23 de des. 2015

alejo carpentier de cuento

LOS FUGITIVOS

(un cuento de Alejo Carpentier)

I
“El rastro moría al pie de un árbol. Cierto era que había un fuerte olor a negro en el aire, cada vez que la brisa levantaba las moscas que trabajaban en oquedades de frutas podridas. Pero el perro —nunca le habían llamado sino Perro— estaba cansado. Se revoleó entre las yerbas para desrizarse el lomo y aflojar los músculos. Muy lejos, los gritos de los de la cuadrilla se perdían en el atardecer. Seguía oliendo a negro. Tal vez el cimarrón estaba escondido arriba, en alguna parte, a horcajadas sobre una rama, escuchando con los ojos. Sin embargo, Perro no pensaba ya en la batida. Había otro olor ahí, en la tierra vestida de bejuqueras que un próximo roce borraría tal vez para siempre. Olor a hembra. Olor que Perro se prendía, retorciéndose patas arriba, riendo por el colmillo, para llevarlo encima y poder alargar una lengua demasiado corta hacia el hueco que separaba sus omoplatos. Las sombras se hacían más húmedas. Perro se volteó, cayendo sobre sus patas. Las campanas del ingenio, volando despacio, le enderezaron las orejas. En el valle, la neblina y el humo eran una misma inmovilidad azulosa, sobre la que flotaban cada vez más siluetas, una chimenea de ladrillos, un techo de grandes aleros, la torre de la iglesia, y las luces que parecían encenderse en el fondo de un lago. Perro tenía hambre. Pero hacia allá, había olor a hembra. A veces lo envolvía aún el olor a negro. Pero el olor de su propio celo, llamado por el olor de otro celo, se imponía a todos los demás. Las patas traseras de Perro se espigaron, haciéndole alargar el cuello. Su vientre se hundía, al pie del costillar, en el ritmo de un jadeo corto y ansioso. Las frutas, demasiado llenas de sol, caían aquí y allá, con un ruido mojado, esparciendo, a ras del suelo, efluvios de pulpas tibias. Perro se echó a correr hacia el monte, con la cola gacha, como perseguido por la tralla del mayoral, contrariando su propio sentido de orientación. Pero olía a hembra. Su hocico seguía una estela sinuosa que a veces volvía sobre sí misma, abandonaba el sendero, se intensificaba en las espinas de un aromo, se perdía en las hojas demasiado agriadas por la fermentación, y renacía, con inesperada fuerza, sobre un poco de tierra, recién barrida por una cola. De pronto, Perro se desvió de la pista invisible, del hilo que se torcía y destorcía, para arrojarse sobre un hurón. Con dos sacudidas, que sonaron a castañuela en un guante, le quebró la columna vertebral, arrojándolo contra un tronco... Pero se detuvo de súbito, dejando una pata en suspenso. Unos ladridos, muy lejanos, descendían de la montaña. No eran los de la jauría del ingenio. El acento era distinto, mucho más áspero y desgarrado, salido del fondo del gaznate, enronquecido por fauces potentes. En alguna parte se libraba una batalla de machos que no llevaban, como Perro, un collar con púas de cobre con una placa numerada. Ante esas voces desconocidas, mucho más alobunadas que todo lo que hasta entonces había oído, Perro tuvo miedo. Echó a correr en sentido inverso, hasta que las plantas se pintaron de luna. Ya no olía a hembra. Olía a negro. Y ahí estaba el negro, en efecto, con su calzón rayado, boca abajo, dormido. Perro estuvo por lanzarse sobre él siguiendo una consigna lanzada de madrugada, en medio de un gran revuelo de látigos, allá donde había calderos y literas de paja. Pero arriba, no se sabía dónde, proseguía la pelea de los machos. Al lado del cimarrón quedaban huesos de costillas roídas. Perro se acercó lentamente, con las orejas desconfiadas, decidido a arrebatar a las hormigas algún sabor de carne. Además aquellos otros perros de un ladrar tan feroz, lo asustaban. Más valía permanecer, por ahora, al lado del hombre. Y escuchar. El viento del sur, sin embargo, acabó por llevarse la amenaza. Perro dio tres vueltas sobre sí mismo y se ovilló, rendido. Sus patas corrieron un sueño malo. Al alba, Cimarrón le echó un brazo por encima, con gesto de quien ha dormido mucho con mujeres. Perro se arrimó a su pecho, buscando calor. Ambos seguían en plena fuga, con los nervios estremecidos por una misma pesadilla, una araña, que había descendido para ver mejor, recogió el hilo y se perdió en la copa del almendro, cuyas hojas comenzaban a salir de la noche.



II
Por hábito, Cimarrón y Perro se despertaron cuando sonó la campana del ingenio. La revelación de que habían dormido juntos, cuerpo con cuerpo, los enderezó de un salto. Después de adosarse a dos troncos, se miraron largamente. Perro ofreciéndose a tomar dueño. El negro ansioso de recuperar alguna amistad. El valle se desperezaba. A la apremiante espadaña, destinada a los esclavos, respondía ahora, más lento, el bordón armonizado de la capilla, cuyo verdín se mecía de sombra a sol sobre un fondo de mugidos y de relinchos, como indulgente aviso a los que dormían en altos lechos de caoba. Las gallos rondaban a las gallinas para cubrirlas temprano, en espera de que el meñique de la mayorala se cerciorase de la presencia de huevos aún sin poner. Un pavo real hacía la rueda sobre la casa vivienda, encendiéndose con un grito, en cada vuelta y revuelta. Los caballos del trapiche iniciaban su largo viaje en redondo. Los esclavos oraban frente a cazuelas llenas de pan con guarapo. Cimarrón se abrió la bragueta, dejando un reguero de espuma entre las raíces de una ceiba. Perro alzó la pata sobre un guayabo tierno. Ya asomaban machetazos en los cortes de caña. Los dogos de la jauría cazadora de negros sacudían sus cadenas, impacientes por ser sacados del batey. — ¿Te vas conmigo? —preguntó Cimarrón. Perro lo siguió dócilmente. Allá abajo había demasiados látigos, demasiadas cadenas, para quienes regresaban arrepentidos. Ya no olía a hembra. Pero tampoco olía a negro. Ahora Perro estaba mucho más atento al olor a blanco, olor a peligro. Porque el mayoral olía a blanco, a pesar del almidón planchado de sus guayaberas y del betún acre de sus polainas de piel de cerdo. Era el mismo olor de las señoritas de la casa, a pesar del perfume que despedían sus encajes. El olor del cura, a pesar del tufo de cera derretida y de incienso, que hacía tan desagradable la sombra, tan fresca, sin embargo, de la capilla. El mismo que llevaba el organista encima, a pesar de que los fuelles del armonio le hubieran echado tantos y tantos soplos de fieltro apolillado. Había que huir ahora del olor a blanco. Perro había cambiado de bando.
III
En los primeros días. Perro y Cimarrón echaron de menos la seguridad del condumio. Perro recordaba los huesos vaciados por cubos, en el batey, al caer la tarde. Cimarrón añoraba el congrí, traído en cubos a los barracones, después del toque de oración o cuando se guardaban los tambores del domingo. Por ello, después de dormir demasiado en las mañanas, sin campanas ni patadas, se habituaron a ponerse a la caza desde el alba. Perro olfateaba una jutía oculta entre las hojas de un cedro; Cimarrón la tumbaba a pedradas. El día en que se daba con el rastro de un cochino jíbaro, había para horas y horas, hasta que la bestia, desgarradas las orejas, aturdida por tantos ladridos, pero acometiendo aún, era acorralada al pie de una peña y derribada a garrotazos. Poco a poco Perro y Cimarrón olvidaron los tiempos en que habían comido con regularidad. Se devoraba lo que se agarrara, de una vez, engullendo lo más posible, a sabiendas de que mañana podría llover y que el agua de arriba correría entre las peñas para alfombrar mejor el fondo del valle. Por suerte, Perro sabía comer frutas. Cuando Cimarrón daba con un árbol de mango o de mamey, Perro también se pintaba el hocico de amarillo o de rojo. Además, como siempre había sido huevero, se desquitaba, con algún nido de codorniz, de la incomprensible afición del amo por los langostinos que dormían a contracorriente a la salida del río subterráneo que se alumbraba de una boca de caracoles petrificados. Vivían en una caverna, bien oculta por una cortina de helechos arborescentes. Las estalactitas lloraban isócronamente, llenando las sombras frías de un ruido de relojes. Un día Perro comenzó a escarbar al pie de una de las paredes. Pronto sus dientes sacaron un fémur y unas costillas tan antiguas que ya no tenían sabor, rompiéndose sobre la lengua con desabrimiento de polvo amasado. Luego llevó a Cimarrón, que se tallaba un cinto de piel de majá, un cráneo humano. A pesar de que quedasen en el hoyo restos de alfarería y unos rascadores de piedra que hubieran podido aprovecharse, Cimarrón, aterrorizado por la presencia de muertos en su casa, abandonó la caverna esa misma tarde, mascullando oraciones sin pensar en la lluvia. Ambos durmieron entre raíces y semillas envueltos en un mismo olor a perro mojado. Al amanecer buscaron una cueva de techo más bajo, donde el hombre tuvo que entrar a cuatro patas. Allí, al menos, no había huesos de aquellos que para nada servían, y sólo podían traer ñeques y apariciones de cosas malas... Al no haber sabido de batidas en mucho tiempo, ambos empezaron a aventurarse hacia el camino. A veces pasaba un carretero conocido, una beata vestida con el hábito de Nazareno o un punteador de guitarra, de esos que conocen al patrón de cada pueblo, a quienes contemplaban, de lejos, en silencio. Era indudable que Cimarrón esperaba algo. Solía permanecer varias horas, de bruces, entre las yerbas de Guinea, mirando ese camino poco transitado, que una rana toro podía medir de un gran salto. Perro se distraía en esas esperas dispersando enjambres de mariposas blancas, o intentando, a brincos, la imposible caza de un zunzún vestido de lentejuelas. Un día que Cimarrón esperaba, así, algo que no llegaba, un cascabeleo de cascos lo levantó sobre las muñecas. Una volanta venía a todo trote, tirada por la jaca torda del ingenio. De pie sobre las varas, el calesero Gregorio hacía restallar el cuero, mientras el párroco agitaba la campanilla del viático a sus espaldas. Hacía tanto tiempo que Perro no se divertía en correr más pronto que los caballos, que se olvidó al punto de la discreción a que estaba obligado. Bajó la cuesta a las cuatro patas, espigado, azul bajo el sol, alcanzó el coche y se dio a ladrar por los corvejones de la jaca, a la derecha, a la izquierda, delante, pasando y volviendo a pasar, enseñando los dientes al calesero y al sacerdote. La jaca se abrió a galopar por lo alto, sacudiendo las anteojeras y tirando del bocado. De pronto, quebró una vara, arrancando el tiro. Luego de aspaventarse como peleles, el párroco y el calesero se fueron de cabeza contra el puentecillo de piedra. El polvo se tiñó de sangre. Cimarrón llegó corriendo. Blandía un bejuco para azocar a Perro, que ya se arrastraba pidiendo perdón. Pero el negro detuvo el gesto, sorprendido por la idea de que no todo era malo en aquel percance. Se apoderó de la estola y de las ropas del cura, de la chaqueta y de las altas botas del calesero. En bolsillos y bolsillos había casi cinco duros. Además, la campanilla de plata. Los ladrones regresaron al monte. Aquella noche, arropado en la sotana, Cimarrón se dio a soñar con placeres olvidados. Recordó los quinqués, llenos de insectos muertos, que tan tarde ardían en las últimas casas del pueblo, allí donde, por dos veces, lo habían dejado, tras pedir el aguinaldo de Reyes, gastárselo como mejor le pareciere. El negro, desde luego, había optado por las mujeres.
IV
La primavera los agarró a los dos al amanecer. Perro despertó con una tirantez insoportable entre las patas traseras y una mala expresión en los ojos. Jadeaba sin tener calor, alargando entre los colmillos una lengua que tenía filosas blanduras de lapa. Cimarrón hablaba solo. Ambos estaban de pésimo genio. Sin pensar en la caza, fueron temprano hacia el camino. Perro corría desordenadamente, buscando en vano un olor rastreable... Mataba insectos que siempre lo habían asqueado, por el placer de destruir, desgranaba espigas entre sus dientes, arrancaba arbustos tiernos. Acabó de exasperarse cuando un sapo le escupió a los ojos. Cimarrón esperaba como nunca había esperado. Pero aquel día nadie pasó por el camino. Al caer la noche, cuando los primeros murciélagos volaron como pedradas sobre el campo, Cimarrón echó a andar lentamente hacia el caserío del ingenio. Perro lo siguió, desafiando la misma tralla y las mismas cadenas. Se fueron acercando a los barracones por el cauce de la cañada. Ya se percibía un olor, antaño familiar, de leña quemada, de lejía, de melaza, de limaduras de cascos de caballo. Debían estarse haciendo las pastas de guayaba, ya que un interminable dulzor de mermelada era esparcido por el terral. Perro y Cimarrón seguían acercándose, lado a lado, la cabeza del hombre a la altura de la cabeza del perro. De pronto, una negra de la dotación atravesó el sendero de la herrería. Cimarrón se arrojó sobre ella, derribándola entre las albahacas. Una ancha mano ahogó los gritos. Perro avanzó, solo, hasta el lindero del batey. La perra inglesa adquirida por don Marcial en una exposición de París estaba allí. Hubo un intento de fuga. Perro le cortó el camino, erizado de la cola a la cabeza. Su olor a macho era tan envolvente que la inglesa olvidó que la habían bañado, horas antes, con jabón de Castilla. Cuando Perro regresó a la caverna, clareaba. Cimarrón dormía, arrebozado en la sotana del párroco. Allá abajo, en el río, dos manatíes retozaban entre los juncos, enturbiando la corriente con sus saltos que abrían nubes de espuma entre los linos.



V

Cimarrón se hacía cada vez más imprudente. Rondaba ahora en torno a los caseríos, acechando, a cualquier hora, una lavandera solitaria o una santera que buscaba culantrillo, retamas o pitahayas para algún despojo. También, desde la noche en que había tenido la audacia de beberse los duros del capellán en un parador del camino carretera, se hacía ávido de monedas. Más de una vez en los atajos se había llevado el cinturón de un guajiro, luego de derribarlo de su caballo y de acallarlo con una estaca. Perro lo acompañaba en esas correrías, ayudando en lo posible. Sin embargo, se comía peor que antes, y más que nunca era necesario desquitarse con huevos de codorniz, de gallinuela o de garza. Además, Cimarrón vivía en un continuo sobresalto. Al menor ladrido de Perro, echaba mano al machete robado o se trepaba a un árbol. Pasada la crisis de primavera, Perro se mostraba cada vez más reacio a acercarse a los pueblos. Había demasiados niños que tiraban piedras, gente siempre dispuesta a dar patadas y, al oler su proximidad, todos los perros de los patios lanzaban gritos de guerra. Además, Cimarrón volvía esas noches con el paso inseguro, y su boca despedía un olor que Perro detestaba tanto como el del tabaco. Por ello, cuando el amo entraba en una casa mal alumbrada, Perro lo esperaba a una distancia prudente. Así se fue viviendo hasta la noche en que Cimarrón se encerró demasiado tiempo en el cuarto de una mondonguera. Pronto, la choza fue rodeada por hombres cautelosos, que llevaban mochas en claro. Al poco rato Cimarrón fue sacado a la calle, desnudo, dando tremendos alaridos. Perro, que acababa de oler al mayoral del ingenio, echó a correr al monte por la vereda de los cañaverales. Al día siguiente vio pasar a Cimarrón por el camino. Estaba cubierto de heridas curadas con sal. Tenía hierros en el cuello y los tobillos. Y lo conducían cuatro números de la Benemérita de San Fernando, que le daban un baquetazo a cada dos pasos, tratándolo de ladrón, de borracho y de malcriado.
VI

Sentado sobre una cornisa rocosa que dominaba el valle, Perro aullaba a la luna. Una honda tristeza se apoderaba de él a veces, cuando aquel gran sol frío alcanzaba su total redondez, poniendo tan desvaídos reflejos sobre las plantas. Se habían terminado para él las hogueras que solían iluminar la caverna en noches de lluvia. Ya no conocería el calor del hombre en el invierno que se aproximaba, ni habría ya quien le quitara el collar de púas de cobre, que tanto le molestaba para dormir —a pesar de que hubiera heredado la sotana del párroco—. Cazando sin cesar, se había hecho más tolerante, en cambio, con los seres que no servían para ser comidos. Dejaba escapar el maia entre las piedras calientes, sin ladrar siquiera, desde que Cimarrón no estaba allí para azuzarlo, con la esperanza de hacerse un cinturón o de recoger manteca para untos. Además, el olor de las serpientes lo asqueaba; cuando había agarrado alguna por la cola, era en virtud de esas obligaciones a que todo ser que depende de alguien se ve constreñido. Tampoco —salvo en casos de hambre extrema— podía atreverse ya con el cochino jíbaro. Se contentaba ahora con aves de agua, hurones, ratas y una que otra gallina escapada de los corrales aldeanos. Sin embargo, el ingenio estaba olvidado. Su campana había perdido todo sentido. Perro buscaba ahora el amparo de mogotos casi inaccesibles al hombre, viviendo en un mundo de dragos que el viento mecía con ruidos de albarca nueva, de orquídeas, de bejucos lombriz, donde se arrastraban lagartos verdes, de orejeras blancas, de esos que tan mal saben y, por lo mismo, permanecen donde están. Había enflaquecido. Sobre sus costillares marcados en hueco, la lana apresaba guisazos que ya no tenían espinas. Con los aguinaldos volvió la primavera. Una tarde en que lo desvelaba un extraño desasosiego, Perro dio nuevamente con aquel misterioso olor a hembra, tan fuerte, tan penetrante, que había sido la causa primera de su fuga al monte. También ahora caían ladridos de la montaña. Esta vez Perro agarró el rastro en firme, recobrándolo luego de pasar un arroyo a nado. Ya no tenía miedo. Toda la noche siguió la huella, con la nariz pegada al suelo, largando baba por el canto de la lengua. Al amanecer, el olor llenaba toda una quebrada. El rastreador estaba frente a una jauría de perros jíbaros. Varios machos, con perfil de lobos, se apretaban ahí, relucientes los ojos, tensos sobre sus patas, listos para atacar. Detrás de ellos se cerraba el olor a hembra. Perro dio un gran salto. Los jíbaros se le echaron encima. Los cuerpos se encajaron, unos en otros, en un confuso remolino de ladridos. Pero pronto se oyeron los aullidos abiertos por las púas del collar. Las bocas se llenaban de sangre. Había orejas desgarradas. Cuando Perro soltó al más viejo, con la garganta desgajada, los demás retrocedieron, gruñendo de rabia inútil. Perro corrió entonces al centro del palenque, para librar la última batalla a la perra gris, de pelo duro, que lo esperaba con los colmillos de fuera. El rastro moría a la sombra de su vientre.”

22 de des. 2015

Concert de Nadal de l'AMCV



La coral i la banda de l'Agrupació Musical de Cerdanyola oferiran el tradicional concert de nadal el proper diumenge 27 de desembre - amb dues sessions: una matinal, a les 12.00 hores del migdia i una altre a les 18.00 hores de la tarda – al Teatre Ateneu.

La Coral cantarà peces de contingut nadalenc i, a la segona meitat del concert, la banda combinarà música amb fragments del conte musical 'Pere i el Llop'.



L’entrada es gratuïta, però cal reculli-la anticipadament a partir del 21 de desembre a l'Ateneu.

21 de des. 2015

alejo y la música

Alejo Carpentier también fue un apasionado de la música, hasta tal punto que el escritor se reconocía a sí mismo como un compositor malogrado. Nacido en un ambiente familiar propicio (su padre, alumno de Pau Casals, tocaba el violonchelo; la madre tocaba el piano; la abuela había sido discípula de César Franck), desde temprana edad sintió una fuerte atracción hacia la música.

Fue un impulsor y sostenedor de la Orquesta Filarmónica de La Habana, rescató composiciones musicales que se daban por perdidas, animó durante muchos años la vida musical habanera y, sobre todo, fue un excelente crítico musical.

Alejo Carpentier pone en boca del musicólogo cubano protagonista de su novela “Los pasos perdidos”, (final del Capítulo XXIII) una mágnifica descripción sobre el origen de la música.


“(…) Pero he aquí que todos echan a correr. Detrás de mí, bajo un amasijo de hojas colgadas de ramas que sirven de techo, acaban de tender el cuerpo hinchado y negro de un cazador mordido por un crótalo.

Fray Pedro dice que ha muerto hace varias horas. Sin embargo, el Hechicero comienza a sacudir una calabaza llena de gravilla –único instrumento que conoce esta gente– para tratar de ahuyentar a los mandatarios de la Muerte. Hay un silencio ritual, preparador del ensalmo, que lleva la expectación de los que esperan a su colmo. Y en la gran selva que se llena de espantos nocturnos, surge la Palabra. Una Palabra que es ya más que palabra.


Una palabra que imita la voz de quien dice, y también la que se atribuye al espíritu que posee el cadáver. Una sale de la garganta del ensalmador; la otra, de su vientre. Una es grave y confusa como un subterráneo hervor de lava; la otra, de timbre mediano, es colérica y destemplada. Se alternan. Se responden. Una increpa cuando la otra gime; la del vientre se hace sarcasmo cuando la que surge del gaznate parece apremiar. Hay como portamentos guturales, prolongados en aullidos; sílabas que, de pronto, se repiten mucho, llegando a crear un ritmo; hay trinos de súbito cortados por cuatro notas que son el embrión de una melodía. Pero luego es el vibrar de la lengua entre los labios, el ronquido hacia adentro, el jadeo a contratiempo sobre la maraca.

Es algo situado mucho más allá del lenguaje, y que, sin embargo, está muy lejos aún del canto. Algo que ignora la vocalización, pero es ya algo más que palabra. A poco de prolongarse, resulta horrible, pavorosa, esa grita sobre el cadáver rodeado de perros mudos. Ahora, el Hechicero se le encara, vocifera, golpea con los talones en el suelo, en lo más desgarrado de un furor imprecatorio que es ya la verdad profunda de toda tragedia –intento primordial de lucha contra las potencias de aniquilamiento que se atraviesan en los cálculos del hombre–. Trato de mantenerme fuera de esto, de guardar distancias.

Y, sin embargo, no puedo sustraerme a la horrenda fascinación que esta ceremonia ejerce sobre mí...

Ante la terquedad de la Muerte, que se niega a soltar su presa, la Palabra, de pronto, se ablanda y descorazona.


En la boca del Hechicero, del órfico ensalmador, estertora y cae, convulsivamente, el Treno –pues esto y no otra cosa es un treno–, dejándome deslumbrado por la revelación de que acabo de asistir al Nacimiento de la Música.”

20 de des. 2015

el "boom" latinoamericano



El término “Boom latinoamericano” designa el movimiento literario surgido en la década de los sesenta del siglo pasado, protagonizado por un grupo de escritores cuyas obras alcanzaron enorme repercusión tanto en Latinoamérica como en España. Los principales autores que integraron este fenómeno fueron Mario Vargas Llosa con “La ciudad y los perros” (1962), Carlos Fuentes con “La muerte de Artemio Cruz” (1962), Julio Cortázar con “Rayuela” (1963), Alejo Carpentier con “El siglo de las luces” (1964) y  Gabriel García Márquez con “Cien años de soledad” (1967. A estos autores se han ido sumando otros que también se incluyen bajo el paraguas del boom: José Donoso (Chile),  Lezama Lima (Cuba),  Augusto Roa Bastos (Paraguay) o Jorge Amado (Brasil). Los géneros en los que sobresalieron fueron la novela y el cuento, con un desarrollo excepcional de la mano de estos creadores.

Según Cortázar,  la publicación de las obras del “boom” coincide en el tiempo por puro azar. Para él, no se trataría de un grupo de autores unido en torno a orientaciones literarias y rasgos narrativos necesariamente comunes, sino de simple casualidad, por lo que no podríamos hablar de un movimiento literario o un grupo generacional en sentido estricto. Lo que sí uniría a estos autores sería el momento en el que escriben, el mismo ambiente político y social, la inestabilidad y la transformación económica que reinaba en gran parte de  América Latina en aquel entonces.

Otro de los factores supuestamente propiciatorios del boom que se ha señalado tradicionalmente es la operación editorial impulsada desde Barcelona (en especial por la editorial Seix-Barral y la agente literaria Carmen Balcells) y las principales ciudades latinoamericanas: Buenos Aires, México, Montevideo, Santiago de Chile.  Esta teoría es refutada por Cortázar en la entrevista que concedió a Joaquín Soler Serrano en el programa “A fondo”, de  Televisión Española, en 1977. El argentino afirmó en el programa que los editores no les inventaron a los autores  y que él escribió su obra en la soledad y la pobreza, sin ningún tipo de ayuda. Solo mucho más tarde,  tras el éxito obtenido con las primeras y precarias ediciones de sus libros, que se pasaban de mano en mano, cuando estas editoriales se fijaran en ellos.

Es indudable que el boom supuso un antes y un después para la narrativa en lengua hispana. En este sentido llama la atención el hecho de que Cortázar atribuye al “boom” que los lectores y escritores latinoamericanos comenzaran a leer literatura latinoamericana, a confiar en sí mismos; “antes solo mirábamos a Europa, a Francia,  y solo leíamos a Sartre, a Faulkner, a Hemingway, a Greene.”

Dejando de lado la discusión sobre la denominación y las causas del boom,  es indudable que fue  un periodo increíblemente fructífero que fructificó en tantas obras excepcionales.


19 de des. 2015

taller d'enquadernació



                                              Quart dia del curs: cosir un llibre.









18 de des. 2015

una recomanació


Ahir, per tancar el “Cafè amb Lletres” d'aquest any, Milena Busquets va parlar del seu segon llibre, "También esto pasará" el fenomen editorial de l'última Fira del llibre de Frankfurt i que Anagrama ha publicat en castellà, Amsterdam en català i vint editorials més en altres tants idiomes.
Novel·la autobiogràfica, novel·la homenatge a la mare morta, la editora Esther Tusquets, llegim a la contraportada del llibre:


“Cuando era niña, para ayudarla a superar la muerte de su padre, a Blanca su madre le contó un cuento chino. Un cuento sobre un poderoso emperador que convocó a los sabios y les pidió una frase que sirviese para todas las situaciones posibles. Tras meses de deliberaciones, los sabios se presentaron ante el emperador con una propuesta: «También esto pasará.» Y la madre añadió: «El dolor y la pena pasarán, como pasan la euforia y la felicidad.» Ahora es la madre de Blanca quien ha muerto y esta novela, que arranca y se cierra en un cementerio, habla del dolor de la pérdida, del desgarro de la ausencia. Pero frente a este dolor queda el recuerdo de lo vivido y lo mucho aprendido, y cobra fuerza la reafirmación de la vida a través del sexo, las amigas, los hijos y los hombres que han sido y son importantes para Blanca, quien afirma: «La ligereza es una forma de elegancia. Vivir con ligereza y alegría es dificilísimo.» Esta y otras frases y el tono de la novela, tan ajena a cualquier concesión a lo convencional, evocan aquella Bonjour tristesse de Françoise Sagan, que encandiló a tantos (y escandalizó a no pocos) cuando se publicó en 1954. Todo ello en el transcurso de un verano en Cadaqués, con sus paisajes indómitos y su intensa luz mediterránea que lo baña todo.

Milena Busquets transforma en literatura vivencias personales y partiendo de lo íntimo logra una novela que rompe fronteras y se está traduciendo con inusitada rapidez a las principales lenguas, como el inglés, el francés, el alemán, el italiano y el portugués. Y lo logra porque a través de la historia de Blanca y la enfermedad y muerte de su madre, a través de las relaciones con sus amantes y sus amigas, combinando prodigiosamente hondura y ligereza, nos habla de temas universales: el dolor y el amor, el miedo y el deseo, la tristeza y la risa, la desolación y la belleza de un paisaje en el que fugazmente se entrevé a la madre muerta paseando junto al mar, porque aquellos a quienes hemos amado no pueden desaparecer sin más.”



16 de des. 2015

para Amalia

el Guadalquivir a su paso por
Santo Tomé

¡Oh Guadalquivir!
Te vi en Cazorla nacer;
hoy en Sanlúcar morir.
Un borbollón de agua clara,
debajo de un pino verde,
eras tú, ¡qué bien sonabas!
Como yo , cerca del mar,
río de barro salobre,
¿sueñas con tu manantial?

Proverbios y Cantares
LXXVII

Antonio Machado

Plaza de la Agrupación,
Santo Tomé


Un río, el Guadalquivir. Una niña sentada jugando en una plaza...

Los compañeros de Vespres Literaris, con estas imágenes y un poema de nuestro amado Antonio, queremos acompañarte, Amalia. 

15 de des. 2015

victor hugues

"ACERCA DE LA HISTORICIDAD DE VÍCTOR HUGUES

Como Víctor Hugues ha sido casi ignorado por la historia de la Revolución Francesa —harto atareada en describir los acontecimientos ocurridos en Europa, desde los días de la Convención hasta el 18 Brumario, para desviar la mirada hacia el remoto ámbito del Caribe—, el autor de este libro cree útil hacer algunas aclaraciones acerca de la historicidad del personaje.

Se sabe que Víctor Hugues era marsellés, hijo de un panadero —y hasta hay motivos para creer que tuviese alguna lejana ascendencia negra, aunque esto no sería fácil de demostrar. Atraído por un mar que es —en Marsella, precisamente— una eterna invitación a la aventura desde los tiempos de Piteas y de los patrones fenicios, embarco hacia América, en calidad de grumete, realizando varios viajes al Mar Caribe.  Ascendido a piloto de naves comerciales, anduvo por las Antillas, observando, husmeando, aprendiendo, acabando por dejar las navegaciones para abrir en Port-au-Prince un gran almacén —comptoir— de mercancías diversas, adquiridas, reunidas, mercadas por vías de compraventa, trueque, contrabandos,  cambios de sederías por café, de vainilla por perlas, como aún existen muchos en los puertos de ese mundo tornasolado y rutilante. Su verdadera entrada en la Historia data de la noche en que aquel establecimiento fue incendiado por los revolucionarios haitianos. A partir de ese momento, podemos seguir su trayectoria paso a paso, tal como se narra en este libro. Los capítulos consagrados a la reconquista de la Guadalupe se guían por un esquema cronológico preciso. Cuanto se dice acerca de su guerra librada a los Estados Unidos —la que llamaron los yanquis de entonces  «Guerra de Brigantes»—,  así como a la acción de los corsarios, con sus nombres y los nombres de sus barcos, está basado en documentos reunidos por el autor en la Guadalupe y en bibliotecas de la Barbados, así como en cortas pero instructivas referencias halladas en obras de autores latinoamericanos que, de paso, mencionaron a Víctor Hugues.


En cuanto a la acción de Víctor Hugues en la Guayana Francesa, hay abundante material informativo en las «memorias» de la deportación. Después de la época en que termina la acción de esta novela, Víctor Hugues fue sometido en París a un consejo de guerra, por haber entregado la colonia a Holanda, después de una capitulación que era, en verdad, inevitable.  Absuelto con honor, Víctor Hugues volvió a moverse en el ámbito político. Sabemos que tuvo relaciones con Fouché.  Sabemos también que estaba en París, todavía, a la hora del desplome del imperio napoleónico.

Pero aquí se pierden sus huellas. Algunos historiadores —de los muy pocos que se hayan ocupado de él accidentalmente, fuera de Pierre Vitoux que le consagro, hace más de veinte años,  un estudio aún inédito— nos dicen que murió cerca de Burdeos, donde «poseía unas tierras» (?), en el año 1820. La Bibliografía Universal de Didot lleva esa muerte al año 1822. Pero en la Guadalupe, donde el recuerdo de Víctor Hugues está muy presente, se asegura que, después de la caída del Imperio, regresó a la Guayana, volviendo a tomar posesión de sus propiedades. Parece —según los investigadores de la Guadalupe— que murió lentamente,  dolorosamente,  de una enfermedad que pudo ser la lepra,  pero que,  por mejores indicios, debió ser más bien una afección cancerosa. 1


¿Cuál fue, en realidad, el fin de Víctor Hugues? Aún lo ignoramos, del mismo modo que muy poco sabemos acerca de su nacimiento. Pero es indudable que su acción hipostática —firme,  sincera,  heroica,  en su primera fase; desalentada, contradictoria, logrera y hasta cínica, en la segunda— nos ofrece la imagen de un personaje extraordinario que establece, en su propio comportamiento, una dramática dicotomía. De ahí que el autor haya creído interesante revelar la existencia de ese ignorado personaje histórico en una novela que abarcara, a la vez, todo el ámbito del Caribe.

Alejo Carpentier


1 Nota del autor: Estaban publicadas ya estás páginas al final de la primera edición que de este libro se hizo en México, cuando, hallándome en París, tuve oportunidad de conocer a un descendiente directo de Víctor Hugues, poseedor de importantes documentos familiares acerca del personaje. Por el supe que la tumba de Víctor Hugues se encuentra en un lugar situado a alguna distancia de Cayena. Pero con esto encontré, en uno de los documentos examinados, una asombrosa revelación: Víctor Hugues fue amado fielmente, durante años, por una hermosa cubana que, por más asombrosa realidad, se llamaba Sofia.

Postfacio de El Siglo de las Luces
Seix Barral, Barcelona 2001

pág.409-411

13 de des. 2015

La Gàbia



Els companys del Grup Artístic Teatral, GAT, representaran al Teatre Ateneu l’obra “La Gàbia”, una adaptació de Lluís Tusell i Francesc Vilaró de l'obra "La cage aux foulles" d'en Jean Poiret.

Sota la direcció del Lluís i el Francesc, trenta actors i actrius del Gat, posen en escena les tribulacions de l'Armand i L´Albert, una parella homosexuals que regenten un club de transformisme. L'Armand té un fill del seu anterior matrimoni amb Catherine. Fins ara tots els seus problemes es limitaven a decidir el vestuari, el maquillatge i els números musicals da cada nit per al seu show. Però degut a que el seu fill ha trobat parella amb una noia filla d'un Ministre de dretes i ultraconservador i vol presentar la seva família, hauran de masculinitzar els seus gestos i els seus hàbits per convèncer als pares de la noia. Tot això , embolcallat amb el show del club on finalment s'hi veuran amb el Ministre I la seva dona.

Podreu gaudir d’aquesta comèdia musical el dissabte 19/12/2015, a les  21 hores.


l'autor del mes



L'escriptor cubà Alejo Carpentier, entrevistat per Joaquín Soler Serrano en el seu programa de TVE "A fondo", en l'any 1977.


11 de des. 2015

la intrusa, intertextualidad

 “No hay casualidades sino destinos. No se encuentra sino lo que se busca, y se busca lo que en cierto modo está escondido en lo más profundo y oscuro de nuestro corazón. Porque si no, ¿cómo el encuentro con una misma persona no produce en dos seres los mismos resultados? ¿Por qué a uno el encuentro con un revolucionario lo lleva a la revolución y al otro lo deja indiferente? Razón por la cual parece como que uno termina por encontrarse al final con las personas que debe encontrar, quedando así la casualidad reducida a límites muy modestos. De modo que esos encuentros que en la vida de cada uno nos parecen asombrosos, no son otra cosa que la consecuencia de esas fuerzas desconocidas que nos aproximan a través de la multitud indiferente, como las limaduras de hierro se orientan a distancia hasta los polos de un poderoso imán; movimientos; movimientos que constituirían motivo de asombro para las limaduras si tuviesen alguna conciencia de sus actos sin alcanzar a tener, empero, un conocimiento pleno y total de la realidad. Así, marchamos un poco sonámbulos, hacia los seres que de algún modo son desde el comienzo nuestros destinatarios.”
Sobre héroes y tumbas

Ernesto Sábato


9 de des. 2015

espacios del recuerdo



“Me encantaba mi habitación, balcón al mundo, al renacimiento de un mundo donde, un lejano 9 de agosto, habían muerto varios de mis antepasados. Ocho años de mi vida transcurrieron allí. Cuánto me gustaban aquellas habitaciones, aquellas paredes... Pienso que todas las constituciones del mundo deberían reconocer el derecho inalienable de cualquier persona a regresar cuando guste a los escenarios más entrañables de su pasado. Poner a su disposición un manojo de llaves que le permitieran entrar a todos los pisos, casas y jardines donde transcurrió su infancia y pasarse las horas muertas en esos palacios de invierno de la memoria. Los nuevos propietarios no podrían negar el acceso a esos peregrinos del tiempo. Tan convencida estoy que, si un día retomara el compromiso político, creo que ése sería el único punto de mi programa, mi única promesa electoral...

Un domingo de otoño, el año que cumplí los dieciséis, mis padres viajaron en coche a la zona de Shimabara para visitar a unos primos. Nunca regresaron. Un desprendimiento de tierras provocado por una tempestad sepultó la carretera a su paso por ella, en algún lugar de la montaña. Y se acabó. Me había quedado huérfana. El resto de la familia se hizo cargo de mí. Me fui a vivir con unos tíos. Recuerdo el día que dejé la casa. No podía imaginar que mucho tiempo después regresaría a ella de un modo tan vergonzoso, como una ladrona, y me instalaría en la habitación que había sido el dormitorio de mis padres.”

La intrusa
Éric Faye
Salamandra, 2013
pág. 104-106



“La más noble aspiración de un espíritu es la de escudriñar en sí mismo su propia niñez.

Miguel de Unamuno

La madurez del hombre consiste en volver a encontrar la seriedad que tenía cuando jugaba de niño.

                                                        Friedrich Nietzsche                        
                 

             “La verdadera patria del hombre es su infancia”

Rainer Maria Rilke

 “La infancia es la patria de todos”

Antoine de Saint-Exupéry

"Mi patria es mi infancia"

Charles Baudelaire

“Mi patria es la infancia”


Miguel Delibes

8 de des. 2015

activitat grup Itaka



Els  companys del grup ITAKA, amb el suport de la regidoria d'Immigració i Cooperació de l'Ajuntament de Cerdanyola del Vallès,  organitzant  el  dimarts 15 de desembre,  a les 19.00 hores al Museu d'Art de Cerdanyola la projecció del documental "Caure del niu". Després  hi haurà  un debat amb la directora del film, Susanna Barranco,  confrontant i analitzant les diferents temàtiques que presenta el documental.



"Caure del niu" explora la vida de diferents joves i infants immigrants que han arribat a Barcelona. El documental retrata les preocupacions, anhels, esperances i dificultats dels protagonistes a l’hora de començar una nova vida, així com les conseqüències que poden derivar d’aquest fet migratori en la seva salut mental.

Susanna Barranco és directora i productora audiovisual i teatral. L’any 1999 va crear la companyia que porta el seu nom, amb la qual fa diversos projectes teatrals i audiovisuals. Com a documentalista, Barranco ha dirigit Ferides, Buits i El silenci del Jonc.

L’acte forma part de la programació de la TARDOR SOLIDÀRIA 2015 , una iniciativa de les ONGs locals i regidoria d'Immigració i Cooperació de l'Ajuntament de Cerdanyola del Vallès. Un programa de sensibilització envers els principis i valors de la solidaritat, la diversitat, la pau i els drets humans a través d'activitats al voltant dels dies internacionals dels Drets Humans i de les Persones Migrades , amb la finalitat de construir una societat més justa que aposti per la cooperació i la solidaritat com a una fórmula més per acabar amb les desigualtats i l’exclusió.

lectura poliédrica



El próximo jueves 10 de diciembre, el escritor, dinamizador de la lectura y amigo Francisco Rincón presenta junto al coautor de la obra,  Jesús Ballaz,  y el poeta Adrià Sàbat,   el libro “La lectura poliédrica. Metáforas para hablar de la lectura”

La presentación tendrá lugar en la Biblioteca Pau Vila, de Molins de Rei (Plaza Josep Tarradellas, 1), a las 20.30 horas.