28 de des. 2007

El origen perdido (2)

Matilde Asensi, al hilo de la trama de la novela, nos va desgranando una serie de hipótesis o teorías ¿científicas? sobre la existencia de una civilización perdida anterior al inicio de " nuestra historia". Para avivar el debate dentro del grupo, enlazo en este artículo una serie de videos encontrados en YouTube sobre los hallazgos realizados sobre estos "origenes perdidos". Se ha de tener presente que muchas de estas teorías no están aceptadas por la comunidad científica y su difusión, mayoritariamente, se realiza a través de Internet y de revistas, digamos, de "divulgación" o "mistéricas".









22 de des. 2007

En navidad



La imágen que ilustra este artículo, extraída de la edición digital del diarío El País de hoy, muestra a unos niños palestinos jugando con sus armas de juguete.
No voy a comentar aquí el artículo del medio- para aquel que lo desee aquí dejo el enlace- sino las sensaciones que me ha producido la contemplación de esta imágen.
Me sorprende, en primer lugar, la ausencia de risas o alegria en el juego. El semblante de los muchachos - diría que niños entre siete y once años- es adusto; su mirada afilada, tremendamente fria - contemplad la del segundo muchacho, empezando por la izquierda. En el juego no falta ningún detalle. El prisionero es convenientemente intimidado por los gritos de su captor y, ¡como no!, privado de toda referencia de su situación por una venda negra. Una mano, ¿amiga, enemiga?, trata de retenerlo. El resto de compañeros están en una actitud de prevengan militar muy profesional.
La imágen trasluce rabia, odio, desesperación, ¿tal vez impotencia?... dolor. Los niños juegan a imitar a los adultos y sus juguetes son los instrumentos de aprendizaje.
Jugar, vivir, en el mundo.


16 de des. 2007

Aziz Salama en la UAB



Como la mayoría del grupo estaba en el ensayo de nuestra próxima representación, el amigo Aziz nos hace llegar sus palabras y reflexiones en torno a esta nueva exposición de su trabajo. Un saludo ¡artista!.

EL SEMEJANTE

Puedo caminar hacia el Muro de las Lamentaciones, puedo caminar hacia Santiago de Compostela, y puedo caminar hacia la Mekka, como puedo caminar en dirección a.. . . . . . . .

No tengo porque parar, ni para retroceder. No tengo porque odiar, ni para rechazar, ni para romper un diálogo. Son símbolos de mis semejantes de unas épocas lejanas. Cada uno ha expresado su ser a través de los instrumentos de su tiempo, a través del interés del espacio humano de entonces y de sus exigencias cotidianas.

No tengo porque expresar lo mismo, ni hacer mío el pensamiento del antiguo semejante. Ni usar sus argumentos ideológicos, para dañar a mi actual semejante.

No es mi herencia, ni mi continuidad cultural ni intelectual.

Yo soy heredero del antiguo en lo noble, en el universal, y en lo humano.

Tengo mis instrumentos, mi lenguaje, tengo mi espacio y mi tiempo.

Fabrico mi mundo y creo mi espacio del día a día. El producto caducado, no lo consumo, no lo adopto, no lo uso como argumento para afirmar una identidad errónea, ni para herir a mi semejante. Lo miro, lo respeto y puedo inspirarme de ello.

Como humano soy anterior al Muro de las Lamentaciones, a Santiago de Compostela y a la Mekka. Quedan las palabras que marcaran a los posteriores y que se usaran para marcar las diferencias. Huellas de unas personas semejantes a nosotros que hoy hacen el paraíso de la impotencia y de la intolerancia. No necesito buscar mi imagen en el imaginario del otro, ni tengo razón para dar explicación al otro sobre mi propia imagen.

El otro soy yo. Soy Beethoven, soy Averroes, soy Kandinsky, soy Von braun.

Quiero guardar mi esencia de hombre libre, de un ser que mira mas allá del rostro que puede reflejar cualquier espejo, deseo comunicar con este semejante que usa la lógica, el respeto y el perdón como indicadores para construirse un sitio bajo el sol de las/os humanas/os.

El artista,

Aziz Salama

Diciembre 2007

12 de des. 2007

RECUERDOS DE INFANCIA (3)



Nueva entrada de esta serie. Nuestra compañera Carme Guil nos hace participes de sus recuerdos de infancia en su pueblo "adoptivo". Esto me lleva a hacerme una pregunta, ¿cómo se define y moldea nuestra identidad y pertenencia a un lugar?: ¿por los lugares que compartimos y "vivimos" con los amigos, como sugiere Miguel Arnas en su narración?, ¿por tradición familiar, de sangre, genética, irracional?. En estos días que el debate sobre la identidad y las diferencias "nacionales" está en pleno debate, ¿qué opinaís del tema?
"Yo nací y mi crié en un barrio de Barcelona . Mis padres, emigrantes, como tantos otros, vinieron a la ciudad en época de posguerra sin dejas atrás, en sus respectivos pueblos, otros vínculos más que sus recuerdos. Así que yo no podía decir, como muchos otros niños y niñas de mi barrio, que me iba a pasar las vacaciones de verano al pueblo a casa de los abuelos. Yo no tenía pueblo.

Pero..., lo que son las cosas. Ya de jovencita, un pequeño pueblo me convirtió, o al menos así lo sentí yo, en una especie de " hija adoptiva". Lo cierto es que durante los muchos años que he estado yendo lo he considerado un poco mio.

Llegué allí por primera vez el verano del 79 y fue, sinceramente, como transportarse un poco al pasado. Una estrechísima carretera te llevaba hacia el pueblo y se transformaba de asfalto a tierra en cuanto rozaba la primera casa. Al llegar a la plaza unos grandes olmos custodiaban un abrevadero que todo el mundo conocía como " el pilón" y que era punto de encuentro para todos pues en las casas no había agua corriente y además en aquellos años allí aún se seguían trabajando los campos con caballerías, así que era paso obligado de mulos, burros, ovejas y cabras antes de recogerse en sus respectivas cuadras.

Otro lugar de encuentro era el Teleclub, en aquel entonces único lugar del pueblo que contaba con una televisión, donde podías tomar algo, echar una partida de cartas o simplemente charlar con la gente. Eso sí, salvo la mujer que se ocupaba del bar, rara vez veías mujeres allí.

Para las fiestas de la Virgen, pasacalles con acordeón, guitarrico, botella de anís y algún que otro utensilio de versatilidad indudable. Por la noche baile en el granero que previamente habíamos vaciado. El músico, un hombre orquesta que pasaba del pasodoble a la rumba intercalando de vez en cuando un vals o una canción de moda.

En esos años en que no podíamos imaginarnos que un día no demasiado lejano llevaríamos el teléfono colgado todo el día, la única comunicación con el exterior era un teléfono público gestionado por una persona del pueblo que dependía, a su vez, de otra centralita de un pueblo cercano; así que llegabas al locutorio y pedías conferencia a Barcelona, dabas el número de teléfono y te ibas al teleclub , que estaba enfrente, hasta que te avisaban de que tu conferencia estaba disponible, lo cual podía tardar un promedio de 30 minutos.

El día a día para nosotros, habituados a la ciudad, se convertía en una auténtica aventura. En lugar de ducha un barreño y un cazo, en lugar de lavadora unos lavaderos públicos que estaban a 10 minutos de casa, dos barreños sobre los poyetes eran la alternativa a la fregadera, la cuadra sustituía al lavabo y en la mayoría de las casas cocina económica y fuego a tierra.

Poco tiempo después todo empezó a cambiar y a modernizarse, cosa que sin duda agradecieron sus habitantes porque no es lo mismo pasar unos días de vacaciones que vivir todo el año en esas condiciones.

En cualquier caso yo siempre tendré un especial recuerdo de ese verano"
Carme Guil

Nueva exposición Aziz Salama

Nuestro amigo Aziz está que se sale, el prósimo viernes, día 14, inaugura nueva exposíción en la Universidad Autónoma de Barcelona. Aquí os dejo la información por si alguno desea acercarse a la misma:
OTRA MIRADA, del artista-pintor Aziz Salama
Vestibulo de la Facultad de Ciencias de la Comunicación (Edificio I), del 14 al 21 de diciembre de 2007.
La obra prosigue con su investigación con materiales de la cultura occidental.

10 de des. 2007

Un nuevo medio de comunicación



Hoy ha visto la luz ciberespacial Cerdanyola TV, una televisión hecha en nuestra ciudad y con noticias de nuestra ciudad. Como muestra, un botón, en este enlace podeís ver el reportaje de la inauguración de la exposición de Aziz Salama en el Ateneu el pasado día siete.

9 de des. 2007

Entrevista a Miguel Delibes




¿Casualidad, causalidad, como diría nuestra amiga Mabel, una feliz coincidencia?. El caso es que hoy, en el diario "El País" se publica una larga entrevista al autor de "El camino", novela recientemente leída por el grupo. Para los curiosos e interesados ahí va el enlace al artículo firmado por Juan Cruz:
"Me cansa pensarme"

8 de des. 2007

RECUERDOS DE INFANCIA (2)



Queridos amigos y amigas de Vespres Literais, en esta entrada os ofrecemos los recuerdos y anécdotas infantiles de nuestro nuevo y, espero, habitual amigo Miguel Arnas Coronado.
Vamos, lo que yo les diga, un paraíso.

Dicen que la infancia es el Paraíso perdido, el lugar de la felicidad. Pues si lo dicen, será verdad. Cada uno es cada uno. Yo soy feliz ahora, a mi edad casi provecta, casi tercera, aún no del todo madura, feliz.
No hay uno ni dos motivos, sino muchos, para ese recuerdo agridulce de mi infancia. No sé si por suerte o por desgracia, pasó. Diré más, pasó me guste o no. Pero en fin, ustedes lo que están pidiendo a gritos son anécdotas y no reflexiones. Vayamos a por ello.

Me gustaban las fiestas de barrio, que en el que yo vivía, por ser tan céntrico y comercial, se convertían en fiestas de calle. La mía, cutre y sucia, se engalanaba a principios de otoño, cuando aún no había comenzado el colegio, y ponían mesas ocupando todo el adoquinado por el que habría pasado justo un coche, y sin poder aprovechar las aceras porque eran tan estrechas que apenas cabía una persona, y si era gruesa, ni eso. La calle sigue así, no vayan a creer ustedes, sólo que antes vivíamos en ella inmigrantes de otras regiones, murcianos, aragoneses, andaluces y algunos catalanes de toda la vida, y ahora viven inmigrantes de otras naciones, nigerianos, marroquíes, ecuatorianos y algunos murcianos de toda la vida. La calle se llama Estruch, al parecer por los estucaires que vivían en sus casas sempiternamente oscuras, despintadas, leprosas. Eso dicen. Hablaba de las fiestas. Farolillos, una orquestina, las parejas bailando castamente separados, los niños correteando, los churros y las sardinas en aceite. Mi escalera no es que fuese diferente de las demás, igual de oscura, mugrienta, estrecha, y por ella me caí teniendo siete u ocho años porque, nervioso por la expectativa de diversión, bajé demasiado rápido y perdí pie. Siempre fui patoso, es ahora que tengo agilidad. El costalazo fue tremendo. No me llevaron a urgencias porque no se habían inventado aún, y la Casa de Socorro estaba lejos y tampoco fue para tanto. Comedido hasta en eso. Sólo un chichón y la amargura de que me hicieron acostarme con todo el ruido del baile allá abajo.
Más tarde, entré en el colegio de La Salle. Ya era el repelente niño Vicente. Hijo de trabajadores, convencido inconscientemente de que debía superar la condición de mi padre, que por aquel entonces y para pagar la escuela, tenía, creo, tres empleos uno detrás de otro, y aun liaba cigarrillos para la calle los domingos y después de cenar (él no fumó nunca) con una maquinita curiosísima que no hace mucho descubrí en el expolio del piso cuando ellos fallecieron, para completar un salario nunca completo del todo, por todo eso yo cumplía celosamente con mi deber e incluso, si hacía falta, me extralimitaba. Y de veras que lo conseguí porque ahora vivo como un príncipe y sólo tengo un empleo, porque esto de la literatura es una afición como la del que le da por volar en globo. La Salle. ¡Qué facilidad tenemos los plumíferos de irnos por los cerros de Úbeda!
Ya para entonces estudiaba también música (lo del pluriempleo se aplicaba hasta en los estudios), solfeo, de forma que entonaba bastante bien aunque mi voz nunca fue la de Kraus ni la de Marcos Redondo. El hermano Julián era cojo, maestro de coro y de la cáscara amarga. Cada uno tiene sus debilidades. Lo malo es que uno no tenga derecho siquiera a reconocérselas a sí mismo. Se pasaba por las clases haciéndonos cantar y escuchando la voz de cada uno de los niños, poniendo su cara siempre barbuda y siempre recién rasurada al lado de nuestras boquitas angelicales, parando atención a cada uno con una oreja derecha (siempre la derecha, nunca supe por qué) un tanto repulsiva. Ningún año me eligió para el coro, y siempre he estado traumado por ello. Se lo cuento a ustedes como se lo confesaría al psiquiatra. Hasta que comprendí los motivos de su pasar por mi lado como se escucharía el croar de una rana: yo era feo. Siempre lo he sido, y de pequeño más. En cambio, ¿ven?, eso no me trauma en absoluto, y al percatarme de las verdaderas causas de que yo no cantase en el coro de la Salle, superé el complejo de inferioridad y sonreí. Sigo sonriendo.
¡Y cómo olían los urinarios de La Salle! Casi tan mal como el dispensario del Seguro Obligatorio de Enfermedad (se llamaba así, SOE) de la calle de San Antonio Abad, pintado de ocre y con un zócalo de esmalte pringoso y desconchado de igual color pero más oscuro. Allí me llevaba mi madre por los constipados. Uno de ellos tuvo consecuencias que aún arrastro: me operaron de amígdalas, pillé una neumonía y me quedó asma bronquial para toda la vida. Lo gracioso es que entonces, los médicos normales, o sea los que no eran de pago, no conocían siquiera el nombre de esa dolencia.
Tanto es así que años más tarde, cuando fui algo más que un adolescente y me examiné de peritaje industrial, me encontré con que, entre otras pruebas de Gimnasia, debía correr cuatrocientos metros en el mes de junio, aún en plena efervescencia de polvo y ácaros, humedad, polen y demás efluvios, a causa de la cual galopada caí en redondo a los trescientos cincuenta para pasmo del señor Antonovich, profesor de la escuela de Peritos, un croata refugiado en España tras la Segunda Guerra Mundial y que fue medalla de bronce en no sé qué disciplina en los Juegos de Berlín, pero que a estas alturas era incapaz siquiera de mantener en buenas condiciones físicas una mísera partida de parchís, y aún menos de hablar un español reconocible. Me percaté de que jamás aprobaría Educación Física y empecé a pensar cómo podría librarme de la asignatura por enfermedad. A los matasanos del Seguro les sonaba de algo eso del asma, pero no les sonaba de nada que pudiesen hacer un certificado de enfermedad inexistente, ilegal, por llamarla de alguna forma. Me dijeron que en Falange. No pongan ustedes esa cara de sorpresa, sí, Falange. Conocida es la sabiduría médica de los Sánchez Mazas, los Primo o los Ledesma Ramos. Y sobre todo de sus pancistas herederos. El caso es que allá me fui, al pasaje Méndez Vigo o al Permanyer, no recuerdo, aunque me temo que es el mismo donde mucho más tarde y muerto ya aquel señor bajito que era gallego, Bellmunt rodó La orgía, lo que no se me negará es de una asimetría literaria notable y preciosa. El falangista tras la mesa gastaba un uniforme impecable donde cabía hasta la caspa, leyó el informe médico, que eso sí podían hacerlo (los médicos y él, por extraño que parezca), y firmó casi con desconsuelo porque supo que yo nunca llegaría a ser de aquella juventud sanísima y castísima que íbamos a hacer la España Grande. Claro que él tampoco porque ya no estaba para trotes y la última tabla de sueca que había hecho se perdía en la noche de los tiempos, la misma noche temporal en la que se perdía la última vez en que se subió a los caballitos con su santa esposa.
Pero volvamos a la Salle, volvamos. El hermano Dionisio, prefecto, nos examinaba de catecismo. No era broma el asunto. El catecismo constaba de más de cien preguntas y respuestas con su respectiva numeración cada una. El hermano Dionisio, alto como un san Pablo, nos disponía a todos los de ingreso alrededor del aula, señalaba al que más rabia le daba y decía, con voz estentórea, ¡la setenta y siete!, y ¡hala!, a recordar cuál era esa pregunta, y el siguiente a recordar cuál era la respuesta, y el otro a recordar cuál era la siguiente pregunta. Vivimos tan traumados con esas cosas que cuando empecé a trabajar con quince años, recordaba de memoria los doscientos y pico teléfonos necesarios para hacer los pedidos telefónicos que me exigían mi empleo y mi sexo y conozco a un colega, librero de antiguo y un portento de inteligencia, bonhomía y memoria, capaz de recitarle a ustedes la lista completa de reyes hispanos con los respectivos años de acceso al trono y derrocamiento o deceso. No es coña.
Yo no fallaba ni una de esas preguntas del catecismo. Fallaba en matemáticas porque recuerdo una vez en que el profesor iba formulando preguntas de quebrados, haciendo levantar a quienes acertaban, de manera que nos fuésemos, digamos, eliminando y quedando sentados los más torpes. Finalmente fui el único sentado. Otro trauma. Tal fue la vergüenza que empecé a amar las matemáticas y las de peritaje las pasé con sobresalientes aun examinándome por libre. Eso, entre otras cosas, me hicieron convertirme en el repelente niño Vicente y ganarme algún cogotazo de mis compañeros. Más traumas. Por eso soy pacifista y tranquilón, y jamás me he peleado a peñazos con nadie.
Les explico esto, no por contradecir, no, sino por el aquel de demostrar que como se dice en catalán “les coses van com van i son com son”.
En plena efervescencia adolescente cumplí con mi deber vernáculo y me hice montañero, excursionista, como se decía entonces, evitando majaderías como el trekking y otros disparates. El aprecio por mis compañeros y por el paisaje me demostró, o al menos así me lo demuestra en el recuerdo, que la patria, como dijo aquel polaco a pesar de ser un romántico, consiste en tres lagos, algunos árboles, dos montañas y unos cuantos amigos.
¿Retrato de una generación? ¡Ca!, ni siquiera autorretrato porque he pintado uno de aquellos reflejos que hacían los espejos de Montjuich. Pero miren ustedes, para estupefacción de psicólogos y demás científicos, con tanto trauma, hicimos una transición cuya máxima virtud fue provocar pocos muertos, aunque metiéramos la basura bajo la alfombra (pero ¿no habíamos quedado en que éramos pacifistas?, ¿es que fueron pocos muertos?), hemos convertido al país en el octavo más rico del planeta, y encima, ¡caray!, soy feliz.

Miguel Arnas Coronado

7 de des. 2007

Inauguración exposición de Aziz Salama

Hoy ha tenido lugar la inauguración de la exposición , en el Ateneu de Cerdanyola, Sensaciones de nuestro amigo Aziz Salama. Para los que no habeís podido acudir a la misma os mostramos un reportage del evento.





Presentación:

Nuestro amigo, Aziz Salama, titula la exposición que hoy nos propone SENSACIONES. “Sensaciones” es el resultado de las impresiones producidas en los sentidos del artista por un estimulo que viene del exterior y que hace suyo en su interior. Puedo afirmar, sin riesgo a equivocarme, que la obra que hoy contemplareis es fruto de esa intensa mirada interior hacia todo lo que le rodea. El autor posa sus sentidos sobre todo aquello que le ofrece una intensa comunicación: la inmensidad del mar, el misterio del bosque, la majestad de la orgullosa montaña, un atardecer, o, porque no, la posa sobre nosotros, sobre tu rostro, y te dice: te siento, estoy cerca de ti, te pertenezco. No te miro, te quiero aprehender y hacerte mío. Conocerte.

Porque el autor de esta obra viene del otro lado de nuestro común mar Mediterráneo. Nacido en Tánger, es licenciado en Artes Plásticas y Diseño de Interiores, así como profesor de arte e historia de la Arquitectura. Ha expuesto, tanto colectiva como individualmente, en Tánger y Rabat desde los años setenta y, una vez entre nosotros, ha expuesto su obra en Vilassar de Mar, Barberà del Vallès y Sabadell y, recientemente, en la sala TEArt de nuestra ciudad.

Aziz Salama es un artista y un formador de artistas, cuyo ideal y vocación- para ello está trabajando y formándose en temas de intermediación intercultural - es la de un artista-pintor, como a él le gusta denominarse, con deseos de comunicarse con todo aquel que desee y quiera dejarse emocionar a través de las sensaciones que nos brinda el lenguaje universal de las formas y los colores de la pintura. Un lenguaje que al pintor le brinda la oportunidad de ser puente de unión, de entendimiento mutuo entre unas culturas tan cercanas y, a la vez, tan empecinadas en ignorarse. Un lenguaje alejado de falsos prejuicios, de barreras culturales y de muros de incomprensión. Su deseo, el de todos, espero, es simplemente comunicarse, entenderse e intentar vivir en armonía y con una mano tendida.

6 de des. 2007

RECUERDOS DE INFANCIA


Como veo que nadie se anima, ahí va mi relato.


La historia de Daniel, el Mochuelo, nos ha trasladado - ¿inconscientemente, de forma consciente?-a los recuerdos de nuestra infancia. Recuerdos, recordar... pero, ¿qué son los recuerdos?: ¿una suma de aquello que nuestros familiares nos han querido contar, más las escenas que nuestra imprevisible memoria ha querido retener y un cierto poso cultural que, queramos o no, siempre nos queda? o, por el contrario, recuerdos, realmente recuerdos, ¿son aquellos que, pasados los años, nos retornan una y otra vez a nuestra presente cotidianeidad, en forma de una maraña de jirones de nuestro pasado que viven en nosotros? Yo, sinceramente, no lo se, no tengo la respuesta, pero de lo que si estoy seguro es que tengo recuerdos míos y de otros. Una sopa hecha de escenas recordadas en toda reunión familiar y escenas solamente mías. Todo ello forma el recuerdo, una suma del familiar, del colectivo y del individual, y forma parte de la argamasa que moldea muchos de nuestros sueños.
Vaya por delante, antes de iniciar el relato, mi falta absoluta de identidad con cualquier lugar o símbolo. Mis orígenes son levantinos, en consecuencia, me considero “mediterráneo”, que cada cual saque sus conclusiones. Nací cuando las cartillas de racionamiento eran un viejo recuerdo y el “boom” inmobiliario era una realidad, en una industriosa ciudad cercana a la eterna Barcelona, Sabadell, famosa por su industria textil y dar trabajo a todo aquel que lo quisiera. Era tal el interés por tener techo en Sabadell en aquellos años, que mis conciudadanos vivían- años más tarde lo pude comprobar por mi mismo- como trogloditas en los márgenes del río. Mis papás, tras un azaroso viaje en una moto con sidecar, recalaron en una habitación, hecha de cañas y cal, constantemente rezumando agua y, supremo placer, el derecho a utilizar una cocina económica -para los pequeños que no sabéis lo que es una cocina económica, preguntar al abuelito-. Yo no nací allí, sino en unos “maravillosos” pisos aluminósicos de 35-40 metros cuadrados (¡maldita sea¿por qué me parece que estoy narrando una noticia de actualidad?) que el Régimen construía para los trogloditas (¿recordáis?). El no recuerdo siguiente es que la gente trabajaba en dos y tres sitios porque la vida era muy cara y un sueldo no te permitía vivir. En casa practicábamos la consigna del plato único religiosamente y, los domingos, un palomo o un conejo criado por nosotros. En toda reunión familiar no faltaban estas sentencias: “siempre ha habido ricos y pobres” –conformista-; “la vida está muy ‘achucha’”-economicista- ; y, las más de las veces, “¡callate, estoy cansado!”,- realista- .
Mi siguiente recuerdo, este ya mío, es en una casa al lado de una inmensa fábrica textil. Recuerdo el vértigo que me producía contemplar el vértice de la chimenea desde los pies de la fábrica. Recuerdo el martilleo ininterrumpido de los telares. Era mi nuevo barrio, un barrio de obreros textiles de los años veinte. Las calles, si se las podía denominar así, en otoño se transformaban en torrenteras. En las venas abiertas en la tierra navegaban nuestros barcos de papel. El primer año que estuve en “mi calle” llovió más que de costumbre y - estos no son mis recuerdos- la gente de las cuevas fue arrastrada por el agua y colgaba de las copas de los árboles. Fue el año de la “gran nevada”.
En esa, “mi calle”, transcurrió toda mi infancia y juventud. Ahora, al tiempo que escribo, me pregunto, ¿qué recuerdos míos, míos me quedan de aquellos años? En primer lugar los olores. El olfato es el sentido que más me trae recuerdos. El recuerdo de la masa fermentando en el obrador de la panadería que atravesaba para ir al colegio. El de la botella de leche americana que destapábamos a primera hora. El de las interminables tardes de verano explorando los millones de rincones del río y, como no, sus olores y colores: hoy de tintura añil, ayer bermellón, mañana verde (ventajas de vivir en una ciudad como la nuestra)

El recuerdo del tacto. No se por qué razón, fuera verano o invierno, siempre nos vestían con unos pantalones cortos, exiguos. En invierno pasabas un frío del demonio y yo, personalmente, siempre llevaba las rodillas en carne viva, amen los cardenales y arañazos diversos que lucía con orgullo. Unos años más tarde este sentido se agudizo sobremanera cuando jugábamos a los médicos- recuerdo estrictamente científico-
El recuerdo del sabor. El sabor acre de la pólvora la noche de San Juan, la noche de las noches de nuestra infancia. El sabor del primer cigarrillo compartido y consumido al abrigo de las sombras de la fábrica, al final de “mi calle” De la “Coca Cola”, tras la sesión matinal de cine de los domingos y antes de la partida al futbolín.
El recuerdo de la vista. De un aula llena de muchachos de todas las edades alborotadores, bullangueros, caóticos. De un grupo de muchachos con todo el verano por delante, la mirada inquieta y todo un mundo por descubrir. De una calle sin coches, de gente hablando, riendo, chillando, viviendo…en la calle, en “mi calle”
El recuerdo del oído. Del silbato del tren al arribar y alejarse hacia lejanas tierras: Barcelona, el Maresme, Vilanova, Terrassa… El ruido sin fin de los telares. Noche y día. Día y noche. Constante, monótono, ininterrumpido. El de unas palabras susurradas al oído,…pero ese recuerdo mejor no os lo cuento.

2 de des. 2007

Recuerdos


La lectura de "El camino" de Miguel Delibes nos ha traido a todos recuerdos de nuestra infancia, como se pudo comprobar en las distintas aportaciones que se hicieron ayer en la tertulia. Por ello, os animo a todos y todas a retomar esas evocaciones y plasmarlas, de forma escrita, en este medio. Si teneís dificultades para publicarla, enviarme vuestro escrito a mi correo eletrónico (con una fotografía de vuestra infancia, si así lo quereís) y los editaré.



Para ir abriendo boca, un poema de Antonio Machado:


Antonio Machado, niño. Retratado por su abuela Cipriana Alvarez Durán

XCVII
RETRATO


Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Manara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario-,
mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario,,
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago;
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

Antonio Machado, Campos de Castilla (1907-1917)