29 d’abr. 2016

els colors de la vergonya


L’artista i amiga Marutxi Beaumont presenta nova exposició: “Europa, els colors de la vergonya”, del 3 al 31 de maig en l’Ateneu de Cerdanyola del Vallès.


L’ inauguració de la exposició tindrà lloc el proper dijous, 5 de maig,  a les 20 hores al B'art de l'Ateneu . A l’acte hi serà l'Albert Roma , socorrista cerdanyolenc i membre de l’ONG Proactiva Open Arms,  entitat a la que aniran integrament tots els diners recaptats de l’exposició.

28 d’abr. 2016

memoria e historia: dos lecturas del pasado

Reyes Mate
    “¿Se hizo lo que se pudo o lo que se debió? Esta pregunta se hace cada vez más inevitable cuando se habla sobre la transición política española en la que el pasado de la guerra civil y del franquismo brilló por su ausencia. Frente a quienes —políticos e historiadores— piensan que se hizo lo que se debió, entendiendo por ello que los protagonistas tomaron la decisión de que el pasado no contara porque era lo mejor y porque así lo quería la sociedad española, están —jóvenes historiadores y ciudadanos críticos, muchos de ellos nietos de los protagonistas de la guerra civil— los que piensan que se hizo lo que buenamente se pudo, habida cuenta del gran peso del franquismo, de la amenaza de los militares, y de la debilidad de la oposición.

     Este debate entre lo que se pudo y lo que se debió está llamado a seguir. Y no parece exagerado pensar que lo que late en el fondo es la censura o el aplauso a la política de la transición, es decir, al modelo español de tránsito de una dictadura a la democracia. Lo que yo me propongo ahora, sin embargo, es algo diferente. Quiero preguntarme si, más allá de lo que se pudo o no se pudo, la memoria del pasado tiene unas exigencias irrenunciables. Estas reflexiones deberían enmarcarse más en algo así como una "cultura de la memoria" que en un debate de historiadores sobre la transición política española.


     Para poder hablar de una cultura de la memoria hay que empezar preguntándonos si la memoria es una forma específica de apropiación del pasado, distinta, por tanto, de la que lleva a cabo la historia. Es decir, ¿existe una diferencia específica entre historia y memoria en la lectura con el pasado? Para responder debidamente habría que tener en cuenta dos formas de olvido radicalmente diferentes. No es lo mismo el olvido en el sentido de desconocimiento del pasado, que olvido en el sentido de no dar importancia al pasado. En el primer caso el olvido es ignorancia y, en el segundo, injusticia. Dado que lo propio de la historia es conocer el pasado, y que lo que preocupa a la memoria es la actualidad del pretérito, bien podemos plantear ya la hipótesis de si historia y memoria no serán dos continentes distintos.
     La razonabilidad de la hipótesis está avalada por la historia de los términos (memoria, para los antiguos, era un sensus internus, un sentimiento, mientras que la historia era el orden del conocimiento de los hechos) y sobre todo por el significado moderno de memoria, ese que irrumpe con fuerza a finales del siglo XIX, que queda reflejado en la obra de Halbawchs,  La memoire collective cuando dice que "la historia comienza cuando acaba la tradición". Pensamiento que también le ronda a Jorge Semprún cuando advierte que dentro de poco ya no quedarán sobrevivientes que puedan dar testimonio y el pasado de los campos será cosa de la historia, es decir, la historia comienza cuando acaba la memoria. No vamos a seguir, sin embargo, el método de perseguir los significados o definiciones de memoria y de historia, porque pronto las cartas se mezclan hasta el punto de hacerlas irreconocibles: hay pensadores de la memoria que se presentan como historiadores, como le ocurre a Walter Benjamin, y hay historiadores profesionales, como Eric Hobsbawm, cuya historia se hace cargo en buena parte de las preocupaciones de la memoria.

     De ahí que el camino que se proponga sea menos polémico y más irónico: tratar de explicar qué se entiende por memoria. Para esta tarea la guía de Walter Benjamin es imprescindible por dos razones: primero, porque recoge una tradición, la judía, que es una forma eminentemente anamnética de leer el pasado. Como dice el historiador judío Josef Yerushalmi, Israel se sentía tan lejos de la historia y de la historiografía que el propio Maimónides la consideraba "una pérdida de tiempo" . Y, segundo, porque toda su vida fue un intento de dar a esa memoria el trato de historia moderna, es decir, sacarla del humus ritual o sagrado en que nace para hacer valer su significado en la plaza pública.
"La memoria", dice Benjamin, "asemeja a rayos ultravioletas capaces de detectar aspectos nunca vistos de la realidad" . Que estamos ante un fenómeno nuevo lo da a entender el propio vocabulario.  Benjamin descarta los términos habituales y rescata uno en desuso que él mismo traduce al francés por souvenance, cuyo equivalente al español sería "remembranza". Dado su arcaísmo, mejor será traducirlo por "rememoración".

     Podemos decir que es una mirada específica sobre el pasado o, mejor aún, una construcción del presente desde el pasado, esto es, no restauración del pasado, sino creación del presente con materiales del pasado. Para que esa construcción tenga lugar debe producirse un encuentro de un determinado pasado con un determinado presente.

¿De qué pasado hablamos? Hay dos tipos de pasado: uno que está presente en el presente y otro que está ausente del presente. El pasado vencedor sobrevive al tiempo ya que el presente se considera su heredero. El pasado vencido, por el contrario, desaparece de la historia que inaugura ese acontecimiento en el que es vencido: la derrota de los moriscos supone o conlleva su ausencia de la ulterior historia de España que llega hasta nosotros, en tanto que esta historia sí está ligada a la de los cristianos vencedores. Hay un pasado que fue y sigue siendo, y otro que fue y "es sido", es decir, ya no es. La memoria tiene que ver con el pasado ausente, el de los vencidos.

     Lo importante, sin embargo, no es que ese pasado desaparecido sea su campo de trabajo, sino cómo lo trata. Lo específico de la memoria es cómo entiende ese pasado. Para llamar la atención de esa novedad, Benjamin habla de un "giro copernicano" en el tratamiento de ese pasado por la memoria. ¿En qué consiste? En considerar ese pasado aplastado no como algo que fue y ya no es, es decir, no como algo fijo, inerte, sino como algo privado de vida, como una carencia y, por tanto, como un deseo (frustrado) de realización.

     Lo propio, por tanto, de la mirada de la memoria es, en primer lugar, la atención al pasado ausente del presente y, en segundo, considerar esos fracasos o víctimas no como datos naturales que están ahí como están los ríos o las montañas, sino como una injusticia, como una frustración violenta de su proyecto de vida. La mirada del historiador benjaminiano se emparenta con la del alegorista barroco que no considera las ruinas y cadáveres como naturaleza muerta, sino como vida frustrada, una pregunta que espera respuesta de quien lo contemple. Esa atención a lo fracasado, a lo desechado por la lógica de la historia es profundamente inquietante y subversiva, tanto desde el punto de vista epistémico como político, porque cuestiona la autoridad de lo fáctico. Lo que se quiere decir es que la realidad no es sólo lo fáctico, lo que ha llegado a ser, sino también lo posible: lo que fue posible entonces y no pudo ser; lo que hoy sobrevive como posibilidad por estrenar.

     Nos podemos imaginar el carácter real de lo quedó en mera posibilidad porque se impidió su logro, es decir, nos podemos imaginar la presencia de ese pasado ausente que opera en la memoria como esos huecos en algunas esculturas de Chillida. El bloque sería lo fáctico y los vacíos la memoria de los vencidos. Están ahí como minando la pretensión de la materia a ser la única realidad. La presencia o realidad del vacío no es como la de la materia, pero su sola presencia cuestiona la pretensión de la materia a ser toda la realidad. El vacío pretende tomar cuerpo aunque su corporeidad no será ya una excrecencia de la misma materia. Otra obra ejemplar es la del escultor catalán Claudi Casanovas, titulada A los vencidos: un gigantesco bloque de cerámica, ennegrecido por el fuego, con lacerantes fisuras en sus cuatro costados y vacío en su interior. Las hendiduras son al tiempo la expresión de la derrota y también el espacio por donde puede "colarse el Mesías", que diría Benjamin.

Als vençuts
Claudi Casanovas

     Si del ejemplo artístico pasamos a la historia real tenemos que Pinochet, por ejemplo, no es la única realidad después de la derrota de Allende. Pinochet es lo fáctico pero si queremos comprender la realidad de los años de Pinochet tenemos que tener en cuenta la presencia de la ausencia de Allende, es decir, la sustracción a la sociedad chilena de una experiencia política abortada violentamente. Lo mismo podría decirse de Franco y la Segunda República española. El modelo de la relación de la memoria con el pasado es el que propone Brecht en el poema "A los descendientes": pide a los nietos que se acuerden de los abuelos, pero no de los éxitos que ciertamente tuvieron, sino de sus fracasos, para que ellos hagan realidad sus sueños.

Als vençuts
(detall)

     La memoria funciona como el despertar de un sueño.(…) Despertar del sueño significa entonces abandonar el estado de inconsciencia (que es el que caracteriza a la vida) y habilitar lo que hay tras ese estado de vida, proyección de deseos, utopía.
¿Quién puede recordar así?, ¿quién puede detectar en lo que parece naturaleza muerta un chispazo de vida?, ¿quién es ese historiador? No basta la curiosidad intelectual ni querer saber qué ocurrió entonces. Benjamin recurre a la imagen de un revelador fotográfico. Sólo uno muy potente puede descubrir en el negativo detalles, aspectos que escapan al ojo natural y a un revelador corriente. La potencia del revelador tiene que ver con la situación del historiador, esto es, con la conciencia de necesidad que tenga, con la propia "experiencia de sufrimiento", con "un momento de peligro".

     ¿Por qué privilegiar la mirada del sujeto que sufre?, ¿qué tiene de particular o sobresaliente?, Saber que la historia pudo ser de otra manera. Ellos saben que el hecho no agota las posibilidades de una acción histórica. Para explicar la agudeza de esa mirada, Benjamin dice algo enorme. Dice que "para los oprimidos su historia es un permanente estado de excepción". Es algo enorme porque está reconociendo que la democracia de los Estados democráticos es sólo para algunos. Es una severa crítica al pensamiento político por no haber visto algo tan enorme que, sin embargo, sólo para algunos es evidente. El pensamiento político sí ha visto y denunciado a lo largo de los siglos casos de esclavitud, explotación o dominación. Pero lo ha explicado como parte de un proceso que en su conjunto es positivo. Lo que ha hecho el pensamiento ha sido fijar la atención en el conjunto del proceso y relativizar los momentos negativos, declarando esa negatividad como no esencial, algo provisional, contingente, secundario. Sólo quien hoy sea el precio del progreso puede hacer otra lectura del proceso en su conjunto. Ese o esos pueden decir que una parte de la "sociedad que progresa" ha vivido en un estado de excepción que no es excepcional o provisional, sino permanente.

   Pero la memoria no se queda ahí. Su objetivo no es sólo proporcionar un conocimiento específico. La memoria sabe menos que la historia, por eso Raül Hilberg a la hora de escribir su monumental historia, La destrucción de los judíos europeos, no sigue la pista que marca la memoria de las víctimas, sino los ficheros de los verdugos. Pero la memoria tiene un secreto cognitivo. A él apunta Max Horkheimer cuando dice que "la ciencia es estadística y al conocimiento le basta un campo de concentración". La ciencia trabaja con datos, con los máximos datos posibles, pero sólo quien haya vivido la experiencia de un campo de concentración puede decir "todo es campo", porque aquello hubiera sido imposible sin la complicidad o la indiferencia de todos. Y tiene razón. La memoria quiere decir algo sobre el presente: quiere decir que si, mirando hacia atrás, ha llegado a la conclusión de que el estado de excepción es permanente, la excepcionalidad sigue siendo la lógica de la historia en este momento y que, por tanto, se va a reproducir para una parte de la sociedad o del mundo la existencia como campo de concentración. La propuesta política de la memoria es interrumpir esa lógica de la historia, la lógica del progreso, que si causó víctimas en el pasado, hoy exige con toda naturalidad que se acepte el costo del progreso actual.

     Si algo hemos aprendido de las víctimas de los campos es que su importancia política no tiene que ver tanto con las causas que defendieron cuanto con la propia figura de la víctima: el que la política se construya con muertos. El problema es la banalización de la vida y de la muerte. Se banaliza la vida cuando se la considera un precio para alcanzar fines políticos; y se banaliza la muerte cuando se la considera moneda de cambio para la paz. Banalización porque al final se supedita la vida y la muerte a los objetivos de los "vivos".

     Una explicación clara de lo que significa esta memoria, la da el filósofo y escritor polaco Tadeusz Borowski, superviviente de Auschwitz y autor de Nuestro hogar es Auschwitz : “Me acuerdo de cómo me gustaba Platón. Hoy sé que mentía. Porque los objetos sensibles no son el reflejo de ninguna idea, sino el resultado del sudor y la sangre de los hombres. Fuimos nosotros los que construimos las pirámides, los que arrancamos el mármol y las piedras de las calzadas imperiales, fuimos nosotros los que remábamos en las galeras y arrastrábamos arados, mientras ellos escribían diálogos y dramas, justificaban sus intrigas con el poder, luchaban por las fronteras y las democracias. Nosotros éramos escoria y nuestro sufrimiento era real. Ellos eran estetas y mantenían discusiones sobre apariencias. No hay belleza si está basada en el sufrimiento humano. No puede haber una verdad que silencie el dolor ajeno. No puede llamarse bondad a lo que permite que otros sientan dolor”.
     Su experiencia en el campo le ha enseñado a leer la historia de otra manera: no hay que buscar la verdad o el sentido en el mundo de las ideas, sino en y a partir de la cruda realidad. El idealismo occidental explica que adjudiquemos la construcción de las pirámides de Egipto al genio de algún gran arquitecto y no también al trabajo de los esclavos. Eso no lo sabe ahora él, reducido a la condición de esclavo y constructor de nuevas pirámides. Pero dice algo más: ya no es posible la poesía al margen de Auschwitz, ni verdad que ignore el sufrimiento, ni ética que no sea respuesta al dolor ajeno.

     Para entender lo que significa esta memoria moral hay que olvidar en cierto modo el uso común que hacemos de estos términos. Ni la memoria consiste en recitar de corrido la lista de los reyes godos, ni olvido tiene que ver con algún episodio de la enfermedad de Alzheimer. Nos aproximamos más a ese sentido si entendemos la memoria como una hermenéutica, pero aplicada a la vida y no a los textos. Memoria es leer la historia como un texto. La hermenéutica se aplica normalmente a un texto, no a la vida. Ahora se trata de leer la vida como si fuera un texto.
     Se trata ciertamente de una hermenéutica especial porque en vez de privilegiar los lugares de la tradición recibida, como hace la hermenéutica clásica, pone el acento ahora en los momentos despreciados o declarados insignificantes: "el método histórico [que Benjamin propugna] es uno filosófico en cuya base está el libro de la vida. Leer lo que nunca fue escrito" La memoria es capaz de leer la parte no escrita del texto de la vida, es decir, se ocupa no del pasado que fue y sigue siendo, sino del pasado que sólo fue y del que ya no hay rastro. En ese sentido se puede decir que se ocupa no de los hechos —eso es cosa de la historia—, sino de los no-hechos.

     Para la hermenéutica benjamniana declarar insignificante lo que ya no es porque fracasó es, de entrada, una torpeza metodológica, porque esta hermenéutica sí sabe leer lo que "nunca fue escrito"; y es, en segundo lugar, una injusticia, porque ese juicio (de insignificancia) cancela el derecho de la víctima a que se reconozca la significación de la injusticia cometida y, por tanto, a que se le haga justicia. Por eso se dice que memoria y justicia son sinónimos, como también lo son olvido e injusticia. Si hubiera que resumir en cuatro palabras la memoria serían éstas: "que nada se pierda".
     Estas reflexiones sobre la memoria nacen de una crítica interna a la Ilustración en nombre de la Razón ilustrada, es decir, no nacen de Auschwitz, entre otras razones porque Benjamin muere en 1940, dos años antes de la "solución final". ¿Añade algo Auschwitz? La pregunta está justificada porque, en asunto de memoria, Auschwitz tiene algo que decir. Su singularidad, dentro de la historia de horrores que ha generado la humanidad, estriba en ser precisamente un proyecto de olvido. Nada debía quedar ningún rastro físico del crimen para que no hubiera posibilidad de memoria.

     Fue un amigo y lector de Benjamin, Theodor W. Adorno, quien sacó las consecuencias de esta novedad planteando la necesidad de un nuevo imperativo categórico, el "imperativo de la memoria" que solemos formular así: "recordar para que la barbarie no se repita", pero que en la formulación adorniana es infinitamente más preciso: "reorientar el pensamiento y la acción para que Auschwitz no se repita”. Adorno da una vuelta de tuerca a la importancia de la memoria.

     Benjamin fundaba la fuerza de su teoría de la memoria en la capacidad argumentativa. Discutía con el historicismo o el progresismo sobre el pasado recurriendo a la razón, como todos los demás. Incluso su evocación o invocación política del mesianismo pretendía quedarse dentro de los marcos de la razón. Frente al imperativo cognitivo que debe dominar el trabajo del buen historiador —"que nada se pierda del pasado"— la memoria se postula como una respuesta a la altura de la pregunta o preocupación.
     Pero algo pasa para que la "rememoración" deje de ser un mero resorte argumentativo y se convierta en un deber, en un imperativo categórico. Lo que ha ocurrido no es algo imprevisto: el olvido ha dejado de ser un componente implícito para convertirse en epicentro de un proyecto político. Europa contaba con el factor olvido en sus teorías sobre filosofía de la historia. Hegel, por ejemplo, hablaba de que el desarrollo del Weltgeist hacía inevitable "pisar algunas florecillas al borde del camino"; todo el mundo tiene asumido que para progresar hay que pagar un precio. En todos esos planteamientos estaba descontado ya el olvido, entendido como insignificancia del costo de la historia. Pero en Auschwitz, por primera vez, se pone en práctica un proyecto político basado en el exterminio físico y metafísico del otro. Esto plantea un nuevo y colosal desafío hermenéutico sobre la significación del olvido, al que Adorno responde con el imperativo de la memoria. No se trata ya de tener en cuenta al desecho de la historia, sino de repensar la verdad, la bondad y la belleza desde el desecho de la historia.

     Y ¿hoy?, ¿ha pasado el momento de peligro?, ¿se puede desactivar el estado de excepción y volver a la normalidad? El problema es que la normalidad es ya olvido. Nietzsche preside nuestras vidas con su aforismo: "para vivir hay que olvidar". (…) Vivimos en una cultura de la amnesia y harán falta muchas energías para pensar la ética y la política, el derecho y la justicia, la verdad y la beldad desde la memoria de los vencidos.

     De la distancia que media entre historia y memoria, da idea Benjamin cuando dice que la construcción científica de la ciencia se basa en el desprecio del material que hubiera permitido a la historia entenderse a sí misma como memoria. Sólo en la medida en que la historia se aleje del ideal de la ciencia y se acerque a la conmemoración podremos hablar de entendimiento entre historia y memoria. Y una ironía final de Manuel Vicent que escribía así (El País, 22/08/1998): "Los escritores y artistas que estén interesados en pasar a la posteridad deberían saber que ésta sólo acepta a quienes logran transmitir a las nuevas generaciones, aún en medio de las propias desgracias, una sensación de placer y sugestiva belleza que haga fascinante el tiempo pasado en cuyo espejo los supervivientes se reflejan. Moralistas, predicadores y profetas de mal agüero se van por el sumidero de la historia. Se necesita ser muy lúgubre para rescatarlos de la tumba con objeto de que te sigan riñendo. El charleston es más recordado que la batalla del Marne. El sombrero de Capone ha sobrevivido a sus crímenes. La canción de Lili Marleen ha triunfado sobre todas las ruinas humeantes de Berlín".

     Manuel Vicent tiene bien claro que un pasado será bien recordado si se concreta en un valor, en un patrimonio, que nos saca a nosotros, sus herederos, de penas. Ese es un pasado apreciado. Por eso sería de mal gusto que alguien saque de la tumba a esos perdedores que no legaron nada porque a ellos mismos se les despojó de todo. Es de mal gusto despertarles de su tumba porque se van a poner a quejarse de las injusticias o a reñirnos porque les hemos abandonado. Eso explica que nos guste recordar lo que nos ha hecho felices. Todo el mundo prefiere recordar las divertidas canciones de Lili Marleen y olvidar las ruinas humeantes de Berlín. A nadie le gusta que le riñan, claro, y menos que le pidan cuentas por injusticias que él no cometió. Contra esa querencia, tan natural de por sí, levanta su voz la memoria.”
Reyes Mate
filósofo

Reelaboración de la conferencia dada en Berlín, en el encuentro entre intelectuales españoles y alemanes en torno al tema "Kultur des Erinners", organizado por el Instituto Cervantes y el Goethe Institut,  los días 26 a  28 de mayo del 2005

27 d’abr. 2016

la memoria amenazada

"Los regímenes totalitarios del siglo XX han revelado la existencia de un peligro antes insospechado: la supresión de la memoria.  

(…) la pregunta que debemos hacernos es: ¿existe un modo para distinguir de antemano los buenos y los malos usos del pasado? O, si nos remitimos a la constitución de la memoria a través de la conservación y, al mismo tiempo, la selección de informaciones, ¿cómo definir los criterios que nos permitan hacer una buena selección? ¿0 tenemos que afirmar que tales  cuestiones no pueden recibir una respuesta racional, debiendo contentarnos con suspirar por la desaparición de una tradición colectiva que nos somete y que se encarga de seleccionar unos hechos y rechazar otros, y resignándonos por consiguiente a la infinita diversidad de los casos particulares?

Una manera -que practicamos cotidianamente- de distinguir los buenos usos de los abusos consiste en preguntarnos sobre sus resultados y sopesar el bien y el mal de los actos que se pretenden fundados sobre la memoria del pasado: prefiriendo, por ejemplo, la paz a la guerra. Pero también se puede, y es la hipótesis que yo quisiera explorar ahora, fundar la crítica de los usos de la memoria en una distinción entre diversas formas de reminiscencia. El acontecimiento recuperado puede ser leído de manera literal o de manera ejemplar. Por un lado, ese suceso -supongamos que un segmento doloroso de mi pasado o del grupo al que pertenezco- es preservado en su literalidad (lo que no significa su verdad), permaneciendo intransitivo y no conduciendo más allá de sí mismo. En tal caso, las asociaciones que se implantan sobre él se sitúan en directa contigüidad: subrayo las causas y las consecuencias de ese acto, descubro a todas las personas que puedan estar vinculadas al autor inicial de mi sufrimiento y las acoso a su vez, estableciendo además una continuidad entre el ser que fui y el que soy ahora, o el pasado y el presente de mi pueblo, y extiendo las consecuencias del trauma inicial a todos los instantes de la existencia.


 O bien, sin negar la propia singularidad del suceso, decido utilizarlo, una vez recuperado, como una manifestación entre otras de una categoría más general, y me sirvo de él como de un modelo para comprender situaciones nuevas, con agentes diferentes. La operación es doble: por una parte, como en un trabajo de psicoanálisis o un duelo, neutralizo el dolor causado por el recuerdo, controlándolo y marginándolo; pero, por otra parte -y es entonces cuando nuestra conducta deja de ser privada y entra en la esfera pública-, abro ese recuerdo a la analogía y a la generalización, construyo un exemplum y extraigo una lección. El pasado se convierte por tanto en principio de acción para el presente. En este caso, las asociaciones que acuden a mi mente dependen de la semejanza y no de la contigüidad, y más que asegurar mi propia identidad, intento buscar explicación a mis analogías. Se podrá decir entonces, en una primera aproximación, que la memoria literal, sobre todo si es llevada al extremo, es portadora de riesgos, mientras que la memoria ejemplar es potencialmente liberadora. Cualquier lección no es, por supuesto, buena; sin embargo, todas ellas pueden ser evaluadas con ayuda de los criterios universales y racionales que sostienen el diálogo entre personas, lo que no es el caso de los recuerdos literales e intransitivos, incomparables entre sí. El uso literal, que convierte en insuperable el viejo acontecimiento, desemboca a fin de cuentas en el sometimiento del presente al pasado. El uso ejemplar, por el contrario, permite utilizar el pasado con vistas al presente, aprovechar las lecciones de las injusticias sufridas para luchar contra las que se producen hoy día, y separarse del yo para ir hacia el otro."

Los abusos de la memoria

Tzvetan Todorov

26 d’abr. 2016

ayer no más, fragment

presos en el Hospital de San Marcos, León (sin fecha)
“Mi padre nunca ha entendido qué buscaba yo en una guerra que no había hecho, que era la suya.
De chicos, diez o doce años, nos atraía la pólvora. La fabricábamos nosotros. En las droguerías vendían azufre y nitrato potásico a cualquiera. El carbón vegetal nos lo proporcionaba un carbonero. La fabricábamos en grandes cantidades. Formábamos regueros con ella sobre la tierra, los dibujos de la felicidad. Cuando estaba concluida la obra nos poníamos alrededor y uno de nosotros prendía la pólvora por un extremo y la veíamos correr alegre dejando tras de sí un rastro carbonizado. Como la Historia. En una ocasión el destino fue generoso con nosotros e hizo que encontráramos un arsenal de cartuchos y balas “de verdad”, abandonados cerca del río quién sabe por qué razón, y entre ellos una auténtica granada, que le estalló a Mauro en las manos y lo mató en el acto y a su hermano lo dejó ciego con la cara picada de quemaduras azules para siempre, y al resto mudos ante lo azaroso de todo, el por qué ellos dos y no alguno de los tres amigos que estábamos con ellos. Eso le diría a mi padre si me preguntara qué es la Historia: los restos carbonizados de la felicidad, las ruinas que veía el Angelus Novus.
Para mí no es la guerra, ni él siquiera, ni el dolor que nos causó o el daño que se causó a sí mismo; para mí son sólo los años de mi infancia.
Los años de mi infancia... Llegaba junio y la ciudad se llenaba de un suave olor a heno que venía a trenzarse con el de las flores de las acacias y el de la bosta y el estiércol de los establos. El olor de los establos es mi “magdalena-de-Proust”. León era un burgo pobre, recluido, medieval. León fue el paraíso, porque León fue mi infancia. Cuando estallaba la primavera los hombres se echaban a la calle en mangas de camisa. Nos mezclábamos con ellos a la puerta de las tabernas, mientras los veíamos lanzar chapas de hierro a una rana con la boca abierta, o urdíamos las primeras pellas yéndonos al río o a las vías del tren. Los adultos no aprobaban nuestros novillos, desde luego, como tampoco el que fabricáramos la pólvora, pero todos comprendían que tenía que ser de ese modo y no de otro, y no eran estrictos con nuestras travesuras porque nadie lo había sido con las suyas, más graves y peligrosas, y de consecuencias nefastas, y ni siquiera cuando estalló la granada que mató a Mauro y dejó ciego
a su hermano, pudiendo haber sido cualquiera de nosotros, nos riñeron: comprendían que la culpa no era nuestra, sino de ellos, de España, que las había olvidado allí, balas y granadas para seguir muriendo, para seguir matando. Lo mismo que cuando a veces quedaba ahogado en el río algún niño o lo atropellaba el tren hullero. Aquellas muertes las tenían por accidentes casuales que se vivían con fatalidad, pero sin dramatismo. La guerra les había acostumbrado a la tragedia y para ellos la vida era trágica por naturaleza, y tampoco valía lo que vale ahora. La resignación, como el bromuro moral que expendían en las iglesias, hizo el resto.
Sólo recordar aquellas primaveras hace que me crea mejor de lo que soy.
Me digo: aún puedo recordar a ese niño que está tan seriecito, con su gorra, en la Hípica al lado de su padre, su Homero. Me digo: yo he llegado a conocer el tiempo en el que aún se veían abrevar a las caballerías en las fuentes que construyó Carlos III. ¡Aún quedaban en
León caballerías que sus dueños ataban donde les convenía, y cuadras de alquiler! ¡De las fuentes labradas en piedra neoclásica manaba todavía el agua de pozos artesianos! ¡A diario veíamos las arrias de burros y acémilas, aparejados con alforjas portuguesas, llevando la arena desde el río a las obras! Yo he visto a un hombre conduciendo las vacas por Ordoño II para encerrarlas en un establo de la plaza de la Pícara Justina, y entrar en el convento de las Agustinas Recoletas de Santo Domingo jaulas con pollos y gallinas.
Me digo: yo he visto las farolas encendidas a diario por hombres que llevaban al hombro su pértiga, y he oído durante mis noches febriles la sibilante voz de una bombilla de voltaje mísero en el farol colocado en la esquina de la fábrica. He visto también las recuas de hospicianos y seminaristas, unos con el pelo cortado al cero y sus guardapolvos de rayadillo, los otros con su sotana negra y sus becas rojas, chicos de doce o trece años abrasados por las chinches y los sabañones, de dieciséis y diecisiete, como mi padre el día en que mataron a aquel hombre en La Fonfría.
Me digo: he formado parte de la historia que otros, yo mismo, estudian en los libros, días irrepetibles en los que la mayor parte de los adultos o estaban muertos o heridos de muerte, allí o por medio mundo.
Llevo ocupándome de la Guerra Civil desde hace cuarenta años. Muchos creen que me apasiona, incluso que “me gusta”, como pueden apasionarles y gustarles a los filatélicos sus sellos, que me fascina acopiar datos, y ordenarlos y pegarlos como hacen ellos en sus álbumes. Me siento más bien como un forense.
He leído cientos de libros sobre la guerra, estudios, memorias, ensayos, testimonios, he pasado miles de horas en las hemerotecas y en archivos civiles y militares, he escuchado a incontables personas que la vivieron, unos en el frente y otros en la retaguardia, unas veces preponderando en la política o en el ejército o, por el contrario, siendo gentes insignificantes y comunes, de uno o de otro bando; me he entrevistado con quienes la ganaron y con los que la perdieron, y entre estos con muchos que se exiliaron y con otros que se quedaron en España, y de los que se fueron, con los que volvieron y con algunos que no volvieron y murieron en Méjico, en Francia, en la Unión Soviética, en la Argentina, en Inglaterra, en Alemania Oriental, en Bélgica y en Suiza, y de los que se quedaron, con los que fueron represaliados y con los que salieron más o menos indemnes. He sido testigo de cómo muchas personas cambiaban de opinión a lo largo de los años respecto de sus propios recuerdos y vivencias, llegando a amañarlos o corregirlos sin darse cuenta ni siquiera de que lo hacían, unas veces llevados por las corrientes de opinión y otras por sus propias estrategias interesadas. He publicado sobre la guerra cinco libros, tres centrados en Castilla y León, y dos generales, uno sobre las legaciones extranjeras en Madrid, Barcelona y Valencia durante la guerra y otro sobre la Iglesia antes, durante y después de la guerra, y setentaiocho trabajos dados a conocer en diferentes revistas, periódicos, prólogos y publicaciones científicas y congresos. Los cinco libros aparecieron en publicaciones comerciales, de mayor o menor relevancia, pero con buena acogida casi siempre. Profesionalmente creo gozar de la consideración de mis colegas y de mis alumnos y no espero de mi trabajo más de lo que puede esperar cualquier profesor de una universidad española o un hispanista de los suyos, y he visto con indiferencia cómo me acusaban de fascista por denunciar los crímenes cometidos en o por la República, o me han tildado de profesor mediocre, iluso y resentido por exigir que las instituciones herederas de las que se levantaron contra el gobierno legítimo de la República, a saber el Ejército español, la Iglesia y los partidos de la derecha española, principalmente, como también el Parlamento, condenen en la actualidad aquel levantamiento. Si denunciaba como una patraña de la propaganda el que los mejores intelectuales y escritores españoles sólo estuvieron de parte republicana, los intelectuales y escritores de derechas se me acercaban con sonoras palmadas en la espalda, pero no les gustaba tanto si recordaba la mediocridad de sus pensadores, ideólogos, periodistas y poetas orgánicos; y cuando he dicho que no hay mucha diferencia entre los poemas de guerra del comunista Fulano y los del fascista Beltrano, no les ha contentado ni a los unos ni a los otros.
A pesar de que desde hace unos años todo lo relacionado con la Guerra Civil me ha llegado a fatigar, cuando se lleva tanto tiempo trabajando sobre un asunto no resulta fácil desentenderse de él. Cada día se dan a conocer nuevos datos y se franquean a los investigadores nuevos archivos y documentos, y yo ya estoy cansado. Pensaba mi retiro en algún lugar de esta provincia, en algún pueblo, con pocos pero doctos libros juntos y media docena de colmenas.
Y sin embargo siento que al menos para mí la Guerra Civil aún no ha terminado, ni creo que se termine nunca.
Los españoles acabarán olvidándose de la Guerra Civil por cansancio, no porque haya terminado. Se olvidarán, pero mientras siga habiendo muertos en las cunetas, estos serán una semilla que el día menos pensado germinará con vigor inusitado reclamando justicia. O no. La memoria hay que cultivarla; el olvido crece solo. Acabo de leer hace unos minutos en un periódico esta frase de un escritor, a propósito de la Guerra Civil: “Ese es un asunto ya zanjado por los historiadores”. Los historiadores no zanjamos, al contrario, nuestro trabajo consiste en abrir las puertas que otros cerraron. Las fosas, por ejemplo.
Pero “vengamos a lo de ayer, que tan bien es olvidado”, decía Jorge Manrique, el primero y más fino historiador español.
Tengo la impresión de que todos los trabajos realizados por mí hasta la fecha no fueron sino una preparación, un largo camino para poder enfrentarme a este solo hecho: la actuación de mi padre desde el 18 de julio al 24 de noviembre de 1936, desde la sublevación hasta el día en que se les destinó al frente de Asturias, después de haber participado, destacado en el cuartel de San Marcos, en los pelotones de fusilamiento que ejecutaban las sentencias de los consejos sumarísimos de guerra que tenían lugar en el Cuartel del Cid, y quién sabe si, al menos en las primeras semanas o al mismo tiempo, formando parte de las partidas de falangistas que completaban el trabajo de los consejos de guerra actuando por su cuenta, sembrando el terror por los pueblos cada noche con sus paseos tan ostentosos y ostensibles cuanto consentidos y alentados por las autoridades.
Tantos años ocupándome de la guerra y sólo ahora comprendo algo que es a un tiempo sencillo y complejo. Complejo porque se hubiese creído que mientras trabajaba estudiando una guerra que protagonizaban otros, no me ocuparía de la de mi padre, y sencillo, porque todo ha acabado llevándome de la manera más natural a él. ¿Cómo no lo sospeché desde el primer momento, desde que decidí dedicarme a todo esto? ¿Podré honrar la figura de mi padre como honró Manrique la del suyo, como haría cualquier bien nacido? Tendría muchas razones también para hacerlo: puedo recordar, si quiero, sólo las cartas buenas de estas siete y media que juego yo conmigo: cuanto mi padre me ha dado, empezando por la vida; el trabajo de salir adelante, él, sí, con dos padres que lo destruyeron, antes, durante y después de la guerra, y de la peor manera: sin que jamás ninguno de ellos lo advirtiera; el trabajo de sacarnos adelante; los buenos momentos, los días que me llevó con él al cine, al circo, a la Hípica o al campo de la Cultural y Deportiva Leonesa; mi primer mecano, mi primer tren eléctrico, que me ayudó él a montar durante días enteros, mi primera Vespino, mi primer Mini; las raras veces que dejó que viese en su interior, como a través de una puerta mal cerrada, a aquel muchacho que se quedó en los diecisiete años, asustado por todo lo que había hecho y todo lo que le obligaron a hacer, confundido uno y otro, indiscernible... ¡Diecisiete años!
Las mejores cartas, oportunas, propicias, los momentos buenos.
Mi temor ha sido siempre que pudiera olvidarlos, que la vida me hiciera olvidarlos, que yo también acabara enterrándolos en una cuneta.
Alguna vez he pensado estos últimos meses que todo resultaría más sencillo si mi padre hubiese muerto. Tal vez habría salvado mis momentos buenos, y a él, no sabiendo más.
He deseado su muerte muchas veces. Todavía la deseo y me aterra decirlo. Me digo: casi noventa años, ya ha vivido mucho, debería salir de escena, bajar al sepulcro, esperar que el olvido haga el trabajo que no han podido hacer ni la paz ni la piedad ni el perdón. Que la tierra se cierre sobre él, como se cierra sobre el mundo el olvido.
Y, sí, para mí no es la guerra, sino conocer la razón por la cual la guerra acabó con mi padre, la razón de ese poso de amargura que he descubierto siempre en su alma, y saber qué tienen en común su perpetuo desasosiego y esta tristeza mía que más he detestado porque he visto siempre en ella la sombra de aquellas muertes y de la muerte.
Para mí no es la guerra, sino el temor de no honrarlo como debe honrar un hijo a un padre, y salvarle en mi amor, tanto como salvarme en él.
Para mí no es la guerra, sino saber por qué somos sus víctimas sin haberla hecho, por qué nos han mentido."

Ayer no más
Andrés Trapiello
Destino, Barcelona, 2012
páginas 280-288




24 d’abr. 2016

estrena teatral


El dissabte 30 d’abril de 2016, els companys de Passi-ho-bé Teatre estrenen una adaptació de l’obra de Sergi Belbel, Albert Espinosa y David Plana, “Això no és vida”.

A les 21.00 hores,  al teatre Ateneu de Cerdanyola del Vallès.


“Això no és vida” presenta una radiografia àcida i sarcàstica de la vida de cinc dones que pateixen d’alguns dels mals més habituals de la vida contemporània. Els personatges es troben en el desconcert més absolut, submergits en la confusió total, ofegats, estressats i obsessionats. L’espectador és testimoni d’un quintet d’inseguretats manifestades mitjançant una dona hiperactiva encegada per l’organització, una depressiva suïcida, una executiva irritable i agressiva, una ingènua conformista i una addicta a la cirurgia estètica incapaç d’acceptar-se a si mateixa.

Berenguer de Saltells. Matar per la dignitat (1350)

El proper dimecres, 27 d’abril de 2016 a les 19.00 hores a la Biblioteca de Cerdanyola del Vallès, tindrà lloc la presentació del llibre “Berenguer de Saltells. Matar per la dignitat (1350)”, de l’ historiador cerdanyolenc  Miquel Sánchez.

El llibre es basa en el personatge històric Berenguer de Saltells, que va fugir a les muntanyes d'Andorra després de matar a l'abat del monestir de Sant Cugat en plena Missa del gall per no estar d'acord amb l'herència del seu pare, que donava la major part de les seves propietats al monestir.


Presentaran l’acte d’historiador Josep Fernández Trabal i l’especialista en humanitats Robert Álvarez Massalias. També podreu gaudir d’una escenificació de la sentència reial sobre el conflicte Saltells-Monestir de Sant Cugat, per part dels amics Miquel Espàrrach i Jordi Sans; el recitat de poemes per part de Glòria Grañén i l’ambientació musical per part de la guitarra de Miquel Angel Sanz.  

22 d’abr. 2016

sant jordi 2016



Bona diada, amigues, amics de Vespres Literaris!!!!!

Si haguessis nascut 
      en una altra terra, 
podries ser blanc, 
      podries ser negre... 
Un altre país 
      fóra casa teva, 
i diries "sí" 
      en un altra llengua. 
T'hauries criat 
     d'una altra manera 
més bona, potser; 
     potser, més dolenta. 
Tindries més sort 
     o potser més pega... 
Tindries amics 
     i jocs d'una altra mena; 
duries vestits 
     de sac o de seda, 
sabates de pell 
     o tosca espardenya, 
o aniries nu 
     perdut per la selva. 
Podries llegir 
     contes i poemes, 
o no tenir llibres 
     ni saber de lletra. 
Podries menjar 
     coses llamineres 
o només crostons 
     eixuts de pa negre.

Podries ....podries...


      Per tot això pensa 
que importa tenir 
      LES MANS BEN OBERTES 
i ajudar qui ve 
      fugint de la guerra, 
fugint del dolor 
      i de la pobresa.
Si tu fossis nat 
      a la seva terra, 
la tristesa d'ell 
      podria ser teva.

Joana Raspall

20 d’abr. 2016

15a marató de lectura cerdanyola



Un any més,  Vespres Literaris participa a la marató de lectura de Cerdanyola del Vallès.  Aquest any es compleix la quinzena edició i, coincidint amb el quatre-cents aniversari de la mort de Miguel de Cervantes, llegirem el capítol LXII de "El Quijote". La lectura s'inscriu, dins el programa de "Lectures dramatitzades - Coetanis de l'edat mitjana", de 13 a 14h a la plaça de Francesc Layret (davant de l'Ajuntament)


19 d’abr. 2016

novel·les ambientades guerra civil


serie de relats (1936 y 1937)
(1941)
(1993)
l'edició censurada de 1955 portaba per títol
"Esta es mi tierra"
(1957)

(1960)
inèdita dins l'any 2005

(1973)
(1983)
(1994)

(2002)

(2004)
(2004)
(2012)


18 d’abr. 2016

primer paisatge


Avui ha tingut lloc a la seva ciutat, en els espais que la seva escrita recrea, la presentació del llibre d'Isidre Grau, "Primer paisatge"

Aquí podeu llegir la ressenya del llibre que Jordi Jorba fa al seu espai "Carrer Clos".