29 de des. 2014

Concert d'Any Nou de l'Agrupació Musical de Cerdanyola


El proper diumenge, quatre de gener de 2015, l'Agrupació Musical de Cerdanyola del Vallès oferirà un concert per celebrar l'entrada de l'any. 

La Coral, dirigida per Manel Cubelles,  interpretarà nadales. I la Banda, sota la direcció de Gerard Pastor, tocarà valsos i polques vienesos. 

El concert tindrà lloc al  Teatre Ateneu, a les 18.30 hores, i l’entrada es gratuïta.

28 de des. 2014

sopar Vespres Literaris


Ahir, al capvespre, els companys de Vespres Literaris vam celebrar el tradicional sopar que sempre fem per aquestes dates  en un marc incomparable.

Mostrem fotografies del lloc (lamentem no poder mostrar imatges del desenvolupament de la vetllada perquè se’ns va oblidar recarregar la bateria de la càmera ....)


Després del sopar, no van faltar els regals i els bons desitjos. L'acte va estar amenitzat pel showman J.A.V.



el showman J.A.V.
en una fotografía promocional

27 de des. 2014

la abuela Hanna

“Abrió cuidadosamente el cajón para volver a poner el viejo álbum en su sitio. Encontró un impedimento y tardó un poco en darse cuenta de lo que era: bajo el papel floreado con que su madre había forrado hacia años los cajones, había todavía una fotografía, con su cristal y su marco. ¡La abuela! […]

-¡Qué cosa más rara!, ¿por qué quitaría mi padre de ahí a la abuela? ¿Sería por antipatía?
¡Pero, no, no podía ser!
-Bueno, ¿y yo qué sé? ¿Qué se sabe de los padres?, ¿y de los hijos?
-En fin, ¿y qué importancia tiene? ¿Por qué ha de sentirse como una carencia el no recordar y el no haber comprendido? Y, sin embargo, lo siento en mí como un hueco que hay que llenar. Como si yo no hubiese tenido niñez, como si lo ocurrido no hubiese ocurrido. […]

Anna subió despacio la escalera, hacia su vieja habitación infantil, se echó sobre la cama, sintió el cansancio que la llenaba. Al borde mismo del sueño, de pronto se dio cuenta de haber hecho un descubrimiento importante: a lo mejor lo que le ocurría era que tenía muy pocos recuerdos de infancia, porque lo que ella había vivido no era más que una descripción, un relato en el que no le era posible reconocerse realmente. […]

Anna saco las bolitas de canela del horno. La desesperación que la invadía llego a ser insoportable. Era espantoso, tanta descarada jactancia, aquel cerebro en disolución que vomitaba recuerdos inconexos.
¿Y serían recuerdos después de todo? A lo mejor no eran más que menturas que habían ido creciendo y complicándose con el paso de los años.
-No quiero envejecer, se dijo, Y al servir el café en las tazas, pensó: -¿Cómo será posible que yo llegue a ser así? […]

Hanna Broman. ¿Quién fuiste? […] De pronto Anna oye una pregunta. Es la niña que dice:           - ¿Por qué no es una abuela como las de verdad?, ¿una abuela de esas de sentarse en sus rodillas y contar cuentos? Y la voz de su madre: -Es que es vieja y está muy trabajada, Anna. Ya está un poco cansada de tanto niño. Y en su vida nunca ha tenido tiempo para cuentos de hadas. […]

—A ti lo que te pasaba —le dijo Anna a la foto - es que eras demasiado práctica.
A lo mejor me equivoco, pensó, apartando la vista de la foto y mirando al mar por la ventana abierta.
Sus ojos buscaron un largo trecho que pasaba por delante de las casitas, donde vivía la nueva gente anónima, tabiques de madera por medio, y sin apenas conocerse entre sí, ni de nombre siquiera. A lo mejor lo que les pasaba a las dos mujeres era que sentían una triste añoranza de la aldea de la que procedían. Y que trataban de recrear ese vínculo, esa sensación de la aldea perdida desde que vivían en la gran ciudad. […]

Anna se acordó de pronto: Es un recuerdo clarísimo, se dijo, sorprendida. En tomo a la mesa de la comida dominical se oían voces inquisitivas que se cebaban en lo que decía la maestra del pueblo de que Anna era una chica muy dotada.
-¿Dotada?, ¡pero si aún es muy joven!
La maestra se refería a sus estudios. Y la abuela, oyéndolo, se reía y se sonrojaba, encontraba que no era propio decir cosas así. Dirigió una larga mirada a la niña, diciéndole:
— ¡Para lo que te va a servir!, ¡tampoco tú escapará, por mucho que te envanezcas!
Posiblemente fueran estás palabras las que decidieron el porvenir de Anna, porque eso de        -después de todo no es más que, una chica- despertaba la ira de su padre, que no quería reconocer lo mucho que le fastidiaba que su único vástago fuese hembra.
— Anna tendrá que decidir por sí misma. Si quiere estudiar, habrá que permitírselo.
¿Cómo olvidar ese domingo, esa conversación?», pensaba Anna, volviendo a la cama y mirando de nuevo la fotografía.
—Te equivocaste, vieja bruja —dijo —. Estudié, ¡vaya si estudié!, y me examiné y todo, y tuve éxito, y me moví por el mundo, y de una forma que tu ni podrías soñar.
Y también me envanecí, como solías decir, como solían decir todos. Y, por lo que a ti respecta, tú, vieja bruja, te convertiste en un fósil, en un residuo primitivo, en un resto de un tiempo desaparecido. Te excluí de mi vida, y te convertiste en el recuerdo penoso de un origen del que me avergonzaba.
Esa es la razón de que nunca llegase a conocerte,  y de que ahora no me queden recuerdos de ti. Pero también es ésa la razón de que tu foto me hable con tanta fuerza. Y es que me dice con completa claridad que también tú, sí, tú, fuiste una chica muy dotada.

Tus prejuicios eran distintos de los míos, eso es bien cierto. Pero a veces tenías razón, y sobre todo cuando decías que tampoco conseguiría yo escapar a mi suerte por mucho que lo intentase. Incluso a mí me esperaba eso: una vida de mujer.”

Las hijas de Hanna
Marianne Fredriksson

24 de des. 2014

tierra blanca donde no existe el tiempo


“Su mente estaba clara como un día de invierno, un día tan silencioso y sin sombras como cuando acaba de caer la nieve. Penetraban en ella ruidos estridentes, estrépito de cacharros y gritos. Y esto la asustaba. Era como el llanto de la cama contigua, que rasgaba la blancura.
Eran muchos los que lloraban donde estaba ella.
Hacía cuatro años que había perdido la memoria  Y apenas unos años que había perdido las palabras. Y ahora veía y oía, pero sin poner nombres a las cosas ni a las personas, con lo cual éstas y aquéllas perdían sentido.
Acababa de llegar a la tierra blanca donde no existe el tiempo. No sabía dónde estaba su cama o cuantos años tenía. Pero encontró una manera nueva de comportarse y de apelar a la compasión con humildes sonrisas. Como una niña. Y, también como los niños, era muy sensible a los sentimientos, a todo cuanto vibra sin palabras entre las personas.
Se daba perfecta cuenta de que iba a morir. Y esto era en ella una consciencia, no una idea.
Eran sus parientes quienes la sostenían.
Su marido venía a verla a diario. Y, con él, su falta de palabras no le impedía establecer contacte. Su marido tenía más de noventa años, de modo que también él estaba llegando al límite. Pero él no quería, no quería morir, ni pensarlo. Como siempre había sabido ejercer un firme dominio de su propia vida y de la de ella, libraba ahora una dura lucha contra lo inevitable. Le daba masaje en la espalda, le doblaba y estiraba las rodillas, le leía en voz alta el periódico del día. Y ella no tenía nada que oponer. Su relación había sido larga y compleja.
Lo peor, sin embargo, era cuando iba a verla su hija, la que vivía lejos, en otra ciudad. La vieja, que no tenía idea del tiempo y la distancia, se llenaba de desasosiego en vísperas de esa visita. Era como si, al amanecer, al despertar, presintiera la llegada del coche que se comía los kilómetros, y de la mujer que iba al volante y abrigaba una absurda esperanza.”

Las hijas de Hanna

Marianne Fredriksson

19 de des. 2014

revista laye

Portada último número revista
Laye, 1954
La revista "Laye" (1950-1954) está considerada como el punto de partida del grupo barcelonés de la generación de los 50.  Esta revista brindó conciencia estética y civil a una serie de jóvenes universitarios que se convirtieron con los años en figuras destacadas de la cultura española: Josep M. Castellet, Jaime Gil de Biedma, Juan y José Agustín Goytisolo, Gabriel Ferrater y Joan Ferraté, Manuel Sacristán, Carlos Barral, etc. y que le dieron un aire de publicación independiente y crítica, con largos ensayos sobre pintura, literatura y filosofía. 

Los primeros números tenían un formato grande y se editaban como boletines de la Asociación del Colegio de Licenciados y Doctores. A partir del número 9 se convirtió en una nueva revista de contenido más teórico, más intelectual y en este cambio, la función de Manuel Sacristán fue decisiva. Consiguieron editar una revista sólida, que por depender de un órgano de la Delegación Nacional de Educación no pasaba censura. Sin embargo, se produjeron las protestas del Obispado tras la salida del primer número, calificando a dos de sus redactores, Ferrater y Sacristán, de existencialistas y volterianos. Se editaron 24 números, en el último, cuando sus editores sabían que era inevitable su desaparición, en la portada dibujaron una larga franja mortuoria con una cita de Garcilaso: “Sufriendo aquello que decir no puedo”




Contra la ley mordaza, mañana sábado 20 de diciembre, a las 12 horas, concentración  en la Plaça de l’Universitat.

18 de des. 2014

el somni de nadal


El companys del Grup Artístic Teatral , GAT,  posen en escena al Teatre de l’Ateneu, el dissabte 20 de desembre, a les 17.30 hores, i el diumenge 21 de desembre, a les 11.30 hores, la tradicional obra de teatre nadalenca: Somni d'una Nit. Els Pastorets. Amb guió,  adaptat de de l'original de Josep M. Folch i Torres,   i direcció de Francesc Vilaró.

Molta merda, amics!!!!!




dalsland


Dalsland és una de les tradicionals províncies sueques. Té una baixa densitat de població, al voltant de 14 habitants per km². Dalsland  vol dir "terra de la vall". De la seva superfície total, al voltant de 450 km² és aigua, i el llac Vänern, que pertany a la província,  és el més gran de Suècia. Des de les ribes del Vänern es pot navegar a través dels sistemes fluvials fins al mític llac Stora Li . Stora Li té una longitud de 66 quilòmetres, dels quals 37 quilòmetres es troben dins Dalsland.


Algú ha descrit Dalsland com un tresor de Escandinàvia. Es troba enmig de una natura de gran bellesa, envoltat de aigües blaves i verdes. En Dalsland sempre som  prop d'aigua, els boscos i la terra. 




16 de des. 2014

tardor solidaria


La III Tardor Solidaria de Cerdanyola del Vallès tindrà lloc el proper dissabte 20 de desembre de 2014,  10:30 a 14:00 hores, en el  Parc de Nadal de Can Xarau

Aquest any ens proposen:

“Al llarg de tot el matí es podrà visitar la Mostra d’entitats de solidaritat i cooperació i conèixer els projectes de desenvolupament que es realitzen des de Cerdanyola arreu del món. També podreu col·laborar amb el projecte d'ADIA a Etiòpia comprant al VIè Mercat solidari de Tardor. Els més joves podreu participar al taller de rangolis de la Fundació Vicente Ferrer o al de mandales de Turó Solidari, o jugar una partida d'scrabble solidari amb els membres de Sonrisas de Bombay.

També podreu col·laborar en l'elaboració de la pancarta solidària "Cerdanyola per la Vida", que dinamitzarà l'artista local Marutxi Beaumont amb la col·laboració de l'Associació d'Artistes Plàstics i que serà aixecada pels Castellers de la ciutat per posar fi a la jornada solidària.

Recordeu que podreu tastar el nou cafè de comerç just de la ciutat, el Cafè Cerdanyola, que a partir d'aquesta jornada es posarà per primer cop a la venda en diferents establiments de la ciutat.

Finalment, us informem que posarem a la vostra disposició fins el proper dia de Reis la carpa "Cafè Solidari", que en col·laboració amb la Taula local del Tercer Sector Social i amb la campanya "Una nit d’il·lusió per a tothom", us proposa dipositar la vostra ajuda solidària a favor dels conciutadans amb més necessitats en forma d'aliments (prioritàriament conserves, llet, brou, oli o productes infantils) i de joguines a canvi d'un cafè Cerdanyola de comerç just.”



PROGRAMA:

de 10.30 a 11.30 hores
Benvinguda i presentació a càrrec del alumnes del Programa municipal d'Acollida.
Músiques del món a càrrec d'Eddie Rocksteady
Conta contes dels alumnes nouvinguts de l'Escola d’Adults l’Alzina
Músiques del Món, amb la col·laboració de l'Escola de Música     Aulos
de 11.30 a 12 hores
Presentació del Cafè Cerdanyola a càrrec de l'Aleix Rengel, padrí de la iniciativa de comerç just
Músiques del món, amb la col·laboració d'Amnistia Internacional

de 12 a 14 hores
Lectura del Manifest “Ciutats per la vida, contra la pena de mort" d'Amnistia Internacional
Músiques del món a càrrec de la Coral Vols de sons
Conta contes, amb la col·laboració dels alumnes nouvinguts de Creu Roja
Músiques del món a càrrec de Nalle Club
Poemes migratoris, de Miguel Melo
Músiques del món, amb la Coral Veus sense fronteras
Músiques del món a càrrec de Javier Morán

14 hores
Castell “Ciutats per la vida”, amb la col·laboració dels Castellers de Cerdanyola


14 de des. 2014

el llibre del mes

Estocolm, anys 20 del segle passat

“…Sobre els pecats de les mares, la Bíblia no diu absolutament res, per més que s’ha de reconèixer que tenen més importància que els dels pares. Les mares transmeten models arcaics a les seves filles, i elles, al seu torn, també tenen filles, i aquestes filles…”
Marianne Fredrikson



Estem llegint... “Les filles de Hanna”

11 de des. 2014

s'acosta el final del cas


“-¿Cuándo supo usted que había descubierto de qué eran las inyecciones?
-Una noche, yo estaba aquí, leyendo. No le había acompañado al ensayo, como acostumbraba. Era penoso oír aquella música discordante, aquellas entradas a destiempo, y saber que yo era la causante, tan cierto como si le hubiera quitado la batuta de la mano y la hubiera sacudido en el aire a mi capricho. - Calló, como si escuchara las disonancias de aquellos ensayos.
Yo estaba aquí, leyendo, o tratando de leer, cuando oí... - Levantó la mirada al pronunciar esta palabra y dijo, como la actriz que recita un aparte en el escenario-: Dios, y qué difícil es evitar esta palabra – y volvió a meterse en su papel-. Era temprano, había vuelto temprano del teatro. Le oí venir por el pasillo y abrir esa puerta. Todavía tenía puesto el abrigo y llevaba la partitura de La Traviata. Era una de sus óperas favoritas. Le encantaba dirigirla. Entró y se quedó ahí de pie, sí, ahí - señalaba un lugar en el que ya no había nadie-. Me miró y me preguntó: “Has sido tú, ¿verdad?” -Ella miraba la puerta, esperando volver a oír las palabras.
-¿Y usted le contestó?
-Era lo menos que le debía, ¿no le parece? -preguntó con voz serena y razonable-. Le dije que sí, que se lo había hecho yo.
-¿Y él qué dijo?
-Nada. Se fue. No de la casa, sólo de la habitación. A partir de entonces nos las arreglamos para no volver a vernos hasta el día de la prima.
-¿No la amenazó? ¿No dijo que la denunciaría a la policía? ¿Que se lo haría pagar?
Ella parecía realmente sorprendida por la pregunta.
-¿De qué hubiera servido? Si ha hablado con el médico, debe de saber que el daño es permanente. Ni la policía ni nadie podían devolverle el oído. En cuanto a hacérmelo pagar... -Se interrumpió para encender otro cigarrillo-. Eso sólo podía conseguirlo haciendo lo que hizo.
-¿Y qué hizo? -preguntó Brunetti.
Ella le reprendió entonces abiertamente:
-Si sabe usted tanto como parece, también sabrá esto.
El comisario sostuvo la mirada de la mujer, con gesto inexpresivo.
-Tengo todavía dos preguntas para usted, signora. La primera es una pregunta sincera, que hago por ignorancia. La segunda es más simple, y ya creo saber la respuesta.
-Entonces empiece por la segunda.
-Se refiere a su marido. ¿Por qué iba a querer hacérselo pagar de esa manera?
-¿Quiere decir haciendo que pareciera que lo había matado yo?
-Sí.
Él observaba  sus esfuerzos por explicarse, veía cómo las palabras empezaban a formarse, para desvanecerse enseguida, olvidadas. Por fin, dijo en voz baja:
-Él se consideraba por encima de la ley, la ley que todos los demás debíamos acatar. Supongo que creía que su genio le daba este derecho. Y Dios sabe que todos le animábamos a creerlo así. Hicimos de él un dios de la música al que adorábamos de rodillas. - Se interrumpió y le miró-. Perdone, no estoy contestando su pregunta. Usted quiere saber si él era capaz de hacer que pareciera que yo era la responsable. Pero, ya ve - dijo levantando las manos hacia él, como si tratara de extraerle comprensión-, yo era realmente responsable. Él tenía derecho a hacerme eso. Hubiera sido menos horrible si yo le hubiese matado con mis propias manos; eso hubiera dejado la leyenda intacta. -Dejó de hablar, pero Brunetti no dijo nada.
Estoy tratando de decirle cómo lo veía él. Yo lo conocía bien, sabía lo que sentía, lo que pensaba. -Hizo otra pausa y prosiguió con el intento de hacerle comprender-. Cuando murió, me di cuenta de cuál había sido su intención al pedirme que subiera al camerino; pero, aunque parezca extraño, entonces me pareció, y sigue pareciéndomelo ahora, que tenía derecho a hacerlo, a castigarme. En cierto modo, él era su música. Y yo, en lugar de matarlo a él, había matado su música. Había matado su genio. Lo comprendí durante los ensayos, cuando le veía mirar por encima de esas gafas, tratando de oír por el inútil audífono lo que estaba haciendo con la música. Y no lo oía. No lo oía. - Sacudió la cabeza ante algo que no comprendía-. Pero no hacía falta que me castigara él, señor Brunetti. Ya he sido castigada. He vivido en el infierno.”

Muerte en la Fenice
Donna Leon


9 de des. 2014

siete razones para amar a Carvalho

Manuel Vázquez Montalbán
Primera:
Gran gourmet. Gran cocinero. Gran crítico. “Sherlock Holmes tocaba el violín. Yo cocino” Como su creador, Carvalho vive para comer (entre otras cosas). Cocina y come y bebe a lo grande, con estilo, con interés de verdadero apasionado. Su ayudante Biscuter no le va a la zaga. Es grandioso ver cómo comen, atender a las descripciones de los platos y las recetas. Como me decía Montse Clavé, autora de Manual de cocina negra y criminal, “las recetas de Carvalho se pueden hacer tal cual vienen en las historias”. Pero es todavía mejor cuando algo no le gusta. Todavía recuerdo su devastadora opinión destrozando una supuesta paella mal hecha y peor servida en El delantero fue asesinado al atardecer. Y eso por no hablar del repaso a la cocina Mediterránea que da en Milenio Carvalho .

Segunda:
Excepcional viajero. Cronista de excepción. “¿Hacemos turismo o viajamos, jefe? Viajamos, Biscuter, viajamos”. Tras pasar por Las Vegas, Amsterdam, Madrid o Buenos Aires, es en Milenio Carvalho cuando nuestro detective se lanza a una desenfrenada vuelta al mundo y se convierte, con su inseparable Biscuter, en el perfecto guía de viaje, que no turístico. Su descripción de los lugares que visita es deliciosa, su lucidez a la hora de analizar los problemas de los sitios por los que pasa es pasmosa. Como había hecho antes a lo largo de todas sus novelas, Montalbán utiliza a Carvalho para dar una visión desgarradora de los males que machacan este mundo. Releer ahora el paso de Carvalho y Biscuter por la Sicilia de principios de siglo XXI con los inmigrantes muriendo igual en las playas de Lampedusa da escalofríos. Su capacidad para analizar lo que le rodea, demostrada de sobra por ejemplo en El premio y su relato de los últimos tiempos del gobierno de Felipe González, alcanza grandes dimensiones cuando analiza la contaminación del planeta o el conflicto árabe israelí. Y siempre con la mirada afilada y la media sonrisa de nuestro querido Carvalho.

Tercera:
Lacónico, irónico y lúcido. Carvalho no habla mucho, gran virtud, pero suele cuando habla es para decir algo consistente. Los libros están llenos de frases y reflexiones memorables. He elegido una de Asesinato en el Comité Central:
“Estoy cansado de viajar. Conozco Barcelona palmo a palmo y a pesar de eso a veces me resulta insoportable. Imagínese moviéndome por Madrid, una ciudad llena de rascacielos, funcionarios del ex régimen y ex funcionarios del régimen. Yo soy apolítico, que quede claro. Pero no soporto los bigotillos que llevan los funcionarios del ex régimen y los ex funcionarios del régimen”.

Cuarta:
Ama Barcelona y nos ha hecho amarla. ¿Y eso es una razón para amarlo? Pues sí, claro. Porque su relación con “una ciudad que ya no existe” con un barrio chino que desaparece para dejar sitio a la Barcelona de los Juegos del 92 es una relación casi mitológica y extraordinaria. Como dice Paco Camarasa en el prólogo de Huidas, uno de los tomos recopilatorios con los que Planeta ha recuperado con tanto acierto los libros de Carvalho: “De nuevo Barcelona y sus distintas Barcelonas. Una ciudad real y evocada pero que no produce en Vázquez Montalbán una novela localista ni costumbrista. Hoy esa Barcelona no existe físicamente, pero la podemos vivir, oler, caminar, oír, beber, tararear a través de las páginas de Tatuaje, Los mares del sur o El balneario”.



Quinta:
Quema libros. Un gesto extraño de resonancias horribles pero que en Carvalho es inevitable, necesario y hasta ilustrador. Empezó a quemarlos cuando vio que se veía superado por su posesión, por su acumulación. Carvalho es un sabio y lo demuestra cada vez que quema un libro, o varios, y habla de ellos o lee una página cualquiera. Tiene una cultura inmensa y hace gala de ella. 

Sexta:
 Grandes amigos. Uno es la medida de quienes le rodean. Y en el caso de Carvalho la cosa no puede resultar mejor. Los personajes secundarios son deliciosos y están a su altura.
- Josep Plegamans Betriu, Biscuter. Su ayudante y fiel compañero. Rescatado de la cárcel y salvado de una violación en 1974 por Carvalho y otros presos políticos (sí, nuestro amigo fue comunista y pagó por ello), Biscuter es el contrapunto perfecto a su jefe. También gourmet y gran cocinero, es un tipo honesto, práctico, con un ansia desmedida por aprender y leal.
- Charo (la prostituta con la que mantiene una relación discontinua y no exclusiva),  Bromuro (el limpiabotas, antiguo fascista conspiranoico y devoto de Carvalho) y Fuster (diplomático y compañero de orgías alimentarias a horas extrañas) forman un elenco rico, complejo, divertido y a la altura del personaje.

Séptima:
Grandes enemigos. Contreras es un policía trasnochado que cambia de bando, del franquismo a la democracia y la trinchera anticomunista cuando conviene. En su día torturó a Carvalho pero, como se ve en Asesinato en el Comité Central, está lejos de ser un problema para nuestro amado gourmet. Sin embargo, el inspector Lifante es un enemigo grandioso. Semiólogo obseso, admira y persigue a nuestro hombre hasta las últimas consecuencias. Desde su aparición en El delantero fue asesinado al atardecer hasta la detención de Carvalho en Milenio, Lifante nos regala momentos de gloria analítica y más de un diálogo con su contraparte para enmarcar.

por Juan Carlos Galindo
El País, blogs de cultura
18/10/2013

8 de des. 2014

la barcelona de Méndez

Francisco González Ledesma
"El cementerio de Montjuïc no es como el de Pueblo Nuevo, donde aún se conservan lápidas con poesías, estatuas que lloran y muertos que guardan la última factura de su acreedor o la última carta de su amada. El cementerio de Montjuïc está hecho para muertos al por mayor, para muertos industriales. Ya se ha comido la fachada que da al mar, casi se desploma sobre el Estadio Olímpico y acabará comiéndose todos los pinos de la montaña, a menos que los talen antes para hacer un aparcamiento de coches.
Méndez fue al cementerio aquella tarde. Como hacía cada dos meses, quería visitar la tumba del primer hombre al que mató.
Era una tarde de otoño, triste y suave, donde las lápidas parecían recién lavadas por la lluvia, en el tronco de cada ciprés parecía estar grabado el nombre de una mujer que ya se había ido, y el mar tenía un brillo de plata vieja. No era extraño que Méndez visitase la tumba cada dos meses, puesto que el alquiler del nicho lo pagaba él. Era el último deber que creía tener para con el hombre al que había matado. Se plantaba ante la sepultura, hacía como si rezase una oración, saludaba con una suave inclinación y se iba. Méndez hacía eso porque no era partidario del olvido eterno para con los muertos y porque durante algún tiempo había creído que nadie más que él iría a visitar aquella tumba.
Se equivocaba. Había visto allí flores con cierta frecuencia. En teoría, el muerto no tenía a nadie, pero, por lo que parecía, había alguien que todavía se acordaba de él.
Méndez no imaginaba quién podía ser, pero esa tarde tuvo la oportunidad de descubrirlo. Era una mujer joven, casi una muchacha. La vio depositar una rosa como las que Méndez se había encontrado otras veces, hacer un leve gesto con la cabeza y alejarse con paso firme. Ella no vio al policía porque este se había mezclado intencionadamente con un grupo que asistía a un sepelio. Cuando ella hubo doblado la esquina, Méndez volvió sobre sus pasos y regresó junto a la tumba. Sus ojos se clavaron en la lápida, que decía sencillamente: “FERNANDO VEZ”. Nada de fechas o testimonios de cariño. Cosa lógica, después de todo, porque Fernando Vez había sido un atracador de bancos.
Méndez lo recordaba perfectamente: recordaba aquella mañana, a primera hora, cuando las tiendas estaban todavía a medio abrir. Era ya el sexto atraco de Fernando Vez, quien golpe a golpe había conseguido una auténtica fortuna. Pero todas las carreras tienen un final: esta vez estaba acorralado ante la entrada del banco y se disponía a disparar contra la cabeza del rehén. Méndez estaba seguro de que lo haría.
Claro que lo recordaba. Como en un fogonazo, Méndez oyó su propia voz:
— ¡Suéltalo o te mato!
Méndez nunca hablaba en broma, Méndez era de la vieja escuela del gatillo. Adivinó instantáneamente que el atracador había perdido los nervios y que iba a disparar.
¡BANG!

Lo apuntó al hombro derecho. Méndez podía rememorar la escena a pesar de haber pasado tanto tiempo. Pensó que con eso sería suficiente para que soltase el arma. En cambio, no pensó que su viejo revólver tenía demasiado retroceso y se alzaba mucho al disparar, no pensó que siempre se arrepentiría de aquello, no pensó que se estaba haciendo viejo.
La cabeza de Fernando Vez se había abierto en dos mitades. No pudo disparar al rehén, no pudo ni siquiera darse cuenta de que moría. Soltó su arma y cayó como un fardo.
Méndez recordaba haber pensado entonces: “Si no tiene quien lo entierre, yo le pagaré la tumba”.
El inspector se movió ahora, dejando atrás el cortejo fúnebre en que se había amparado, y regresó junto a la tumba donde descansaba la rosa. Al lado mismo había otro nicho con otra lápida. Y esa sí que tenía inscripción: “GUILLERMO SUÁREZ. INSPECTOR DE POLICÍA. MUERTO EN EL CUMPLIMIENTO DEL DEBER”.
Méndez hundió la cabeza.
No todas las cosas que están escritas tienen por qué ser ciertas, ni siquiera las que están escritas en las lápidas. Guillermo Suárez no había muerto exactamente en el cumplimiento de su deber, aunque tampoco eso era mentira. Había muerto al caer de una ventana durante una operación que en principio no entrañaba peligro.
Pero era un buen hombre, era casi un gran hombre. Los ojos de Méndez, que al fin y al cabo era un sentimental sin futuro, se empañaron ligeramente al recordar al compañero más bueno que había conocido.
Volvió de nuevo la cabeza hacia el mar, que seguía teniendo un brillo de plata vieja. Allí estaba el tiempo, el maldito tiempo que nos mira mientras se diluye en el aire. Guillermo Suárez había querido salvar a Fernando Vez cuando este había salido del reformatorio después de un violento robo. “Tú no tienes familia, muchacho, ni tienes quien te eduque; quizá toda tu vida has necesitado un padre”.
Y así fue como Guillermo Suárez quiso cambiar a Fernando Vez y le permitió vivir en su casa. Así fue como lo quiso convertir en un hombre honrado, así fue como pasó el maldito tiempo.
Méndez volvió a hundir la cabeza.
Por eso él había pagado el entierro, por eso había querido que las dos tumbas estuvieran juntas.
Cuando todo aquello pasó, Vez tenía dieciocho años. Suárez tenía cuarenta, y una mujer de la misma edad.
Ahora Méndez no tuvo bastante con hundir la cabeza; tuvo que cerrar los ojos.
En la tumba de Fernando Vez había siempre una rosa. En la de Guillermo Suárez nunca hubo nada, nunca hubo un recuerdo de nadie. Pero lo más trágico no era eso, lo más trágico era que la mujer que regularmente depositaba flores en la tumba de al lado, en la del atracador, era su propia hija.

Los años, los condenados años lo corrompen todo... Méndez llegó hasta el borde del paseo, encima de otro bloque de nichos, y desde arriba, a mucha distancia, sus ojos de águila aún pudieron distinguir a Lorena Suárez, que a la salida del cementerio se introducía en un coche de lujo. Lorena, que apenas tenía edad para conducir, pero que disfrutaba de un piso propio y una vida llena de pequeños lujos.
Los ojos de Méndez se achicaron, se hicieron duros y fríos. En su cabeza apareció surgiendo del pasado el piso pequeño de la calle de Blay, donde había nacido Lorena Suárez. Recordó el pequeño balcón donde había dos geranios, un rayo de luz y un garabato infantil. Rescató la imagen del bueno de Guillermo Suárez, que leía su periódico mientras disfrutaba de ese pequeño haz de alegría que atravesaba los cristales, y la de su mujer, que tenía unos ojos quietos donde se habían ahogado muchas ilusiones.
Pensó en los dormitorios del pequeño piso que él había conocido, la luz quieta, el silencio que se había ido tragando todas las palabras, y las camas que estaban allí para tapar un secreto. Pensó de nuevo en la mujer de Suárez y en las sábanas que lo ocultan todo. Pensó en Fernando Vez, el atracador juvenil que aún no lo tenía todo perdido. “Estás aquí para educarte y convertirte en un hombre, muchacho.”
Pensó de repente en los dos. En Fernando y la mujer. En la quietud de las tardes de descanso en el balcón mientras una muchacha entona una canción, los años descansan en los portales y el sol acaricia las calles con su lengua.
Sí. Pensó de repente en Fernando y la mujer, en la soledad, en la complicidad de los ojos y en la de los sexos.
Méndez tuvo un estremecimiento.
Ahora lo comprendía todo. Lorena Suárez, la que todos creían hija de Guillermo Suárez, era hija biológica de Fernando Vez, y ella lo sabía. La madre también, claro, pero la madre ya estaba muerta. Y también debió descubrirlo en algún momento el desgraciado policía que acabó arrojándose desde una ventana en acto de servicio. Al menos así revistió de dignidad una muerte a la que debió acudir guiado por el dolor y la vergüenza.
Méndez repasó mentalmente los sucesivos atracos del joven después de irse de la casa; el botín que no fue recuperado jamás; la cómoda posición de la que disfrutaba Lorena Suárez. Todo tenía de repente una sórdida lógica. El mundo es de una crueldad infinita, pensó Méndez. Siempre una flor en una tumba y un pedazo de olvido en la otra.”

Peores maneras de morir
Francisco González Ledesma

 Barcelona, 1927. 
Escriptor i periodista especialitzat en novel·la policíaca

6 de des. 2014

estudio en escarlata



Publicada el 1887. És la primera de les quatre novel·les de Conan Doyle protagonitzada pel detectiu Sherlock Holmes, en la qual el personatge és presentat per primera vegada. El seu company, el doctor John Watson, narra la història.


1.  Mr. Sherlock Holmes
“En el año 1878 obtuve el título de doctor en medicina por la Universidad de Londres, asistiendo después en Netley a los cursos que son de rigor antes de ingresar como médico en el ejército. Concluidos allí mis estudios, fui puntualmente destinado al regimiento de Fusileros de Northumberland en calidad de médico ayudante. (…)
Durante meses no se dio un ardite por mi vida, y una vez vuelto al conocimiento de las cosas, e iniciada la convalecencia, me sentí tan extenuado, y con tan pocas fuerzas, que el consejo médico determinó sin más mi inmediato retorno a Inglaterra. Despachado en el transporte militar Orantes, al mes de travesía toqué tierra en Portsmouth, con la salud malparada para siempre y nueve meses de plazo, sufragados por un gobierno paternal, para probar a remediarla.
No tenía en Inglaterra parientes ni amigos, y era, por tanto, libre como una alondra ––es decir, todo lo libre que cabe ser con un ingreso diario de once chelines y medio––.
Hallándome en semejante coyuntura gravité naturalmente hacia Londres, sumidero enorme donde van a dar de manera fatal cuantos desocupados y haraganes contiene el imperio. Permanecí durante algún tiempo en un hotel del Strand, viviendo antes mal que bien, sin ningún proyecto a la vista, y gastando lo poco que tenía, con mayor liberalidad, desde luego, de la que mi posición recomendaba. Tan alarmante se hizo el estado de mis finanzas que pronto caí en la cuenta de que no me quedaban otras alternativas que decir adiós a la metrópoli y emboscarme en el campo, o imprimir un radical cambio a mi modo de vida. Elegido el segundo camino, principié por hacerme a la idea de dejar el hotel, y sentar mis reales en un lugar menos caro y pretencioso.
No había pasado un día desde semejante decisión, cuando, hallándome en el Criterion Bar, alguien me puso la mano en el hombro, mano que al dar media vuelta reconocí como perteneciente al joven Stamford, el antiguo practicante a mis órdenes en el Barts. La vista de una cara amiga en la jungla londinense resulta en verdad de gran consuelo al hombre solitario. En los viejos tiempos no habíamos sido Stamford y yo lo que se dice uña y carne, pero ahora lo acogí con entusiasmo, y él, por su parte, pareció contento de verme. (…)
-        ¿Y qué proyectos tiene?
-        Busco alojamiento ––repuse––. Quiero ver si me las arreglo para vivir a un precio razonable.
-        Cosa extraña ––comentó mi compañero––, es usted la segunda persona que ha empleado esas palabras en el día de hoy.
-        ¿Y quién fue la primera? ––pregunté.
-        Un tipo que está trabajando en el laboratorio de química, en el hospital. Andaba quejándose esta mañana de no tener a nadie con quien compartir ciertas habitaciones que ha encontrado, bonitas a lo que parece, si bien de precio demasiado abultado para su bolsillo.
-        ¡Demonio! ––exclamé––, si realmente está dispuesto a dividir el gasto y las habitaciones, soy el hombre que necesita. Prefiero tener un compañero antes que vivir solo.

El joven Stamford, el vaso en la mano, me miró de forma un tanto extraña.

-        No conoce todavía a Sherlock Holmes ––dijo––, podría llegar a la conclusión de que no es exactamente el tipo de persona que a uno le gustaría tener siempre por vecino.
-        ¿Sí? ¿Qué habla en contra suya?
-        Oh, en ningún momento he sostenido que haya nada contra él. Se trata de un hombre de ideas un tanto peculiares..., un entusiasta de algunas ramas de la ciencia. Hasta donde se me alcanza, no es mala persona.
-        Naturalmente sigue la carrera médica ––inquirí.
-        No... Nada sé de sus proyectos. Creo que anda versado en anatomía, y es un químico de primera clase; pero según mis informes, no ha asistido sistemáticamente a ningún curso de medicina. Persigue en el estudio rutas extremadamente dispares y excéntricas, si bien ha hecho acopio de una cantidad tal y tan desusada de conocimientos, que quedarían atónitos no pocos de sus profesores.
-        ¿Le ha preguntado alguna vez qué se trae entre manos?
-        No; no es hombre que se deje llevar fácilmente a confidencias, aunque puede resultar comunicativo cuando está en vena.
-        Me gustaría conocerle ––dije––. Si he de partir la vivienda con alguien, prefiero que sea persona tranquila y consagrada al estudio. No me siento aún lo bastante fuerte para sufrir mucho alboroto o una excesiva agitación. Afganistán me ha dispensado ambas cosas en grado suficiente para lo que me resta de vida. ¿Cómo podría entrar en contacto con este amigo de usted?
-        Ha de hallarse con seguridad en el laboratorio ––repuso mi compañero––. O se ausenta de él durante semanas, o entra por la mañana para no dejarlo hasta la noche. Si usted quiere, podemos llegarnos allí después del almuerzo.
-        Desde luego ––contesté, y la conversación tiró por otros derroteros.

Una vez fuera de Holborn y rumbo ya al laboratorio, Stamford añadió algunos detalles sobre el caballero que llevaba trazas de convertirse en mi futuro coinquilino.


-        Sepa exculparme si no llega a un acuerdo con él ––dijo––, nuestro trato se reduce a unos cuantos y ocasionales encuentros en el laboratorio. Ha sido usted quien ha propuesto este arreglo, de modo que quedo exento de toda responsabilidad.
-        Si no congeniamos bastará que cada cual siga su camino ––repuse––. Me da la sensación, Stamford –– añadí mirando fijamente a mi compañero––, de que tiene usted razones para querer lavarse las manos en este negocio. ¿Tan formidable es la destemplanza de nuestro hombre? Hable sin reparos.
-        No es cosa sencilla expresar lo inexpresable ––repuso riendo––. Holmes posee un carácter demasiado científico para mi gusto..., un carácter que raya en la frigidez. Me lo figuro ofreciendo a un amigo un pellizco del último alcaloide vegetal, no con malicia, entiéndame, sino por la pura curiosidad de investigar a la menuda sus efectos. Y si he de hacerle justicia, añadiré que en mi opinión lo engulliría él mismo con igual tranquilidad. Se diría que habita en su persona la pasión por el conocimiento detallado y preciso.
-        Encomiable actitud.
-        Y a veces extremosa... Cuando le induce a aporrear con un bastón los cadáveres, en la sala de disección, se pregunta uno si no está revistiendo acaso una forma en exceso peculiar.
-        ¡Aporrear los cadáveres!
-        Sí, a fin de ver hasta qué punto pueden producirse magulladuras en un cuerpo muerto. Lo he contemplado con mis propios ojos.
-        ¿Y dice usted que no estudia medicina?
-        No. Sabe Dios cuál será el objeto de tales investigaciones... Pero ya hemos llegado, y podrá usted formar una opinión sobre el personaje. (…)
-        Ya lo tengo! ¡Ya lo tengo! ––gritó a mi acompañante mientras corría hacia nosotros con un tubo de ensayo en la mano––. He hallado un reactivo que precipita con la hemoglobina y solamente con ella.

El descubrimiento de una mina de oro no habría encendido placer más intenso en aquel rostro.

-        Doctor Watson, el señor Sherlock Holmes ––anunció Stamford a modo de presentación."


Estudio en escarlata (1887)
Primera parte
(Reimpresión de las memorias de John H. Watson,
doctor en medicina y oficial retirado del Cuerpo de Sanidad)
Arthur Conan Doyle
(fragment)

5 de des. 2014

billie holiday a Cerdanyola




El proper dissabte 27 de desembre, a les 18.00 hores i en el teatre Ateneu de Cerdanyola del Vallès, la Companyia d’aquí i de allà, presenta l’espectacle “Oh, la la! (concert en blanc i negre). “Oh,la la....” es un concert-espectacle en homenatge a la cantant de jazz Billie Holiday en el centenari del seu naixement (7 d’abril de 1915).

Crèdits:

Cia. d’aquí i d’allà
Direcció: Carlos Soler
Interprets: Maria Morral, Ester Sánchez i el trio Angue Jazz, format per Rocio Angue Eson, veu, Ignasi Morral, saxo i Ernesto Olivera, piano.
Animació i projeccions: Ramon Gutierrez i Natàlia Sánchez (Taller Escola d’Art)
Organitza: Bambalina


el halcón maltés

“Spade tomó el encendedor de piel de cerdo y níquel que se había caído al suelo, lo hizo funcionar y se puso en pie, con el cigarrillo en una esquina de la boca. Se quitó el pijama. La suave gordura de brazos, piernas y torso, la caída de los hombros poderosos y redondeados, daban a su cuerpo el aspecto de un oso. De un oso afeitado: no crecía vello en el pecho. Tenía la piel suave y rosada de un niño chico.
Se rascó la nuca y comenzó a vestirse. Se puso una combinación de camiseta y calzoncillos, calcetines grises, ligas negras y zapatos color de cuero oscuro. Así que se hubo atado los zapatos, tomó el teléfono, llamó al 4500 de Graystone y pidió un taxi. Se puso luego una camisa blanca con rayas verdes, un blanco cuello blando, una corbata verde, el traje gris que había llevado durante el día, un amplio abrigo de tela esponjosa y un sombrero color gris oscuro. En el momento en que se metía en el bolsillo el tabaco, las llaves y el dinero, sonó el timbre de la puerta.
En el lugar donde Bush Street sirve de techumbre a la Stockton, antes de bajar hacia el Barrio Chino, Spade pagó y despidió el taxi. La niebla nocturna de San Francisco, sutil, pegajosa y penetrante, esfuminaba la calle. A unas yardas de distancia de donde Spade había despedido el taxi, un pequeño grupo de hombres miraba hacia un callejón. Dos mujeres y un hombre estaban parados en la otra acera de Bush Street, mirando también hacia el callejón. Se veían caras en las ventanas.

Spade cruzó la acera sorteando las entradas enrejadas que se abrían sobre escaleras ruines y desnudas, llegó hasta el pretil y, apoyando las manos sobre el húmedo caballete, miró hacia abajo, a la Stockton Street.
Del túnel que tenía a sus pies surgió repentinamente un automóvil, cual ráfaga de estruendos, como si le hubieran disparado, y se alejó veloz. Cerca de la boca del túnel había un hombre hecho un burujo sobre los talones, ante un cartel que anunciaba una película y una marca de gasolina, en el hueco que quedaba entre las casas de dos pisos. El hombre estaba doblado casi hasta el suelo para poder mirar por debajo de la cartelera. Una mano abierta puesta sobre la acera y otra que se agarraba al bastidor verde del anuncio le mantenían en tan grotesca postura forzada, en un extremo del cartel, ojeando por la angostura de pocas pulgadas que quedaba entre el anuncio y el edificio contiguo. La casa del otro lado tenía un muro lateral, gris y sin ventanas que daba al solar de detrás del anuncio. Unas luces parpadeaban en la acera, y unas sombras humanas se movían entre ellas. Spade dejó el pretil y echo a andar Bush Street arriba, hacia el callejón en donde estaba el grupo. Un policía uniformado, que mascaba goma debajo de una placa esmaltada en la que se leía Burritt Street en letras blancas sobre un fondo azul oscuro, extendió el brazo y preguntó:
            -¿Qué busca usted aquí?
            -Soy Sam Spade. Tom Polhaus me ha llamado por teléfono.
            -¡Claro que es usted Spade! -dijo el guardia bajando el brazo-. Así, de golpe, no le reconocí. Bueno, pues allí los tiene usted -añadió señalando con rápido ademán con el pulgar-. Mal asunto.
            -Sí que es malo -dijo Spade al mismo tiempo que echaba a andar por el callejón.


            A medio camino, no lejos de la boca del callejón, estaba parada una ambulancia de color oscuro. Al otro lado de la ambulancia, a la izquierda, el callejón acababa en una valla, formada por listones horizontales sin cepillar, que llegaba hasta la cintura. El callejón descendía en fuerte pendiente desde la valla hasta el cartel de anuncio de la Stockton Street.
El larguero superior de la valla estaba arrancado de uno de los postes y colgaba del que había en el extremo opuesto. Como a cinco yardas de la cima de la pendiente se veía una piedra achatada que sobresalía. En el recoveco que formaba con el piso al salir estaba Miles Archet, caído, de espaldas. Dos hombres se hallaban de pie junto a él. Uno de ellos dejaba caer sobre el muerto el chorrito luminoso de una linterna eléctrica. Otros hombres provistos de luces subían y bajaban la cuesta.
Uno de los hombres le saludó con un “Hola, Sam” y trepó hasta el callejón precedido por su sombra, que corrió delante de él cuesta arriba. Era un tipo barrigudo, alto, de ojillos sagaces, boca de labios gruesos y mejillas en las que azuleaba la barba afeitada con descuido. Tenía manchada de barro oscuro los zapatos, las rodillas, el mentón y las manos.
            -Imaginé que querrías verlo antes que nos lo llevásemos -dijo al salvar la valla rota.
            -Gracias, Tom -dijo Spade-. ¿Qué ha ocurrido?



Apoyó un codo en el poste de la valla y miró hacia los hombres de abajo, devolviendo el saludo a los que le saludaban con la cabeza.

Tom Polhaus se punzó con un sucio dedo la tetilla izquierda y dijo:

            -Le acertaron en el mismo corazón… con esto -y sacó del bolsillo del gabán un revólver chato y se lo alargó a Spade. Tenía barro embutido en todos los entrantes de la superficie-.Un Webley. Es inglés, ¿no?
            Spade quitó el codo del poste y se inclinó para examinar el arma, pero no la tocó:
            -Sí; un revólver Webley-Fosbery, automático. Eso es. Calibre 38, ocho tiros. Ya no los fabrican. ¿Cuántas balas le faltan?
            Tom volvió a pincharse el pecho con el dedo y añadió:
            -Una.
            -Debía de estar muerto cuando rompió la valla. ¿Has visto esto antes? -preguntó alzando el revólver.

            Spade afirmó con la cabeza y dijo sin mostrar interés:
            -He visto revólveres Webley-Fosbery.
            Y luego dijo, hablando rápidamente:
            -Le mataron aquí ¿eh? Estaba de espaldas a la valla, en donde estás tú ahora. El que le disparó estaba aquí -pasó por delante de Tom, dando la vuelta, y alzó una mano a la altura del pecho con el brazo extendido y el dedo índice apuntando-: hace fuego contra él y Miles cae contra la valla, se lleva la parte superior al caer a través de ella y rueda por la cuesta hasta que esa piedra lo detiene. ¿Fue así?
            -Así fue -Tom respondió muy despacio, juntando las cejas-: el fogonazo le chamuscó el abrigo.
            -¿Quién lo encontró?
            -El guardia de ronda, Shilling. Bajaba por Bush Street y en el momento en que llegó a este lugar un automóvil viró y arrojó hasta aquí la luz de los faros. Shilling vio rota la valla, subió para investigar y le encontró.
            -¿Y el coche que dio la vuelta?
            -No sabemos nada de él, Sam. Shilling no le prestó atención, pues no sabía que hubiese ocurrido algo. Dice que por aquí no pudo salir nadie mientras él bajaba de Powell, pues le hubiera visto. La otra salida es por debajo del anuncio de Stockton. Nadie pasó por allí. La niebla ha embarrado el piso y las únicas señales que hay son las hechas por Miles al caer y por el revólver al rodar.
            -¿Nadie oyó el tiro?
            -¡Por el amor de Dios, Sam! ¡Acabamos de llegar! Alguien tiene que haber oído el disparo. Ya lo encontraremos.
            Dio media vuelta y pasó una pierna por encima de la valla:
            -¿Bajas para verlo antes de que se lo lleven?
            -No -dijo Spade.
            -Tom, a caballo sobre la valla, se detuvo y miró a Spade con ojuelos de extrañeza.
            -Ya lo has visto tú -dijo Spade-. Todo lo que yo pudiera descubrir ya lo habrás visto.
            Sin dejar de mirar a Spade, Tom asintió con expresión de duda y pasó de nuevo la pierna por encima de la valla, en dirección contraria.
            -Miles llevaba su revólver en la pistolera de la cadera -dijo-. No ha sido disparado. Tenía abrochado el abrigo. Llevaba encima ciento sesenta y tanto dólares. ¿Estaba trabajando en algo?
            Spade vaciló un momento y asintió.
            -¿Bien? -preguntó Tom.
            -Estaba siguiendo a un sujeto llamado Floyd Thursby -dijo Spade; y describió a Thursby tal y como miss Wonderly se lo había descrito a él.
            -¿Por qué
            Spade metió las manos en los bolsillos del abrigo y miró a Tom, guiñando los ojos soñolientos.         
            -¿Por qué? -repitió Tom impacientemente.
            -Es un inglés, quizá. No sé exactamente qué se trae entre manos. Estábamos tratando de averiguar en dónde vive.
            Spade sonrió ligeramente y sacó una mano del bolsillo para dar una palmada sobre el hombro de Tom:
            -No me apures -dijo, y volvió a meter la mano en el bolsillo-. Voy a darle la noticia a la mujer de Miles.
            Se dio la vuelta. Tom, con gesto de mal humor, abrió la boca, la cerró sin hablar, carraspeó, borró de la cara el malhumorado gesto y dijo con una especie de ronca dulzura:
            -Es triste que lo mataran así. Miles tenía defectos, como todos los tenemos, pero seguro que también tendría cualidades.
            -Seguro que sí -asintió Spade en un tono de voz que no quería decir absolutamente nada, y salió del callejón.

            Spade utilizó un teléfono de un drugstore que permanecía abierto toda la noche en la esquina de las calles Bush y Taylor.
            -Preciosa -dijo un poco después de lograr la comunicación-, a Miles le han pegado un tiro… Sí, sí, está muerto… Bueno, no te excites… Sí… Tendrás que darle a Iva la noticia… No, no; antes me aspan. Lo tienes que hacer tú… Buena chica… Y no la dejes que vaya por la oficina… Dile que la veré, en cualquier momento… Sí, pero no me comprometas a nada… Eso es. Eres un ángel. Adiós.
            El despertador barato marcaba las tres y cuarenta cuando Spade volvió a encender el globo suspendido del techo. Dejó caer el abrigo y el sombrero, fue a la cocina y regresó a la alcoba con un vaso y una botella grande de Bacardí. Se sirvió una copa y se la bebió de pie. Dejó la botella y el vaso sobre la mesa, se sentó en la cama mirando hacia ellos y lió un cigarro.
            Se había bebido ya el tercer vaso de Bacardí y estaba encendiendo el quinto cigarrillo cuando sonó el timbre de la puerta. Las manecillas del despertador marcaban las cuatro y treinta minutos.
            Spade suspiró, se levantó de la cama y fue hasta la puerta del cuarto de baño. Apretó el botón que, en la tabla del teléfono interior, abría desde arriba la puerta de la calle.
            -¡Maldita sea esa…! -masculló, mirando airadamente a la tablilla negra del teléfono, respirando entrecortadamente mientras su rostro se sonrojaba apagadamente.
            Se oyó en el pasillo el rechinar y golpeteo de la puerta del ascensor al abrirse y cerrarse. Spade suspiró de nuevo y se dirigió hacia la puerta. Oyó pasos recios y apagados sobre la alfombra exterior, los pasos de dos hombres. Se le alegró el talante. Sus ojos ya no expresaban contrariedad alguna. Abrió la puerta rápidamente.
            -Hola Tom -le dijo al detective alto y barrigudo con quien había estado hablando en la Burritt Street-. Hola teniente -le dijo al hombre que acompañaba a Tom-. Pasad.”
El Halcón Maltés
Dashiell Hammett
(fragment)