30 de març 2009

La hipótesis Lucifer: un paso mas...











Algo aterrador el futuro que pinta este link sobre la búsqueda de un "codigo militar" para los robots soldado del futuro. Os puede parecer ciencia ficcion, pero a la Oficina de Investigación Naval de USA el tema le preocupa.
En la parte que me toca, estoy absolutamente de acuerdo en el comentario sobre el tamaño enorme de los programas y su complejidad que hace que ya no pueda ser entendido por un solo programador y por lo tanto se pierda la comprension de lo que es o no capaz de hacer. Hoy se admite que la complejidad de un programa crece exponencialmente con su tamaño.
Si eso puede pasar con un programa complejo pero relativamente cerrado y dirigido, como por ejemplo, Windows Vista, no podemos ni imaginar lo que puede pasar con uno de inteligencia artificial que es, por definición, abierto y literalmente impredecible.
Y conste que no quiero ser aguafiestas...

Un abrazo
Fermin

26 de març 2009

Teatro testimonio, teatro de la memoria

Estos días se está representando “En un barquito de vela” en el Teatre de la Biblioteca de Catalunya. La pieza, escrita y dirigida e interpretada por Pau Bou y producida por el Teatre Kaddish, del Prat de Llobregat, es una obra viva y sentida sobre la batalla más dura de la terrible Guerra Civil Española: la Batalla del Ebro.
Los cinco actores que forman el elenco dan vida y voz a los actores principales de aquel drama: Dolores Ibarruri, Azaña, el general Rojo…, pero también a otros tantos soldados anónimos que vivieron y murieron en la batalla.
Teatro testimonio, teatro documento, que “batalla” por arrancar del olvido, del silencio y de la desmemoria nuestra más reciente historia.
Representaciones hasta el 29 de marzo.
Uno de los momentos más emotivos del montaje es aquel que rememora el discurso de despedida de Dolores Ibarruri, la Pasionaria, a las Brigadas Internacionales, pronunciado en Barcelona el 1 de noviembre de 1938:
"Gracias, Eva, por la información"

"Es muy difícil pronunciar unas palabras de despedida dirigidas a los héroes de las Brigadas Internacionales, por lo que son y por lo que representan. Un sentimiento de angustia, de dolor infinito, sube a nuestras gargantas atenazándolas. Angustia por los que se van, soldados del más alto ideal de redención humana, desterrados de su patria, perseguidos por la tiranía de todos los pueblos. Dolor por los que se quedan aquí para siempre, fundiéndose con nuestra tierra y viviendo en lo más hondo de nuestro corazón, aureolados por el sentimiento de nuestra eterna gratitud.

De todos los pueblos y de todas las razas, vinisteis a nosotros como hermanos nuestros, como hijos de la España inmortal, y en los días más duros de nuestra guerra, cuando la capital de la República Española se hallaba amenazada, fuisteis vosotros, bravos camaradas de las Brigadas Internacionales, quienes contribuisteis a salvarla con vuestro entusiasmo combativo y vuestro heroísmo y espíritu de sacrificio. Y Jarama, y Guadalajara, y Brunete, y Belchite, y Levante, y el Ebro, cantan con estrofas inmortales el valor, la abnegación, la bravura, la disciplina de los hombres de las Brigadas Internacionales.

Por primera vez en la historia de las luchas de los pueblos se ha dado el espectáculo, asombroso por su grandeza, de la formación de las Brigadas Internacionales, para ayudar a salvar la libertad y la independencia de un país amenazado, de nuestra España.

Comunistas, socialistas, anarquistas, republicanos, hombres de distinto color, de ideología diferente, de religiones antagónicas, pero amando todos ellos profundamente la libertad y la justicia, vinieron a ofrecerse a nosotros, incondicionalmente.

Nos lo daban todo, su juventud o su madurez; su ciencia o su experiencia; su sangre y su vida; sus esperanzas y sus anhelos...Y nada nos pedían. Es decir, sí: querían un puesto en la lucha, anhelaban el honor de morir por nosotros.

¡Banderas de España! ¡Saludad a tantos héroes, inclinaos ante tantos mártires!

¡Madres! ¡Mujeres! Cuando los años pasen y las heridas de la guerra se vayan restañando; cuando el recuerdo de los días dolorosos y sangrientos se esfumen en un presente de libertad, de paz y de bienestar; cuando los rencores se vayan atenuando y el orgullo de la patria libre sea igualmente sentido por todos los españoles, hablad a vuestros hijos; habladles de estos hombres de las Brigadas Internacionales.

Contadles cómo, atravesando mares y montañas, salvando fronteras erizadas de bayoneteas, vigilados por perros rabiosos que ansiaban clavar en ellos sus dientes, llegaron a nuestra patria como cruzados de la libertad, a luchar y a morir por la libertad y la independencia de España, amenazadas por el fascismo alemán e italiano. Lo abandonaron todo: cariño, patria, hogar, fortuna, madre, mujer, hermanos, hijos y vinieron a nosotros a decirnos: ¡Aquí estamos!, vuestra causa, la causa de España, es nuestra misma causa, es la causa común de toda la humanidad avanzada y progresiva.

Hoy se van muchos; millares se quedan, teniendo como sudario la tierra de España, el recuerdo saturado de honda emoción de todos los españoles.

¡Camaradas de las Brigadas Internacionales! Razones políticas, razones de estado, la salud de esa misma causa por la cual vosotros ofrecisteis vuestra sangre con generosidad sin límites, os hacen volver a vuestra patria a unos, a la forzada emigración a otros. Podéis marchar orgullosos. Sois la historia, sois la leyenda, sois el ejemplo heroico de la solidaridad y de la universalidad de la democracia, frente al espíritu vil y acomodaticio de los que interpretan los principios democráticos mirando hacia las cajas de caudales, o hacia las acciones industriales, que quieren salvar de todo riesgo.

No os olvidaremos; y cuando el olivo de la paz florezca, entrelazado con los laureles de la victoria de la República Española, ¡volved!

Volved a nuestro lado, que aquí encontraréis patria los que no tenéis patria, amigos los que tenéis que vivir privados de amistad, y todos, todos, el cariño y el agradecimiento de todo el pueblo español, que hoy y mañana gritará con entusiasmo:

¡Vivan los héroes de las Brigadas Internacionales! "

23 de març 2009

El fantasma de Tom Joad

THE GHOST OF TOM JOAD



Hombres caminando por las vías del tren
van hacia algún sitio, sin vuelta atrás .
Los helicópteros de la policía estatal aparecen sobre la sierra.
Comida caliente en una fogata bajo el puente .
La cola de desamparados ante el refugio da la vuelta a la esquina.
Bienvenidos al nuevo orden mundial .
Familias en el suroeste durmiendo en sus coches,
sin hogar, sin trabajo, sin paz, sin descanso

La autopista rebosa de vida esta noche,
pero nadie se engaña sobre el lugar al que se dirige.
Estoy sentado aquí ,a la luz de la fogata,
buscando el fantasma de Tom Joad

El predicador saca un misal de su saco de dormir,
enciende una colilla y le da una calada
esperando el momento en que el último sea el primero y el primero sea el último .
En una caja de cartón, bajo el paso inferior,
tienes un billete de ida a la tierra prometida.
Un agujero en la tripa y una pistola en la mano,
durmiendo sobre una almohada de roca dura,
bañándote en el acueducto de la ciudad

La autopista rebosa de vida esta noche,
pero todo el mundo sabe el lugar al que se dirige.
Estoy sentado aquí ,a la luz de la fogata ,
esperando el fantasma de Tom Joad

Bueno, Tom dijo "Mamá, dondequiera que haya un poli pegando a un tío.
Dondequiera que llore un niño recién nacido y hambriento.
Donde se luche contra la sangre y el odio que hay en el aire.
Búscame mamá, estaré allí
Dondequiera que haya alguien luchando por tener un sitio donde establecerse .
O por un trabajo digno o una mano que le ayude .
Dondequiera que alguien esté luchando por ser libre
Mírales a sus ojos mamá, me verás a mí."

Bueno, la autopista rebosa de vida esta noche
pero nadie se engaña sobre el lugar al que se dirige .
Estoy sentado aquí ,a la luz de la fogata,
con el fantasma del viejo Tom Joad.

Bruce Springteen

(canción que da título al albúm homónimo)

21 de març 2009

Dia Mundial de la Poesia

Sota la pluja, Wordle: Dia Mundial poesia arbres, cami, silenci,

vides llunyanes.
Sense recança miro
com el meu pas


s'esborra



Les hores
Salvador Espriu

18 de març 2009

La canción de "Las uvas de la ira"

“Voy a donde no soplen las tormentas de polvo
busco un trabajo y una paga decente
me voy por esta carretera polvorienta
y nunca más van a tratarme de este modo”.

(Blowin’ Down de Road. Woody Guthrie, 1939).



... y una propina

13 de març 2009

Vagabundos


Inicios de los años treinta del siglo pasado.
Los Unidos Estados de Norteamérica viven lo que, años después, se denomino la “Gran Depresión”.
El medio oeste sufrió una gran sequía que obligó, victimas de los préstamos hipotecarios, a cientos, a miles de granjeros, a vagar por las carreteras en busca de trabajo y comida. California era su objetivo, la meca del sueño de un trabajo en sus campos, pan y refugio para los hijos hambrientos.
Eran, son, los “Vagabundos de la cosecha”, hombres, mujeres, niños en pos de un sueño baldío. John Steinbeck plasmo esta cruda realidad en una serie de reportajes firmados en 1936 para el The San Francisco News . Esta serie de artículos, recigidos bajo el título anteriormente mencionado, son la argamasa, el cimiento del libro del mes: Las uvas de la ira.

En esta época del año, cuando llega el tiempo de la cosecha a los inmensos campos de California —las uvas hinchadas, las ciruelas, las manzanas, las lechugas y ese algodón que tan rápido madura — , nuestras carreteras se convierten en un hervidero de temporeros itinerantes, esa masa informe de braceros nómadas golpeados por la pobreza a los que el hambre y el miedo al hambre empujan de campo en campo, de cosecha en cosecha, de un extremo a otro de California, hasta Oregón y algunas regiones del estado de Washington. Pero es California el estado que recibe y necesita a más de estos nuevos vagabundos. El propósito de esta serie de artículos es el de presentar un breve estudio de estos vagabundos. Por el estado vagan al menos ciento cincuenta mil emigrantes sin hogar, un ejército lo suficientemente numeroso como para que todos los habitantes de California se interesen por él. Al viajero ocasional que circule por nuestras carreteras, los movimientos de estos nómadas le parecerán un misterio —si es que llega a reparar en ellos—; de golpe, se dará cuenta de que los caminos están infestados de carracas desvencijadas cargadas de niños, sábanas sucias y peroles ennegrecidos por el fuego. En las vías del tren, las bateas y los vagones de carga van colmados de hombres que, en un abrir y cerrar de ojos, se han esfumado de las carreteras principales. En los caminos secundarios y en las márgenes de los ríos, lugares menos transitados, se levantan los poblados sucios y destartalados de los braceros, y los campos están llenos de hombres recogiendo, segando y poniendo a secar la cosecha.
La singular naturaleza de la agricultura de California depende de estos temporeros y de sus continuos desplazamientos. Los trabajadores del lugar no dan abasto para recoger el melocotón y la uva, el lúpulo y el algodón. En una huerta de melocotoneros grande que durante el año sólo emplee a veinte hombres, por ejemplo, harán falta otros dos mil para recoger y empaquetar la fruta. Y si estos dos mil temporeros no llegan, si la campaña se retrasa tan siquiera una semana, la cosecha se pudrirá y se echará a perder.
Así, en California nos encontrarnos con una curiosa actitud hacia un colectivo que garantiza el éxito de nuestra agricultura. A los emigrantes los necesitamos y los odiamos. En cuanto llegan a un distrito, se topan con esa antipatía atávica del lugareño hacia el extraño, el forastero, con un odio que se repite desde los comienzos de la historia, desde la aldea más primitiva a nuestras granjas industriales. A los emigrantes se los odia por los siguientes motivos: porque son sucios e ignorantes, porque traen enfermedades, porque su presencia en una población obliga a un incremento de los efectivos policiales y del gasto escolar, y porque, si se constituyen en sindicatos, pueden llegar a negarse a trabajar y arruinar cosechas enteras. Nunca logran ser admitidos en la comunidad ni en la vida de la comunidad. Son auténticos vagabundos a los que se les niega el derecho a integrarse en las poblaciones que necesitan de sus servicios.
Veamos quiénes son, de dónde vienen y por dónde vagan. Años atrás eran braceros de diversas razas a quienes se animó a venir, a menudo importados como mano de obra barata; los primeros fueron los chinos, luego llegaron los filipinos, los japoneses y los mexicanos. Eran extranjeros y, como tales, se les condenó al ostracismo y la segregación. Se les trataba como a ganado. (…)
La sequía del Medio Oeste ha empujado a la población rural de Oklahoma, Nebraska y partes de Kansas y Texas hacia el oeste. Sus tierras están agotadas y ya no pueden regresar a ellas. Miles de agricultores cruzan estados enteros en viejos automóviles renqueantes. Viven en la miseria, tienen hambre y se han quedado sin hogar, dispuestos a aceptar cualquier jornal para poder comer y dar de comer a sus hijos. Y esto es algo nuevo, pues los peones extranjeros llegaban aquí sin sus hijos, después de haber dejado atrás todo rastro de su antigua vida.
Estos nuevos vagabundos suelen llegar a California después de haber agotado todos sus recursos para viajar hasta aquí; incluso tienen que vender por el camino viejas mantas, herramientas y utensilios de cocina para pagar la gasolina. Llegan confundidos y derrotados, a menudo casi muertos de hambre, con una única necesidad que cubrir: encontrar trabajo, por el salario que sea, para poder dar de comer a su familia.
Y en California sólo existe un campo que los pueda acoger. Sin derecho a recibir ayudas públicas, se convierten en jornaleros itinerantes.
Como los antiguos braceros mexicanos y filipinos están siendo deportados y repatriados muy rápidamente y, por otra parte, el flujo de refugiados de la “cuenca de polvo” no para de crecer, será de estos nuevos emigrantes de los que nos ocupemos.
Los inmigrantes ya eran braceros en sus países de origen, pero éste no es el caso de los nuevos desplazados Éstos son pequeños agricultores que han perdido sus granjas o trabajadores del campo que vivían con su familia al viejo estilo americano. Son hombres que trabajaban duro en sus granjas y estaban orgullosos de ser dueños de la tierra y de vivir de ella. Son americanos hábiles e ingeniosos que han vivido el infierno de la sequía y que han visto cómo sus tierras se marchitaban y morían, cómo el viento se las llevaba, y éste, para un hombre que ha sido el dueño de sus tierras, es un dolor extraño y terrible.
Ahora se han puesto en marcha para atravesar el país. A menudo han visto cómo sus hijos se les morían por el camino. Cuando el coche se les ha averiado, lo han reparado con el ingenio propio del campesino. Muchas veces han tenido que ir poniendo parches a los neumáticos gastados cada pocas millas. Lo han soportado todo y todavía pueden soportar mucho más, porque son gente de sangre fuerte.
Son los descendientes de los hombres que atravesaron el Medio Oeste y que pelearon para ganarse sus tierras, que cultivaron las praderas y allí se quedaron hasta que esas praderas volvieron a convertirse en un desierto. Su herencia y su experiencia no son las del nómada. Las circunstancias los han convertido en vagabundos a la fuerza.
Mientras se desplazan de cosecha en cosecha, una única necesidad, un solo imperativo ocupa su mente: volver a comprar una pequeña parcela, instalarse allí y poner fin a su vagabundeo. Basta con ir a los poblados de chabolas donde las familias viven en el suelo, sin casa, ni cama, ni enseres de ningún tipo; basta con mirar esos rostros fuertes y resueltos, algunas veces llenos de dolor, las más —cuando ven que sus tierras, ahora propiedad de una empresa, están sin labrar— llenos de rabia, para comprender que esta nueva raza ya no se moverá de aquí, que se le debe prestar atención. (…) todos comparten una característica extrañamente anacrónica: aunque han crecido en las praderas en las que la industrialización nunca llegó a penetrar, han saltado sin transición de las antiguas granjas agrícolas autosuficientes, en las que todo lo cultivaban o se lo fabricaban ellos, a una agricultura tan industrializada que el hombre que siembra una cosecha pocas veces puede ver, y aún menos recoger, los frutos de su trabajo, donde el temporero no mantiene contacto alguno con el ciclo de crecimiento. Y todavía existe otra diferencia entre su antigua vida y la nueva. Vienen de pequeños distritos rurales en los que la democracia no sólo era posible sino que resultaba imprescindible, en los que el gobierno popular — ejercido tanto en el local de la cooperativa como en la parroquia o en el ayuntamiento— era responsabilidad de todos y cada uno de los hombres. Y han llegado a un lugar donde, al tener que viajar continuamente para ganarse la vida, no pueden votar, donde se les considera una clase sin derecho alguno.
Examinemos los campos que dependen del fruto de su trabajo y los distritos a los que tienen que desplazarse. Como dijo un chiquillo de un poblado de chabolas, «cuando nos necesitan nos llaman emigrantes, y cuando ya les hemos recogido la cosecha, somos vagabundos y tenemos que largarnos» (…)
Poco antes de que empiece la cosecha, las carreteras hierven: familias enteras en sus furgonetas corriendo para llegar a tiempo a los campos que están a punto para la recolección, corriendo para ser los primeros en ponerse a trabajar. Y es que, para mantener los salarios bajos, las asociaciones de agricultores del estado suelen reclutar al doble de mano de obra de la que necesitan.
De ahí las prisas, porque si el bracero se retrasa un poco y ya se ha repartido el trabajo, habrá viajado en vano (…) Como los emigrantes habían gastado todo lo que tenían para llegar a los campos, no se pudieron marchar. Se quedaron allí pasando hambre hasta que el Gobierno acudió en su ayuda. Demasiado tarde.
Así viajan, frenéticos, con el hambre pisándoles los talones. En esta serie de artículos intentaremos descubrir cómo viven y quiénes son, cuál es su nivel de vida, qué trato reciben y cuáles son sus problemas y sus necesidades. Los agricultores de California, que han sabido utilizar muy bien a los trabajadores emigrantes, están creando lentamente una estructura humana que, sin duda, transformará este estado y que, si se maneja con la crueldad y la estupidez que han caracterizado el pasado, podría acabar con nuestro actual modelo económico agrícola."
John Steinbeck

5 de març 2009

Miguel Delibes

El autor del mes opina sobre lengua, literatura y creación.
El texto que aquí transcribimos es el discurso, pronunciado en Valladolid el 19 de octubre de 2001, con motivo de la clausura Congreso de la Lengua Española y que lleva por título: La Voz de los Personajes


“Villa por villa, Valladolid en Castilla, dice un viejo y expresivo aforismo que mis paisanos, con cierto e iluminado candor, gustan de repetir. Pero seguramente este pueblo no sólo se enorgullece de su pasado, sino de su ascendencia literaria, por más que no sea cosa de repasar ahora la lista de los que aquí han vivido, como Miguel de Cervantes, o que aquí han nacido, como Jorge Guillén.

No me considero un hombre de letras en el más riguroso sentido del término. He dicho en otras ocasiones, y lo repito ahora ante este universal Congreso de la Lengua, que algunos escritores no somos lo que se dice hombres de letras. Quienes nos dedicamos a la narración, a construir historias de hombres, paisajes y pasiones de acuerdo con la fórmula que reiteradamente hemos puesto de manifiesto, respondemos mejor al título de hombres de palabras que al más convencional de hombres de letras.

Las emociones y los sentimientos se crean y se transmiten con palabras, siquiera sean necesarias las letras, adosadas unas a otras, como los ladrillos de un edificio, para la más modesta construcción literaria. Pero es indudable que hubo narradores antes de que existiera la escritura, y también que todavía sobreviven generalmente en los pueblos los famosos abuelos, esos viejos fabuladores orales que raramente han puesto en su vida una letra detrás de otra, como no fuera para estampar su firma allí donde eran requeridos.

Mi preocupación por las letras se ha reducido, pues, a su utilidad. Utilidad que se deriva de su necesidad para reproducir las palabras y expresiones que se emplean en el lenguaje común, en el modo de hablar de la gente de mi entorno.

Hace más de medio siglo, cuando pergeñaba mi novela "El camino", hice un gran descubrimiento: se podía hacer literatura escribiendo sencillamente, de la misma manera que se hablaba. No eran precisas las frases o construcciones complicadas. No se trataba de hacer literatura en el sentido que los jóvenes de mi tiempo entendíamos en el lenguaje rebuscado y grandilocuente, sino de escribir de forma que el texto sonara en los oídos del lector como si lo estuviéramos contando de viva voz.

Debo confesar una limitación: siempre he escrito de oído, con la regla y el estilo de aquellos a quienes previamente he escuchado para luego cederles la palabra. Si los comentaristas literarios han dicho que soy antes que nada creador de personajes, son estos personajes los que ponen voz a mi literatura. No en vano, he pasado más de seis décadas siguiendo el rastro de las palabras y expresiones ajenas, para intentar encontrar las mías propias. Y a estas alturas puedo decir que, en buena medida, una manera de ser es una manera de hablar.

No es mucho, pues, lo que he aportado al idioma castellano, aunque tampoco se me pedía más. Por eso quiero manifestar ante este Congreso que la voz y la palabra de mis personajes no son otros que la voz y la palabra de la gente de mi tierra, es decir, de Valladolid y de Castilla.

Hace unos años di a uno de mis libros el título de "Castilla habla" y, en rigor, toda mi obra podría cobijarse bajo este título, incluso la voz del roto chileno que el protagonista de "Diario de un emigrante" va asimilando insensiblemente, día a día, a lo largo de su aventura americana.

Como hombre antes de palabras que de letras, de intuición antes que de erudición, es decir, con la distancia que media entre el artista y el sabio me uno a los afanes de este Congreso y espero aprender a asombrarme, como alguno de mis personajes, con los intríngulis y las maravillas de la gramática y de la sintaxis.

Leyendo a narradores de otras tierras me vienen ahora a la mente relevantes nombres de Hispanoamérica. Se advierte que por sus bocas hablan también gentes del pueblo, de los más diversos pueblos. Desde México a la Tierra de Fuego y, pensándolo bien, ellos son los protagonistas de este Congreso. Los que hacen el español y van ensanchando, paso a paso, esta hermosa lengua de Castilla.”

Miguel Delibes

4 de març 2009

Libros ausentes

En Berlín hay una plaza, la Bebelplatz, rodeada de singulares edificios de la rica tradición cultural alemana: el edificio de la Ópera Estatal o el de la antigua Biblioteca Prusiana. Hasta 1993, que se cerró al tráfico, sirvió de zona de aparcamiento; hoy es una zona peatonal abierta al turismo de la capital. Si el viajero se acerca a la plaza de noche, observará, en el centro de la misma, un resplandor que irradia desde lo profundo de la tierra e ilumina parte del suelo adoquinado. Al acercarse al fenómeno, se encontrará con un cristal blindado empotrado en el suelo, que protege una estancia blanca profusamente iluminada. La habitación subterránea está rodeada, en sus cuatro costados, por estanterías para acoger, exactamente, veinte mil libros. Las estanterías están pintadas de blanco; lo sabemos porque, curiosamente, restan vacías de los objetos que deberían acoger.
La estancia es un monumento, inaugurado en 1995, obra del escultor israelí Micha Ullmann. Su título es Biblioteca, y recuerda los veinte mil volúmenes quemados en la plaza el 10 de mayo de 1933 por los nacionalsocialistas en la llamada Brandnacht (noche de la quema de libros).
Estos días he estado leyendo los artículos que el escritor y periodista austriaco Joseph Roth dedico a la capital alemana. En uno de los artículos de Crónicas Berlinesas, así se titula la recopilación de artículos, rememora y analiza, desde su exilio de Paris, tan infausta noche :
“Pocos observadores en el mundo parecen darse cuenta de qué significan el auto de fe de los libros, la expulsión de los escritores judíos y los demás desvaríos llevados a cabo por el Tercer Reich para destruir el espíritu. La sangrienta irrupción de los bárbaros en la técnica perfeccionada; el temible cortejo de los orangutanes mecanizados, armados con granadas de mano, gases asfixiantes, amoníaco, nitroglicerina, máscaras antigás y aviones; la rebelión de los descendientes por el espíritu —si no por la sangre— de los cimbros y teutones; todo esto significa mucho más de lo que quisiera advertir el mundo amenazado y aterrorizado. Hay que reconocerlo y decirlo abiertamente: la Europa espiritual se rinde. Se rinde por debilidad, por pereza, por indiferencia, por inconsciencia. (Será tarea del futuro precisar las razones de esta rendición vergonzosa.)
En estos días en que la humareda de nuestros libros quemados sube hacia el cielo, nosotros, los escritores alemanes de sangre judía, debemos ante todo reconocer que hemos sido derrotados. Nosotros, que hemos sido la primera generación de soldados que lucharon bajo la bandera del espíritu europeo, debemos cumplir con el más noble deber de los guerreros vencidos con honor: reconocer nuestra derrota. Sí, hemos sido derrotados.”
El auto de fe del espíritu
Cahiers Juifs (Paris)
Septiembre-noviembre 1933