31 de maig 2023

primavera con una esquina rota, y 2

 

Montevideo, años sesenta

Perspectivismo y contraste en "Primavera con una esquina rota"

por Manuel Cifo González
en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes



    "De las distintas técnicas narrativas empleadas por Mario Benedetti para configurar la estructura de su novela Primavera con una esquina rota, una de las más relevantes es la del perspectivismo.

    En esta obra, a la que podríamos calificar como «novela del exilio», el uso de la perspectiva le permite al escritor uruguayo ofrecer una interesante y atractiva suma de puntos de vista en torno a la situación generada tras el golpe de estado de 1973. Y ello gracias a la acumulación de sucesivos episodios protagonizados por los distintos personajes, a quienes se sitúa en un permanente conflicto interior y exterior, de los que irán surgiendo situaciones paradójicas o antitéticas, muchas de ellas impregnadas de humor e ironía, las cuales se vendrán a sumar a ese cúmulo de perspectivas y contrastes que integran la novela. Ésta se estructura mediante la imbricación de episodios vividos y narrados por los propios protagonistas, a través de los cuales asistimos casi en directo al establecimiento de un primer contraste entre ellos. Por un lado, están quienes, como Santiago, se encuentran encarcelados y privados de libertad en su propio país, en lo que constituye un verdadero exilio interior. Por otro, los que se sitúan fuera del país, aparentemente libres, pero marcados por un exilio exterior derivado de su condición de expatriados. Además, entre estos personajes se establecen continuas referencias, de modo de que los que están fuera de la cárcel miran continuamente hacia Santiago, y éste lo hace hacia aquéllos, lo cual supone un juego de perspectivas recíprocas. A su vez, podemos ver que muchos de estos personajes están marcados por unos rasgos inalterables, como pueden ser los que se refieren a su manera de expresarse o a su forma de entender algunas cosas y situaciones. Pero, aunque no cambien en lo esencial, en algunos aspectos concretos sí que se puede observar una cierta evolución, lo que vendría a significar un contraste más a tener en cuenta. Si nos fijamos en la distribución de los capítulos de la novela, podemos comprobar que al protagonista principal, Santiago, le corresponden ocho apartados: seis de ellos bajo el epígrafe «Intramuros» -cuando está preso- y dos bajo el de «Extramuros», cuando ya está en libertad. Al resto, se les ha reservado siete secciones, bien sea bajo su nombre propio -como es el caso de Beatriz y Don Rafael-, o bien bajo un rótulo concreto: Graciela, bajo el de «Heridos y contusos», y Rolando Asuero, al que se le califica como «El otro». Además, aparecen otros nueve capítulos en los que Mario Benedetti deja constancia de «hechos efectivamente acaecidos» y protagonizados, de forma directa o indirecta, por él mismo. Una vez realizada este breve introducción, pasaremos a estudiar algunos ejemplos de perspectivismo relacionados con cada uno de los personajes de la novela, empezando por el protagonista principal.

1. Santiago

    Nada más comenzar la narración, empieza a hablar de una serie de contrastes entre su situación actual y la de los primeros momentos de su entrada en prisión. Ahora no tiene luz eléctrica; pero no se queja, porque durante los dos primeros años ni siquiera había luna. Además, tras haber conocido a ocho compañeros de celda, ha conseguido adaptarse y ya no tiene la desesperación de los primeros momentos. El único problema es que, cuando las desesperaciones de los compañeros no coinciden, se puede llegar «a una soledad total». Uno de sus entretenimientos es mirar las manchas de la pared y fantasear con las cosas o las caras que le pueden sugerir. Ésta es una costumbre de la infancia; pero, mientras en aquellos años trataba de imaginar animales, objetos o fantasmas que le producían pánico, ahora procura no deleitarse en esa búsqueda del temor. En tal sentido, nos ofrece un ejemplo de perspectivismo en relación con la mancha que hay sobre la puerta. Si a su actual compañero de celda le recuerda el perfil de De Gaulle, a él tan sólo le parece un paraguas. De este contraste de perspectivas surge, en esta ocasión, la risa, algo que, según Santiago, es sumamente bueno cuando se está en la cárcel. En cambio, cuando le da por pensar en el tiempo que hace que no ve a su mujer, a su hija y a su padre, la risa desaparece, y a punto está de echarse a llorar. No obstante, el llanto no llega a aflorar, aun a sabiendas de que no es bueno el «estreñimiento emocional», pues impide un cierto desahogo purificador. Otra transformación que se ha operado en él es que, si antes lo dominaban los recuerdos, ahora es él quien los controla, aunque sólo sea de forma parcial. Así, decide qué es aquello que quiere recordar: el colegio, los amigos, su padre, su hija y su mujer. Pero en lo que se refiere a su matrimonio hay algo que le hace daño y le provoca grandes depresiones: rememorar los momentos en los que hacía el amor con ella. Por eso trata de evitarlos en la media de lo posible. Uno de esos recuerdos marca un profundo contraste con el estado actual: cuando tenía doce o trece años iba a pasar las vacaciones de verano en casa de sus tíos, en el Río Negro. Allí gozaba de una soledad muy en la línea de los conocidos tópicos del locus amoenus y del beatus ille...:

    Fue una de las pocas veces que escuché, vi, olí, palpé y gusté la naturaleza. Los pájaros se acercaban y no se espantaban de mi presencia. Tal vez me confundieran con un arbolito o un matorral. Por lo general el viento era suave y quizá por eso los grandes árboles no discutían, sino simplemente intercambiaban comentarios, cabeceaban con buen humor, me hacían señales de complicidad (...) Y yo me sentía parte de esa vida y llegaba a la extraña conclusión de que no debía ser aburrido ser pino o sauce o eucaliptus.

    Ahora, cuando escribe esto, también viene del río, mas la situación y las emociones son muy distintas a las de entonces. Por eso el lugar ya no es tan agradable, ni Santiago es tan dichoso. Otro de los contrastes que se establece entre el pasado y el presente es que, antes de ingresar en prisión, no tenía tiempo para nada y ahora le sobra tiempo para todo, especialmente para reflexionar y madurar, para conocer sus debilidades y sus fortalezas, para soñar despierto y hacer proyectos para el futuro. Y es que resulta curioso el contraste espacio-temporal que se deriva de la prisión que sufre el cuerpo y la libertad de la que goza la mente:

    Cuando uno tiene que estar irremediablemente fijo, es impresionante la movilidad mental que es     posible adquirir. Se puede ampliar el presente tanto como se quiera, o lanzarse vertiginosamente hacia el futuro, o dar marcha atrás que es lo más peligroso porque ahí están los recuerdos, todos los recuerdos, los buenos, los regulares y los execrables.

    Dentro de este juego de perspectivas y contrastes, Santiago evoca los veranos que pasaba en Solís, cerca de la playa. Ya entonces, a pesar de lo agradable que resultaba todo, surgían momentos en los que Graciela y él se encontraban sombríos y melancólicos, cuando comparaban su situación, a pesar de lo austera que era, con la de quienes no tenían nada, ni siquiera «una hora especial para la melancolía porque su amargura era de tiempo completo». A propósito de los recuerdos de aquella época, surgen dos rasgos de ironía achacables al destino. El primero, relacionado con la panza que tenía por aquel entonces; ahora, han pasado unos años y, cuando lo normal sería que ésta hubiese aumentado, lo cierto es que ya no la tiene, «claro que por otro tratamiento que tal vez no sea el más recomendable», apunta Santiago. El segundo, en relación con la constatación de que su amigo Rolando, al que él consideraba un mujeriego, es precisamente quien está ahora liado con su mujer. Cuando se entera de la posibilidad de salir en libertad, se produce un nuevo contraste. Como él mismo pone de relieve, «anteayer admitía como probable que permanecería aquí varios años», y hoy la idea de pensar que en un año o menos pueda salir le hace insoportable la espera. Ahora los cinco años que lleva en la cárcel se le antojan eternos, sobre todo si el objeto de referencia es la hija. «Cinco años sin ver a un hijo, y sobre todo si es un niño, significan una eternidad. Cinco años sin ver a un adulto, por querido que sea, son sencillamente cinco años y también es tremendo».En otra ocasión, se plantea los cambios que se han podido producir en su mujer durante esos cinco años, y aprovecha para establecer una antítesis entre la forma como se escribía a comienzos de siglo y como se hace ahora. Con cierto tinte irónico apunta:

    A veces las angustias pasadas dejan un rictus de amargura; así al menos escribían los novelistas de comienzos de siglo. Los de ahora ya no emplean giros tan cursis, ah pero los rictus en cambio no pasaron de moda; será que las amarguras siguen tan campantes.

    Una vez liberado, en el avión que le conduce al reencuentro con sus seres queridos, le sobrevienen una serie de reflexiones espontáneas y a veces inconexas. Entre éstas cabe destacar el contraste entre él y su amigo Andrés: mientras Santiago no se dejó llevar por el odio, a Andrés lo arrastraron hasta la locura. Por eso, dado que consiguió soportar los cinco duros inviernos con los que simboliza su estancia en la cárcel, no está dispuesto a permitir que nadie le robe la primavera de la libertad. Una primavera a la que representa con el símil de un espejo, sólo que el suyo tiene una esquina rota-he aquí el motivo que da título a la novela-, una esquina que, como él bien intuye, la ha roto su mujer.También en algunas de estas reflexiones aparecen destellos de ironía, como, por ejemplo, cuando piensa en Rolando, ese soltero impenitente de quien afirma que «ya caerá», sin sospechar que ya ha caído y que lo ha hecho precisamente en los brazos de Graciela. O cuando habla de que la culpa de todo lo que ha sucedido se le suele achacar al exilio y, a cambio de ello, «se jode al contiguo al prójimo más próximo», tal y como han hecho con él Graciela y Rolando, aunque este dato lo desconoce Santiago en el momento de hacer su aseveración. Para concluir el apartado dedicado a Santiago, nos vamos a referir a dos nuevos ejemplos de perspectivismo en relación con el diferente enfoque que se produce cuando se está libre y cuando se está encarcelado:

cuando uno está libre y es aprehensivo siente de pronto dolores imaginarios y cree que son reales/ en la cana es distinto/ cuando se siente un dolor real hay que pensar que es imaginario/ a veces ayuda afuera para que la solidaridad se sienta hay que reunir un millar de personas y colectas y denuncias y derechos humanos/ adentro en cambio la solidaridad puede tener el tamaño de media galletita.

2. Graciela

    La mujer que compartía planteamientos políticos y sociales e inquietudes personales y familiares con Santiago, al cabo de un cierto tiempo empieza a ver las cosas de su marido desde otra perspectiva. Así, por ejemplo, le resulta enigmático que su marido le hable en su carta de las manchas de las paredes y de las figuras que imaginaba cuando era niño. Eso, que le pasaba a todo el mundo, como ella misma reconoce, lo interpreta en esta ocasión como algo extraño, pues su marido «antes se atrevía a más». Ahora bien, si esa costumbre de mirar las manchas puede ser interpretada como una manía de Santiago, lo mismo cabe decir de lo que le ocurre a Graciela. Cuando va sentada en el ferrocarril mirando hacia adelante, al ver venir el paisaje hacia ella, se siente optimista; en cambio, si va sentada hacia atrás, se deprime al ver que el paisaje se va alejando, se va muriendo. Esta variación del estado anímico en función de la perspectiva óptica le sirve para establecer un parangón con la relación existente en la actualidad entre ella y su marido. Es como si cada uno fuera mirando en dirección opuesta.

    Él, que está en la cárcel, escribe como si la vida viniera a su encuentro. A mí, en cambio, que estoy, digamos, en libertad, me parece a veces que ese paisaje se fuera alejando, diluyendo, acabando.

    La nueva situación queda perfectamente plasmada en las conversaciones que mantiene con su amiga Celia, con Rolando y con su suegro. Hablando en tiempo pasado, se refiere a la buena pareja que hicieron Santiago y ella y a la identificación que tuvieron en lo político: su unión era física y espiritual y, por tanto, llegó a pensar que no podría soportar su ausencia ni la necesidad que tenía de él en los primeros años. Pero, con el paso del tiempo, ha acabado por descubrir que él cada vez la necesita más y, en cambio, ella cada vez lo necesita menos. Considera que siguen unidos en cuestiones políticas y sociales, pero no en las sexuales. Por eso llega a preguntarse si es que la cárcel ha convertido a su marido en otro hombre y el exilio a ella en otra mujer. Su estado emocional es tal, que llega a hacer lo mismo que minutos antes había censurado a su hija: cruzar el semáforo con luz roja. E incluso llega a husmear entre la basura o a tratar con dureza a una mendiga que pide limosna por amor de Dios. Y otra muestra más de su propia extrañeza es que, cuando está dormida, no sueña con ningún hombre; mas, cuando está despierta, sueña con Rolando. Una de las veces en que ha hecho el amor con éste, se da cuenta del contraste existente entre la rutina que hay en el exterior del dormitorio y la novedad que hay en el interior. No sólo se trata de que en su cama reposa el cuerpo dormido de su amante, sino de que esta nueva relación la ha ayudado a liberarse de antiguos prejuicios. Con su marido sólo quería hacer el amor de noche, pues la oscuridad era el mejor aliado de su única pasión, el tacto. En cambio, con Rolando todo sucede por la tarde, aprovechando la ausencia de casa de su hija Beatriz. De ese modo, «no sólo no se había distraído del tacto, sino que había descubierto casi a pesar suyo, cuánto agregaba al tacto la decisión de mirar al otro cuerpo en todas sus maniobras y rutinas y nuevas propuestas, y cuánto agregaba al tacto el ser mirada en todos sus valles y musgos y colinas». Todos estos cambios son lo que impulsan a Rolando a poner de manifiesto la tremenda ironía de lo que le espera a Santiago cuando recupere la libertad:

    Puta vida, ¿no? Que el tipo salga, después de tantos años, y lo espere esto. Quiero decir: que lo esperemos nosotros con esta buena nueva.

3. Rolando Asuero

    Como él mismo señala en uno de sus monólogos, entre él y Santiago hay profundas diferencias. Si a éste lo considera un padre vocacional, él se ve como un mujeriego acostumbrado a contactos clandestinos y esporádicos con mujeres. Admira en Beatriz su gracia y su inteligencia, e incluso le gusta hablar con ella, pero reconoce que no puede sentir por ella lo mismo que su padre. Y sabe que la niña llegará a ser la mejor aliada de Santiago y la peor enemiga suya. Rolando siempre había tomado la iniciativa en las relaciones amorosas, imponiendo como condición que éstas fuesen provisionales, transparentes y sin promesas. Además, a las mujeres de sus amigos las había respetado como si de sus propias hermanas se tratase, concediéndose tan sólo la esporádica licencia de dedicarles algunas miradas incestuosas, las cuales habían sido más abundantes en el caso de Graciela. A propósito de los recuerdos de las estancias en el balneario de Solís, aparecen dos notas de humor e ironía. La primera de ellas está relacionada con la malla de dos piezas que solía ponerse Graciela, una prenda que «no era bikini sin embargo, pues hasta ahí no llegaba el cauto liberalismo de Santiago Apóstol», afirma Rolando en clara referencia a su amigo Santiago, tan aficionado a predicar las excelencias físicas de su mujer. La segunda, referida a la célebre frase que en una ocasión había dirigido Rolando a un gerente general de la empresa en donde trabajaba, y a quien se había ofrecido diciendo: «para servir a usted y a su señora», algo que ahora está poniendo en práctica con la señora de su amigo preso. Rolando, que había iniciado una especie de galanteo con Graciela, buscando encuentros casuales, dejándole caer algunas indirectas y ofreciéndole su ayuda desinteresada, no podía imaginar que fuese ella quien acabase enamorándolo a él. Ante esta jugada irónica del destino, el conquistador conquistado «se había quedado turulato, había sentido un repentino bochorno en las orejas, nada menos que él, buena pieza y donjuanísimo, se había mordido un labio hasta sangrarlo pero sin advertirlo hasta ahora después». Cuando llega el momento de afrontar la liberación de Santiago y, consiguientemente, la nueva situación, Rolando opta por dejarlo todo en manos de la improvisación. Imagina que su amigo tratará de conservar la calma y a su mujer y, por lo tanto, surgirá una pugna entre ambos, en la que cada uno intentará echar mano de sus respectivas y opuestas ventajas. Según sus cálculos, la de Rolando consiste en que «en la semántica de los cuerpos Graciela y él se entienden de maravilla»; la de Santiago se llama «Beatricita».

4. Beatriz

    Éste es el personaje más simpático y más tierno de la novela, tanto por su inocencia y su humorística ingenuidad, como por sus originales razonamientos, especialmente los relativos al lenguaje. Ella parece ser la elegida por Benedetti para expresar los más finos rasgos de humor e ironía de la novela, disimulados bajo la ternura y la candidez de la niña. De ese modo, lo que en palabras de Beatriz se podría entender como un simple detalle de humor, visto desde la perspectiva del autor, que habla por su boca, conllevaría una mayor carga de ironía. Según Beatriz, sólo hay tres estaciones: el invierno, «famoso por las bufandas y la nieve», que permite el contraste entre los viejecitos y los niños, en función de si tiritan o no por efecto del frío. Su gusto por la exactitud en el lenguaje le hace corregirse a sí misma y afirmar que se debe decir anciano y no viejo:

    Un niño de mi clase dice que su abuela es una vieja de mierda. Yo le enseñé que en todo caso debe decir una anciana de mierda.

    Otra estación es la primavera. Para ella trae dos cosas buenas: las flores y el monopatín que le deja su amigo Arnoldo. Pero a su madre no le gusta porque fue cuando aprehendieron a su papá. Y añade: «Aprendieron sin hache es como ir a la escuela. Pero con hache es como ir a la policía». Además del verano, «la campeona de las estaciones porque hay sol y sin embargo no hay clases», hace referencia a una cuarta estación que, según su madre, se llama «el otoño». Esta estación, que ella no conoce, se caracterizaría por la gran abundancia de hojas secas y porque no hace ni frío ni calor, con lo cual no sabe qué ropa ponerse. En cambio, para su padre es una estación en la que se siente muy contento «porque las hojas secas pasan entre los barrotes y él se imagina que son cartitas mías». Su peculiar visión de las cosas suele ir asociada con ese humor infantil que la caracteriza. Así, dice que los rascacielos poseen muchos cuartos de baño, lo cual «tiene la enorme ventaja de que miles de gentes pueden hacer pichí al mismo tiempo», y habla de lo hermoso que es el verbo cundir, pues «cuando hay un apagón en los ascensores de los rascacielos cunde el pánico. En mi clase cuando llega la hora del recreo cunde la alegría». Además, en el momento de mencionar una de las diferencias existentes entre su país titular y su país suplente, escribe: «en mi país hay cabayos y aquí en cambio hay cabaios. Pero todos relinchan». En alguna ocasión, en cambio, ese humor cede paso a la ironía o al sarcasmo, como sucede cuando trata de definir la palabra libertad:

    Libertad quiere decir muchas cosas. Por ejemplo, si una no está presa, se dice que está en libertad. Pero mi papá está preso y sin embargo está en Libertad, porque así se llama la cárcel donde está hace ya muchos años. A eso el tío Rolando lo llama qué sarcasmo.

    Curioso resulta también su concepto de la amnistía, una especie de vacación que se extenderá por todo el país, y que para ella significará que se acaben las tablas de multiplicar, «especialmente la del ocho y la del nueve que son una basura»; que ya no le salgan más granos; que su madre le compre una muñeca y su abuelo un reloj de pulsera, y lo mejor de todo es que «capaz que Graciela le dice al tío Rolando, bueno chau». En relación con la idea de la amnistía también podemos ver otra irónica reflexión de Benedetti puesta en boca de Beatriz. Ésta habla de que se había peleado con su amiga Teresita y que, como llevaban dos semanas sin hablarse, temía que pudiera acabar suicidándose. Por eso la llamó y le dijo:

    mirá Teresita yo te amnistío pero ella entonces creyó que la había llamado nada más que para insultarla y se puso a llorar a lágrima cada vez más viva hasta que no tuve más remedio que decirle Teresita no seas burra yo te amnistío quiere decir yo te perdono y entonces empezó a llorar de nuevo pero con otro llanto porque éste era de emoción.

    Finalmente, mientras espera la llegada de su padre, nos vuelve a ofrecer otras dos imágenes contrastadas. En primer segundo lugar, afirma que los pasajeros siempre traen regalos «a sus hijitas queridas pero mi papá que llegará mañana no me traerá ningún regalo porque estuvo preso político cinco años y yo soy muy comprensiva».

5. Don Rafael

    Como no podía ser menos, también a él le afectó el contraste entre el «allá» y el «aquí». De allá añora la rutina del camino de regreso a casa. Aquí, en un primer momento, hubo sorpresa y fatiga, y no llegaba nunca a su casa, sino a «la habitación», e incluso tuvo que echar mano de un bastón como apoyo frente a tanta sorpresa. Cuando ya se fue adaptando dejó de ver máscaras y empezó a ver rostros; dejó de usar el bastón y empezó a ver la habitación como un apartamento o «una habitación con agregados». Los años y las experiencias vividas lo han convertido en una persona un tanto escéptica que gusta de poner de manifiesto algunas de las tremendas paradojas de la vida. Así, nos habla de la que él considera una trampa divina: «Dios da pan al que no tiene dientes, pero antes, mucho antes, le dio hambruna al que los tenía». Y, a la hora de aconsejar a Graciela que no confiese la verdad a Santiago hasta que éste salga de prisión, afirma que «la hipocresía es un vicio, pero no estoy tan seguro de que la franqueza sea siempre una virtud». Cuando se plantea la posibilidad de regresar algún día a su país, en lo que él considera que sería un desexilio tan duro como el exilio anterior, y se pregunta sobre quiénes podrán levantar de nuevo el país, opina que habrán de hacerlo quienes hoy son niños. Y entonces establece una antítesis entre los niños exiliados y los que viven allá. El futuro no lo forjarán quienes han vivido el exilio europeo o americano, por muy duro que éste pueda haber sido, sino quienes estuvieron y están allá y vieron y vivieron los asesinatos de otros jóvenes, así como la desaparición, el encarcelamiento o la muerte de sus mayores. En otro momento se pregunta si la condición de extranjero puede depender del estado de ánimo en que uno se encuentre, porque hay días en que él está completamente convencido de que lo es, otros en que no da la más mínima importancia a ese hecho y otros en que no admite esa condición de extranjero. Aunque, finalmente, llega al convencimiento de que no debe de serlo porque, siguiendo el criterio establecido por un escritor alemán, él aún no ha aprendido los insultos y la jerga del país al que ha llegado, sino que continúa haciéndolo en la que le era habitual. Además, había optado por vincularse y trabajar con la gente del nuevo país, y qué mejor manera de hacerlo que «vinculándose» con la joven Lydia, a la que no considera su extranjera, sino algo así como su mujer. Por último, habría que señalar que también con Don Rafael se cumple lo que hemos dado en llamar la ironía del destino. Su esposa Mercedes había comentado, dos años después de casarse, lo mucho que le gustaría morir escuchando alguna de las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Y he aquí que muchos años después, «cuando estaba leyendo y de pronto quedó inmóvil para siempre, en la radio (ni siquiera era el tocadiscos) estaba sonando la Primavera». Así pues, tanto a Don Rafael, como a su hijo Santiago, la primavera les jugó la mala pasada de presentárseles, en momentos claves de sus respectivas vidas, con sendos espejos con una esquina rota.

6. Mario Benedetti

    Para finalizar este estudio, vamos a realizar algunas consideraciones en torno a la figura de ese otro «personaje» de la novela llamado Mario Orlando Benedetti, cuyas reflexiones y vivencias aparecen recogidas, en letra cursiva, en los nueve capítulos agrupados bajo el rótulo de «Exilios». Al incluirse como personaje de su novela, Benedetti consigue que sus testimonios sobre el exilio se hilvanen con los relatos de los personajes de ficción y, de esa forma, dota de un mayor aporte de verosimilitud a las historias de éstos, por cuanto se puede percibir un claro paralelismo entre las peripecias vividas por el autor y las protagonizadas por sus criaturas. Para citar un solo ejemplo, nos referiremos al capítulo titulado «La acústica de Epidauros», que se cierra con los siguientes versos:

y así pude confirmar que la acústica era óptima
ya que mis sigilosas salvas no sólo se escucharon en las graderías
sino más arriba en el aire con un solo pájaro
y atravesaron el peloponeso y el jónico y el tirreno
y el mediterráneo y el atlántico y la nostalgia
y por fin se colaron por entre los barrotes
como una brisa transparente y seca.

    Y he aquí que, en el capítulo siguiente, dedicado a Santiago, éste habla de que su abogado le había comunicado el día anterior la posibilidad de ser liberado en un futuro próximo. Por otra parte, al comienzo de la novela, asistimos a la presentación de un personaje innominado -muy probablemente el mismo Benedetti- que convalece de una reciente operación de retina, y una de cuyas diversiones -al igual que sucedía con Santiago- consiste en «proponerse imágenes». En una ocasión, ese hombre decide jugar con un caballo verde bajo la lluvia; pero una llamada telefónica obliga a su mujer a quemar libros y periódicos. Tras este episodio, cuando vuelve a pensar en el caballo verde, se encuentra con que éste es «negro retinto» y va montado por un jinete sin rostro. Entre los recuerdos de Benedetti surge el del doctor Siles Zuazo, a quien había conocido en Montevideo veinte años atrás. En aquella época el escritor uruguayo y el exiliado boliviano solían hablar de literatura y, sobre todo, de Proust. Cuando el doctor regresó a Bolivia, estuvieron varios años sin verse. Hasta que una noche de 1974 se reencontraron bajo la lluvia de Buenos Aries. Entonces hicieron recuento de las veces que habían tenido que exiliarse: tres, en el caso de Benedetti; catorce, en el de Siles Zuazo. Pero ya no hablaron de Proust. Según el escritor uruguayo, uno de los momentos más trágicos del exilio es el de la muerte. Ésta, cuando se produce en el exilio, significa la negación del regreso a los orígenes que implica toda defunción y, además, la privación de «nuestra muerte doméstica». De ahí que se puedan establecer dos etapas bien diferenciadas: «En los primeros tiempos el exilio era, entre otras cosas, el duro hueso de vivir distante. Ahora es también el de morirse lejos». Para concluir, pondremos dos ejemplos más de perspectivismo en relación con dos hechos históricos que menciona Benedetti. En primer lugar, relata el caso del periodista H., quien, tras su exilio en Argentina y Cuba, regresó a su país natal, Bulgaria. Cuando Benedetti fue a Sofía en 1977 para participar en el Encuentro de Escritores por la Paz, supo de la muerte de H. Pero, en contra del diagnóstico oficial de una muerte por hemiplejía, él afirma que fue una muerte por soledad. Y, para reforzar su teoría, compara su muerte con un episodio sufrido por el escritor uruguayo en 1975, durante su exilio argentino: una crisis asmática en soledad. En segundo lugar, se refiere a la liberación en 1980 del uruguayo Daniel Cámpora, gracias a la labor realizada por la escuela alemana en donde estudiaban sus tres hijos. A su llegada a la ciudad alemana de Colonia, Cámpora pronunció un discurso en el que agradecía a los ciudadanos alemanes todo lo que habían hecho por él. En cambio, es una muchacha alemana la que le expresa su gratitud por lo que él les ha dado: la ocasión de que esa comunidad haya podido expresar lo mejor de sí misma."

30 de maig 2023

primavera con una esquina rota, 1

 

"Trato de hacer un puente entre Uruguay y el exilio"

por Rosa María Pereda
El País
16/05/1982



    Mario Benedetti lleva ya más de treinta años escribiendo y publicando en todos los géneros de la imaginación escrita: el teatro, la poesía, la narrativa, y es además un veterano de la lucha de los intelectuales contra las dictaduras parafascistas de Latinoamérica. Por eso está exiliado de Uruguay, su país, y este exilio -que alcanza a medio millón de los tres millones de ciudadanos uruguayos- es, según sus propias palabras, el tema central de su obra última. Mario Benedetti publica ahora sus Cuentos, con Alianza Editorial, y una nueva novela, Primavera con una esquina rota, con Nueva Imagen, de México. En ella, dice, trata de "hacer un puente entre Uruguay y el exilio".

    La importancia, de Mario Benedetti es mucha: aparte de lo estrictamente literario, él es una de las encarnaciones evidentes de esa figura, romántica seguramente, que es el intelectual comprometido. Un compromiso que fue creciendo y cambiando a lo largo de su biografía, y que él remite a la evolución de su novela. "Es que", dice, "en las novelas se han ido reflejando, sin que yo quisiera, mis estados de ánimo y mi evolución como ser humano, pero en mi propio desarrollo también se habían ido reflejando los cambios sufridos por mi país"."Primavera con una esquina rota es mi quinta novela", explica. "La primera contó un triángulo amoroso, intimista. En La tregua había una historia de amor muy peculiar, la de un cincuentón con una adolescente, y ya estaba inmersa en él conflicto social. Eran una pareja despareja que ya no vive en una isla. La tercera, Gracias por el fuego, narra tres niveles generacionales de una familia. En el segundo, que es el protagonista, surge una conciencia crítica, pero todavía sin voluntad de acción. Por lo tanto, acaba frustrándose".

    "Cumpleaños de Juan Angel, que es la cuarta novela, y que tiene la pretensión de ser, un relato en verso, tiene también un personaje que es, como los otros, de clase media, pero que se decide ya francamente por la acción política. Por fin", dice, Primavera con una esquina rota, es también el balance de una derrota, que por supuesto es provisional, pero que no es el que podría hacer un ensayista, sino un narrador, y surge por tanto de las acciones y las reacciones, los sentimientos, las angustias, las frustraciones y las esperanzas de los personajes".

    Mario Benedetti, un hombre menudo de ojos extrañamente vivos, que ha sido periodista muchos años, responde con profesionalidad y rigor poco común a la entrevista. Su cara surcada de profundas arrugas -es flaco y expresivo- sólo se ensombrece cuando habla del exilio y del país dejado, que en su caso es, sobre todo, una ciudad: Montevideo. "Como siempre, en esta novela hablo de mi país, o mejor, de mi ciudad. Es una de las limitaciones que confieso: yo no sé hablar sino de Montevideo. Esta novela última trata de ser un puente entre las dos regiones en que hoy se divide Uruguay por causa de la represión. Por un lado, los que se quedaron, representados en el libro por las cartas de un preso. Por otro, el Uruguay del exilio, región muy vasta y desperdigada que se extiende de Australia al Canadá, de México a España, de Suecia al Perú. Medio millón de hombres por lo menos, y si se considera que la población entera de Uruguay es de tres millones, el porcentaje es casi monstruoso... La novela cuenta la vida cotidiana de la familia del preso, en el exilio, en un país latinoamericano que nunca se nombra porque quiere ser el promedio de todos en los que vivimos".”

25 de maig 2023

benedetti poeta, y 2

 


Mario Benedetti

Poesía


La víspera indeleble (1945)
Sólo mientras tanto (1950)
Poemas de la oficina (1956)
cuando éramos niños (1964)
Poemas del hoyporhoy (1961)
Inventario uno (1963)
Noción de patria (1963)
Próximo prójimo (1965)
Contra los puentes levadizos (1966)
A ras de sueño (1967)
Antología natural (1967)
Quemar las naves (1968)
Letras de emergencia (1973)
Poemas de otros (1974)
La casa y el ladrillo (1977)
Cotidianas (1979)
Viento del exilio (1981)
Antología poética (1984)
Geografías (1984)
Preguntas al azar (1986)
Yesterday y mañana (1987)
Las soledades de Babel (1991)
Inventario dos (1994)
El olvido está lleno de memoria (1995)
El amor, las mujeres y la vida (1995)
Corazón coraza y otros poemas (1997)
La vida ese paréntesis (1998)
Rincón de haikus (1999)
Poesía, alma del mundo (1999)
Acordes cotidianos (2000)
El mundo que respiro (2001)
Insomnios y duermevelas (2002)
Inventario tres (Seix Barral, 2003)
Existir todavía (2003)
Defensa propia (2004)
50 sonetos (2004)
Adioses y bienvenidas (2005)
Nuevo rincón de haikus (2006)
Canciones del que no canta (2006)
Testigo de uno mismo (2008)
Biografía para encontrarme (ed. póstuma de la Fundación Benedetti, 2010)

Te quiero

Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia

si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos

tus ojos son mi conjuro
contra la mala jornada
te quiero por tu mirada
que mira y siembra futuro

tu boca que es tuya y mía
tu boca no se equivoca
te quiero porque tu boca
sabe gritar rebeldía

si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos

y por tu rostro sincero
y tu paso vagabundo
y tu llanto por el mundo
porque sos pueblo te quiero

y porque amor no es aureola
ni cándida moraleja
y porque somos pareja
que sabe que no está sola

te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente viva feliz
aunque no tenga permiso

si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.

Mario Benedetti
Poemas de otros, 1974


24 de maig 2023

benedetti, poeta

 

Sobre las artes poéticas de Mario Benedetti: evolución y conclusiones

Carmen Alemany Bay

Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

 

“Hablar de la poesía de Mario Benedetti es hablar de una forma de creación poética que se dio de manera coincidente en la década de los 60 en América Latina. Escritores de diferentes países como el cubano Roberto Fernández Retamar, el ecuatoriano Jorge Enrique Adoum, el salvadoreño Roque Dalton, el argentino Juan Gelman, el mexicano José Emilio Pacheco, o el propio Benedetti, por citar sólo algunos casos representativos, coinciden en un tipo de producción poética que ha recibido entre otros posibles nombres el de poesía coloquial. Sin duda, hay un estilo personal que emerge en cada uno de estos autores, pero son múltiples los elementos poéticos que los relacionan: su afán de comunicación directa con el lector, de aludirlo y no eludirlo, si lo decimos en términos benedettianos; la inclusión de temas sociales en sus poemas, sin relegar los íntimos como el amor, las referencias familiares, el tiempo, la nostalgia, la memoria; el común recurso a la introducción de otras voces -citas de diferentes autores, canciones populares, eslóganes publicitarios, etc.- en el texto; la creación de nuevas formas dentro del poema; la utilización del humor y de la ironía como mecanismos articuladores de la crítica social; la desmitificación de la figura del poeta y, en relación con este punto, la reflexión metapoética, centrada en composiciones que aparecerán -o no- bajo el título de «artes poéticas». 

Con estos recursos, el afán desmitificador de los poetas coloquiales alcanzará diferentes niveles, no sólo dentro del propio lenguaje, dentro del texto, sino también fuera de éste. Sus actitudes, a la hora de enfrentarse con la poesía, serán muy diversas, pero la búsqueda de diferenciación respecto a poéticas anteriores les llevará lógicamente a intentar reivindicar una propia o a plasmar aspectos de la teoría poética en sus escritos. 

A través de sus «artes poéticas» no sólo reclaman un proyecto común, que es la consolidación de una nueva corriente literaria; con la creación de estos poemas, al mismo tiempo y de forma plural, están sustentando su visión sobre la poesía, como ha ocurrido en los sucesivos movimientos poéticos a lo largo de la historia de la literatura. Debemos advertir por ello que algunos de los textos que los autores citan como «artes poéticas» están muchas veces desprovistos de un contenido teórico-literario explícito y remiten a experiencias subjetivas que nacen de su labor como escritores y como lectores. En ocasiones nos encontramos con contribuciones teóricas sobre el lenguaje artístico definitorias para su Poética o para la Poética en general, pero lo más frecuente es hallarnos ante reflexiones poetizadas sobre el lenguaje y que éste pase a ser el centro de la actividad del poeta: la necesidad de escribir se convierte en un acto irrenunciable que va ligado a la propia existencia del escritor. Por ejemplo, por poner algunos casos de poetas coloquiales, Roberto Fernández Retamar, siendo el autor que más se acerca a los cánones poéticos establecidos, también es uno de los que emplean más el humor en la interpretación de la poeticidad, resaltando sobre todo la conmoción reveladora del instante de la creación; para Juan Gelman la poesía será sinónimo de libertad y ella debe convertirse en un testimonio colectivo y denunciar las injusticias. En cambio, para José Emilio Pacheco ésta es fidedignamente efímera y el escritor se encuentra ante la posibilidad de enriquecerla mucho más, de ahí que el cuestionamiento de la figura del poeta y el uso de heterónimos sean cuestiones fundamentales en su interpretación de lo poético. 

En cualquier caso, no estamos ante pensadores, ni elaboradores de textos programáticos como ocurrió en la vanguardia, ni quizá éste sea su objetivo. Precisamente, la originalidad de los coloquiales al elaborar sus «artes poéticas» está en que, a diferencia de sus antecesores, las construyen con elementos cotidianos y nombrados de forma igualmente coloquial, lo que les lleva paradójicamente a una interpretación nueva del hecho poético. Estas artes no pretenden ser sólo la desmitificación de la poesía, sino que se llenan de implicaciones: el poema puede ser un elemento de agitación social, una manera de subrayar la importancia de la solidaridad activa, por más que esto no signifique siempre una incursión en ideologías de adscripción política, ni la creación de una teoría del compromiso político, como frecuentemente han hecho los poetas en situaciones de emergencia, entiéndase conflictos bélicos y sociales. 

El poeta, al menos el coloquial, se convierte a través de este tipo de composiciones en un mero transmisor de lo que está ocurriendo en la vida cotidiana: el lenguaje y la realidad se imbrican para crear un arte de la poesía que va parejo al arte de la vida. Así, la misma condición singular del poeta queda en entredicho. 

Este inmiscuirse en la cotidianidad y en la recuperación del lenguaje cotidiano les lleva a reflexionar sobre la autoría de los poemas: los versos no sólo pertenecen al creador sino que forman parte de la colectividad, como ya dijo Nicanor Parra e insistirá José Emilio Pacheco. 

Sin duda, los coloquiales luchan por ver más allá o de otra forma lo que los poetas anteriores, a través de sus «artes poéticas», mostraban a los lectores: sustancialmente, una definición de lo estético. En cambio, para los coloquiales el hecho poético no es algo abstracto o estático, sino que entienden la poesía como algo temporal, que evoluciona al mismo compás que el ser humano y las circunstancias sociales que lo envuelven. No olvidemos que todo poeta, quizá con más intensidad desde la revolución romántica, escribe su poética de forma implícita y si el lector indaga puede encontrar en casi todos los autores elementos susceptibles de reconstrucción teórica. 

Pero, lejos del intelectualismo manierista o de los aspectos programáticos de la vanguardia, que en algunos casos se afincaban en el hermetismo, los poetas coloquiales huyen de una visión endocéntrica del poema y sus reflexiones adoptan la forma general de una escritura alusiva y abierta al universo de la literatura y a sus instrumentos, sin dejar de resaltar las dificultades del acto poético. De ahí que sometan sus textos a la máxima austeridad, resaltando la belleza de la simplicidad, buscando la armonía de lo efímero con un lenguaje directo y claro que paradójicamente resulta más duradero.

 Para ejemplificar lo expresado anteriormente, tomaremos como punto de referencia un artículo que Mario Benedetti publicó en 1990 con el título de «Los poetas ante la poesía». El autor uruguayo concluía el escrito con unas palabras cargadas de plurisignificación, como es habitual en sus propias composiciones, y que son sintomáticas de la dificultad de encasillar el hecho poético o cualquier «arte poética»: 

Pero tampoco me tomen (ni nos tomen) al pie de la letra. Las definiciones de los poetas son tan indefinidas que cambian como el tiempo. Algunos días son despejadas, y otros, parcialmente nubosas: a veces llegan con vientos fuertes, y otras, con marejadilla. Pero lo más frecuente es que se formen entre bancos de niebla. 

Benedetti se planteaba en este artículo la siguiente pregunta: «¿cómo ven la poesía los propios poetas de América Latina?», y a través de un «limitado inventario», según sus propias palabras, citaba la visión que de ella tenían algunos autores del siglo XX, llegando a la conclusión de que «el poeta, ni siquiera cuando cree que predica, es un predicador». 

Pero ¿qué ocurre con el provocador-mentor del análisis que nos ocupa? Lo mejor es que dejemos que él mismo nos cuente cuál es su visión sobre estas «artes poéticas»: 

En los últimos veinticinco años he escrito por lo menos tres poemas que pretendían ser otras tantas artes poéticas, pero creo que, después de todo, la que prefiero es la más antigua, tal vez porque es la menos explícita y, para suerte del lector, la más breve: 

    Que golpee y golpee                 

hasta que nadie                               

pueda hacerse ya el sordo                          

que golpee y golpee                      

hasta que el poeta                         

sepa                     

o por lo menos crea                       

que es a él                         

a quien llaman. 

Entre los versos benedettianos, son algunas más las composiciones que a lo largo de su trayectoria poética intentan definir la poesía o en muchos casos resaltar su visión particular de ésta.

 Como acabamos de recordar, Benedetti declaraba en 1990 que de las «artes poéticas» que ha escrito a lo largo de su carrera como escritor se quedaba con la primera: un poema que precisamente titula «Arte poética» y que pertenece a su libro Contra los puentes levadizos (1965-1966). Esta composición estaría acompañada, sustancialmente, por otras cuatro más, correspondientes a diferentes etapas de su obra, en las que el escritor uruguayo nos va definiendo cuál es su visión sobre la poesía cambiante con el paso de los años. Los tiempos cambian y también sus observaciones sobre el hecho poético sufren transmutaciones que siempre van unidas a las formas variables de su creación poética. Composiciones como «Semántica», perteneciente a Quemar las naves (1968-1969); «Arte poética» de Preguntas al azar (1978); «Sombras nada más o cómo definiría usted la poesía», de Las soledades de Babel (1991), y «La poesía no es» de su último poemario El olvido está lleno de memoria (1995), forman un compendio en el que el autor uruguayo nos va proponiendo planteamientos diferentes, aunque siempre relacionados, sobre lo que es para él poesía. 

En términos generales, y ante todo en las composiciones citadas, hay un intento, por otra parte muy propio de los coloquiales, de desdramatizar su visión sobre el hecho poético. Benedetti no es una excepción, sino uno de los creadores de esta desdramatización de lo poético que a él le lleva a entender la poesía como elemento vital y a plantear su percepción de lo poético desde la humildad de quien asume ser «el aguafiestas» de la poesía o el monaguillo de lo que se ha llamado alta poesía, o considerarse a sí mismo, como nos dice en una composición de El olvido está lleno de memoria, un «poeta menor». Un poeta menor, que acaso sea el hermano mayor -diríamos con Borges- de tantos poetas futuros. 

Desde la libertad de quien no tiene más pretensiones que escribir lo que siente, surgen unas «artes poéticas» llenas de dinamismo y de anticonvencionalidad. A través de ellas, Mario Benedetti nos va ofreciendo composiciones reflexivas sobre el arte poético donde se parte, sobre todo en las primeras, de presupuestos generales sobre la poesía, hasta una concepción de lo poético mucho más explícita como puede observarse en las últimas. 

Respecto a la primera de las artes poéticas citadas, incluida en Contra los puentes levadizos, nos encontramos ante un texto que fue escrito en plena efervescencia de la corriente coloquialista. El autor nos remite a un proceso de metaforización en el que la poesía, en manos del creador, puede ser considerada como un arma social que sirva para remover las conciencias. Benedetti, a través de la personificación de la poesía, insiste en que ésta «golpee y golpee», como entendiendo que nadie la quiere escuchar, y que mediante esta acción el poeta «crea / que es a él / a quien llaman». Él es quien debe tomar esa voz, a la que muchos hacen oídos sordos, para transmitir lo que ella quiere comunicar. Pero al mismo tiempo, el autor nos presenta el hecho poético como un ello, como algo objetivo que se impone al poeta, con el sentimiento de que la poesía está por encima del propio escritor, y éste es un mero transmisor de un mensaje. Sin duda, estamos ya muy lejos del romanticismo becqueriano de «poesía eres tú» y ahora el creador, individualizado en Mario Benedetti, desde una postura en ocasiones inconsciente o conscientemente desubjetivada, debe convertirse en vocal de algo no ya inefable sino decisorio para el pueblo, en la voz de una conciencia que se le impone a él mismo, que no importa por ser suya, sino por su misma fuerza transmisora. 

En otro libro que publicará años después, Quemar las naves (1968-1969), y bajo el título de «Semántica», el autor uruguayo volverá a reflexionar sobre la palabra poética, avanzando en su conciencia de poeta coloquial. Mediante una serie de metáforas reflejará ahora su preocupación sobre la importancia de la palabra, y llegará a la conclusión de que «tu única salvación es ser nuestro instrumento», convirtiéndola en un «lindo serrucho». Como en su primer «arte poética», la palabra es considerada como instrumento, pero además, desde estos versos, se hace un alegato a favor de una poesía explícitamente mayoritaria: «tu porvenir es desolimpizarte», requisito éste fundamental para los poetas coloquiales y que nos recuerda al verso parriano, «Los poetas bajaron del Olimpo». 

Estamos ante un arte poética mucho más concreta que la anterior; ahora el autor dialoga con la palabra mediante guiños de complicidad: ésta en sí no es nada, es una herramienta que el poeta intenta personalizar. Pero con esta negación doble el autor va mucho más allá, enfrentando dos conceptos de poesía. Por una parte, términos como los de refugio, muro, trinchera, caverna, monasterio, todos ellos vocablos oscuros, palabras graves, nos remiten connotativamente a entender la poesía como algo estático, cerrado, como quizá nos han contado lo que es o debe ser la poesía. Y frente a esta concepción, como antítesis, el poeta nos dirá que «tu única salvación es ser nuestro instrumento / caricia bisturí metáfora fusil ganzúa interrogante tirabuzón / blasfemia candado etcétera», vocablos agudos que evocan sensaciones vivificadoras, palabras que en sí son transformadoras y abiertas, como ese «etcétera» con que termina el último verso citado. El autor propone liberar el lenguaje de sus referencias obligadas, de términos cuyo significado no cambia nada como muro, monasterio, caverna, etc., para convertir la palabra en algo expresivo, porque la poesía no es resistencia pétrea, sino transformación. 

Demos un paso más, de la mano del propio poeta, en el proceso de esta arte poética que comentamos. Benedetti es también consciente de que una tentación de la poesía es la de tomarse las palabras en su propia belleza -«la tentación o mejor dicho la orden es que te mire fijo»-; pero él prefiere hacer de la palabra, como dirá al final de este poema, «un lindo serrucho», es decir, hacer del poema una forma simbólica de cortar con el lenguaje viejo y caduco y ofrecer un lenguaje nuevo y transformador, de belleza cotidiana y útil. 

Un tono diferente tendrá su tercera arte poética, también titulada «Arte poética», y perteneciente a Preguntas al azar (1986). Más de una década ha pasado ya de la anterior, y también su poesía se ha llenado de otros contenidos y referencias; libros como Cotidianas (1978-1979), Viento del exilio (1980-1981) o Geografías (1982-1984) aparecen poblados por términos como exilio, nostalgia y memoria, convirtiéndose éstos en claves interpretativas de su Poética; al tiempo, sus versos acuden a elementos más intimistas y autoreferenciales. Estamos así ante un texto en el que el escritor uruguayo entiende el arte poética a tenor del cariz que ha tomado su poesía en los últimos poemarios. También aquí la poesía es asumida como un instrumento, pero de salvación para no caer en el solipsismo. Ahora la poesía es «un modo de crecer», «un modo de entender», «un modo de sentir», «un modo de arrojar / por la borda lo prohibido», en definitiva, un modo de «no morir de nostalgia / ni asomarnos al abismo». Es decir, que ésta se ha convertido, «sin saberlo y sin sufrirlo», en un medio de supervivencia que sirve para hacer la vida más llevadera y así sigue siendo interpretada -a diferencia de la concepción de lo poético en el Romanticismo, donde se entendía la poesía como conocimiento individual- como un elemento vital, «un modo de crecer», no sólo de saber. En estos momentos el hecho poético no es únicamente la verdad que se le impone al poeta como transmisor, tal como nos decía en su primera arte poética, ni tampoco obligatoriamente una necesidad instrumental como promulgaba en la segunda; la poesía es entendida ahora como un revulsivo de la vida misma, y con ello el poeta da un paso más en la concepción crítica de lo poético que se mostraba ya en «Semántica», un paso más en la crítica a aquella tradición literaria que sólo se centra en la belleza de la palabra; así lo expresan claramente los siguientes versos: «y aunque extraviemos los nombres / incautarnos de los símbolos»; sobrevivir con la poesía es también vivir el verdadero sentido de la poesía. 

En esta trayectoria de reflexión y examen sobre lo poético, el autor uruguayo nos sorprende con un título de bolero, «Sombras nada más o cómo definiría usted la poesía» de Las soledades de Babel (1991). Aquí, como también lo hará en otra arte poética posterior incluida en El olvido está lleno de memoria, el autor llega a la definición de qué es el «arte poética» a través de la negación. A modo de contestación a la pregunta de un presunto interlocutor, Benedetti toma como punto de referencia una de las definiciones que José Emilio Pacheco tiene sobre la poesía, concretamente en su poema «Escrito con tinta roja» perteneciente a Irás y no volverás (1973). El poeta uruguayo nos cuenta que 

cuando con tinta roja definió josé emilio                              

la poesía como sombra de la memoria                  

maravillosamente dio en la tecla                              

por eso no descarta concebirla                 

también como memoria de la sombra        

Si bien José Emilio Pacheco pensaba que la poesía podía ser, entre otras muchas cosas, sombra de la memoria, Mario Benedetti destaca que el escritor mexicano no descartaría que ésta pudiera ser también memoria de la sombra, que en realidad es lo que el poeta uruguayo opina que es poesía. En esta dialéctica de términos semejantes, aparentemente contradictorios, pero muy relacionados, se encuentra implícita una visión diversa de lo poético. Mientras que para Pacheco, fundamentalmente, la memoria es algo vivo, un acto o una serie de actos susceptibles de orientación, que se proyectan -como los actos cuyas sombras eran precisamente las palabras para Demócrito- para Benedetti, la dialéctica es acaso aún más sutil: de lo que uno ha hecho puede quedar sombra y el poeta siempre tiene memoria de esa sombra, y no sólo sombra de esa memoria, porque, como él mismo afirma, «pasa el amor y deja sombra / el odio pasa y deja sombra», y «con la memoria de esas sombras / damos alcance / en ciertas ocasiones / excepcionales ocasiones / a la blindada frágil poesía / o quizá a la memoria de la sombra / de la poesía». 

A través de este certero juego de palabras, que es mucho más que un juego, Benedetti está tal vez rescatando a la memoria poética intuiciones artísticas que incorpora a la poética coloquial y que conforman el poema. Por primera vez en las artes poéticas benedettianas el autor se hace explicar mediante recursos como las enumeraciones que ahora son caóticas; precisamente este carácter caótico de las enumeraciones no era frecuente en su creación poética anterior: «en el vacío del delirio / en las hipótesis del sexo / en la ceniza finalista»; asimismo, introduce conceptualizaciones más abstractas: «y con la clave de los cuerpos / y las complicidades de la luna» e incorpora términos muy machadianos -no olvidemos que es uno de sus poetas preferidos- como «la sombra asombra a los olivos / a las glorietas a los campanarios», para terminar la estrofa con un toque de modernidad, «a las antenas parabólicas». 

De talante similar será la composición a la que aludíamos como semejante a ésta última en negatividad, «La poesía no es», de su libro El olvido está lleno de memoria (1995); mediante la forma del soneto, Benedetti define aquí la poesía a través de negaciones hasta llegar a identificarla como mecanismo catalizador de la realidad: «la poesía asume su invento de lo real». Es decir que la poesía, asumida en este caso desde una perspectiva bastante generalizadora, hace de la realidad su propio mundo, pero también añade más realidad a lo real. Si el yo o el él poético discurrían de forma disimilada en sus primeras artes poéticas, en las que el autor podía ser fuerza generadora de nuevas esperanzas; en esta última arte poética, sobre todo, encontramos que la singularización del creador -como el llamado, como el inspirador de instrumentos- ha desaparecido. Se diría que ahora, después de una larga trayectoria, la poesía puede ser la única protagonista del poema, sin que el autor necesite nombrarse, ni ser su testigo. Parafraseando a Bécquer, el poeta es aquél que no necesita decirse para que haya siempre poesía; claro está que no estamos ante ningún tipo de hermetismo, sino ante una verdadera liberación de un yo que somos todos. 

Tal vez esta exposición, desde una perspectiva general, nos sirva para afirmar que la creación de «artes poéticas» en Mario Benedetti se establece en evolución paralela con su trayectoria poética. Las «artes» son un claro reflejo de las características de su poesía: si en sus primeros libros el escritor es claramente social, la función de la poesía para él también lo será; en cambio, cuando otras palabras se van introduciendo en sus textos, como memoria, exilio, tiempo o soledad, su visión sobre la poesía será otra más adecuada a la temática de sus versos. Pero lo realmente importante es que Mario Benedetti, desde sus artes poéticas, nos convencerá de que la poesía, a pesar de lo que muchos digan, sirve para negar el escepticismo y que la palabra poesía significa libertad estética, es decir, libertad. “

23 de maig 2023

benedetti, narrador

Mario Benedetti



Novelas:

Quién de nosotros (1953)

La tregua (1960)

Gracias por el fuego (1965)

El cumpleaños de Juan Ángel (1971)

Primavera con una esquina rota (1982)

La borra del café (1992)

Andamios (1996)






La escritura sin tregua: 
un análisis sobre la narrativa de Mario Benedetti

José Castro Urioste
Carátula
29 noviembre 2017



    "La obra crítica sobre la producción literaria de Mario Benedetti es abundante. Tal condición se debe a que Benedetti es un autor relacionado con la historia uruguaya y a su vez, capaz de llegar a toda América Latina. A este corpus crítico es necesario añadir el signficativo aporte de Hiber Conteris con su libro La escritura sin tregua, Mario Benedetti y el Uruguay de hoy (Montevideo: Fin de Siglo, 2015). La escritura sin tregua… tiene como objeto de estudio la narrativa benedettiana: se combinan el análisis de su cuentística y su novelística como una totalidad coherente y sólida. En ciertas ocasiones, las referencias a un género permiten iluminar la comprensión del otro, y también, se utilizan evidencias textuales provenientes tanto de la cuentística como de la novelística para demostrar una determinada hipótesis de lectura. Por momentos La escritura sin tregua… propone un análisis comparativo dentro de la obra de un mismo autor: por ejemplo, la poesía de Benedetti ilumina la interpretación de su cuentística; o el teatro benedettiano (como las referencias a Pedro y el capitán), permiten una mejor comprensión de su narrativa.

    En las páginas iniciales, Conteris establece el marco teórico de su estudio. Con una formación en semiología tanto en el Río de La Plata como en París, los fundamentos teóricos de esta investigación se basan en la narratología y en autores como Barthes, Bremond, Genette, entre otros. Junto al conocimiento del crítico se instalan el saber y el quehacer del escritor (Conteris tiene amplia obra narrativa y dramatúrgica en la que destaca su novela El diez por ciento de tu vida) que le permiten analizar la construcción y el funcionamiento de los textos narrativos de Mario Benedetti. Finalmente, las interpretaciones realizadas por Conteris van más allá de la propuesta del análisis narratológico e indagan en la relación texto-contexto, de tal modo que la narrativa de Benedetti adquiere la virtud de ser un testimonio de su época y de las transformaciones históricas en Uruguay.

    En La escritura sin tregua… se establecen tres grandes ejes: el contexto urbano (1949-1960), el contexto internacional (1961-1971) y el contexto del exilio y desexilio (1973-1996). En el primero de ellos surge la oficina como situación vital, la cual, junto con la casa, se representa como un lugar de opresión y liberación. A su vez, este mundo urbano se configura por medio de un conjunto de entes: el tranvía, el altillo, el barrio, el parque (que resulta imprevisible y desconcertante), la cancha de fútbol, el café. Los textos que constituyen esta primera etapa de Benedetti son sus cuentos iniciales y entre ellos los que se incluyen en Montevideanos, como también las novelas Quién de nosotros y La tregua. Esta última –según Conteris- es la culminación de la primera etapa de la narrativa de Mario Benedetti y, a su vez, revela signos de apertura de una nueva, el contexto internacional, en la medida en que se representa un proceso de lo particular a lo universal.

    La etapa del contexto internacional está claramente expresada en Gracias por el fuego. La atmósfera de Gracias por el fuego es cosmopolita desde el primer capítulo, donde se narra la escena de un grupo de uruguayos en un restaurante neoyorkino. El cumpleaños de Juan Ángel es otro texto representativo de esta segunda etapa y, al mismo tiempo, busca la experimentación dado que es un relato en verso. La experimentación es una de las características a lo largo de la narrativa de Benedetti: Quién de nosotros es un ejemplo tanto porque se relata con tres diferentes narradores como porque uno de ellos lo hace a través de un cuento y sus correspondientes notas a pie de página; la historia de La tregua, como bien se sabe, se narra por medio del diario de Martín Santomé en el cual, se construye un estrategia –de manera subterránea- de un relato clásico (planteamiento, desarrollo y desenlace); y novelas posteriores como Primavera de una esquina rota y Andamios también revelan esta tendencia hacia la experimentación. En El cumpleaños de Juan Ángel, debido al rasgo formal de ser una novela en verso, el carácter experimental es mucho más notorio.

    La tercera etapa es la del exilio/desexilio. Para Conteris exilio/desexilio son dos caras de una misma moneda y durante este periodo Benedetti se transforma en un “etnólogo de la dictadura” (122). Un componente en este periodo es la violencia política. También, y podría resultar paradójico por la naturaleza desgarradora de esta etapa, aparece el humor en la obra benedettiana, especialmente a través de Beatriz, una niña uruguaya en el exilio que es representada en Primavera con una esquina rota. El otro aspecto que indica Conteris de la literatura del exilio es su condición de literatura menor. Ésta, siguiendo a Deleuze y Guattari, “se entiende como una literatura cuyas condiciones de producción están subordinadas o, si se quiere, empleando un término del teórico francés Louis Althusser, sobredeterminadas por otra literatura y otra lengua que la contienen, y es por esa capacidad ‘contenedora’ que esta se constituye en ‘mayor’” (131). Finalmente, conviene indicar que para Conteris el desexilio (expresado entre otros textos de Benedetti como la novela Andamios, el cuento “Ausencias” o algunos relatos de Despistes y franquezas) es un proceso desgarrador de reintegración al territorio de origen como también de separación del lugar en el que se vivió el exilio.

    En resumen, La escritura sin tregua… es un libro singular y sugestivo, que resulta ser un aporte fundamental a la crítica sobre Mario Benedetti. La combinación armoniosa de perspectivas de análisis (la narratología, el análisis comparativo entre los diversos géneros literarios cultivados por Benedetti, la visión del escritor al desmontar el funcionamiento de los textos narrativos), junto a conjunto de hipótesis de lectura, hacen que este libro de Hiber Conteris se convierta en uno necesario para comprender la narrativa de Benedetti y la historia uruguaya en que esta narrativa fue escrita."

22 de maig 2023

benedetti, comunicador

 


Mario Benedetti, un autor comunicante

por Remedios Mataix

Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

 

                Mario Benedetti nació para la literatura en 1945 con su libro inicial, La víspera indeleble, emblema además de la andadura de la generación uruguaya que lleva el nombre de aquel año (como «la generación crítica», en palabras de Ángel Rama, se la conoce también), que tiene en nuestro autor una de sus más altas figuras literarias y que encontró su epicentro en el gran semanario Marcha de Carlos Quijano. Desde entonces, Benedetti ha desarrollado un trabajo intelectual que abarca todos los géneros y pone en práctica una amplia variedad de registros: él es el poeta de Cotidianas, Poemas de otros, Viento del exilio, Las soledades de Babel y los demás libros reunidos en los sucesivos volúmenes de Inventario; es el gran novelista de Quién de nosotros, La tregua, Gracias por el fuego, Primavera con una esquina rota o La borra del café; el excelente cuentista de Montevideanos, La muerte y otras sorpresas, Con y sin nostalgia o Geografías, y el dramaturgo de El reportaje, Ida y vuelta o Pedro y el capitán. Pero Benedetti es también el escritor político de Crónicas del 71 o Terremoto y después, el mordaz humorista de Mejor es meneallo, el brillante ensayista de El escritor latinoamericano y la revolución posible o La realidad y la palabra, y el intelectual comprometido (en todos los sentidos: un hombre de su tiempo que se niega a cerrar los ojos y dice lo que ve) artífice de esa trayectoria de lúcidas reflexiones sobre la literatura y la realidad que se inició con Peripecia y novela y el polémico El país de la cola de paja, y se consolidaría con los imprescindibles Articulario, Literatura uruguaya siglo XX y El ejercicio del criterio, recopilaciones en las que no está todo, pero está lo que su autor considera fundamental.

                La variedad de la obra de Benedetti desafía todo intento de clasificar al autor, y él ha enriquecido cada género que practica con la experiencia ganada en los demás. Pero en esa variedad de registros palpita una secreta unidad que da coherencia a su obra y otorga a la poesía, al ensayo, al artículo periodístico, a la narrativa y hasta a las letras de canciones, un inconfundible «estilo Benedetti», quizá porque sus diversos itinerarios parten de un mismo lugar: la vocación comunicante de su labor como escritor; ese término que -entre otros- la crítica literaria debe a Benedetti y que designa el interés por establecer un clima en el que el lector se sienta parte de un diálogo con el autor desarrollado en un plano de confianza mutua y recíproco aprendizaje. El propio autor dijo: «No escribo para el lector que vendrá, sino para el que está aquí, poco menos que leyendo el texto sobre mi hombro».

                A ese lector Benedetti lo conquista literariamente para movilizarlo humanamente, y esa vocación comunicante es, tal vez, la característica que mejor define la obra del autor, no sólo porque nadie ha apelado con tanta frecuencia y tan explícitamente como él a ese «lector-mi-prójimo», sino además porque, en justa correspondencia, pocos poetas disfrutan de un público tan fiel y tan masivo, en el que se incluyen sectores habitualmente ajenos a la literatura. Y esa amplia resonancia es, indudablemente, un síntoma de buena comunicación.

                Ahora bien: el empeño confesado por conseguir esa resonancia no se manifiesta a través de concesiones al facilismo, todo lo contrario. En su relación con el lector, Benedetti deja claro que el buen escritor ha de ser un «provocador», porque «cuando uno quiere a alguien -explica- es lógico que procure elevarlo y no disminuirlo, abrirle los ojos y no cubrírselos con una venda». Naturalmente, una comunicación de ese tipo exige utilizar un código fácilmente descifrable por el destinatario, de ahí que otro de los rasgos más llamativos de su escritura sea el lenguaje accesible, la sencillez sintáctica y la modalidad expresiva y estilística cercana al registro conversacional. Pero esa sencillez del lenguaje, también lo ha dicho Benedetti muchas veces, no es más que el instrumento de una actitud -lo cual es mucho más que una técnica literaria- cuyos antecedentes remonta el autor hasta esa obsesión por hablar claro que detecta en Antonio Machado y que define como «un modo peculiar y eficacísimo de meterse en honduras y de traernos desde ellas sus convicciones más lúcidas y conmovedoras».

                La lectura de los numerosos artículos y ensayos que Benedetti ha publicado a lo largo de treinta años, da pruebas suficientes de cuál es la finalidad de ese instrumento, es decir, de la comunicación de qué contenidos, de qué honduras, interesa preocuparse. Pero, como comunicar es también seducir, persuadir, esta escritura comunicante no se limita a dar testimonio de una determinada experiencia, sino que, a mi juicio, se sustenta precisamente en la voluntad de crear las condiciones artísticas necesarias para que en el lector se reproduzca esa experiencia narrada por el escritor. Algo que Benedetti ha defendido siempre es que un escritor no termina en su obra, sino en sus actitudes, naturalmente porque él está moralmente capacitado para hacerlo. Sin duda esta circunstancia -el respaldo vital de la obra literaria- es otra de las características que podríamos incluir entre los elementos constitutivos del éxito del autor, indiscutible casi desde sus comienzos.

                Por eso ya en ensayos tempranos como Ideas y actitudes en circulación (1963), Benedetti exponía algo así como un programa contra la literatura falluta (hipócrita, tramposa, servil), que establece la honestidad y la consecuencia como condiciones imprescindibles de la literatura comunicante. Por una parte, porque la única autoridad para ejemplarizar y movilizar a través de la comunicación de determinados mensajes -objetivo del esfuerzo estético- se la da al escritor una actitud que reafirme sus planteamientos escritos, y no que los contradiga en la práctica; por otra parte, porque sólo a partir de la propia experiencia, de las propias dudas y certezas más sinceras, puede disponer el autor de un registro que no suene escandalosamente a falso y que sea capaz de interesar a un lector que quizá se hace las mismas preguntas o trata de explicarse los mismos enigmas.

                Estos mismos temas centran muchas de las reflexiones de los ensayos de Benedetti, en los que analiza las relaciones entre acción y creación literaria, estudia las posibilidades y la utilidad de estrechar los vínculos con el lector, y se plantea inquietudes relacionadas no sólo con el hacer, sino sobre todo con el querer hacer del escritor, con sus intenciones. Éstas, según sugieren sus textos, están relacionadas con la práctica de un tipo de comunicación en la que el escritor debe enfrentar una doble responsabilidad: la artística, es decir, el compromiso con la calidad estética de su obra, por un lado, y por otro, inseparable, la responsabilidad que conlleva la presencia ineludible del prójimo y el compromiso que voluntariamente ha contraído con él, en el que se reafirma a menudo, por ejemplo, con versos como éstos:

me consta y sé

nunca lo olvido

que mi destino fértil voluntario

es convertirme en ojos boca manos

para otras manos bocas y miradas

                 Esta intención confesada de ser voz, pero además intentar ser portavoz, se traduce en la puesta en práctica de un registro de escritura que activa la complicidad (otra de las nociones fundamentales de la poética de Benedetti), estrategia que permite al lector descifrar un guiño, reconocer indicios de afinidad, y así, iniciar o consolidar un vínculo afectivo con la obra. Ahí empezaría lo fundamental, pues ya en un ensayo de 1967 sobre Rubén Darío, nuestro autor planteaba que la prueba infalible que permite reconocer a los grandes creadores es que éstos «nos conmueven, en el intelecto o en la entraña, y, al conmovernos, nos cambian, nos transforman», aclarando así de qué comunicación nos habla y de qué honduras interesa ocuparse. Parece claro: la capacidad de acción de la creación literaria depende de su capacidad de persuasión y la comunicación se establece para la «transformación» del lector. Para Benedetti, la acción (que sobre todo es acción mental) está provocada por una obra que formula preguntas, siembra dudas y moviliza rebeldías; esa acción mental, dice, «puede suponer el desenlace de la contradicción interna, la solución de la controversia, un paso al frente, o hacia atrás, pero siempre un movimiento decisivo», porque gracias a ella se comprueba la validez o la caducidad de los presupuestos mentales, de las opiniones, de los principios. Y esa acción es también un modo muy efectivo de seducción artística, porque el lector no puede más que sentirse atraído por algo que lo ayuda a definirse mejor. «Esa extraña operación de franqueza -intuye- tiene, indudablemente, un atractivo muy particular para el lector, y no creo que aquí pesen los tan comunes ingredientes de una enfermiza, escudriñante curiosidad: no, simplemente se trata del interés que despierta toda experiencia humana auténtica. Hay un lector que de algún modo se inscribe como testigo, como destinatario, como interlocutor».

                Creo que la confluencia en ese punto de todas las vertientes de su obra es lo que hace de Benedetti un autor comprometido, sin duda, pero sobre todo comprometedor. Quiero decir: su obra consigue establecer una situación interpretativa en la que el registro utilizado elimina las distancias e invita al lector a sentirse destinatario y conmovido por un mensaje para el que se produce una inmediata atribución de significados personales; un mensaje que lo compromete por entero, «en el intelecto y en la entraña», como diría él, porque el ejercicio de su lectura no sólo pone al lector en comunicación con el autor, sino especialmente consigo mismo. Y conviene recordar al respecto que esa noción de compromiso adquiere en la obra de Benedetti proporciones muy amplias, que abarcan desde el significado más estrictamente político hasta el sentido más «elemental»; es decir, el compromiso entendido básicamente como la voluntad de cumplir y exigir cumplimiento de la palabra dada; el compromiso entendido como deseo de rescatar lo auténtico, oculto a veces bajo diferentes formas de estafa oficial o individual, porque también el propio individuo con demasiada frecuencia se estafa a sí mismo. En resumen: el compromiso -ese «convaleciente»- se traduce en la obra de Benedetti como «un estado de ánimo» y se ofrece como antídoto contra la instalación del engaño, la frivolidad y la hipocresía en zonas de importancia vital. Por eso su lección de autenticidad se aplica, por supuesto, a lo político y lo social, pero se concreta también, o sobre todo, en la intimidad del ser humano. Surgen entonces los poemas de amor con trasfondo político y esos otros poemas tan característicos, de un fuerte contenido político, pero que también acaban siendo canciones de amor. Sobre estas confluencias bromea (pero opina) el autor:

<No creo que haya en esto una contradicción, porque la política es también una forma del amor (aunque no viceversa). Hay que aventar cierta mentirosa imagen que suele presentar al luchador político como un ser tan riguroso en su disciplina, que es incapaz de amar como cualquier hijo de vecina, e incluso a la hija del vecino, sobre todo si está bien de piernas e ideología. El amor no es un artículo suntuario, sino una necesidad vital del ser humano. Y no pensamos avergonzarnos de semejante realismo.>

                De semejante realismo surgen también algunas de las más hondas preguntas de Benedetti, al azar, al lector o a sí mismo; otros temas, como la reivindicación del optimismo, las diferentes Terapias propuestas contra la tentación del precipicio, la invitación a rescatar de la clandestinidad esa «vieja costumbre de sentir» (otro de los derechos humanos fundamentales, recuerda el autor), y otros muchos temas de difícil clasificación, que responden también a los presupuestos de una práctica literaria donde todo parece confluir hacia el reclutamiento del prójimo-lector para un nuevo humanismo practicado sin rubores, por el que, además de una ideología aceptable, se pueda obtener conciencia, sensibilidad y osadía suficientes para responder ante cada coyuntura de la realidad con un sentido más lúcido y más vital de lo que ocurre. Es lo que él llamó «la reforma anímica (o sea, del ánimo y del ánima)».

                El poder de seducción que ejerce sobre sus lectores esta escritura comunicante a través del fondo de verdad emocional de sus personajes, de las preguntas que a menudo plantean sus versos y de la hondura de sus reflexiones, da como resultado una resonancia que anula distancias geográficas o generacionales. La obra de Benedetti es esencialmente uruguaya, montevideana, sí, pero no sólo es eso: ha logrado universalizar la experiencia de un tiempo y un lugar específicos, partiendo quizá de sus prójimos más próximos, pero ahondando, con la destreza de quien sabe hacer que nada humano le sea ajeno, en las preguntas que a todos nos aluden y en los enigmas que a todos nos conciernen: el amor, el dolor, el miedo, la alegría, el odio, la envidia, la amistad, la soledad, la plenitud, el tedio. Por eso Benedetti es de los autores más leídos en todos los países de nuestro idioma, además de en innumerables traducciones: su obra recorre todas las edades humanas, y ningún sentimiento ni circunstancia son extraños al poder de su escritura. «Ha escrito lo que muchos sentíamos que necesitaba ser escrito -resume José Emilio Pacheco-, de ahí la respuesta excepcional y acaso irrepetible despertada por sus libros».”