20 de febr. 2021

anticuentos y 6

 



Maniobra

“Cuando mis padres decidieron separarse, me preguntaron con quién quería irme a vivir, pero yo había cumplido treinta años y me pareció que podía ser el momento de independizarme. Además, no quería hacer daño al no elegido. Así que cada uno se fue por su lado en un curioso estallido familiar que no había estado en los cálculos de ninguno. Yo cogí un apartamento con mucho sol y una gran terraza para llevarme las macetas de mamá, que dijo que no quería volver a verlas. Las regaba con el cuidado que le había visto poner a ella, hablándoles a las hojas, y por las noches recorría el piso revisando la llave del gas y los interruptores de la luz con la expresión concentrada de mi padre antes de que nos fuéramos a dormir. Todo iba bien hasta que a los pocos meses se presentó papá en casa y tras muchos rodeos me confesó que volvía con mamá. Por lo visto desde la semana siguiente a la separación no habían dejado de verse ni de comer juntos en restaurantes caros a los que no se les había ocurrido llevarme nunca. También iban al cine con frecuencia, y al teatro, y más de un fin de semana se habían escapado a París como dos jóvenes alocados, viviendo un romance improcedente a todas luces. Total, que mientras yo regaba las plantas de ella y cultivaba las manías de él, siempre obsesionado con que a la azalea no le faltaran sus minerales, ni la luz del recibidor se quedara encendida al irme a la cama, ellos llevaban la vida que me correspondía a mí. El mundo al revés. Me dio vergüenza decir que yo también quería irme a vivir con ellos y me he quedado más solo que la una. Lo peor es que no puedo dejar de pensar que todo ha sido una maniobra para echarme de casa. Por mi gusto, me casaría, pero no sé cómo se hace. Los geranios están bastante bien, pero la cisterna del retrete pierde agua.”

 


19 de febr. 2021

anticuentos, 5

 



Números

“El Pin del móvil y el Puk del módem, la contraseña de iTunes, el teléfono fijo de mamá, el prefijo de Asturias, la clave de acceso al cajero automático, la matrícula del coche, el número del DNI, la inflación interanual, el producto interior bruto, el diferencial de la deuda, la talla de los pantalones y la ropa interior, las dimensiones de la pena, los 31 días de enero y los 28 de febrero, tu cumpleaños, nuestro aniversario y el del fallecimiento de papá, el tiempo de cocción del huevo duro y la caducidad del yogur, las cucharadas diarias de jarabe, la cantidad de sal, el valor de referencia de la urea, las pulsaciones por minuto, la temperatura del microondas, las horas de insomnio, la línea 5 del metro y el vía crucis de las 12 estaciones, los dígitos de la hipoteca, el IVA, el 1RPF, el euríbor, el tanto por ciento de descuento, los puntos de la tarjeta de Iberia, la hora de entrada, la numerología china, los honorarios del dentista, los dedos de la mano, los pelos de la cabeza (pocos), los pares de calcetines, la cuenta del supermercado, el cuentakilómetros, el cuenta revoluciones, el contador del gas, de la luz, las páginas de Anna Karenina, los volúmenes de la enciclopedia Espasa, el limitador de velocidad, los metros cuadrados construidos y los hábiles, los cuartos de baño, los puntos de luz, el salario bruto y el líquido, los años de cotización, el tiempo de carencia, la tercera temporada de Mad Men, la cuarta de El ala Oeste de la Casa Blanca, la quinta de Los Soprano, el control del peso, el podómetro, el metrónomo, los litros de agua consumidos, los goles del domingo, el porcentaje de seguimiento de la huelga según los sindicatos, según la policía, según el Gobierno, la patronal o Dios, el décimo de Navidad (que acabe en 7), la indemnización por año trabajado. Y la sala 10 del tanatorio, por ejemplo.”


17 de febr. 2021

anticuentos, 4

 



El libro


“El libro se parece a un agujero negro cuya atracción es tal que absorbe y distorsiona todo lo que sucede cerca de él, incluidos el tiempo y el espacio. De manera que a lo mejor son las ocho de la mañana y tú vas en el autobús a la oficina, pero de súbito eres arrebatado por esa masa gravitatoria llamada libro, que llevabas en la mano o en el bolso, y apareces en un escenario diferente, identificado, por ejemplo, con un individuo que se lava las manos llenas de sangre en la pila de una cocina francesa, mientras en el dormitorio de esa misma casa ha empezado a enfriarse un cadáver. Y no son las ocho de la mañana, sino las diez de la noche. Y no es primavera, sino invierno. Y tú no eres ese sujeto sin pasado que ahora se baja del autobús, sino este otro que, después de borrar las huellas dactilares de las copas de coñac, se pone un abrigo oscuro y huye escaleras abajo.

Al cerrar la novela cesa la atracción, y es, una vez más, la hora de fichar, así que fichas y entras en la oficina, donde mueves los papeles de un lado a otro o atiendes el teléfono con la eficacia o la pereza de siempre. Has vuelto a tu dimensión, en fin, sin que nadie se diera cuenta de que te habías ido. Si tus compañeros supieran que en lugar de venir de casa, como procede, vienes de una cocina francesa en cuya pila te has lavado las manos llenas de sangre, se quedarían espantados. De hecho, quizá no seas el mismo ahora que antes de haber leído el libro. Por tu sangre discurre el argumento desdichado o feliz que estaba en la novela, del mismo modo que los exploradores vuelven con malarias de África o de Molokai con lepra.

Hay más libros que playas, y en ellos está contenida la materia oscura que los físicos buscan en las estrellas. Si has leído la novela del individuo que se quita la sangre de las manos, ya siempre serás ese individuo, siempre, sin dejar de ser tú y, lo que es más sorprendente todavía, sin dejar de ser al mismo tiempo el cadáver que comenzaba a enfriarse cuando descendiste del autobús. Pura materia oscura, pues, invisible, como la conciencia, pero real como tu jefe.”


16 de febr. 2021

anticuentos, 3

 



Enhebrar la aguja


“Una tía mía, cuando algo le resultaba muy complicado, decía que era más difícil que «enhebrar una aguja en un pajar». Yo nunca había visto un pajar, pero le enhebraba todas las agujas a mi madre, ya fuera en el cuarto de estar o en el salón, por lo que no entendía el problema de hacerlo en un pajar.

— ¿Cómo son los pajares, mamá?

—De madera, imagino, con los techos muy altos. Sólo los he visto en las películas. Qué preguntas haces.

— ¿Y por qué resulta tan difícil enhebrar una aguja en un pajar?

— ¿Quién dice que es difícil?

—La tía Asunción.

—Lo que la tía querrá decir es que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el cielo.

A veces es mejor no preguntar porque las cosas se van complicando de forma progresiva. ¿Qué tenían que ver los ricos y los camellos en aquella historia? La infancia está llena de imágenes incomprensibles, de asociaciones disparatadas. A partir de aquel día siempre que le enhebraba una aguja a mi madre pensaba en los ricos y en los camellos. Muchas noches soñé con un millonario que intentaba pasar por el ojo de una aguja, mientras un camello llamaba a las puertas del cielo, o viceversa. En aquella época estaba francamente preocupado por el más allá, y no sabía si mi habilidad enhebradora sería un salvoconducto o una dificultad para entrar en la gloria. Una cosa estaba clara: que no era rico ni camello. Lo primero me daba igual. Lo segundo me dolía.

En ésas estábamos cuando un día, en el recreo del colegio, se le perdió a alguien una peseta y se puso a llorar. El profesor de física salió a ver qué pasaba y aseguró que dar con aquella peseta iba a ser más difícil que encontrar una aguja en un pajar. Me quedé espantado, porque se trataba de una nueva versión de las agujas y de los pajares. Cuando llegué a casa, interrogué a mi madre:

— ¿Es más fácil encontrar una aguja en un pajar o que un rico entre en el cielo?

—No sé, hijo, qué cosas se te ocurren. Me parece que lo difícil era lo del camello, pero tampoco estoy segura.

Entre tanto, por si no hubiera bastantes agujas en nuestra vida, de vez en cuando llegaba el practicante y te ponía una inyección.

— ¿Qué haría usted si se le perdiera la aguja en un pajar? —preguntaba yo al practicante.

—Anda, anda, no digas tonterías y bájate los pantalones.

No conseguí salir de dudas, pues. Y ahora hago como que sí, pero en el fondo todo me sigue pareciendo incomprensible. La vida es difícil, más que enhebrar una aguja en el cielo, o que meter a un camello en un pajar. La vida es dura, sí, sobre todo si uno ha decidido no bajarse los pantalones ni siquiera frente al practicante.”


joan margarit

 



Autoretrat

 

De la guerra quedava el capot vell

d’un desertor al meu llit. De nit sentia

el tacte adust d’uns anys que no van ser

els més feliços de la meva vida.

Malgrat tot, el passat acaba sent

fraternitat de llops, melancolia

per un paisatge falsejat pel temps.

Queda l’amor -no la filosofia,

que és com una òpera- i, sobretot,

res de poeta maleït: tinc por,

però me’n surto sense idealisme.

A vegades, les llàgrimes rellisquen

darrere el vidre fosc de les ulleres.

La vida és un capot de desertor.

 

del llibre Els motius del llop, 1993

 


13 de febr. 2021

anticuentos, 2

 


Limpiadoras

“En un acto académico celebrado en la Universidad de Nueva York, al que fuimos invitados no hace mucho un grupo de escritores de distintas nacionalidades, aunque todos de habla española, intervino de repente una mujer que se encontraba entre el público. Primero nos felicitó por todo lo que hasta entonces habíamos dicho, y a continuación nos explicó que ella era portorriqueña y que se ganaba la vida en aquella ciudad limpiando oficinas por las noches.

Yo ya conocía a estas mujeres que entraban en los grandes edificios de la burocracia neoyorquina cuando la mayoría de la población se metía en la cama, y que se pasaban la noche deambulando por aquellos espacios vacíos arrastrando una aspiradora o blandiendo una gamuza para el polvo: mi hotel se encontraba frente a uno de estos edificios y, como solía llegar tarde e insomne a la habitación, intentaba atraer el sueño bebiendo el último vaso de agua, mientras contemplaba la fantasmal actividad que se desarrollaba a esas horas en el edificio de enfrente.

La mujer describió con enorme habilidad el sentimiento de indefensión y soledad que provocaba a tales horas entrar en un ascensor o bajar por unas escaleras fantasmales.

Todos estábamos fascinados por su relato, pero también un poco incómodos, porque no sabíamos hacia dónde se dirigía. Finalmente, denunció que la mayoría de aquellas mujeres que limpiaban oficinas en turno de noche padecían una situación permanente de acoso sexual por parte de sus jefes, que por lo general eran blancos y norteamericanos.

Este final fue saludado por un largo e inquietante silencio que el moderador rompió al fin, señalando educadamente que aquello, aun siendo terrible, no tenía nada que ver con aquel acto académico. ¿Realmente no tenía nada que ver?, me pregunté esa noche frente al edificio de oficinas que había frente a mi hotel. Quizá no, pero es lo único que mi memoria ha logrado salvar de ese viaje.”


12 de febr. 2021

anticuentos, 1

 

Los “Anticuentos” de Juan José Millás, son unas narraciones breves totalmente  atípicas. Su autor las considera un nuevo género de su invención que destaca por un enfoque narrativo nada habitual, cercano al surrealismo, que ofrece una ruptura con el modo tradicional de ver la realidad y descubrir otras dimensiones de la existencia humana. Los articuentos de Millás relatan cosas simples, cotidianas, en muy pocas palabras. Al mismo tiempo, a pesar de su aparente brevedad y simplicidad, los relatos, debido tanto a la gran variedad de referencias intertextuales, elementos fantásticos y una buena porción de humor e ironía incluidos en ellos, como a las múltiples formas y posturas insólitas aplicadas por parte del autor, son capaces de retratar la complejidad de la existencia cotidiana del ser humano y  de su conciencia.

Gripe

“La gripe viene de Asia; los fantasmas, del armario; el terror, de las sombras. La gripe es un proceso. Un día, después de comer, empiezas a mirar las cosas con cierta extrañeza. Te parece que tus compañeros de trabajo se mueven a una velocidad excesiva; además, no tienen frío, mientras que tú, desde hace dos o tres horas, sientes en la espalda —tan deshabitada habitualmente— un movimiento especial, como si alguien hubiera abierto una ventana a la altura de los riñones. Los muebles del despacho son opacos; no comunican nada, excepto esta voluntad intransitiva. En la calle, los coches y la gente arrastran una pesadez mortal. Parecen manejados a distancia por un mecánico poco hábil. A lo mejor no te has dado cuenta todavía de que tienes fiebre, pero lo cierto es que las articulaciones de tu cuerpo han empezado a enviar leves mensajes de aflicción que se traducen en un estado de ánimo que tiende a la indiferencia. Al acostarte, te has encogido con placer y tu mujer te ha dicho que estás ardiendo. Estás ardiendo. Mañana tenías un compromiso importante y te hace gracia pensar que el compromiso no te importa nada, como el resto de la realidad.

Los huesos todavía no te duelen demasiado, de manera que fantaseas con que vas a poder leer. Tres días de cama, dos novelas. No acabas de coger el sueño, ahora estás algo excitado. Haces un repaso de la semana y te sorprendes de la pasión que has puesto en placeres absurdos, perecederos. Te duermes y sueñas los pasos de tu madre en el pasillo. Eres un niño y el mundo no depende de ti. Puedes ser irresponsable y eso te proporciona un latigazo de felicidad. Te encoges un poco más y notas los dedos de tu madre en la frente.

Algo así no puede venir de Asia, tiene que proceder de lo más hondo de uno mismo, como los fantasmas que parecen salir del armario, como el terror que emerge de las sombras.”


11 de febr. 2021

el autor del mes, 3


 

El estilo Millás

por Manuel Rivas

Babelia (El País)

21/02/2004

 

“(SOBRE LA CORTINA de la ducha). ¿Por qué se pega la cortina del baño al cuerpo cuando nos duchamos? Por la misma razón que el periodismo de Juan José Millás es literatura. El agua "desplaza" la presión del aire. Esa libertad permite que la cortina se ciña al cuerpo. Haga lo que haga Millás, su periodismo va a ser leído como literatura. Y eso no malogra la medida de la verdad. Al contrario. La literatura no tiene por qué ser ajena a la verdad, pero puede mejorarla. Ése es Millás.

 

(Sobre la mirada compuesta). Es muy difícil crear un estilo. Hay un estilo Millás que el lector reconoce y que tiene que ver no tanto con efectos especiales sino con un enfoque especial. Trabaja con ojos compuestos, resultado de la concentración de múltiples ojos simples. En el relato de Nevenka, demuestra que su oído es sensible a los ultrasonidos. Vista al microscopio, su escritura está configurada por seres vivos, que se relacionan y comunican con antenas y palpos. Es nuevo periodismo, sí. Pero esas palabras en Millás se aventuran por barrios de la mente donde todavía no se ha visto a Tom Wolfe con su impecable traje blanco.”

 

10 de febr. 2021

el autor del mes, 2

 

El mundo portentoso de Juan José Millás

por Antón Castro

Haraldo de Aragón

13/12/2011

 

Juan José Millás ha conseguido crear un estilo propio. En la literatura y en el periodismo. Casi diría que más en el periodismo: tanto en sus reportajes como en sus retratos, que tienen algo especial, una forma de mirar que enlaza lo cotidiano, el absurdo y el escalofrío, pero sobre todo donde resulta muy original es en la columna. Juanjo Millás la ha convertido en un articuento: en un género híbrido donde se alían las dos o tres ideas de la columna habitual de actualidad con la forma y los extravíos del cuento. Ahí logra que lo que se le antoja: textos lúcidos, desconcertantes, precisos, textos que son como una alucinación, textos que nacen de la pesadilla, de los sueños, de la observación, de un paseo por las calles, en bus o en tranvía, de la pura invención o de los recuerdos.

En cierto modo, Juanjo Millás arranca de los surrealistas, de Alfred Jarry, de Cortázar y de Kafka, y presenta algunas semejanzas con Roald Dahl, Arreola y Monterroso. Arranca de la entomología y de la medicina y de su profunda curiosidad, sobre todo. Es un notario de lo extraño, de las patologías y de las amputaciones; parece sojuzgado por la ciencia. Es un escritor que posee una metodología clínica y la exactitud de un anatomista: eso le permite percibir que las falanges de los dedos hablan entre sí, que un dedo de repente estalla o crepita con un sonido especial, que la espalda es un laberinto de secretos o que de detrás de la fiebre o de los microbios hay todo un universo secreto.

Millás es un narrador del apocalipsis y de lo inadvertido, es un observador de lo que pasa en el café (es un consumado maestro en el arte de oír confidencias sexuales como la de aquel señor que dice que quiere separarse porque no puede soportar que su mujer tenga intestinos), es capaz de ver replicantes a lo Blade runner un día cualquiera o es capaz de reflexionar largo y tendido sobre un asunto como Cuerpo y protésis en un texto más largo, espectacular e inquietante como casi todos los suyos. Cuando se acerca a los pequeños detalles, sus cuentos resultan impecables como insectos, un milagro de la literatura.

Millás se maneja en todos los ámbitos: el terror, la fantasía, lo cotidiano, lo científico, lo alegórico, lo escatológico, lo erótico, tratado a veces oblicuamente como sucede en Pornografía. Sabe que el mundo está lleno de tensiones que irrumpen del modo más inesperado, como sucede en Un hombre feo, un cuento sobre uno de los temas que más le apasionan, el otro, el doble, los espejismos de la identidad. O como sucede en Vísperas de una boda. Millás tiene la rara facultad de convertir cualquier nimiedad en una gran aventura: su percepción de lo raro convierte una extracción de sangre en un relato increíble, donde conviven el espanto, lo inaudito y la aprensión. Y es tan poco sentimental y burlón que es capaz de inventar a un tipo cuyo primer amor fue la prótesis de una niña coja. Otro elemento fundamental es el humor: el humor desternillante, negro, contenido, y la ironía que no cesa.

Es difícil seleccionar textos. Articuentos completos es uno de los libros más impresionantes e inagotables que he leído jamás sobre los mecanismos y las posibilidades de la ficción a partir de la realidad. Es un libro de alguien puntilloso, obsesivo, desvelado y lúcido que le concede la máxima importancia a lo mínimo, como abrir una lata de sardinas, pero también a la vida en pareja, a la política, a las noticias, al arte que usa carne humana, a la memoria o al sabor de un beso con aparato bucal... Vas de sorpresa en sorpresa, como en un proceso febril o en un delirio: el lector vive, página tras página, ese instante abrupto en el que no sabes ni quién eres, ni dónde estás, ni lo que es verdad, desconcierto, abismo, extrañamiento o sueño. No se sabe del todo si te persiguen o si eres el perseguidor. En fin, como dice Millás he aquí un mundo portentoso.”


7 de febr. 2021

el autor del mes

 

Juan José Millás se visita a sí mismo

EfeKto 10

08/12/2019

 

“El valenciano Juan José Millás (1946) tiene un trabajo establecido: la literatura. Despierta escribiendo y se duerme leyendo. Como en cualquier jornada laboral, maneja horarios: a las 6 de la mañana se levanta y comienza a escribir:

―Si tengo una novela entre manos le dedico tiempo hasta las 8 u 8:30 de la mañana…

Después, sale a caminar. Al regresar toma los periódicos y el resto de la mañana lo dedica a los artículos que tenga que escribir:

―Publico uno diario en diferentes periódicos ―aclara.

La tarde es para leer:

―Esta es mi vida ―asegura el autor de Desde la sombra (Alfaguara, 2016).

A sus espaldas, el bosque de Chapultepec y Paseo de la Reforma dibujan una parte de la urbe. Esta panorámica lo lleva a imaginar e igualar pasajes inmersos en su más reciente libro: La vida a ratos (Alfaguara, 2019), porque, dice, “cuando uno abra el volumen se encontrará con una representación” suya:

—Yo estoy ahí del mismo modo que la ciudad está en el plano cartográfico. No hay que confundir el territorio con el mapa. Si nosotros abrimos el plano de la Ciudad de México sabemos que no estamos ante el plano de ésta sino ante su representación. Ahora, hay planos más fieles que otros, algunos mal hechos. Yo he aspirado a hacer un buen plano de mí. Estoy ahí en todas mis grandezas cotidianas, de la vida diaria. Estoy ahí en lo misterioso… es decir, creo que he desplegado una buena representación.

El libro es un viaje por la vida de Millás, un diario disfrazado de novela, donde más allá de la ficción se encuentran las facetas por las cuales se puede leer al autor: sus talleres de escritura, sus terapias psicológicas, sus mañanas, sus viajes por el Metro de Madrid son parte de las historias del personaje principal:

—En un diario los materiales vienen de afuera, es decir tú cuentas lo que te ha ocurrido, no te lo tienes que inventar, de modo que en el plano de la ciudad tú no tienes que inventarte nada. Aquel edificio, por ejemplo, ya existe, simplemente lo señalas porque ahí está. En una novela, en cambio, los materiales vienen de la imaginación y tienes que estar inventando continuamente.

El escritor vive en Madrid, ciudad en la que una de sus actividades consiste en dar talleres literarios en la Escuela de Escritores. Dice que hasta el salón de clases llega la gente que se resiste a escribir:

―La mayoría no quiere escribir, sino sólo ser escritor. Y no estamos hablando de lo mismo. En estos cursos tienen a un profesor que soy yo, que se desespera en ocasiones porque la escritura está mitificada: todo el mundo cree que no escribe porque no tiene tiempo. Esto es muy curioso, la gente en su fantasía piensa que algún día escribirá la novela de su vida. De hecho, mucha gente dice: “Tengo ganas de jubilarme para empezar a escribir”. Esto implica que la escritura está mitificada, lo que da lugar a multitud de malentendidos y a cosas muy divertidas o grotescas…

Después de esta reflexión, Millás asegura que no sabe si ya escribió la novela de su vida. Pero sí sabe que ha llegado “a un momento en que su escritura coincide con la madurez” adquirida con los años, con observarse para saber cómo es:

―Mis rutinas de soledad, mis dificultades para relacionarme con otros y todo aquello que habitualmente permanece en las trastiendas de las personas y que no se dejan ver.

En este reencuentro consigo mismo, una imagen de Millás se dibujó en su retrato:

—Me gustaría disolverme en la escritura. Quisiera que una aguja estuviera conectada, a través de un tubo, a una pluma estilográfica y que yo, con mi propia sangre, a medida que fuera escribiendo me fuera muriendo, me fuera disolviendo. Ese es un sueño recurrente en mí, desaparecer en la escritura, que es lo que le ha dado sentido a mi vida.

En los últimos años la disciplina de Juan José Millás en la escritura lo ha llevado a publicar un libro por año. Dice que es el resultado de una vida dedicada a las letras, tanto a la lectura como a la escritura.

—¿Qué relación ha mantenido con el acto de leer y de escribir?

—No se puede ser escritor sin ser un lector patológico, enfermizo. El combustible de una escritura es la lectura. Si yo no leyera, no podría escribir. Es más, creo que si me pusieran en una situación hipotética de que alguien me dijera: “Usted, a partir de ahora, solamente va a poder leer o escribir, no va a hacer ambas cosas”, seguramente elegiría leer. Se empieza a leer por las mismas razones por las que se empieza a escribir, porque entre el mundo y tú hay algo que no funciona bien. Cuando lees o escribes, ese malestar se atenúa. Así que el escritor y el lector se parecen muchísimo.

En La vida a ratos, Millás aprovecha la escritura para dar pistas de aquellos libros que lo han marcado:

―Lo que pasa es que cuando un libro me ha afectado mucho lo cuento ―asevera tajantemente.

En su rutina dedica cuatro horas diarias a leer:

―La lectura es mi diario, así que hablo a lo mucho de seis libros, pero son seis libros que a mí me han cambiado la vida.

Ahora mismo, el escritor está leyendo un libro de divulgación científica: Vida, la gran historia, escrito por el paleontólogo español Juan Luis Arzuaga, una lectura sobre la prehistoria:

―Porque pienso escribir algo sobre ello…”


el psicoanalista, debate

 


Ayer pusimos en común nuestras lecturas del libro del autor estadounidense John Katzenbach “El psicoanalista”. 

Xavier, el compañero que propuso su lectura, destacó, en la presentación del mismo,  que la idea fuerza –por definirlo así – que pauta el desarrollo de toda la trama es el la pérdida de identidad (de forma violenta) de una persona y su lucha posterior por superar este trance.

El protagonista de la novela, un viudo y maduro psicoanalista  que pasa consulta a los acomodados habitantes  del Upper East Side,  en el distrito de Manhattan, Nueva York, es víctima de un acoso sin piedad por parte de una persona,  que no se identifica, agraviada por la actitud, a su parecer, muy negligente en un caso que atendió en los inicios de su carrera médica. 

El objetivo final del acosador es conseguir que el psicoanalista acabe suicidándose por propia voluntad.

En la primera parte de la obra asistimos a la destrucción planificada y sistemática de las bases sobre las que se asienta la vida y la personalidad del doctor: le conminan a suicidarse o, si no lo hace, asesinar a un miembro de su familia, hacen desaparecer sus ahorros, hunden su reputación como terapeuta, destruyen su vivienda, su consulta…. El objetivo es aislarlo y llevarlo a la desesperación más absoluta.

Soren Kierkegaard, en su libro La enfermedad mortal, nos dice: “La desesperación es una enfermedad del yo, y puede adoptar tres formas: la desesperación de no tener un yo; la desesperación de no querer ser uno mismo; la desesperación de querer ser uno mismo.

Como destaco Xavier en el debate, el protagonista, en este proceso de despojamiento de su personalidad, lucha por no renunciar a ser un individuo consciente de si mismo;  para ello, decide hacer desparecer su yo (e impedir, así,  que maten a un familiar suyo) y reinventarse, con la ayuda de solo sus propios recursos personales,  en dos nuevos “yoes” que le permitan renacer, reinventarse, sin dejar de ser él.

El concepto de identidad personal, como se apunto en el debate ,  se refiere al sentido que damos a nuestro propio ser (que es único, diferente a los demás y –especialmente- continuo en el tiempo). Este guion mental (que todos seguimos)  es el que quieren destruir los acosadores de nuestra novela; pero también hemos de tener en cuenta, como apunto José en el debate, que lo que pensamos y tal como nos vemos también está conformado, socialmente,  por los valores y comportamientos que nos ha transmitido nuestra cultura y que nosotros integramos a nuestras características individuales y nuestra experiencia social. Así nuestra individualidad la conforma, en gran parte, nuestra  pertenencia a un determinado  grupo social.

Así, nuestro buen doctor, en la segunda y tercera parte de la novela, “renace” transformado en una nueva identidad que rompe meridianamente con el grupo social al que pertenecía su yo anterior.

 


6 de febr. 2021

el psicoanalista, final

 



 

"“Todavía pienso en ti.


Doctor S.


Se había convertido en un hombre de muchas menos palabras, admitió para sí."


El psicoanalista

John Katzenbach

traducción: Laura Paredes

Ediciones B, 2004

pág: 457

 


la cuina de vespres


HIGADITOS DE POLLO EN SALSA

 


   por Juan Mesa


INGREDIENTES:

 1Kg. de hígados de pollo

1 cebolla

1 cabeza de ajos

1 vaso de vino blanco (200ml)

1 vaso de caldo de pollo

½ vaso de aceite de olivaTomates

1 hoja de laurel

1 cucharadita de cúrcuma

Sal y pimienta al gusto

 

 ELABORACIÓN:

 

En una cacerola ponemos aceite, la cebolla picada, la cabeza de ajos y un poco de sal.





Se ha de pochar todo a fuego medio durante unos 15’.




Añadimos los hígados limpios y troceados; el vino, la hoja de laurel, la cúrcuma, sal y pimienta.

 Una vez rehogados y evaporado el alcohol del vino, añadimos el caldo y dejamos cocer, a fuego medio, durante unos 25.

 


 

Buen provecho!!!!! 


la cuina de vespres

 


Patatas a lo pobre

por Andrés

Ingredientes:

El nombre del plato deriva de los años de la postguerra en los que cuando no había nada en la cocina o la despensa, se hacían solas las patatas y se decía que para comer, había patatas a lo pobre, es decir, que la guarnición se convertía en el plato principal o único con el que se alimentaba a toda la familia.

Se preparan con lo que haya en la despensa, en nuestro caso:

Patatas (la base del plato)

Ajos

Aceite

Sal

Pimienta

Tiras de panceta

Huevos

 

Preparación:

 

Pelar y cortar las patatas en rodajas finas. Pelar y picar los dientes de ajo.




En una sartén se calienta el aceite a fuego fuerte, cuando  esté caliente, añadir el ajo y sofreír hasta que cambie de color. ¡Ojo, que no se queme!




Una vez dorado el ajo, añadir las patatas a la sartén y cocinar durante unos veinte minutos a fuego medio. Se han de cocer, no freír, para ello, remover a menudo para que las patatas se cocinen por ambos lados. Si se desea que queden más blandas, tapar la sartén unos minutos.




En una sartén aparte, hacer la panceta y los huevos fritos.




Cuando estén cocinadas las patatas, colocar en un plato y sazonar al gusto. Añadir la panceta y los huevos fritos.



Buen provecho.

 

 


5 de febr. 2021

el psicoanalista, 5

 


el juego

 

“Se echó de nuevo en la cama y contempló el techo blanco y la bombilla desnuda. Notaba que le sudaban las axilas como si hubiese hecho un gran esfuerzo para mantener esa conversación, pero no era un sudor nervioso, sino más bien el resultado de una justicia satisfactoria. En la habitación contigua, la pareja había vuelto a empezar, y por un momento escuchó los ritmos inconfundibles del sexo, que le resultaron divertidos y hasta placenteros.

«Más de uno se lo pasa en grande durante la jornada laboral», pensó.

Luego se levantó y buscó hasta encontrar un pequeño bloc de papel en el cajón de la mesilla de noche y un bolígrafo.

En el papel escribió los nombres y los teléfonos de los dos hombres a los que acababa de llamar. Bajo ellos, anotó «Dinero. Reputación». Puso señales junto a esas palabras y escribió a continuación el nombre del tercer hotel sórdido en el que había hecho una reserva y debajo garabateó la palabra «casa».

Después arrugó el papel y lo lanzó a una papelera de metal. Dudaba que limpiaran con demasiada regularidad la habitación y pensó que había muchas probabilidades de que quien fuera a buscarlo a él encontrara el papel. Además, sería lo bastante listo como para comprobar las llamadas telefónicas de esa habitación, lo que reflejaría los números que acababa de marcar. Relacionar esos números con las conversaciones no era demasiado difícil.

«El mejor juego es aquél en el que no te das cuenta de que estás jugando», pensó.”

 

 

El psicoanalista

John Katzenbach

traducción: Laura Paredes

Ediciones B, 2004

pág: 367

 


4 de febr. 2021

el psicoanalista, 4

 


la visita

 

“—Estoy en desventaja. Parece saber mucho sobre mí y, como mínimo, un poco de lo que pasa aquí, en esta consulta, y yo ni siquiera conozco su nombre. Me gustaría saber a qué se refiere cuando dice que el señor Zimmerman ha terminado su tratamiento, porque el señor Zimmerman no me ha dicho nada. Y me gustaría saber cuál es su conexión con el individuo al que usted llama señor R y que supongo es la misma persona que me mandó la carta amenazadora firmada a nombre de Rumplestiltskin. Quiero que conteste a estas preguntas de inmediato. Si no, llamaré a la policía.

La joven volvió a sonreír. Nada nerviosa.

—¿Vamos a lo práctico?

—Respuestas —la urgió él.

—¿No es eso lo que buscamos todos, Ricky? ¿Todos los que cruzan la puerta de esta consulta? ¿Respuestas?

Él alargó la mano hacia el teléfono. —¿No imaginas que, a su manera, eso es también lo que quiere el señor R? Respuestas a preguntas que lo han atormentado durante años. Vamos, Ricky. ¿No estás de acuerdo en que hasta la venganza más terrible empieza con una simple pregunta?

Ricky pensó que ésa era una idea fascinante. Pero el interés de la observación se vio superado por la creciente irritación que le despertaba la actitud de la joven. Sólo mostraba arrogancia y seguridad. Puso la mano en el auricular. No sabía qué otra cosa hacer.

—Conteste mis preguntas enseguida, por favor —dijo—. De lo contrario llamaré a la policía y dejaré que ella se encargue de todo.

—¿No tienes espíritu deportivo, Ricky? ¿No te interesa participar en el juego?

—No veo qué clase de juego implica enviar pornografía asquerosa y amenazadora a una chica impresionable. Ni tampoco qué tiene de juego pedirme que me suicide.

—Pero, Ricky —sonrió la mujer—, ¿no sería ése el mayor juego de todos? ¿Superar a la muerte?

Eso detuvo la mano de Ricky, aún sobre el teléfono. La joven le señaló la mano.

—Puedes ganar, Ricky. Pero no si descuelgas ese teléfono y llamas a la policía. Entonces alguien, en algún sitio, perderá. La promesa está hecha y te aseguro que se cumplirá. El señor R es un hombre de palabra, y cuando ese alguien pierda, tú también perderás. Estamos sólo en el primer día, Ricky. Rendirte ahora sería como aceptar la derrota antes del saque inicial. Antes de haber tenido tiempo de pasar siquiera del medio campo.

Ricky apartó la mano.

—¿Su nombre? —preguntó.

—Por hoy y con objeto del juego, llámame Virgil. Todo poeta necesita un guía.”

 

El psicoanalista

John Katzenbach

traducción: Laura Paredes

Ediciones B, 2004

pág: 43-44

 


3 de febr. 2021

el psicoanalista, 3

 

la carta

 

"Feliz 53.er cumpleaños, doctor. Bienvenido al primer día de su muerte.

Pertenezco a algún momento de su pasado. Usted arruinó mi vida. Quizá no sepa cómo, por qué o cuándo, pero lo hizo. Llenó todos mis instantes de desastre y tristeza. Arruinó mi vida. Y ahora estoy decidido a arruinar la suya.

Al principio pensé que debería matarlo para ajustarle las cuentas, sencillamente. Pero me di cuenta de que eso era demasiado sencillo. Es un objetivo patéticamente fácil, doctor. De día, no cierra las puertas con llave. Da siempre el mismo paseo por la misma ruta de lunes a viernes. Los fines de semana sigue siendo de lo más predecible, hasta la salida del domingo por la mañana para comprar el Times y tomar un bollo y un café con dos terrones de azúcar y sin leche en el moderno bar situado dos calles más abajo de su casa.

Demasiado fácil. Acecharlo y matarlo no habría supuesto ningún desafío. Y, dada la facilidad de ese asesinato, no estaba seguro de que me proporcionara la satisfacción necesaria. He decidido que prefiero que se suicide.

Suicídese, doctor.

Tírese desde un puente. Vuélese la tapa de los sesos con una pistola. Arrójese bajo un autobús. Láncese a las vías del metro. Abra el gas de la estufa. Encuentre una buena viga y ahórquese. Puede elegir el método que quiera.

Pero es su mejor oportunidad.

Su suicidio será mucho más adecuado, dadas las circunstancias de nuestra relación. Y, sin duda, una manera más satisfactoria de que pague lo que me debe.

Verá, vamos a jugar a lo siguiente: tiene exactamente quince días, a partir de mañana a las seis de la mañana, para descubrir quién soy. Si lo consigue, tendrá que poner uno de esos pequeños anuncios a una columna que salen en la parte inferior de la portada del New York Times y publicar en él mi nombre. Eso es todo: publique mi nombre.

Si no lo hace… Bueno, ahora viene lo divertido. Observará que en la segunda hoja de esta carta aparecen los nombres de cincuenta y dos parientes suyos. Su edad comprende desde un bebé de seis meses, hijo de su sobrino, hasta su primo, el inversor de Wall Street y extraordinario capitalista, que es tan soso y aburrido como usted. Si no logra poner el anuncio según lo descrito, tiene una opción: suicidarse de inmediato o me encargaré de destruir a una de estas personas inocentes.

Destruir.

Una palabra muy interesante. Podría significar la bancarrota financiera. Podría significar la ruina social. Podría significar la violación psicológica.

También podría significar el asesinato. Es algo que deberá preguntarse. Podría ser alguien joven o alguien viejo. Hombre o mujer. Rico o pobre. Lo único que le prometo es que será la clase de hecho que ellos —sus seres queridos— no superarán nunca, por muchos años que hagan psicoanálisis.

Y usted vivirá hasta el último segundo del último minuto que le quede en este mundo sabiendo que fue el único responsable.

Salvo, por supuesto, que adopte la postura más honorable y se suicide para salvar así de su destino al objetivo que he elegido.

Tiene que decidir entre mi nombre o su necrológica. En el mismo periódico, por supuesto.

Como prueba de mi alcance y del extremo de mi planificación, me he puesto en contacto hoy con uno de los nombres de la lista con un mensaje muy modesto. Le insto a pasar el resto de esta tarde averiguando quién ha sido el destinatario y cómo. Así por la mañana podrá empezar, sin demora, la tarea que le espera. Lo cierto es que no espero que sea capaz de adivinar mi identidad, por supuesto.

Así pues, para demostrarle mi deportividad, he decidido que a lo largo de los próximos quince días voy a proporcionarle una pista. O dos de vez en cuando. Sólo para que las cosas sean más interesantes, aunque alguien intuitivo e inteligente como usted debería suponer que esta carta está llena de pistas. Aun así, ahí va un anticipo, y gratis.

 

La vida era alegre en el pasado:

un retoño y sus padres a su lado.

El padre soltó amarras, se largó,

y entonces todo eso se acabó.

 

La poesía no es mi fuerte.

El odio sí.            

Puede hacer tres preguntas que se contesten con sí o no.

Use el mismo método, los anuncios de la portada del New York Times.

Contestaré a mi propia manera en veinticuatro horas. Buena suerte. Tal vez desee también dedicar tiempo a los preparativos de su funeral. La incineración es probablemente mejor que un entierro tradicional. Sé cuánto le desagradan las iglesias. No creo que sea buena idea llamar a la policía. Lo más seguro es que se burlen de usted, y sospecho que su altanería no lo encajará demasiado bien. Además, podría enfurecerme más; no se imagina usted lo inestable que soy en realidad. Podría reaccionar de modo imprevisible, de muchas formas malvadas. Pero puede estar seguro de algo: mi cólera no conoce límites.”

 

El psicoanalista

John Katzenbach

traducción: Laura Paredes

Ediciones B, 2004

pág: 14-18


2 de febr. 2021

el psicoanalista, 2

 

Freud y la reina que hilaba hierbas de oro        

por Justo Serna

Claves de razón práctica, núm. 135

(2003), págs. 66-70

 

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(…)

“Todo comenzó con una venganza demorada para hacer pagar a un terapeuta lo que no hizo o hizo mal, un médico que empezó su práctica profesional inspirado por las buenas intenciones que eran propias del radicalismo de los sesenta, pero que pronto se desencantó descuidando a quienes más lo necesitaban. El abandono de la clínica pública y la creación de su consulta privada le permitirán ocuparse del análisis de ricos neuróticos neoyorquinos, esos que consultan la Standard Edition freudiana o que habitan en las películas de Woody Allen. Con el tiempo pagará esta traición al progresismo humanista, primero siendo amenazado, a un paso del precipicio, y después obligándole a rehacer su vida como médico de pobres. ¿Quién le impulsó a hacer ese cambio? Justamente un psicópata: el mayor de tres hermanos, el primogénito de una madre soltera, maltratada, abandonada, una de aquellas personas que Starks desatendió para abrir su consulta privada en la que atender a neuróticos adinerados, un primogénito que nunca perdonará. La novela es eficaz y es posible que entretenga o cultive el narcisismo culto de cierto tipo de lectores. Pero que eso sea así no quiere decir que la narración sea consistente, lograda, memorable. Y no lo es por esos mismos reproches que antes detallaba: por el simbolismo explícito, manifiesto, enfático, y por la vida y las razones enrevesadas de ciertos personajes y la intriga que los rodea.

En efecto, el marcado  simbolismo que envuelve cada uno de los hechos que suceden hace inverosímil a los personajes, de nombres igualmente simbólicos. Frederick “Ricky” Starks sobrevivirá fingiendo un suicidio, cambiando de identidad y desdoblándose en Frederick Lazarus, el hombre duro de acción que resucita armado y amenazador y que resuelve eficazmente el enigma, y en Richard Lively, hombre amable y luego entregado a la vida, a una causa humanitaria. Aquellos que le acosan, la familia Thomas, esos huérfanos de aquella madre soltera, se dan a sí mismos nombres igualmente simbólicos, de resonancias cultas, un guiño quizá enfático para el psicoanalista refinado pero sobre todo una pista del autor puesta al servicio del lector que se deja llevar por estos detalles. La menor, por ejemplo, dice llamarse Virgil (“todos necesitamos un Virgilio que nos guíe hasta el infierno”) y es una actriz, con un probable trastorno narcisista de la personalidad, según el propio diagnóstico al que llega Starks. El mediano se presenta como Merlin (como el mago conocedor de todos los saberes y hacedor de prodigios), y es abogado, un picapleitos sabelotodo, la especie más odiada de los norteamericanos: de quien hablamos es de un individuo, éste en particular, que resulta ser un  neurótico obsesivo-compulsivo. Y, finalmente, tenemos al mayor, al primogénito, que se hace llamar Rumplestiltskin (o Rumpelstikin, según idioma y versiones), como el célebre personaje del cuento de los hermanos Grimm, aquel hombrecillo que tenía poderes para hilar hierba seca y convertirla en oro, aquel que por ayudar a una muchacha campesina a obrar ese prodigio, enamorando así al rey, le arrancó la promesa de darle su primer hijo cuando fuera madre y soberana. Una vez que tal cosa sucedió, el hombrecillo le exigió la entrega del niño, amenaza que sólo le levantaría si lograba adivinar su nombre en el plazo de  tres días. Las pesquisas del mensajero mandado por la campesina-reina fueron infructuosas y sólo al final, al tercer día, en uno de los confines del reino y por pura casualidad logró adivinar su nombre y así se lo hizo saber a la soberana amenazada:

-“No he podido encontrar un sólo nombre nuevo; pero al subir a una altísima montaña, más allá de lo más profundo del bosque, allá donde el zorro y la liebre se dan las buenas noches, vi una casita diminuta. Delante de la puerta ardía una hoguera y, alrededor de ella un hombrecito ridículo brincaba sobre una sola pierna y cantaba: Hoy tomo vino y mañana cerveza, después al niño sin falta traerán. Nunca, se rompan o no la cabeza, el nombre Rumpelstikin adivinarán”.

Gracias a ese hallazgo inesperado, la reina mendaz pudo salvar la vida de su hijo, no entregarlo a ese insidioso hombrecillo, quedando relevada de su engaño y de su compromiso. El diabólico psicópata de tendencias homicidas que idea el plan que arruina la vida apacible de Starks se hace llamar Rumplestiltskin y como el personaje de los Grimm le concede un pequeño plazo para averiguar quién es. Vale decir, el analista es la campesina que prosperó indebidamente, el joven terapeuta lleno de promesas y de buenas intenciones que pronto olvidó, que se aupó hasta el rey con artimañas y con el auxilio de otros, justamente con quienes después ya no quiso aceptar compromisos. La reina se salvó de milagro dentro del plazo, pero fue suficiente para tener su merecido y para no volver a  repetir ese engaño que hizo creer al rey que era capaz hilar hierba convirtiéndola en oro. Salvar a los menesterosos neoyorquinos con una terapia breve y poco cuidadosa es como hilar hierba creyendo convertirla en oro. La reina tuvo una final feliz. ¿Lo tendrá el Doctor Starks?  Al modo de los cuentos de hadas, de los romances de ciego y de la literatura popular, las cosas y las personas son lo que son y, además, significan algo más y de ellas, de su nombre y de su significado, puede extraerse una moraleja. Porque esta novela tiene moraleja literal: la amenaza lleva a la desaparición, a una ascesis, a un renacimiento, y quien descuidó a los pobres propios y a los desheredados de Nueva York, una auténtica negligencia médica, acabará atendiendo en Puerto Príncipe, en Haití, a los más desfavorecidos. Ése será su futuro: la reparación de lo que hizo mal, algo en lo que tenía razón Rumplestiltskin.

Pero hay más. Quizá la vida y los seres humanos sean enrevesados, pero el relato, la intriga y los personajes de una ficción no están obligados a serlo, no están obligados a ser  copia o traslado mimético, si es que tal cosa es posible. Por eso, cosas que nos suceden y que, en efecto, parecen increíbles por numerosas e intrincadas no pueden transportarse impunemente a la novela. Exigen, desde luego, su puesta en orden, una trama que no es la vida, que no se corresponde a la historia. Pero exigen también su depuración narrativa, su transfiguración, su adelgazamiento. Pensemos, por ejemplo, en la figura de este psicópata y sus razones, en el huérfano aquejado de conducta delirante y en la venganza demorada y endemoniada que organiza con el auxilio de sus hermanos. No me refiero sólo a lo verosímil que pueda resultar que un impostor simule una identidad en el curso del tratamiento analítico; me refiero a los modos de ejecución de una venganza o de un crimen. En estos tiempos que corren, y desde que se impusieran como moda cinematográfica las películas de psicópatas, parece obligado idear ficciones con tipos oscuros, refinados, endiablados al modo de Hannibal Lecter. Tanto refinamiento verdaderamente satánico, tanta exquisita maldad –que aquí, en esta novela, también se da cansa , la verdad, y acaba siendo inverosímil y hasta un latazo.

Por eso comparto por completo lo que apostillaba Rafael Reig en el prólogo a una obra de Galdós recientemente exhumada, recuperada, la de las crónicas periodísticas sobre El crimen de la calle de Fuencarral. Leemos en ese texto, titulado “¿Por qué nos interesan tanto los asesinos?”, un juicio sensatísimo que quiero reproducir. “Hoy en día --dice Reig--, cuando la literatura criminal parece haber descrito un círculo (probablemente vicioso), resulta refrescante esta miniatura galdosiana en la que Higinia mata por catorce mil duros, con un cuchillo de cocina y ayudada por su ‘compinche’. En estos tiempos de asesinos psicópatas (...) resulta bastante saludable reencontrarse con criminales que no oyen voces interiores ni pretenden el control absoluto del planeta, que no tienen un cociente intelectual extraordinario ni habilidades circenses y tecnologías vanguardistas: vecinos de enfrente, seres humanos como la Higinia de Galdós, que había vivido ‘maritalmente con un lisiado’, mataba por codicia rudimentaria y era ‘un monstruo de astucia y marrullería’ “. Justamente lo contrario, de ese monstruo exquisita e exageradamente endiablado que Katzenbach nos presenta.

Pero es posible que lo enrevesado del personaje, el detallismo minucioso que lo envuelve, no se deba sólo a la torturada psicología que hemos de suponerle al psicópata, sino que obedezca también a necesidades narrativas. En efecto, parece como si Katzenbach se dirigiera a un público Midcult, necesitado de toda clase de informaciones, de detalles, es como si el narrador se forzara a ser explícito y evidente en algunos de sus enunciados y descripciones, en símiles mil veces empleados y en fórmulas expresivas tópicas, en recursos culturales cuyo guiño sabrán apreciar los lectores satisfechos, los connaisseurs. Tal vez por eso, la novela se nos antoja innecesariamente larga, tediosamente minuciosa, con escasas elipsis. Siendo como es un relato de evidentes influencias cinematográficas, dado que hay situaciones que están presentadas como si de un secuencia se tratara; o, mejor, estando probablemente pensado para poder ser llevado al cine (como así ha sucedido con esa otra narración de Katzenbach que mencionábamos, La guerra de Hart), aún resulta más extraña esa falta de contención, de economía verbal. O tal vez no sorprenda tanto este verbalismo abundante y esta forma de expresarse sea algo así como una extensa acotación hecha para un posible script, todo un regalo para el futuro guionista y productor interesado en comprar los derechos. A pesar de reconocer sus valores, algo de esto decía David Pitt en The Mistery Reader cuando subrayaba el detalle minucioso y la intriga enrevesada, y lo decía pensando en su posible traslado al cine. “No estoy seguro de que esta historia pueda funcionar como película, aunque es absolutamente probable que a alguien se le ocurra llevarla a la pantalla grande (en Hollywood les gusta hacer películas a partir de las novelas de Katzenbach, aunque anunciaron tan mal La guerra de Hart que nadie fue a verla). En una película, la intriga parecería demasiado sofisticada, demasiado inverosímil”). Pues de eso, de la intriga o, mejor, de la trama –según la colección española de Ediciones B— es de lo que está sobrada esta novela: demasiado refinamiento enrevesado finalmente inverosímil, el cargo más grave que cabe hacer a un relato policial, a una narración en la que el crimen y su ejecución y su revelación no precisan tanto, tantísimo artificio.

Habrá que esperar, pues, a que el psicoanalista, neoyorquino o no, tenga su gran relato, ya que éste no lo es; habrá que aguardar a que alguien escriba su novela eficaz y lograda, a que esa esfinge vacía destino de la transferencia, ese relleno sobre el que el paciente vuelca su humor, reciba su propio tratamiento. Tal vez entonces podamos averiguar el gran enigma del terapeuta, ese que se reserva, que difícilmente averigua el paciente y que los expertos llaman contratransferencia. Pero ahora que lo pienso, ahora que me doy cuenta, hemos agotado el tiempo y hemos llegado al final de nuestra sesión. Son cien dólares.”