31 de maig 2013

la madre naturaleza

 Publicada en 1887, la novela "La madre naturaleza. (Segunda parte de los Pazos de Ulloa)" es la conclusión de la historia de los personajes de "Los pazos de Ulloa".
Una continuidad que la autora ya propone en el mismo subtitulo de la obra.

Considerada, en su momento, como uno de los ejemplos más ortodoxos de novela naturalista española, Emilia Pardo Bazán utiliza en esta obra una prosa más poética y descriptiva que la de “los Pazos”.

Transcribimos los primeros párrafos de la novela:


“Las nubes, amontonadas y de un gris amoratado, como de tinta desleída, fueron juntándose, juntándose, sin duda a cónclave, en las alturas del cielo, deliberando si se desharían o no se desharían en chubasco. Resueltas finalmente a lo primero, empezaron por soltar goterones anchos, gruesos, legítima lluvia de estío, que doblaba las puntas de las yerbas y resonaba estrepitosamente en los zarzales; luego se apresuraron a porfía, multiplicaron sus esfuerzos, se derritieron en rápidos y oblicuos hilos de agua, empapando la tierra, inundando los matorrales,  sumergiendo la vegetación menuda, colándose como podían al través de la copa de los árboles para escurrir después tronco abajo, a manera de raudales de lágrimas por un semblante rugoso y moreno.
Bajo un árbol se refugió la pareja. Era el árbol protector magnífico castaño, de majestuosa y vasta copa, abierta con pompa casi arquitectural sobre el ancha y firme columna del tronco, que parecía lanzarse arrogantemente hacia las desatadas nubes: árbol patriarcal, de esos que ven con indiferencia desdeñosa sucederse generaciones de chinches, pulgones, hormigas y larvas, y les dan cuna y sepulcro en los senos de su rajada corteza.
Al pronto fue útil el asilo: un verde paraguas de ramaje cobijaba los arrimados cuerpos de la pareja, guareciéndolos del agua terca y furiosa; y se reían de verla caer a distancia y de oír cómo fustigaba la cima del castaño, pero sin tocarles. Poco duró la inmunidad, y en breve comenzó la lluvia a correr por entre las ramas, filtrándose hasta el centro de la copa y buscando después su natural nivel. A un mismo tiempo sintió la niña un chorro en la nuca, y el mancebo llevó la mano a la cabeza, porque la ducha le regaba el pelo ensortijado y brillante. Ambos soltaron la carcajada, pues estaban en la edad en que se ríen lo mismo las contrariedades que las venturas.
-Se acabó... -pronunció ella cuando todavía la risa le retozaba en los labios-. Nos vamos a poner como una sopa. Caladitos.
-El que se mete debajo de hoja dos veces se moja -respondió él sentenciosamente-. Larguémonos de aquí ahora mismo. Sé sitios mejores.
-Y mientras llegamos, el agua nos entra por el pescuezo, y nos sale por los pies.
-Anda, tontiña. Remanga la falda y tapémonos la cabeza. Así, mujer, así. Verás qué cerquita está un escondrijo precioso.
Alzó ella el vestido de lana a cuadros, cubriendo también a su compañero y realizando el simpático y tierno grupo de Pablo y Virginia, que parece anticipado y atrevido símbolo del amor satisfecho. Cada cual asió una orilla del traje, y al afrontar la lluvia, por instinto juntaron y cerraron bajo la barbilla la hendidura de la improvisada tienda, y sus rostros quedaron pegados el uno al otro, mejilla contra mejilla, confundiéndose el calor de su aliento y la cadencia de su respiración. Caminaban medio a ciegas, él encorvado, por ser más alto, rodeando con el brazo el talle de ella, y comunicando el impulso directivo, si bien el andar de los dos llevaba el mismo compás.
Poco distaba el famoso escondrijo. Sólo necesitaron para acertar con él bajar un ribazo, resbaladizo por la humedad, y lindante con la carretera. Coronaban el ribazo grandes peñascales, y en su fondo existía una cantera de pizarra, ahondada y explotada al construirse el camino real, y convertida en profunda cueva; excelente abrigo para ocasiones como la presente. Abandonada hacía tiempo por los trabajadores la cantera, volvía a enseñorearse  de ella la vegetación, convirtiendo el hueco artificial en rústica y sombrosa gruta. En la cresta y márgenes del ribazo crecía tupida maleza, y al desbordarse, estrechaba la entrada de la excavación: al exterior se enmarañaba una abundante cabellera de zarzales, madreselvas, cabrifollos y clemátidas; dentro, en las anfractuosidades del muro lacerado por la piqueta, anidaban vencejos, estorninos y algún azor; los primeros salieron despavoridos, revoloteando, cuando entró la pareja. Siendo muy bajo el sitio, e impregnado del agua que recogía como una urna y del calor del sol que almacenaba en su recinto orientado al mediodía, encerraba una vegetación de invernáculo, o más bien de época antediluviana, de capas carboníferas: escolopendras y helechos enormes brotaban lozanos, destacando sobre la sombría pizarra los penachos de pluma de sus vertebradas y recortadas hojas.
Aun cuando el escondrijo daba espacio bastante, la pareja no se desunió al acogerse allí, sino que enlazada se dirigió a lo más oscuro, sin detenerse hasta tropezar con la pared, contra la cual se reclinó en silencio, al abrigo de la remangada falda. Ni menos se desviaron sus rostros, tan cercanos, que él sentía el aletear de mariposa de los párpados de ella, y el cosquilleo de sus pestañas curvas. Dentro del camarín de tela, los envolvía suavemente el calor mutuo que se prestaban: las manos, al sujetar bajo la barbilla la orla del vestido, se entretejían, se fundían como si formasen parte de un mismo cuerpo. Al fin el mancebo fue aflojando poco a poco el brazo y la mano, y ella apartó cosa de media pulgada el rostro. La tela, deslizándose, cayó hacia atrás, y quedaron descubiertos, agitados y sin saber qué decirse. Llenaba la gruta el vaho poderoso de la robusta vegetación semi-palúdica, y el sofocante ardor de un día canicular. Fuera, seguía cayendo con ímpetu la lluvia, que tendía ante los ojos de la pareja refugiada una cortina de turbio cristal, y ayudaba a convertir en cerrado gabinete el barranco donde con palpitante corazón esperaban niña y muchacho que cesase el aguacero.

No era la vez primera que se encontraban así, juntos y lejos de toda mirada humana, sin más compañía que la madre naturaleza, a cuyos pechos se habían criado. ¡En cuántas ocasiones, ya a la sombra del gallinero o del palomar que conserva la tibia atmósfera y el olor germinal de los nidos, ya en la soledad del hórreo, sobre el lecho movedizo de las espigas doradas, ya al borde de los setos, riéndose de la picadura de las espinas y del bigote cárdeno que pintan las moras, ya en el repuesto albergue de algún soto, o al pie de un vallado por donde serpeaban las lagartijas, habían pasado largas horas compartiendo el mendrugo de pan seco y duro ya a fuerza de andar en el bolsillo, las cerezas atadas en un pañuelo, las manzanas verdes; jugando a los mismos juegos, durmiendo la siesta sobre la misma paja! ¿Entonces, a qué venía semejante turbación al recogerse en la gruta?  Nada se había mudado en torno suyo; ellos eran quienes, desde el comienzo de aquel verano, desde que él regresara del instituto de Orense a la aldea para las vacaciones, se sentían inmutados, diferentes y medio tontos. La niña, tan corretona y traviesa de ordinario, tenía a deshora momentos de calma, deseos de ociosidad y reposo, lasitudes que la movían a sentarse en la linde de un campo o a apoyarse en un murallón, cuyo afelpado tapiz de musgo rascaba distraídamente con las uñas. A veces clavaba a hurtadillas los ojos en el lindo rostro de su compañero de infancia, como si no le hubiese visto nunca; y de repente los volvía a otra parte, o los bajaba al suelo. También él la miraba mucho más, pero fijamente, sin rebozo, con ardientes y escrutadoras pupilas, buscando en pago otra ojeada semejante; y al paso que en ella crecía el instintivo recelo, en él sucedía a la intimidad siempre un tanto hostil y reñidora que cabe entre niños, al aire despótico que adoptan los mayores y los varones con las chiquillas,un rendimiento, una ternura, una galantería refinada, manifestada a su manera, pero de continuo. Ayer, aunque inseparables y encariñados hasta el extremo de no poder vivir sino juntos y de que les costase todos los inviernos una enfermedad la ausencia, cimentaban su amistad, más que las finezas, los pescozones, cachetes y mordiscos, las riñas y enfados, la superioridad cómica que se arrogaba él, y las malicias con que ella le burlaba. Hoy parecía como si ambos temiesen, al hablarse, herirse o suscitar alguna cuestión enojosa; no disputaban, no se peleaban nunca; el muchacho era siempre del parecer de la niña. Esta cortedad y recelo mutuo se advertía más cuando estaban a solas. Delante de gente se restablecía la confianza y corrían las bromas añejas.”

29 de maig 2013

presentación libro

El próximo martes 11 de junio de 2013,  a las 19 horas, Vespres Literaris organiza la presentación del libro "Los sueños de los últimos días", una novela a caballo del género negro, el misterio y la ciencia ficción.

La presentación se realizará en el Centro Cívico de Montflorit, i correrá a cargo de Eduardo Ruiz Sosa, con la presencia del autor: el narrador, periodista y promotor cultural mexicano Hermann Gil Robles.


Sinopsis de la obra:

El virus está suelto, los Locomotores son demasiados y los rodean armados de Hitchs mecanizados, los infectados se multiplican con velocidad, la Red de brigadas no contesta y no hay suficiente de La Negra. ¿Plan B?

Federico Rioja ha sido reclutado por una asociación secreta llamada Organet, que se encarga de contener una infección originada por la corriente artística surrealista y que provoca la pérdida de la conciencia, generando el caos.


Rioja deberá trabajar dentro de la Brigada Antidiletante, junto con Sandra, el Checo, Jorge y el jefe en comando de brigada Sodorte, para detener la propagación del virus. Él tendrá que probar su capacidad como viajero de los sueños para encontrar a tiempo la última obra de arte que puede salvarlos. 


A través de estas páginas, Hermann Gil Robles nos muestra un mundo en el que los límites entre la realidad y los sueños empiezan a borrarse. Sin duda suena tentador, pero todo tiene sus consecuencias.

El autor:

Hermann Gil Robles. Culiacán, Sinaloa (1983) Narrador, periodista y promotor cultural.


Obtuvo el primer lugar en el Concurso Nacional de Cuento a nivel Bachillerato del Colegio de Bachilleres del Estado de San Luis Potosí en 1999. Becario del FOECA Sinaloa 2000-2001 y del Centro de Escritores de Nuevo León 2006. Actualmente es becario del Programa de Residencias Artísticas FONCA-Conacyt en Libre Gestión. 2012. Literatura, Novela “La ciudad del olvido”. Y recientemente obtuvo la mención honorífica  en el XVIII Nacional de Cuento Magdalena Mondragón 2012.

Ha participado en talleres coordinados por Élmer Mendoza (1998-2000), Patricia Laurent (2001-2002) y Jesús Ramón Ibarra (1997-1998).  Y en el campamento de Novela-FORCA 2012 coordinado por Julián Herbert.

Ha publicado en diversas revistas nacionales e internacionales; coautor del libro colectivo Antes de los Veinte (Difocur, 1998); y Cuatro Rosas y Silencio (COBAES, 2000).

Autor de No hay buen puerto (Harakiri Plaquettes, 2004); de Fuera de la Memoria (IMCC, 2011); y de Los Sueños de los Últimos Días (Andraval Ediciones, 2012). Su obra fue incluida en la antología Cien Años del Cuento en Sinaloa de Jesús Manuel Rodelo (IMCC. 2006).

Actualmente se desempeña como coordinador de la sección de Cultura del Semanario Info7 de TV Azteca Noreste y como Arquitecto de Información para  Periódicos OnLine.

Además, coordina el proyecto Diario Cultura.mx (www.diariocultura.mx), periódico OnLine de corte cultural apoyado por Financiarte 2011, categoría de Literatura, Conarte.

28 de maig 2013

sonar 2013



Festival Internacional de Música Avançada i New Media Art

web del festival:             http://www.sonar.es/es/2013/

pucherazo

Caricatura satírica del semanario “La Flaca” que ironiza sobre la farsa electoral. 
Con Sagasta al frente, aparece una comitiva de caciques, sicarios, fuerzas del orden público, campesinos y obreros prisioneros y la manipulación de las papeletas haciendo votar a los muertos.


“¡Qué elecciones aquéllas, Dios eterno! i Qué lid reñidísima,  qué disputar el terreno pulgada a pulgada, empleando todo género de zancadillas y ardides! Trampeta parecía haberse convertido en media docena de hombres para trampetear a la vez en media docena de sitios. Trueques de papeletas, retrasos y adelantos de hora, falsificaciones, amenazas, palos, no fueron arbitrios peculiares de esta elección, por haberse ensayado en otras muchas; pero uniéronse a las estratagemas usuales algunos rasgos de ingenio sutil,  enteramente inéditos. En un colegio,  las capas de los electores del marqués se rociaron de aguarrás y se les prendió fuego disimuladamente por medio de un fósforo, con que los infelices salieron dando alaridos, y no aparecieron más.  En otro se colocó la mesa electoral en un descanso de escalera; los votantes no podían subir sino de uno en uno,  y doce paniaguados de Trampeta, haciendo fila, tuvieron interceptado el sitio durante toda la mañana, moliendo muy a su sabor a puñadas y coces a quien intentaba el asalto.  Picardía discreta y mafiosa fue la practicada en Cebre mismo.
Acudían allí los curas acompañando y animando al rebaño de electores, a fin de que no se dejasen dominar por el pánico en el momento de depositar el voto. Para evitar que «se la jugasen», don Eugenio, valiéndose del derecho de intervención,  sentó en la mesa a un labriego de los más adictos suyos, con orden terminante de no separar la vista un minuto de la urna. «íTú entendiste, Roque? No me apartas los ojos de ella, así se hunda el mundo.» Instalóse el payo, apoyando los codos en la mesa y las manos en los carrillos, contemplando de hito en hito la misteriosa olla, tan fijamente como si intentase alguna experiencia de hipnotismo. Apenas alentaba, ni se movía más que si fuese hecho de piedra. Trampeta en persona, que daba sus vueltas por allí, llego a impacientarse viendo al inmóvil testigo, pues ya otra olla rellena de papeletas, cubiertas a gusto del Alcalde y del secretario de la mesa, se escondía debajo de ésta, aguardando ocasión propicia de sustituir a la verdadera urna. Destacó pues un seide encargado de seducir al vigilante, convidándole a comer, a echar un trago, recurriendo a todo género de insinuaciones halagüeñas. Tiempo perdido: el centinela ni si-quiera miraba de reojo para ver a su interlocutor: su cabeza redonda, peluda, sus salientes mandíbulas, sus ojos que no pestañeaban, parecían imagen de la misma obstinación. Y era preciso sacarle de allí, porque se acercaba la hora sacramental,  las cuatro, y había que ejecutar el escamoteo de la olla.  Trampeta se agito, hizo a sus adláteres preguntas referentes a la biografía del vigilante, y averiguó que tenía un pleito de tercería en la Audiencia, por el cual le habían embargado los bueyes y los frutos.  Acercóse a la mesa disimuladamente,  púsole una mano en el hombro, y gritó: « ¡Fulano... ganaste el pleito!» Salto el labriego, electrizado. «¡ Qué me dices, hombre!» «Se falló en la Audiencia ayer.» «Tu loqueas.» «Lo que oyes.» En este intervalo el secretario de la mesa verificaba el trueque de pucheros: ni visto ni oído. El Alcalde se levantó con solemnidad. « ¡Señores... se va a proceder al discutinio. Entra la gente en tropel: comienza la lectura de papeletas: míranse los curas atónitos, al ver que el nombre de su candidato no aparece « ¿Tú te moviste de ahí?»,  pregunta el abad de Naya al centinela. «No, señor», responde éste con tal acento de sinceridad, que no consentía sospecha. «Aquí alguien nos vende», articula el abad de Ulloa en voz bronca, mirando desconfiadamente a don Eugenio. Trampeta, con las manos en los bolsillos, ríe a socapa.

Tales amaños mermaron de un modo notable la votación del marqués de Ulloa, dejando circunscrita la lucha, en el último momento, a disputarse un corto número de votos, del cual dependía la victoria. Y llegado el instante crítico, cuando los ulloístas se juzgaban ya dueños del campo,  inclinaron la balanza del lado del gobierno defecciones completamente impensadas, por no decir abominables traiciones, de perso-nas con quienes se contaba en absoluto, habiendo respondido de ellas la misma casa de los Pazos, por boca de su mayordomo. Golpe tan repentino y alevoso no pudo prevenirse ni evitarse. Primitivo, desmintiendo su acostumbrada impasibilidad, dio rienda a una cólera furiosa, desatándose en amenazas absurdas contra los tránsfugas.”

Los Pazos de Ulloa
Emilia Pardo Bazán
pág: 355-357

27 de maig 2013

festival shakespeare 2013


El Festival Shakespeare torna.

Enguany és la Xa edició del Festival. La proposta desembarca a Barcelona, al Raval, i hi arriba amb la complicitat de La Perla 29, que s’adhereix al projecte i que fa de la Biblioteca de Catalunya la seu central del Festival.

El Teatre Romea, el CCCB, la Filmoteca de Catalunya, la Central del Raval,  l’Horiginal i l’Escola Massana,  entitats del barri, se sumen també a la iniciativa.


Hi ha programades tot un seguit d'activitats que podeu consultar al web del festival: 


 i a l'enllaç:


"el archivo de la casa"



“Las estanterías entreabiertas dejaban asomar legajos y protocolos en abundancia;  por el suelo, en las dos sillas de baqueta, encima de la mesa, en el alféizar mismo de la enrejada ventana, había más papeles, más legajos, amarillentos, vetustos, carcomidos, arrugados y rotos;  tanta papelería exhalaba un olor a humedad, a rancio, que cosquilleaba en la garganta desagradablemente. El marqués de Ulloa, deteniéndose en el umbral y con cierta expresión solemne, pronuncio:
—El archivo de la casa.
Desocupo en seguida las sillas de cuero, y explico muy acalorado que aquello estaba revueltísimo —aclaración de todo punto innecesaria— y que semejante desorden se debía al descuido de un fray Venancio, administrador de su padre,  y del actual abad de Ulloa, en cuyas manos pecadoras había venido el archivo a parar en lo que Julián veía...
—Pues así no puede seguir —exclamaba el capellán—. ¡Papeles de importancia tratados de este modo! Hasta es muy fácil que alguno se pierda.
— ¡Naturalmente! Dios sabe los desperfectos que ya me habrán causado, y cómo andará todo, porque yo ni mirarlo quiero... Esto es lo que usted ve: un desastre, una perdición! ¡Mire usted..., mire usted lo que tiene ahí a sus pies! ¡Debajo de una bota!
Julián levantó el pie muy asustado, y el marqués se bajó recogiendo del suelo un libro delgadísimo, encuadernado en badana verde, del cual pendía rodado sello de plomo. Tomólo Julián con respeto, y al abrirlo, sobre la primer hoja de vitela, se destacó una soberbia miniatura heráldica, de colores vivos y frescos a despecho de los años.
— ¡Una ejecutoria de nobleza! —declaró el señorito gravemente.
Por medio de su pañuelo doblado,  la limpiaba Julián del moho, tocándola con manos delicadas. Desde niño le había enseñado su madre a reverenciar la sangre ilustre, y aquel pergamino escrito con tinta roja, miniado, dorado, le parecía cosa muy veneranda, digna de compasión por haber sido pisoteada, hollada bajo la suela de sus botas. Como el señorito permanecía serio, de codos en la mesa, las manos cruzadas bajo la barba, otras palabras del señor de la Lage acudieron a la memoria del capellán: «Todo eso de la casa de mi sobrino debe ser un desbarajuste... Haría usted una obra de caridad si lo arreglase un poco.» La verdad es que el no entendía gran cosa de papelotes; pero con buena voluntad y cachaza...
—Señorito —murmuro— ¿y por qué no nos dedicamos a ordenar esto como Dios manda? Entre usted y yo, mal seria que no acertásemos. Mire usted; primero apartamos lo moderno de lo antiguo; de lo que este muy estropeado se podría hacer sacar copia; lo roto se pega con cuidadito con unas tiras de papel transparente...

El proyecto le pareció al señorito de perlas. Convinieron en ponerse al trabajo desde la mariana siguiente. Quiso la desgracia que al otro día Primitivo descubriese en un maizal próximo un bando entero de perdices entretenido en comerse la espiga madura. Y el marqués se terció la carabina y dejó para siempre jamás amén a su capellán bregar con los documentos.”

Los Pazos de Ulloa
Emilia Pardo Bazán
pág: 122-123

26 de maig 2013

el ciruelo

EL CIRUELO

Hay en el patio un ciruelo
que es de todos el menor.
Para que nadie lo pise
tiene reja alrededor.

Aunque no puede crecer,
él sueña con ser mayor.
Pero nunca podrá serlo
con tan poco sol de sol.

No sabe  si es un  ciruelo
porque ciruelas no da.
Se le conoce en la hoja
que es ciruelo de verdad.


Bertolt Brecht


l'artista al carrer 2013

Cerdanyola del Vallès
L'artista al carrer 2013
25 de maig 2013
Obra de Marutxi Beaumont


Isla
Carlos Utrera
Amanecer marino
Carlos Utrera

Moviments
Carlos Utrera

25 de maig 2013

combate naval en una charca

“Poco después sufrió una metamorfosis el vivir entumecido y soñoliento de los Pazos. Entro allí cierta hechicera más poderosa que la señora María la Sabia: la política,  si tal nombre merece el enredijo de intrigas y miserias que en las aldeas lo recibe.  Por todas partes cubre el manto de la política intereses egoístas y bastardos, apostasías y vilezas; pero al menos, en las capitales populosas, la superficie, el aspecto, y a veces los empeños de la lid, presentan carácter de grandiosidad. Ennoblece la lucha la magnitud del palenque: asciende a ambición la codicia, y el fin material se sacrifica, en ocasiones, al fin ideal de la victoria por la victoria.  En el campo, ni aun por hipocresía o histrionismo se aparenta el menor propósito elevado y general. Las ideas no entran en juego, sino solamente las personas, y en el terreno más mezquino: rencores, odios, rencillas, lucro miserable, vanidad microbiológica. Un combate naval en una charca.

Forzoso es reconocer no obstante que en la época de la revolución la exaltación política, la fe en las teorías llevada al fanatismo, lograba infiltrarse doquiera, saneando con ráfagas de huracán el mefítico ambiente de las intrigas cuotidianas en las aldeas. Vivía entonces España pendiente de una discusión de Cortes, de un grito que se daba aquí o acullá. En los talleres de un arsenal o en los vericuetos de una montaña; y cada quince días o cada mes, se agitaban, se debatían, se querían resolver definitivamente cuestiones hondas, problemas que el legislador, el estadista y el sociólogo necesitan madurar lentamente, meditar quizás años enteros antes de descifrarlos, y que una multitud de revolución decide en pocas horas, mediante una acalorada discusión parlamentaria, o una manifestación clamorosa y callejera. Entre el almuerzo y la comida se reformaba, se innovaba una sociedad; fumando un cigarro se descubrían nuevos principies, y en el fondo de la vorágine batallaban las dos grandes soluciones de raza, ambas fuertes porque se apoyaban en algo secular, lentamente sazonado al calor de la historia: la monarquía absoluta y la constitucional, por entonces disfrazada de monarquía democrática.

La conmoción del choque llegaba a todos lados, sin exceptuar las fieras montañas que cercaban a los Pazos de Ulloa. También allí se politiqueaba. En las tabernas de Cebre, el día de la feria, se oía hablar de libertad de cultos, de derechos individuales, de abolición de quintas, de federación, de plebiscito —pronunciación no garantizada, por supuesto. Los curas, al terminar las funciones, entierros y misas solemnes  se demoraban en el atrio, discutiendo con calor algunos síntomas recientes y elocuentísimos…”
Los Pazos de Ulloa
Emilia Pardo Bazán
pág: 327-329


Carlos, profesor


Ahir, el nostre company Carlos Utrera participar en un taller de pintura que l'AMPA del CEIP Carles Buïgas organitzava dins de les Jornades Culturals d'aquesta escola.


Al taller, els va mostrar la tècnica puntillista amb la qual crea part dels seus quadres, i els va animar a decorar,  amb la mateixa tècnica, un punt de llibre.





El resultat va ser espectacular. 

23 de maig 2013

caciquismo

“¿Y qué valía todo ello en comparación del festín homérico preparado en la sala de la rectoral? Media docena de tablas tendidas sobre otros tantos cestos, ayudaban a ensanchar la mesa cuotidiana; por encima dos limpios manteles de lamanisco sostenían grandes jarros rebosando tinto añejo; y haciéndoles frente, en una esquina del aposento, esperaban tumo ventrudas ollas henchidas del mismo líquido. La vajilla era mezclada, y entre el estaño y barro vidriado descollaba algún talavera legítimo, capaz de volver loco a un coleccionista, de los muchos que ahora se consagran a la arcana ciencia de los pucheros. Ante la mesa y sus apéndices, no sin mil cumplimientos y ceremonias, fueron tomando asiento los padres curas, porfiando bastante para ceder los asientos de preferencia, que al cabo tocaran al obeso Arcipreste de Loira —la persona más respetable en años y dignidad de todo el clero circunvecino, que no había asistido a la ceremonia por no ahogarse con las apreturas del gentío en la misa—, y a Julián, en quien don Eugenio honraba a la ilustre casa de Ulloa.
Sentóse Julián avergonzado, y su confusión subió de punto durante la comida. Por ser nuevo en el país y haber rehusado siempre quedarse a comer en las fiestas, era blanco de todas las miradas. Y la mesa estaba imponente. La rodeaban unos quince curas y sobre ocho seglares, entre ellos el médico, notario y juez de Gebre, el señorito de Limioso, el sobrino del cura de Boán, y el famosísimo cacique conocido por el apodo de Barbacana, que apoyándose en el partido moderado a la sazón en el poder, imperaba en el distrito y llevaba casi anulada la influencia de su rival el cacique Trampeta,  protegido por los unionistas y mal visto por el clero. En suma, allí se juntaba lo más granado de la comarca, faltando solo el marqués de Ulloa, que vendría de fijo a los postres. La monumental sopa de pan rehogada en grasa, con chorizo, garbanzos y huevos cocidos cortados en ruedas, circulaba ya en gigantescos tarterones, y se comía en silencio, jugando bien las quijadas. De vez en cuando se atrevía algún cura a soltar frases de encomio a la habilidad de la guisandera; y el anfitrión, observando con disimulo quiénes de los convidados andaban remisos en mascar, les instaba a que se animasen, afirmando que era preciso aprovecharse de la sopa y del cocido, pues apenas había otra cosa. Creyéndolo así Julián, y no pareciéndole cortés desairar a su huésped, cargó la mano en la sopa y el cocido. Grande fue su terror cuando empezó a desfilar interminable serie de platós —los veintiséis tradicionales en la comida del patrón de Naya, no la más abundante que se servía en el arciprestazgo, pues Loiro se le aventajaba mucho.”
Los Pazos de Ulloa
Emilia Pardo Bazán
pág: 151-152


Caciquismo:
Sistema político en que una democracia parlamentaria es controlada, al margen de las leyes escritas, por el predominio local de los caciques.

Las palabras cacique y caciquismo parecen haberse aplicado desde época muy temprana para designar el dominio ejercido por las oligarquías locales sobre sus convecinos. Que estás oligarquías influyeran en el desarrollo del mecanismo electoral era la consecuencia lógica de tratar de imponer una superestructura política nueva a una sociedad que no se había transformado en lo esencial. El control ejercido por los caciques sobre los votantes (o sobre las votaciones, que en ocasiones se fraguaban sin preocuparse por los votantes) llego a tal perfección que hizo posible montar en España el sistema de partidos turnantes de la Restauración, fingir las apariencias de una democracia parlamentaria que no era más que fachada y llegar a implantar el sufragio universal- masculino-, en 1890, sin perder los resortes que permitían fabricar los resultados de las elecciones.

La estructura de la maquinaria caciquil era bastante sencilla: en la cima se hallaban los «oligarcas» de Madrid, los jefes de facción parlamentaria y sus lugartenientes; grupos que fingían ser partidos políticos, pero que no eran más que asociaciones de intereses, y en ocasiones poco más que grupos familiares El cacique propiamente dicho solía contentarse con cargos municipales o provinciales, desde los cuales mantenía el control directo de su cacicazgo, gracias al apoyo incondicional de las autoridades, la fuerza pública y el poder judicial, que eran la contrapartida que el gobierno le ofrecía por su sumisión electoral. Normalmente las elecciones se desarrollaban sin violencias, ya que los votantes rurales se prestaban a seguir las instrucciones del cacique. Solo si la persuasión se mostraba insuficiente se recurría a la fuerza (intimidación o encarcelamiento de los votantes disconformes), al fraude (falsificación de actas, votación masiva de los muertos) o a la compra de votos

orphelins


22 de maig 2013

el foro



Había puesto Julián manos a la obra con sumo celo, creyendo no le sería imposible orientarse en semejante caos de papeles. Se desojaba para entender la letra antigua y las enrevesadas rúbricas de las escrituras; quería al menos separar lo correspondiente a cada uno de los tres o cuatro principales partidos de renta con que contaba la casa; y se asombraba de que para cobrar tan poco dinero, tan mezquinas cantidades de centeno y trigo, se necesitase tanto farrago de procedimientos, tanta documentación indigesta. Perdíase en un dédalo de foros y subforos, prorrateos, censos, pensiones, vinculaciones, cartas dotales, diezmos, tercios, pleitecillos menudos, de atrasos, y pleitazos gordos, de partijas. A cada paso se le confundía más en la cabeza toda aquella papelería trasconejada; si las obras de reparación, como poner carpetas de papel fuerte y blanco a las escrituras que se deshacían de puro viejas le eran ya fáciles, no así el conocimiento científico de los malditos papelotes, indescifrables para quien no tuviese lecciones y práctica. Ya desalentado se lo confesó al marqués.

—Señorito, yo no salgo del paso... Aquí convenía un abogado, una persona entendida.”

Los Pazos de Ulloa
Emilia Pardo Bazán
pág: 128

         Descripción:  
Contrato por el que el dueño de un bien inmueble (aforante), reservándose el  dominio directo, cede al forero todos los derechos que sobre la misma le correspondan, comprometiéndose éste al pago de una pensión anual y a la conservación , mejoramiento del bien y, en su caso, a su devolución.

 Historia:
El foro tiene en su origen aspectos de prestación señorial y en su forma jurídica rasgos parecidos a los de la enfiteusis y el censo, con los que se le ha querido relacionar. En teoría, consiste en la entrega de una finca a un cultivador o forero que se obliga a pagar un canon o pensión anual, que era inicialmente una parte de los frutos y se transformó más tarde en una renta fija.
Los mayores propietarios de foros, y con ello de la tierra de Galicia, eran las comunidades monásticas (benedictinos y cistercienses), pero en la red de explotación del agricultor gallego se introdujeron numerosos señores laicos. Los problemas que origina el foro se ven agravados por su subdivisión. Subdivisión en extensión, por participación entre los herederos o por enajenaciones parciales, de las que el propietario se defiende nombrando un “cabezalero” (generalmente «el mayor llevador» del foro) que se encarga de reunir las prorratas y entregarlas al señor, y que responde ante éste del pago íntegro de la pensión. Pero también subdivisión en profundidad, por medio del subforo, al entregar el forero la tierra en arrendamiento a otro campesino, a cambio de la pensión original que debe abonarse al señor más una prima en favor del que subarrienda. A veces se produce un tercer e incluso un cuarto subarrendamiento, sin más límite que la imposibilidad física de compensar nuevos aumentos de la pensión con el producto de la tierra. Así se creó una capa de señores medianeros que tenían la tierra de los monasterios y la daban a otros campesinos, desligándose del cultivo y convirtiéndose en perceptores de renta.
La situación de los foreros se agravó a mediados del siglo XVlll,  a consecuencia de una disposición de Felipe V que daba estímulo y pretexto a los monasterios e iglesias de Galicia y Asturias para que expulsasen de la tierra a los foreros (1744). Alarmados ante el aumento de las expulsiones, los diputados del reino de Galicia solicitaron en 1754 al gobierno que convirtiese los foros en perpetuos. Mientras se estudiaba la cuestión, los propietarios emprendían acciones de despojo en masa, que afectaban a millares de familias campesinas; a causa de esto el consejo de Castilla público en mayo de 1763 una pragmática en la que se ordenaba suspender todos los litigios y expulsiones hasta tanto el rey decidía acerca de la cuestión. La interinidad se prolongó indefinidamente, y la legislación liberalizadora de la primera mitad del siglo XIX no soluciono el problema,  sino que se limitó a transmitir el dominio de los viejos propietarios eclesiásticos a unos nuevos propietarios laicos. Así la red foral se acabó de extender por todo el territorio y con mallas cada vez más angostas, y las constantes reclamaciones de los agricultores gallegos quedaron sin respuesta hasta 1873, cuando la primera República promulgo una ley acerca de la redención de los foros, capitalizados al 6% (es decir, mediante el pago de un capital respecto del cual la pensión anual representase un 6%). Al producirse la restauración de los Borbones, los propietarios lograron anular esta medida, que consideraban perjudicial para sus intereses, y bloquearon todos los proyectos de redención posteriores. La reforma agraria de 1932 declaraba en su base 22 «revisables todos los censos, foros y subforos impuestos sobre bienes rústicos», pero el problema del foro ha seguido vigente hasta la actualidad.

20 de maig 2013

el naturalismo

Émile Zola


En el prólogo que Émile Zola escribió para la segunda edición de su novela “Thérèse Raquin” (1868), estableció las bases teóricas de lo que había de ser la novela experimental o naturalista: «el estudio del temperamento y las modificaciones profundas del organismo bajo la presión del medio y las circunstancias». El naturalismo surgió de la confluencia de una corriente literaria —el realismo narrativo de Balzac,  Stendhal, Flaubert y los Goncourt— con otra científica e ideológica —el positivismo de Comte, Berthelot, Taine y Claude Bernard— y aspiraba a crear una novela científica. , el utilitarismo de Bentham y Stuart Mill, el evolucionismo físico de Darwin o social de Herbert Spencer y el materialismo histórico de Marx y Engels
Tras “La taberna” (1877),  que represento el triunfo del natu­ralismo, aparecieron una serie de volúmenes en los que Zola recogía sus trabajos críticos: “La novela experimental” (1880) y “Los novelistas naturalistas” (1881).  Diez años después, Zola y sus seguidores habían abandonado, en mayor o menor grado, los principios programáticos de la escuela.
 Las referencias de la prensa española a Zola y la novela experimental muestran, hasta fines de 1878, un general desconocimiento del movimiento francés; fue en el período 1880-1882 cuando la cultura española entro en fructífero contacto con el naturalismo. En 1880 aparecieron, publicadas las traducciones de “Una página de amor”, “La taberna” y “Nana”. Al año siguiente se publicó “La desheredada de Benito  Pérez Galdós, primera novela española con clara influencia naturalista, y la crítica de esta novela, escrita por Clarín, podría considerarse el manifiesto del movimien­to en España. En 1882 se iniciaran las discusiones públicas en el ateneo madrileño sobre la nueva corriente literaria; ese mismo año apareció, en la revista madrileña "La Diana", el texto teórico más importante escrito en España, la serie de artículos "Del naturalismo", de Clarín; mientras, en el periódico "La época", se publicaba "La cuestión palpitante" de Emilia  Pardo Bazán, -al año siguiente se editaba como libro con un prólogo de Clarín-. Los artículos de la Pardo Bazán provocaron un gran escándalo, pese a rechazar el determinismo y las bases positivistas de Zola, por ello no puede hablarse de un natura­lismo español en sentido estricto por el enorme peso ideológico de la iglesia católica,  pero el esplendor de la novela en el decenio de los ochenta, solo puede explicarse teniendo en cuenta el ejemplo del naturalismo francés. 

Benito Pérez Galdos

“El naturalismo no es la imitación de lo que repugna a los sentidos, Sr. Campoamor, queridísimo poeta; porque el naturalismo no copia ni puede copiar la sensación, que es donde está la repugnancia. Si el naturalismo literario regalase al Sr. Campoamor los olores, colores, formas, ruidos, sabores y contactos que le disgustan, podría quejarse, aunque fuera a costa de los gustos ajenos (pues bien pudieran ser agradables para otros los olores, sabores formas, colores y contactos que disgustasen al poeta insigne). Pero es el caso que la literatura no puede consistir en tales sensaciones ni en su imitación siquiera. Las sensaciones no se pueden imitar sino por medio de sensaciones del mismo orden. Por eso la literatura ha podido describir la peste de Milán y los apuros de Sancho en la escena de los batanes, sin temor al contagio ni a los malos olores. El argumento del asco empleado contra el naturalismo no es de buena fe siquiera.
El naturalismo no es tampoco la constante repetición de descripciones que tienen por objeto representar ante la fantasía imágenes de cosas feas, viles y miserables. Puede todo lo que hay en el mundo entrar en el trabajo literario, pero no entra nada por el mérito de la fealdad, sino por el valor real de su existencia. Si alguna vez un autor naturalista ha exagerado, falto de tino, la libertad de escoger materia, perdiéndose en la descripción de lo insignificante, esta culpa no es de la nueva tendencia literaria.  
El naturalismo no es solidario del positivismo, ni se limita en sus procedimientos a la observación y experimentación en el sentido abstracto, estrecho y lógicamente falso, por exclusivo, en que entiende tales formas del método el ilustre Claudio Bernard. Es verdad que Zola en el peor de sus trabajos críticos ha dicho algo de eso; pero él mismo escribió más tarde cosa parecida a una rectificación; y de todas maneras, el naturalismo no es responsable de esta exageración sistemática de Zola.
El naturalismo no es el pesimismo, diga lo que quiera el notable filósofo y crítico González Serrano, y por más que en esta opinión le acompañe acaso la poderosa inteligencia de Doña Emilia Pardo Bazán, autora de este libro. Verdad es que Zola habla algunas veces -por ejemplo, al criticar Las Tentaciones de San Antonio- de lo que llamaba Leopardi «l'infinita vanità del tutto»; pero esto no lo hace en una novela; es una opinión del crítico. Y aunque se pudiera demostrar, que lo dudo, que de las novelas de Zola y de Flaubert se puede sacar en consecuencia que estos autores son pesimistas, no se prueba así que el naturalismo, escuela, o mejor, tendencia pura y exclusivamente literaria, tenga que ver ni más ni menos con determinadas ideas filosóficas acerca de las causas y finalidad del mundo. Ninguna teoría literaria seria se mete en tales libros de metafísica; y menos que ninguna el naturalismo, que, en su perfecta imitación de la realidad, se abstiene de dar lecciones, de pintar los hechos como los pintan los inventores de filosofías de la historia, para hacerles decir lo que quiere que digan el que los pinta: el naturalismo encierra enseñanzas, como la vida, pero no pone cátedra: quien de un buen libro naturalista deduzca el pesimismo, lleva el pesimismo en sí; la misma conclusión sacará de la experiencia de la vida. Si es el libro mismo el que forzosamente nos impone esa conclusión, entonces el libro podrá ser bueno o malo, pero no es, en este respecto, naturalista. Pintar las miserias de la vida no es ser pesimistas. Que hay mucha tristeza en el mundo, es tal vez el resultado de la observación exacta. El naturalismo no es una doctrina exclusivista, cerrada, como dicen muchos: no niega las demás tendencias. Es más bien un oportunismo literario; cree modestamente que la literatura más adecuada a la vida moderna es la que él defiende. El naturalismo no condena en absoluto las obras buenas que pueden llamarse idealistas; condena, sí, el idealismo, como doctrina literaria, porque éste le niega a él el derecho a la existencia.
El naturalismo no es un conjunto de recetas para escribir novelas, como han creído muchos incautos. Aunque niega las abstracciones quiméricas de cierta psicología estética que nos habla de los mitos de la inspiración, el estro, el genio, los arrebatos, el desorden artístico y otras invenciones a veces inmorales; aunque concede mucho a los esfuerzos del trabajo, del buen sentido, de la reflexión y del estudio, está muy lejos de otorgar a los necios el derecho de convertirse en artistas, sin más que penetrar en su iglesia. Entren en buena hora en el naturalismo cuantos lo deseen..., pero en este rito no canta misa el que quiere: los fieles oyen y callan. Esto lo olvidan, o no lo saben, muchos caballeros que, por haberse enterado de prisa y mal de lo que quiere la nueva tendencia literaria, cogen y se ponen a escribir novelas, llenos de buena intención, dispuestos a seguir en todo el dogma y la disciplina del naturalismo...  Autor de estos hay que tiene en proyecto contar las estrellas y todas las arenitas del mar, para escribir la obra más perfecta del naturalismo. Ya se han escrito por acá novelas naturalistas con planos; y no falta quien tenga entre ceja y ceja una novela política, naturalista también, en la que, con motivo de hacer diputado al protagonista, piensa publicar la ley electoral y el censo. Lástima que tales extravíos no sean siquiera excesos del ingenio, sino producto de medianías aduladas, que, merced a la facilidad del trato social, piensan que por codearse en todas partes con el talento, y hasta discutir con él, pueden atreverse a las mismas empresas...“

Leopoldo Alas, "Clarín"

Fragmento del prólogo a la segunda edición del libro de Emilia Pardo Bazán: "La cuestion palpitante"


18 de maig 2013

Cádiz se asoma

calle Columela, años veinte del siglo pasado


"Amaina el viento de levante y la gente pasa sobre los brillos dorados del sol de media tarde.
Los balcones blancos miran y callan, evocando la vida  entre sus filigranas de hierro, sobre las perspectivas del tiempo, siempre en  la eterna lucha por ser y por seguir siendo.
Avanza el caminante, por la calle Columela, como en una máquina del tiempo. Soplan malos vientos, eso es cierto, pero en José del Toro se acaba el destierro, aquí los balcones blancos nos muestran sus flores de aromas dulces… y la muchedumbre se va moviendo, por las calles de Cádiz, como peregrino nuevo, fascinado por la luz que ilumina este pueblo; barrio a barrio, templo a templo.
La música suena, y vuelan los cantares, mientras los unicornios dibujan, en su lienzo infinito de humo de nubes blancas, formas que arrancan pensamientos, pensamientos que esculpen ideas y van construyendo sueños.
El viento nos lleva a su antojo por su mar de callejuelas, desde la calle Feduchi hasta la Plaza del Palillero, silbando sus coplas de marinero atento, de noches de luna de plata, de agua dulce y salero,.. y de dunas doradas que unen esta isla a tierra firme por un túnel del tiempo que el mar no se lleva, porque no quiere que se pierdan los peregrinos nuevos de todos los tiempos.
Y el eco, otra vez el eco que atrae los cantos de sirena por el río ancho del Estrecho, nos vuelve a mostrar la tarde, entre las brumas limpias, la esencia y figura de la LIBERTAD, lejos de las ataduras que intentan definirla y poseerla, lejos de los conceptos vanos de palabras incumplidas: pronunciadas o escritas.
Hoy, desde sus balcones blancos, Cádiz de está asomando….. para miraros cuando estáis pasando."

Plaza del Palillero, año 1949


Para todos mis amigos de Cerdanyola.

Sanlúcar de Barrameda, 18 de Mayo de 2013.

Cádiz se asoma

de Francisco Jesús Galindo Sánchez.     


         


Gracias, Francisco por las palabras y los textos que compartes con nosotros en este espacio. Un abrazo.

¡Ah!, se me olvidaba....,  feliz día, Carlos..... 
                                           

14 de maig 2013

un cuento de Emilia



Este mes estamos leyendo “Los Pazos de Ulloa” , obra de la, para muchos, mejor novelista del siglo XIX Penínsular.  Para degustar un poco la narrativa, las ideas y el carácter  de  la excepcional Emilia Pardo Bazán, transcribibimos el cuento 


Feminista

"Fue en el balneario de Aguasacras donde hice conocimiento con aquel matrimonio: el marido, de chinchoso y displicente carácter, arrastrando el incurable padecimiento que dos años después le llevó al sepulcro; la mujer, bonitilla, con cara de resignación alegre, cuidándole solícita, siempre atenta a esos caprichos de los enfermos, que son la venganza que toman de los sanos.

Conservaba, no obstante, el valetudinario la energía suficiente para discutir, con irritación sorda y pesimismo acerbo, sobre todo lo humano y lo divino, desarrollando teorías de cerrada intransigencia. Su modo de pensar era entre inquisitorial y jacobino, mezcla más frecuente de lo que se pudiera suponer, aquí donde los extremos no sólo se han tocado, sino que han solido fusionarse en extraña amalgama. Han sido generalmente prendas raras entre nosotros la flexibilidad y delicadeza de espíritu, engendradoras de la amable tolerancia, y nuestro recio y chirriante disputar en cafés, círculos, reuniones, plazuelas y tabernas lo demostraría, si otros signos del orden histórico no bastasen.

El enfermo a que me refiero no dejaba cosa a vida. Rara era la persona a quien no juzgaba durísimamente. Los tiempos eran fatídicos y la relajación de las costumbres horripilantes. En los hogares reinaba la anarquía, porque, perdido el principio de autoridad, la mujer ya no sabe ser esposa, ni el hombre ejerce sus prerrogativas de marido y padre. Las ideas modernas disolvían, y la aristocracia, por su parte, contribuía al escándalo. Hasta que se zurciesen muchos calcetines no cabía salvación. La blandenguería de los varones explicaba el descoco y garrulería de las hembras, las cuales tenían puesto en olvido que ellas nacieron para cumplir deberes, amamantar a sus hijos y espumar el puchero. Habiendo yo notado que al hallarme presente arreciaba en sus predicaciones el buen señor, adopté el sistema de darle la razón para que no se exaltase demasiado.

No sé qué me llamaba más la atención, si la intemperancia de la eterna acometividad verbal del marido, o la sonrisilla silenciosa y enigmática de la consorte. Ya he dicho que era ésta de rostro agraciado, pequeño de estatura, delgada, de negrísimos ojos, y su cuerpo revelaba esa contextura acerada y menuda que promete longevidad y hace las viejecitas secas y sanas como pasas azucarosas. Generalmente, su presencia, una ojeada suya, cortaban en firme las diatribas y catilinarias del marido. No era necesario que murmurase:

-No te sofoques, Nicolás; ya sabes que lo ha dicho el médico...

Generalmente, antes de llegar a este extremo, el enfermo se levantaba y, renqueando, apoyado en el brazo de su mitad, se retiraba o daba un paseíto bajo los plátanos de soberbia vegetación.

Había olvidado completamente al matrimonio -como se olvidan estas figuras de cinematógrafo, simpáticas o repulsivas, que desfilan durante una quincena balnearia-, cuando leí en una cuarta plana de periódico la papeleta: «El excelentísimo señor don Nicolás Abréu y Lallana, jefe superior de Administración... Su desconsolada viuda, la excelentísima señora doña Clotilde Pedregales...». La casualidad me hizo encontrar en la calle, dos días después, al médico director de Aguasacras, hombre muy observador y discreto, que venía a Madrid a asuntos de su profesión, y recordamos, entre otros desaparecidos, al mal engestado señor de las opiniones rajantes.

-¡Ah, el señor Abréu! ¡El de los pantalones! -contestó, riendo, el doctor.

-¿El de los pantalones? -interrogué con curiosidad.

-Pero ¿no lo sabe usted? Me extraña, porque en los balnearios no hay nada secreto, y esto no sólo se supo, sino que se comentó sabrosamente... ¡Vaya! Verdad que usted se marchó unos días antes que los Abréu, y la gente dio en reírse al final, cuando todos se enteraron... ¿Dirá usted que cómo se pueden averiguar cosas que suceden a puerta cerrada? Es para asombrarse: se creería que hay duendes...

En este caso especial, lo que ocurrió en el balneario mismo debieron de fisgarlo las camareras, que no son malas espías, o los vecinos al través del tabique, o... En fin, brujerías de la realidad. Los antecedentes parece que se conocieron porque allá de recién casado, Abréu, que debía de ser el más solemne majadero, anduvo jactándose de ello como de una agudeza y un rasgo de carácter, que convendría que imitasen todos los varones para cimentar sólidamente los fueros del cabeza de familia.

Y fíjese usted: los dos episodios se completan. Es el caso que Abréu, como todos los que a los cuarenta años se vuelven severos moralistas, tuvo una juventud divertida y agitada. Alifafes y dolamas le llamaron al orden, y entonces acordó casarse, como el que acuerda mudarse a un piso más sano. Encontró a aquella muchacha, Clotildita, que era mona, bien educada y sin posición ninguna, y los padres se la dieron gustosos, porque Abréu, provisto de buenas aldabas, siempre tuvo colocaciones excelentes. Se casaron, y la mañana siguiente a la boda, al despertar la novia, en el asombro del cambio de su destino, oyó que el novio, entre imperioso y sonriente, mandaba:

-Clotilde mía..., levántate.

Hízolo así la muchacha, sin darse cuenta del porqué; y al punto el esposo, con mayor imperio, ordenó:

-¡Ahora..., ponte mis pantalones!

Atónita, sin creer lo que oía, la niña optó por sonreír a su vez, imaginando que se trataba de una broma de luna de miel..., broma algo chocante, algo inconveniente...; pero ¿quién sabe? ¿Sería moda entre novios?...

-¿Has oído? -repitió él-. ¡Ponte mis pantalones! ¡Ahora mismo, hija mía!

Confusa, avergonzada, y ya con más ganas de llorar que de reír, Clotilde obedeció lo mejor que pudo. ¡Obedecer es ley!

-Siéntate ahora ahí -dispuso nuevamente el marido, solemne y grave de pronto, señalando a una butaca. Y así que la empantalonada niña se dejó caer en ella, el esposo pronunció-: He querido que te pongas los pantalones en este momento señalado para que sepas, querida Clotilde, que en toda tu vida volverás a ponértelos. Que los he de llevar yo, Dios mediante, a cada hora y cada día, todo el tiempo que dure nuestra unión, y ojalá sea muchos años, en santa paz, amén. Ya lo sabes. Puedes quitártelos.

¿Qué pensó Clotilde de la advertencia? A nadie lo dijo; guardó ese silencio absoluto, impenetrable, en que se envuelven tantas derrotas del ideal, del humilde ideal femenino, honrado, juvenil, que pide amor y no servidumbre... Vivió sumisa y callada, y si no se le pudo aplicar la divisa de la matrona romana, «Guardó el hogar e hiló lana asiduamente», fue porque hoy las fábricas de género de punto han dado al traste con la rueca y el huevo de zurcir.

Pero Abréu, a pesar de la higiene conyugal, tenía el plomo en el ala. Los restos y reliquias de su mal vivir pasados remanecieron en achaques crónicos, y la primera vez que se consultó conmigo en Aguasacras, vi que no tenía remedio; que sólo cabía paliar lo que no curaría sino en la fuente de Juvencia... ¡Ignoramos dónde mana!

Su mujer le cuidaba con verdadera abnegación. Le cuidaba: eso lo sabemos todos. Se desvivía por él, y en vez de divertirse -al cabo era joven aún-, no pensaba sino en la poción y el medicamento. Pero todas las mañanas, al dejar las ociosas plumas el esposo, una vocecita dulce y aflautada le daba una orden terminante, aunque sonase a gorjeo:

-¡Ponte mis enaguas, querido Nicolás! ¡Ponte aprisa mis enaguas!

Infaliblemente, la cara del enfermo se descomponía; sordos reniegos asomaban a sus labios..., y la orden se repetía siempre en voz de pájaro, y el hombre bajaba la cabeza, atándose torpemente al talle las cintas de las faldas guarnecidas de encajes. Y entonces añadía la tierna esposa, con acento no menos musical y fino:

-Para que sepas que las llevas ya toda tu vida, mientras yo sea tu enfermerita, ¿entiendes?

Y aún permanecía Abréu un buen rato en vestimenta interior femenina, jurando entre dientes, no se sabe si de rabia o porque el reúma apretaba de más, mientras Clotilde, dando vueltas por la habitación, preparaba lo necesario para las curas prolijas y dolorosas, las fricciones útiles y los enfranelamientos precavidos."

Emilia Pardo Bazán