29 de març 2008

De escritores, sociedad y compromiso (II)


De confabulario, el suplemento cultural de El Universal.com, extaígo este ensayo de Susan Sontag a propósito de la obra de Nadine Gordimer:

De el períodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski, su discurso al recibir el premio de peridismo Stora Jurnalstpriset, en Estocolmo:

¿Reflejan los media la realidad del mundo?

Por último, en la página lukor.com, noticia del debate celebrado en Barcelona, en el marco del festival Kosmopolis 2006, entre los autores José Saramago, Arturo Pérez Reverte y Pere Gimferrer y moderación del mexicano Sealtiel Alatriste:

Diversidad e identidades de los lenguajes narrativos


De escritores, sociedad y compromiso (I)

La lectura de la obra de Hamsun, así como las intervenciones de algunos miembros del grupo en este Blog con motivo de la misma, han abierto un debate sobre el papel del escritor en la sociedad. Con el fín de animarlo, transcribo, en esta entrada, algunas de las frases que pronunció el dramaturgo inglés Harold Pinter en el discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura del año 2005.



En 1958, escribí lo siguiente:

'No hay grandes diferencias entre realidad y ficción, ni entre lo verdadero y lo falso. Una cosa no es necesariamente verdadera o falsa; puede ser al mismo tiempo verdadera y falsa.'

Creo que estas afirmaciones aún tienen sentido, y aún se aplican a la exploración de la realidad a través del arte. Así que, como escritor, las mantengo, pero como ciudadano no puedo; como ciudadano he de preguntar: ¿Qué es verdad? ¿Qué es mentira?

La verdad en el arte dramático es siempre esquiva. Uno nunca la encuentra del todo, pero su búsqueda llega a ser compulsiva. Claramente, es la búsqueda lo que motiva el empeño. Tu tarea es la búsqueda. De vez en cuando, te tropiezas con la verdad en la oscuridad, chocando con ella o capturando una imagen fugaz o una forma que parece tener relación con la verdad, muy frecuentemente sin que te hayas dado cuenta de ello. Pero la auténtica verdad es que en el arte dramático no hay tal cosa como una verdad única. Hay muchas. Y cada una de ellas se enfrenta a la otra, se alejan, se reflejan entre sí, se ignoran, se burlan la una de la otra, son ciegas a su mera existencia. A veces, sientes que tienes durante un instante la verdad en la mano para que, a continuación, se te escabulla entre los dedos y se pierda.(…)


Así que el lenguaje en el arte es una ambiciosa transacción, unas arenas movedizas, un trampolín, un estanque helado que se puede abrir bajo tus pies, los del autor, en cualquier momento.


Pero, como he dicho, la búsqueda de la verdad no se puede detener nunca. No puede aplazarse, no puede retrasarse. Hay que hacerle frente, ahí mismo, en el acto. (…)


¿Qué le ha pasado a nuestra sensibilidad moral? ¿La hemos tenido alguna vez? ¿Qué significan estas palabras? ¿Se refieren a un término muy raramente utilizado estos días – conciencia? ¿Una conciencia para usar no sólo con nuestros propios actos sino para usar también con nuestra responsabilidad compartida en los actos de los demás? ¿Está todo muerto? (…)


La vida de un escritor es extremadamente vulnerable, apenas una actividad desnuda. No tenemos que llorar por ello. El escritor hace su elección y queda atrapado en ella. Pero es cierto que estás expuesto a todos los vientos, alguno de ellos en verdad helados. Estás solo, por tu cuenta. No encuentras refugio, ni protección - a menos que mientas - en cuyo caso, por supuesto, te habrás construido tu propia protección y, podría decirse, te habrás vuelto un político. (…)


Cuando miramos un espejo pensamos que la imagen que nos ofrece es exacta. Pero si te mueves un milímetro la imagen cambia. Ahora mismo, nosotros estamos mirando un círculo de reflejos sin fin. Pero a veces el escritor tiene que destrozar el espejo - porque es en el otro lado del espejo donde la verdad nos mira a nosotros.
Creo que, a pesar de las enormes dificultades que existen, una firme determinación, inquebrantable, sin vuelta atrás, como ciudadanos, para definir la auténtica verdad de nuestras vidas y nuestras sociedades es una necesidad crucial que nos afecta a todos. Es, de hecho, una obligación.
Si una determinación como ésta no forma parte de nuestra visión política, no tenemos esperanza de restituir lo que casi hemos perdido - la dignidad como personas.

Harold Pinter







27 de març 2008

¿A un Dios eterno?, los sueños de Hamsun

“El Ángel de Yahveh llamó a Ahraham por segunda vez desde los cielos, y dijo. –por mi mismo juro, oráculo de Yahveh, que por haber hecho esto, por no haberme negado tu hijo, tú único, yo te colmaré de bendiciones y acrecentaré muchísimo tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa… Por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, en pago de haber obedecido tú mi voz”

Génesis 22-15


La bendición de la tierra narra la historia de un pionero, de un hombre del que nada sabemos, ni su origen, ni su pasado - “El primer home, el primer ésser humà ” (pág 5)- . Isak, nuestro personaje, huye de algo, de alguien, nada sabemos, pero lo que si sabemos es hacia dónde quiere ir. Isak busca la soledad de los bosques, de los campos, de la naturaleza; es ahí donde quiere vivir y dónde vivirá,…en Sellanraa, junto a Inger, su compañera. Con su esfuerzo - Isak-Isaac, el gigante, el infatigable… “un camperol de les terres solitàries, un pagès de cap a peus; un ressuscitat dels temps remots que assenyala vers el futur, un home dels primers tiemps de l’ agricultura, un pagerol de nou-cents anys d’edat y, malgrat tot, l’home del dia” (pág. 325)- , las tierras baldías se tornan feraces campos de cultivo, los bosques madera para su inacabable hacienda y los animales de su granja se multiplican. Todo les sonríe, han sido bendecidos.

Esta obra de Hamsun, una de las más conocidas y por la que le fue concedido el Premio Nobel de Literatura de 1920, ha sido presentada siempre como un canto, una alabanza a los esfuerzos del hombre por arrancar de la naturaleza su sostén y una defensa de la vida noble y sencilla del campo en comunión y armonía con la naturaleza.

Pero hay más cosas, tras la prosa poética, evocadora, melancólica, a veces fría, de Hamsun, se esconde el conflicto y la lucha entre dos mundos, o, mejor dicho, entre dos ideologías, dos concepciones de la sociedad: la idealizada imagen del buen señor, del margrave (palabra que en la lengua de aquella zona quiere decir barón o marqués del lugar), que con su magnificencia, buen hacer y sentido común hace prosperar la tierra dentro del orden jerarquizado que toda sociedad, sea mayor o menor, ha de respetar. Y, de la otra, la vida urbana, industrial, cosmopolita, donde las jerarquías se matizan, se diluyen. Entre ambas, Hamsun hace una clara apuesta…veámoslo.

Inger, tras regresar del correccional –donde ha aprendido muchas cosas y ganado en confianza y autoestima - , “s’havia apartat del camí”, pero Isak la zarandea y “pel sol fet de ser aixecada d’una revolada de terra, tornava a ocupar el seu lloc” (pág. 128) ¿Su lugar?, si, si, así ha de ser, Hamsun con sus comentarios intencionados , que puntea a lo largo de la narración, nos lo recuerda: “Inger finalment havia canviat. S’anà desprenent de la seva prïja de distinció, i tornava a ser la dona afectuosa i formal d’una hisenda. Que puguin fer canviar tant els punys d’un home…Però així s’havia d’esdevenir tractant-se d’una dona de bon tremp, feinera, que havia estat trastornada pel llarg temps que havia viscut en una atmosfera d’artifici. Volgué sobrepasar-se a l’home, però aquest es mantenia ferm i segur d’ell mateix. Ni per un moment no havia abandonat el seu lloc sobre la terra, ni els camps, ni la hisenda” (pág 128)


Pero Noruega si que había abandonado las servidumbres del pasado. En 1884 adoptó la monarquía parlamentaria como forma de gobierno; desde entonces el crecimiento económico fue exponencial. En los primeros años del siglo XX, la explotación de sus riquezas hídricas (energía hidroeléctrica), permitió el desarrollo de unas potentes industrias químicas y metalúrgicas. Lejos quedaba una sociedad que, unos pocos años antes, vivía anclada en una economía de subsistencia. Lejos quedaba la huida de cientos de miles de noruegos a Norteamérica en busca de fortuna, huyendo del hambre, entre ellos el propio autor. Pero la industrialización tiene un coste: la vieja armonía de las relaciones sociales se rompe…todo se vuelve “artificial”, “antinatural”.


Un personaje muy interesante es Geissler, hombre a caballo de los dos mundos, dice de si mismo: “No hi ha res de misterios en mi; només sóc la boira en el si de la meva familia. I, no conforme amb el que veig, fair anar el cap. I és que a mi, Sivert, em manca el do d’obrar sense escrúpuls. Si tingués aquest do també podria ser el llamp. És per això que sòc la boira” (pág 321) y, anteriormente, ha dicho de su hijo: “El meu fill és el llamp, que en realitat no és res- una resplandor fugissera i estèril- i sap fer negocis. El meu fill és el tipus de l’home del nostre temps; creu sincerament el que li ha ensenyat el seu temps, el que li ha ensenyat el jueu i el yanqui (sic)” (pág. 321)


El resto de personajes resaltan también este enfrentamiento entre la sociedad que está naciendo y la que no quiere morir: Eliseu, vividor, holgazán, corrompido y perdido por los años pasados en la ciudad como escribiente, frente a la nobleza e infatigable capacidad de trabajo de Sivert, su hermano, que ha vivido siempre en Sellanraa. La mansedumbre de Axel explotada por la picardía de Brede, que también ha vivido un tiempo en la ciudad. Hamsun nos recuerda constantemente la beatitud de carácter de los colonos frente a la doblez y malas intenciones de los ciudadanos. Porque los campesinos “Sou necessaris a la terra. No pas tothom ho és, de necessari; vosaltres, sí: la terra a vosaltres, us necesita. Sou els qui manteniu la vida. (…); teniu pau, i poder, i domini. » (pág. 320)


Esto es lo importante, trabajar, roturar, dominar la tierra. No hay en estos trabajos espacio para los sentimientos, la tierra no sabe de sentimientos, sino de cuidados, de labor, de sudor…y de sacrificio. Los personajes se mueven por un impulso ciego, de obligaciones marcadas por el cuidado de los animales, por el paso de las estaciones, de las cosechas…no hay palabras, caricias, palabras de afecto… ni siquiera el consuelo beatifico de la religión, que queda en un segundo plano. Tan solo la relación del hombre con la tierra. “Rares vegades sabía exactament el dia en què vivia. Per què? (…) En el seu calendari hi havia unes creuetes que recordaven quan havien de parir cada una de les seves vaques. Sabia que per sant Olaf, a la tardor, convenia haver entrat el fenc; sabia també quan se celebrava, per la primavera, la fira del bestiar; i que, tres setmanes después, sortia l’ós de la seva cova, i alesmores la llavor ja havia d’estar a la terra. Sabia totes les coses indispensables” (pág. 325)


La bendición de la tierra semeja el canto epigonal a un mundo que ya no existe y al que su autor, con toda seguridad, añoraba…

”I la tarda va caient” (pág. 326)


24 de març 2008

Ideas políticas y respeto

De las ideas políticas o de la falta de respeto



La Bendición de la tierra, de Knut Hamsun



Por Miguel Arnas Coronado





A principios del año setenta y cinco me tropecé a un compañero al que había conocido algún tiempo atrás en el sindicato clandestino en el que militábamos ambos. Si la memoria no me gasta bromas, fue en la ancha plaza Lluchmajor, que entonces estaba desangelada y, si no en obras, sí al menos con grandes solares alrededor y calles sin acabar que bordeaban edificios de pisos como colmenas. Nos saludamos nombrándonos por la empresa en la que trabajábamos, pues ambos ignorábamos el de pila del otro. Me preguntó de dónde venía, más por entablar conversación que por curiosidad alguna, que en aquellas circunstancias habría sido malsana o, cuanto menos, imprudente. Esa pregunta vino después de cualquier generalidad sobre el tiempo o lo mal que andaba la dictadura, mala salud de la que, por desgracia, no se desprendía baja laboral o defunción, es decir lo que todos esperábamos. Le dije que venía del cine sin especificarle, de nuevo la prudencia, que me dirigía a visitar a una amiga habitante de aquel barrio, barrio del cual tampoco se me ocurrió asegurarle que no era el mío. Se interesó mucho por saber qué película había visto. Sí recuerdo que venía de ver una de Ingmar Bergman, si bien no podría decir cuál. Bergman hace sus películas para fastidiar a la clase obrera que son incapaces de comprenderlas, me dijo como habría instruido un cátedro desde su tribuna o un fraile predicador desde su púlpito. Le discutí con moderación mas con cierta energía porque entonces me reventaba ser considerado un intelectual y nada más, como a cualquiera de ustedes les reventaría ser considerado nada más un marido, un médico, un conductor de autobuses o un individuo de raza blanca. Yo podía ser un intelectual por mis aficiones, pero era un trabajador concienciado, un sindicalista, un ávido de conocer las teorías marxistas, etcétera. La querella no alcanzó el grado de disputa pero sí se encrespó algo. Le pedí respeto, si no por mis ideas, que no casaban con las suyas (no recuerdo si era maoísta, trosquista, revisionista o cualquier otra memez), sí al menos por mis apegos hacia la literatura, el cine, la música y otros placeres absurdos. Fue entonces cuando soltó la frase: ¡el respeto es burgués!, dijo. No lo olvidaré en la vida. Allí, en la plaza Lluchmajor, debería haberme caído del caballo, haber visto la luz y haber decidido dedicarme a cosas más placenteras como bailar pegado al ritmo de los Moody blues o halagar la juventud de más de una moza orgullosa de su minifalda. Continué militando y seguí creyendo en los principios teóricos que orientaban nuestra acción, no sólo porque confiara en que ella lograse acabar con la dictadura sino porque creía a pies juntillas que la dictadura del proletariado era el futuro, el futuro bueno y deseable. Siempre he sido más tonto que un zapato. O al menos, siempre he errado más que una escopetilla de caña.



Este cuento me viene al pelo para ilustrar algo que atañe al señor Knut Hamsun, premio Nobel de literatura de 1920. Vidkun Quisling fue ministro de la Guerra noruego entre 1931 y 1933 y fundó la Unión Nacional, de inclinaciones y apetencias nazis. En 1940, el ejército noruego capituló ante las tropas alemanas de invasión que deseaban el puerto de Narvik, salida natural del hierro sueco, pero Quisling sólo pudo formar un gobierno colaboracionista en 1942 a causa de la resistencia del pueblo noruego ante la invasión. Quisling fue ejecutado en 1945, tras la liberación. Pero en su vida política se encontró con un regalo inesperado: la adhesión de Knut Hamsun, por entonces, el más importante escritor e intelectual noruego. La admiración del premio Nobel por el nazismo fue tal que llegó a obsequiar la medalla entregada por el rey de Suecia y la Academia sueca al Ministro de Propaganda de Hitler, Joseph Goebbels; sí, aquel tío tan inteligente que dijo lo de “una mentira repetida, acaba siendo creída por el mismo que la propaga”, eslogan que tan profundamente ha calado en nuestros políticos actuales y democráticos.


La propensión, el encandilamiento de los intelectuales hacia los sistemas políticos totalitarios en el pasado siglo fue notoria. No es algo que yo me invente: ya en 1927, Julien Benda, en La traición de los intelectuales señalaba que “intelectuales de todos los países, debéis ser vosotros quienes digan a sus naciones que se equivocan siempre por el simple hecho de ser naciones”, y luego añadía que patria, raza, clase o religión son particularidades imaginadas; Benda criticó el servilismo de los intelectuales europeos a la idea de patria, al economicismo y a la pertenencia de clase. También Czeslaw Milosz hizo algo semejante en El pensamiento cautivo con respecto a los intelectuales que se postraron ante Stalin y el estalinismo; incluso criticó el marxismo como sistema por cuanto implica la dictadura del proletariado, dictadura que no es de la clase obrera sino de los dirigentes del partido, todos ellos intelectuales. Jean François Revel vuelve sobre los pasos de los anteriores en El conocimiento inútil. En el ámbito de nuestra lengua, Octavio Paz y Vargas Llosa han insistido en la misma idea, y Juan Goytisolo, en Los reinos de taifa, habla de sus propias cacicadas ante Gallimard para vetar a Arrabal por heterodoxo dentro de la acción puramente marxista.


La verdad es que aquel conocido mío de la anécdota o cuento que narraba al principio, tenía razón. El respeto es burgués. De hecho, la burguesía es aburrida. Lo malo es que lo contrario, durante el siglo XX, se convirtió en asesinato cuando no se sublimó en manos o boca de los intelectuales, en arte. Mientras un Marcel Duchamp dinamitaba la idea burguesa de arte colocando un inodoro (sin estrenar) en una exposición, Kandinsky transformaba en puro color la pintura burguesa, o Joyce hacía arder las buenas formas literarias siendo absolutamente sincero (sus personajes) en el monólogo interior o describiendo a un Leopold Bloom en eyaculación en una playa de Dublín, al ver a una muchacha coja ligeramente abierta de piernas que le enseña las puntillas de sus bragas, Gorki, Heidegger, Lunacharsky, Heisenberg o Fernández Retamar se dedicaban a ejercer de comisarios políticos artísticos, lo que no es malo, dedicándose a condenar al ostracismo a quienes no estuviesen a favor de su revolución personal, lo que ya empieza a ser bastante malo, o enviaban con sus delaciones al paredón a otros intelectuales, lo que ya es abiertamente malísimo.

Knut Hamsun fue uno de estos últimos. El socialismo revolucionario o marxista-leninista que durante 70 años gobernó en uno de los países más importantes y grandes del mundo, y que ahora gobierna en algunos países pequeños y en otro más grande aún que el primero, aunque el caballo de batalla, la economía, la están dejando en manos de la iniciativa privada (¡pues vaya!), y el nacionalsocialismo o nazismo, también llamado fascismo en Italia o franquismo y falangismo en España, donde se amachinó repulsivamente con el catolicismo-versión-cutre, o las dictaduras militares y no tan militares en Latinoamérica, Asia o África, todas esas “ideologías” son anti-burguesas con una vivacidad digna de mejor empeño, son militantemente anti-liberales, liberticidas, odiadoras del individualismo. Para el marxismo real, el individuo no existe, existe la Historia y el intervencionismo del Estado, no sólo en la economía sino en cualquier aspecto privado de la vida. Para el nacionalsocialismo, el individuo no existe, existe la raza, el orgullo nacional y el intervencionismo del Estado, no sólo en la economía sino en cualquier aspecto privado de la vida. ¡Bravo! En eso consiste la anti-burguesía, desde luego, debe ser una forma de combatir el aburrimiento, la abulia compuesta de sopa de berros y filete a la plancha, o la abulia confeccionada con chalé en las afueras, golf y videoconsola.

Hamsun odiaba la locura técnica, la sociedad industrial y mercantil, es decir el liberalismo, sentía un culto arcaico y místico por la comunidad rural primitiva, todas ellas manías del sentimiento nazi, ¿es extraño, pues, que apoyara a Quisling y adorase el discurso primitivo e hipnotizador de Hitler o de su gran propagandista, Goebbels? No escribió su literatura para apoyar el nazismo porque cuando publicó sus novelas y recibió el premio Nobel como escritor consagrado y célebre, el nazismo como tal no se había inventado; en todas las naciones europeas surgieron movimientos reaccionarios, conservadores, patrióticos, chovinistas o antiliberales, pero no se había creado el nacionalsocialismo ni el fascismo (Mussolini creó su partido en 1921 y la marcha sobre Roma se hizo en el 22). Al contrario, su nazismo fue consecuencia directa de su literatura y de su manera de ser y de pensar.

Lo primero que detecta el hijo de familia pobre, numerosa y trabajadora, es que ser buena persona no es rentable. Los rezos no son escuchados por el Altísimo, y no hay asunto más burgués que el trabajo honesto y la oración fiel y esperanzada. Tampoco hay asunto más aburrido que ese porque la parte buena de ser burgués es ser rico, si uno es burgués y pobre, mala pata porque ese estado lleva a la rabia. Hamsun fue jornalero, pastor, zapatero, estibador, peón caminero, pescador, cobrador de tranvía, en su país natal y en Norteamérica y no llegó a ser cow-boy porque su miopía le impedía distinguir una vaca de un caballo. Con una juventud así uno puede dejarse caer del lado izquierdo o del derecho, es decir, hacerse agitador comunista y represor de antirrevolucionarios, o nazi, pero es difícil conservar el equilibrio. Él mismo escribe en el epílogo de su novela La última alegría que “en Bendición de la tierra pretendía señalar el camino que había de llevar, fuera de la decadencia, hacia la prosperidad”. ¡La decadencia!, ¿hay asunto que produzca al personal más ansias de arreglar el mundo?

Isak, el protagonista, lucha por la supervivencia desde sí mismo y desde su familia, cierto, pero Hamsun nos lo pinta inmerso en la naturaleza, sin poder hacer otra cosa, como si el motivo no fuese él mismo y su gente sino algo más allá, la naturaleza misma. Tomemos, por ejemplo, el juicio contra la criada Barbro por infanticidio. La defensa de la esposa del delegado Heyerdahl es feminista, sí, pero lo que cuenta al fin son las buenas formas burguesas, la aplicación de la ley y lo que hoy se llama estado de derecho (otra bestia negra para el comunismo real y para el nacionalsocialismo), amalgamadas con un cúmulo de buenas intenciones repletas de compasión (¡qué mal entendieron a Nietzsche aquellos mamelucos de nazis!), porque a fin de cuentas, la protesta final del delegado Heyerdahl, respecto a que la sociedad necesita satisfacción respecto a esas acciones ilegales, como el infanticidio, es burguesa, protesta que desde luego no le sirve para que se condene a Barbro. Por otra parte, parece como si de la lectura del juicio se coligiese que la absolución es gracias a las buenas gentes de pueblo noruegas, dejándonos entrever que en otro país más depravado, la justicia se habría ensañado con la criada y su falta. ¿Se puede defender el bien desde el mal?: Hamsun nos lo recuerda aquí. Hoy se habría condenado a Barbro o no, las protestas de uno y otro bando habrían sido exactamente las mismas, pero no se nos ocurriría (creo) reclamar que la sociedad, al no condenar, gana “un miembro útil y sano para el trabajo”.

Hay un autor que, sin haber sido premio Nobel, creo que líricamente tiene más valor que Hamsun cuando habla de la naturaleza (dejemos de lado a nuestro excelso Gabriel Miró) y que curiosamente fue también colaboracionista con los nazis. Me refiero a Jean Giono y su novela El canto del mundo. Si de lo que se trata es de sacar el máximo goce de una lectura, quizá sea de más provecho la de este francés. Curiosamente, sus primeras obras fueron las que compusieron la trilogía Pan, de igual título que la novela de Hamsun. Muy recomendable.

Miguel Arnas Coronado

21 de març 2008

Gog conoce a Hamsun

Giovanni Papini
Giovanni Papini publica en 1931 la obra Gog, supuesto dietario que un excéntrico millonario le entrega. En el mismo, Gog narra sus viajes y las experiencias que ha vivido al conocer lugares y gentes de todo el mundo, entre ellos, nuestro autor...Knut Hamsun

Nos advierte Papini al inicio de su obra:

" No se trata, como el lector verá, ni de un libro de memorias, ni, mucho menos, de una obra de arte. Se trata, me parece, de un documento singular y sintomático; espantoso, tal vez, pero de un cierto valor para el estudio del hombre de nuestro siglo. Y como documento -y no con otra intención- publico esta serie de notas, con la esperanza de que, una vez reflexionado, se reconozca la utilidad de mi «abuso de confianza».

Huelga, creo, añadir que yo no puedo de ninguna manera aprobar los sentimientos y los pensamientos de Gog y de sus interlocutores. Todo mi ser- que ahora se ha renovado con mi retorno a la Verdad- no puede menos que aborrecer todo lo que Gog cree, dice o hace. Quien conozca mis libros, sobre todo los últimos, se dará cuenta de que no puede haber nada de común entre Gog y yo. Pero en ese cínico, sádico, maniático, hiperbólico semisalvaje, he visto una especie de símbolo de la falsa y bestial -para mí- civilización cosmopolita, y lo presento a los lectores de hoy con la misma intención con que los espartanos mostraban a sus hijos un ilota completamente borracho.

Muchísimos, en nuestro tiempo, se parecen en realidad a Gog. Pero Gog es, a mi juicio, un ejemplo particularmente instructivo y revelador, por dos razones. Primera, porque su riqueza le ha permitido realizar impunemente muchas extravagancias, idiotas o criminales, que sus semejantes deben contentarse con imaginar en sueños. Segunda, porque su sinceridad de primitivo le lleva a confesar sin rubor sus caprichos más repulsivos, es decir, aquello que los otros esconden y no se atreven a decir ni de sí mismos.

Gog es, por decirlo con una sola palabra, un monstruo, y refleja por eso, exagerándolas, ciertas tendencias modernas. Pero esta misma exageración ayuda al fin que me propongo al publicar los fragmentos de su Diario, puesto que se perciben mejor, en esta ampliación grotesca, las enfermedades secretas (espirituales) de que sufre la presente civilización. Y no habría publicado estas hojas si no hubiese creído hacer una cosa útil para aquellos que las lean.

Advierto finalmente que he traducido con fidelidad la prosa desaliñada y premiosa de Gog, sin añadir tilde, ni enmendar o embellecer. No es culpa mía, pues, si este libro no es un modelo de estilo.

El orden en que han sido dispuestos los capítulos es aproximado y conjetural, casi seguramente inexacto. Pero no he podido hacerlo de otra manera. Gog consignaba, generalmente, el lugar, el día y el mes, pero no el año, y me he tenido que contentar con una cronología puramente hipotética.

Y ésta es una pequeña libertad, en comparación con esa otra bastante mayor que me he permitido: la de hacer servir el mal de Gog para el bien común.
G. P. "
Y de como conocio a Gog:
" Me avergüenza decir dónde conocí a Gog; en un manicomio particular.

Fui allí con objeto de hacer compañía a un joven poeta dálmata, a quien la pasión desesperada por una sombra -la amada era una «reina de la pantalla» y únicamente en la pantalla le había sonreído- condenaba al delirio. Como ordinariamente estaba tranquilo, eI director de aquella casa para locos pensionistas -enano de estatura, pero elegante por su carnosidad- nos permitía estar juntos en el jardín. Aquí y allá, a la sombra de los cedros y de los castaños de Indias, había mesas redondas de hierro y sillas, como en los cafés. Enfermeros pálidos, vestidos de blanco, transcurrían por los paseos, disimulando su vigilancia.

Un día muy caluroso en que el poeta y yo estábamos hablando, se acercó a nuestro velador uno de los huéspedes. Era un monstruo que debía tener medio siglo, vestido de verde claro. Alto, pero mal garbado: no tenía ni un solo pelo en toda la cabeza; sin cabellos, sin cejas, sin bigotes, sin barba. Un informe bulbo de piel desnuda, con excrecencias coralinas. La cara era de un escarlata oscuro, casi pavonado, y anchísima. Uno de los ojos era de un bello celeste un poco ceniciento; el otro, casi verde con estrías de un amarillo de tortuga. Las mandíbulas eran cuadradas y potentes; los labios, macizos pero pálidos, se entreabrían en una sonrisa completamente metálica, de oro.

Saludó, sin hablar, al poeta y se sentó a nuestro lado. No abrió la boca, pero pareció que seguía atentamente nuestra conversación.

Me enteré después, por mi amigo, que éste era Gog.

Su verdadero nombre era, según parece, Goggins, pero desde joven le habían llamado siempre Gog, y este diminutivo le gustó porque le circundaba de una especie de aureola bíblica y fabulosa; Gog, rey de Magog. Había nacido en una de las islas Hawai, de una mujer indígena y de padre desconocido, pero seguramente de raza blanca. A los dieciséis años, embarcado como boy de cocina en un vapor americano, había llegado a San Francisco y vivido en varios puntos de California, a la ventura. Después de algunos años, no se sabe cómo, logró algunos millares de dólares y se trasladó a Chicago. Tenía el genio de business o un demonio de su parte, porque en poco tiempo su fortuna en dinero se hizo enorme, incluso para el Ohio. Al terminar la guerra era uno de los hombres más ricos de los Estados Unidos, es decir del planeta. En 1920 se retiró, sin grandes pérdidas, de todas sus empresas y depositó sus millones, unos aquí y otros allá, en todos los Bancos del mundo.

-Hasta ahora -decía- he sido un galeote del dinero; pero de hoy en adelante debe ser mi servidor. No quiero esperar, como mis semejantes, a quedarme chocho para descubrir los medios de gozar.

Comenzó en aquel tiempo, para Gog, una vida nueva; investigaciones febriles, carreras a través de los continentes, sorpresas, locuras, fugas. No tenía mujer ni hijos, pero no le faltaban animadores, parásitos, ayudantes, consejeros, cómplices.

Es preciso tener en cuenta la peligrosa mezcla que había en él; un semisalvaje inquieto que tenía bajo su dominio las riquezas de un emperador. Un descendiente de caníbales que se había apoderado, permaneciendo bruto, del más espantoso instrumento de creación y de destrucción del mundo moderno.

Ignorantisimo, quiso ser iniciado en las más refinadas drogas de una cultura de putrefacción. Ya casi sedentario, quiso conocer todas las patrias -él, que no tenía patria verdadera-. Animalesco por el origen y la vocación, quiso proporcionarse todas las formas del epicureísmo cerebral de nuestros tiempos.

Me hace el efecto de que en esa dilapidación maniática adquirió un olfato perverso para las más radicales ideologías, pero reforzó al mismo tiempo su barbarie ingénita. Su cerebro era, en algunos momentos, capaz de rebasar los más exasperantes modernismos, pero su alma se había vuelto más árida y cruel que la de sus antepasados maternos.

Toda la inteligencia instintiva que le había ayudado para el saqueo legal de los millones, la empleaba ahora para el acaparamiento febril de las rarezas y de las voluptuosidades de toda especie, para satisfacer los más inverosímiles deseos, los caprichos más infames y fantásticos.

A los siete años de llevar esta vida gastó las tres cuartas partes de su capital y de su salud. Desde 1928 fue de sanatorio en sanatorio, siempre ansioso e impaciente, presa de frenesí de cambio y de novedad. Los médicos intentaban retener un huésped tan explotable, pero no lo conseguían. Ningún alienista pudo definir su enfermedad; quién hablaba de síndrome psicasténico, quién de una alteración de la personalidad, quién de locura moral; los más opinaban que tenía más de una tara, y de tal modo confundidas entre sí que no permitían más que simulacros de curación, a ciegas. Cuando había permanecido en uno de esos asilos tres o cuatro meses, quería ser transportado a otro -a aquél, el verdadero- y se ponía tan furioso que tenían que contentarle a la fuerza.

Cuando le conocí se hallaba allí desde hacía poco. Y todas las veces que fui a visitar a mi poeta le veía también a él. Comenzó a hablarme. De este modo pude saber, un poco por él y un poco por los médicos, su historia. Su conversación era singularísima; pasaba de un discurso paradójico, pero al mismo tiempo inteligente, a manifestaciones de una vulgaridad peor que plebeya, bestial. Parecía que estuviesen unidos en él Asmodeo, con su agudeza cínica, y Calibán, con su ciega torpeza de bruto.

Pero conmigo hablaba gustoso. He tenido siempre la virtud de aplacar a los agitados y de amansar a los locos. Un día, después de haber hablado más que de costumbre, se marchó a su habitación -vivía en una villa, toda para él, en el parque del manicomio- y volvió para entregarme un envoltorio de seda verde.

-Lea -me dijo-, son hojas que he salvado del último naufragio. Aquí dentro hay algo del viejo Gog. Ahora ha llegado para mí el día en que nace más de un sol, y cedo con la máxima despreocupación los harapos de la noche.

Encontré, dentro del envoltorio, un grueso paquete de hojas sueltas, escritas en tinta verde, con una caligrafía inexperta y pesada de muchacho. Las leí todas, a veces con una sonrisa, a veces con disgusto, a veces con horror, pero siempre, lo confieso, con avidez.

Eran apuntes sueltos, páginas de antiguos diarios, fragmentos de recuerdos, mezclados todos sin orden, sin fechas precisas, redactados en un inglés vulgar, pero bastante descifrable.

No pude volver a la mansión de los locos hasta muchos días después. Busqué a Gog para devolverle su manuscrito. Me dijeron que se había marchado después de un acceso terrible, y que no había dejado ningún recado para mí. Escribí a la casa de curación donde se había refugiado y no recibí contestación. Han pasado casi dos años y no sé si Gog sigue con vida o ha muerto.

Supuse, y a mi juicio atinadamente, que tuvo la intención de regalarme esas hojas, y tal fue también el parecer de los amigos a quienes consulté. Por eso me he decidido a traducirlas -excepto cinco o seis demasiado repugnantes- y a publicarlas."



Entre ellas, encontramos la referencia a nuestro autor, como siempre, desconocemos el año de su feliz encuentro:

"Cristianía, 24 de agosto

He preguntado a un librero cuál es el más grande escritor noruego viviente. Ha contestado:
-Knut Hamsun.

Es necesario, pues, que yo conozca a ese Hamsun. No he leído nada de él, pero desde el momento en que he venido a Noruega y no pienso volver y no tengo nada mejor que hacer, quiero incluir éste en mi colección de coloquios memorables.

Lo que me han contado acerca de él me gusta: ha sufrido hambre (como yo), ha hecho el tramp en los Estados Unidos (como yo) y rehuye todo lo que puede la compañía de los hombres (como yo). Vive, según dicen, en una isla solitaria y raramente va a las ciudades. En 1920 le dieron el premio Nobel. Un secretario de la Legación de los Estados Unidos me ha prometido un salvoconducto para llegar hasta él.

2 septiembre

Ayer pude finalmente, hablar con ese Knut Hamsun. Excelente impresión. Es un hombre de más de sesenta años, pero bien conservado. Unos bigotes atrevidos que le dan el aspecto de un oficial sin debilidades. Rostro abierto, pero un poco triste y en algunos momentos severo.
Habla correctamente el inglés. No hace cumplidos. Me ha gustado.
-He consentido recibirle porque no es Ud. ni un mendigo, ni un literato, ni un periodista, ni un desocupado, ni un editor, ni un coleccionista de autógrafos, ni un admirador. Todas estas personas son igualmente nefastas e igualmente insoportables. Me defiendo contra ellos como un caballero contra los bandidos, pero no siempre lo consigo. He puesto entre ellos y yo un brazo de mar, pero ese canalla conoce la existencia de las naves y se aprovecha.
“Usted no sabe por fortuna, lo que es la gloria. Qué no le ocurra nunca desventura semejante! Ser famoso significa volverse, a la vez, viejo y perseguido. Llegar a la celebridad equivale a transformarse en un cadáver viviente y despojado. Los jóvenes y los rivales le consideran como un superviviente perdido y como tal es tratado. La fama es una anticipación del ataúd y del sepulcro. ¿Sois célebre? Pues lo habéis dado ya todo y se puede comenzar la autopsia, incluso la vivisección. Os hemos ya recompensado; que se quite, pues, de en medio la carroña coronada y saciada, para dar paso a los desconocidos. Cualquier cosa que hagáis será siempre inferior a las obras que os dieron la fama. La gloria es un certificado de impotencia. Y, además, una prisión. Sois sometido, tanto si queréis como si no, a una vigilancia especial. No podéis alquilar una casa o entrar en un café o marchar de viaje sin que millares de personas se enteren en seguida, lo cuenten y lo impriman. Refugiarse en la soledad no basta. Incluso allí os asaltan y si no consiguen saber nada, lo inventan.
“Pero esto sería lo de menos. Lo peor es que la fama os pone a merced de los ladrones honrados. Todos quieren algo, todos pretenden algo, todos se llevan efectivamente alguna cosa. De cien cartas que recibo, noventa por lo menos han sido escritas para pedir. De veinte personas que vienen a verme, diecinueve terminan por llevarse aquello que deseaban.
“Ese admirador lejano quiere que le regale mis libros; ese otro quiere la página autógrafa pra sus colecciones; aquél exige la fotografía y datos sobre mi vida; el de más allá quiere hablarme para que le aconseje, le juzgue, le ayude, le ilumine, le redima. Desde que me dieron el premio Nobel no he podido salvarme de las peticiones de dinero Todos los pretextos son aprovechados: enfermedades, gastos escolares, viajes indispensables, padres paralíticos, madresdementes, hermanas tísicas, matrimonios urgentes, subscripciones para monumentos, centenarios, tumbas, colegios, nobles arruinados, hospitales, zoológicos, exploraciones árticas, catástrofes. Si hubiese escuchado a todos, me habría sido necesario tener a mi disposición todo el patrimonio de Nobel y volvería otra vez a pasar hambre.
“Luego hay otros que de mi celebridad deducen la omnipotencia. “Si todos le conocen -piensan- esto quiere decir que él los conoce a todos y por consiguiente puede obtener todo lo que quiere.” Error crasísimo, como comprenderá. Un escritor puede ser celebérrimo y, no obstante, tener relaciones únicamente con algunos amigos que no poseen ninguna influencia. Pero esa raza de postulantes no sabe estas cosas ni las cree. Y cada semana hay alguien que pretende de mí lo imposible: que le procure una buena colocación a toda prisa, que le haga publicar un libro por un gran editor, que le recomiende a un gran periódico para obtener una colaboración bien pagada, que me dirija a los ministros o a la Academia para que le concedan un subsidio, una bolsa de viaje, una pensión. A la verdad, yo no conozco ni frecuento, a causa de mi sistema de vida solitaria, los personajes de los que dependen estos favores, pero aunque los conociese, creo que no concederían lo que pidiese únicamente porque me llamo Knut Hamsun. Tendría que escribir carta tras carta, consumirme en los asientos de las salas de espera -esto es, regalar mi tiempo, que es lo más precioso de todo para un artista- y salir garante, con mi nombre, de gentes que me son casi siempre desconocidas. ¡Y si alguna vez por debilidad atiendo a alguien y obtengo lo que pide, entonces es peor! No están nunca contentos . Vuelven a pedir, y cada vez cosas mayores. Y después de haber conseguido mil, te abandonan, indignados e insultantes, el día en que no has podido dar diez.
“Luego hay aquellos que envían volúmenes y manuscritos y exigen que los lea y que escriba luego un fundamentado juicio; hay los pestíferos reporteros que os roban una hora de vuestro trabajo o de vuestro descanso para ganar un poco de dinero a costa vuestra. Del hombre célebre, en una palabra, todos quieren algo. Ha dado a esa gentualla de ciegos un poco de luz, a esos corazones helados un poco de fuego, a esos cerebros desamueblados algunos pensamientos. Ha dado una parte de sí mismo, de su sangre, de su alma, de su vida para enriquecer el alma de los otros y hacer menos triste el trabajo de la vida. Ha dado y, precisamente porque ha dado, debe dar siempre, sin fin, y no solamente su espíritu, sino su dinero su tiempo, su su fatiga, y algún pedacito de la propia gloria. El escritor famoso está circundado de parásitos, de postulantes, de sepultureros y de ladrones. La fama no es un premio, sino una maldición, un castigo. Si hubiese sabido ésto hubiera ido, en 1890, a asesinar a Brandes, que reveló a Europa mi primer libro: Hambre. Es preferible ser hambriento a ser célebre.
“Y Usted también, aunque no me haya pedido nada, se me lleva algo: media hora de mi tiempo y un poco de mi fuerza. Usted también es un ladrón honrado, un ladrón bien educado, ¡pero ladrón!
Al oír estas palabras justísimas no me ofendí, pero creí decente ponerme en pie para marcharme.
Knut Hamsun me gusta mucho. Quiero comprar todos sus libros y así le resarciré, delicadamente, del tiempo que ha perdido por mí."


20 de març 2008

Conexiones


Nuestro autor del mes pasado, Paul Auster, es un gran lector de Knut Hamsun, como ha quedado demostrado en su ensayo sobre la obra Hambre que podeís encontrar en la anterior entrada SULT, mas también lo es de Franz Kafka - tan solo recordar como nos dejo impresionados a todos la historia de la niña del parque que perdió su muñeca; contada por Auster en Brooklyn Follies-, pues bien, Kafka fue un gran y atento lector de Hamsun y, para muestra, el botón de una narración a la que Auster hace mención en su ensayo... Esta es la historia de




Un artista del hambre


de Franz Kafka
En los últimos decenios, el interés por los ayunadores ha disminuido muchísimo. Antes era un buen negocio organizar grandes exhibiciones de este género como espectáculo independiente, cosa que hoy, en cambio, es imposible del todo. Eran otros los tiempos. Entonces, toda la ciudad se ocupaba del ayunador; aumentaba su interés a cada día de ayuno; todos querían verlo siquiera una vez al día; en los últimos del ayuno no faltaba quien se estuviera días enteros sentado ante la pequeña jaula del ayunador; había, además, exhibiciones nocturnas, cuyo efecto era realzado por medio de antorchas; en los días buenos, se sacaba la jaula al aire libre, y era entonces cuando les mostraban el ayunador a los niños. Para los adultos aquello solía no ser más que una broma, en la que tomaban parte medio por moda; pero los niños, cogidos de las manos por prudencia, miraban asombrados y boquiabiertos a aquel hombre pálido, con camiseta oscura, de costillas salientes, que, desdeñando un asiento, permanecía tendido en la paja esparcida por el suelo, y saludaba, a veces, cortésmente o respondía con forzada sonrisa a las preguntas que se le dirigían o sacaba, quizá, un brazo por entre los hierros para hacer notar su delgadez, y volvía después a sumirse en su propio interior, sin preocuparse de nadie ni de nada, ni siquiera de la marcha del reloj, para él tan importante, única pieza de mobiliario que se veía en su jaula. Entonces se quedaba mirando al vacío, delante de sí, con ojos semicerrados, y sólo de cuando en cuando bebía en un diminuto vaso un sorbito de agua para humedecerse los labios.
Aparte de los espectadores que sin cesar se renovaban, había allí vigilantes permanentes, designados por el público (los cuales, y no deja de ser curioso, solían ser carniceros); siempre debían estar tres al mismo tiempo, y tenían la misión de observar día y noche al ayunador para evitar que, por cualquier recóndito método, pudiera tomar alimento. Pero esto era sólo una formalidad introducida para tranquilidad de las masas, pues los iniciados sabían muy bien que el ayunador, durante el tiempo del ayuno, en ninguna circunstancia, ni aun a la fuerza, tomaría la más mínima porción de alimento; el honor de su profesión se lo prohibía.

A la verdad, no todos los vigilantes eran capaces de comprender tal cosa; muchas veces había grupos de vigilantes nocturnos que ejercían su vigilancia muy débilmente, se juntaban adrede en cualquier rincón y allí se sumían en los lances de un juego de cartas con la manifiesta intención de otorgar al ayunador un pequeño respiro, durante el cual, a su modo de ver, podría sacar secretas provisiones, no se sabía de dónde. Nada atormentaba tanto al ayunador como tales vigilantes; lo atribulaban; le hacían espantosamente difícil su ayuno. A veces, sobreponíase a su debilidad y cantaba durante todo el tiempo que duraba aquella guardia, mientras le quedase aliento, para mostrar a aquellas gentes la injusticia de sus sospechas. Pero de poco le servía, porque entonces se admiraban de su habilidad que hasta le permitía comer mientras cantaba.

Muy preferibles eran, para él, los vigilantes que se pegaban a las rejas, y que, no contentándose con la turbia iluminación nocturna de la sala, le lanzaban a cada momento el rayo de las lámparas eléctricas de bolsillo que ponía a su disposición el empresario. La luz cruda no lo molestaba; en general no llegaba a dormir, pero quedar traspuesto un poco podía hacerlo con cualquier luz, a cualquier hora y hasta con la sala llena de una estrepitosa muchedumbre. Estaba siempre dispuesto a pasar toda la noche en vela con tales vigilantes; estaba dispuesto a bromear con ellos, a contarles historias de su vida vagabunda y a oír, en cambio, las suyas, sólo para mantenerse despierto, para poder mostrarles de nuevo que no tenía en la jaula nada comestible y que soportaba el hambre como no podría hacerlo ninguno de ellos. Pero cuando se sentía más dichoso era al llegar la mañana, y por su cuenta les era servido a los vigilantes un abundante desayuno, sobre el cual se arrojaban con el apetito de hombres robustos que han pasado una noche de trabajosa vigilia. Cierto que no faltaban gentes que quisieran ver en este desayuno un grosero soborno de los vigilantes, pero la cosa seguía haciéndose, y si se les preguntaba si querían tomar a su cargo, sin desayuno, la guardia nocturna, no renunciaban a él, pero conservaban siempre sus sospechas.

Pero éstas pertenecían ya a las sospechas inherentes a la profesión del ayunador. Nadie estaba en situación de poder pasar, ininterrumpidamente, días y noches como vigilante junto al ayunador; nadie, por tanto, podía saber por experiencia propia si realmente había ayunado sin interrupción y sin falta; sólo el ayunador podía saberlo, ya que él era, al mismo tiempo, un espectador de su hambre completamente satisfecho. Aunque, por otro motivo, tampoco lo estaba nunca. Acaso no era el ayuno la causa de su enflaquecimiento, tan atroz que muchos, con gran pena suya, tenían que abstenerse de frecuentar las exhibiciones por no poder sufrir su vista; tal vez su esquelética delgadez procedía de su descontento consigo mismo. Sólo él sabía -sólo él y ninguno de sus adeptos- qué fácil cosa era el suyo. Era la cosa más fácil del mundo. Verdad que no lo ocultaba, pero no le creían; en el caso más favorable, lo tomaban por modesto, pero, en general, lo juzgaban un reclamista, o un vil farsante para quien el ayuno era cosa fácil porque sabía la manera de hacerlo fácil y que tenía, además, el cinismo de dejarlo entrever. Había de aguantar todo esto, y, en el curso de los años, ya se había acostumbrado a ello; pero, en su interior, siempre le recomía este descontento y ni una sola vez, al fin de su ayuno -esta justicia había que hacérsela-, había abandonado su jaula voluntariamente.

El empresario había fijado cuarenta días como el plazo máximo de ayuno, más allá del cual no le permitía ayunar ni siquiera en las capitales de primer orden. Y no dejaba de tener sus buenas razones para ello. Según le había enseñado su experiencia, durante cuarenta días, valiéndose de toda suerte de anuncios que fueran concentrando el interés, podía quizá aguijonearse progresivamente la curiosidad de un pueblo; mas pasado este plazo, el público se negaba a visitarle, disminuía el crédito de que gozaba el artista del hambre. Claro que en este punto podían observarse pequeñas diferencias según las ciudades y las naciones; pero, por regla general, los cuarenta días eran el período de ayuno más dilatado posible. Por esta razón, a los cuarenta días era abierta la puerta de la jaula, ornada con una guirnalda de flores; un público entusiasmado llenaba el anfiteatro; sonaban los acordes de una banda militar, dos médicos entraban en la jaula para medir al ayunador, según normas científicas, y el resultado de la medición se anunciaba a la sala por medio de un altavoz; por último, dos señoritas, felices de haber sido elegidas para desempeñar aquel papel mediante sorteo, llegaban a la jaula y pretendían sacar de ella al ayunador y hacerle bajar un par de peldaños para conducirle ante una mesilla en la que estaba servida una comidita de enfermo cuidadosamente escogida. Y en este momento, el ayunador siempre se resistía.

Cierto que colocaba voluntariamente sus huesudos brazos en las manos que las dos damas, inclinadas sobre él, le tendían dispuestas a auxiliarle, pero no quería levantarse. ¿Por qué suspender el ayuno precisamente entonces, a los cuarenta días? Podía resistir aún mucho tiempo más, un tiempo ilimitado; ¿por qué cesar entonces, cuando estaba en lo mejor del ayuno? ¿Por qué arrebatarle la gloria de seguir ayunando, y no sólo la de llegar a ser el mayor ayunador de todos los tiempos, cosa que probablemente ya lo era, sino también la de sobrepujarse a sí mismo hasta lo inconcebible, pues no sentía límite alguno a su capacidad de ayunar? ¿Por qué aquella gente que fingía admirarlo tenía tan poca paciencia con él? Si aún podía seguir ayunando, ¿por qué no querían permitírselo? Además, estaba cansado, se hallaba muy a gusto tendido en la paja, y ahora tenía que ponerse en pie cuan largo era, y acercarse a una comida, cuando con sólo pensar en ella sentía náuseas que contenía difícilmente por respeto a las damas. Y alzaba la vista para mirar los ojos de las señoritas, en apariencia tan amables, en realidad tan crueles, y movía después negativamente, sobre su débil cuello, la cabeza, que le pesaba como si fuese de plomo. Pero entonces ocurría lo de siempre; ocurría que se acercaba el empresario silenciosamente -con la música no se podía hablar-, alzaba los brazos sobre el ayunador, como si invitara al cielo a contemplar el estado en que se encontraba, sobre el montón de paja, aquel mártir digno de compasión, cosa que el pobre hombre, aunque en otro sentido, lo era; agarraba al ayunador por la sutil cintura, tomando al hacerlo exageradas precauciones, como si quisiera hacer creer que tenía entre las manos algo tan quebradizo como el vidrio; y, no sin darle una disimulada sacudida, en forma que al ayunador, sin poderlo remediar, se le iban a un lado y otro las piernas y el tronco, se lo entregaba a las damas, que se habían puesto entretanto mortalmente pálidas.

Entonces el ayunador sufría todos sus males: la cabeza le caía sobre el pecho, como si le diera vueltas, y, sin saber cómo, hubiera quedado en aquella postura; el cuerpo estaba como vacío; las piernas, en su afán de mantenerse en pie, apretaban sus rodillas una contra otra; los pies rascaban el suelo como si no fuera el verdadero y buscaran a éste bajo aquél; y todo el peso del cuerpo, por lo demás muy leve, caía sobre una de las damas, la cual, buscando auxilio, con cortado aliento -jamás se hubiera imaginado de este modo aquella misión honorífica-, alargaba todo lo posible su cuello para librar siquiera su rostro del contacto con el ayunador. Pero después, como no lo lograba, y su compañera, más feliz que ella, no venía en su ayuda, sino que se limitaba a llevar entre las suyas, temblorosas, el pequeño haz de huesos de la mano del ayunador, la portadora, en medio de las divertidas carcajadas de toda la sala, rompía a llorar y tenía que ser librada de su carga por un criado, de largo tiempo atrás preparado para ello.

Después venía la comida, en la cual el empresario, en el semisueño del desenjaulado, más parecido a un desmayo que a un sueño, le hacía tragar alguna cosa, en medio de una divertida charla con que apartaba la atención de los espectadores del estado en que se hallaba el ayunador. Después venía un brindis dirigido al público, que el empresario fingía dictado por el ayunador; la orquesta recalcaba todo con un gran trompeteo, marchábase el público y nadie quedaba descontento de lo que había visto, nadie, salvo el ayunador, el artista del hambre; nadie, excepto él.

Vivió así muchos años, cortados por periódicos descansos, respetado por el mundo, en una situación de aparente esplendor; mas, no obstante, casi siempre estaba de un humor melancólico, que se acentuaba cada vez más, ya que no había nadie que supiera tomarlo en serio. ¿ Con qué, además, podrían consolarle? ¿Qué más podía apetecer? Y si alguna vez surgía alguien, de piadoso ánimo, que lo compadecía y quería hacerle comprender que, probablemente, su tristeza procedía del hambre, bien podía ocurrir, sobre todo si estaba ya muy avanzado el ayuno, que el ayunador le respondiera con una explosión de furia, y, con espanto de todos, comenzaba a sacudir como una fiera los hierros de la jaula. Mas para tales cosas tenía el empresario un castigo que le gustaba emplear. Disculpaba al ayunador ante el congregado público; añadía que sólo la irritabilidad provocada por el hambre, irritabilidad incomprensible en hombres bien alimentados, podía hacer disculpable la conducta del ayunador. Después, tratando de este tema, para explicarlo pasaba a rebatir la afirmación del ayunador de que le era posible ayunar mucho más tiempo del que ayunaba; alababa la noble ambición, la buena voluntad, el gran olvido de sí mismo, que claramente se revelaban en esta afirmación; pero en seguida procuraba echarla abajo sólo con mostrar unas fotografías, que eran vendidas al mismo tiempo, pues en el retrato se veía al ayunador en la cama, casi muerto de inanición, a los cuarenta días de su ayuno. Todo esto lo sabía muy bien el ayunador, pero era cada vez más intolerable para él aquella enervante deformación de la verdad. ¡Presentábase allí como causa lo que sólo era consecuencia de la precoz terminación del ayuno! Era imposible luchar contra aquella incomprensión, contra aquel universo de estulticia. Lleno de buena fe, escuchaba ansiosamente desde su reja las palabras del empresario; pero al aparecer las fotografías, soltábase siempre de la reja, y, sollozando, volvía a dejarse caer en la paja. El ya calmado público podía acercarse otra vez a la jaula y examinarlo a su sabor.

Unos años más tarde, si los testigos de tales escenas volvían a acordarse de ellas, notaban que se habían hecho incomprensibles hasta para ellos mismos. Es que mientras tanto se había operado el famoso cambio; sobrevino casi de repente; debía haber razones profundas para ello; pero ¿quién es capaz de hallarlas?

El caso es que cierto día, el tan mimado artista del hambre se vio abandonado por la muchedumbre ansiosa de diversiones, que prefería otros espectáculos. El empresario recorrió otra vez con él media Europa, para ver si en algún sitio hallarían aún el antiguo interés. Todo en vano: como por obra de un pacto, había nacido al mismo tiempo, en todas partes, una repulsión hacia el espectáculo del hambre. Claro que, en realidad, este fenómeno no podía haberse dado así, de repente, y, meditabundos y compungidos, recordaban ahora muchas cosas que en el tiempo de la embriaguez del triunfo no habían considerado suficientemente, presagios no atendidos como merecían serlo. Pero ahora era demasiado tarde para intentar algo en contra. Cierto que era indudable que alguna vez volvería a presentarse la época de los ayunadores; pero para los ahora vivientes, eso no era consuelo. ¿Qué debía hacer, pues, el ayunador? Aquel que había sido aclamado por las multitudes, no podía mostrarse en barracas por las ferias rurales; y para adoptar otro oficio, no sólo era el ayunador demasiado viejo, sino que estaba fanáticamente enamorado del hambre. Por tanto, se despidió del empresario, compañero de una carrera incomparable, y se hizo contratar en un gran circo, sin examinar siquiera las condiciones del contrato.

Un gran circo, con su infinidad de hombres, animales y aparatos que sin cesar se sustituyen y se complementan unos a otros, puede, en cualquier momento, utilizar a cualquier artista, aunque sea a un ayunador, si sus pretensiones son modestas, naturalmente. Además, en este caso especial, no era sólo el mismo ayunador quien era contratado, sino su antiguo y famoso nombre; y ni siquiera se podía decir, dada la singularidad de su arte, que, como al crecer la edad mengua la capacidad, un artista veterano, que ya no está en la cumbre de su poder, trata de refugiarse en un tranquilo puesto de circo; al contrario, el ayunador aseguraba, y era plenamente creíble, que lo mismo podía ayunar entonces que antes, y hasta aseguraba que si lo dejaban hacer su voluntad, cosa que al momento le prometieron, sería aquella la vez en que había de llenar al mundo de justa admiración; afirmación que provocaba una sonrisa en las gentes del oficio, que conocían el espíritu de los tiempos, del cual, en su entusiasmo, habíase olvidado el ayunador.

Mas, allá en su fondo, el ayunador no dejó de hacerse cargo de las circunstancias, y aceptó sin dificultad que no fuera colocada su jaula en el centro de la pista, como número sobresaliente, sino que se la dejara fuera, cerca de las cuadras, sitio, por lo demás, bastante concurrido. Grandes carteles, de colores chillones, rodeaban la jaula y anunciaban lo que había que admirar en ella. En los intermedios del espectáculo, cuando el público se dirigía hacia las cuadras para ver los animales, era casi inevitable que pasaran por delante del ayunador y se detuvieran allí un momento; acaso habrían permanecido más tiempo junto a él si no hicieran imposible una contemplación más larga y tranquila los empujones de los que venían detrás por el estrecho corredor, y que no comprendían que se hiciera aquella parada en el camino de las interesantes cuadras.

Por este motivo, el ayunador temía aquella hora de visitas, que, por otra parte, anhelaba como el objeto de su vida. En los primeros tiempos apenas había tenido paciencia para esperar el momento del intermedio; había contemplado, con entusiasmo, la muchedumbre que se extendía y venia hacia él, hasta que muy pronto -ni la más obstinada y casi consciente voluntad de engañarse a sí mismo se salvaba de aquella experiencia- tuvo que convencerse de que la mayor parte de aquella gente, sin excepción, no traía otro propósito que el de visitar las cuadras. Y siempre era lo mejor el ver aquella masa, así, desde lejos. Porque cuando llegaban junto a su jaula, en seguida lo aturdían los gritos e insultos de los dos partidos que inmediatamente se formaban: el de los que querían verlo cómodamente (y bien pronto llegó a ser este bando el que más apenaba al ayunador, porque se paraban, no porque les interesara lo que tenían ante los ojos, sino por llevar la contraria y fastidiar a los otros) y el de los que sólo apetecían llegar lo antes posible a las cuadras. Una vez que había pasado el gran tropel, venían los rezagados, y también éstos, en vez de quedarse mirándolo cuanto tiempo les apeteciera, pues ya era cosa no impedida por nadie, pasaban de prisa, a paso largo, apenas concediéndole una mirada de reojo, para llegar con tiempo de ver los animales. Y era caso insólito el que viniera un padre de familia con sus hijos, mostrando con el dedo al ayunador y explicando extensamente de qué se trataba, y hablara de tiempos pasados, cuando había estado él en una exhibición análoga, pero incomparablemente más lucida que aquélla; y entonces los niños, que, a causa de su insuficiente preparación escolar y general -¿qué sabían ellos lo que era ayunar?-, seguían sin comprender lo que contemplaban, tenían un brillo en sus inquisidores ojos, en que se traslucían futuros tiempos más piadosos. Quizá estarían un poco mejor las cosas -decíase a veces el ayunador- si el lugar de la exhibición no se hallase tan cerca de las cuadras. Entonces les habría sido más fácil a las gentes elegir lo que prefirieran; aparte de que le molestaban mucho y acababan por deprimir sus fuerzas las emanaciones de las cuadras, la nocturna inquietud de los animales, el paso por delante de su jaula de los sangrientos trozos de carne con que alimentaban a los animales de presa, y los rugidos y gritos de éstos durante su comida. Pero no se atrevía a decirlo a la Dirección, pues, si bien lo pensaba, siempre tenía que agradecer a los animales la muchedumbre de visitantes que pasaban ante él, entre los cuales, de cuando en cuando, bien se podía encontrar alguno que viniera especialmente a verle. Quién sabe en qué rincón lo meterían, si al decir algo les recordaba que aún vivía y les hacía ver, en resumidas cuentas, que no venía a ser más que un estorbo en el camino de las cuadras.

Un pequeño estorbo en todo caso, un estorbo que cada vez se hacía más diminuto. Las gentes se iban acostumbrando a la rara manía de pretender llamar la atención como ayunador en los tiempos actuales, y adquirido este hábito, quedó ya pronunciada la sentencia de muerte del ayunador. Podía ayunar cuanto quisiera, y así lo hacía. Pero nada podía ya salvarle; la gente pasaba por su lado sin verle. ¿Y si intentara explicarle a alguien el arte del ayuno? A quien no lo siente, no es posible hacérselo comprender.

Los más hermosos rótulos llegaron a ponerse sucios e ilegibles, fueron arrancados, y a nadie se le ocurrió renovarlos. La tablilla con el número de los días transcurridos desde que había comenzado el ayuno, que en los primeros tiempos era cuidadosamente mudada todos los días, hacía ya mucho tiempo que era la misma, pues al cabo de algunas semanas este pequeño trabajo habíase hecho desagradable para el personal; y de este modo, cierto que el ayunador continuó ayunando, como siempre había anhelado, y que lo hacía sin molestia, tal como en otro tiempo lo había anunciado; pero nadie contaba ya el tiempo que pasaba; nadie, ni siquiera el mismo ayunador, sabía qué número de días de ayuno llevaba alcanzados, y su corazón sé llenaba de melancolía. Y así, cierta vez, durante aquel tiempo, en que un ocioso se detuvo ante su jaula y se rió del viejo número de días consignado en la tablilla, pareciéndole imposible, y habló de engañifa y de estafa, fue ésta la más estúpida mentira que pudieron inventar la indiferencia y la malicia innata, pues no era el ayunador quien engañaba: él trabajaba honradamente, pero era el mundo quien se engañaba en cuanto a sus merecimientos.

*

Volvieron a pasar muchos días, pero llegó uno en que también aquello tuvo su fin. Cierta vez, un inspector se fijó en la jaula y preguntó a los criados por qué dejaban sin aprovechar aquella jaula tan utilizable que sólo contenía un podrido montón de paja. Todos lo ignoraban, hasta que, por fin, uno, al ver la tablilla del número de días, se acordó del ayunador. Removieron con horcas la paja, y en medio de ella hallaron al ayunador.

-¿Ayunas todavía? -preguntole el inspector-. ¿Cuándo vas a cesar de una vez?

-Perdónenme todos -musitó el ayunador, pero sólo lo comprendió el inspector, que tenía el oído pegado a la reja.

-Sin duda -dijo el inspector, poniéndose el índice en la sien para indicar con ello al personal el estado mental del ayunador-, todos te perdonamos.

-Había deseado toda la vida que admiraran mi resistencia al hambre -dijo el ayunador.

-Y la admiramos -repúsole el inspector.

-Pero no deberían admirarla -dijo el ayunador.

-Bueno, pues entonces no la admiraremos -dijo el inspector-; pero ¿por qué no debemos admirarte?

-Porque me es forzoso ayunar, no puedo evitarlo -dijo el ayunador.

-Eso ya se ve -dijo el inspector-; pero ¿ por qué no puedes evitarlo?

-Porque -dijo el artista del hambre levantando un poco la cabeza y hablando en la misma oreja del inspector para que no se perdieran sus palabras, con labios alargados como si fuera a dar un beso-, porque no pude encontrar comida que me gustara. Si la hubiera encontrado, puedes creerlo, no habría hecho ningún cumplido y me habría hartado como tú y como todos.

Estas fueron sus últimas palabras, pero todavía, en sus ojos quebrados, mostrábase la firme convicción, aunque ya no orgullosa, de que seguiría ayunando.

-¡Limpien aquí! -ordenó el inspector, y enterraron al ayunador junto con la paja. Mas en la jaula pusieron una pantera joven. Era un gran placer, hasta para el más obtuso de sentidos, ver en aquella jaula, tanto tiempo vacía, la hermosa fiera que se revolcaba y daba saltos. Nada le faltaba. La comida que le gustaba traíansela sin largas cavilaciones sus guardianes. Ni siquiera parecía añorar la libertad. Aquel noble cuerpo, provisto de todo lo necesario para desgarrar lo que se le pusiera por delante, parecía llevar consigo la propia libertad; parecía estar escondida en cualquier rincón de su dentadura. Y la alegría de vivir brotaba con tan fuerte ardor de sus fauces, que no les era fácil a los espectadores poder hacerle frente. Pero se sobreponían a su temor, se apretaban contra la jaula y en modo alguno querían apartarse de allí.
Franz Kafka (1922, publicada en 1924, tras su muerte)

19 de març 2008

Arthur C. Clarke

Arthur C. Clarke, prolífico autor de ciencia-ficción, de la denominada ciencia-ficción dura, y divulgador científico, falleció ayer en su residencia de Colombo, Sri Lanka.
Hace unos meses el grupo leyó su conocida novela Cita con Rama , obra que tiene prevista llevar al cine proximamente el director de cine David Fincher.
Por cierto, ¡un saludo Fermín! . Fermin fué el miembro del grupo que nos dió a conocer a este autor. Para ti este pequeño homenaje por el autor que nos ha dejado.

18 de març 2008

SULT


"Decididamente, no había para mí otro refugio que el bosque. ¡Si la tierra no estuviera tan húmeda! Acariciaba mi colcha, familiarizándome cada vez más con la idea de cubrirme con ella. Di tantas vueltas en busca de un albergue en la población, que estaba transido de fatiga. Era un verdadero goce abandonar la partida, retirarme del combate y de aquel callejeo sin una idea en la cabeza. Di una vuelta hasta el reloj de la Universidad, y al ver que eran más de las diez, emprendí el camino hacia las afueras. En lo alto de Haegde, me paré ante un almacén de comestibles, que estaban expuestos como muestra. Un gato dormía junto a un redondo pan blanco; detrás había un barreño con manteca de cerdo y algunos botes de sémola. Contemplé un rato aquellos alimentos; pero como no tenía con qué comprarlos, me volví y continué mi camino. Andaba muy despacio, caminé horas y horas y acabé por llegar al bosque de Bogstad.
Allí abandoné el camino y me senté a descansar. Recogí un poco de brezo y algunas ramas de enebro y me hice un lecho en una ladera casi seca. Abrí mi paquete y saqué la colcha. Fatigado, rendido por la larga caminata, me acosté inmediatamente, me agité y me revolví muchas veces antes de encontrar una buena postura. Mi oreja, herida por el trallazo del hombre de la carreta de heno, me dolía un poco, estaba ligeramente hinchada y no podía echarme sobre ella. Me quité los zapatos, los puse bajo mi cabeza, y encima de ellos el gran papel en que había envuelto la manta.
La oscuridad reinaba en torno a mí; todo estaba tranquilo, todo. Pero en las alturas zumbaba el eterno canto de la atmósfera, ese bordoneo lejano, sin modulaciones, que jamás se calla. Presté atención tanto tiempo a ese murmullo sin fin, a ese murmullo morboso, que comenzó a turbarme. Eran, sin duda, las sinfonías de los mundos girando en el espacio por encima de mí, las estrellas que entonaban un himno..."
Knut Hamsun, Hambre (Sult), fragmento
- La fotografía que ilustra esta entrada corresponde a un fotograma de la película homónima del director danés Hanning Carlsen (estrenada en Oslo el 19 de agosto de 1966) y protagonizada por el actor sueco Per Oscarsson (premio al mejor actor en el festival de Cannes)-
Para completar este acercamiento a la obra que le dió fama , un ensayo sobre la misma a cargo del autor, fervoroso lector de Hamsun, de Brooklyn Follies: Paul Auster
El Arte del Hambre, por Paul Auster


16 de març 2008

De la vida en el campo

Los primeros capítulos de la obra son una defensa y un canto a la vida rural o, mejor dicho, a una vida autosuficiente, lejos de las servidumbres e hipotecas de la vida urbana. El protagonista quiere dejar atrás su pasado, ¿huye de alguién o de algo?, ¿es un expresidiario?, internándose en las soledades del bosque. La pluma de Hamsun destila en algunos momentos ecos proféticos (acaso Isak no es el nombre de aquel patriarca, hijo de Abraham y Sara); él, “el primer hombre, el primer ser humano” (5) es “el señor de la creación” (16), y destila un canto añorante a la vida ruda, sencilla y simple, totalmente sujeta a los ritmos de la Naturaleza: “El grano, en cambio, era el pan; tener o no tener, significaba la vida o la muerte”(26)
Este canto a la vuelta, al retorno a la sencilla vida en la Naturaleza es un lugar común en la literatura de todos los tiempos, veamos unos ejemplos.

Unos años antes y en un país que Hamsun conocía sobradamente, los Estados Unidos de América, Henry David Thoreau, autor seminal de la literatura de aquel país, (1817-1862) publica en 1854 su obra Walden, donde narra sus pensamientos y experiencias durante los dos años y medio que vivió solo en una cabaña, construida por él mismo, en los bosques de Concord, Massachussets, cerca de la laguna que da nombre al libro. Thoreau nos recuerda: “Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentar sólo los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar, no sea que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido. No quería vivir lo que no fuera la vida; ¡es tan hermoso el vivir!; tampoco quise practicar la resignación, a no ser que fuera absolutamente necesaria. Quise vivir profundamente y extraer toda la médula de la vida, vivir en forma tan dura y espartana como para derrotar todo lo que no fuera vida, cortar una amplia ringlera al ras del suelo, llevar la vida a un rincón y reducirla a sus menores elementos, y si fuera mezquina, obtener toda su genuina mezquindad y dar a conocer su mezquindad al mundo, o si fuera sublime, saberlo por propia experiencia y poder dar un verdadero resumen de ello en mi próxima salida.”
Y de la vida “civilizada” nos dice: “En medio de este mar picado de la vida civilizada, son tales las nubes y tormentas y arenas movedizas y mil otras cosas a las que hay que atender, que un hombre tiene que vivir haciendo cálculos si no quiere naufragar e ir al fondo y no llegar a puerto alguno, y sin duda ha de ser un gran calculador el que triunfe. ¡Simplificar, simplificar! En lugar de tres comidas por día, no comas más que una si es preciso; cinco platos en lugar de cien; y reduce todas las demás cosas en esa proporción.
Mi casa se halla en la falda de una colina, contigua al borde del gran bosque, en medio de un soto de pinoteas y nogales americanos, y a media docena de varas de la laguna, a la que conduce, colina abajo, un estrecho sendero.”

La sencillez, la frugalidad y la vida contemplativa marcan el tono de este canto a la Naturaleza y contra los estragos de la “modernidad”: “ Mientras me siento en la ventana esta tarde estival, los gavilanes giran alrededor de mi descampado; la velocidad de las palomas salvajes volando de a dos o de a tres frente a mí, o paseándose inquietas sobre las ramas del pino blanco que está detrás de mi casa, confiere su voz al aire; un halcón marino se sumerge en la brillante superficie del lago y saca un pez; un visón se desliza ante mi puerta y se apodera de una nana junto a la costa; el junco está inclinándose bajo el peso de los pajaritos que revolotean de aquí para allá; y durante la última media hora, he oído el traqueteo del tren, muriendo por momentos para dejarse oír de nuevo, al igual que el redoble de la perdiz, llevando viajeros de Boston hacia el campo.”

En el siglo XVI Luis de León escribe la oda “Vida retirada”
¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruïdo
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido! (…)
¡Oh campo, oh monte, oh río!
¡Oh secreto seguro deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.(…)
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo
a solas, sin testigo,libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
Del monte en la ladera
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
Y como codiciosa
de ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.
Y luego sosegada
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo,
y con diversas flores va esparciendo.
El aire el huerto orea,
y ofrece mil olores al sentido,
los árboles menea
con un manso ruïdo,
que del oro y del cetro pone olvido. (…)
Y mientras miserable
-mente se están los otros abrasando
en sed insacïable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.
A la sombra tendido
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,del plectro sabiamente meneado.
Luis de León
Obra que, a su vez, bebe del epodo II de Horacio (65- 8 a.c.) Beatus ille… que en traducción del propio Luis de León , dice:
Dichoso el que de pleitos alejado,
cual los del tiempo antigo,
labra sus heredades, no obligado
al logrero enemigo.

Ni la arma en los reales le despierta,
ni tiembla en la mar brava;
huye la plaza y la soberbia puerta
de la ambición esclava.

Su gusto es, o poner la vid crecida
al álamo ayuntada,
contemplar cuál pace, desparcida,
el valle su vacada.

Ya poda el ramo inútil, o ya enjiere
en su vez el extraño;
castra sus colmenas, o si quiere,
tresquila su rebaño.

Pues cuando el padre Otoño muestra fuera
la su frente galana,
con cuánto gozo coge la alta pera,
las uvas como grana.

Y a ti, sacro Silvano, las presenta,
que guardas el ejido,
debajo un roble antiguo ya se asienta,
ya en el prado florido.

El agua en las acequias corre, y cantan
los pájaros sin dueño;
las fuentes al murmullo que levantan,
despiertan dulce sueño.

Y ya que el año cubre campos y cerros
con nieve y con heladas,
o lanza el jabalí con muchos perros
en las redes paradas;

o los golosos tordos, o con liga
o con red engañosa,
o la extranjera grulla en lazo obliga,
que es presa deleitosa.

Con esto, ¿quién del pecho no desprende
cuanto en amor se pasa?
¿Pues qué, si la mujer honesta atiende
los hijos y la casa?

Cual hace la sabina o la calabresa
de andar al sol tostada,
y ya que viene el amo enciende apriesa
la leña no mojada.

Y ataja entre los zarzos los ganados,
y los ordeña luego,
y pone mil manjares no comprados,
y el vino como fuego.

No me serán los rombos más sabrosos,
ni las ostras, ni el mero,
si algunos con levantes furiosos
nos da el invierno fiero.
Horacio

Montflorit weekend


Fin de semana con sugerentes y atractivas propuestas.


El viernes, y en el Centro Cívico, algunos miembros del grupo asistimos a un concierto..., como denominarlo, ecléctico, rico, sugerente y, sobre todo, muy divertido. Dani Rifà y su grupo TREMENDAMENTE nos ofrecieron las canciones de su último trabajo, ABRE TU MENTE. Una música que ellos mismos definen como ROCKREGGAEFUNKYRUMBA ELECTROTABERNA




Aleix Rengel Meca
El sábado y en un nuevo espacio cercano al Centro Cívico, la Sala Olivé - Plaça Olivé 5- , pudimos asistir a la puesta en escena de la obra Es desde aquí que miro la luna, obra escrita por Damian Ruiz y dirigida por Boris Rotenstein, con los actores de la compañia C.I.A. Perestroika-A-TAK, Aleix Rengel Meca y Jordi Sánchez. La obra, estrenada en el Versus Teatre en 2001, nos habla de la soledad, la incomunicación o, mejor dicho, la búsqueda desesperada por comunicarse .

El nuevo espacio abierto en nuestra ciudad es apto para obras de pequeño formato, como la que pudímos ver ayer y, para aquellos que lo deseen, hoy, de nuevo, a las 21 horas; sala de exposiciones, charlas y debates. Esperamos que esta iniciativa tenga la continuidad que, desde este lugar, le deseamos a cualquier proyecto cultural. Un saludo a los compañeros de la Sala Olivé.

12 de març 2008

Pausa musical

Inmersos en los bosques y los campos de Noruega, me tomo una pausa para escuchar al gran músico canadiense Glenn Gould, interpretando a Bach.
Una delicia para los sentidos...



Glenn Gould - Bach - Contrapunctus15
Cargado por Quarouble

9 de març 2008

Un nuevo blog



Navegando en la Red me he topado con un nuevo Blog, El Quadern Gris, de Josep Pla, la lectura de las dos entradas que tiene el Blog, la de ayer y la de hoy, tienen muy buena pinta, unas descripciones brillantes, un lenguaje preciso y precioso. Una gozada de escritura que habrá de seguirse día a día. Lo enlazo inmediatamente.

Lo anterior es broma, pero la feliz idea de reeditar El Quadern Gris en formato de Blog ¡ 90 años después! no. Felicidades y enhorabuena a los impulsores de la idea.

6 de març 2008

Vespres Literaris en Blocs de Cerdanyola

Leo en Carrer Clos, el blog de Jordi Jorba, el anuncio de la aparición en la Red de un portal dedicado a los Blocs de Cerdanyola.
En el mismo podreís encontrar enlaces a los distintos blogs de la ciudad, agrupados por temáticas y un resumen de las últimas entradas. Asimismo, en el apartado de enlaces de este blog, encontrareís un baner a dicho portal.

5 de març 2008

El Autor del mes





Knut Hamsun- seudónimo de Knut Pedersen-, nació el cuatro de agosto de 1859 en Lom (Noruega), en el seno de una tradicional familia campesina. Inclinado a una vida errante y aventurera, ejerció múltiples oficios en su Noruega natal: aprendiz de zapatero en Bodö, carbonero, maestro de escuela, picapedrero, obrero de carreteras, empleado comercial, o escribiente en un puesto de policía. Inició estudios universitarios, con la intención de ejercer de periodista, en la Universidad de Christiania (actual de Oslo), pero los abandono para emigrar a los Estados Unidos de América en 1882. Permaneció vagabundeando por aquel país hasta 1888, como en su Noruega natal, desempeño varipintos oficios: de agricultor en Dakota, de tranviario en Chicago o dando conferencias a sus paisanos en Minessota. Al su regreso, se dedica de lleno a la literatura y a escribir , su gran y única pasión ; comenta y da a conocer las obras de sus coetáneos Ibsen, Bjönson, Strindberg, Zola, Tolstoi, Dostoievski o Mark Twain.

En 1890 irrumpe con fuerza en el mundo literario con su obra Hambre, las peripecias y desventuras de un anónimo personaje , que quiere ser períodista y escritor, por las frialdades y soledades de una ciudad y los trastornos que le produce el hambre. En esta obra aparecen las características principales de sus obras iniciales: seres no integrados, marginales, sometidos a impulsos irracionales que les llevan a alejarse a lugares apartados. La obra, de una gran modernidad por el tratamiento sicológico del personaje, influyó poderosamente en la literatura centroeuropea del siglo XX. En autores como Tomas Mann o Frank Kafka podemos seguir el rastro de la obra de Hamsun. De esta época destacamos Pan de 1894, o Soñadores de 1904. En una segunda época destaca la defensa del mundo campesino y tradicional frente al de la ciudad y el capitalismo salvaje, Un vagabundo toca con sordina 1909 o La bendición de la tierra 1917, la obra que estamos leyendo y que fue la que le proporcionó gran renombre internacional en su madurez literaria (escribió la obra contando 58 años). En 1920 obtuvo el Premio Nobel de Literatura.

En 1940, tras la invasión de Noruega por las tropas nazis, se destacó por su defensa de las tropas ocupantes y la del gobierno títere de Quisling. Tras la liberación, fue procesado y desposeído de sus bienes por una sentencia judicial que lo declaró, a su vez, enfermo mental. Desprestigiado y relegado al ostracismo - sus obras no fueron reeditadas en su país - murió en Grimstad el diecinueve de febrero de 1952.

Obras:

Hambre (1890); Misterios (1892); Tierra nueva (1893); Pan (1894); El juego de la vida (1895); Siesta (1897) Atardecer (1898); Victoria (1898); En el país de los cuentos (1903); Soñadores (1904); Bajo la estrella de otoño (1906); Un vagabundo toca con sordina (1909); La última alegría (1912); La ciudad de Segelfoss ( 1915); La bendición de la tierra (1917); El capítulo final (1923); Vagabundos (1927); Augusto (1930); El juego de la vida (1933); Por la senda donde la hierba crece (1949)