29 de gen. 2022

el autor del mes y 13

 

Volver la vista atrás

Juan Gabriel Vásquez


Alfaguara, 2020

480 páginas


 

Les relacions familiars i les ideologies utòpiques.

A Volver la vista atrás Juan Gabriel Vásquez fa un retrat del segle XX a través de la figura del cineasta Sergio Cabrera.

per Júlia Costa
Llegir.cat
25/05/2021



"L’escriptor colombià Juan Gabriel Vásquez ens explica en una llarga nota al final de la seva novel·la Volver la vista atrás (Alfaguara) que aquesta és una història de ficció sense episodis imaginaris. I reprèn un significat de la paraula fingir relacionat amb la seva etimologia que la vincula a modelar, a donar forma a alguna cosa. Molts dels fets i situacions del llibre podrien semblar inversemblants si no fos que sabem que són absolutament reals però recreats, amb grapa, respecte i comprensió pel seu autor.

No és gens senzill fer ficció amb personatges reals, moltes vegades alguna cosa grinyola o no resulta convincent. I, considerant el tema central, és habitual caure en el parany de jutjar. Vásquez no ho fa en cap moment, descriu els fets, n’explica les circumstàncies. L’autor ha aconseguit una obra mestra, impressionant, ben escrita, que poua en la família del cineasta Sergio Cabrera, en una llarga i complexa narració que abasta des de la Guerra Civil espanyola fins a la Xina de Mao, passant per l’exili americà i que ens situa, amb realisme gairebé periodístic, a les revoltes guerrilleres colombianes dels seixanta.

El llibre ofereix un retrat impressionant, inquietant i entranyable a la vegada, de la història del segle XX, a través d’uns fets que hi ha el perill de rebutjar o mitificar si no s’intenta una difícil empatia amb aquesta família arrossegada, com tantes altres, per la història. Una família absolutament real, amb les seves llums i ombres, convenciments i errors, i que, al mateix temps, esdevé un símbol emblemàtic de com les ideologies utòpiques han conformat la fe devota de molta gent fins que la tossuda realitat ha acabat per esberlar les idees més admirables. També hi té un pes la relació familiar, amb les seves servituds i complexitats.

L’any 2016 trobem el protagonista principal, Sergio Cabrera, a la Filmoteca de Barcelona, en una retrospectiva de les seves pel·lícules. El seu pare, Fausto, també relacionat amb el cinema i la revolució, acaba de morir. El seu matrimoni es troba en crisi i l’esperada pau colombiana no acaba d’arribar com seria desitjable. Aquest protagonista estarà acompanyat en la seva trajectòria vital per la seva família, el pare, la mare, admirable, i una germana, Mariella, que, com ell, s’educarà intel·lectualment i política a Xina quan els pares retornin a Colòmbia per a reprendre la lluita política directa.

Al voltant dels protagonistes principals trobem un munt de personatges absolutament interessants. Resulta admirable l’afany de supervivència d’aquesta família, la capacitat d’aquests germans per reprendre la seva vida i abandonar la lluita armada, en la qual s’han jugat la vida en moltes ocasions, quan s’adonen que no respon a allò que n’esperaven. Resulta admirable, així mateix, la capacitat d’entomar el passat de forma lúcida i responsable, no és aquesta un actitud gens freqüent en el context de l’esquerra radical.

Tot és ben real i això impressiona. Podem trobar entrevistes amb Sergio i Marianella Cabrera per la xarxa i converses amb l’autor on aquest explica el llarg procés d’elaboració d’aquest llibre, sempre comptant amb la complicitat del protagonista, que li ha amollat records, fotografies i documentació durant alguns anys, a través de llargues converses i gràcies a una bona amistat. El llibre convida a la reflexió aprofundida sobre un munt d’aspectes de la política i la ideologia dels darrers cinquanta anys.

Juan Gabriel Vásquez (Bogotà, 1973) és avui l’autor colombià viu de més prestigi, ha rebut molts guardons i reconeixements i ha estat traduït a un munt de llengües. Ell mateix ha traduït sovint de l’anglès i el francès i es percep al seu darrere un immens gruix lector i un bagatge intel·lectual importantíssim."

28 de gen. 2022

el autor del mes, 12

 

La forma de las ruinas

Juan Gabriel Vásquez


Alfaguara, 2015

560 páginas


 

La narrativa de la conspiración

por Isaac Rosa
El País
15/01/2016



"El nombre de Jorge Eliécer Gaitán no dirá nada al lector español, pero en Colombia es central. Sobre todo tras su asesinato en 1948, inicio de un tiempo de violencia política que dejó el terreno abonado para la posterior guerra civil de paramilitares, guerrillas y narcotraficantes de la que hoy intenta recuperarse un país “donde amenazar de muerte es casi una rutina”.

Así habla el narrador, el propio Juan Gabriel Vásquez, que se disfraza de personaje de novela autoficcional para proseguir su indagación del pasado colombiano. Si en El ruido de las cosas al caer se asomaba a violencias más recientes, ahora vuelve la vista más atrás, hasta Gaitán y, aún más remoto, el magnicidio en 1914 del liberal Rafael Uribe. Dos asesinatos políticos que comparten la conmoción causada y las muchas zonas oscuras sobre su autoría, pues coinciden en algo más definitorio de Colombia que la violencia: la impunidad.

Vásquez propone una reflexión sobre fantasmas del pasado y la herencia de culpas, dudas y temores. Pero aunque el eje del libro sea Gaitán, pronto su centro es ocupado por aquel otro crimen de 1914, abriendo un juego de espejos y paralelismos.

Es ahí donde están sus mejores momentos: la reconstrucción ficticia de la investigación que el joven abogado Anzola hizo del asesinato de Uribe. Con enorme habilidad, Vásquez nos hace acompañarlo en su labor detectivesca, cada vez más enrevesada, hasta culminar en las vibrantes jornadas del juicio donde aquel trata de probar la complicidad de poderes en la sombra. Si apasionante es su relato, más aún la construcción psicológica de Anzola, en un atractivo claroscuro: ¿es un luchador por la justicia y la verdad, o un conspiranoico que ve manos negras por todas partes?

Surge así uno de los grandes temas de esta novela: el auge de las teorías de la conspiración desde el siglo XX hasta ahora. Cómo las zonas oscuras de todo gran crimen (y cuál no las tiene) alimentan teorías heterodoxas, algunas razonables, otras perdidamente delirantes. Y cómo toda conspiranoia comienza por elaborar un relato coherente y de narrativa irresistible, bajo la promesa del secreto desvelado.

Vásquez propone una reflexión sobre fantasmas del pasado y la herencia de culpas, dudas y temores

Cuando Anzola ve que nadie le cree, decide escribir un libro. Un relato con el que competir en la guerra por el relato histórico. Lo mismo hace el otro gran conspiranoide de esta novela, Carlos Carballo: en su obsesión por encontrar la verdad oculta del asesinato de Gaitán, busca quien escriba un libro. Porque “eso que usted llama historia no es más que el cuento ganador”.

Ahí está la jugada de Vásquez: acomodarnos a los lectores del lado de la conspiración, hasta hacernos dudar sobre las distintas versiones de aquellos sucesos (de cualquier suceso). Y luego dejarnos ahí, incómodos, cuando el autor se lava las manos en el escepticismo. Aunque todas sus novelas tienen algo de investigación, esta vez Vásquez opta por un modelo narrativo muy de nuestro tiempo, pero que a fuerza de repetirse empieza a mostrar síntomas de agotamiento: el novelista que, a la vez que una historia “real”, nos cuenta cómo llegó a ella, cómo surgió su necesidad y en qué vicisitudes y azares se vio envuelto hasta escribirla, mezclado con vivencias personales. Para entendernos, lo que con tanta fortuna hizo Cercas en Soldados de Salamina tiempo atrás, aunque Vásquez se encomienda más a Sebald.

Esta elección formal tiene riesgos: la verdadera zona de interés se demora decenas de páginas con rodeos y meandros que acaban pareciendo excesivos bajo la luz potente de lo que se cuenta después. Y lo mismo le puede pasar al personaje Vásquez en algunos momentos: que quede empequeñecido a la sombra de los inolvidables Anzola y Carballo."

27 de gen. 2022

el autor del mes, 11

 

Las reputaciones

Juan Gabriel Vásquez


Alfaguara, 2013

208 páginas



por Ascensión Ribas
El Cultural
03/01/2014



"Es muy pobre la memoria que sólo funciona hacia atrás, como decía la Reina Blanca de Alicia en el país de las maravillas, aunque así es como actúa a este lado del espejo y como nos recuerdan, a modo de leitmotiv, los personajes de Las reputaciones. Pero en un momento de lucidez, Javier Mallarino consigue cambiar el orden natural de los recuerdos y proyectar su memoria hacia el futuro. Así se narra el final de la última novela de Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973). Columnista de El Espectador, novelista, ensayista y traductor de John Hersey, John Dos Passos, Victor Hugo y E. M. Forster, Vásquez ha escrito la obra con la mano maestra de entregas anteriores. Su estilo, ágil, brillante y muy personal, está cuajado de imágenes cuya atmósfera atrapa al lector.

Javier Mallarino, caricaturista político de un periódico bogotano cuyos dibujos y comentarios crean opinión y consiguen instaurar reputaciones, está a punto de recibir un reconocimiento público que premia su trayectoria profesional. A partir de un presente con el que el lector se encuentra de bruces y que le instala, como aconsejaban los clásicos, en el centro mismo del conflicto, se van desgranando acontecimientos de la biografía del protagonista que explican la circunstancia actual, dibujan el mapa de su vida y encaminan la obra hacia su desenlace. Nos encontramos ante una forma original de contar la historia que recurre al sucesivo encaje de piezas a medida que aparecen nuevos personajes. Cada uno de ellos introduce algún momento importante que, a su vez, enlaza con otros hasta que el mosaico está completo. Con Magdalena se recupera un tiempo diáfano de amor compartido, la búsqueda del equilibrio emocional, el ascenso laboral y un componente ético que terminará por desestabilizar el matrimonio y la vida de Mallarino.

A su lado aparece Beatriz, en cuya mirada infantil se percibe el fracaso familiar. Magdalena es alfa y omega, una presencia continua y una especie de conciencia alerta que advierte el poder de las caricaturas y el peligro que eso entraña para Mallarino. Su visión inteligente e intuitiva de la realidad le permite salvarse a tiempo y estar un paso por delante de su marido. El encuentro casual con Samanta Leal trae a la historia acontecimientos desconocidos, también relacionados con las reputaciones, que de nuevo enlazan con el pasado, recogiendo los dos temas clave de la obra: una reflexión sobre cómo se elabora el prestigio social y la constatación de que el pasado, a través del recuerdo, puede quebrar la estabilidad de las personas. Novela que engancha, rica en matices, ironía e intertextualidades, cuya historia quizá se diluye un poco en la tercera parte."

26 de gen. 2022

el autor del mes, 10

 

Historia secreta de Costaguana

Juan Gabriel Vásquez

Alfaguara, 2007

296 páginas


Por Conrad y Colombia



por Rafael Conte
El País
10/03/2007



"¿Se puede ser a la vez colombiano y novelista en estos días escapando a la sombra protectora del gran patrón Gabriel García Márquez, todavía vivo felizmente? Pues sí, siempre que se busque otro, como acaba de hacer Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973), aunque dejándose algunos pelos en la gatera como ahora veremos. El secreto está en el mapa, donde no encontramos en ninguna parte la palabra Costaguana, que es imaginaria: pues pertenece en realidad a la literatura, a la imaginación de Josef Conrad Korzenlowski (1857-1924), el gran marino y novelista británico de origen polaco, con la evocación de cuya muerte se abren precisamente las páginas de esta gran novela, que en buena medida le rinden un homenaje y que resulta inimitable: Costaguana es el escenario de Nostromo, la obra de Conrad que muchos consideran su máxima cumbre, entre las mayores de todas quizá, una ficticia república centroamericana en la que por vez primera abandona sus escenarios habituales del lejano oriente asiático y de la extraordinaria incursión africana que fue En el corazón de las tinieblas. Pues era la primera vez, en 1904 (salvo la citada excursión de En el corazón de las tinieblas, dos obras maestras, aunque la primera mucho más compleja) donde Conrad abandonaba sus queridos mares asiáticos que le habían concedido sus primeros éxitos, La locura de Almayer, Un paria de las islas, Lord Jim, Victoria, Tifón, Juventud y La línea de sombra. Antes de ser escritor, Conrad había sido marino, había navegado por los siete mares, había llegado a capitán de la Marina mercante inglesa y a partir de los cuarenta años se había convertido en un narrador excepcional. Aunque Nostromo no lo fue del todo, dada su complejidad y dificultades de lectura, se ha convertido al final en una de sus grandes obras maestras, o quizá la que más.

Aunque no sea una excepción en la literatura colombiana, pues tengo que citar el influjo de Conrad en la saga narrativa de Álvaro Mutis sobre Maqroll, el Gaviero (como destaca Myrta Sessarego en su ensayo Maqroll, el Gaviero o Las ganancias del perdedor -UACM, 2006-, aunque sea un influjo más individualista que político o social), y no hay otro gran ejemplo dentro de las obras colombianas en general. La sombra de Gabriel García Márquez está ausente, aunque no del todo, pues si Cien años de soledad es una epopeya colombiana y universal, se trata de una obra mítica, poética y más lírica que realista, aunque su sombra planea también sobre esta nueva novela de Juan Gabriel Vásquez, como voy a señalar. Pues la titánica y conradiana historia de este último viene marcada por el intento de encontrar las raíces del imaginario Costaguana en la real historia de la Colombia anterior a la apertura del canal de Panamá, que iniciado por el francés Lesseps (el realizador del de Suez) dio lugar a una célebre quiebra internacional, y a su realización bajo el patrocinio de Estados Unidos, lo que determinó la fundación y separación de la república de Panamá, que hasta entonces -1903- había pertenecido a Colombia.

La hipótesis de Juan Gabriel Vásquez es que la creación conradiana de Costaguana en la citada Nostromo (1904) se basa en la de la propia y real de Colombia, hasta la creación del canal de Panamá y de una nueva república, independiente de Colombia, gracias a Estados Unidos, que se apropió del citado canal durante cien años. No es la primera vez que Vásquez se acerca a la violenta historia de su país, como ya lo hizo con una novela anterior, Los informantes (Alfaguara, 2004), más política, que ya tuvo cierto éxito entre nosotros. Pero en esta nueva novela, más realista y mítica a la vez, el autor entra en el tema mediante el cruce y la alternancia de dos historias, la del propio Conrad, y la de un padre y un hijo colombianos, que le prestarán la suya propia, que al final el escritor les robará para su propia creación.

Hay dos líneas narrativas que se entrecruzan en esta novela. La primera y más importante es la de Colombia, desde su origen hasta la independencia de Panamá, contada por los Altamirano -padre e hijo- ambos liberales activos, en una línea que se mezcla con la violencia colombiana, de origen religioso y cultural desde sus principios. Ambos, padre e hijo, forman parte del bando liberal, y a la muerte del primero, es el segundo quien toma el relevo para contárselo todo al final a Conrad, quien le robará la historia para inventar la imaginaria Costaguana en su obra inmortal. La otra línea es más entrecortada, y consiste en la vida del propio Josef Conrad, que por muy aventurera que fuese es fiel reflejo pendular de la de la propia Colombia: su exilio de Polonia a Francia, sus aventuras, quiebras, su vida de contrabandista, su intento de suicidio, sus viajes por los siete mares y su triunfo final, como narrador en Gran Bretaña después de los cuarenta años y siendo ya capitán de la Marina mercante británica. Para esta línea de la vida de Conrad, Vásquez ha manejado muy bien su correspondencia, y sus citas textuales de la obra del escritor, apoyando muy bien su documentación.

La otra línea se trata de un estudio de la historia de Colombia, hasta la independencia de Panamá, a través de las vidas de los periodistas liberales -los dos Altamirano, padre e hijo- muy bien imaginadas y apoyadas en una buena documentación, aunque sea ficticia, con momentos muy deslumbrantes como el del intento fracasado de Lesseps que terminó en una quiebra internacional célebre a causa del clima, las enfermedades y las guerras indefinidas, pues su novela anterior de Los informantes (2004) también le ha servido de cañamazo previo, como ya he dicho. La historia de Colombia es una serie de violencias, guerras, dictaduras y revoluciones incesantes y sin cuento, cuyo origen es en principio religioso, pero que confluyen en una dialéctica bastante terrible, con momentos espantosos y que quizá, llega a los actuales carteles de la droga y los secuestros inexplicables, pues lo económico se superpone a lo cultural, y aquí encontramos también al García Márquez final. En este sentido cabe contraponer la ascensión de Remedios la Bella a los cielos en Cien años de soledad a la leyenda del rescate y supervivencia de "la viuda del canal" que engendrará a la Eloísa bastarda y compañera del segundo Altamirano, testigo, juez y parte del proceso de su huida de Colombia, ya perpetrada la separación de Panamá. Pero las descripciones de este proceso son verdaderamente impresionantes, y al final, huido el segundo Altamirano de esta historia de violencias y persecuciones implacables, se la contará a Josef Conrad y le dirá: "Señor Conrad. Usted me ha robado mi vida y con ella mi propia historia, ya lo he dicho". Pero la historia continúa. "

25 de gen. 2022

el autor del mes, 9

 

Los informantes

Juan Gabriel Vásquez

Alfaguara, 2004

344 páginas


Juan Gabriel Vásquez recrea en Los informantes la Colombia de los años cuarenta



por Isabel Obiols
El País
14/10/2004



En Los informantes, novela del colombiano Juan Gabriel Vásquez, todo el mundo habla sin parar. Habla el narrador, rastreador de vidas ajenas e indirectamente de la propia, hablan los interrogados y hablan los afectados por las palabras de los anteriores. A veces, el gesto -bienintencionado- de levantar una alfombra y soplar un poco acaba generando una tormenta. En este caso, una investigación sobre la vida de una inmigrante judía en Colombia en los años de la II Guerra Mundial destapa la red de complicidades con que se elaboraron las listas negras que acabaron con el confinamiento de ciudadanos alemanes, supuestamente filonazis, por parte del Gobierno del país suramericano, impulsado por Estados Unidos.

"Con la publicación de la novela en Colombia en verano ha habido cierta sensación de que se abría una puerta", explica Vásquez (Bogotá, 1973) sobre el periodo que trata en este libro. "Cuando estaba escribiendo tenía dificultades para encontrar testigos directos o indirectos. Ahora me vienen a buscar descendientes de alemanes que se exiliaron en mi país para que escriba la historia de sus parientes. Empieza a haber cierta ansiedad por hablar antes de morir".

La memoria, la individual y la colectiva, es la gran protagonista de Los informantes junto con la utilización de la palabra. Desde el presente, un narrador periodista, Gabriel Santoro, empieza a investigar la vida de una amiga de su padre, una judía que llegó a Colombia con su familia en 1938 huyendo del régimen de Hitler. El testimonio de Sara Guterman da origen a un libro que abre la caja de los truenos. Provoca una reacción en cadena de nuevos testimonios que hablan de traiciones y de la implantación de cierto "clima" en la clase dirigente colombiana.

El confinamiento de ciudadanos alemanes en hoteles entre 1941 y 1946 fue el eco colombiano de la guerra. "Las listas negras y los llamados campos de concentración fueron consecuencia de los dictados del Gobierno del presidente Roosevelt hacia los países latinoamericanos. Esa solidaridad justificó unos actos que tenían mucha lógica dentro del esquema teórico de la guerra, pero no en la realidad humana.

"En los años cuarenta se produjo la implantación en el sistema político colombiano del resentimiento, el odio y la violencia que desembocan en lo que estamos viviendo ahora. Fue entonces cuando la clase política colombiana enfermó irrevocablemente", explica el escritor acerca de la manera como se elaboraron las listas negras. Ahora bien, más allá de lecturas políticas y posibles paralelismos con el presente, Vásquez insiste en que Los informantes "es una novela de individuos, de cómo los grandes movimientos históricos entran dentro de la vida de los individuos". Y de las muy diversas maneras que la palabra, hablada o escrita, entra en la realidad y la transforma."

24 de gen. 2022

el autor del mes, 8

 

Alina suplicante

Juan Gabriel Vásquez

Norma, 1999



"Alina regresa a Bogotá de un viaje a París y su hermano Julián se alegra por ello. Pero, ¿por qué esa emoción desencadena cierto misterio con el que intenta atrapar al lector el autor?

Martín, el padre de Alina y Julián, tiene una amante (Virginia), estudiante de derecho, hija de un mayor del ejército; Martín y Leonor se separan producto de ese amorío. Julián va a terminar metido con la amante de su papá. Alina y Julián viven juntos antes de que ella se devuelva a Paris.

Julián y Alina se quieren más de lo debido y creo que Vásquez traza unos límites bien manejados, pero que no terminan por dar forma, careciendo de fuerza en el desarrollo de la historia. Hay un humo gris que huele a incesto por buena parte de la obra, siempre está presente, no de manera explícita, pero hasta las últimas páginas flota en el aire.

La segunda novela de Vásquez hace parte de esas que el autor prefiere no hablar al mirar hacia atrás. En varias entrevistas prefiere dejarlas en ese pasado formativo del cual parece avergonzarse.

Desafortunadamente, creo que tiene razón, no deberíamos hablar de esta novela, porque Alina suplicante tambalea y tambalea hasta que al final se cae.

Lo que sucede con este libro es que lo obtuve cuando no sabía quién era Juan Gabriel Vásquez, estaba en el colegio y desconocía a ciertos autores. En realidad, creo que no mucha gente tenía idea de quién era Vásquez porque hasta ese momento solo había publicado dos novelas y un libro de cuentos. Lo compré porque estaba por ahí entre otros tantos libros usados a bajo precio. Tenía catorce años y me gustó la imagen de la caratula, un fondo rojo con la foto de una chica que mira hacia el suelo. Una bobada, pero por esas bobadas me guiaba para comprar un libro.

Ahora Vásquez se ha convertido en uno de los escritores con más renombre, ganador del Premio Alfaguara, autocritico sobre su propia obra y con novelas muy bien logradas después de esta. Pero ahí está la oportunidad de leer las primeras obras que hasta sus autores luego reniegan, después el lector puede saber cuál ha sido la evolución, si se logra, en una narrativa particular."

Alina suplicante

Juan Gabriel Vásquez

Norma,  1999

272 páginas

Alina regresa a Bogotá de un viaje a París y su hermano Julián se alegra por ello. Pero, ¿por qué  esa emoción desencadena cierto misterio con el que intenta atrapar al lector el autor?

 

Martín, el padre de Alina y Julián, tiene una amante (Virginia), estudiante de derecho, hija de un mayor del ejército; Martín y Leonor se separan producto de ese amorío. Julián va a terminar metido con la amante de su papá.  Alina y Julián viven juntos antes de que ella se devuelva a Paris.

 

Julián y Alina se quieren más de lo debido y creo que Vásquez traza unos límites bien manejados, pero que no terminan por dar  forma, careciendo de fuerza en el desarrollo de la historia. Hay un humo gris que huele a incesto por buena parte de la obra, siempre está presente, no de manera explícita, pero hasta las últimas páginas flota en el aire.

 

La segunda novela de Vásquez hace parte  de esas que el autor prefiere no hablar  al mirar hacia atrás. En varias entrevistas prefiere dejarlas en ese pasado formativo del cual parece avergonzarse.

 

Desafortunadamente, creo que tiene razón, no deberíamos hablar de esta novela, porque Alina suplicante tambalea y tambalea hasta que al final se cae.

 

Lo que sucede con este libro es que lo obtuve cuando no sabía quién era Juan Gabriel Vásquez, estaba en el colegio y desconocía a ciertos autores. En realidad, creo que no mucha gente tenía idea de quién era Vásquez porque hasta ese momento solo había publicado dos novelas y un libro de cuentos. Lo compré porque estaba por ahí entre otros tantos libros usados a bajo precio. Tenía catorce años y me gustó la imagen de la caratula, un fondo rojo con la foto de una chica que mira hacia el suelo. Una bobada, pero por esas bobadas me guiaba para comprar un libro.

 

Ahora Vásquez se ha convertido en uno de los escritores con más renombre, ganador del Premio Alfaguara, autocritico sobre su propia obra y con novelas muy bien logradas después de esta. Pero ahí está la oportunidad de leer las primeras obras que hasta sus autores luego reniegan, después el lector puede saber cuál ha sido la evolución, si se logra, en una narrativa particular. 

23 de gen. 2022

lectura recomanada

 

La flora medicinal d’Osona i els seus usos etnobotànics

Santi Jávega i Burgos (L’herbolari)



Editor: l’autor, gràcies a un projecte finançat amb micromecenatge mitjançant Verkami

2014

671 pàgines



El company Joan Salvà, lletraferit i antic company del grup, ens recomana la lectura atenta i a la aguait de les lliçons del mestre Santi.

Breu recensió del llibre:

“Abans, tots els editors em deien que el llibre era impossible d’editar... Ha sigut gràcies a la gent del poble que hem pogut fer aquest llibre!

El llibre recull unes 300 plantes medicinals i n’exposa les seves propietats etnobotàniques així com els usos màgics i mitològics, si n’hi ha. A més a més, es complementa amb il·lustracions detallades.

Es tracta d’una guia de camp que et permetrà d’identificar qualsevol de les espècies que surten, sense haver de buscar claus botàniques. Estem envoltats d’un munt de medicaments gratuïts i naturals que les pots trobar al voltant de casa!

Aquest llibre vol ser un sincer homenatge a totes aquelles persones que van mantenir la tradició i la cultura de les herbes remeieres.

El llibre, a més d’oferir molt bones il·lustracions per facilitar la identificació de les espècies, té la virtut d’estar escrit en un llenguatge entenedor. Potser no és literatura, però s’hi acosta. I si en alguna pàgina hi apareix alguna paraula massa tècnica, el volum conté un capítol amb una selecció del vocabulari essencial de la botànica i els seus usos. L’obra de l’Herbolari explica els principis actius i la preparació de les plantes, les indicacions sobre l’època de l’any que s’han de collir, la seva utilització medicinal o la seva aplicació en l’agricultura. Tot plegat amanit amb fitxes esquemàtiques i un índex centrat en les propietats de cada planta.

Els mestres d’en Santi han estat els pagesos, els bosquerols, els vells, els savis de la terra i els botànics experimentats. Ell és l’autèntic “Herbolari de Sau”, un personatge humil i discret que s’ha passat la vida navegant per aquests boscos de Déu i divulgant els seus secrets més amagats.

Santi Jàvega i Burgos, Santi, fundador de l’Herbolari de Sau i de la Fira d’Herbes Remeieres de Vilanova de Sau, es dedica a l’estudi i la difusió del patrimoni botànic del Collsacabra i de les Guilleries. Ha publicat Les plantes medicinals de les Guilleries i La flora medicinal d’Osona. Des de fa uns anys viu a Tavertet.
Conegut com l'herbolari de Sau, és un dels etnobotànics més prestigiosos i reconeguts del nostre país. Fa més de 30 anys que es dedica a estudiar les propietats de les plantes i la seva utilització en l'alimentació i en el benefici de la salut.


el autor del mes, 7

Persona

Juan Gabriel Vásquez


Cooperativa Editorial Magisterio, 1997




"Gianna, Stefano, Helena y Javier son los personajes de esta novela. Dos parejas amigas en Florencia, una de italianos y otra de colombianos. Un juego que mezcla celos, recuerdos, y recorridos por las calles florentinas. Es una novela corta que desarrolla una intensa complejidad de relaciones humanas con un erotismo latente que parpadea como un carbón solitario encendido ante ráfagas fugaces de viento. Se puede decir que no existe un personaje central, aunque pareciera que la historia se carga sobre Javier del Solar, un joven admirado y envidiado por las personas más cercanas, y a su vez un ser que busca el placer de la manera más simple que pueda lograr un ser humano, a su manera, sin importar la autenticidad, la sinceridad o el compromiso con que se entregue. No existe la nostalgia por estar lejos del país de origen, solo existe esa Florencia con la universalidad de la ciudad que todos conocemos a través de los ojos de quienes han escrito sobre ella.

Es una novela que se guarda algo, un algo que nunca llega a ser tan explícito, un algo que se intuye, que interroga al lector. El único truco, o mejor, el más visible es el de hacer creer que es una historia cíclica cuyo comienzo es el mismo final. El desenlace se encuentra en las primeras páginas y el resto de la obra es la forma en la que el autor desenmascara a sus personajes. Pero no se puede decir que el relato sea cíclico, sencillamente es como una bolita de chicle que alguien pone entre los dientes apretando fuerte y con un dedo la hala y estira, para luego volver a ser la misma bola de chicle. Lo sobresaliente es la manera en que Vásquez logra ir dilucidando y poniendo en orden la historia, escenarios, conversaciones, la interioridad concreta del personaje introducido con habilidad y estilo, intercalando en la secuencia de la narración, afectando la linealidad pero limpiamente, sin llamar a confusiones.

Esta novela se incluye dentro de esas obras a las que el autor prefiere no referirse y sin embargo, siendo su opera prima, la considero una novela mejor lograda que su sucesora, Alina suplicante, donde se demuestra que si se pueden contar historias tratando de variar las formas estilísticas de narración siendo bien narradas, y se podían augurar prometedoras perspectivas en la escritura de este autor que al día de hoy es una de las realidades más importantes de la narrativa colombiana de nuestro tiempo."











22 de gen. 2022

el autor del mes, 6

 

Canciones para el incendio

Juan Gabriel Vásquez

Alfaguara, 2018

272 páginas


Cuentos sin sosiego



por J. Ernesto Ayala
El País, Babelia
29/07/2019



"En 2008, el escritor colombiano (entonces residente en Barcelona) Juan Gabriel Vásquez publica su libro de relatos Los amantes de Todos los Santos. Eran siete piezas, a cada cual más impecables. Todas las historias ocurrían en Europa. Se notaba la presencia de Hemingway en algunas de ellas, que nunca resultaba subordinada al maestro norteamericano. Borges también cabía. Recuerdo ese libro como si lo acabara de leer. De su lectura me quedó una idea. O dos. Que ese fue el mejor libro de cuentos que había leído ese año, y que la forma y su materia era como la carne y el alma de una existencia memorable.

Con estas impresiones acometo la lectura del nuevo libro de cuentos de Juan Gabriel Vásquez, Canciones para el incendio. Nueve piezas (¿el nueve salingeriano?), nuevamente irreprochables. Comencé por el que otorga su título al volumen, Canciones para el incendio. Comienza así: “Esta es la historia más triste que he conocido jamás, como dijo de la suya un novelista”. Es evidente que no había otra manera de empezar esta historia. Porque la historia es una de las más tristes que he leído en mucho tiempo. Y no hubiera concebido que empezara de otra manera. Pero si fuera el lector, empezaría por una titulada Aeropuerto. Es una historia terrible, una que conocemos todos aunque, en este caso, hasta el final no se sospeche lo que podría suceder. Dios parece que no lo quiere no es menos ominosa. Luego pase el lector a la primera del libro, Mujer en la orilla. Escrita en primera persona, el narrador escucha el relato de una fotógrafa (personaje tangencial en otro cuento) que llama, para simplificar, Jota. Ésta relata, y el narrador registra el relato para que nos llegue intacto en su estupefacta escritura. Aquí la escritura rememora algunas cláusulas que solo pueden venir de algunos cuentos de Borges, pero el temblor que sobreviene, la felicidad probable como un consuelo crucial, es puro Juan Gabriel Vásquez.

Todo lo que ocurre en estos nueve espléndidos cuentos tiene que ocurrir. Como si no fuera la imaginación del autor la que decide qué destino le toca a cada personaje o protagonista, sino la vida, triste o trágica, de todos ellos."


21 de gen. 2022

el autor del mes, 5

 

Los amantes de Todos los Santos

Juan Gabriel Vásquez


Alfaguara, 2008

224 páginas

El volumen está formado por siete relatos: "El regreso", "Los amantes de Todos los Santos", "El inquilino", "En el café de la République", "La soledad del mago", "Lugares para esconderse" y "La vida en la isla de Grimse.

Un escritor colombiano es testigo de una muerte que no le afecta, pero que lo marcará para siempre. Un cazador aficionado intenta conservar su matrimonio mientras se queda a dormir en casa de una desconocida. En el curso de una noche larga, el hijo de un célebre jinete verá cómo su vida cambia por culpa de un encuentro imprevisible. Las escenas de Los amantes de Todos los Santos se reparten entre Francia y Bélgica, países donde Juan Gabriel Vásquez ha pasado varios años de su vida. Pero sus preocupaciones son universales: el amor y el desamor, la soledad y la culpa.

20 de gen. 2022

el autor del mes, 4

 

Viajes con un mapa en blanco

Juan Gabriel Vásquez

Alfaguara, 2018

216 páginas



El viaje con un mapa en blanco de Juan Gabriel Vásquez

El País, Colombia
19 de diciembre 2017



"Hace unos años el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez pensaba que la literatura no servía para nada. Es lo que es, no hay que buscarle demasiadas vueltas, pero es importante en todo caso. Incluso lo llegó a decir en alguna parte. Y mencionaba los versos de Borges: la rosa es sin porqué; florece porque florece; no tiene preocupación por sí misma, no desea ser vista.

Con el tiempo, sin embargo, Vásquez ha ido cambiando de opinión. A sus 44 años, 7 novelas publicadas (‘Los informantes’, ‘El ruido de las cosas al caer, ‘La forma de las ruinas’) cree haber descubierto que la literatura sí sirve, y para mucho.

Provoca cambios en la conciencia que acaban afectando nuestra manera de estar en el mundo. Una influencia invisible pero muy real en nuestras sociedades.

en su más reciente obra, Viajes con un mapa en blanco, precisamente una recopilación de ensayos que exploran qué es la novela como género, escribe:

“Esto es lo que hace toda novela valiosa: observar un mapa, el mapa de un territorio que nunca ha sido explorado, y dirigirse a él para llenar esos espacios en blanco con los resultados de su exploración. El mapa en blanco es el de la condición humana, ese continente misterioso que la novela ha ido descubriendo, iluminando, con cada una de sus conquistas, y nosotros, los lectores de novelas, vamos a bordo de esa nave”.

La nave, la novela, dice Juan Gabriel Vásquez desde su teléfono celular, es de hecho la única forma que hemos encontrado los seres humanos para saber cómo viven los demás sus vidas enteras.

PREGUNTA: ¿Cómo surgió esta nueva obra: Viajes con un mapa en blanco?

RESPUESTA: Todo empezó durante el primer semestre de este año, cuando di una cátedra sobre el arte de la novela como profesor invitado en la Universidad de Berna. La decisión que tomé fue usar las clases para darle forma a unas preguntas en las que había venido pensando por varios meses, y en particular la relación de la novela como género, el nacimiento de la misma, y nuestra posición ética en el mundo.
Es decir: pensar cómo la novela ha cambiado nuestra manera de explorarnos a nosotros mismos, pero sobre todo nuestra manera de comportarnos con los otros y eventualmente de construir las sociedades modernas que hemos construido, las sociedades democráticas.
Alrededor de eso escribí dos o tres ensayos, entre ellos el primero del libro, Viajes con un mapa en blanco. Y luego me fui dando cuenta de que alrededor de la novela como género había venido escribiendo otras cosas a lo largo de los últimos 8 años, y esos ensayos viejos incluían muchas de las cosas que yo había conversado con mis alumnos en la cátedra, muchas de las dudas que habían surgido en las clases.
Fue en ese momento cuando me pareció interesante recopilar todos estos textos y meterlos en el mismo libro para estudiar desde muchos ángulos distintos qué es la novela; como una serie de cartas a los lectores que compartieran mi entusiasmo por ciertos libros, y que fueran además una defensa de la importancia de la novela para los seres humanos.

P: El título condensa lo que es escribir: viajar con un mapa en blanco, un mapa que se va construyendo a medida que se escribe.

R: Así es. El título sale de una metáfora que hay en uno de los ensayos, que compara la novela con un viaje a un lugar desconocido, un lugar por el que nadie ha pasado antes, y entonces cuando leemos una gran novela estamos entrando a un territorio que nunca antes ha sido explorado y no sabemos lo que nos vamos a encontrar. En eso consiste la riqueza del género.
Leemos Cien años de soledad, leemos El proceso, leemos En busca del tiempo perdido porque son novelas que nos llevan a lugares que nunca antes habíamos visitado, que no sabíamos ni siquiera que existían.
Pero esa metáfora, viajes con un mapa en blanco, sirve también para tratar de explicar lo que es esta cosa de escribir ficciones, de perseguir el destino de estos personajes que no existen, e ir construyendo su mundo, descubriendo lo que queremos decir a medida que escribimos.
Es lo que me sucede muchas veces: escribo una novela sin saber para dónde voy, sin saber dónde va a terminar, y es la escritura de la novela lo que permite entender cuáles son sus temas, sus preocupaciones, y por supuesto cuál es el destino de sus personajes.

P: ¿Qué es la novela para usted?

R: En el libro he intentado definir qué es este aparato tan raro de muchas formas distintas. Pero una de las cosas que podríamos decir es que la novela es la única forma que hemos encontrado los seres humanos para saber cómo viven los demás sus vidas enteras.
Esto lo decía el escritor Ford Madox Ford. Y quiere decir que de ninguna otra manera, ni mediante la historia, ni mediante el periodismo, ni mediante las otras formas que hemos encontrado para contar la experiencia humana, podemos conocer las vidas de las demás por dentro.
El acceso que nos da Crimen y Castigo al personaje de Raskólnikov, la manera en que conocemos a Raskólnikov, es una manera mucho más compleja y mucho más completa que si vemos la película del libro, o que si leemos un ensayo sobre la influencia de las ideas occidentales en la juventud rusa o alguna cosa por el estilo.
A Raskólnikov lo llegamos a conocer mejor que a nuestros amigos, mejor que a nuestros parientes. Y esto es profundamente importante porque con el surgimiento de la novela a finales del Siglo XVI, entre el Lazarillo de Tormes y El Quijote, ahí empezaron los seres humanos a hacer algo que nunca habían hecho de esa forma y era conocer por dentro a los que son distintos. Darle una dignidad y una densidad humana a gente común y corriente que nunca antes había tenido un lugar en las historias que se contaban.
Antes de estos libros, en particular de Don Quijote, las historias, la ficción en prosa, contaba historias de príncipes, de magos, historias de fantasía, pero nunca antes el hombre común y corriente, el hombre que nos cruzamos en la calle todos los días y que puede ser una persona sin ninguna importancia social como Sancho Panza, nunca antes ese hombre había sido el protagonista de las historias que nos contamos. Y nunca lo habíamos conocido por dentro, nunca lo habíamos conocido a cabalidad.
Eso es lo que nos permite la novela por primera vez a partir del Lazarillo de Tormes y El Quijote. Y eso es importante porque ahí comienza la posibilidad de la democracia como idea, que es una idea asociada a la tolerancia y a la igualdad.

P: El cómo se escriben las novelas es otra de las exploraciones del libro. En alguna parte se dice que las grandes novelas reflexionan sobre el arte de escribir. Pero cada novela requiere un cómo...
R: La novela, cuando no es una novela de género, cuando no es un thriller, o una novela policial, o romántica, cuando estamos hablando de la novela seria, por llamarlo de alguna manera, – es un atajo conceptual – pero para estas novelas que podríamos llamar serias efectivamente no hay fórmulas, no hay recetas. La novela es un descubrimiento de un territorio desconocido, y eso incluye también el método, la forma.
Es decir: no solo vamos a contar algo que no sabemos qué es, no solo nos estamos metiendo en un mundo oscuro donde no sabemos lo que está pasando, sino que además tenemos que inventar los medios para ir allá. Inventar una voz, un estilo, una técnica, unas reglas de juego. Y en últimas es todo eso lo que nos permite el acceso a esos lugares.
Cuando García Márquez descubrió la voz con la que cuenta Cien años de soledad, fue cuando supo que podía acceder a una realidad colombiana y latinoamericana a la que antes no podíamos ir.
Pero él no hubiera podido escribir Cien años de soledad con el estilo escueto de El Coronel no tiene quien le escriba. No hubiera llegado al mismo sitio. Para llegar a ese lugar que nos permite Cien años de soledad, él tenía que inventar ese tono, esa voz, que era la voz de su abuela cuando contaba historias. Esto es algo de lo que también habla Viajes con un mapa en blanco, que es un libro también para escritores en potencia. Eso es evidente y estaba entre mis intenciones. Hablarles también a quienes comienzan a escribir para compartir una serie de ideas y de preguntas que a mí me parecieron importantes cuando yo empezaba.

P: Se cree que hay dos tipos de escritores: los que encontraron una voz única para sus historias, y los que tienen una voz distinta para cada libro. ¿Qué es lo ideal?

R: Hay grandes escritores como Javier Marías o Thomas Bernhard que encontraron una voz en algún momento y se quedaron a vivir allí para el resto de la vida, y vamos a esos escritores para recuperar esa voz y ese mundo conocido. Y otros escritores como Cortázar, Pamuk, probablemente el primer García Márquez, que cambian entre libro y libro publicado porque cada libro hace preguntas nuevas, cada obra representa un problema nuevo y por lo cual se debe tratar de una manera nueva, con herramientas distintas. Por eso La hojarasca no se parece en nada a El Coronel no tiene quien le escriba, y el Coronel no se parece a Cien años de soledad y Cien años de soledad no se parece en nada a El otoño del patriarca.
Son búsquedas distintas que pasan por inventar nuevas estrategias, nuevos lenguajes, nuevas estructuras para responder a esas preguntas diferentes que hace cada libro. Pero evidentemente, como siempre pasa, en literatura lo que funciona es lo que vale. A unos les funciona así, a otros de otra manera.

P: El oficio del novelista es de alguna manera irracional. A poca gente le llama la atención eso de encerrarse meses a escribir. ¿Cómo definir este oficio raro?

R: El novelista es alguien que — por lo menos como yo lo entiendo y he tratado de practicarlo— vive una paradoja constante que es esconderse del mundo, trabajar en la soledad completa, comprometerse en soledad con los destinos y los problemas de gente que no existe, y sin embargo también logra un compromiso con el mundo real muy intenso.
Todas mis novelas son obras escritas en esas condiciones. Antes del momento en que me encierro en el estudio a escribirlas, he pasado muchos años saliendo al mundo para hacer entrevistas, casi un trabajo periodístico a lo largo de muchos años, que es lo que me sirve para construir las novelas. Mentir con conocimiento de causa, como dice Vargas Llosa.
Entonces hay esa doble cara del novelista: que es alguien que a través de la soledad y el aislamiento logra salir y vivir el mundo de una manera muy intensa y muy directa.

P: De alguna manera el escritor juega a ser Dios: crea un universo. La literatura nos sirve para reescribir la realidad. ¿Cuál es el papel del escritor?

R: El novelista intenta poner orden en el caos de la experiencia humana, a ver si logra entenderlo mejor. Lo que hace una novela de alguna manera es sintetizar la experiencia caótica que tenemos como seres humanos, darle estructura, en busca de un sentido. Y ese es su poder: en las novelas logramos entender una experiencia humana de principio a fin. Como si la vida fuera completa, accesible al entendimiento, y como si pudiéramos mirarla y sacar de ahí ciertas conclusiones. La escritora que inventó Coetzee, Elizabeth Costello, dice en alguna parte que la novela es un intento por comprender al ser humano caso por caso.
Es decir: en medio de la maraña de la experiencia humana, una novela coge un destino humano e intenta comprenderlo a cabalidad y así nos permite ir abriéndonos paso en el caos de la experiencia humana.

P: El libro trata además sobre los tipos de escritores. Habla de Vargas Llosa como un escritor realista: aquellos que logran que el lector viva el mundo que construyeron, más que leerlo. ¿Qué tipo de escritor es usted?

R: Yo también me pregunto qué tipo de escritor soy. Escribo para tratar de saber eso. Pero las novelas a las que regreso para tratar de que me enseñen cómo escribir las mías, son con mucha frecuencia las novelas de lo que llamaríamos realismo. Las novelas de Vargas Llosa, Philip Roth, Dostoievski, Tolstoi, Conrad. Son novelas que han tratado de llevar el realismo a otros lugares, han tratado de ampliar lo que el realismo literario puede hacer para contarnos la vida de otra forma. Eso es lo que yo he buscado hacer: utilizar los moldes gráficos de la novela realista que viene del Siglo XIX y llevarlos a lugares nuevos, tratar de cambiarlos y trastocarlos para que nos permitan contar nuestro mundo y nos den un acceso a verdades que no hemos explorado o que no hemos sabido ver.

P: ¿Cómo se forma un novelista?

R: Creo que el novelista es alguien que se ha entrenado para ver el mundo con detenimiento. Para no dejar pasar las informaciones que la vida nos da segundo a segundo. Y ese entrenamiento, ese mirar la vida con atención, es conocer a los otros. De alguna manera es un acto de generosidad, porque implica hacer un esfuerzo por entender a los otros, por fijarse en sus vidas externas y tratar de comprender sus vidas internas.
Henry James, que es un novelista que me gusta mucho, aconsejaba a una escritora que le pedía consejos por cartas tratar de ser alguien en quien nada se pierda. Eso quiere decir estar en estado de absoluta receptividad, oyendo el mundo, viendo y recopilando informaciones para que nada se pierda.
Y creo que esa es una deformación profesional que tenemos los novelistas: nos convertimos en chismosos profesionales, estamos todo el tiempo metiéndonos en las conversaciones de los otros, poniéndole más bolas a la mesa ajena que a la mesa en donde estamos. El novelista es un curioso impenitente. Está constantemente sintiendo el misterio de las vidas de los otros, preguntándose cómo son los demás, cómo viven sus vidas cuando están solos, qué tipo de relación tienen con sus parejas o con sus padres, qué cicatrices llevan en el alma, y esa curiosidad malsana es al mismo tiempo un rasgo de empatía. Las novelas nos entrenan en el arte de la empatía.

P: Se dice que la gente no lee en estos tiempos de Internet. ¿Están amenazadas las novelas?

R: Yo creo que vivimos en un momento muy contradictorio en el que se publican más novelas que nunca, en el que las novelas más exitosas suelen ser ladrillos de 1000 páginas, y sin embargo, al mismo tiempo, los valores que defienden nuestro mundo contemporáneo son opuestos a los que defiende la literatura. Nuestro mundo de las redes sociales es un mundo de distracción constante y el mundo de la literatura es un mundo de concentración. El mundo de las redes sociales es un mundo de compañía y de gregarismo, y el mundo de la literatura se suscribe en la soledad, la soledad del lector y la soledad del escritor.
En el mundo de las redes sociales manda la rapidez, y el mundo de la literatura exige lentitud: bajar el cambio e ir más despacio para pensar en lo mismo durante largos espacios de tiempo. En las redes sociales es todo lo contrario. Entonces hay una tensión entre los dos lenguajes, aunque estoy convencido de que los dos pueden convivir. Pero sí me parece que la literatura seria se ha quedado un poco arrinconada porque claro, el tiempo de los seres humanos es limitado y yo creo que una novela larga y seria no es la primera opción de la mayoría de la gente para gastar su tiempo."


19 de gen. 2022

el autor del mes, 3

 

La venganza como prototipo legal alrededor de la Ilíada

Juan Gabriel Vásquez

Universidad de Nuestra Señora del Rosario, 2011

124 páginas

Tesis de grado de un autor que, al final de su carrera, se dio cuenta que poco le importaba el derecho y mucho la literatura razón por la cual las unió para poder terminar sus estudios.



“Comencé a escribir esta tesis de grado en enero de 1996. Yo acababa de cumplir veintitrés años y había terminado mis estudios de Derecho seis meses atrás, pero para ese momento ya tenía muy claro que ni esos estudios ni el diploma que les seguiría me servirían de nada, pues desde el tercer año de carrera había descubierto que lo único que me interesaba era leer ficción y, eventualmente, aprender a escribirla. Desde esa revelación incómoda, mis días en el centro de Bogotá habían sido de una modesta esquizofrenia: por cada clase a la que asistía perdía otra en el Callejón de los Libros, un edificio de ladrillo de tres plantas, oscuro y frío y repleto de novelas de segunda mano, o en el Templo de la Idea, donde se empastaban bibliotecas privadas con máquinas que trabajaban a la vista de todo el mundo, y uno podía sentarse a leer en medio del olor del cuero y del pegamento sin sentirse obligado a comprar nada. Luego de esas excursiones volvía a la facultad como un cadete que vuelve al cuartel tras un fin de semana de permiso, me sentaba en la última fila y atendía con la mitad del cerebro a los órdenes de sucesión o a la diferencia entre el mutuo y el comodato, mientras con la otra mitad asistía a los destinos de Raskolnikov y Leopold Bloom y Meursault y Santiago Zavala. Así, dividido entre la vocación que ya me devoraba sin miramientos y las exigencias de los estudios, acabé decidiendo que mi investigación, a menos que quisiera cometer suicidio por aburrimiento, tendría que hablar de literatura. Y que sólo uno de los profesores que había encontrado en la carrera tenía la paciencia pero también la pasión para dirigir este proyecto, los conocimientos en el área de la tesis pero también la osadía para salir de ella, y sobre todo la confianza para dejar que me perdiera por mi cuenta en los problemas de la investigación y que por mi cuenta encontrara la salida. Era Francisco Herrera, profesor de Filosofía del Derecho, imitador de Gaitán y una de las personas extraordinarias que me he encontrado en la vida. En junio de 1996, días después de sustentar la tesis, me fui de Colombia, y apenas llevaba unos meses viviendo en París cuando me llegó la noticia de la muerte absurda del profesor Francisco Herrera en un accidente. Y ahora, cuando la universidad ha querido publicar esta tesis —por razones que se me escapan, pero con la tolerancia de ese gran lector que es Luis Enrique Nieto—, he estado recordando a Pacho Herrera y lamentando que no esté aquí para darle un ejemplar y culparlo de todos los errores que yo haya cometido y que el lector pueda encontrarse en las páginas que siguen. Con lo cual quiero decir dos cosas: primero, que este libro va dedicado a él o más bien a su memoria, y eso sin perjuicio de la dedicatoria que lleva desde el momento de su redacción; y segundo, que no he corregido apenas el documento: salvo un puñado de comas, pocos adverbios y una frase que leída ahora me resultó insoportable, ésta es la misma investigación que sustenté en 1996. La he leído como si la hubiera escrito otra persona, alguien que tiene muy claro qué es la justicia y qué es la ley e incluso qué son los valores. Y tengo que decir que me ha dado un poco de envidia. "

Juan Gabriel Vásquez 
Barcelona, febrero de 2011

18 de gen. 2022

el autor del mes, 2

 

El arte de la distorsión

Juan Gabriel Vásquez


Alfaguara, 2009

232 páginas

Un libro que reflexiona y ofrece nuevas interpretaciones de los grandes clásicos de la literatura universal

El arte de la distorsión


por Juan Gabriel Vásquez
Letras Libres
31 enero 2007






"Hace unos meses di por terminada una novela que me planteó problemas inéditos, y es con esta breve nota autobiográfica que quiero comenzar estas palabras. Su título provisional es Historia secreta de Costaguana. Costaguana, como recordarán algunos, es el país sudamericano y ficticio donde ocurre la acción de Nostromo, una de las grandes novelas de Joseph Conrad. Mi novela parte de una especulación: la posibilidad, sugerida en muchas partes, de que Conrad haya pisado tierra colombiana a la edad de diecinueve años, y de que mucho después haya escrito Nostromo basándose, en buena parte, en la historia política colombiana del siglo XIX. Pues bien, el narrador de mi novela es un hombre más bien raro que dice haber sido la principal fuente de información de Conrad. A lo largo de trescientas páginas, nos cuenta lo que le contó a Conrad, que resulta ser la historia de su vida, por supuesto, pero también, y simultáneamente, la historia de Colombia desde las primeras guerras civiles del siglo XIX hasta la separación de Panamá en 1903. Así que por primera vez desde que empecé a publicar libros me encontré ocupándome, si bien lateral y brevemente, de algunos de los temas que reciben la atención de esa gran Némesis de los escritores colombianos: Cien años de soledad. Y enseguida me encontré haciendo lo que nunca había hecho: leyendo Cien años de soledad como novelista. En efecto, mis lecturas siempre habían tenido la actitud desapegada y un poco irónica con que se escuchan pacientemente los cuentos de un abuelo, siempre admirando su carácter incontrovertible de obra maestra, pero consciente de que esa obra maestra no me servía para nada. Ahora, en cambio, me encontré haciéndome la siguiente pregunta: ¿hay otra manera de leer Cien años de soledad? Me encontré dedicando un cierto tiempo a ese empeño: malinterpretar la novela, transformarla en algo distinto de lo que hemos leído durante casi cuarenta años.

Lo primero que debía hacer era desprenderme de las ideas recibidas, y, entre ellas, de la etiqueta más nociva de la novela: la del realismo mágico. Pero no lo hice recordando, como se hace con tanta frecuencia, que el realismo mágico ni siquiera es un concepto latinoamericano, sino alemán; no lo hice recordando que uno de sus primeros manipuladores es el crítico de arte Franz Roh, que no lo usó para hablar de literatura, sino de la nueva escuela de pintura que estaba surgiendo por oposición al Expresionismo. No eché mano de estos argumentos porque la discusión sobre la nacionalidad de los términos me parece vacía y, lo que es peor, poco interesante. Más interesante, en cambio, era remitirme al trajinadísimo Alejo Carpentier y su trajinadísimo ensayo, De lo real maravilloso americano. Se suele decir que De lo real maravilloso americano es una especie de programa o sistema que prefigura o anticipa las reglas de juego del realismo mágico; el ensayo apareció por primera vez, en forma de prólogo reducido, en las primeras ediciones de El reino de este mundo, de 1949, y por lo general los lectores hemos asumido sin chistar que el prólogo de Carpentier es lo que permite el surgimiento de los grandes libros de esa tradición, y en particular de Cien años de soledad (Emir Rodríguez Monegal lo llamó “prólogo a la nueva novela latinoamericana”, nada menos). Pero últimamente se me ha ocurrido que hay en ello una inconsistencia bastante curiosa.

De lo real maravilloso americano es, digámoslo de una vez por todas, un acto de contrición. En 1927, Alejo Carpentier es encarcelado por manifestarse contra el dictador Gerardo Machado; allí, en la cárcel, y en nueve días, escribe su primera novela: Ecué-Yamba-Ó. Tan pronto como sale de la cárcel, Carpentier viaja a París, y sospechamos que lo hace huyendo no de Machado, sino de Ecué-Yamba-Ó. La novela, desde el primer momento, le pareció un error, un ejemplo más de la cansada retórica del realismo latinoamericano. En París, Carpentier conoce a los surrealistas, y queda deslumbrado por su búsqueda de una realidad que no desdeñe el mundo de los sueños sino que se deje enriquecer por él, una realidad que admita todo lo que el realismo decimonónico rechazó de plano. Comienza a pensar que el surrealismo contiene herramientas valiosas para interpretar la realidad americana, que también es una realidad más rica de lo que se ve a simple vista. Y años después, en 1943, durante un viaje a Haití, sufre una revelación contundente, una especie de camino de Damasco: en contacto con la realidad desbordante de la isla caribe, Carpentier descubre que en América lo maravilloso tiene un origen distinto. No está en las estrategias del surrealismo: ni la escritura automática, ni en “la vieja y embustera historia del encuentro fortuito del paraguas y la máquina de coser sobre la mesa de disección”. En América, lo maravilloso forma parte de la realidad cotidiana. Nace, ya no del descreimiento de los europeos frente al realismo decimonónico, sino de la fe: la fe de los hombres en el milagro. Hasta aquí, todo funciona bastante bien: después de todo, Carpentier ha desechado a los estafadores surrealistas, y en eso no podíamos estar más de acuerdo. Pero entonces se pone en la tarea de definir lo real maravilloso. Y es ahora que la cosa se pone problemática.

Escribe Carpentier:

Lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de la realidad (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de las escalas y categorías de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de “estado límite”.

Pasemos por alto el inesperado golpe de retórica que utiliza cuatro fórmulas distintas para expresar la misma idea. Fijémonos, en cambio, en tres palabritas que me molestan infinitamente: “exaltación del espíritu”. Yo les confieso que siempre me han irritado los espíritus exaltados, pero ahora no se trata de eso. Esta idea de Carpentier, me parece, choca de frente y con muchos muertos con la idea vertebral del ensayo, la presencia de lo maravilloso en la cotidianidad de América. En efecto, si la realidad de América contiene lo maravilloso de manera espontánea, ninguna exaltación del espíritu, mucho menos un estado límite –otras dos palabras molestas—, son necesarios para percibirla; o, para decirlo de otra forma, los espíritus exaltados forman parte del mundo de lo excepcional, de la magia y del vudú, no de la materia de todos los días que Carpentier dice haber experimentado.

¿En dónde radica el malentendido? La respuesta, me parece, no es difícil: Carpentier ha utilizado, para escribir su tesis, los ojos de un europeo. Para mí, bucear en el fondo de este párrafo es descubrir que su fondo no es distinto del de una crónica de Indias, que la sorpresa de Carpentier ante lo real maravilloso americano no se separa demasiado de la que sintió Cristóbal Colón al ver una sirena en los mares caribeños. La retórica de América como continente mágico, la retórica de sus gentes como depositarios de la magia de las tierras vírgenes, la retórica, en suma, del Buen Salvaje: esas inocencias contaminan la noción de lo real maravilloso que propone Carpentier. De hecho, en estas líneas Carpentier, de tanto pensar América Latina, ha dejado de ser latinoamericano para volverse latinoamericanista. Vuelvo a leer “exaltación del espíritu”; vuelvo a leer “estado límite”, y aquí llego a sostener frente a ustedes algo que, previsiblemente, les parecerá una barbaridad: al contrario de lo que nos han venido enseñando durante décadas, lo real maravilloso no tiene absolutamente nada que ver con Cien años de soledad, novela en la que lo maravilloso, lejos de llevar a nadie a ningún estado límite, lejos de exaltar de ninguna manera ningún espíritu, no sorprende a nadie. Y eso por una razón que, bien mirada, es bastante obvia: en Cien años de soledad, lo maravilloso nada tiene de maravilloso.

En Historia de un deicidio, que permanece insuperado como interpretación de Cien años de soledad, Vargas Llosa dedica unas cinco páginas a examinar el que es, para mí, el recurso definitorio de lo que hemos dado en llamar realismo mágico. Todos ustedes recuerdan la remota tarde en que José Arcadio Buendía lleva a sus hijos a conocer el hielo. Poco antes de esa escena, José Arcadio Buendía ha estado vagando por el campamento de los gitanos, preguntando por Melquíades.

Encontró un armenio taciturno que anunciaba en castellano un jarabe para hacerse invisible. Se había tomado de golpe una copa de la sustancia ambarina, cuando José Arcadio Buendía se abrió paso a empujones por entre el grupo absorto que presenciaba el espectáculo, y alcanzó a hacer la pregunta. El gitano lo envolvió en el clima atónito de su mirada, antes de convertirse en un charco de alquitrán pestilente y humeante sobre el cual quedó flotando la resonancia de su respuesta: “Melquíades murió”. Aturdido por la noticia, José Arcadio Buendía permaneció inmóvil, tratando de sobreponerse a la aflicción, hasta que el grupo se dispersó reclamado por otros artificios y el charco del armenio taciturno se evaporó por completo.

Tras este episodio, José Arcadio sigue su camino hacia la carpa que guarda la “portentosa novedad de los sabios de Memphis”, que no es otra cosa que un cubo de hielo. El gigante que protege el cofre le pide cinco reales por tocar el portento. “José Arcadio Buendía los pagó, y entonces puso la mano sobre el hielo y la mantuvo puesta por varios minutos, mientras el corazón se le hinchaba de temor y de júbilo al contacto del misterio”.

Ya lo ven ustedes: ante el armenio taciturno que se convierte en un charco de alquitrán, José Arcadio Buendía reacciona con aturdimiento, pero no por la metamorfosis del gitano, sino por la noticia que el gitano acaba de darle. En cambio, al tocar esa suprema banalidad que es un cubo de hielo el corazón se le hincha “de temor y de júbilo al contacto del misterio”. En el primer episodio, ningún adjetivo, ninguna metáfora nos sugieren que la conversión de un hombre en brea tenga algo de extraordinario; en el segundo, lo más ordinario del mundo es presentado como algo sobrenatural. Esta inversión, me parece, define Cien años de soledad; este trueque, repetido mil veces, es lo que crea la particular visión que tiene esta novela sobre lo maravilloso, visión que no sólo es opuesta a los “espíritus exaltados” de don Alejo Carpentier, sino radicalmente incompatible con ellos. En otras palabras: esta lectura echa por tierra cualquier relación de Cien años de soledad con la estirpe que –nos dicen– nace del ensayo de Carpentier. En estas condiciones, ¿no es imposible seguir leyendo Cien años de soledad en la tradición de lo real maravilloso americano? A mí, novelista colombiano, esta lectura me obliga bajo pena de muerte a buscar otras lecturas. Y así llego a proponerles una arbitrariedad casi insostenible, un capricho un poco vergonzante cuya única justificación es que así leemos los novelistas: de modo caprichoso, de modo arbitrario. Les propongo leer Cien años de soledad como novela histórica.

Ante semejante declaración, que a muchos les parecerá una boutade, supongo que debo empezar por explicar un poco de qué hablo cuando hablo de novela histórica. Antonia Byatt, que no sólo es autora de grandísimas novelas históricas sino que ha reflexionado con inteligencia y fortuna sobre el género, resume las preocupaciones de muchos de los novelistas que se han dado a la tarea de escribir sobre el pasado. “Durante mi vida de escritora”, dice, “la novela histórica ha sido mirada con reprobación o rechazada por los críticos académicos tanto como por los reseñistas. En los años cincuenta, la palabra ‘escapismo’ era suficiente para desdeñarla, y la idea evocaba capas y espadas, damas vestidas de crinolina, corpiños arrancados, barcos de vela en batallas sangrientas.” Como ustedes se imaginarán, yo me refiero a algo muy distinto. Nuevamente recurro a las palabras de otro. “No hay que confundir dos cosas”, nos dice Kundera en El arte de la novela. “De un lado está la novela que examina la dimensión histórica de la existencia humana, y del otro está la novela que es la ilustración de una situación histórica, la descripción de una sociedad en un momento dado, una historiografía novelada”. La palabra historiografía, con sus connotaciones de biblioteca, de búsquedas en enciclopedias y ficheros, es la clave de esta idea. Uno se imagina al escritor investigando el orden de los faraones, o qué se desayunaba en la corte de los Médici, y luego incorporando esos datos a la novela, contentísimo por la verosimilitud que ha logrado. Este tipo de novela me interesa más bien poco, por una razón muy sencilla: la historiografía escribe la historia de la sociedad, no del hombre. Para decirlo de otra forma: a estas novelas no les interesan los individuos, sino el telón de fondo; no les interesa explorar aquello que Kundera llama la dimensión histórica del ser humano, sino vulgarizar los hechos que todos conocemos; son novelas que desnaturalizan el arte de la novela, por lo menos si creemos, como cree Kundera y creo yo, que la única razón de ser de la novela es decir lo que sólo la novela puede decir. Pero hay otras novelas y otros autores, hay otras voces y otros ámbitos, que se han enfrentado a los complejos procesos de la historia de maneras que a la historiografía le parecerán reprobables, pero que la historia misma (además de los lectores) agradece. Estos novelistas han descubierto que su patrimonio está en la libertad, la suprema libertad del creador de ficciones, que le da derecho para modificar las cronologías, cambiar los escenarios, destruir las causalidades. Sin formar escuelas, sin firmar manifiestos, varios novelistas de distintas lenguas se han dado cuenta de la posibilidad de otra novela histórica cuya fortaleza se concentra toda en algo que llamaré el arte de la distorsión. Una de esas novelas es, por supuesto, Cien años de soledad. Y para ilustrar, aunque sea someramente, la manera descarada y hermosa en que se enfrenta este tipo de novela al monstruo de la historia, no hay mejor episodio de la historia colombiana que el de la masacre de las bananeras, ocurrida el 6 de diciembre de 1928.

Quizás ustedes conozcan los rasgos generales de ese día: la United Fruit Company, empresa norteamericana que se dedicaba desde principios de siglo a explotar las plantaciones de banano de la costa caribe, lo hacía con total desprecio por las leyes laborales colombianas, y había recibido repetidas amenazas de huelga de parte de sus miles de trabajadores. El 5 de diciembre corrió entre ellos el rumor de que el gobernador del departamento del Magdalena llegaría al pueblo al día siguiente para escuchar las quejas; una multitud ansiosa se congregó en la estación de trenes, y se negó a dispersarse a pesar de que el jefe militar de la zona, general Cortés Vargas, hubiera decretado que toda reunión de más de tres personas debía ser disuelta, si era necesario, disparando sobre la multitud. Los militares leyeron los decretos, dieron a la multitud cinco minutos para dispersarse, y enseguida dispararon indiscriminadamente. El general Cortés Vargas reconoció los hechos, los justificó por razones de orden público, y lamentó la muerte de nueve de los manifestantes. Poco después, el embajador norteamericano habló de cien muertos, luego de quinientos o seiscientos, y en un informe para el Departamento de Estado terminó por hablar de más de mil. Nunca se ha sabido la cifra exacta, pero los hechos de ese día, y sobre todo la imposibilidad de confirmar la verdad histórica, han quedado fijos en la memoria cultural colombiana después de que el caricaturista Ricardo Rendón los inmortalizara en las páginas de la prensa nacional, después de que un gran novelista, Álvaro Cepeda Samudio, les dedicara una novela entera, La casa grande, y después de que García Márquez los explorara en uno de los mejores capítulos de Cien años de soledad.

Veamos cómo opera el incidente al ser transpuesto a la ficción o, lo que es lo mismo, al ser distorsionado por ella. En medio de los vuelos mágicos del libro, García Márquez realiza un aterrizaje forzoso en la realidad histórica al contar el momento en que José Arcadio Segundo llegó a la estación para esperar el tren de las doce. Se trata, para mí, de la escena más vívida y más intensa de un libro en el que no faltan las escenas vívidas e intensas; puedo decir que no hay otras páginas de la ficción colombiana que haya leído más veces, siempre sintiendo ese hormigueo en la nuca que es para Nabokov la señal de que estamos leyendo algo grande. Hacia las tres de la tarde se sabe que el tren del gobernador no llegará. Escribe García Márquez:

Un teniente del ejército se subió entonces en el techo de la estación, donde había cuatro nidos de ametralladoras enfiladas hacia la multitud, y se dio un toque de silencio. Al lado de José Arcadio Segundo estaba una mujer descalza, muy gorda, con dos niños de unos cuatro y siete años. Cargó al menor, y le pidió a José Arcadio Segundo, sin conocerlo, que levantara al otro para que oyera mejor lo que iban a decir. José Arcadio Segundo se acaballó al niño en la nuca. Muchos años después, ese niño había de seguir contando, sin que nadie se lo creyera, que había visto al teniente leyendo con una bocina de gramófono el decreto número 4 del jefe civil y militar de la provincia. Estaba firmado por el general Carlos Cortés Vargas, y por su secretario, el mayor Enrique García Isaza, y en tres artículos de ochenta palabras declaraba a los huelguistas cuadrilla de malhechores y facultaba al ejército para matarlos a bala.

Entonces, tras mancharse los pies con los datos históricos del episodio, con el nombre real del general asesino y con los términos reales del decreto, Cien años de soledad decide que ya es momento de ceder el paso a los poderes de la novela. Un capitán da cinco minutos a la multitud para retirarse; cumplidos los cinco minutos, advierte que en un minuto más se hará fuego. En ese momento José Arcadio Segundo grita su grito famoso: “¡Cabrones! Les regalamos el minuto que falta”. Y lo que siguen son los disparos, que parecían una farsa, pues “era como si las ametralladoras hubieran estado cargadas con engañifas de pirotecnia”, porque disparaba “pero no se percibía la más leve reacción” de la muchedumbre. De repente alguien cae herido; alguien grita: “¡Tírense al suelo!” Y la estación se va llenando de muertos, esos muertos que serán recogidos por trenes y tirados al mar. José Arcadio Segundo iba en uno de esos trenes, pero nadie le creería después lo que había visto. “Eran como tres mil”, repetiría, pero todo el mundo le diría lo mismo: “Aquí no ha habido muertos”.

No tengo aquí espacio para detallar todas las formas sutiles en que las páginas de la novela modifican la verdad histórica tal como es contada en los manuales, pero lo más interesante, para mí, son las formas en que no lo hace, las líneas en que los datos históricos son reproducidos con fidelidad de documentalista por García Márquez. Transpuesta en un contexto distinto del que le es propio, rodeada de ciertas ficciones bien escogidas por el narrador, la historia nos revela sus secretos con más generosidad que la historiografía más exhaustiva. Aún más: la manipulación de la verdad histórica por parte del novelista conduce a la revelación de verdades más densas o más ricas que las unívocas y monolíticas verdades de la historia. En el episodio de de la masacre de las bananeras, Cien años de soledad da cuerpo, tal vez involuntariamente, a uno de los debates más recurrentes de las últimas décadas: la imposibilidad de conocer la historia, o, más bien, la idea de que toda historia, puesto que nos es contada, es apenas una versión. La historia como ficción: esta propuesta, que a finales de los años sesenta sumió a los historiadores en una crisis de la cual no han salido, ha tenido el efecto curioso de liberar por fin las posibilidades de la novela. Pues, como dice Byatt, “la idea de que toda historia es ficción condujo a un nuevo interés en la ficción como historia”. Yo voy incluso más allá: la idea de que toda historia es ficción ha permitido a la ficción ganar una libertad inédita: la libertad de distorsionar la historia. En Historia del mundo en diez capítulos y medio, Julian Barnes escribe: “Inventamos historias para tapar los hechos que no conocemos; conservamos unos cuantos hechos verdaderos y alrededor de ellos tejemos un nuevo relato. Sólo la fabulación puede aliviar nuestro pánico y nuestro dolor; la llamamos historia”. ¿No es el mismo procedimiento de Cien años de soledad? Y la lectura de la novela según estas claves, ¿no la recupera para nosotros, los novelistas?

La proliferación de curas que levitan tomando tazas de chocolate, de mujeres tan hermosas que suben al cielo entre sábanas, ese inventario de frívolas magias parciales, ha oscurecido las verdaderas posibilidades de la novela. Lo que quiero decir es esto: si es cierto que hay novelistas fértiles (los que abren caminos para otros) y novelistas estériles (los que cierran caminos, o los dejan abiertos sólo para los imitadores perezosos), la lectura de Cien años de soledad en clave de realismo mágico ha demostrado ya su carácter estéril, generando infinidad de cansados pastiches en todas partes del globo o, lo que es peor, provocando la impotencia de sus deslumbrados lectores. En cambio, leerla según las claves de la distorsión histórica le devuelve su fertilidad, y nos abre nuevos caminos en la lectura de algunos de los grandes novelistas contemporáneos. Leer Los hijos de la medianoche, de Salman Rushdie, como exponente indio del realismo mágico, es un ejercicio inconducente y banal, casi una mera constatación de la novedad que Cien años de soledad implicó en su momento. Pero leer Los hijos de la medianoche como heredera de Cien años de soledad en el asunto de la distorsión histórica es comprender desde un nuevo ángulo los mejores hallazgos de la novela. Cuando el narrador Saleem Sinai se equivoca en la fecha de la muerte de Gandhi, pero deja la equivocación como está, hace algo mucho más interesante que cuando es capaz de comunicarse telepáticamente con algún amigo, lo cual no dista mucho de ser una prestidigitación de cocina. Y quien dice Salman Rushdie puede decir Peter Carey, australiano, u Orhan Pamuk, turco. Se trata de autores que leí casi hipnotizado mientras escribía mi novela sobre Conrad y el siglo XIX colombiano, y que tienen en común la desfachatez con que desbaratan la historia de sus países para reconstruirla transformada. Reconstruirla, como diría Vargas Llosa, con un “elemento añadido”.

Para un novelista, los autores más importantes son los que le permiten hacer cosas que hasta ese momento hubiera creído prohibidas. Yo puedo decir que la redacción de mi novela fue menos difícil a partir del momento en que leí cierta declaración de Pamuk: “El reto de la novela histórica no es producir una imitación perfecta del pasado, sino relatar la historia con algo nuevo, enriquecerla y cambiarla con la imaginación y la sensualidad de la experiencia personal.” Ya lo ven ustedes: en cuestión de cuatro líneas, Pamuk se ha cargado el afán de verosimilitud de la historiografía novelada y ha pronunciado un verbo maldito: cambiar. Cambiar la historia: ¿no se habrá pasado de la raya? No lo creo: si se nos dice que toda historia es ficción, los novelistas entendemos que la única forma de revelar el pasado es tratarlo como un producto narrativo, susceptible por lo tanto de ser recontado de cualquier forma. Mi Historia secreta de Costaguana cuenta la historia colombiana en clave de parodia o de farsa, y eso sólo pude hacerlo después de leer novelas como Illywhacker, de Carey, y Me llamo Rojo, de Pamuk. Lo que quiero decir, en el fondo y ya despegándonos por un instante de Cien años de soledad, es que allá fuera hay otras novelas históricas, novelas que son históricas de otra manera. “Un nuevo tipo de novela histórica es posible”, dice Antonia Byatt. Estas notas son una invitación a su búsqueda. "