31 d’oct. 2007

Madame Bovary (7),La pelicula

Gustave Flaubert fue enjuiciado por atentar contra la moral pública a raiz de la publicación de su obra, al igual que Charles Baudelaire por su poemario "Les fleurs du mal". Flaubert fue absuelto, de su defensa nos ha quedado la archifamosa frase "Madame Bovary c'est moi". Baudelaire fue condenado y sometido a censurar su propia obra. En este artículo unimos un poema del autor censurado y una selección de la película basada en la novela absuelta, su obra, definitivamente, son ellos.
ME GUSTA RECORDAR ESAS DESNUDAS ÉPOCAS
Me gusta recordar esas desnudas épocas
En que placía a Febo las estatuas dorar ,
En tanto hombre y mujer, en su esplendor más alto,
Sin angustia gozaban y sin mentira alguna,
Y, el amoroso cielo envolviendo sus cuerpos,
La salud de su noble máquina ejercitaban.
Mostrábase Cibeles fértil y generosa,
No hallando que sus hijos fuesen gravosa carga;
Antes bien, loba henchida de ternezas comunes,
Nutría al universo con sus oscuras ubres.
Elegante y robusto, el hombre se preciaba
Entre bellezas múltiples que por rey le acataban.
Frutos aún no ultrajados y carentes de grietas,
¡Cuya bruñida pulpa incitaba al mordisco!
Hoy el Poeta, cuando pretende imaginar
Tal nativa grandeza y acude a los lugares
En que hombres y mujeres sin velos aparecen,
Siente envuelto su espíritu en tenebroso frío,
Ante ese negro cuadro que rebosa de espanto.¡
Oh monstruosidades llorando sus vestidos!¡
Oh ridículos torsos que son propios de máscaras!
Pobres cuerpos torcidos, fláccidos o ventrudos,
Que el Señor de lo útil, sereno e implacable,
Envolvió desde niños en pañales de bronce.
Y vosotras, mujeres, pálidas como cirios,
En quienes la lujuria se ceba, y esas vírgenes
Arrastrando la herencia de los maternos vicios¡
Y todos los horrores de la fecundidad!
Tenemos, ello es cierto, naciones corrompidas,
A los antiguos pueblos de ignorado esplendor:
Los rostros devorados por las llagas cordiales
Y algo que llamaríamos desmayadas bellezas;
Más esas invenciones de las musas tardías,
Jamás impedirán a las razas decrépitas
Rendir a las más jóvenes un profundo homenaje,
-A la juventud santa de simple y dulce frente,
De mirar claro y limpio como agua saltarina
,Y que marcha, inconsciente, por doquier esparciendo,
como el azul del cielo, las flores y los pájaros,
Sus perfumes, sus cánticos y sus suaves calores.

29 d’oct. 2007

Madame Bovary (6),El contexto histórico.

Carlos Luis Napoleón Bonaparte

Madame Bovary transcurre durante los años del Segundo Imperio, bajo el reinado de Carlos Luís Napoleón Bonaparte. Hemos de retroceder un tiempo para conocer la filiación de nuestro personaje: Carlos Luis Napoleón Bonaparte era sobrino del emperador Napoleón Bonaparte. Tras la caída de éste- en 1814- y la restauración de los Borbones en el cetro francés, se exilia en Londres. Volverá a Francia cuando se han apagado los fuegos de la revolución de 1848 y ha caído Luís Felipe I, el Rey ciudadano y último Borbón. Proclamada la II República. el autoinvestido heredero de los derechos dinásticos de los Bonaparte, concurre a las elecciones a Presidente de la República. Vence las mismas por una amplia mayoría (por primera vez hay sufragio universal masculino) gracias a su apellido y un programa basado en el retorno al orden roto por la revolución , la tradición y la religión católica. Es ampliamente respaldado por la gente de las pequeñas y medianas ciudades y del campo. El 2 de diciembre de 1851 da un golpe de Estado que amplia sus atribuciones gracias a la Constitución de 14 de enero de 1852, frente al resto de poderes del estado. En noviembre del mismo año, proclama el nacimiento de un nuevo Imperio Francés, el Segundo, bajo la mano de un nuevo Napoleón. Va a reinar de 1852 a 1863 bajo el nombre de Napoleón III.

Karl Marx realizó un lucido y divertido ensayo sobre tan singular personaje en su obra "EL DIECIOCHO BRUMARIO DE LUIS BONAPARTE", ( la fecha recuerda el 9 de noviembre de 1799, fecha del golpe de estado de su tío-¿tradición familiar?- que se publicó en paralelo a los hechos que narra (New York 1852).
Aquí os transcribo su genial arranque:
"Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa. Caussidiére por Danton, Louis Blanc por Robespierre, la Montaña de 1848 a 1851 por la Montaña de 1793 a 1795, el sobrino por el tío. ¡Y la misma caricatura en las circunstancias que acompañan a la segunda edición del dieciocho brumario!

Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen arbitrariamente, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo circunstancias directamente dadas y heredadas del pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Así, Lutero se disfrazó de apóstol Pablo, la revolución de 1789-1814 se vistió alternativamente con el ropaje de la República Romana y del Imperio Romano, y la revolución de 1848 no supo hacer nada mejor que parodiar aquí al 1789 y allá la tradición revolucionaria de 1793 a 1795. Es como el principiante que ha aprendido un idioma nuevo: lo traduce siempre a su idioma nativo, pero sólo se asimila el espíritu del nuevo idioma y sólo es capaz de producir libremente en él cuando se mueve dentro de él sin reminiscencias y olvida en él su lengua natal.

Si examinamos aquellas conjuraciones de los muertos en la historia universal, observamos en seguida una diferencia que salta a la vista. Camille Desmoulins, Danton, Robespierre, Saint-Just, Napoleón, lo mismo los héroes que los partidos y la masa de la antigua revolución francesa, cumplieron, bajo el ropaje romano y con frases romanas, la misión de su tiempo: es decir, la eclosión e instauración de la sociedad burguesa moderna. Los primeros destrozaron la base del feudalismo y segaron las cabezas feudales que habían brotado en ella. Napoleón creó en el interior de Francia las condiciones bajo las cuales podía desarrollarse la libre concurrencia, explotarse la propiedad territorial parcelada, utilizarse las fuerzas productivas industriales de la nación, que habían sido liberadas; mientras que del otro lado de las fronteras francesas barrió por todas partes las formaciones feudales, en el grado en que esto era necesario para rodear a la sociedad burguesa de Francia en este continente europeo de un ambiente adecuado, acomodado a los tiempos. Una vez instaurada la nueva formación social, desaparecieron los colosos antediluvianos, y con ellos el romanismo resucitado: los Bruto, los Graco, los Publicóla, los tribunos, los senadores y hasta el mismo César. Con su sobrio realismo, la sociedad burguesa se había creado sus verdaderos intérpretes y portavoces en los Say, los Cousin, los Royer-Collard, los Benjamín Constant y los Guizot; sus verdaderos gereralísimos estaban en las oficinas comerciales, y la "cabeza mantecosa" de Luis XVIII era su cabeza política. Completamente absorbida por la producción de la riqueza y por la lucha pacífica de la concurrencia, ya no se daba cuenta de que los espectros del tiempo de los romanos habían velado su cuna. Pero, por muy poco heroica que la sociedad burguesa sea, para traerla al mundo habían sido necesarios, sin embargo, el heroísmo, la abnegación, el terror, la guerra civil y las batallas de los pueblos. Y sus gladiadores encontraron en las tradiciones clásicamente severas de la República Romana los ideales y las formas artísticas, las ilusiones que necesitaban para ocultarse a sí mismos el contenido burguesamente limitado de sus luchas y mantener su pasión a la altura de la gran tragedia histórica. Así, en otra fase de desarrollo, un siglo antes, Cronvwell y el pueblo inglés habían ido a buscar en el Antiguo Testamento el lenguaje, las pasiones y las ilusiones para su revolución burguesa. Alcanzada la verdadera meta, realizada la transformación burguesa de la sociedad inglesa, Locke desplazó a Habacuc (profeta israeli).

En aquellas revoluciones, la resurrección de los muertos servía, pues, para glorificar las nuevas luchas y no para parodiar las antiguas, para exagerar en la fantasía la misión trazada y no para retroceder en la realidad ante su cumplimiento, para encontrar de nuevo el espíritu de la revolución y no para hacer vagar otra vez su espectro.

En el período 1848-1851, no se hizo más que evocar el espectro de la antigua revolución, desde Marrast, el republicano de guante blanco, que se disfrazó de viejo Bailly, hasta el aventurero que esconde sus vulgares y repugnantes rasgos bajo la férrea mascarilla mortuoria de Napoleón. Todo un pueblo que creía haberse dado un impulso acelerado por medio de una revolución, se encuentra de pronto retrotraído a una época fenecida, y para que no pueda haber engaño sobre la recaída, reaparecen las viejas fechas, el viejo calendario, los viejos nombres, los viejos edictos (entregados ya, desde hace largo tiempo, a la erudición de los anticuarios) y los viejos esbirros, que parecían haberse podrido desde mucho tiempo antes. La nación se parece a aquel inglés loco de Bedlam (manicomio de Londres) que creía vivir en tiempo de los viejos faraones y se lamentaba diariamente de las duras faenas que tenía que ejecutar como cavador de oro en las minas de Etiopía, emparedado en aquella cárcel subterránea, con una lámpara de luz mortecina sujeta en la cabeza, detrás el guardián de los esclavos con su largo látigo y en las salidas una turbamulta de mercenarios bárbaros, incapaces de comprender a los forzados ni de entenderse entre sí porque no hablaban el mismo idioma. “¡ Y todo esto — suspira el inglés loco — me lo han impuesto a mí, a un ciudadano inglés libre, para sacar oro para los antiguos faraones!" "¡Para pagar las deudas de la familia Bonaparte!", suspira la nación francesa. El inglés, mientras estaba en uso de su razón, no podía sobreponerse a la idea fija de obtener oro. Los franceses, mientras estaban en revolución, no podían sobreponerse al recuerdo napoleónico, como demostraron las elecciones del 10 de diciembre. ( El 10 de diciembre de 1848, Luis Bonaparte fue elegido por sufragio universal presidente de la República Francesa.) Ante los peligros de la revolución se sintieron atraídos por el recuerdo de las ollas de Egipto, y la respuesta fue el 2 de diciembre de 1851. No sólo caricaturizaron la caricatura del viejo Napoleón, sino que caricaturizaron el viejo Napoleón mismo, tal como necesariamente tiene que aparecer a mediados del siglo xix.
La revolución social del siglo xix no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo xix debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar consciencia de su propio contenido. Allí, la frase desbordaba el contenido; aquí, el coritenido desbordaba la frase.

La revolución de febrero cogió desprevenida, sorprendió a la vieja sociedad, y el pueblo proclamó este afortunado golpe de mano inesperado como una hazaña de importancia universal con la que se abría la nueva época. El 2 de diciembre, la revolución de febrero es escamoteada por la voltereta de un jugador tramposo, y lo que parece derribado no es ya la monarquía, son las concesiones liberales que le habían sido arrancadas por seculares luchas. Lejos de ser la sociedad la que se conquista a sí misma un nuevo contenido, parece como si simplemente el Estado volviese a su forma más primitiva, a la dominación desvergonzadamente simple del sable y la sotana. Así contesta al coup de main de febrero de 1848 el coup de tete de diciembre de 1851. Por donde vino, se fue. Sin embargo, el intervalo no ha pasado en vano. Durante los años de 1848 a 1851, la sociedad francesa asimiló, y lo hizo mediante un método más rápido, por ser revolucionario, los estudios y las experiencias que en un desarrollo normal, académico, diríamos, habrían debido preceder a la revolución de febrero, para que hubiera sido algo más que un estremecimiento superficial. Hoy, la sociedad parece haber retrocedido más allá de su punto de partida; en realidad lo que ocurre es que tiene que empezar por crearse el punto de partida revolucionario, la situación, las relaciones, las condiciones sin las cuales no adquiere un carácter serio la revolución moderna.

Las revoluciones burguesas, como las del siglo XVIII, avanzan arrolladoramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, los hombres y las cosas parecen iluminados por fuegos diamantinos, el éxtasis es el estado permanente de la sociedad; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan en seguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad, antes de haber aprendido a asimilar serenamente los resultados de su período impetuoso y turbulento. En cambio, las revoluciones proletarias, como las del siglo xrx, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la ilimitada inmensidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodus, hic salta! ¡Aquí está Rodas, salta aquí!

Por lo demás, cualquier mediano observador, aunque no hubiese seguido paso a paso la marcha de los acontecimientos en Francia, tenía que presentir que esperaba a la revolución una inaudita vergüenza. Bastaba con escuchar los engreídos ladridos de triunfo con que los señores demócratas se felicitaban mutuamente por los efectos milagrosos que esperaban del segundo domingo de mayo de 1852 (se extinguían los poderes presidenciales de Luis Bonaparte). El segundo domingo de mayo de 1852 habíase convertido en sus cabezas en una idea fija, en un dogma, como en las cabezas de los quiliastas (creyentes en el segundo advenimiento de Cristo) el día en que había de reaparecer Cristo y comenzar el reino milenario. La debilidad había ido a refugiarse, como siempre, en la fe en el milagro: creía vencer al enemigo con sólo escamotearlo en la fantasía, y perdía toda la comprensión del presente ante la glorificación pasiva del futuro y de las hazañas que guardaba in petto, pero que aún no consideraba oportuno realizar. Aquellos héroes que se esforzaban en refutar su probada incapacidad compadeciéndose mutuamente y reuniéndose en un tropel, habían liado su hatillo, se embolsaron sus coronas de laurel a crédito y se disponían precisamente a descontar en el mercado de letras de cambio las repúblicas in partibus para las que, en el secreto de su ánimo poco exigente, tenían ya previsoramente preparado el personal de gobierno. El 2 de diciembre cayó sobre ellos como un rayo en cielo sereno, y los pueblos que en épocas de malhumor pusilánime gustan de dejar que los voceadores más chillones ahoguen su miedo interior, se habrán convencido quizás de que han pasado ya los tiempos en que el graznido de los gansos podía salvar al Capitolio.

La Constitución, la Asamblea Nacional, los partidos dinásticos, los republicanos azules y los rojos, los héroes de África, el trueno de la tribuna, el relampagueo de la prensa diaria, toda la literatura, los nombres políticos y las celebridades intelectuales, el código civil y el código penal, la liberté, égalité, jraternité y el segundo domingo de mayo de 1852: todo ha desaparecido como una fantasmagoría al conjuro de un hombre al que ni sus mismos enemigos reconocen como brujo. El sufragio universal sólo pareció sobrevivir un instante para hacer su testamento de puño y letra a los ojos del mundo entero y poder declarar, en nombre del propio pueblo: "Todo lo que existe merece perecer".

No basta con decir, como hacen los franceses, que su nación se vio sorprendida. A la nación, como a la mujer, no se les perdona la hora de descuido en que cualquier aventurero ha podido abusar de ellas por la fuerza. Con estas explicaciones no se aclara el enigma; no se hace más que presentarlo de otro modo. Quedaría por explicar cómo tres caballeros de industria pudieron sorprender y reducir a cautiverio, sin resistencia, a una nación de 36 millones."

28 d’oct. 2007

Madame Bovary (5),Literatura comparada, un ensayo sobre cuatro novelas del sglo XIX



Cuatro novelas adulterinas

por Miguel Arnas

La Madame Bovary fue publicada en 1857 y no sólo causó revuelo y escándalo, sino también ascendiente. Clarín admiraba la obra de su colega francés, y en 1885 acaba de escribir La Regenta. También Eça de Queiroz sentía devoción por la historia adulterina de Flaubert y en 1878 publica El primo Basilio, novela para la que el mismo Eça reconocía influjo flaubertiano. Tolstoi debió conocer la obra de Flaubert aunque no habla (que yo sepa) de su importancia para la redacción de Ana Karenina, escrita en 1877, tal vez porque su intención clara no era la de mostrar un adulterio, sino la de escribir una novela sobre su aldea para que fuese universal, por eso finalmente le entrega el peso de su narración a Levin, marido ejemplar (no de Ana sino de su concuñada Kitty), moralista y nada adulterino.

A lo peor estoy simplemente descubriendo la pólvora, pero no sólo las cuatro novelas se parecen en el tema sino que, en cierta forma, revelan el espíritu de cada una de las nacionalidades o lenguas desde las que fueron escritas. Si es que nadie me va a acusar de determinismo, claro, determinismo en el que tampoco yo creo por cuanto no tengo ni siquiera confianza en el dogma de la inevitabilidad del progreso humano.

Con todo, tal vez lo más interesante sea compararlas, de modo que vamos a ello.

No entro en la calidad de cada una de ellas, aunque sí parece seguro y acuerdo internacional que la Bovary es el prototipo de novela consagradísima. De La Regenta se ha dicho tanto que es la segunda novela en calidad en lengua española después del Quijote que ya da grima repetir el concepto. La portuguesa quizá sea la más desconocida (hecho odioso que en España conozcamos apenas la literatura lusitana) y, no obstante, es de una calidad del todo equiparable a las otras. Ana Karenina no es, a mi entender una gran novela si no es en alguno de sus aspectos, por ejemplo en el carácter atormentado y casi dostoievskiano de algunos aspectos de sus personajes, sobre todo, Levin, la misma Ana y el señor Karenin (Wronsky y Oblonsky son casi predecibles). Quizá ocurra que la grandeza de Guerra y paz oscurezca a la novela adulterina de Tolstoi.

De entrada, en las cuatro hay tres muertes y una supervivencia. Sólo de Anita Ozores nos evitamos el torpe espectáculo de presenciar su muerte. Los españoles siempre tan optimistas. Sin embargo, de las muertes de Luisa Mendoza, Bovary y Karenina, así como de la gran desgracia caída sobre la Regenta, sólo en tres casos tiene la culpa directamente el adulterio, porque la normanda Bovary no se suicida por amor no correspondido sino agobiada por las deudas impagables de las que inevitablemente se enterará su marido. Sin duda, el reinado de Luis Felipe en Francia debió favorecer tanto ese aburrimiento burgués consistente en atesorar bibelotes y exhibir lujos quiméricos, que la bella normanda no pudo sino caer en la estupidez.

La Regenta, es sabido, oscila entre el amor divino y el amor profano. Ese es otro defecto muy celtibérico, el falso misticismo, y digo falso porque no puede haber misticismo con curas, sólo puede haberlo sin curas. Hastiada de un marido que le hace poco caso (se llega a decir que prefiere un macho de perdiz a los placeres del matrimonio, no sé si en clarísima indirecta de perversión o Dios sabe qué), y aburrida de una ciudad provinciana española, Ana Ozores se siente inclinada, primero hacia la poesía, luego hacia la religión, y a partir de ahí, llevada por la variación de sus estados nerviosos, impulsada a los brazos del señorito donjuanesco de la villa, o a la influencia moral y religiosa del canónigo Fermín de Pas. Cuando finalmente ella necesita de veras el consuelo de la religión y, personalizando, el de su confesor, éste, buen mozo secretamente enamorado de ella pero para quien es mucho más importante su posición de vicario del Obispo y Provisor de la catedral que el amor mundano, muy cristianamente le niega ese consuelo.

Ana Mendoza de Brito Carvalho, esposa de Jorge, ingeniero a quien envían con una misión al Alentejo portugués durante un verano, acaba, en El primo Basilio, encamada con el susodicho primo, indiano, como diríamos en España, que ha corrido mundo y enriquecido. Basilio, egoísta, como todos los amantes de las novelas comentadas, menos Wronsky, la abandona a su suerte cuando se las ve maldadas.

La señora Karenina se enamora de un militar, encandilada por ese aura que los uniformes tienen, aún más que lo tenían en los países latinos, en los germanos y eslavos. No contenta con enamorarse de él, deja marido e hijo y huye, aunque finalmente vuelve con la obsesión, muy lógica por otra parte, de recuperar al niño y, de ser posible, presionar para que viva con ella. La alta sociedad moscovita y petersburguesa la repudian, el marido se niega en redondo, aunque en principio aparece tentado de concederle divorcio e hijo, aunque más por un prurito racionalista de no pelear que por bondad misma. Ana Karenina es la única, de las cuatro adúlteras, que tiene un hijo (sic). Eso la marca ineluctablemente por encima de las otras. Pero su suicidio es por inseguridad, por pesimismo eslavo: se persuade a sí misma de que Wronsky ya no la ama, y perdido definitivamente el hijo, con complejo de culpa ante la falsa bondad de Karenin, el marido, y con la marginación social que la atosiga, se tira a la vía del tren.

Desde luego, en un adulterio femenino hay dos personas más que cuentan: el marido y el amante. El marido de la Karenina no es bondadoso ni impotente sino extremadamente frío. Karenin es un tecnócrata, un ministro del zar eficaz, un buen marido y padre pero a quien no se le puede pedir un detalle de cariño, una caricia y menos un beso, un hombre que siempre pone entre piel y piel la ironía. En cambio, Wronsky es apasionado, divertido, algo artista, aunque tarde o temprano se habría convertido, si no en frío, sí en normal.

Jorge es el excelente marido de Luisa pero en el momento del adulterio está lejos del hogar. Luisa necesita su cuota diaria de ternura y sexo, y es por eso que se mete en la cama sucia (Basilio alquila un picadero en un barrio mísero de Lisboa, pero por mísero también discreto) de su primo, que es un imbécil lujurioso. En cambio, Eça nos pinta a un Jorge extraordinario, un hombre cariñoso que ama de veras a su mujer y es amado por ella. De hecho, cuando Basilio se va dejándole el grave problema (del que más tarde hablaré) a Luisa, ella vuelve a Jorge más enamorada que nunca. Incluso llega a comparar, comparación de la que sale ganando el marido. Es al enterarse Jorge de la infidelidad de su mujer que ella cae en una fiebre nerviosa y muere como consecuencia de ella.

Charles Bovary es un buen hombre cuyo mayor defecto es ser pobre y demasiado ignorante, incapaz e infortunado como para enriquecerse. Bovary es un provinciano, un pequeñoburgués, pero ¿a qué aspiraba Emma?: a todo, claro está. Rodolfo, el primer amante es todo lo contrario, un ocioso rentista, culto y refinado, pero egoísta y cobarde capaz de escribir jesuíticamente a su amante diciéndole que es su deber pedirle abandone la idea de huir con él, ¡y pedírselo por el bien de ella, pues caería en la deshonra! León, el joven segundón es eso, joven y apasionado, pero también cobarde y demasiado pobre para ayudar a Emma. Cuando Charles se entera de su traición, Emma ya ha muerto por ingerir arsénico, desesperada al no poder pagar las deudas con monsieur Lheureux, el tendero. Claro, la herencia de su esposa deja a Charles en una miseria aún más profunda de la que ya vivía meses antes del suicidio de ésta.

Respecto a Quintanar, el marido de Ana Ozores, es uno de esos cretinos convencido de que a partir de cierta edad (está en la sesentena) ya no existe impulso erótico, y tanto es así que sólo da castos besitos en la frente a la joven Ana y la trata de hija. Esa dejadez es la culpable, en el fondo, de que ella se sienta tentada por todo y enferme de los nervios. Esa dejadez y algo que insinúa Alas sin decirlo claro: la impotencia o eyaculación precoz de don Víctor Quintanar, porque en un momento alude muy veladamente a la excitación insatisfecha de ella en los primeros años de matrimonio. Ana acaba acostándose con Álvaro, el donjuan pueblerino (incluso en su mismo dormitorio de la casa conyugal), porque en él sí siente esa ternura y potencia que jamás sintió, pero le pide constancia matrimonial, cosa que ella misma sabe será imposible. Respecto al Magistral, Fermín de Pas, prefiere su estado y su poder a cualquier amor profano, y desde luego el tema le sirve a Clarín para denunciar el cretinismo irredimible de la Iglesia española. Porque Fermín, a pesar de todas sus buenas palabritas, es un ultramontano, alguien que, sin dudarlo, quemaría en la pira a cualquier místico por mucho que provoque ese misticismo falso en Ana. Ella no lo ve en ningún momento como posible amante, le repele la idea de ser amada por un clérigo, aunque se percata del enamoramiento, nada místico y sí muy carnal, de su confesor. Pero él prefiere el poder que le otorga ser director espiritual de la dama más importante de Vetusta (o al menos la más famosa por su virtud aparentemente inquebrantable), que sincerarse en ese amor. La Iglesia, ya se sabe, siempre ha pregonado el amor al prójimo y siempre ha acabado por reprimirlo, incluso a sangre y fuego.

Hay una cuarta persona en lid en todo esto, al menos en tres de las novelas: la o las criadas. El papel más importante se lo lleva la señora Juliana, criada de Luisa Mendoza, que chantajea a su ama con cartitas destinadas a su amante y primo Basilio, y que ella redime de la papelera. La cocinera, señora Juana, más bruta y lujuriosa que Juliana, pero menos interesada en el dinero, es el contrapunto a la maldad de su compañera de faena. En realidad es Juliana la que desencadena toda la desgracia de Luisa, cuyo adulterio habría pasado desapercibido para todos de no haber sido por la extorsión de la criada y su mal carácter, que obliga incluso a Luisa, señora de la casa, a realizar tareas caseras como planchar o fregar. Es la venganza del pobre que aspira a ser rico.

En las otras tres novelas, las criadas tienen poco papel, aunque en La Regenta, Petra también colabora a desencadenar el desastre, si bien la idea genial, malvada, endemoniada, es del clérigo Fermín de Pas. La Bovary tiene más ayuda que otra cosa de su criada, y en la Karenina, los criados apenas cuentan si no es el pequeño detalle del portero de la casa de los Karenin dejando entrar a Ana para ver a su hijo. Para los rusos, los bárbaros mujiks siempre han contado poco si no es en las elucubraciones sociales de Levin y para exterminarlos en los Gulags.

La opinión pública es decisiva en las cuatro, claro está, aunque en la francesa se nota ese espíritu norteño en el cual la privacidad de la vida de cada uno es vital y a nadie importa nada de los demás. En las dos novelas peninsulares, el omnipresente chismorreo vecinal y de la buena sociedad es definitivo. En la rusa, en cambio, el de la alta sociedad es el único que cuenta.

Se han vertido ríos de tinta insistiendo en la idea de que estas novelas decimonónicas reconocen, por primera vez en la historia, o casi, el deseo femenino. En la que fue origen de la moda, madame Bovary más quisiera la independencia económica que un erotismo desaforado porque para ella sus amantes no son sino excusa para vivir una vida novelera, exótica. Con todo, Flaubert nos viene a decir que la independencia económica la emplearía Emma en hacer locuras, porque la Bovary es boba, y así lo quiso el novelista, la Bovary es producto de una sociedad ¿bibelotiana?. En realidad, la única para quien su sexo está en su sitio y tiene la importancia que hoy sabemos tiene, es para Luisa Mendoza, la lisboeta. Las dos Anas, Karenina y Ozores, están más necesitadas de atenciones, ternura y afecto que otra cosa. Así, pues, en cuanto a modernidad, la de veras moderna es Luisa, mujer que, de haber nacido hoy, no saldría a la calle sin llevar preservativos en el bolso.

Y sin embargo, no acaban aquí los condicionantes para el adulterio de estas cuatro mujeres. Hay otro importantísimo y también clarificador de la manera de ser de las sociedades nacionales de los cuatro países. Ese condicionante es el quijotismo, es decir, la capacidad de tomarse en serio, de creerse a pies juntillas, románticamente, las patrañas de los libros. La rusa es muy leída, y por ello mismo sueña un mundo de vacaciones, artístico (de hecho, cuando huye con Wronsky acaban en Italia, que debió ser entonces para la alta sociedad como hoy irse a Cancún para la baja). La francesa se ha hartado (y Flaubert también se hartó para ambientarse) de leer novelitas rosa, en las que l'amour tiene un toque de palmeras y dunas en la Riviera, aunque en la Riviera no haya ni palmeras ni dunas. La portuguesa también lee para entretenerse y, de hecho, sueña con ser raptada por Basilio, ser llevada a París, fuera de esa provincia apartada que en Europa significaba Lisboa, cuyos habitantes pensaban incluso en Madrid como lugar mucho más divertido y depravado que su ciudad. La que menos lee es la española (leer en España siempre ha sido un riesgo de acabar en la hoguera o fusilado) y lo poco que lee es el Kempis y a los místicos. Por eso, cuando le da por ser poetisa, antes de casarse, intenta imitar a Fray Luis de León o a San Juan de la Cruz (y por cierto que sus educadores le siegan la hierba a los pies, consiguiendo arrancarle la funesta manía de escribir versos, tan impropia de una mujer; como consiguen arrancarle casi todo; por eso puede declararse sin ambages que La Regenta es la más feminista de todas porque sin hablar demasiado claro de sexo, como sí hace Eça, sí reclama independencia y formación para las mujeres de su época). Y son esas lecturas místicas las que la llevan a los sórdidos brazos espirituales del Magistral, brazos nefastos que ni siquiera le darán gusto alguno y que finalmente, como ya he dicho, la dejan cristianamente desasistida, sola, desamparada del único consuelo que ya podía quedarle a una mujer en su circunstancia: la religión. Pero el quijotismo, en el sentido que yo uso la palabra, de Ana Ozores es el de tomarse en serio, no sus lecturas, sino la religión, esa religión de zanahoria y zurriagazo tan abundante en nuestro país. Tal es el error de Ana. Y digo error, y lo mantengo, porque a cualquier religión le ha ido bien mientras no se ha tomado demasiado en serio a sí misma, cuando ha sido no más que medio para lograr otra cosa. El poder, por ejemplo. En ese fundamentalismo, diríamos, han caído sólo los bobos mientras los listillos hacían su agosto. Piénsese, si no, en el esplendor de Al-Andalus y las frecuentes trasgresiones del islamismo que practicaban sus dirigentes. Piénsese en la grandeza del imperio español donde la religión no era sino una forma de conseguir la unidad política, y cómo decayó hasta extremos inauditos cuando no supo adaptarse, no porque no fuera capaz sino porque se vio prendida en su propia trampa: tomarse en serio aquello que pregonó. Ana Ozores cae en la trampa. También Fermín de Pas pero él conserva el poder por no tomársela tan al pie de la letra, por no ser un Quijote. De hecho, don Fermín se acuesta con la lujuriosa criada Petra sólo por que le dé, a cambio, información. El 6º y el 9º pueden irse a tomar viento si a cambio se puede transgredir el 1º: no tendrás más dioses que a mí, y la información, el poder, es un dios mucho más importante y tentador que Dios.


26 d’oct. 2007

23 d’oct. 2007

Madame Bovary (4), La opinión de un novelista

Manuscrito Madame Bovary

Flaubert, nuestro contemporáneo
por Mario Vargas Llosa

¿Qué puede aprender de Madame Bovary un novelista de nuestros días? Todo lo esencial de la novela moderna: que ésta es arte, belleza creada, un objeto artificial que produce placer por la eficacia de una forma que, como en la poesía, la pintura, la danza o la música, es en la novela el factor determinante del contenido.
Antes de Flaubert, los novelistas intuían la función neurálgica de la forma en el éxito o el fracaso de sus historias, y el instinto y la imaginación los conducían a dar coherencia estilística a sus temas, a organizar los puntos de vista y el tiempo de manera que sus novelas alcanzaran una apariencia de autonomía. Pero sólo a partir de Flaubert ese saber espontáneo, difuso e intuitivo, se vuelve conocimiento racional, teoría, conciencia artística.
Flaubert fue el primer novelista moderno porque fue el primero en comprender que el problema básico a la hora de escribir una novela es el narrador, ese personaje que cuenta —el más importante en todas las historias— y que no es nunca quien escribe, aun en los casos en que cuente en primera persona y haga pasar por suyo el nombre del autor. Flaubert entendió, antes que nadie, que el narrador es siempre una invención. Porque el autor es un ser de carne y hueso y aquél una criatura de palabras, una voz. Y porque el autor tiene una existencia que desborda las historias que escribe, que las antecede y que las sigue, en tanto que el narrador de una historia sólo vive mientras la cuenta y para contarla: nace y muere con ella y su ser es tan dependiente de ella como ella lo es de él.
Con Flaubert, los novelistas perdieron la inocencia con que antes se sentaban ante su mesa de trabajo y transubstanciándose en un narrador —creyendo que se transubstanciaban en un narrador— se disponían a contar sus historias desde un yo intruso, que, sin formar parte de aquella realidad que describía, delataba todo el tiempo su arbitraria presencia, porque lo sabía todo, siempre mucho más de lo que un personaje podía saber sobre los otros personajes, y que, al mismo tiempo que narraba, opinaba impúdicamente, interfiriendo en la acción y delatando, mediante ucases, la escasa o nula libertad de que gozaban sus criaturas, esos hombres y mujeres a los que sus intromisiones privaban de libre albedrío y convertían en títeres. Es verdad que en las grandes novelas clásicas, los personajes conseguían emanciparse de ese yugo y conquistar su libertad, como el Quijote, pero aun en esos casos excepcionales, la libertad del personaje era una libertad vigilada, provisoria, amenazada siempre de recortes por la irrupción súbita y abusiva del narrador-Dios, egolátrico, exhibicionista, capaz a veces, como el de Los Miserables de Victor Hugo, de interrumpir la historia novelesca para introducir largos paréntesis —verdaderos collages— sobre la batalla de Waterloo o la importancia del excremento humano como fertilizante de la naturaleza.
Flaubert introdujo en la narrativa aquella "sospecha" de la que habló Nathalie Sarraute en L'Ère du supçon. Para ser "creíble" no bastaba que un narrador tuviera una prosa excelsa y una fantasía afiebrada. Por el contrario, todo aquello que delatara su presencia arbitraria —no justificada por las necesidades de la anécdota— conspiraba contra el poder persuasivo de la historia y debilitaba la verosimilitud de lo narrado. El narrador no podía permitirse ya, como antaño, ofrecerse en espectáculo sin arrasar con la credibilidad de la historia, el único espectáculo admisible dentro de una novela y en el que el requisito esencial para su éxito era la ilusión de libertad que debían comunicar al lector sus personajes en lo que hacían o dejaban de hacer. Como no es posible que una novela no tenga un progenitor, no salga de una cabeza y una mano ajenas a ella, a fin de que aquel espectáculo pareciera tan espontáneo y libre "como la vida misma", Flaubert perfeccionó una serie de recursos narrativos encaminados a invisibilizar la presencia del intruso irremediable y convirtió al narrador en ese fantasma que es todavía en las novelas modernas, cuando no asume el papel de un simple personaje entre los otros, implicado como ellos en la trama, y que no goza de ningún privilegio de omnisciencia ni ubicuidad y está tan condicionado como aquéllos en lo que sabe, hace y ve.
Flaubert fue el primer novelista en tomar conciencia clara de que para transmitir al lector la impresión de vida propia que dan las buenas historias, la novela debía aparecer a sus ojos como una realidad soberana, autosuficiente, no parásita de la vida exterior a ella —la vida real— y que esa ilusión de soberanía, de autonomía total, una novela la lograba únicamente mediante la eficacia de la forma, es decir, del estilo y el orden de esa representación de la vida que toda ficción aspira a ser.
Para conseguir la autonomía de la ficción, Flaubert se valió de dos técnicas que usó genialmente en la primera de sus obras maestras, Madame Bovary: la impersonalidad o invisibilidad del narrador y le mot juste, la precisión y economía de un lenguaje que diera la sensación de ser tan absolutamente necesario que nada faltaba ni sobraba en él para la realización cabal de lo que se proponía contar.
A partir de Flaubert los buenos novelistas no lo fueron sólo por el vuelo de su imaginación, lo atractivo de sus historias, el relieve y la figura de sus criaturas, sino, sobre todo, por su manejo de las palabras, los alardes de su técnica, las astucias de su empleo del tiempo y la originalidad arquitectónica de sus historias. Desde Flaubert, los novelistas siguieron siendo soñadores, fantaseadores, memoriosos; pero, ante todo, fueron estilistas, relojeros de palabras, ingenieros de cronologías, planificadores minuciosos de la aventura humana. Las alucinaciones y videncias siguieron estando permitidas, a condición de que cuajaran en una prosa adecuada y una estructura funcional. Ni el genio de un Proust, ni el de Joyce, ni el de Virgina Woolf, ni el de Kafka, ni el de Faulkner, hubieran sido posibles sin la lección de Flaubert.
En vez de inaugurar el "realismo", como dice un arraigado lugar común, con Madame Bovary Flaubert revolucionó la tradicional noción de "realismo" en literatura como imitación o reproducción fiel de la realidad. Todas las ideas de Flaubert sobre la novela, elaboradas a lo largo de toda su vida y diseminadas en su correspondencia —el más lúcido y profundo tratado sobre el arte narrativo que se haya escrito— llevan irremediablemente a descartar aquella noción como quimérica y a sostener lo contrario: que entre la realidad real y la realidad novelesca no hay identificación posible sino una distancia infranqueable, la misma que separa el fantasma del hombre de carne y hueso o al espejismo del desierto en el que aparecen sus frescas cascadas y sus hospitalarios oasis. La novela no es un espejo de la realidad: es otra realidad, creada de pies a cabeza por una combinación de fantasía, estilo y artesanía. Ella es siempre "realista" o nunca lo es, con prescindencia de que cuente una historia tan verificable en la realidad como la de Emma Bovary o la Frédéric Moreau, o tan fabulosa y mítica como las tentaciones que resistió San Antonio en el desierto o las operáticas batallas de los mercenarios de Salambó en la exótica tierra de Cartago.
Desde Flaubert el "realismo" es también una ficción y toda novela dotada de un poder de persuasión suficiente para seducir al lector es realista —pues comunica una ilusión de realidad— y toda novela que carece de ese poder es irreal.
La brevísima expresión le mot juste encierra todo un mundo. ¿Qué es, cómo se mide la exactitud y la precisión de un discurso narrativo? Flaubert creía que sometiendo cada frase —cada palabra— a la prueba del gueuloir o del oído. Si, leyéndola en alta voz, sonaba de manera armoniosa y nada chirriaba ni desentonaba en ella, la frase era la perfecta expresión del pensamiento, había una fusión total entre palabras e ideas, y el estilo alcanzaba su máxima eficacia. "Plus une idée est belle, plus la phrase est sonore; soyez-en sûr. La précision de la pensée fait (et est elle-même) celle du mot." ("Mientras más bella es una idea, más sonora es la frase. Créame: la precisión del pensamiento determina —y es ella misma— la de la palabra.") (Carta a Mlle. Leroyer de Chantepie, del 12 de diciembre de 1857.) En cambio, si, sometida a esa prueba oral, algo —una sílaba, un silencio, una cacofonía, un bache auditivo— estropeaba la fluidez musical de la expresión, no eran las palabras sino las ideas las que tropezaban y las que era preciso revisar. Esta fórmula fue válida para Flaubert, pero el principio del mot juste no implica que haya una única manera de contar todas las historias, sino, más bien, que cada historia tiene una manera privilegiada de ser contada, una manera gracias a la cual esta historia alcanza su máximo poder de persuasión.
La palabra justa lo es sólo en función de lo que las palabras quieran contar. La economía del discurso en los cuentos de Borges es tan indispensable a sus ceñidas parábolas como las anfractuosidades oleaginosas del lenguaje en las reminiscencias de Proust: lo importante es que las palabras y lo que dicen, sugieren o suponen formen una identidad indestructible, un todo sin cesuras, y que no ocurra lo que en las malas novelas —por eso lo son—, que la historia y la voz que la cuenta de repente se distancien, porque, como en los matrimonios fracasados, ya no se llevan bien y se han vuelto incompatibles. Ese divorcio se consuma cada vez que el lector de una novela advierte de pronto que aquello que lee no es, no se va haciendo ante sus ojos como por arte de magia, que en verdad le está siendo contado, y que hay, entre quien cuenta y lo que cuenta, cierta incompatibilidad. Esa toma de conciencia de una forma y un contenido distintos, alérgicos entre sí, mata la ilusión y desacredita la anécdota.
Le mot juste quiere decir funcionalidad, un estilo que se ajusta como un guante a la historia y que se funde en ella como esos zapatos que se vuelven pies en un célebre cuadro surrealista de Magritte: Le modèle rouge (1935). No hay, pues, un estilo, sino tantos como historias logradas, y en un mismo autor los estilos pueden cambiar, como cambian en Flaubert: la prosa precisa, escueta, fría y "realista" de Madame Bovary y La educación sentimental, se vuelve lírica, romántica, por momentos visionaria y mítica en La tentación de San Antonio y Salambó, y erudita, científica, preñada de ironías y sarcasmos y con resabios de humor, en la inconclusa Bouvard y Pécuchet. La "conciencia de estilo" que caracteriza al novelista moderno se debe, en gran medida, a esa desesperación con que Flaubert luchó toda su vida para escribir ese imposible libro "sobre nada", que fuera hecho "sólo de palabras", del que habló en su correspondencia a Louise Colet. Todos lo son, desde luego, pero la gran paradoja es que las obras maestras como las que él escribió parecen justamente lo opuesto: ser historia, realidad, vida, que existen y ocurren por sí mismas, por su propia verdad y fuerza, sin necesidad de esas palabras que han desaparecido en ellas para que los hechos, las personas y los paisajes sean más ciertos y visibles.
Cuando Madame Bovary apareció, algunos críticos la acusaron de fría y casi inhumana debido a la objetividad con que la historia estaba contada. Ocurre que juzgaban con el telón de fondo de las novelas románticas en las que el narrador intruso gemía y se condolía por las desventuras de sus héroes. En la novela flaubertiana las reacciones emocionales ante los sucesos de la historia correspondían al lector, la función del narrador era poner bajo los ojos de aquél estos sucesos de la manera más objetiva posible, dejándolo en plena libertad de decidir por sí mismo si, ante las peripecias de la historia, entristecerse, alegrarse o bostezar. Lo que en otras palabras significa que Flaubert al elaborar una manera de narrar que hacía de los personajes de una historia seres libres, libraba al mismo tiempo al lector de la servidumbre a que lo sometían las novelas clásicas que, al mismo tiempo que una historia, le infligían una única manera de leerla y de vivirla. Por eso, si hay que resumir en una fórmula la contribución de Flaubert a la novela, puede decirse de él que fue el libertador del personaje y del lector. ~

Marzo de 2004

22 d’oct. 2007

Madame Bovary (3), Los Modelos

Lápida de Alice-Delphine Couturier

Se conoce la existencia de un modesto médico llamado Eugéne Delamare que fue discípulo del doctor Flaubert, que casó en primeras nupcias con una mujer mayor que él y que, después de enviudar, contrajo nuevo matrimonio con una joven llamada Alice-Delphine Couturier. Esta Madame Delamare fue sin duda el modelo más directo de la famosa adúltera flaubertiana. De ella sabemos que no tenía fortuna personal, que no era tampoco muy atractiva y que, en palabras de Máxime du Camp, íntimo amigo del escritor, «sufría de ninfomanía». Alice-Delphine tuvo una serie de amoríos, contrajo deudas y murió a los veintisiete años, el 6 de marzo de 1848, sin que haya habido ninguna prueba que permita hablar de suicidio.

El paralelismo de esta desgraciada historia conyugal —que se desarrolló en la región ruanesa, ya que el doctor Delamare era médico de la villa de Ry, probable modelo del Yonville de Flaubert— con el argumento de la novela es evidente; hay una multitud de detalles que coinciden (entre ellos los antecedentes del marido e incluso el hecho de que muriera un año después de su esposa), y parece claro que el escritor tuvo en cuenta estos hechos al imaginar el drama. En cualquier caso Ry se convirtió muy pronto en lugar de peregrinación de devotos flaubertianos, y en 1896 alguien robó la lápida de la tumba de Madame Delamare.

Otra adúltera que el novelista conoció muy bien fue Madame Pradier, casada con un célebre escultor que le doblaba la edad. Flaubert frecuentaba en París la casa de Pradier, quien había esculpido sendos bustos de su padre y de su hermana, y fue allí precisamente donde conoció a Víctor Hugo y vio por vez primera a Louise Colet. En 1833 el escultor había contraído matrimonio con una joven de diecinueve años, Louise Darcet, hija de un químico que había sido amigo y colega del doctor Flaubert. Madame Pradier, que a diferencia del personaje novelesco ya era viuda, y había heredado de su primer marido una importante fortuna, dio mucho que hablar por sus constantes aventuras amorosas, muchas de las cuales recuerdan episodios del libro.

Al igual que Madame Bovary, contrajo enormes deudas que inevitablemente terminaron originando un gran escándalo, y acosada por prestamistas, acreedores y alguaciles, tuvo el impulso de poner fin a su vida arrojándose al Sena. Pero no llegó a hacerlo, hubo una separación y murió muchos años después, en 1885, pobre y retirada a un convento. Parece indudable que influyó en las características que en la novela se atribuyen a Emma.

21 d’oct. 2007

Madame Bovary (2), Gustave Flaubert, el autor

Gustave Flaubert

Gustave Flaubert nace en diciembre de 1821 en Rúan (Francia), en el hospital de la ciudad en el que su padre es cirujano jefe. De sus hermanos sólo sobrevivirán dos; el mayor, Achule, será también cirujano, y sustituirá a su padre en su puesto del hospital, sin ejercer ninguna influencia en el escritor; pero Caroline, nacida en 1824, será inseparable de Gustave. Será su amiga y confidente. La madre, de soltera Caroline Fleuriot, alcanzó una edad avanzada, y fue otro de los grandes amores de Flaubert. Nuestro autor es el prototipo del artista solterón, mimado y, a veces, tiranizado por el cariño maternal.
Su niñez no tuvo gran historia. Varios años de duro internado en el Colegio de Rúan, despertándose a las cinco de la madrugada a toque de tambor, lecturas apasionadas de El Quijote, vacaciones familiares en Pont-l'Evéque y Trouville... En la playa de esta última, en 1836, se topó con su gran pasión de adolescente, un amor imposible por Madame Schlesinger, once años mayor que él, que será la Madame Arnóux de La educación sentimental ( L‘Education sentimentale).

Estos primeros amores contrariados se expresan en forma literaria con un fuerte sabor romántico, como indican los títulos de sus obras juveniles que quedaron inéditas: Rabia e impotencia (Rage et impussance), Sueño de infierno (Revé d'enfer), Pasión y virtud (Passion et vertu), La danza de los muertos (La dance des Morts), Memorias de un loco (Memoi-res d'un fou)... Entretanto, se gradúa en bachillerato y emprende un viaje por los Pirineos y Córcega. En 1841 se instala en París para estudiar Derecho

En enero de 1844, en el curso de un viaje a Pont-l'Evéque, sufre un síncope que él mismo describió así: «He tenido una congestión cerebral como si dijéramos un ataque de apoplejía en miniatura, acompañado de trastornos nerviosos». Aquel episodio fue un ataque de epilepsia.

Pronto abandona sus estudios de Derecho, deja París para recluirse en una finca de Croisset, que había comprado su padre, y renuncia a todos sus proyectos para no pensar más que en la literatura. En 1846 muere su padre y al cabo de poco también su hermana Caroline, después de haber dado a luz a la pequeña Caroline, la sobrina del escritor, que tanta importancia llegaría a tener en su vida. A partir de ahora Flaubert se retira a Croisset, aceptando una cómoda posición de pequeño rentista.

En los años siguientes habrá, una vez más, una relación sentimental con una mujer once años mayor que él, Louise Colet, poetisa y mujer de una gran belleza. En los dos años que duraron sus “encuentros” (1846-1848) los dos amantes sólo se vieron en contadas ocasiones. Se vuelve a producir una nueva crisis de su enfermedad y llega la ruptura con la que él llamaba «la Musa»… En 1848, encontrándose en París, la revolución estalla ante sus mismos ojos.

Pero la literatura y su estado de salud absorben toda su atención. Está escribiendo una extraña novela simbólica titulada La tentación de san Antonio (La Tentation de Saint Antoine). Como su médico le recomienda un viaje por países cálidos, emprenderá un largo recorrido (1849-1851) en compañía de su camarada Máxime du Camp por Egipto, Turquía, Palestina, Grecia e Italia.

En París otra vez es testigo de un gran cambio político, el golpe de Estado de Luis Napoleón; pero se ha lanzado a escribir otra novela, Madame Bovary, a la que consagra todo su interés, con breves paréntesis amorosos que dedica a Louise Colet, con quien vuelve a verse hasta que, cuando ella trata de introducirse en el santuario artístico de Croisset, se produce la ruptura definitiva. En Croisset, donde vive con su madre y su sobrina, trabaja como un forzado en Madame Bovary, obra que termina en 1856.

En octubre de aquel mismo año empieza a publicarse la obra en «La Revue de París», y como algunas de sus escenas causaron cierto escándalo, el escritor fue procesado por ofensas a la moral. En febrero de 1857, tras un sonado proceso, fue absuelto de las acusaciones, y la publicación de la novela en forma de libro constituyó un enorme éxito.

A los treinta y cinco años, Flaubert es famoso; empieza a degustar las mieles de la vida mundana en París y se enamora perdidamente por una actriz de veinte años, Jeanne de Tourbey, modelo de la Rosanette de La educación sentimental.

Madame Bovary es un estudio de la mediocridad burguesa. En ella, el antiguo autor romántico parece corregir sus sueños de años atrás, eliminando de su prosa todo lo que le parece superfluo o engañoso. Desciende de las alturas de lo sublime hasta la vulgaridad, se recrea en ella, la trabaja como un orfebre y nos cuenta esa historia desolada y acida de la adúltera soñadora ante un horizonte que no admite salvación. Todo es gris, salvo el minucioso y frío trabajo de las palabras que lo describen.

Después de esta agotadora obra, Flaubert piensa en dedicar su próxima novela a un asunto completamente distinto. «Siento la necesidad de salirme del mundo moderno», dirá, y se embarca en la empresa de un aparatoso relato arqueológico sobre la antigua Cartago. Su título, Salambó (Salammbó), nombre de la hija de Amílcar. Durante cinco largos años el escritor peleará con este tema histórico, documentándose con rigor, e, incluso, emprenderá un viaje a Túnez de dos meses , en 1858, para visitar el escenario de la obra.

Su salud deja mucho que desear. Aproximadamente cada cuatro meses se repiten las crisis y, a menudo, se siente deprimido. «Pocos adivinarán hasta qué punto he tenido que estar triste para decidirme a resucitar Cartago». Louise Colet publica en 1859 una novela en clave, Él, que contiene un retrato poco halagador de Flaubert, pero el novelista sólo piensa en Salambó, se encierra cada vez más en Croisset para terminar «ese maldito libro», que por fin aparece en 1862.

Sigue un interludio de mundanidades. En París trata habitualmente a muchos escritores, entre ellos los hermanos Goncourt, Gautier Taine, Renan, el ruso Turguéniev, traba una fuerte amistad con George Sand, y asiste a bailes y representaciones teatrales. Es ya un señor corpulento, bastante calvo, de ojos saltones, con un impresionante bigote, muy gruñón y famoso por su cruda manera de hablar. En octubre de 1 864 escribe: “Trabajo desde hace un mes en una novela de costumbres modernas cuya acción transcurre en París”.
Ésta será la más importante de sus obras, La educación sentimental., que en realidad es una refundición de un texto anterior que seguía inédito. El libro le va a llevar otros cinco años, a pesar de que requería muy poca documentación ya que ahora se basaba en experiencias personales. El argumento elegido no es otro que la historia de la pasión que inspiró al joven Flaubert Madame Schlesinger; sin embargo, tras la trama hay la pintura del desencanto de un joven cuyas ilusiones van desapareciendo una a una. La obra, en cierto modo, narra el fracaso de una generación que vive la agonía del romanticismo.

Su querida sobrina Carolina se ha casado en 1864 y empieza una correspondencia cariñosa entre el “anciano tío” como se llamaba a si mismo, y la amada sobrina. En las mismas se nos muestra un Flaubert cariñoso, sensible, casi, casi humano. Es nombrado caballero de la Legión de Honor, se le invita al baile de las Tullerias que se da a los soberanos extranjeros que han visitado la Exposición Universal; pero todo ello no impide que tenga crecientes dificultades económicas. Dice de él mismo “vivo como una ostra”.

En 1869 La educación sentimental se publica y es recibida de un modo hostil por la prensa, aunque hay en su favor varios artículos muy significativos, entre otros uno de Zola y otro de su amiga George Sand. Van a empezar \os años más sombríos de su vida; se siente enfermo, mueren varios de sus amigos más íntimos, se siente desalentado en su trabajo, ahora que reescribe por enésima vez La tentación de san Antonio. Y 1870 va a ser también el año de la guerra, del derrumbamiento del Segundo Imperio y de la invasión prusiana.

Sigue con ansiedad el curso de la breve campaña, en septiembre es enfermero en Rúan y luego se le nombra teniente de la Guardia Nacional; en octubre se desahoga en una carta a su sobrina: «Nuestra angustia aumenta de día en día. Qué ganas tengo de salir definitivamente de nuestro pobre país. Quisiera vivir en un lugar donde no me viese obligado a oír el tambor, a votar, a luchar, muy lejos de todos esos horrores que son aún más necios que atroces. Por encima de la pena que me abruma siento un tedio sin nombre, una inexpresable repugnancia por todo».

En noviembre los prusianos se alojan en Croisset, y Flaubert y su anciana madre tienen que refugiarse en Rúan, en medio de un invierno glacial. Después de unas rápidas visitas a Bélgica e Inglaterra, en abril 1871 vuelve a su casa de Croisset, que encuentra intacta. En verano está en París, donde se horroriza por las destrucciones que han ocasionado los combates de la Comuna, y escribe a George Sand: «Creo que la multitud, el rebaño, será siempre odioso». No tardará en morir su madre, a los setenta y ocho años y sobreponiéndose a tantas adversidades, termina por fin La tentación de san Antonio, que se publica en 1874.

Estos primeros años setenta están marcados por su mala salud, el fracaso de un intento teatral, la comedia El candidato (Le Candidat) que tiene que retirarse del cartel después de la cuarta representación y una vez más los agobios de dinero (para ayudar a su sobrina, cuyo marido se había declarado en quiebra, vendió su única propiedad, la granja de Deauville, ya que Croisset había sido legado por su madre a Caroline). Todo conspira contra él, y hasta teme ahora carecer de los medios económicos indispensables que le garantizaban la libertad para escribir.

Pese a todo, la literatura sigue siendo el norte de su existencia. Ha concebido la idea de escribir una larga y elaborada sátira de la tontería universal, Bouvard y Pécuchet (Bouvard et Pécuchet), con dos personajes conmovedores y ridículos que se consagran a la tarea de dominar todos los conocimientos humanos. Para documentarse, lee infatigablemente, acumulando numerosísimas estupideces, que a un tiempo le asquean y le fascinan. Ha iniciado una íntima amistad con el joven escritor Guy de Maupassant, quien le considera como su maestro, como también se dicen discípulos suyos Edmond de, Goncourt, Zola, Daudet y otros. Su nombre sirve de aglutinante al embrión del naciente movimiento naturalista.

Los últimos años no tienen historia, o, mejor dicho, son la historia repetida de tantas otras veces: achaques de salud, problemas de dinero, lucha encarnizada con la pluma y el papel. Después de haberse fracturado el peroné en París, en septiembre de 1879 volvió a Croisset, de donde ya no iba a salir vivo. En 1880 estaba leyendo Guerra y paz, de Tolstoi, y en el mes de marzo reunía en su casa a varios de los mejores discípulos; allí estaban Maupassant, Zola, Goncourt y Daudet, su descendencia. El ocho de mayo moría repentinamente de una hemorragia cerebral, dejando inconcluso Bouvard y Pécuchet.

Flaubert es el prototipo del escritor que sólo vive para la literatura, y que posee un afán de perfección al que sacrifica mucho tiempo y al que dedica titánicos esfuerzos (su lentitud y sus exagerados escrúpulos —nos habla a veces de días enteros de angustia para elegir un adjetivo— son proverbiales). Es el artista solitario y exclusivo que hace del arte un absoluto intransigente, una religión, y que de este modo anticipa toda una mentalidad que se irá desarrollando a fines del siglo XIX para culminar en la siguiente centuria. Por ello, es discutible que Flaubert sea el mejor novelista francés de su siglo, pero no cabe la menor duda de que es el más moderno, en el sentido de que anticipa posturas que son en buena parte las del escritor de hoy.

En la obra flaubertiana hay dos vertientes muy distintas, pero que se complementan. De una parte, la evocación de un pasado prestigioso que parece salvarle de la trivialidad y el tedio de la vida cotidiana; es la sublimación artística de un ideal romántico que encontramos en Salambó, Herodías y La tentación de san Antonio. Por otra parte, el empeño obsesivo por recoger hasta el último pormenor de experiencias vulgares en las que se insiste morbosamente, pero que se contemplan con fascinada repugnancia. Un corazón sencillo, Madame Bovary, La educación sentimental y Bouvard y Pécuchet, representan facetas diferentes de lo que él entendía por realismo, el sentimiento del fracaso de unos ideales tal como desde siempre los habían vivido y expresado los románticos. «Cuando se publicó Madame Bovary», escribió su discípulo Zola, «se produjo toda una revolución literaria. Nos pareció que la fórmula de la novela moderna, fragmentada en la obra colosal de Balzac, acababa de reducirse y enunciarse claramente en las cuatrocientas páginas de un libro. Acababa de redactarse el código del nuevo arte» (Los novelistas naturalistas, 1881). Flaubert, con sus frías y precisas descripciones y sus enfoques cruelmente irónicos y desesperanzados (como en el retrato de la vulgaridad y de la tontería dominante, caso del farmacéutico Homais, de Madame Bovary, de los protagonistas de Bouvard y Pécuchet.) representó una avanzadilla del naturalismo francés.

OBRAS:

Madame Bovary (1857)
Salambó (1862)
La educación sentimental (1869)
La tentación de San Antonio (1874)
Tres cuentos (1877)
Bouvard y Pécuchet (inacabada, edición póstuma).





18 d’oct. 2007

Altres Veus, Altres Àmbits

Este domingo, 21/10/2007
En Ca n'Ortadó (Cerdanyola del Vallès)
De 11 a 14 horas
Un recorrido por la cultura colombiana.

.... entretanto, unas imágenes para la reflexión:











15 d’oct. 2007

Relatos Castanyada 2007

Castanyda 2007

Animamos a todos los que asistan a la cena de la Castanyada de este año a elaborar, amén de suculentos platos, un relato corto de cosecha propia o ajena y tema el que crea conveniente su autor-lector.

14 d’oct. 2007

Aviso de caminata

Nuesta amiga Carmen Guil nos ha enviado el siguiente aviso para todos los miembros de Vespres que desean realizar la actividad:
I CAMINADA POPULAR RIPOLLET-TIBIDABO-RIPOLLET
Data: diumenge, 28 d'octubre de 2007.
Distància: 27 Quilòmetres
Sortida: a les 7:00 hores a la plaça de l'ajuntament de Ripollet.
Durada prevista: entre 6 i 8 hores.

Inscripcions: Centre Cultural de Ripollet (Rambla de Sant Jordi,6), de dimarts a divendres de la setmana de la caminada de les 19 a les 21 hores i el dia de la caminada a la sortida.

Hi haurà tres controls durant el recorregut per segellar el carnet de participant, on també es donarà aigua i algun avituallament, i el control final a la plaça de l'ajuntament de Ripollet, on es donarà un entrepà als participants.
El desnivell de la caminada és d'uns 300 metres, ja que es tracta de pujar fins a l'entrada del parc del Tibidabo, i des d'allà, pràcticament tot és baixada.
De Ripollet al Tibidabo seguirem les marques blanques i vermelles del GR-92, i del Tibidabo a Ripollet seguirem unes marques grogues (punts o fletxes) del club excursionista de Santa Perpètua de la Mogoda. L'organització també posarà cintes de color blanc i vermell a la vegetació.

Preu: 10 € (inclou avituallaments i samarreta).

Organitza: CENTRE EXCURSIONISTA DE RIPOLLET (CER)

7 d’oct. 2007

Madame Bovary (1)

El episodio Kugelmass

por Woody Allen


El profesor Kugelmass, quien dictaba clases de Humanidades en el City College, estaba infelizmente casado por segunda vez. Su esposa, Dafne Kugelmass, era una idiota. El también tenía dos hijos tontos de su primera esposa, Flo, y estaba hasta el cuello de deudas ocasionadas por el coste de la separación y manutención de los niños.
-“¿Acaso yo sabía que las cosas iban a salir tan mal?”, se lamentó un día Kugelmass dirigiéndose a su analista. ``Dafne era muy prometedora. ¿Quién podría sospechar que ella iba a abandonarse y a engordar como un tonel? Además, ella tenía algunos dólares, lo que no es - por supuesto - razón suficiente para contraer nupcias pero tampoco viene mal, teniendo en cuenta los problemas ``operativos'' que tengo. ¿Entiende lo que le digo?”
Kugelmass era calvo y tan peludo como un oso, pero tenía un gran corazón.
-``Tengo que buscarme otra mujer'', agregó. ``Necesito tener un affaire. Es posible que no sea un buen partido pero soy un hombre que necesita vivir un romance. Necesito sentir ternura, coquetear con alguien. Estoy envejeciendo y por ello es muy tarde para sentir el deseo de hacer el amor en Venecia, burlarse el uno del otro en el "21" e intercambiar miradas tímidas sobre una copa de vino tinto a la luz de las velas. ¿Entiende lo que le digo?’’
El Dr. Mandel se movió en la silla y dijo:
- "No resolverá nada con una aventura amorosa. Usted es muy poco realista. Sus problemas son mucho más graves".
-"Debo tener una relación muy discreta", seguía pensando en voz alta Kugelmass. "No puedo darme el lujo de divorciarme por segunda vez. Dafne me lo echaría en cara."
-Sr.Kugelmass"
-"Sin embargo, no puede ser con nadie del City College porque Dafne también trabaja allí. De hecho, ninguna profesora de esa universidad vale gran cosa; sin embargo, alguna de las estudiantes..."
-"Sr. Kugelmass - ''
-"Ayúdeme. Anoche tuve un sueño. Estaba en una pradera y de pronto me puse a saltar con una cesta de comida y la cesta tenía un letrero que rezaba "Opciones". Luego me di cuenta de que la cesta tenía un agujero".
-"Sr. Kugelmass, lo peor que puede hacer es representar de esa forma sus inhibiciones. Usted debe limitarse a expresar sus sentimientos para que los analicemos en conjunto. Usted ha estado en tratamiento el tiempo suficiente como para saber que no hay remedios instantáneos. Después de todo, soy un analista, no un mago".
-"Entonces, tal vez lo que necesite sea un mago", dijo Kugelmass, levantándose de su asiento. Y con ello puso fin a su terapia.
Algunas semanas después, Kugelmass y Dafne se hallaban deprimidos en su apartamento como dos viejos muebles. De pronto, sonó el teléfono. Era de noche.
-"Yo atiendo", dijo Kugelmass.
-"Aló".¨Kugelmass?, se oyó al otro lado del teléfono. "Kugelmass, le habla Persky".
-"¿Quién?"
-"Persky, ¿o debería decir "El Gran Persky?
-"¿Perdón?"
-"He sabido que anda en búsqueda de un mago que le de una nota exótica a su vida. ¿No es así?"
-"­Chis!, susurró Kugelmass. "No cuelgue. ¿De dónde llama, Sr. Persky?"
Al día siguiente, por la tarde, Kugelmass subió por las escaleras de un decrépito edificio de apartamentos situado en el área de Bushwick, Brooklyn. Aguzando la mirada para romper la oscuridad del pasillo, Kugelmass finalmente encontró la puerta que buscaba y tocó el timbre. Voy a lamentarlo, pensó para sí. Segundos después, era recibido por un hombre pequeño, delgado, con una mirada vidriosa.
-"¿Usted es Persky, el Grande?", dijo Kugelmass.
-" El Gran Persky. ¿Quiere una taza de té?"
-"No. Quiero vivir un romance. Quiero sentir la música, el amor y la belleza"
-."Pero no quiere tomar té. ¿Ah? Es raro. Muy bien, tome asiento". Persky se paró y fue al cuarto de atrás. Kugelmass oyó un movimiento de cajas y muebles. Persky reapareció, empujando un objeto de gran tamaño montado sobre unos patines con las ruedas chirriantes. Persky quitó algunos viejos pañuelos de seda que se encontraban en la parte superior y los sopló para quitarle el polvo. Se trataba de un armario chino mal pintado y de tosca apariencia.
-"Persky", ¿qué se trae entre manos?, preguntó Kugelmass.
-"Preste atención", le respondió Persky. "Esto va a producir un bello efecto. Lo diseñé el año pasado para una ceremonia de los Caballeros de Pitia, pero el acto se suspendió por falta de público. Entre en el mueble".
-"¿Por qué? ¿Acaso va a atravesarlo con un montón de espadas o algo así?"
"-¿Usted ve alguna espada? Kugelmass puso cara de circunstancia y lanzando un gruñido se introdujo en el armario. El profesor no pudo evitar observar varias imitaciones de diamante de mala calidad pegadas en la madera contrachapada justo frente a su cara.
-"Esto es un chiste de mal gusto", dijo."Tiene algo de broma. Bien, oiga lo que le voy a decir. Si lanzo una novela al interior del armario en el que usted se encuentra, cierro las puertas y toco tres veces, usted se verá proyectado en ese libro" .Kugelmass hizo un gesto de incredulidad.
-"Es mi varita mágica", dijo Perksy. "Mi contacto con Dios. No sólo funciona con novelas. Puede ser un cuento, una obra de teatro, un poema. Podrá conocer algunas de las mujeres creadas por los mejores escritores del mundo. Sea cual fuere la mujer de sus sueños. Podrá hacer todo lo que desee como un verdadero triunfador. Luego, cuando haya vivido suficientes experiencias, pega un grito y volverá aquí al instante.
-"Persky, ¿Usted está enfermo?"
-"Le estoy diciendo que todo estará bien", expresó Persky. Kugelmass mantuvo su escepticismo. -"¿Lo que usted me quiere decir es que este cajón casero me puede transportar tal y como usted me lo ha descrito?"
-"Por apenas 20 dólares". Kugelmass buscó su billetera.
- "Ver para creer", dijo.
Persky guardó los billetes en sus bolsillos y se dirigió a su biblioteca
-"¿A quién desea conocer? ¿A la Hermana Carrie? ¿Hester Prynne? ¿Ofelia? ¨Tal vez a algún personaje de Saul Bellow? ¿Qué le parece un encuentro con Temple Drake? Aunque para un hombre de su edad, ella sería una prueba muy difícil"
-"A una francesa. Quiero tener un affaire con una amante francesa”
-"¿Nana?"
-"No quiero tener que pagar por ello”.
-"¿Qué le parece Natacha de Guerra y Paza”"
-Le dije que una francesa”.
-“¡Ya sé! ¿Qué le parece Emma Bovary?”
-“ Me parece perfecta''.
-"Muy bien, Kugelmass. Pegue un grito cuando esté harto".
Persky introdujo en el armario una edición rústica de la novela de Flaubert.
-"¿Está seguro de que esto no implica ningún riesgo?", preguntó Kugelmass mientras Persky comenzaba a cerrar las puertas del armario.
-``¡Seguro?. ¿Hay algo seguro en este mundo tan loco?'' Persky tocó tres veces el armario y luego abrió de par en par las puertas . Kugelmass se había ido. En ese mismo instante, apareció en el dormitorio de la casa de Charles y Emma Bovary en Yonville. Ante él, se hallaba una hermosa mujer, de pie y dándole la espalda a Kugelmass mientras doblaba la lencería. No puedo creerlo, pensó Kugelmass, mirando a la cautivadora esposa del doctor. Esto es algo sobrenatural. Estoy aquí junto a ella. Emma se volteó sorprendida.
-``Dios mío, me asustó'', expresó. “¿Quién es usted?'' Emma habló en perfecto español como la traducción que aparecía en la edición rústica de Persky.
-"Esto es increíble" , pensó Kugelmass. Luego, dándose cuenta de que era a él, a quien ella se había dirigido, respondió:
- ``Disculpe. Soy Sidney Kugelmass, del City College. Soy profesor de Humanidades en una universidad neoyorquina, situada en las afueras de la ciudad. Yo... ¡no puedo creerlo! Emma Bovary sonrió con coquetería y le preguntó:
-`` ¿Desea tomar algo? ¿Tal vez una copa de vino?”
-"Es hermosa”, pensó Kugelmass. “¡Qué diferencia con el troglodita con el que comparte la cama!” Sintió un impulso repentino de tener entre sus brazos esta visión y decirle que era el tipo de mujer con el que había soñado toda su vida.`
-`Sí, un poco de vino'', contestó con voz ronca.
-`¿`Blanco?"
-" No, tinto. No, blanco. Una copa de vino blanco''.
-``Charles estará fuera todo el día'', expresó Emma, con voz insinuante. Después del vino, fueron a dar un paseo por la encantadora campiña francesa.
-``Yo siempre había soñado con un misterioso extranjero que aparecería y me rescataría de la monotonía de esta aburrida existencia rural'', le confesó Emma, tomando su mano. Pasaron frente a una pequeña iglesia.
- ``Me encanta la ropa que llevas puesta'', murmuró. ``Nunca había visto un traje como ese. Es tan... tan moderno''.
-``Lo llaman traje casual'', le explicó Kugelmass con voz romántica. ``Estaba en oferta''. De pronto, la besó. Durante más de una hora, estuvieron recostados bajo un árbol, susurrándose frases al oído y expresándose ideas profundamente significativas con sus miradas. Luego, Kugelmass se incorporó. Acababa de recordar que tenía que encontrarse con Dafne en Bloomingdale's.
-``Debo irme'', le dijo. ``Pero no te preocupes, volveré''.
-``Eso espero'', le dijo Emma. Kugelmass le dio un abrazo apasionado y los dos caminaron de vuelta a casa. Acunó el rostro de Emma en las palmas de sus manos, la besó de nuevo y gritó:
-``Ya está bien, Persky''. Tengo que estar en Bloomingdale's a las tres y media''. Se produjo un ruido seco y Kugelmass volvió a Brooklyn.
-`` ¿Y entonces? ¿Le mentí?”, preguntó Persky, triunfante.
-``Persky, se me hace tarde para encontrarme con mi mujer en la Avenida Lexington. Pero, ¿cuándo puedo volver a viajar? ¿Mañana?”`
-`Seguro. Sólo debe traer 20 dólares. Y no le mencione esto a nadie''.
-``Por supuesto. Nada más llamaré a Rupert Murdoch'' .Kugelmass tomó un taxi que enfiló hacia la ciudad. Su corazón latía desenfrenadamente.
- “Estoy enamorado”, pensó, “y tengo en mi poder un secreto maravilloso”. Lo que él no se había dado cuenta era que en ese mismo momento los estudiantes de varios centros del país le estaban preguntando a sus profesores:
-`` ¿Quién es ese personaje que aparece en la página 100?''. ¿Un judío calvo está besando a Madame Bovary? Un profesor de Sioux Falls, Dakota del Sur, suspiró y pensó:
-“Dios mío, las cosas que se le ocurren a estos muchachos. Eso es culpa de la marihuana y de la coca.”
Dafne Kugelmass se encontraba en el departamento de accesorios para baños en Bloomingdale's cuando Kugelmass llegó jadeando.
- `` ¿Dónde estabas metido?'', preguntó molesta. ``Son las cuatro y media''.
-``Había mucho tráfico en la calle'', se excusó Kugelmass. Al día siguiente, Kugelmass fue a visitar a Persky y a los pocos minutos había vuelto a viajar mágicamente a Yonville. Emma no pudo ocultar su emoción al verlo. Pasaron varias horas juntos, riendo y conversando sobre sus vidas. Antes de que Kugelmass partiera, hicieron el amor.
-” ¡Dios mío, me acosté con Madame Bovary!'' dijo entre dientes. ``Yo, a quien le rasparon español en primer año''. Transcurrieron los meses y Kugelmass fue a visitar a Persky en muchas oportunidades y desarrolló una íntima y apasionada relación con Emma Bovary.
-``Asegúrese de que siempre entre al libro antes de la página 120'', le dijo un día Kugelmass al mago.
-``Siempre tengo que encontrarme con ella antes de que Emma entre en contacto con el personaje de Rodolphe'',
-`` ¿Por qué? ¿Acaso no puedes ganarle?''``
- ¿Ganarle?''. El pertenece a la aristocracia provinciana. Esos tipos no tienen nada mejor que hacer que flirtear con las mujeres y montar a caballo. Podríamos decir que él es uno de esos rostros que aparece en la revista Women's Wear Daily, con un corte de pelo al estilo Helmut Berger. Sin embargo, para Emma es un galán irresistible''.
-`` ¿Y su esposo no sospecha nada?''
-``El no sabe ni donde está parado. Es un paramédico mediocre que comparte su vida con una bailarina. Siempre está listo para acostarse a las diez mientras ella se pone sus zapatillas de baile. Bueno,... nos vemos luego'' .Kugelmass entró al armario y pasó instantáneamente a la casa de los Bovary en Yonville.
-"¿Cómo te va, mi adorada?, le dijo a Emma.
-"¡Oh, Kugelmass!", susurró Emma. ``Las cosas que tengo que soportar. Anoche mientras cenaba, el Sr. Personalidad se adormeció mientras comíamos el postre. Le estaba expresando todos mis sentimientos sobre Maxim's y el ballet e inesperadamente oí un ronquido''.
-``No te preocupes, mi amor. Estoy aquí contigo'', le dijo Kugelmass, abrazándola. ” Me he ganado esto a pulso”, pensó, mientras olía el perfume francés de Emma y hundía su nariz en el cabello de su amada.” He sufrido mucho. He gastado mucho dinero en analistas. He buscado hasta el cansancio. Ella es joven y núbil y yo estoy aquí, algunas páginas después de Léon y poco antes de Rodolphe. Como he aparecido en los capítulos adecuados, he podido manejar perfectamente la situación.” De hecho, Emma irradiaba tanta felicidad como Kugelmass. Ella estaba ansiosa de emociones y los relatos que Kugelmass le contaba sobre la vida nocturna de Broadway, los automóviles veloces y las estrellas de la televisión y de Hollywood, embelesaban a la preciosa joven francesa.
-``Dime algo sobre O. J. Simpson'', le imploró una noche, mientras ella y Kugelmass paseaban cerca de la abadía de Bournisien.
-`` ¿Qué te puedo decir? Es un gran atleta. Ha establecido una gran cantidad de marcas como corredor de fútbol americano. Tiene un gran movimiento. Es muy difícil tocarlo''.
-`` ¿Y qué me dices de los premios de la Academia?'', preguntó Emma con melancolía. ``Daría cualquier cosa por ganarme un Oscar''.
-``Antes que nada debes recibir una nominación''
-.``Ya lo sé. Tú me lo explicaste. Pero estoy convencida de que puedo actuar. Por supuesto, quisiera tomar algunas clases. Tal vez con Strasberg. Luego, si tuviera el agente adecuado....''
-``Ya veremos, ya veremos. Hablaré con Persky''. Esa noche, luego de haber regresado a salvo al apartamento del mago, Kugelmass le propuso la idea de traerse consigo a Emma para que visitara la Gran Manzana.
-``Déjeme pensarlo'', le dijo Persky.
``Tal vez pudiera hacer algo al respecto. Han ocurrido cosas más extrañas''. Desde luego, a ninguno de ellos se les vino a la cabeza ninguna.

-``¿Dónde diablos has estado metido todo este tiempo?'', le gritó Dafne Kugelmass a su marido cuando él volvió tarde a su casa. `` ¿Tienes una madriguera en la que te emborrachas a escondidas?''
-``Sí, claro. Soy un borracho'', contestó Kugelmass con desgana. ``Estaba con Leonard Popkin. Estábamos discutiendo sobre la agricultura socialista en Polonia. Tú conoces muy bien a Popkin. Es un fanático del tema''.
-``Has estado muy raro en los últimos tiempos'', comentó Dafne. ``Distante. Tú no te olvidas del cumpleaños de mi padre. Es el sábado, ¿no?”
-``Sí, claro'', contestó Kugelmass, dirigiéndose al baño.
-``Irá toda mi familia. Podremos ver a los mellizos. Y al primo Hamish. Deberías ser más amable con el primo Hamish. Le caes bien''.
-``Sí, los morochos'', dijo Kugelmass, cerrando la puerta del baño y apagando con ello la voz de su mujer. El profesor se apoyó en la puerta, y respiró hondo. En pocas horas, se dijo a sí mismo, volvería a Yonville, para estar con su amada. Y en esta oportunidad, si todo salía de acuerdo a lo previsto, se traería a Emma consigo. A las 3:15 p.m. del día siguiente, Persky volvió a realizar su acto de magia. Kugelmass se apareció ante Emma, sonriente y ansioso. Ambos pasaron varias horas en Yonville con Binet y luego se montaron en el carruaje de los Bovary. Siguiendo las instrucciones de Persky, se abrazaron con fuerza, cerraron sus ojos y contaron hasta diez. Cuando los abrieron, el carruaje estaba cerca de la puerta lateral del Hotel Plaza, en donde Kugelmass había reservado ese mismo día y con un gran optimismo, una suite.`
-` ¡Me encanta!, es tal y como lo había soñado'', dijo Emma mientras daba saltos de alegría por la habitación y veía la ciudad desde su ventana. ``Allí está Schwarz. Y allá veo el Central Park y ¿cuál es Sherry? Ah, allí está. ¡Es maravilloso!” En la cama había varias cajas de Halston y Saint Laurent. Emma abrió una de ellas y sacó un par de pantalones de terciopelo negro que puso delante de su perfecto cuerpo.
-``Esos pantalones son de Ralph Lauren'', dijo Kugelmass. ``Lucirás estupenda. Anda, cariño. Dame un beso''.
-``Nunca había estado tan feliz'', gritó Emma mientras se paraba frente al espejo. ``Vamos a pasear por la ciudad. Quiero ir a ver el musical ``Chorus Line'', visitar el Guggenheim y ver el personaje de Jack Nicholson del que siempre me has hablado. `` ¿Están presentando alguna de sus películas?''
-``No puedo entender lo que está pasando'', expresó un profesor de Stanford. ``En primer lugar, aparece un extraño personaje llamado Kugelmass y ahora ella ha desaparecido de la obra. Supongo que la principal característica de una obra clásica es que uno puede releerla mil veces y siempre hallar algo nuevo''.
Los amantes pasaron un dichoso fin de semana. Kugelmass le había dicho a Dafne que él iba a participar en un simposio en Boston y que regresaría el lunes. Saboreando cada momento, Kugelmass y Emma fueron al cine, cenaron en Chinatown, pasaron dos horas en una discoteca y se acostaron viendo una película en la televisión. El domingo durmieron hasta el mediodía, visitaron el Soho, y miraron de soslayo a un grupo de celebridades que estaban en Elaine's. Comieron caviar y bebieron champagne en su suite el domingo por la noche y conversaron hasta el amanecer. Esa mañana en el taxi que los llevaba al apartamento de Persky, Kugelmass pensó que era una cosa de locos pero valía la pena vivirla. No puedo traerla muy a menudo, pero el tenerla en Nueva York de vez en cuando representará un cambio significativo con respecto a Yonville. En casa de Persky, Emma se introdujo en el armario, arregló sus nuevas cajas de ropa y le dio un tierno beso a Kugelmass.
-``Este será mi lugar la próxima ocasión”, dijo con un guiño. Persky tocó tres veces el armario, pero no ocurrió nada.
-``Este...'', dijo Persky, rascándose la cabeza. Tocó el mueble de nuevo, pero la magia no resultó. -``Algo está funcionando mal'', masculló.
-``Persky, estás bromeando'', gritó Kugelmass. `` ¡Cómo es posible que no funcione?''.
-``Tranquilícese. ¿Estás todavía ahí adentro, Emma?
-``Sí'' .Persky golpeó el mueble, esta vez con más fuerza.
-``Todavía estoy aquí, Persky''.
-``Ya lo sé, querida. No te muevas''
-``Persky, tenemos que hacerla volver'', susurró Kugelmass. ``Soy un hombre casado, y tengo clase en tres horas. En estos momentos, sólo estoy preparado para un affaire muy discreto''.
-``No puedo entender lo que está ocurriendo'', murmuró Persky. ``Es un truco tan sencillo y confiable'' .Sin embargo, no pudo hacer nada. ``Esto me va a tomar algún tiempo'', le dijo a Kugelmass. ``Voy a desarmar el mueble. Lo llamaré luego''. Kugelmass lanzó a Emma dentro de un taxi y la llevó de vuelta al Plaza. Apenas pudo llegar a tiempo a su clase. Todo el día estuvo llamando por teléfono a Persky y a su amante. El mago le dijo que tal vez tendrían que pasar algunos días antes de que pudiera llegar al fondo del problema.
-`` ¿Cómo te fue en el simposio?'', le preguntó Dafne esa noche.
-``Muy bien, muy bien'', le contestó el esposo, encendiendo la colilla de un cigarrillo.
-`` ¿Qué te pasa? Estás sumamente tenso''.
-`` ¿Yo?'' ­Ja, ja!, eso es un chiste. Estoy tan tranquilo como una noche de verano. Voy a salir a dar un paseo''. Cerró con cuidado la puerta, llamó un taxi que lo llevó al Plaza.
-``Estoy metida en un problema'', dijo Emma. ``Charles me extrañará''.
-``Ten paciencia, cariño'', le dijo Kugelmass. Estaba pálido y sudoroso. La besó de nuevo, corrió hacia el ascensor, llamó desesperadamente a Persky desde una cabina telefónica en la recepción del Plaza y llegó a su casa poco antes de la medianoche.
-``Según Popkin, los precios de la cebada en Cracovia no habían mostrado tanta estabilidad desde 1971'' , le dijo a Dafne mientras esbozaba una sonrisa y se acostaba junto a ella.

Toda la semana transcurrió igual. El viernes por la noche, Kugelmass le dijo a Dafne que iba a participar en otra conferencia, esta vez en Syracuse. Salió disparado al Plaza, pero el segundo fin de semana no se asemejó en nada al primero.
-``Llévame de vuelta a la novela o cásate conmigo'', le dijo Emma a Kugelmass. ``Mientras tanto, quiero conseguir un trabajo o estudiar porque estoy harta de ver televisión todo el día''.
-``Me parece bien. Podremos utilizar el dinero'', le dijo Kugelmass. ``Estás gastando una fortuna pidiendo servicio a la habitación del hotel''.
-``Ayer conocí a un productor de Off Broadway en el Central Park y me dijo que podría encajar a la perfección en un proyecto que está realizando'', dijo Emma.
-" ¿Quién es ese payaso?'', le preguntó Kugelmass.
-``No es un payaso. Es un hombre sensible, amable y lindo. Se llama Jeff... algo y es candidato a un premio Tony'' .Esa misma tarde, Kugelmass fue a visitar a Persky en estado de ebriedad.
-``Cálmese'', le dijo el mago. ``Puede enfermarse de las coronarias''.
-`` ¿Tranquilizarme?, ¿Cómo me voy a calmar si tengo a un personaje de ficción escondido en un hotel y creo que mi esposa me está siguiendo con un detective privado?''
-``Está bien. Sé que estamos metidos en un problema'', Persky se arrastró bajo el mueble y comenzó a golpear algo con una llave inglesa.
-``Parezco un animal salvaje'', prosiguió Kugelmass. ``Ando a escondidas por toda la ciudad y Emma y yo estamos hartos de la relación. Por no hablar de la cuenta del hotel que ya se parece al presupuesto de defensa''.
-`` ¿Qué puedo hacer? Así es el mundo de la magia'', masculló Persky. ``Todo es cuestión de matices''.´
-``Matices, un carajo. Esta muchachita lo único que consume es Dom Perignon y caviar. A eso hay que sumarle su vestuario, la inscripción en el Neighborhood Playhouse y un portafolio con fotos profesionales. Además de eso, Persky, el profesor Fivish Popkind, que enseña Literatura Comparada y siempre ha estado celoso de mí, me identificó como el personaje que aparece esporádicamente en el libro de Flaubert. Me ha amenazado con que le va a contar todo a Dafne. Ya me veo arruinado, pagándole la pensión alimenticia a mi mujer, y en la cárcel. Por el pecado de adulterio con Madame Bovary, mi esposa me convertirá en un mendigo.”
-`` ¿Qué quiere que le diga?'' Estoy trabajando día y noche para resolver el problema. En lo que respecta a su angustia, no puedo hacer nada por usted. Soy un mago, no un psicoanalista''.
El domingo por la tarde, Emma se había encerrado en el baño y se negaba a responder a los ruegos de Kugelmass. El atribulado profesor miró la ventana del edificio Wollman Rink y contempló la posibilidad de suicidarse. Lo malo es que me encuentro en un piso muy bajo, pensó; de no ser por ello, me lanzaría en el acto. También podría huir a Europa y comenzar una nueva vida... Tal vez podría vender el International Herald Tribune como lo solían hacer esas muchachas. En ese momento sonó el teléfono y Kugelmass lo llevó mecánicamente a su oído.
-``Traiga a Emma'', dijo Persky. ``Creo que reparé el defecto que tenía el mueble''. El corazón de Kugelmass estuvo a punto de detenerse.
-"¿Está hablando en serio?", le dijo." ¿Logró arreglarlo?”
-“Tenía un problema en la transmisión. ¿Quién se lo iba a imaginar?”
-“Persky, usted es un genio. Estaremos allí en un minuto. En menos de un minuto.”
Una vez más, los amantes corrieron al apartamento del mago y de nuevo Emma Bovary se introdujo en el armario con sus cajas. En esta oportunidad no hubo besos. Persky cerró las puertas, respiró fuertemente y tocó la caja tres veces. Se produjo el ruido habitual y cuando Persky echó un vistazo al interior el mueble estaba vacío. Madame Bovary había regresado a su novela. Kugelmass exhaló un suspiro de alivio y estrechó efusivamente la mano del mago0.
-“Se acabó”, dijo. “Aprendí la lección. Nunca volveré a faltarle a mi mujer. Se lo juro”. Estrechó de nuevo la mano de Persky e hizo la promesa mental de que le iba a enviar un corbatín.
Tres semanas después, al terminar una bella tarde de primavera, Persky escuchó el timbre y abrió la puerta. Era Kugelmass, con una expresión avergonzada en el rostro.
-“Está bien, Kugelmass’’, ¿adónde quiere ir ahora?“
-"Sólo una vez más”, indicó Kugelmass. “El tiempo es tan encantador y yo sigo envejeciendo. Persky, ¿usted ha leído el libro La Denuncia de Portnoy. ¿Recuerda el personaje del Mono?“
-"Ahora el precio es 25 dólares, ya que el costo de la vida ha aumentado. Sin embargo, la primera vez podrá ir gratis, debido a todos los problemas que le causé”.
-“Usted sí es buena gente”, le dijo Kugelmass, mientras se peinaba los pocos cabellos que le quedaban y entraba en el armario. ¿Está funcionando bien?”
-“Eso espero. Sin embargo, no lo he probado mucho desde que ocurrió todo ese desastre”.
- “Sexo y romance”, dijo Kugelmass desde el interior del armario. “Lo que uno tiene que hacer por una cara bonita”. Persky lanzó al interior un ejemplar de “La Denuncia de Portnoy” y tocó tres veces la caja. En esta oportunidad, en lugar de hacer un ruido seco, se produjo una ligera explosión, seguida por una serie de chisporroteos y una lluvia de centellas. Persky saltó hacia atrás, sufrió un ataque cardiaco y cayó muerto. El mueble se incendió y, al final, se quemó todo el apartamento. Kugelmass, que no tenía conocimiento de esta catástrofe, también estaba en aprietos. El no había ido a parar al libro “La Denuncia de Portnoy” ni a ninguna otra novela sobre el mismo tema. El profesor había sido proyectado a un viejo libro de texto llamado “Curso básico de Español” y estaba corriendo sobre un terreno árido y pedregoso para salvar su vida mientras la palabra tener, un verbo peludo e irregular, corría tras él gracias a sus larguiruchas piernas.