29 de nov. 2013

historia de una maestra, 2


“¿Qué hay, Gorrión? Espero que este año podamos ver por fin la lengua de las mariposas.
 El maestro aguardaba desde hacía tiempo que le enviaran un microscopio a los de la instrucción pública. Tanto nos hablaba de cómo se agrandaban las cosas menudas e invisibles por aquel aparato que los niños llegábamos a verlas de verdad, como si sus palabras entusiastas tuvieran un efecto de poderosas lentes.
«La lengua de la mariposa es una trompa enroscada como un resorte de reloj. Si hay una flor que la atrae, la desenrolla y la mete en el cáliz para chupar. Cando lleváis el dedo humedecido a un tarro de azúcar ¿a que sienten ya el dulce en la boca como si la yema fuera la punta de la lengua?  Pues así es la lengua de las mariposas». Y entonces todos teníamos envidia de las mariposas.  Qué maravilla.  Ir por el mundo volando, con esos trajes de fiesta, y parar en flores como tabernas con barriles llenos de jarabe.
Yo quería mucho a aquel maestro. Al principio, mis padres no podían creerlo. Quiero decir que no podían entender como yo quería a mi maestro. Cuando era un «picarito», la escuela era una amenaza terrible. Una palabra que cimbraba en el aire como una vara de mimbre.
«¡Ya verás cuando vayas a la escuela!»
Dos de mis tíos, como muchos otros mozos, emigraron a América por no ir de quintos a la guerra de Marruecos. Pues bien, yo también soñaba con ir a América sólo por no ir a la escuela. De hecho, había historias de niños que huían al monte para evitar aquel suplicio. Aparecían a los dos o tres días, ateridos y sin habla, como desertores de la batalla del Barranco del Lobo. Yo iba para seis años y me llamaban todos Gorrión. Otros niños de mi edad ya trabajaban. Pero mi padre era sastre y no tenía tierras ni ganado.
Prefería verme lejos y no enredando en el pequeño taller de costura. Así pasaba gran parte del día correteando por la Alameda,  y fue Cordeiro, el recolector de basura y hojas secas, el que me puso el apodo. «Pareces un gorrión».
Creo que nunca corrí tanto como aquel verano anterior al ingreso en la escuela. Corría como un loco y a veces sobrepasaba el límite de la Alameda y seguía lejos, con la mirada puesta en la cima del monte Sinaí, con la ilusión de que algún día me saldrían alas y podría llegar a Buenos Aires. Pero jamás sobrepasé aquella montaña mágica.
«¡Ya verás cuando vayas a la escuela!»
Mi padre contaba como un tormento,  como si le arrancara las amígdalas con la mano, la manera en que el maestro les arrancaba la jeada del habla para que no dijeran ajua ni jato ni jracias.  Todas las mañanas teníamos que decir la frase  'Los pájaros de Guadalajara tienen la garganta llena de trigo'.  ¡Muchos palos llevábamos por culpa de Juadalagara! Si de verdad quería meterme miedo, lo consiguió. La noche de la víspera no dormí. Encogido en la cama, escuchaba el reloj de la pared en la sala con la angustia de un condenado. El día llegó con una claridad de mandil de carnicero. No mentiría si les dijera a mis padres que estaba enfermo.
El miedo, como un ratón, me roía por dentro.
Y me meé. No me meé en la cama sino en la escuela.
Lo recuerdo muy bien. Pasaron tantos años y todavía siento una humedad cálida y vergonzosa escurriendo por las piernas. Estaba sentado en el último pupitre, medio escondido con la esperanza de que nadie se percatara de mi existencia, hasta poder salir y echar a volar por la Alameda.
«A ver, usted, ¡póngase de pie!»
El destino siempre avisa. Levanté los ojos y vi con espanto que la orden iba para mí. Aquel maestro feo como un bicho me señalaba con la regla. Era pequeña, de madera, pero a mí me pareció la lanza de Abd el-Krim.
« ¿Cuál es su nombre?»
«Gorrión»
Todos los niños rieron a carcajadas. Sentí como si me batieran con latas en las orejas.
« ¿Gorrión?»
No recordaba nada. Ni mi nombre. Todo lo que yo había sido hasta entonces había desaparecido de mi cabeza. Mis padres eran dos figuras borrosas que se desvanecían en la memoria. Miré cara al ventanal, buscando con angustia los árboles de la alameda.
Y fue entonces cuando me meé.
Cuando se dieron cuenta los otros rapaces, las carcajadas aumentaron y resonaban como trallazos.
Hui. Eché a correr como un loquito con alas. Corría, corría como solo se corre en sueños y viene tras de uno el Sacaúnto. Yo estaba convencido de que eso era lo que hacía el maestro. Venir tras de mí. Podía sentir su aliento en el cuello y el de todos los niños, como jauría de perros a la caza de un zorro. Pero cuando llegué a la altura del palco de la música y miré cara atrás, vi que nadie me había seguido, que estaba solo con mi miedo,  empapado de sudor y de meos. El palco estaba vacío. Nadie parecía reparar en mí, pero yo tenía la sensación de que toda la villa estaba disimulando, que docenas de ojos censuradores acechaban en las ventanas, y que las lenguas murmuradoras no tardarían en llevarle la noticia a mis padres. Las piernas decidieron por mí. Caminaron hacia el Sinaí con una determinación desconocida hasta entonces. Esta vez llegaría hasta A Coruña y embarcaría de polizón en uno de esos navíos que llevan a Buenos Aires.
Desde la cima del Sinaí no se veía el mar sino otro monte más grande todavía, con peñascos recortados como torres de una fortaleza inaccesible. Ahora recuerdo con una mezcla de asombro y nostalgia lo que tuve que hacer aquel día. Yo sólo, en la cima, sentado en silla de piedra, bajo las estrellas, mientras en el valle se movían como luciérnagas los que con candil andaban en mi búsqueda. Mi nombre cruzaba la noche cabalgando sobre los aullidos de los perros. No estaba sorprendido. Era como si atravesara la línea del miedo. Por eso no lloré ni me resistí cuando llegó donde mi la sombra regia de Cordeiro. Me envolvió con su chaquetón y me abrazó en su pecho. «Tranquilo Gorrión, ya pasó todo».
Dormí como un santo aquella noche, pegadito a mamá. Nadie me reprendió. Mi padre se había quedado en la cocina, fumando en silencio, con los codos sobre el mantel de hule, las colillas amontonadas en el cenicero de concha de vieira, tal como pasara cuando había muerto la abuela.
Tenía la sensación de que mi madre no me había soltado de la mano en toda la noche.
Así me llevó, agarrado como quien lleva un serón en mi vuelta a la escuela. Y en esta ocasión, con corazón sereno, pude fijarme por vez primera en el maestro. Tenía la cara de un sapo.
El sapo sonreía. Me pellizcó la mejilla con cariño. « ¡Me gusta ese nombre, Gorrión!». Y aquel pellizco me hirió como un dulce de café. Pero lo más increíble fue cuando, en el medio de un silencio absoluto, me llevó de la mano cara a su mesa y me sentó en su silla. Y permaneció de pie, agarró un libro y dijo:
«Tenemos un nuevo compañero. Es una alegría para todos y vamos a recibirlo con un aplauso». Pensé que me iba a mear de nuevo por los pantalones, pero sólo noté una humedad en los ojos. «Bien, y ahora, vamos a comenzar con un poema. ¿A quién le toca? ¿Romualdo? Ven, Romualdo, acércate. Ya sabes, despacito y en voz bien alta».
A Romualdo los pantalones cortos le quedaban ridículos. Tenía las piernas muy largas y oscuras, con las rodillas llenas de heridas.
«Una tarde parda y fría...»
«Un momento, Romualdo, ¿qué es lo que vas a leer?»
«Una poesía, señor».
«¿Y cómo se titula?»
«Recuerdo infantil. Su autor es don Antonio Machado»
«Muy bien, Romualdo, adelante. Despacito y en voz alta. Repara en la puntuación»
El llamado Romualdo, a quien yo conocía de acarrear sacos de piñas como niño que era de Altamira, carraspeó como un viejo fumador de picadura y leyó con una voz increíble, espléndida, que parecía salida de la radio de Manolo Suárez, el indiano de Montevideo.
«Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín...
«Muy bien. ¿Qué significa monotonía de lluvia, Romualdo?», preguntó el maestro.
«Que llueve después de llover, don Gregorio».
« ¿Rezaste?», preguntó mamá, mientras pasaba la plancha por la ropa que papá cosiera durante el día. En la cocina, la olla de la cena despedía un aroma amargo de nabiza.
«Pues si», dije yo no muy seguro. «Una cosa que hablaba de Caín y Abel».
«Eso está bien», dijo mamá. «No sé porque dicen que ese nuevo maestro es un ateo».
« ¿Qué es un ateo?»
«Alguien que dice que Dios no existe». Mamá hizo un gesto de desagrado y pasó la plancha con energía por las arrugas de un pantalón.
« ¿Papá es un ateo?»
Mamá posó la plancha y me miró fijo.
« ¿Cómo va a ser papá un ateo? ¿Cómo se te ocurre preguntar esa pavada?»
Yo había escuchado muchas veces a mi padre blasfemar contra Dios. Lo hacían todos los hombres. Cuando algo iba mal, escupían en el suelo y decían esa cosa tremenda contra Dios.
Decían dos cosas: Cajo en Dios, cajo en el Demonio. Me parecía que sólo las mujeres creían de verdad en Dios.
« ¿Y el Demonio? ¿Existe el Demonio?»
« ¡Por supuesto!»
El hervor hacía bailar la tapa de la olla. De aquella boca mutante salían vaharadas de vapor e gargajos de espuma y berza. Una abeja revoloteaba en el techo alrededor de la lámpara eléctrica que colgaba de un cable trenzado. Mamá estaba enfurruñada como cada vez que tenía que planchar. Su cara se tensaba cuando marcaba la raya de las perneras. Pero ahora hablaba en un tono suave y algo triste, como si se refiriera a un desvalido.
«El Demonio era un ángel, pero se hizo malo».
La abeja batió contra la lámpara, que osciló ligeramente y desordenó las sombras.
«El maestro dijo hoy que las mariposas también tienen lengua, una lengua finita y muy larga, que llevan enrollada como el resorte de un reloj. Nos la va a enseñar con un aparato que le tienen que mandar de Madrid. ¿A que parece mentira eso de que las mariposas tengan lengua?»
«Si él lo dice, es cierto. Hay muchas cosas que parecen mentira y son verdad. ¿Te gusta la escuela?»
«Mucho. Y no pega. El maestro no pega»
No, el maestro don Gregorio no pegaba. Por lo contrario, casi siempre sonreía con su cara de sapo. Cuando dos peleaban en el recreo, los llamaba, «parecen carneros» y hacía que se dieran la mano.
Luego, los sentaba en el mismo pupitre. Así fue como hice mi mejor amigo, Dombodán, grande, bondadoso y torpe. Había otro rapaz,  Eladio, que tenía un lunar en la mejilla, en el que golpearía con gusto, pero nunca lo hice por miedo a que el maestro me mandara darle la mano y que me cambiara junto a Dombodán. El modo que tenía don Gregorio de mostrar un gran enfado era el silencio.
«Si ustedes no se callan, tendré que callar yo».
Y iba cara al ventanal, con la mirada ausente, perdida en el Sinaí. Era un silencio prolongado, desasosegante, como si nos dejara abandonados en un extraño país.
Sentí pronto que el silencio del maestro era el peor castigo imaginable. Porque todo lo que tocaba era un cuento atrapante. El cuento podía comenzar con una hoja de papel, después de pasar por el Amazonas y el sístole y diástole del corazón.  Todo se enhebraba, todo tenía sentido. La hierba, la oveja, la lana, mi frío.  Cuando el maestro se dirigía al mapamundi, nos quedábamos atentos como si se iluminara la pantalla del cine Rex.  Sentíamos el miedo de los indios cuando escucharon por vez primera el relincho de los caballos y el estampido del arcabuz. Íbamos a lomo de los elefantes de Aníbal de Cartago por las nieves de los Alpes, camino de Roma. Luchamos con palos y piedras en Ponte Sampaio contra las tropas de Napoleón. Pero no todo eran guerras.
Hacíamos hoces y rejas de arado en las herrerías del Incio. Escribimos cancioneros de amor en Provenza y en el mar de Vigo.  Construimos el Pórtico da Gloria. Plantamos las patatas que vinieron de América. Y a América emigramos cuando vino la peste de la patata.
«Las patatas vinieron de América», le dije a mi madre en el almuerzo, cuando dejó el plato delante mío.
«¡Que iban a venir de América! Siempre hubo patatas», sentenció ella.
«No. Antes se comían castañas. Y también vino de América el maíz». Era la primera vez que tenía clara la sensación de que,  gracias al maestro, s abía cosas importantes de nuestro mundo que ellos, los padres,  desconocían.
Pero los momentos más fascinantes de la escuela eran cuando el maestro hablaba de los bichos. Las arañas de agua inventaban el submarino.  Las hormigas cuidaban de un ganado que daba leche con azúcar y cultivaban hongos. Había un pájaro en Australia que pintaba de colores su nido con una especie de óleo que fabricaba con pigmentos vegetales. Nunca me olvidaré. Se llamaba tilonorrinco. El macho ponía una orquídea en el nuevo nido para atraer a la hembra.
Tal era mi interés que me convertí en el suministrador de bichos de don Gregorio y él me acogió como el mejor discípulo.  Había sábados y feriados que pasaba por mi casa y íbamos juntos de excursión. Recorríamos las orillas del río, las gándaras, el bosque, y subíamos al monte Sinaí. Cada viaje de esos era para mí como una ruta del descubrimiento. Volvíamos siempre con un tesoro.  Una mantis. Una libélula. Un escornabois.  Y una mariposa distinta cada vez, aunque yo solo recuerde el nombre de una es la que el maestro llamó Iris, y que brillaba hermosísima posada en el barro o en el estiércol.
De regreso, cantábamos por las corredoiras como dos viejos compañeros.  Los lunes, en la escuela, el maestro decía: «Y ahora vamos a hablar de los bichos de Gorrión».
Para mis padres, esas atenciones del maestro eran una honra. Aquellos días de excursión, mi madre preparaba la merienda para los dos.  «No hacía falta, señora, yo ya voy comido», insistía don Gregorio. Pero a la vuelta, decía: «Gracias, señora, exquisita la merienda».
«Estoy segura de que pasa necesidades», decía mi madre por la noche.
«Los maestros no ganan lo que tienen que ganar», sentenciaba, con sentida solemnidad, mi padre. «Ellos son las luces de la República».
« ¡La República, la República! ¡Ya veremos donde va a parar la República!»
Mi padre era republicano.  Mi madre, no.  Quiero decir que mi madre era de misa diaria y los republicanos aparecían como enemigos de la Iglesia.
Procuraban no discutir cuando yo estaba delante, pero muchas veces los sorprendía.
« ¿Qué tienes tu contra Azaña? Esa es cosa del cura, que te anda calentando la cabeza»
«Yo a misa voy a rezar», decía mi madre.
«Tu,  si, pero el cura no»
Un día que don Gregorio vino a recogerme para ir a buscar mariposas, mi padre le dijo que, si no tenía inconveniente, le gustaría  «tomarle las medidas para un traje».
El maestro miró alrededor con desconcierto.
«Es mi oficio», dijo mi padre con una sonrisa.
«Respeto muchos los oficios», dijo por fin el maestro.
Don Gregorio llevó puesto aquel traje durante un año y lo llevaba también aquel día de julio de 1936 cuando se cruzó conmigo en la alameda,  camino del ayuntamiento.
« ¿Qué hay, Gorrión? A ver si este año podemos verles por fin la lengua a las mariposas»"
Algo extraño estaba por suceder. Todo el mundo parecía tener prisa,  pero no se movía.  Los que miraban para la derecha,  viraban cara a la izquierda.  Cordeiro,  el recolector de basura y hojas secas,  estaba sentado en un banco,  cerca del palco de la música. Yo nunca vi sentado en un banco a Cordeiro. Miró cara para arriba, con la mano de visera. Cuando Cordeiro miraba así y callaban los pájaros era que venía una tormenta.
Sentí el estruendo de una moto solitaria.  Era un guarda con una bandera sujeta en el asiento de atrás. Pasó delante del ayuntamiento y miró cara a los hombres que conversaban inquietos en el porche. Gritó: « ¡Arriba España!» Y arrancó de nuevo la moto dejando atrás una estela de estallidos.
Las madres comenzaron a llamar por los niños. En la casa,  parecía haber muerto otra vez la abuela.  Mi padre amontonaba colillas en el cenicero y mi madre lloraba y hacía cosas sin sentido,  como abrir el grifo del agua y lavar los platos limpios y guardar los sucios.
Llamaron a la puerta y mis padres miraron el picaporte con desasosiego.  Era Amelia, la vecina, que trabajaba en la casa de Suárez, el indiano.
« ¿Saben lo que está pasando?  En la Coruña los militares declararon el estado de guerra. Están disparando contra el Gobierno Civil»
« ¡Santo cielo!», se persignó mi madre.
«Y aquí», continuó Amelia en voz baja, como si las paredes oyeran, «Se dice que el alcalde llamó al capitán de carabineros pero que este mandó decir que estaba enfermo».
Al día siguiente no me dejaron salir a la calle.  Yo miraba por la ventana y todos los que pasaban me parecían sombras encogidas, como si de pronto cayera el invierno y el viento arrastrara a los gorriones de la Alameda como hojas secas.
Llegaron tropas de la capital y ocuparon el ayuntamiento.  Mamá salió para ir a la misa y volvió pálida y triste, como si se hiciera vieja en media hora.
«Están pasando cosas terribles, Ramón», oí que le decía, entre sollozos, a mi padre. También él había envejecido. Peor todavía. Parecía que había perdido toda voluntad.
Se arrellanó en un sillón y no se movía. No hablaba. No quería comer.
«Hay que quemar las cosas que te comprometan, Ramón. Los periódicos, los libros. Todo»
Fue mi madre la que tomó la iniciativa aquellos días.  Una mañana hizo que mi padre se arreglara bien y lo llevó con ella a la misa. Cuando volvieron, me dijo: «Ven, Moncho, vas a venir con nosotros a la alameda».
Me trajo la ropa de fiesta y, mientras me ayudaba a anudar la corbata, me dijo en voz muy grave: «Recuerda esto, Moncho.  Papá no era republicano. Papá no era amigo del alcalde. Papá no hablaba mal de los curas. Y otra cosa muy importante,  Moncho. Papá no le regaló un traje al maestro».
«Si que lo regaló».
«No, Moncho. No lo regaló. ¿Entendiste bien? ¡No lo regalo!»
Había mucha gente en la Alameda, toda con ropa de domingo. Bajaran también algunos grupos de las aldeas,  mujeres enlutadas,  paisanos viejos de chaleco y sombrero, niños con aire asustado,  precedidos por algunos hombres con camisa azul y pistola en el cinto. Dos filas de soldados abrían un corredor desde la escalinata del ayuntamiento hasta unos camiones con remolque entoldado, como los que se usaban para transportar el ganado en la feria grande.
Pero en la alameda no había el alboroto de las ferias sino un silencio grave, de Semana Santa.  La gente no se saludaba.  Ni siquiera parecían reconocerse los unos a los otros. Toda la atención estaba puesta en la fachada del ayuntamiento.
Un guardia entreabrió la puerta y recorrió el gentío con la mirada.  Luego abrió del todo e hizo un gesto con el brazo.  De la boca oscura del edificio,  escoltados por otros guardas, salieron los detenidos,  iban atados de manos y pies, en silente cordada.  De algunos no sabía el nombre,  pero conocía todos aquellos rostros.  El alcalde,  el de los sindicatos, el bibliotecario del ateneo Resplandor Obrero,  Charli,  el vocalista de la orquesta Sol y Vida, el cantero  que llamaban Hércules,  padre de Dombodán... Y al cabo de la cordada, jorobado y feo como un sapo, el maestro.
Se escucharon algunas órdenes y gritos aislados que resonaron en la Alameda como petardos.  Poco a poco,  de la multitud fue saliendo un ruge-ruge que acabó imitando aquellos apodos.
«¡Traidores! ¡Criminales! ¡Rojos!»
«Grita tú también, Ramón,  por lo que más quieras, ¡grita!». Mi madre llevaba agarrado del brazo a papá, como si lo sujetara con toda su fuerza para que no desfalleciera. « ¡Que vean que gritas, Ramón, que vean que gritas!»
Y entonces oí como mi padre decía « ¡Traidores» con un hilo de voz. Y luego, cada vez más fuerte, « ¡Criminales! ¡Rojos!»  Saltó del brazo a mi madre y se acercó más a la fila de los soldados,  con la mirada enfurecida cara al maestro.  « ¡Asesino! ¡Anarquista! ¡Comeniños!»
Ahora mamá trataba de retenerlo y le tiró de la chaqueta discretamente. Pero él estaba fuera de sí. « ¡Cabrón! ¡Hijo de mala madre¡». Nunca le había escuchado llamar eso a nadie, ni siquiera al árbitro en el campo de fútbol.  «Su madre no tiene la culpa, ¿eh, Moncho?, recuerda eso». Pero ahora se volvía cara a mi enloquecido y me empujaba con la mirada, los ojos llenos de lágrimas y sangre. « ¡Grítale tú también, Monchiño,  grítale tú también!»
Cuando los camiones arrancaron cargados de presos, yo fui uno de los niños que corrían detrás lanzando piedras. Buscaba con desesperación el rostro del maestro para llamarle traidor y criminal. Pero el convoy era ya una nube de polvo a lo lejos y yo, en el medio de la alameda, con los puños cerrados, sólo fui capaz de murmurar con rabia: « ¡Sapo! ¡Tilonorrinco! ¡Iris!».”
“La lengua de las mariposas”
Manuel Rivas

(texto completo)




27 de nov. 2013

historia de una maestra



El documental “La escuela olvidada” analitza l'educació espanyola  des del punt de vista històric , econòmic , pedagògic i polític . Repassa un segle d'història de l'educació a Espanya a partir de l'impuls modernitzador que va viure el país a principis del segle XX amb l'assaig pedagògic , mixt i laic,  de l'Institut – Escola .

Veus com l'exdirector general d'Educació, Alejandro Tiana o l'expresident de Catalunya , Pasqual Maragall , opinen sobre les aportacions de l'Institut - Escola .  Així mateix , antics alumnes com les germanes Zuloaga , Oriol Bohigas o Àngels Barnes , ens traslladen a aquelles aules a través dels seus  records. El documental vol retre tribut a aquest experiment sense precedents que va treballar per elevar el nivell cultural de la població, amb la màxima de respecte absolut al nen . El documental recupera personatges claus de la història d'Espanya , com Giner de los Ríos, José M ª Cossío o José Castillejo , que van lluitar pel progrés de la educació a Espanya.


El documental va ser emès per Televisió Espanyola el 14 de gener de 2011.


24 de nov. 2013

TRENTATENEU

Crida per celebrar els trenta anys de l’Ateneu:



VINE A CELEBRAR AMB NOSALTRES EL TRENTATENEU EL DISSABTE 30 DE NOVEMBRE

Aquest 14 d’abril va fer 30 anys que s’inaugurà l’Ateneu.

Per tal motiu, les entitats reunides en el Consell de Cultura vàrem decidir que era un bon motiu de celebració:

·        Per què l’Ateneu ha estat un equipament d’importància cabdal per al desplegament cultural i associatiu de la nostra ciutat durant aquests darrers 30 anys. 

·               Per què l’Ateneu, junt amb la Biblioteca i els diferents Museus, continua sent un dels pilars més visibles de la nostra identitat cultural i ciutadana.

·         Per què esperem que la visibilitat de l’aniversari serveixi per projectar l’Ateneu a tota la ciutadania en benefici del futur de la cultura i l’associacionisme de Cerdanyola.

Per tot plegat, EL PROPER 30 DE NOVEMBRE, al llarg de tot el dia, de 10 a 20 hores, farem activitats i una jornada de portes obertes i mostrar com es el dia a dia de les entitats culturals de la ciutat.

Activitats per a infants i adults. Música, dansa, teatre, cinema, mostres de cultura popular, fotografia, radioaficionats, i enmig un dinar plegats per conèixer-nos millor. Amb una xerrada a l’hora del cafè amb entitats de les més veteranes fins les més novelles. Amb imatges de la seva història i una mostra de cartells explicant qui son i que fan cadascuna de les entitats.

Volem que ens coneixem millor. Vina i participa. Treballem per a tu però també volem treballar amb tu.


Tots som ciutat. Fem més rica i alegre Cerdanyola.

23 de nov. 2013

crònica recital de poesia

B'Art de l'Ateneu


Ahir, Vespres Literaris va organitzar un recital poètic al  B’Art de l’Ateneu de Cerdanyola del Vallès.

L’acte va començar amb la presentació, per part de la companya del grup,  Juani Torio,  del poeta de Vilafranca del Penedès, Santi Borrell.  Borrell presentava
Juani Torio
el seu darrer treball “Fragments d’una pedra”, del qual,  el crític i poeta Ricard Mirabete ha dit : [Santi] “ S’interroga al llarg del seu segon poemari per les aparences,  per la matèria (la pedra) i per la paraula feta cos (el somni). D’aquesta manera fa possible la poetització del somni, la descripció de la realitat observada: busca allò que estructura una emoció, una actitud vital de transformació constant. La quotidianitat és l’espai per on es mouen els seus versos que volen descobrir i il·luminar el nostre dia a dia. Per mitjà del somni i enaltint la bellesa del nostre voltant.  La pedra és l’expressió de la matèria per excel·lència;  la fragmentació és l’aparença de tot allò que percebem més endins i més enfora del cos. E l seu somni poètic és reconstruir la percepció, el pensament i allò més important que fa néixer el poema: em refereixo a la mètrica de la sensació.”

Santi Borrell

"Fragments d'una pedra” és el fruit de la profunda observació, per part del poeta, de la realitat quotidiana, de totes les criatures, les coses i els fets diaris, íntims, que ens envolten. La veu poètica parla de tot, del tot i per a tots, no hi ha una temàtica concreta que defineixi el llibre, eclèctic i amb esperit d'universalitat.


Podem afirmar que ens trobem davant d'un poeta vitalista que cerca la totalitat en els seus poemes.


“La vida sembla igual, cada dia,
i ningú parla de la bellesa, però jo sí.
Jo veig la bellesa i parlo de la bellesa.”

Santi Borrell
"Fragments d'una pedra"

A continuació, l’amic Josep Maria Riera presentava la segona veu del recital: L’Esperança Castell, que donava a conèixer, en primícia, el seu segon llibre de poemes: “Flames a la fosca”

Josep Maria Riera i  Esperança Castell

[ el proper dijous 28 de novembre, l'Esperança farà la presentació del mateix a l’Ateneu barcelonès.  L’acte comptarà amb la presencia de Francesc Parcerisas, poeta i professor de l’Escola d’Escriptura; d’Ignasi Riera i de Jordi Fernando, editor de Meteora.]  


En el pròleg , escrit per l'Ignasi Riera, ens parla de la poesia de l’Esperança: “... la seva és una poesia que conjura tots els sentis, que sap que la paraula és com l’argila i que el poema és el punt de partença per que l’escriu, per qui el llegeix. (...)  No és gens atemporal, aquesta poesia.  Hi ha sovint, en aquest nou llibre,  tocs d'atenció sobre allò que grinyola, que no rutlla,  certificats precisos d'angúnies que ens tenallen,  sí, però,  sobretot, propostes per reciclar,  com volia Antonio Machado, 'las amarguras viejas' per reciclar-les i convertir-les en 'blanca cera y dulce miel”. (...)

Esperança castell

Poesia de la vida, i a favor de la vida, que no combrega amb rodes d molí ofertes per qui ens vol entabanar.  Poesia còsmica — i no banalitzo l'adjectiu—, de comunió i interdependència amb els altres éssers del nostre entorn, vivents o no.”

Poder dir...

Tot carregant per darrera vegada
el forn, sense guants
i amb la pell de les mans molt llisa,
el vell terrisser va dir:
«Ja no tinc esma per fer-ho».
Arribarà un dia que, com ell,
hauré de dir:
«Ja no tinc esma per fer-ho».
M'agradaria llavors poder dir
que encara estimo,
i confio en les paraules,
i que he estat feliç.

Esperança Castell
"Flames a la fosca"


El recital es va completar amb la música dels guitarristes Manel Puig i Miquel Carretta,  alumnes de l’escola municipal de música  Aulos. 


Manel i Miquel



22 de nov. 2013

avui recital de poesia amb l'Esperança i el Santi



Que el verso sea como una llave
Que abra mil puertas.


Vicente Huidobro
“El poeta es un pequeño dios”

“Recital de poesia” : a càrrec d’ Esperança Castell i  Santi Borrell; i la música de Manel Puig iMiquel Carretta.

Divendres 22 de novembre de  2013, a les 19.30 hores,  al B'Art de l'Ateneu de Cerdanyola del Vallès.


21 de nov. 2013

recital de poesia: "els dies a les mans"



tot entra
dins dels teus ulls

tots els planetes
giren dins dels teus ulls

tot està
dins dels teus ulls

tots els oceans
i tots els núvols
giren dins dels teus ulls

tota la matèria
està dins dels teus ulls

Santi Borrel
Els dies a les mans



“Recital de poesia” : a càrrec d’ Esperança Castell i  Santi Borrell; i la música de Manel Puig iMiquel Carretta.

Divendres 22 de novembre de  2013, a les 19.30 hores,  al B'Art de l'Ateneu de Cerdanyola del Vallès.


20 de nov. 2013

recital de poesia: "negre i fil"



Deso l'estiu a l'armari,
el murmuri de converses,
les nits d'estels rutilants;
en els plecs dels llençols hi deixo
l'alzinar perfumat, de xuclamel.
A la ciutat la tardor
desclou les últimes roses.
S'acosten núvols de fressa absurda,
d'enyors tèrbols. El vent fred
marceix esperances i dies,
arrossega el meu cos cansat
amb les fulles seques dels plàtans.
Com abans, surto a la galeria,
les xemeneies fumegen soledat,
volves negres embruten el mosaic
i la roba blanca estesa.
De sobte, sento a frec de pell, mare,
el teu càlid gest quan la reculls.
Entro a la casa,
que encara me'n guarda l'escalfor.

TRAJECTE
Esperança Castell
“Negre i Fil”



“Recital de poesia” : a càrrec d’ Esperança Castell i  Santi Borrell; i la música de Manel Puig i Miquel Carretta.

Divendres 22 de novembre de  2013, a les 19.30 hores,  al B'Art de l'Ateneu de Cerdanyola del Vallès.


18 de nov. 2013

veu de poetes

Vam omplir el bosc de somnis,
nits per oblidar el dolor.

Van ser nits dins del bosc.

Van ser nits per deixar d'existir,
històries per oblidar al teu costat.

Altres dies m'abandono al vent
i no hi ha nits. No hi ha res.

Altres nits m'oblido de tot
i si m'equivoco, torno a començar.

Altres vegades tinc un somni
i espero la llum. M'espero.

Jo puc estimar-te una altra vegada,
però sempre m'equivoco.
I si m'equivoco, és perquè t'estimo.

Santi Borrell
INTERMITÈNCIES
“Els dies a les mans”


El proper divendres, 22 de novembre, a les 19.30 hores,  Santi Borrell i Esperança Castell presentaran, al B’Art de l’Ateneu de Cerdanyola del Vallès,  els seus nous poemaris;  per obrir boca us deixem un tastet de les seves creacions anteriors:



Els anys fan dringar
al campanar de l’església
una boca de foc rebel
que hi va quedar presonera.
El seu lament ens desperta.
Torneu-me les paraules,
torneu-me la memòria
dels cossos enterrats
sota els arbres,
torneu-me el que us heu endut,
torneu-me els nius plens
de les orenetes.

Esperança Castell
Corbera d’Ebre (fragment)
“Negre i Fil”

17 de nov. 2013

Doris Lessing

Doris Lessing
L'autora Doris Lessing, de la qual vam llegir la seva obra: "Diari d'una bona veïna", el novembre de 2006, ha mort. 

Transcrivim un fragment de la seva obra més aclamada: "El quadern daurat" i els enllaços que li vam dedicar en aquest espai.



“Ella encuentra dentro de sí la siguiente historia: una mujer, amada por un hombre que durante toda su larga relación la crítica por serle infiel, por desear la vida social que los celos de él le impiden vivir, y por ser una “mujer de carrera”. Esta mujer, que, en realidad, durante los cinco años de su aventura sentimental jamás mira a otro hombre,  jamás sale sola, y descuida incluso su carrera,  se convierte en todo aquello que él le criticaba en el momento mismo en que él la deja.  Se entrega a la promiscuidad, vive solo para ir a fiestas,  y no siente escrúpulos en cuanto se refiere a su carrera,  por la que sacrifica a sus hombres y a sus amigos, Lo que la historia demuestra es que esta nueva personalidad ha sido creada por el,  y que todas sus actividades –encuentros sexuales, traiciones a causa de su carrera, etcétera— tienen un objetivo exclusivo de venganza: “Esto es lo que querías, ¿no?  Pues aquí lo tienes.  Así es como querías que fuera”. Y al volver a encontrar al hombre,  al cabo de un tiempo,  cuando su nueva personalidad ya se ha consolidado,  él vuelve a enamorarse de ella.  Así es como él siempre ha querido que fuera;  y la razón por la que la dejó fue,  en el fondo,  que se trataba de una chica callada,  sumisa y fiel.  Pero ahora,  cuando el vuelve a enamorarse,  ella le rechaza y le desprecia amargamente: lo que ella es ahora no responde a lo que es “auténticamente”.  En consecuencia,  él ha rechazado su personalidad real,  ha traicionado un amor autentico, p ara amar solo una caricatura.  Y ella le rechaza para preservar su auténtica personalidad,  que se ha visto traicionada y rechazada por él.
Ella no escribe esta historia. Tiene miedo de que, si lo hace, se convierta en verdad.
Doris Lessing
El cuaderno dorado

“El cuaderno amarillo”

16 de nov. 2013

la escuela republicana y 7

La Barraca nació el 2 de noviembre de 1931, cuando Federico García Lorca  llegó a la casa de sus amigos,  el matrimonio Morla, dispuesto a salvar el teatro español.  El poeta  les expresó su idea de que  para salvar el teatro español era preciso,  lo primero, encontrar un público para él.  “El público existe, dijo: es el pueblo”.  Desde el primer instante Federico contó con Eduardo Ugarte. Y cuando le preguntaron de dónde sacaría los fondos para llevar a cabo ese hermoso sueño, contestó: ¡Bah!, eso es una cuestión de detalle. Lo importante era poner en marcha el carromato de los actores para llevar el teatro clásico a los que están ayunos de poesía y espectáculo.

Todo fue conseguir un camión para trasladar los decorados y las cestas del vestuario, construir un tablado de seis por ocho metros, montarlo en las plazas de los pueblos, buscar las conexiones eléctricas si las había, pintar y colgar los decorados, ensayar los actores bajo la dirección de Federico. Así lograron un teatro que cambió el rumbo del teatro en España.

Vestidos todos con un uniforme de obrero, el mono, con el escudo en el pecho, diseñado por Benjamín Palencia, representando una rueda y una carátula: el teatro ambulante,  se lanzaron a recorrer los caminos.


Las obras que prepararon y llevaron por pueblos y ciudades fueron: de Cervantes,  "La cueva de Salamanca", " La guarda cuidadosa", "Los habladores" y "El retablo de las maravillas" ; de Calderón, el auto sacramental de "La vida es sueño" ; de , "El burlador de Sevilla" ; de Lope de Vega, "Fuenteovejuna",  "Las almenas de Toro" y "El caballero de Olmedo" ; de Juan de la Encina,  "Égloga de Plácida y Victoriano" ; de Lope de Rueda, "Paso de la Tierra de Jauja" ; de Antonio Machado, "La tierra de Alvargonzález" , y del Romancero , "Romance del Conde Alarcos".

Las gentes asistían a las representaciones con un gran respeto, con un silencio casi religioso y, en los momentos cumbres, aplaudían irrefrenables.