitando las guaridas de gente mísera o maleante que se alberga en los populosos barrios del sur de Madrid. Acompañado de policías escudriñé las ‘casas de dormir’ de las calles de Mediodía Grande y del Bastero, y para penetrar en las repugnantes viviendas donde celebran sus ritos nauseabundos los más rebajados prosélitos de Baco y Venus, tuve que disfrazarme de médico de la Higiene Municipal.

No me bastaba esto para observar los espectáculos más tristes de la degradación humana, y solicitando la amistad de algunos administradores de las casas que aquí llamarnos ‘de corredor’, donde hacinadas viven las familias del proletariado ínfimo, pude ver de cerca la pobreza honrada y los más desolados episodios del dolor y la abnegación en las capitales populosas. Años antes de este estudio había yo visitado en Londres los barrios de Whitechapel, Minories, y otros del remoto este, próximos al Támesis. Entre aquella miseria y la del bajo Madrid, no sé cuál me parece peor. La de aquí es indudablemente más alegre por el espléndido sol que la ilumina.

El moro Almudena, Mordejai, que parte tan principal tiene en la acción de Misericordia, fue arrancado del natural por una feliz coincidencia. Un amigo, que como yo acostumbraba a flanear de calle en calle observando escenas y tipos, díjome que en el oratorio del Caballero de Gracia pedía limosna un ciego andrajoso, que por su facha y lenguaje parecía de estirpe agarena. Acudí a verle y quedé maravillado de la salvaje rudeza de aquel infeliz, que en español aljamiado interrumpido a cada instante por juramentos terroríficos, me prometió contarme su romántica historia a cambio de un modesto socorro. Le llevé conmigo por las calles céntricas de Madrid, con escala en varias tabernas donde le invite a confortar su desmayado cuerpo con libaciones contrarias a las leyes de su raza. De este modo adquirí ese tipo interesantísimo, que los lectores de Misericordia han encontrado tan real. Toda la verdad del pintoresco Mordejai es obra de él mismo, pues poca parte tuve yo en la descripción de esta figura. El afán de estudiarla intensamente me llevo al barrio de las Injurias, polvoriento y desolado. En sus miserables casuchas, cercanas a la fábrica del gas, se alberga la pobretería más lastimosa. Desde allí, me lancé a las Cambroneras, lugar de relativa amenidad a orillas del río Manzanares, donde tiene su asiento la población gitanesca, compuesta de personas y borricos en divertida sociedad, no exenta de peligros para el visitante. Las Cambroneras, la estación de las Pulgas, la puente segoviana, la opuesta orilla del Manzanares hasta la casa llamada de Goya, donde el famoso pintor tuvo su taller, completaron mi estudio del bajo Madrid, inmenso filón de elementos pintorescos y de riqueza de lenguaje.

El tipo de señá Benina, la criada filantrópica, del más puro carácter evangélico, procede de la documentación laboriosa que reuní para componer los cuatro tomos de Fortunata y Jacinta. De la misma procedencia son doña Paca y su hija, tipos de la burguesía tronada, y el elegante menesteroso Frasquito Ponte, que acaba sus días comiendo una triste ración de caracoles en el figón de Boto —calle del Ave María—. Diferentes figuras vinieron a este tomo de los anteriores, El amigo Manso, Miau, los Torquemadas, etc., y del mismo modo, del contingente de Misericordia pasaron otras a los tomos que escribí después: es el sistema que he seguido siempre de formar un mundo complejo, heterogéneo y variadísimo, para dar idea de la muchedumbre social en un periodo determinado de la Historia.

Algo debo decir de la traducción francesa de Misericordia. Un Caballero parisién de alta posición en los negocios y en la banca, Maurice Vixio, consejero del comité central de los Ferrocarriles del Norte de España, que había residido en Madrid años anteriores y conocía muy bien nuestro idioma, me hizo el honor de verter al francés las páginas de esta obra. Afligido de una irreparable desgracia de familia, Vixio abandono los negocios, trasladándose a una casa de campo que poseía en Versalles, y en aquella soledad apacible, sin otra sociedad que la de Ernesto Renán, que en una casita próxima moraba, entretenían sus ocios leyendo libros españoles. Entre ellos cayó en sus manos la novela Misericordia; la leyó, fue muy de su agrado, y no halló mejor esparcimiento para su soledad que traducirla. Por cierto que en el curso de su trabajo, muy a menudo me escribía consultándome las dificultades del léxico que a cada paso encontraba, porque en esta obra, como vera el que leyere, prodigo sin tasa el lenguaje popular salpicado de idiotismos, elipsis y solecismos, tan donosos como pintorescos. Contestábale yo satisfaciendo sus dudas en lo posible, no en todos los casos, pues yo mismo ignoro el sentir de algunos decires que de continuo inventan y ponen en circulación las bocas madrileñas.

La traducción de Misericordia fue acogida por el gran periódico parisién Le Temps, que la público en su folletín, dándole la difusión propia de un periódico de circulación mundial. De Le Temps pasó Misericordia a la casa Hachette, que la edito con un prólogo de Morel Fatio, el más famoso y grande de los hispanófilos de Francia. Con esto termino el historial de la novela que hoy incluye la Casa Nelson en su colección de obras españolas.”


Madrid, febrero 1913

24 d’oct. 2015

galdós visto por maría zambrano

María Zambrano
“A Galdós le cae en suerte contar historias de mujeres en un país que no acepta su propia historia, que no se doblega a ella y que, tratándose de la mujer, entiende la historia como sombra, como culpa solamente.
Pero Galdós surge después del ausente Romanticismo. Sin embargo, ha heredado algo positivo de él; la posibilidad de hacer historias de mujeres. Es más, ha heredado el pluralismo romántico, la multiplicidad de un mundo cuya unidad última va a residir dentro de cada alma individual, cuya historia es perseguida precisamente por eso. Disgregada y perdida la unidad del orden medieval, la unidad va a residir en el individuo: la sociedad y la cultura será el conjunto resultante de estas unidades individuales. Multiplicidad resultante en vez de unidad previa. Al menos esto es lo que se cree y se quiere, al mismo tiempo.
El mundo de Galdós es, pues, mundo moderno, netamente moderno, cuya máxima realidad estriba en la multiplicidad de destinos individuales. La novela moderna se da sobre este supuesto: la transcripción de la realidad humana, que consiste en el tejido complejísimo de destinos individuales: la historia es la suma de las historias. Por eso el novelista adquiere ese rango extraordinario por encima casi del historiador, pues la historia que el historiador hace es “grosso modo”, producto de empobrecedora abstracción, donde solo ciertos individuos y ciertas acciones de esos individuos cobran relieve; mientras que ella consiste, en verdad, en las historias de las criaturas anónimas, realidad la más real, que solo el arte puede aceptar y poner de manifiesto. Se ve claro que tal creencia tendría necesariamente que acabar engendrando un Proust, una Virginia Woolf y hasta un James Joyce.
Galdós se mueve también en esa creencia. Se siente su entusiasmo por la diversidad de sus personajes; se le siente enamorado de sus más nimias particularidades, demorándose en ellas. Con los personajes femeninos este enamoramiento lo lleva al extremo. Este genio de la indiferencia se complace en la adoración de cada una de estas mujeres cuya historia implacablemente transcribe, cuyas desventuras con crueldad de creador irresponsable cuenta. Se lo debe al romanticismo. Y así tenemos que Galdós como heredero del Romanticismo va a escribir historias de mujeres que no son románticas, va a transcribir el mundo español, reacio, obstinadamente esquivo a todo lo romántico.”
María Zambrano
La España de Galdós

Y nos dice del personaje de Benigna:

«La gran fuerza de Nina consiste ante rodo en esta facultad de comprensión, de absorción de todo lo que la rodea; también de eliminación de rodo aquello que pudiera envenenarla o detenerla. Es la fuerza inagotable de la vida transformándolo todo en vida, llevando el pasado Íntegro en estado naciente, como recién inventado; es la tradición verdadera que hace renacer el pasado, encarnarse en el hoy, convertirse en el mañana, pervivir, salvando rodos los obstáculos con divina naturalidad. ( ... ) Como los pájaros, vive en la luz y con su esfuerzo sin fatiga crea la libertad. Desasida y apegada a un tiempo a las cosas, libre de la realidad y esclava suya a la vez; invulnerable y al alcance de la mano, dueña de todo y sirvienta de cada uno, Nina, en verdad, es Misericordia.»

María Zambrano

Senderos

23 d’oct. 2015

misericordia, película

Sara García
Zacarías Gómez Urquiza (Ciudad de México el 5 de noviembre de 1905),  inició su carrera dentro del cine, en 1940, como anotador. 

En 1942 tuvo su promoción como asistente de dirección y trabajó al lado de directores como René Cardona, Emilio Indio Fernández, John Ford, Alfredo B. Crevenna  y Alejandro Galindo.

Al iniciar la década de los cincuenta, debutó como director y guionista. Como director llegó a filmar 48 películas, de las cuales, más de la mitad se basaron en sus propios guiones.

Su última participación en el cine fue en 1976 como actor en la cinta Xoxontla, tierra que arde del director Alberto Mariscal.


En 1952, dirigió la película "Misericordia", con guion adaptado, de la obra homónima de Benito Pérez Galdós,  por él mismo. El productor fue el poeta, guionista y cineasta español Manuel Altolaguirre Bolín (Málaga, 1905 - Burgos, 1959) , perteneciente a la Generación del 27; y la fotografía de Manuel Gómez Urquiza. En el reparto destacan: Sara García como  Benigna, Carmen Montejo dio vida a Juliana, Anita Blanch como Doña Francisca Zapata y Pruneda, Ángel Garasa en el papel de  Don Carchito y Manuel Dondé en el de Yuco.


21 d’oct. 2015

discurso académico

Retrato de Benito Pérez Galdós
Joaquón Sorolla, 1984
óleo sobre lienzo(75x100) Casa Museo Pérez Galdós, L.P de G. Canaria

La sociedad presente como materia novelable
por Benito Pérez Galdós

Discurso leído ante la Real Academia Española, con motivo de su recepción.

“Señores Académicos:

Cuantos recibieron aquí honores semejantes a los que os dignáis tributarme en esta solemnidad,  habrán de fijo sentido menos turbación que yo, ante el deber de disertar sobre un tema literario digno de vosotros y de esta ilustre casa. Ordenan la cortesía y la costumbre que al ingresar en ésta, que bien puedo llamar orden suprema de las Letras, se hagan pruebas de aptitudes críticas y de sólidos conocimientos en las varias materias del Arte, que cultiváis con tanta gloria. Pero el que en la ocasión presente habéis traído a vuestro seno, con sufragio en que se ha de ver siempre más benevolencia que justicia, ha consagrado su vida entera a cultivar lo anecdótico y narrativo, y por efecto de las deformaciones que produce en nuestro ser el uso exclusivo de una facultad y su forzado desarrollo a expensas de otras, hallase privado casi en absoluto de aptitudes críticas, y no le obedecen las ideas ni la palabra cuando trata de aplicarlas al arduo examen de los peregrinos ingenios que ilustraron en nuestra nación y en las extrañas la Poesía, el Drama o la Novela.

(…)

¿Qué he de deciros de la Novela, sin apuntar alguna observación crítica sobre los ejemplos de este soberano arte en los tiempos pasados y presentes, de los grandes ingenios que lo cultivaron en España y fuera de ella, de su desarrollo en nuestros días, del inmenso favor alcanzado por este encantador género en Francia e Inglaterra, nacionalidades maestras en ésta como en otras cosas del humano saber? Imagen de la vida es la Novela, y el arte de componerla estriba en reproducir los caracteres humanos, las pasiones, las debilidades, lo grande y lo pequeño, las almas y las fisonomías, todo lo espiritual y lo físico que nos constituye y nos rodea, y el lenguaje, que es la marca de raza, y las viviendas, que son el signo de familia, y la vestidura, que diseña los últimos trazos externos de la personalidad: todo esto sin olvidar que debe existir perfecto fiel de balanza entre la exactitud y la belleza de la reproducción. Se puede tratar de la Novela de dos maneras: o estudiando la imagen representada por el artista, que es lo mismo que examinar cuantas novelas enriquecen la literatura de uno y otro país, o estudiar la vida misma, de donde el artista saca las ficciones que nos instruyen y embelesan. La sociedad presente como materia novelable, es el punto sobre el cual me propongo aventurar ante vosotros algunas opiniones. En vez de mirar a los libros y a sus autores inmediatos, miro al autor supremo que los inspira, por no decir que los engendra, y que después de la transmutación que la materia creada sufre en nuestras manos, vuelve a recogerla en las suyas para juzgarla; al autor inicial de la obra artística, el público, la grey humana, a quien no vacilo en llamar vulgo, dando a esta palabra la acepción de muchedumbre alineada en un nivel medio de ideas y sentimientos; al vulgo, sí, materia primera y última de toda labor artística, porque él, como humanidad, nos da las pasiones, los caracteres, el lenguaje, y después, como público, nos pide cuentas de aquellos elementos que nos ofreció para componer con materiales artísticos su propia imagen: de modo que empezando por ser nuestro modelo, acaba por ser nuestro juez.

Quiero, pues, examinar brevemente ese natural, hablando en términos pictóricos, que extendido en derredor nuestro, nos dice y aun nos manda que le pintemos, pidiéndonos con ardorosa sugestión su retrato para recrearse en él, o abominar del artista con crítica severa. Con él me encaro valerosamente, y de todas veras os digo que el mal ceño de este modelo y su rostro de pocos amigos, me imponen también vivísima turbación, aunque ésta no llega a las proporciones del espanto que siento ante las bibliotecas. La erudición social es más fácil que la bibliográfica, y se halla al alcance de las inteligencias imperfectamente cultivadas. Examinando las condiciones del medio social en que vivimos como generador de la obra literaria, lo primero que se advierte en la muchedumbre a que pertenecemos, es la relajación de todo principio de unidad. Las grandes y potentes energías de cohesión social no son ya lo que fueron; ni es fácil prever qué fuerzas sustituirán a las perdidas en la dirección y gobierno de la familia humana. Tenemos tan sólo un firme presentimiento de que esas fuerzas han de reaparecer; pero las previsiones de la Ciencia y las adivinaciones de la Poesía no pueden o no saben aún alzar el velo tras el cual se oculta la clave de nuestros futuros destinos.

La falta de unidades es tal, que hasta en la vida política, constituida por naturaleza en agrupaciones disciplinadas, se determina claramente la disolución de aquellas grandes familias formadas por el entusiasmo de la acción constituyente, por afinidades tradicionales, por principios más o menos deslumbradores. Para que todo falte, desaparece también el fanatismo, que ligaba en estrecho haz enormes masas de personas, uniformando los sentimientos, la conducta y hasta las fisonomías, de lo cual resultaban caracteres genéricos de fácil recurso para el Arte, que supo utilizarlos durante largo tiempo. Las disgregaciones de la vida política son el eco más próximo de ese terrible rompan filas que suena de un extremo a otro del ejército social, como voz de pánico que clama a la desbandada. Podría decirse que la sociedad llega a un punto de su camino en que se ve rodeada de ingentes rocas que le cierran el paso. Diversas grietas se abren en la dura y pavorosa peña, indicándonos senderos o salidas que tal vez nos conduzcan a regiones despejadas. Contábamos, sin duda, los incansables viajeros con que una voz sobrenatural nos dijera desde lo alto: por aquí se va, y nada más que por aquí. Pero la voz sobrenatural no hiere aún nuestros oídos, y los más sabios de entre nosotros se enredan en interminables controversias sobre cuál pueda o deba ser la hendidura o pasadizo por el cual podremos salir de este hoyo pantanoso en que nos revolvemos y asfixiamos.

Algunos, que intrépidos se lanzan por tal o cual angostura, vuelven con las manos en la cabeza, diciendo que no han visto más que tinieblas y enmarañadas zarzas que estorban el paso; otros quieren abrirlo a pico, con paciente labor, o quebrantar la piedra con la acción física de substancias destructoras; y todos, en fin, nos lamentamos, con discorde vocerío, de haber venido a parar a este recodo, del cual no vemos manera de salir, aunque la habrá seguramente, porque aquí no hemos de quedarnos hasta el fin de los siglos.

En esta muchedumbre consternada, que inventa mil artificios para ocultarse su propia tristeza, se advierte la descomposición de las antiguas clases sociales forjadas por la historia, y que habían llegado hasta muy cerca de nosotros con organización potente. Pueblo y aristocracia pierden sus caracteres tradicionales, de una parte por la desmembración de la riqueza, de otra por los progresos de la enseñanza; y el camino que aún hemos de recorrer para que las clases fundamentales pierdan su fisonomía, se andará rápidamente. La llamada clase media, que no tiene aún existencia positiva, es tan sólo informe aglomeración de individuos procedentes de las categorías superior e inferior, el producto, digámoslo así, de la descomposición de ambas familias: de la plebeya, que sube; de la aristocrática, que baja, estableciéndose los desertores de ambas en esa zona media de la ilustración, de las carreras oficiales, de los negocios, que vienen a ser la codicia ilustrada, de la vida política y municipal. Esta enorme masa sin carácter propio, que absorbe y monopoliza la vida entera, sujetándola a un sin fin de reglamentos, legislando desaforadamente sobre todas las cosas, sin excluir las espirituales, del dominio exclusivo del alma, acabará por absorber los desmedrados restos de las clases extremas, depositarias de los sentimientos elementales. Cuando esto llegue, se ha de verificar en el seno de esa muchedumbre caótica una fermentación de la que saldrán formas sociales que no podemos adivinar, unidades vigorosas que no acertamos a definir en la confusión y aturdimiento en que vivimos.

De lo que vagamente y con mi natural torpeza de expresión indico, resulta, en la esfera del Arte, que se desvanecen, perdiendo vida y color, los caracteres genéricos que simbolizaban grupos capitales de la familia humana. Hasta los rostros humanos no son ya lo que eran, aunque parezca absurdo decirlo. Ya no encontraréis las fisonomías que, al modo de máscaras moldeadas por el convencionalismo de las costumbres, representaban las pasiones, las ridiculeces, los vicios y virtudes. Lo poco que el pueblo conserva de típico y pintoresco se destiñe, se borra, y en el lenguaje advertimos la misma dirección contraria a lo característico, propendiendo a la uniformidad de la dicción, y a que hable todo el mundo del mismo modo. Al propio tiempo, la urbanización destruye lentamente la fisonomía peculiar de cada ciudad; y si en los campos se conserva aún, en personas y cosas, el perfil distintivo del cuño popular, éste se desgasta con el continuo pasar del rodillo nivelador que arrasa toda eminencia, y seguirá arrasando hasta que produzca la anhelada igualdad de formas en todo lo espiritual y material.

Mientras la nivelación se realiza, el Arte nos ofrece un fenómeno extraño que demuestra la inconsistencia de las ideas en el mundo presente. En otras épocas, los cambios de opinión literaria se verificaban en lapsos de tiempo de larga duración, con la lentitud majestuosa de todo crecimiento histórico. Aun en la generación que ha precedido a la nuestra, vimos la evolución romántica durar el tiempo necesario para producir multitud de obras vigorosas; y al marcarse el cambio de las ideas estéticas, las formas literarias que sucedieron al romanticismo tardaron en presentarse con vida, y vivieron luego años y más años, que hoy nos parecerían siglos, dada la rapidez con que se transforman ahora nuestros gustos. Hemos llegado a unos tiempos en que la opinión estética, ese ritmo social, harto parecido al flujo y reflujo de los mares, determina sus mudanzas con tan caprichosa prontitud, que si un autor deja transcurrir dos o tres años entre el imaginar y el imprimir su obra, podría resultarle envejecida el día en que viera la luz. Porque si en el orden científico la rapidez con que se suceden los inventos, o las aplicaciones de los agentes físicos, hace que los asombros de hoy sean vulgaridades mañana, y que todo prodigioso descubrimiento sea pronto oscurecido por nuevas maravillas de la mecánica y de la industria, del mismo modo, en el orden literario, parece que es ley la volubilidad de la opinión estética, y de continuo la vemos pasar ante nuestros ojos, fugaz y antojadiza, como las modas de vestir. Y así, en brevísimo tiempo, saltamos del idealismo nebuloso a los extremos de la naturalidad: hoy amamos el detalle menudo, mañana las líneas amplias y vigorosas; tan pronto vemos fuente de belleza en la sequedad filosófica mal aprendida, como en las ardientes creencias heredadas.

En resumen: la misma confusión evolutiva que advertimos en la sociedad, primera materia del arte novelesco, se nos traduce en éste por la indecisión de sus ideales, por lo variable de sus formas, por la timidez con que acomete los asuntos profundamente humanos; y cuando la sociedad se nos convierte en público, es decir, cuando después de haber sido inspiradora del Arte lo contempla con ojos de juez, nos manifiesta la misma inseguridad en sus opiniones,  de donde resulta que no andan menos desconcertados los críticos que los autores.

Pero no creáis que de lo expuesto intentaré sacar una deducción pesimista, afirmando que esta descomposición social ha de traer días de anemia y de muerte para el arte narrativo. Cierto que la falta de unidades de organización nos va sustrayendo los caracteres genéricos, tipos que la sociedad misma nos daba bosquejados, cual si trajeran ya la primera mano de la labor artística. Pero a medida que se borra la caracterización general de cosas y personas, quedan más descarnados los modelos humanos, y en ellos debe el novelista estudiar la vida, para obtener frutos de un Arte supremo y durable. La crítica sagaz no puede menos de reconocer que cuando las ideas y sentimientos de una sociedad se manifiestan en categorías muy determinadas, parece que los caracteres vienen ya a la región del Arte tocados de cierto amaneramiento o convencionalismo. Es que, al descomponerse las categorías, caen de golpe los antifaces, apareciendo las caras en su castiza verdad. Perdemos los tipos, pero el hombre se nos revela mejor, y el Arte se avalora sólo con dar a los seres imaginarios vida más humana que social. Y nadie desconoce que, trabajando con materiales puramente humanos, el esfuerzo del ingenio para expresar la vida ha de ser más grande, y su labor más honda y difícil, como es de mayor empeño la representación plástica del desnudo que la de una figura cargada de ropajes, por ceñidos que sean. Y al compás de la dificultad crece, sin duda, el valor de los engendros del Arte, que si en las épocas de potentes principios de unidad resplandece con vivísimo destello de sentido social, en los días azarosos de transición y de evolución puede y debe ser profundamente humano.

Encuéntrome al llegar a este punto con que las ideas que voy expresando, sin ninguna arrogancia dogmática me llevan a una afirmación que algunos podrían creer falsa y paradójica, a saber: que la falta de principios de unidad favorece el florecimiento literario; afirmación que en buena lógica destruiría la leyenda de los llamados Siglos de Oro en ésta y la otra literatura. Ello es que la historia literaria general no nos permite sostener de una manera absoluta que la divina Poesía y artes congéneres prosperen más lozanamente en las épocas de unidad que en las épocas de confusión. Quizá podría comprobarse lo contrario después de investigar con criterio penetrante la vida de los pueblos, haciendo más caso de la documentación privada que de los relatos de la vieja Historia, comúnmente artificiosa y recompuesta. Esta narradora enfática y algo tocada del delirio de grandezas, nos habla con tenaz preferencia de los altos poderes del Estado, de guerras, intrigas y privanzas, de los casamientos y querellas entre familias de reyes y Príncipes, dejando en la penumbra las profundísimas emociones que agitan el alma social. Teniendo esto en cuenta, no creo dislate asegurar que en los llamados Siglos de Oro hay no poco de aparato oficial o ficción palatina; hechura de cronistas asalariados, o de historiadores de oficio, más atentos a la composición de su arte, que a reproducir la interna verdad política. No dan valor sino a las que son o aparecen ser acciones culminantes, y descuidan, como asunto prosaico y baladí, el verdadero sentir y pensar de los pueblos.

Bien sé que ésta es materia para un examen lento, y si yo intentara desentrañarla, incurriría en mi propia censura, por lanzarme a trabajos para cuyo empeño he declarado mi ineptitud en las primeras cláusulas de este discurso. Con paciencia y libros a mano todo se prueba, y yo intentaría demostrar lo que antes indiqué, si más fuerza que mis deseos no tuviera mi incapacidad para compulsar textos antiguos y modernos. Dejo, pues, a otros que diluciden este punto, y concluyo diciendo que el presente estado social, con toda su confusión y nerviosas inquietudes, no ha sido estéril para la novela en España, y que tal vez la misma confusión y desconcierto han favorecido el desarrollo de tan hermoso arte. No podemos prever hasta dónde llegará la presente descomposición. Pero sí puede afirmarse que la literatura narrativa no ha de perderse porque mueran o se transformen los antiguos organismos sociales. Quizás aparezcan formas nuevas, quizás obras de extraordinario poder y belleza, que sirvan de anuncio a los ideales futuros o de despedida a los pasados, como el Quijote es el adiós del mundo caballeresco. Sea lo que quiera, el ingenio humano vive en todos los ambientes, y lo mismo da sus flores en los pórticos alegres de flamante arquitectura, que en las tristes y desoladas ruinas.”


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19 d’oct. 2015

rompecabezas

 I
“Ayer, como quien dice, el año Tal de la Era Cristiana, correspondiente al Cuál, o si se quiere, al tres mil y pico de la cronología egipcia, sucedió lo que voy a referir, historia familiar que nos transmite un papirus redactado en lindísimos monigotes. Es la tal historia o sucedido de notoria insignificancia, si el lector no sabe pasar de las exterioridades del texto gráfico; pero restregándose en éste los ojos por espacio de un par de siglos, no es difícil descubrir el meollo que contiene.

Pues señor... digo que aquel día o aquella tarde, o pongamos noche, iban por los llanos de Egipto, en la región que llaman Djebel Ezzrit (seamos eruditos), tres personas y un borriquillo. Servía éste de cabalgadura a una hermosa joven que llevaba un niño en brazos; a pie, junto a ella, caminaba un anciano grave, empuñando un palo, que así le servía para fustigar al rucio como para sostener su paso fatigoso. Pronto se les conocía que eran fugitivos, que buscaban en aquellas tierras refugio contra perseguidores de otro país, pues sin detenerse más que lo preciso para reparar las fuerzas, escogían para sus descansos lugares escondidos, huecos de peñas solitarias, o bien matorros espesos, más frecuentados de fieras que de hombres.

Imposible reproducir aquí la intensidad poética con que la escritura muñequil describe o más bien pinta la hermosura de la madre. No podréis apreciarla y comprenderla imaginando substancia de azucenas, que tostada y dorada por el sol conserva su ideal pureza. Del precioso nene, sólo puede decirse que era divino humanamente, y que sus ojos compendiaban todo el universo, como si ellos fueran la convergencia misteriosa de cielo y tierra.

Andaban, como he dicho, presurosos, esquivando los poblados y deteniéndose tan sólo en caseríos o aldehuelas de gente pobre, para implorar limosna. Como no escaseaban en aquella parte del mundo las buenas almas, pudieron avanzar, no sin trabajos, en su cautelosa marcha, y al fin llegaron a la vera de una ciudad grandísima, de gigantescos muros y colosales monumentos, cuya vista lejana recreaba y suspendía el ánimo de los pobres viandantes. El varón grave no cesaba de ponderar tanta maravilla; la joven y el niño las admiraban en silencio. Deparoles la suerte, o por mejor decir, el Eterno Señor, un buen amigo, mercader opulento, que volvía de Tebas con sinfín de servidores y una cáfila de camellos cargados de riquezas. No dice el papirus que el tal fuese compatriota de los fugitivos; pero por el habla (y esto no quiere decir que lo oyéramos), se conocía que era de las tierras que caen a la otra parte de la mar Bermeja. Contaron sus penas y trabajos los viajeros al generoso traficante, y éste les albergó en una de sus mejores tiendas, les regaló con excelentes manjares, y alentó sus abatidos ánimos con pláticas amenas y relatos de viajes y aventuras, que el precioso niño escuchaba con gravedad sonriente, como oyen los grandes a los pequeños, cuando los pequeños se saben la lección. Al despedirse asegurándoles que en aquella provincia interna del Egipto debían considerarse libres de persecución, entregó al anciano un puñado de monedas, y en la mano del niño puso una de oro, que debía de ser media pelucona o doblón de a ocho, reluciente, con endiabladas leyendas por una y otra cara. No hay que decir que esto motivó una familiar disputa entre el varón grave y la madre hermosa, pues aquél, obrando con prudencia y económica previsión, creía que la moneda estaba más segura en su bolsa que en la mano del nene, y su señora, apretando el puño de su hijito y besándolo una y otra vez, declaraba que aquellos deditos eran arca segura para guardar todos los tesoros del mundo.

II

Tranquilos y gozosos, después de dejar al rucio bien instalado en un parador de los arrabales, se internaron en la ciudad, que a la sazón ardía en fiestas aparatosas por la coronación o jura de un rey, cuyo nombre ha olvidado o debiera olvidar la Historia. En una plaza, que el papirus describe hiperbólicamente como del tamaño de una de nuestras provincias, se extendía de punta a punta un inmenso bazar o mercado. Componíanlo tiendas o barracas muy vistosas, y de la animación y bullicio que en ellas reinaba, no pueden dar idea las menguadas muchedumbres que en nuestra civilización conocemos. Allí telas riquísimas, preciadas joyas, metales y marfiles, drogas mil balsámicas, objetos sin fin, construidos para la utilidad o el capricho; allí manjares, bebidas, inciensos, narcóticos, estimulantes y venenos para todos los gustos; la vida y la muerte, el dolor placentero y el gozo febril.

Recorrieron los fugitivos parte de la inmensa feria, incansables, y mientras el anciano miraba uno a uno todos los puestos, con ojos de investigación utilitaria, buscando algo en que emplear la moneda del niño, la madre, menos práctica tal vez, soñadora, y afectada de inmensa ternura, buscaba algún objeto que sirviera para recreo de la criatura, una frivolidad, un juguete en fin, que juguetes han existido en todo tiempo, y en el antiguo Egipto enredaban los niños con pirámides de piezas constructivas, con esfinges y obeliscos monísimos, y caimanes, áspides de mentirijillas, serpientes, ánades y demonios coronados.

No tardaron en encontrar lo que la bendita madre deseaba. ¡Vaya una colección de juguetes! Ni qué vale lo que hoy conocemos en este interesante artículo, comparado con aquellas maravillas de la industria muñequil. Baste decir que ni en seis horas largas se podía ver lo que contenían las tiendas: figurillas de dioses muy brutos, y de hombres como pájaros, esfinges que no decían papá y mamá, momias baratas que se armaban y desarmaban; en fin... no se puede contar. Para que nada faltase, había teatros con decoraciones de palacios y jardines, y cómicos en actitud de soltar el latiguillo; había sacerdotes con sábana blanca y sombreros deformes, bueyes de la ganadería de Apis, pitos adornados con flores del Loto, sacerdotisas en paños menores, y militares guapísimos con armaduras, capacetes, cruces y calvarios, y cuantos chirimbolos ofensivos y defensivos ha inventado para recreo de grandes, medianos y pequeños, el arte militar de todos los siglos.

III

En medio de la señora y del sujeto grave iba el chiquitín, dando sus manecitas, a uno y otro, y acomodando su paso inquieto y juguetón al mesurado andar de las personas mayores.

Y en verdad que bien podía ser tenido por sobrenatural aquel prodigioso infante, pues si en brazos de su madre era tiernecillo y muy poquita cosa, como un ángel de meses, al contacto del suelo crecía misteriosamente, sin dejar de ser niño; andaba con paso ligero y hablaba con expedita y clara lengua. Su mirar profundo a veces triste, gravemente risueño a veces, producía en los que le contemplaban confusión y desvanecimiento.

Puestos al fin de acuerdo los padres sobre el empleo que se había de dar a la moneda, dijéronle que escogiese de aquellos bonitos objetos lo que fuese más de su agrado. Miraba y observaba el niño con atención reflexiva, y cuando parecía decidirse por algo, mudaba de parecer, y tras un muñeco señalaba otro, sin llegar a mostrar una preferencia terminante. Su vacilación era en cierto modo angustiosa, como si cuando aquel niño dudaba ocurriese en toda la Naturaleza una suspensión del curso inalterable de las cosas. Por fin, después de largas vacilaciones, pareció decidirse. Su madre le ayudaba diciéndole: ‘¿Quieres guerra, soldados?’ Y el anciano le ayudaba también, diciéndole: ‘¿Quieres ángeles, sacerdotes, pastorcitos?’ Y él contestó con gracia infinita, balbuciendo un concepto que traducido a nuestras lenguas, quiere decir: ‘De todo mucho.’
Como las figurillas eran baratas, escogieron bien pronto cantidad de ellas para llevárselas. En la preciosa colección había de todo mucho, según la feliz expresión del nene; guerreros arrogantísimos, que por las trazas representaban célebres caudillos, Gengis Kan, Cambises, Napoleón, Aníbal; santos y eremitas barbudos, pastores con pellizos y otros tipos de indudable realidad.

Partieron gozosos hacia su albergue, seguidos de un enjambre de chiquillos, ávidos de poner sus manos en aquel tesoro, que por ser tan grande se repartía en las manos de los tres forasteros. El niño llevaba las más bonitas figuras, apretándolas contra su pecho. Al llegar, la muchedumbre infantil, que había ido creciendo por el camino, rodeó al dueño de todas aquellas representaciones graciosas de la humanidad.

El hijo de la fugitiva les invitó a jugar en un extenso llano frontero a la casa... Y jugaron y alborotaron durante largo tiempo, que no puede precisarse, pues era día, y noche, y tras la noche, vinieron más y más días, que no pueden ser contados. Lo maravilloso de aquel extraño juego en que intervenían miles de niños (un historiador habla de millones), fue que el pequeñuelo, hijo de la bella señora, usando del poder sobrenatural que sin duda poseía, hizo una transformación total de los juguetes, cambiando las cabezas de todos ellos, sin que nadie lo notase; de modo que los caudillos resultaron con cabeza de pastores, y los religiosos con cabeza militar.

Vierais allí también héroes con báculo, sacerdotes con espada, monjas con cítara, y en fin, cuanto de incongruente pudierais imaginar. Hecho esto, repartió su tesoro entre la caterva infantil, la cual había llegado a ser tan numerosa como la población entera de dilatados reinos.

A un chico de Occidente, morenito, y muy picotero, le tocaron algunos curitas cabezudos, y no pocos guerreros sin cabeza.”

cuento de Benito Pérez Galdós


17 d’oct. 2015

suggeriment de lectura

Una companya del club de lectura de Serraparera m'ha comentat aquest matí l'última lectura del Club: "Del color de la leche", de la narradora i dramaturga anglesa Nell Leyshon. El llibre els ha agradat tant que no puc deixar de suggerir la seva lectura.

Títol original: The colour of milk
Traductor: Mariano Peyrou Tubert
Pàgines: 176
Editorial: Sisè Pis, 2013

Transcric una ressenya del mateix:

"Mary, una nena de quinze anys que viu amb la seva família en una granja de l'Anglaterra rural de 1830, té el cabell blanc i va néixer amb un defecte físic en una cama, però aconsegueix escapar momentàniament de la seva condemna familiar quan és enviada a treballar com a criada per tenir cura de la dona del vicari, que està malalta. Llavors, té l'oportunitat d'aprendre a llegir i escriure, de deixar de veure 'només un munt de ratlles negres' en els llibres. No obstant això, d'acord deixa el món de les ombres, descobreix que els llums poden resultar fins i tot més encegadores, per això, a Mary només li queda el poder d'explicar la seva història per tractar de trobar assossec en la paraula escrita.


En aquesta història l'autora ha recreat un microcosmos poblat de personatges: com el pare de Mary, que maleeix la vida per no donar-li fills homes; l'avi, que es fingeix malalt per veure a la seva estimada Mary un cop més; Edna, la criada del vicari que guarda tres sudaris sota el llit, un per a ella, i els altres per un marit i un fill que no té; tot això, emmarcat per un entorn rural que flueix al compàs de les estacions i les tasques de la granja i que cobra vida gràcies a l'obstinació de Mary de deixar un testimoni escrit d'un desti al qual no té possibilitat d'escapar. "

16 d’oct. 2015

poesia a sant cugat, 2015


Benito Pérez Galdós en Barcelona

Benito Pérez Galdós presidiendo una manifestación anticlerical en Madrid
“Siento alegría indecible al verme de nuevo en esta ciudad incomparable, gala de España y del mundo; ciudad que con los esplendores de su belleza y su cultura trae a mi espíritu la evocación de amistades inolvidables y de los afectos más puros de mi vida literaria. Siento además orgullo y emoción al verme frente al pueblo de Barcelona, vigoroso y consciente cual ninguno, por su percepción clara del derecho, por la entereza grave con que se apresta a cumplirlo y a pedir su cumplimiento a los Poderes Públicos. Poseéis fuerza anímica porque sois trabajadores: el trabajo es el primer auxiliar de la inteligencia y el estímulo de toda energía. De los holgazanes y distraídos no ha obtenido jamás la Humanidad beneficio alguno.

Nuevo en la política activa el que ahora os habla, habréis de permitirle que deje a un lado historias recientes, y que prescinda de motes, denominaciones o marcas políticas para apreciar los hechos en su estado presente y en su actualidad viva. Bien podéis decir que os encontráis en vuestras posiciones propias, y que en ellas sabréis manteneros con la sola virtud de vuestra perseverancia en los ideales que antes os movían. Triunfaréis con la eficacia del viejo programa arrancado de las entrañas de la Nación dolorida, programa elemental, uno y santo, nacido del secular sufrimiento y alimentado por la infinita ansiedad de existencia más gloriosa y fecunda. Vuestro programa sencillísimo es la voz clamante del alma nacional que os dice: ‘No quiero morir. Renovad mi vida con generaciones robustas, ricas de sangre, de pensamiento y voluntad’.

En su continua evolución moral y física, Barcelona, hiriente de actividad, nos ofrece nuevos aspectos dignos de admiración, y otros que nos mueven a profunda tristeza. De algún tiempo acá han soplado aquí furibundos vientos de discordia; criminales hechos han turbado la conciencia pública; locas intransigencias y aberraciones del espiritualismo han alterado profundamente la paz de las almas. En días lejanos, el circuito de vuestra noble ciudad se componía tan sólo de severas construcciones industriales. Hoy tenéis en derredor de vuestro caserío un cerco apretado de baluartes, que son fábricas de fanatismo y talleres de superstición.

Ese cordón que os rodea, como curva hilera de comensales satisfechos sentados en tomo a la mesa de un festín, os dice claramente que a todos los problemas políticos se ha de anteponer el de la instrucción teórica, pesada y asfixiante tutela que nos imposibilita para toda función vital, desde el pensamiento a la respiración. Esta injerencia se manifiesta entrometida y perseguidora hasta en los actos más distantes de la vida espiritual; con sutileza tenaz penetra en la vida afectiva; se apodera de las resoluciones del hombre por el corazón y la piedad irreflexiva de la mujer; fomenta el raquitismo intelectual en la educación del niño y a todos cierra el camino para la libertad confesional. Si renegáis de su dominación absorbente, trata de quitaros el agua y el fuego, os aísla, os maldice, amarga vuestros esparcimientos y os prohíbe las más honestas diversiones; enturbia, en fin, las fuentes de la vida, para que, muertos de sed, extenuados por la miseria y el embrutecimiento, os rindáis al poder orgulloso que desde un trono lejano quiere afianzar aquí su dominio, imponiéndonos leyes inquisitoriales, como ésta del terrorismo, contra la cual, airada, se levanta España entera.

En vuestra hermosa ciudad, elementos egoístas, atentos sólo a rodearse de comodidad para cultivar con descanso sus intereses y quitar todo estorbo al manejo caciquil, dieron los primeros martillazos en la forja de esta ley nefanda. A vosotros, republicanos catalanes, os corresponde ser los más enérgicos en condenarla, los más ejecutivos en desbaratar esa máquina de tormento y hacerla polvo.

Contra el bárbaro engendro desplegad toda vuestra pujanza; no empleéis la violencia, que, en realidad, ha de ser innecesaria. El figurón teocrático, inspirador de esta ley, es menos terrible de lo que a primera vista parece por la negrura de su aparato externo y por los tortuosos procederes de su gestión y propaganda. Bastará, creo yo, la actitud, siempre que ésta sea firme, perseverante y sin ningún desmayo. Mostraos inflexibles, derechos, poniendo delante de la ira la severidad y delante de la severidad la razón. Obligad a los Gobiernos, cualesquiera que sean, a levantar un valladar fuerte entre las pretensiones teocráticas y la vida nacional.

Libertad, decid, libertad para todos, no para ellos solos. Clamad porque la enseñanza en todos sus órdenes pase de las manos de la ciencia muerta a las de la ciencia viva. Sean desatadas las conciencias, con lo que la misma fe religiosa levantará su vuelo a mayor altura. Si esta política de defensión no bastase, y nuestros enemigos nos burlaran prolongando por vías tenebrosas su acción absorbente, no vaciléis en emplear la política del despejo. Desechad todo escrúpulo; nada temáis; como no tropezaréis con derechos de ciudadanía, podréis legalmente aplicar a la teocracia intrusa, con muchísimo respeto, el trato de invasión extranjera.

Esta obra podrá ser realizada por vosotros, quizá por algún Gobierno monárquico; que no es aventurado suponer la súbita precipitación de los acontecimientos. De la eficacia del despejo, como función política, nos dieron ejemplo admirable un monarca absoluto y un valeroso ministro. La memoria de aquel Rey y de su consejero debemos enaltecer aquí, proclamando por bocas republicanas los nombres de Carlos III y del conde de Aranda.

Considerad esto, finalmente, como un nuevo tributo y homenaje a la Independencia Nacional, porque el ejército invasor, con su cabeza y miembros principales en país extranjero, pretende afianzar y perpetrar en el nuestro el dominio de las almas y del territorio. Defendamos nuestro suelo, defendamos nuestras almas. Declaremos intangibles la tierra y el cielo de España: es decir, el pan y la conciencia. “

Leído por Galdós en un mitin celebrado en Barcelona.
El Cantábrico, 16 de junio de 1908

En “Galdós demócrata y republicano (escritos y discursos 1907-1913)”
Víctor Fuentes
publicado por el Secretariado de publicaciones de la Universidad de La Laguna y el Cabildo Insular de Gran Canaria, 1982 , (pág. 65-67)





15 d’oct. 2015

Benito Pérez Galdós republicano

“Sr. D. Alfredo Vicenti

Mi querido amigo: Teniendo que ausentarme de Madrid, espero de su buena amistad que me preste su voz y su corazón para expresar a los republicanos de ese distrito lo que mi voz y el corazón mío no pueden hoy manifestarles. Lo primero es que de mi amor entrañable al pueblo de Madrid dan testimonio treinta y cinco años de trato espiritual con este noble vecindario. No necesito decir cuánto me enorgullece ostentar un lazo de parentesco ideal con el estado llano matritense, en quien, desde principio del p>asado siglo, se vincularon el sentimiento liberal y la función directiva: lazo de parentesco también con las muchedumbres desvalidas y trabajadoras. La acción de éstas se ha manifestado en la Historia, como acreditan páginas inmortales; se manifiesta siempre en la vida común del pueblo, como atestiguan su tenaz lucha por la existencia y su constancia en el sufrimiento.

Diga usted también que he pasado del recogimiento del taller al libre ambiente de la plaza pública, no por gusto de ociosidad, sino por todo lo contrario. Abandono los caminos llanos y me lanzo a la cuesta penosa, movido de un sentimiento que en nuestra edad miserable y femenil es considerado como ridícula antigualla: el patriotismo. Hemos llegado a unos tiempos en que al hablar de patriotismo parece que sacamos de los museos o de los archivos históricos un arma vieja y enmohecida. No es así: ese sentimiento soberano lo encontramos a todas las horas en el corazón del pueblo, donde para bien nuestro existe y existirá siempre en toda su pujanza. Despreciemos las vanas modas que quieren mantenemos en una indolencia fatalista: restablezcamos los sublimes conceptos de Fe nacional. Amor patrio y Concordia pública, y sean nuevamente bandera de los seres viriles frente a los anémicos y encanijados.

Jamás iría yo adonde la política ha venido a ser, no ya un oficio, sino una carrerita de las más cómodas, fáciles y lucrativas, constituyendo una clase, o más bien un familión vivaracho y de buen apetito que nos conduce y pastorea como a un dócil rebaño. Voy a donde la política es función elemental del ciudadano con austeras obligaciones y ningún provecho, vida de abnegación sin más recompensa que los serenos goces que nos produce el cumplimiento del deber.

A los que me preguntan la razón de haberme acogido al ideal republicano, les doy esta sincera contestación: tiempo hacía que mis sentimientos monárquicos estaban amortiguados; se extinguieron absolutamente cuando la ley de Asociaciones planteó en pobres términos el capital problema español; cuándo vimos claramente que el régimen se obstinaba en fundamentar su existencia en la petrificación teocrática. Después de esto, que implicaba la cesión parcial de la soberanía, no quedaba ya ninguna esperanza. ¡Adiós ensueños de regeneración, adiós anhelos de laicismo y cultura! El término de aquella controversia sobre la ley Dávila fue condenamos a vivir adormecidos en el regazo frailuno, fue añadir a las innumerables tiranías que padecemos el aterrador caciquismo eclesiástico.

En aquella ocasión crítica sentí el horror al vacío, horror a la asfixia nacional, dentro del viejo castillo en que se nos quiere tapiar y encerrar para siempre, sin respiro ni horizonte. No había más remedio que echarse fuera en busca del aire libre, del derecho moderno, de la absoluta libertad de conciencia con sus naturales derivaciones, principio vital de los pueblos civilizados. Es ya una vergüenza no ser europeos más que por la geografía, por la ópera italiana y por el uso desenfrenado de los automóviles.

Al abandonar, ávido de aire y luz, el ahogado castillo, veo en toda la extensión del campo circundante las tiendas republicanas. Entro en ellas; soy recibido por sus moradores con simpatía como un combatiente más, y al mostrarles mi gratitud por su fraternal acogimiento, les digo.: ‘Sitiadores: agrandad vuestras tiendas, que tras de mí han de venir muchos más. Muchos vendrán conforme se vayan recobrando de la pereza y timidez que entumecen los ánimos. Las deserciones del campo monárquico no tendrán fin: los desaciertos de la oligarquía serán acicate contra la timidez; sus provocaciones, latigazos contra la pereza.
Vuestra legión, ya muy crecida, será tan grande que para rendir el castillo no necesitará emplear las armas. Triunfará con un arma más fuerte que la fuerza misma, con la lógica formidable, que siempre, en la debida sazón, engendra los derechos históricos’.

Para concluir, recomiendo al amigo otra manifestación que debe hacer en mi nombre. Ingreso en la falange republicana, reservándome la independencia en todo lo que no sea incompatible con las ideas esenciales de la forma de Gobierno que defendemos. Coadyuvaré en la magna obra con toda mi voluntad. No me arredra el trabajo. Cada cual tiene su forma personal de transmitir las ideas. La forma mía no es la palabra pronunciada, sino la palabra escrita, medio de corta eficacia, sin duda, en estas lides. Pero como no tengo otras armas, éstas ofrezco, y éstas pongo al servicio de nuestro país.

Identificado con mis dignísimos compañeros de candidatura, iré con ellos y con toda la inteligente y entusiasta masa del partido, a las batallas que hemos de sostener para levantar a esta nación sin ventura de la postración en que ha caído. Sin tregua combatiremos la barbarie clerical hasta desarmarla de sus viejas argucias; no descansaremos hasta desbravar y allanar el terreno en que debe cimentarse la enseñanza luminosa, con base científica, indispensable para la crianza de generaciones fecundas; haremos frente a los desafueros del ya desvergonzado caciquismo, a los desmanes de la arbitrariedad enmascarada de justicia, a las burlas que diariamente se hacen a nuestros derechos y franquicias a costa de tanta sangre arrebatadas al absolutismo. Y por fin acudiremos al socorro de la nacionalidad, si, como parecen anunciar los nubarrones internacionales, se viera en peligro de naufragio total o parcial, que nada está seguro en estos tiempos turbados, y en los más obscuros y tempestuosos que asoman por el horizonte. Salud a todos, y unión y firmeza.
De usted invariable amigo,

Benito Pérez Galdós Madrid 6 de abril de 1907”
El Liberal y El País, 6 de abril de 1907


En “Galdós demócrata y republicano (escritos y discursos 1907-1913)”
Víctor Fuentes
publicado por el Secretariado de publicaciones de la Universidad de La Laguna y el Cabildo Insular de Gran Canaria, 1982 , (pág. 51-53)