30 de nov. 2017

la piedra lunar y 4



“Soy la persona (como sin duda recordarán) que inauguró estas páginas y abrió la historia. También soy la persona que han dejado,  por decirlo así,  para cerrarla.
Que no piense nadie que tengo la palabra definitiva respecto al diamante hindú.  Le profeso a esa malhadada joya verdadero aborrecimiento y les remito a personas más autorizadas que yo si desean recibir actualmente más novedades sobre la Piedra Lunar.  Mi propósito ahora es narrar un acontecimiento en la historia de la familia que hasta ahora todos han pasado por alto y que no pienso permitir que quede sin consignar de un modo tan irrespetuoso.  El acontecimiento al que me refiero es... el enlace matrimonial de la señorita Rachel y el señor Franklin Blake. Este interesante acontecimiento tuvo lugar en nuestra casa de Yorkshire,  el martes 9 de octubre de 1849.  Yo estrené traje nuevo para la ocasión.  Y los recién casados pasaron la luna de miel en Escocia.
Como las fiestas familiares han sido escasas desde la muerte de mi pobre señora, reconozco que en esta ocasión,  hacia el final del día y las celebraciones,  me tomé alguna copita de más por ese motivo.
Si alguna vez han hecho ustedes algo parecido,  comprenderán y asentirán conmigo.  De lo contrario, probablemente digan: « ¡Viejo repugnante! ¿Por qué nos cuenta eso?». La razón viene ahora.
Habiéndome tomado, pues, esa copita de más (¡Dios les bendiga! Ustedes también tienen un vicio favorito;  solo que su vicio no es el mío ni el mío es el suyo),  busqué enseguida el único remedio infalible,  que es,  como ustedes saben, Robinson Crusoe.  No puedo decir por dónde abrí ese libro sin par.  Pero sé perfectamente,  sin embargo,  dónde logré que los renglones impresos dejaran de saltar unos sobre otros. Fue en la página 318: un pasaje doméstico relativo al matrimonio de Robinson Crusoe que dice así: «Con esos pensamientos consideré mi nuevo compromiso: tenía una esposa» (¡atención! ¡Igual que el señor Franklin!), «un hijo», (¡atención de nuevo! ¡Bien podría ser así mismo el caso del señor Franklin!), «y mi esposa entonces...». Lo que la esposa de Robinson Crusoe hiciera o dejara de hacer «entonces» ya no me interesó saberlo.  Subrayé las palabras relativas al hijo con mi lápiz y puse un trozo de papel para señalar esa parte.  «Tú espera —me dije— hasta que el señor Franklin y la señorita Rachel lleven casados unos meses... ¡y ya verás!»
Los meses pasaron (más de los que yo esperaba) sin que se presentara la ocasión de buscar la señal en el libro.  No fue hasta el presente mes de noviembre de 1850 que el señor Franklin entró en mi cuarto, muy alegre, y dijo:
— ¡Betteredge! ¡Tengo noticias para usted! Algo va a ocurrir en la casa antes de que seamos muchos meses más viejos.
— ¿Concierne a la familia, señor? —pregunté.
—Decididamente concierne a la familia —respondió el señor Franklin.
— ¿Tiene su buena esposa algo que ver en ello, si me lo permite, señor?
—Tiene muchísimo que ver en ello —dijo el señor Franklin empezando a mostrar cierta sorpresa.
—No necesita decir ni una palabra más,  señor —respondí—. ¡Dios les bendiga a ambos! Estoy sinceramente encantado de saberlo.
El señor Franklin pareció atónito.
— ¿Puedo preguntar de dónde ha obtenido la información? —preguntó—. Yo solo lo he sabido (y con el mayor secreto) hace cinco minutos.
¡He ahí la oportunidad de sacar a relucir a Robinson Crusoe! ¡Era la ocasión de leer el pasaje doméstico sobre el niño que yo había señalado el día del enlace del señor Franklin! Leí esas milagrosas palabras con el énfasis que les hacía justicia y luego le miré severamente.
—Ahora, señor, ¿cree en Robinson Crusoe? —pregunté con la solemnidad que correspondía a la ocasión.
— ¡Betteredge! —dijo el señor Franklin con la misma solemnidad—. Estoy finalmente convencido.
Me estrechó la mano... y yo sentí que le había convertido.
Con el relato de esta extraordinaria circunstancia,  mi reaparición en estas páginas llega a su fin.  Que nadie se ría de la única anécdota aquí contada.  Pueden regocijarse cuanto quieran acerca de todo lo que he escrito.  Pero cuando escribo sobre Robinson Crusoe,  el Señor sabe que hablo en serio... ¡y exijo que se tome con la misma seriedad!
Dicho esto, todo queda dicho.  Damas y caballeros,  les saludo y termino la historia.”

 La piedra lunar
Wilkie Collins
traducción: José Luis Piquero
Navona, Barcelona, 2016
pág.547-549


29 de nov. 2017

la piedra lunar, 3 (el señor Betteredge)



"Hubo una pausa en la conversación y Gabriel Betteredge salió de su mutismo junto a la ventana.
— ¿Puede concederme su atención, señor? —preguntó dirigiéndose a mí.
—Estoy a su servicio —respondí.
Betteredge cogió una silla y se sentó a la mesa. Sacó un enorme y viejo cuaderno de notas con las tapas de cuero y un lápiz de parecidas dimensiones. Tras ponerse los anteojos, lo abrió por una página en blanco y volvió a dirigirse a mí.
—He pasado —dijo Betteredge mirándome severamente— cerca de cincuenta años al servicio de la difunta señora. Antes de eso fui paje al servicio del anciano lord, su padre. Ahora tengo más de setenta años... ¡no importa exactamente cuántos! Estimo que tengo tanto conocimiento y experiencia del mundo como el que más. ¿Y a qué conduce todo esto? Conduce, señor Ezra Jennings,  a un juego de prestidigitación de un ayudante de médico con el señor Franklin Blake como sujeto y el concurso de una botella de láudano. ¡Y, por los clavos de Cristo, a mí me toca, a mi edad, hacer del muchacho que ayuda al prestidigitador!
El señor Blake rompió a reír.  Yo traté de hablar. Betteredge levantó la mano en señal de que aún no había terminado.
— ¡Ni una palabra, señor Jennings! —exclamó—. No me diga ni una palabra, señor. Tengo mis principios,  gracias a Dios.  Si me dan una orden que parece emitida por un inquilino de Bedlam [célebre manicomio de Londres en esa época], no importa.  Basta con que provenga de mi señor o de mi señora y yo la obedezco.  Tengo mi propia opinión, la cual coincide, le ruego que lo recuerde, con la del señor Bruff... ¡el gran señor Bruff! —Dijo Betteredge alzando la voz y meneando la cabeza con solemnidad—.  No importa;  aun así me reservo mi opinión.  Mi joven señorita dice: «Hazlo».  Y yo digo: «Señorita,  así se hará».  Aquí estoy, con mi cuaderno y mi lápiz,  este último no tan afilado como habría deseado pero, cuando los cristianos pierden el juicio, ¿quién puede esperar que los lápices conserven sus puntas?  Deme sus órdenes,  señor Jennings.  Las pondré por escrito, señor.  Estoy decidido a no apartarme de ellas ni un pelo.  Soy un agente ciego,  eso es lo que soy.  ¡Un agente ciego! —repitió Betteredge deleitándose en su propia descripción de sí mismo.
—Siento mucho —comencé a disculparme— que usted y yo no estemos de acuerdo...
— ¡No me meta en esto! — me interrumpió Betteredge—. No es una cuestión de estar de acuerdo o no; es una cuestión de obediencia. Deme sus instrucciones, señor... ¡Deme sus instrucciones!
El señor Blake me hizo señas de hacerle caso. Le «di mis instrucciones» tan clara y gravemente como pude.
—Desearía que se reabrieran ciertas partes de la casa —dije— y que se amueblaran exactamente como lo estaban hace un año por estas fechas.
Betteredge dio una chupada preliminar a su lápiz imperfectamente afilado.
— ¡Nombre esas partes, señor Jennings! —dijo altivamente.
—Primero, el vestíbulo interior que conduce a la escalinata principal.
—Primero, el vestíbulo interior —escribió Betteredge—. Imposible amueblarlo, señor, tal como estaba el año pasado... para empezar.
— ¿Por qué?
—Porque el año pasado había en el vestíbulo un halcón disecado, señor Jennings. Cuando la familia se marchó, el halcón se recogió junto a las demás cosas. Y al trasladarlo... reventó.
—Entonces lo haremos sin el halcón.
Betteredge anotó la excepción.
—El vestíbulo interior ha de amueblarse tal como estaba hace un año. Con excepción del halcón. Por favor,  continúe,  señor Jennings.
—Hay que extender la alfombra en las escaleras, como antes.
—Hay que extender la alfombra en las escaleras, como antes. Siento decepcionarle, señor. Pero eso tampoco puede hacerse.
— ¿Por qué no?
—Porque el hombre que la extendió ha muerto,  señor Jennings... y la habilidad que él tenía para encajar la alfombra en los rincones no la encontrará en toda Inglaterra,  busque donde busque.
—Muy bien.  Debemos buscar al siguiente hombre más mañoso de Inglaterra.
Betteredge tomó nota y yo seguí dándole mis instrucciones.
—La sala de estar de la señorita Verinder ha de dejarse exactamente igual que el año pasado. También el pasillo que conduce desde esa salita hasta el primer rellano. Así como el segundo pasillo que conduce desde el segundo rellano a las habitaciones principales. Y, por supuesto, el dormitorio ocupado el pasado junio por el señor Franklin Blake.
El lápiz desafilado de Betteredge me seguía concienzudamente,  palabra por palabra.
—Prosiga, señor —dijo con sardónica gravedad—. Aún le queda mucha escritura a la punta de este lápiz.
Le dije que no tenía más instrucciones que darle.
—Señor —dijo Betteredge—, en ese caso tengo que hacer un par de puntualizaciones en mi propio nombre.
Abrió el cuaderno por otra página en blanco y le dio otra chupada preliminar al inagotable lápiz.
—Desearía saber —comenzó a preguntar— si puedo o no puedo lavarme las manos...
—Por supuesto que puede —dijo el señor Blake—. Llamaré al camarero.
—...respecto a ciertas responsabilidades —prosiguió Betteredge declinando imperturbablemente ver en la estancia a nadie que no fuésemos él y yo—. Para empezar, respecto a la salita de estar de la señorita Verinder,  cuando sacamos la alfombra el año pasado, señor Jennings, hallamos una sorprendente cantidad de imperdibles. ¿Debo responsabilizarme de volver a colocar los imperdibles?
—Ciertamente no.
Betteredge anotó esa concesión.
—En cuanto al primer pasillo —continuó—. Cuando quitamos los adornos de esa parte, retiramos una estatua de un niño desnudo y gordito... profanamente descrito en el catálogo de la casa como Cupido, dios del Amor. El año pasado tenía dos alas en la parte carnosa de los hombros. Lo perdí de vista un momento y él perdió una de sus alas. ¿Debo responsabilizarme del ala de Cupido?
Hice otra concesión y Betteredge tomó nota de ella.
—En cuanto al segundo pasillo —prosiguió—. Al no haber nada en él el año pasado, salvo las puertas de los dormitorios (de las que respondo bajo juramento,  si es preciso),  tengo la conciencia tranquila,  lo admito,  respecto a esa parte de la casa.  Pero en cuanto al dormitorio del señor Franklin (si ha de volver a dejarse como estaba antes) quiero saber quién se responsabiliza de mantenerlo en un perpetuo estado de desorden,  no importa cuántas veces se ordene:  unos pantalones aquí,  unas toallas allá,  sus novelas francesas por todas partes... Digo, ¿quién se responsabiliza de desordenar el orden del dormitorio del señor Franklin, él o yo?
El señor Franklin declaró que él asumiría toda la responsabilidad con el mayor placer. Betteredge declinó escuchar ninguna solución al problema que no contara antes con mi visto bueno. Acepté la propuesta del señor Blake y Betteredge consignó a tal efecto una última entrada en su cuaderno.
—Venga a verlo cuando quiera,  señor Jennings, a partir de mañana —dijo poniéndose en pie—. Me encontrará trabajando con el personal necesario para ayudarme. Me permito agradecerle respetuosamente,  señor, haber pasado por alto el caso del halcón disecado y el caso del ala de Cupido... y también por permitirme lavarme las manos ante cualquier responsabilidad respecto a los imperdibles de la alfombra y el desorden del cuarto del señor Franklin.  Hablando como sirviente,  estoy profundamente en deuda con usted.  Hablando como hombre, le considero una persona con muchos pájaros en la cabeza y doy testimonio de mi oposición a su experimento,  que considero un fraude y un engaño.  ¡No tema usted por eso que mis sentimientos como hombre interfieran en mis deberes como sirviente! Será usted obedecido.  A pesar de los pájaros,  señor,  será usted obedecido.  Si esto termina con que prende fuego a la casa,  ¡ni muerto avisaré a los bomberos a menos que toque usted la campana y me lo ordene!
Con esta garantía como despedida, me hizo una inclinación y salió del cuarto."

 La piedra lunar
Wilkie Collins
traducción: José Luis Piquero
Navona, Barcelona, 2016
pág.471-475





28 de nov. 2017

estrena titzina teatro



El proper divendres,  u i el dissabte dos de desembre, La companyia Titzina Teatro, estrenen l’obra  “La zanja” , la seva cinquena producció.

La zanja parla de la relació entre dos mons que han compartit una part de la història: Amèrica i Europa.  La trobada entre el descobridor Pizarro i el darrer rei inca Atahualpa, i els coflictes miners entre les multinacionals occidentals i les comunitats nadiues. Un treball de creació a partir de les cròniques de l'època i els viatges al Perú actual.

Al Teatre Ateneu de Cerdanyola del Vallès, a les 21 hores.


27 de nov. 2017

Wilkie Collins, relats


“Cuando era un joven de veinticinco años, me convertí en miembro de las fuerzas de policía de Londres. Tras casi dos años de experiencia en la responsabilidad de los mal pagados deberes de esa vocación, me encontré dedicado a mi primer grave y terrible caso de investigación oficial, relacionado nada menos que con un delito de asesinato.

Las circunstancias fueron las siguientes: Por aquel entonces yo estaba destinado a una comisaría del distrito norte de Londres, que pido permiso para no mencionar más particularmente. Un cierto lunes inicié mi turno de noche. A las cuatro de la madrugada no había ocurrido nada digno de mención en la comisaría. Era primavera y, entre el gas y el fuego, la habitación se puso bastante calurosa. Fui a la puerta para respirar un poco de aire fresco, ante la sorpresa de nuestro inspector de servicio, que era de por sí un hombre friolero. Caía una fina llovizna, y la fuerte humedad del aire me envió de vuelta al lado del fuego. No creo que llevara sentado allí más de un minuto cuando empujaron con fuerza la puerta giratoria. Una mujer frenética entró dando un grito y preguntando:

— ¿Es esto la comisaría?

Nuestro inspector (por lo demás un magnífico agente) tenía, por alguna perversidad de la naturaleza, un temperamento más bien acalorado en su friolera constitución.

— ¿Por qué, benditas sean las mujeres, no ve usted que lo es? —dijo—. ¿Qué es lo que ocurre?

— ¡Asesinato es lo que ocurre! —restalló ella—. Por el amor de Dios, vengan conmigo. Es en la pensión de la señora Crosscapel, en el número catorce de la calle Lehigh. ¡Una joven ha asesinado a su esposo por la noche! Con un cuchillo, señor. Dice que cree que lo hizo dormida.”

¿Quién mató a Zebedee?
Wilkie Collins

(fragment)

24 de nov. 2017

Wlkie Collins i l’opi

portada de l'bra de Thomas de Quincey publicada l'any 1822


 “El concepto de la droga como detonante de la creación literaria conoce antecedentes fabricados en ocasiones por el propio autor. Un ejemplo ilustre: Wilkie Collins y La piedra lunar. (…) El desarrollo de la composición de “La piedra lunar” –afirma Alethea Hayter en "Opium and the Romantic Imagination"– es una de las demostraciones  "más terminantes de cómo un escritor concibe una obra maestra bajo el imperio del opio". Este aserto se basa en conversaciones de Collins recogidas por amigos y en lo que él afirma en el prólogo de la obra, es decir: durante la escritura de la novela sufría fuertes dolores por su gota reumática y los aliviaba con mucho láudano, ese extracto de opio ingerible en vino blanco y especias.”

”Collins dictaba su invención a un secretario –prosigue Hayter– que terminó renunciando al empleo porque no soportaba el espectáculo del escritor acuñando personajes y episodios entre gritos y gemidos. Lo mismo sucedió con el secretario siguiente, hasta que una mujer tomó el relevo y llevó a buen puerto la tarea.  Según esta versión, Collins,  una vez repuesto,  no reconoció el manuscrito y se mostró asombrado por el final,  que en verdad es asombroso.  El hecho de que "esta novela, rigurosamente construida y controlada, pudo ser escrita en tales condiciones destruye la teoría de que el opio impide necesariamente que un escritor haga su trabajo", concluye Alethea.”

“La verdad sería más bien otra: hace unos 20 años la investigadora estadounidense Sue Lonoff revisó el manuscrito de La piedra lunar y encontró que sólo siete de sus 413 páginas no pertenecen a la mano de Collins.  El resto,  con excepción de 11 páginas a lápiz,  recoge la nítida escritura en tinta del autor y registra sus correcciones,  agregados y tachaduras.  Se disipa la leyenda de los amanuenses espantados.  Y si,  como parece Collins mismo fabricó la versión, no hizo más que repetir la especie de Walter Scott dictando La novia de Lammermoor desde la cama,  apagando sus graves dolores de estómago con la ingestión de cantidades industriales de láudano.  Así lo contaba Walter Scott.  Pero las cuatro quintas partes del manuscrito de esa novela están fijadas por la mano del autor.” 

“¿Por qué Scott y Collins y otros novelistas que escribían después de la experiencia de la droga,  no durante,  practicaron además esa ficción? ¿Enaltecían su adicción pretendiéndola al servicio del arte? ¿Disimular las dificultades, angustias, vacíos y padecimientos de tan duro oficio,  para llamarlo de algún modo?  El opio y la morfina no saben escribir.”


Juan Gelman, poeta argentino

23 de nov. 2017

moonstone en còmic



Classic Comics va ser una sèrie d'historietes que adaptaven clàssics de la literatura,  iniciada el 1941 pel rus Alber Lewis Kanter (1897-1973) per a Publicacions Elliot. El 1947, pas a denominar-se Classics Illustrated.

Entre 1942 i 1962 les vendes van reunir un total de 200 milions en les adaptacions dels grans treballs de la literatura en els Clàssics Il·lustrats , incloent Don Quijote de la Mancha, Frankenstein, Hamlet, El Geperut de Notre Dame, Jane Eyre, Lord Jim, Macbeth,  Moby Dick, Oliver Twist i Història de dues ciutats.


L'últim fascicle de Kanter va ser Faust l’agost de 1962.

22 de nov. 2017

la piedra lunar, 2

“Era el día más hermoso que había visto desde mi retorno a Inglaterra.

El cambio de la marea se produjo antes de que hubiera acabado de fumarme mi cigarro. Percibí la agitación preliminar de las arenas y luego el terrible estremecimiento que recorría su superficie, como si algún espíritu del terror viviera y se moviera y temblase en sus insondables profundidades. Arrojé lejos mi cigarro y regresé a las rocas.

Las instrucciones me ordenaban ir tanteando la línea trazada por el bastón,  empezando por el extremo que señalaba hacia el faro.

Avancé de ese modo a lo largo de más de la mitad del bastón sin encontrar nada más que los bordes de las rocas. Tres o cinco centímetros más allá,  sin embargo,  mi paciencia fue recompensada. En una pequeña y estrecha fisura,  justo al alcance de mi dedo índice,  toqué la cadena.  Al tratar a continuación de seguirla al tacto en dirección a las arenas movedizas,  detuvo mi avance una espesa mata de algas que sin duda había crecido en la fisura durante el tiempo transcurrido desde que Rosanna Spearman había escogido su escondite.

Tan imposible resultaba arrancar las algas como atravesarlas con la mano. Tras marcar el lugar indicado por el extremo del bastón más cercano a las arenas movedizas,  decidí trazar mi propio plan para seguir la cadena.  Mi idea era «sondear» inmediatamente bajo las rocas con la esperanza de recobrar el rastro perdido de la cadena en el punto en el que se introducía en la arena.  Cogí el bastón y me arrodillé al borde del Cabo Sur.

En esta posición,  mi rostro quedaba a unos pocos metros de la superficie de las arenas movedizas. Verlas tan cerca,  aún agitadas a intervalos por su espantoso temblor,  estremeció mis nervios durante un momento.  La horrible fantasía de que la mujer muerta podría aparecer en la escena de su suicidio para ayudarme en mi búsqueda —el indecible pavor de verla alzarse a través de la temblorosa superficie de la arena y señalar el lugar exacto— invadió mi mente provocándome un escalofrío bajo la cálida luz del sol. Reconozco que cerré los ojos en el momento de clavar la punta del bastón en las arenas movedizas.

Al cabo de un instante,  antes de que hubiera podido hundir el bastón más de unos pocos centímetros,  me sentí libre de mi terror supersticioso y mi cuerpo se estremeció de pies a cabeza de pura excitación. ¡Sondeando a ciegas,  en mi primer intento,  había dado con ella!  El bastón tocó la cadena.

Con mi mano izquierda me aferré con fuerza a las raíces de las algas, me tendí sobre el borde y palpé con la mano derecha bajo los extremos salientes de la roca. Mi mano encontró la cadena.

La saqué sin la menor dificultad. Y allí estaba el pequeño estuche de latón, unido a su extremo.

La acción del agua había oxidado tanto la cadena que me resultó imposible desengancharla de la falleba que la sujetaba al estuche. Puse este entre mis rodillas y tiré con toda la fuerza de que fui capaz hasta conseguir abrir la tapa.  Algo blanco llenaba todo el interior del estuche.  Lo palpé y vi que era lino.

Al desplegar la tela,  también encontré una carta estrujada contra ella.  Miré la dirección, descubrí que contenía mi nombre y me la metí en el bolsillo;  luego terminé de sacar toda la tela. Salió en forma de grueso rollo moldeado,  naturalmente, con la forma del estuche en el que había permanecido confinada y preservada perfectamente de la acción del agua.
Llevé la tela a la arena seca de la playa y allí la desenrollé y la alisé.  No había manera de confundirla con otra cosa: era una prenda de vestir. Era un camisón.

Cuando lo extendí, la parte superior presentaba innumerables pliegues y dobleces y nada más. A continuación revisé la parte inferior... ¡y al instante descubrí la mancha de pintura de la puerta del boudoir de Rachel!

Me quedé mirando fijamente la mancha y mi mente pasó de un salto del presente al pasado. Las mismas palabras del sargento Cuff llegaron a mí como si el hombre en persona estuviera a mi lado señalando la prueba incontestable obtenida de la mancha en la puerta:

«Averiguar si hay en esta casa una prenda de ropa con manchas de pintura.  Averiguar a quién pertenece esa prenda.  Averiguar qué explicación puede ofrecer esa persona para justificar haber estado en esta estancia,  manchándose de pintura,  entre la medianoche y las tres de la madrugada.  Si las explicaciones de dicha persona no resultan satisfactorias ya no habrá que seguir buscando la mano que se apoderó del diamante».

Una tras otra,  esas palabras recorrieron mi memoria,  repitiéndose una y otra vez con cansina y mecánica reiteración.  Me sacó de lo que me pareció un trance de varias horas —de lo que,  sin duda, no habían sido realmente más que unos instantes— una voz que me llamaba. Alcé la vista y me di cuenta de que Betteredge ya no podía contener su impaciencia.  Pude verle entre las dunas, volviendo a la playa.

La aparición del anciano,  en cuanto le vi,  me devolvió al presente y me recordó que la investigación que habíamos puesto en marcha aún no había concluido.  Había descubierto la mancha en el camisón.  Pero ¿a quién pertenecía ese camisón?

Mi primer impulso fue consultar la carta que tenía en el bolsillo: la carta que había encontrado en el estuche.

Al llevarme la mano al bolsillo,  recordé que había un modo más sencillo para averiguarlo.  El propio camisón revelaría la verdad,  pues, con toda probabilidad, llevaría bordado el nombre de su propietario.

Lo levanté de la arena y busqué el bordado.

Lo encontré y leí... mi propio nombre.

Allí estaban las letras familiares que me decían que aquel camisón era mío.  Levanté la vista. Allí estaba el sol,  allí estaban las refulgentes aguas de la bahía, allí estaba el viejo Betteredge, viniendo hacia mí. Volví a mirar las letras. Mi propio nombre. Claramente acusándome: mi propio nombre.

«Si el tiempo, el esfuerzo y el dinero pueden lograr algo,  pienso echarle el guante al ladrón que se llevó la Piedra Lunar»... Había salido de Londres con estas palabras en los labios. Había penetrado el secreto que las arenas movedizas habían ocultado a toda criatura viviente. Y,  con la prueba incontestable de la mancha de pintura,  había descubierto que yo era el ladrón.”

 La piedra lunar
Wilkie Collins
traducción: José Luis Piquero
Navona, Barcelona, 2016
pág.368-370




19 de nov. 2017

representació teatral GAT



Els companys del Grup Artístic Teatral (GAT) – i entre ells, la nostra companya Juani Torio -representaran el proper dissabte, 25 de novembre l’obra PELS PÈLS,  de Paul Pörtner.

Els podreu veure a partir de les 21 hores al Teatre Ateneu de Cerdanyola del Vallès (carrer indústria, 38-40)

FICHA:

Direcció: Lluís Tusell

Intèrprets: Alicia Marco, Bea Garcia, Emilia Tordera, Gisela Romero, Toni Vidal, Francesc Vilaró, Eduard Llorens, Lluís Grau, Nicolás Romero, Joan Carles Chordà, Elisenda Peris de Surroca i Juani Torio


'Pels pèls' és una obra de teatre poc convencional, una comèdia, un thriller i un reality show, barrejats. 'Pels pèls' és la història d'un assassinat, comès en una perruqueria, que implica els seus sis protagonistes;  el perruquer, la seva ajudant i els quatre clients. I per resoldre el cas, el públic juga un paper actiu, ajudant a trobar el culpable.  La força de l'obra resideix en la improvisació dels actors i la seva interrelació amb el públic, que es converteix en un personatge actiu.

18 de nov. 2017

exposició lita cabellut


Avui, els de Vespres Literaris, hem anat a visitar l’exposició “Retrospective” de Lita Cabellut,  als Espais Volart de la Fundació Vila Casas. Es pot visitar fins al 27 de maig del 2018, de dilluns a dissabte de 11 a 14 y de 17 a 20:30 hores. No us la perdeu!!!!



“Retrospective” reuneix obres dels darrers anys organitzades en algunes sèries compreses entre els anys 2008 i 2017 com “Flower installations” (2016-17),  “Disturbance” (2015),  “Blind mirror” (2015),  “Tempus & divine” (2015), “Black tulip” (2014),  “White silenci” (2014) , “Dried tear” (2013),  “After the show” (2012),  “Camaron” (2011),  “Memories wrapped in gold paper” (2012), “Coco” (2011), “Frida” (2011), “Madness and reason” (2010), “Installation” (2010), “State or grace” (2010),  “Country life” (2009), “Ethics” (2017) i  “Dillusion” (2008).




Nota del full de sala:
La belleza es el origen de todo lo que conmueve,
 lo más puro y profundo; también lo más duro porque duele,
del mismo modo que duele criar. Es amor.
Como un beso crudo. Y la inteligencia son sus ojos.

“Lita Cabellut (Sariñena, 1961) és una artista l’obra de la qual depassa els límits de la pintura convencional. Determinada, lliure, de caràcter fort i apassionada, Cabellut defensa una pintura desvinculada de les directrius que marquen el mercat artístic. Per ella l’art ha d’estar per sobre de tot això i l’artista ha de ser totalment lliure perquè només d’aquesta manera es pot aconseguir l’art per l’art.

Es confessa una privilegiada en el sentit que ha pogut consagrar la seva vida a allò que més la commou, l’emociona i li interessa, que és la bellesa, i allò que considera que millor representa aquesta bellesa és l’ésser humà i el seu cos. Però no per aquest motiu defuig la lletjor, l’una no seria possible sense l’altra, i és en aquest punt que trobem la primera de les moltes dualitats que es donen en la seva obra.

I la següent confrontació de dualitats de què cal parlar per endinsar-nos en el seu univers creatiu és, sense cap mena de dubte, aquella que contraposa l’exploració de l’ànima i el cos de l’ésser humà, allò que hi ha a l’interior i allò que hi ha a l’exterior, allò immaterial i allò material. Lita retrata el cos humà, que la captiva en totes les seves presències però també cultiva el retrat psicològic.

La seva principal preocupació és la diversitat, allò que ens fa diferents i, per tant —i aquí una nova dualitat—, la singularitat de la diversitat. La seva especialitat és la gent solitària i marginal, fet que es fa palès en les diverses sèries que integren aquesta exposició i entre les quals destaquem “Disturbance” de 2015 o “Memories wrapped in gold paper” de 2012, que enllaça al mateix temps amb un altre element recurrent en les seves reflexions: la dona i, més enllà de la reflexió purament de gènere, la dona maltractada.



Per la seva condició de dona, així com per les seves circumstàncies vitals, Cabellut defensa la seva profunda connexió amb el gènere femení, fet pel qual gran part de la seva obra gira al voltant de la condició de gènere.  Així Lita reflexiona sobre el sentiment de la dona després d’haver sofert el menyspreu d’altri o d’haver estat sotmesa a maltractaments i la perdurabilitat d’aquest dolor. Cabellut defensa que l’artista ha de donar testimoni d’aquestes realitats com una forma d’estar a la vora de qui les pateix.

Es declara una enamorada de Rembrandt, Goya, Ribera i Velázquez però en la seva obra també traspua l’estudi d’altres grans mestres de la pintura com Dürer, Rubens, Zurbarán, Van der Weyden, Rafael o Ticià. I heus aquí una nova dualitat de Lita Cabellut, i és que a aquest profund coneixement dels grans de la història de l’art, a unes composicions acurades i clàssiques i a un tractament academicista del dibuix, se suma una factura impulsiva i instintiva. En aquest sentit Daniel Giralt-Miracle parla d’un modus operandi que recorda l’action painting de Pollock, que no té en compte condicionants de cap tipus i que es regeix per unes energies internes personals.

Treballa amb llenços de grans dimensions i amb una paleta del tot estudiada i personal, i és que els seus colors,  com la seva obra,  són intensos i temperamentals,  així com el tractament de la factura,  matèrica i voluptuosa.  Cal destacar que,  tot i que també fa servir l’oli,  moltes de les seves pintures estan realitzades amb la tècnica de la pintura al fresc.

Lita Cabellut és una artista fèrtil,  amb una abundosa obra que s’ha anat nodrint des que tenia només 15 anys i va descobrir la pintura al Museu del Prado de la mà de la seva família adoptiva. En aquesta exposició presentem una mostra que resumeix els darrers 10 anys de creació d’aquesta artista d’origen aragonès, crescuda a Barcelona i establerta a la Haia. Un recorregut,  doncs,  per algunes de les sèries més significatives que han acompanyat les reflexions d’una de les artistes més significatives del panorama artístic internacional contemporani.”







17 de nov. 2017

novetat editorial

Albert  Camus , María Casares
Correspondance (1944-1959)
Édition de Béatrice Vaillant. Avant-propos de                        Catherine Camus
Gallimard, 11/2017


El 19 de març de 1944, Albert Camus i Maria Casares es van conèixer en casa de l’escriptor Michel Leiris.  Ell tenia trenta anys i ja avia publicat la novel·la que li havia donat a conèixer, “L’estranger”  ella era filla d'un republicà espanyol a l'exili (Santiago Casares Quiroga,ministre i primer ministre de la Segona República), i tenia vint-i-anys. Casares va començar la seva carrera d’actriu el 1942 al Theater des Mathurins, quan Albert Camus  publicava L’estranger a  Gallimard.  L'escriptor vivia sol a París i la seva dona Francine, mestra, a Orà. La matinada del sis de juny de 1944, data del famós dia D, es converteixen en amants. Això és només el preludi d'una gran història d'amor, que tindrà el seu inici real l’any 1948.

Fins la mort accidental de l'escriptor, al gener de 1960, Albert i Maria mai van deixar d'escriure. Creuar la seva correspondència revela quina era la intensitat de la seva relació.


 "Quan estimem a algú, encara l'estimem", va dir María Casares després de la mort d'Albert Camus; "Quan una vegada, no estem sols, mai no estem sols".

16 de nov. 2017

cervantes 2017

el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, Premio Cervantes 2017
“El venerable Lada había pasado del azul celeste al azul de Prusia al salir del taller donde operaron milagros en la carrocería,  agujereada por las balas en el atentado de tantos años atrás, donde perdiera la vida Lord Dixon.  Dichosamente el motor no sufrió los impactos, y aquel viernes de agosto el valiente carrito enfilaba airoso hacia el sur por la carretera a Masaya,  al volante el inspector Dolores Morales. Las estructuras metálicas de los árboles de la vida mandados a sembrar por la primera dama poblaban el camellón central y los espaldones de la carretera formando un bosque inmenso y extraño, los arabescos de sus follajes amarillo huevo, azul cobalto, rojo fucsia, verde esmeralda, violeta genciana, rosa mexicano y rosado persa alzándose entre la maraña de rótulos comerciales.  Siguiendo las indicaciones del mapa que llevaba en el asiento de al lado,  tomó hacia el oeste por la pista Jean Paul Genie en la rotonda de Galerías Santo Domingo,  y luego, a la altura del Club Terraza,  enrumbó otra vez al sur por el antiguo camino de Las Viudas,  dejando atrás el hotel Barceló y el colegio Centroamérica de los jesuitas.  El camino,  ahora pavimentado pero en malas condiciones, ascendía serpenteando hacia las primeras estribaciones de la sierra de Managua.  Poco antes de alcanzar el reparto Intermezzo del Bosque se abría una trocha destinada a ser pronto una carretera en toda regla, marcada en el mapa con una gruesa línea roja: unos cinco kilómetros más de recorrido entre árboles añosos derribados por las motosierras encima de los despojos de los viejos cafetales, también arrasados de raíz, cedros, genízaros,  guanacastes y caobos que mostraban sus muñones rojizos.  Las aplanadoras emparejaban terrazas donde iban a alzarse mansiones amuralladas,  y no era difícil advertir que los corrales, las pulperías y las viviendas de bajareque que aún se asomaban a la trocha estaban destinados a desaparecer ante el avance triunfal de las orugas de los tractores.  Una equis señalaba en el mapa el punto de destino.  Al lado del portón de acceso había una garita con vidrios a prueba de balas,  y junto a la garita un jeep Wrangler con dos hombres a bordo,  uno al volante, y al lado otro que cargaba una ametralladora Uzi como quien acuna una muñeca;  uno más dentro de la garita,  y dos frente al portón.  No alcanzaban a disimular su catadura de muchachos de barriada a pesar de sus trajes grises color rata y las corbatas de poliéster bien anudadas en los cuellos tiesos de almidón,  que debían escocerles la piel.  Usaban,  además,  los mismos zapatos,  tan pesados como si fueran ortopédicos.  El que parecía ser el jefe descendió del jeep,  y con un movimiento giratorio de la mano le indicó que bajara el vidrio de la ventanilla.  La manigueta no funcionaba,  así que el inspector Morales procedió a abrir la puerta, y entonces entró el ruido de las podadoras, empecinadas en rasurar la grama de los extensos campos al otro lado del muro,  y junto con el ruido el olor a la savia de los tallos aventados en lluvia menuda.  El hombre usaba anteojos oscuros de un tinte impenetrable.  Llevaba el pelo rasurado al rape, y detrás de la oreja la serpentina del audífono.  Bajo el faldón del saco se entreveía la pistola automática enfundada en una cartuchera de nailon. El agente Smith de The Matrix en persona.  Le pidió la cédula de identidad con seca cortesía,  la fotografió usando su teléfono celular,  y,  luego de devolvérsela, él mismo le adhirió en la pechera de la camisa,  del lado del corazón,  un sticker con unos círculos concéntricos. Era la contraseña del día para los visitantes,  pero más parecía una diana para guiar la puntería. El de la garita recibió la orden de activar el portón eléctrico, que se descorrió sin ruido, y el Wrangler se puso en marcha delante del Lada.  Todo era como en los torneos de golf de la televisión por cable en que jugaba Tiger Woods: suaves colinas perdiéndose en la distancia, la grama como un paño de billar salpicada de árboles trasplantados con grúas;  y bajo el sol de aquella mañana de agosto,  una laguna artificial que espejeaba a lo lejos.  El asfalto de la vereda era suave como la seda,  y las llantas del Lada siseaban apenas al deslizarse a la velocidad impuesta por el Wrangler,  mientras los aspersores regaban sobre los prados finas cortinas de agua irisadas.  Hasta el cielo terso y sereno,  con sus nubes lejanas e inofensivas de tarjeta postal, parecía pertenecer a un país extranjero.  El Wrangler se detuvo al lado de un rótulo que señalaba el estacionamiento de visitantes, y el agente Smith le indicó el lugar donde debía dejar el vehículo,  aunque la playa de asfalto se hallaba desierta.  El inspector Morales bajó, asentando primero la contera de su bastón. Había engordado y lo usaba para ayudarse a aliviar los crecientes dolores en la cadera del lado de la prótesis. Con la misma seca cortesía de antes,  el agente Smith le pidió que abriera el cartapacio,  y luego lo hizo extender los brazos y separar las piernas para cachearlo,  el bastón al aire en su mano izquierda,  el cartapacio en la derecha.  Por fin dio con el revólver 38 de nariz corta, que seguía llevando en el tahalí sujeto con una cremallera adhesiva al tobillo artificial.  El agente Smith entregó el revólver con todo y tahalí a uno de sus subalternos,  quien lo depositó en una bolsa transparente, y le entregó un tiquete de resguardo.  Entonces apareció un carrito de golf adornado con una banderola en el cabo de la flexible antena de radio.  El inspector Morales se acomodó al lado del conductor,  tan silencioso como todos los demás.  Hasta ahora sólo el agente Smith, sentado atrás,  le había dirigido unas cuantas palabras, las precisas.  Las únicas voces eran las que resonaban, urgidas y embulladas, en el aparato de radio instalado debajo del timón. La mansión de ventanales defendidos por parasoles a rayas verdes y blancas, que se alzaba entre palmeras reales en una terraza elevada, se abría en dos alas y parecía un hotel de recreo,  sólo que desierto de huéspedes.  A un lado, dentro de un círculo marcado sobre una plataforma de concreto,  reposaba un helicóptero Bell, blanco y azul.  El viento que llegaba de la espesa arboleda detrás de la mansión estremecía las aspas sin lograr moverlas. Un mayordomo, vestido como el padrino de una boda, lo guio por una galería desde la que se podía ver un jardín entre cuyos macizos se abría un sendero de lajas, y llegados a una sala discretamente alumbrada lo dejó solo. Los sofás,  que olían de lejos a cuero vacuno,  rodeaban una imponente mesa de vidrio cargada de libros de arte.  El inspector Morales se arrellanó en uno de los sofás,  tan mullido que le dieron ganas de no volver a levantarse de allí.  En los cuatro costados de las paredes colgaban cuadros de enorme formato.  Eran ojos. Solos o en pares. Unos muy abiertos, como si mostraran asombro,  otros que miraban alertas, como si escrutaran al visitante y fueran capaces de seguir sus pasos;  y en el que tenía de frente, uno de los dos ojos se cerraba en un guiño pícaro. Todos en negro sobre fondo blanco, trabajados al detalle, tanto que podrían tomarse por fotografías. Pero había uno que vertía una lágrima roja, la única nota de color en todo el conjunto.  Detrás de una puerta corrediza de vidrio, un camarero de chaqueta roja, corbatín y guantes blancos arreglaba la mesa del desayuno dispuesta para dos personas.  Sus pasos no se oían, y tampoco las piezas de la vajilla ni los cubiertos producían ningún ruido al ser colocados.  El reino de los ricos es el silencio,  pensó,  las manos apoyadas en el pomo del bastón. “

Ya nadie llora por mí
Sergio Ramírez
Alfaguara, octubre 2017

Pág. 19-22

last rose of summer



“El señor Franklin y yo aguardamos para ver qué sucedía a continuación. El sargento permaneció junto a la ventana, mirando al exterior con las manos en los bolsillos y silbando para sí mismo la melodía de "La última rosa del verano". Más adelante descubriría que solo olvidaba sus buenos modales en ese acto de ponerse a silbar, que era precisamente cuando su cerebro trabajaba intensamente, avanzando paso a paso hacía una conclusión. En tales ocasiones, era evidente, "La última rosa del verano" era una ayuda y un estímulo. Supongo que se adecuaba perfectamente a su carácter. Le recordaría, digo yo, sus rosas favoritas, y cuando él la silbaba se convertía en la melodía más melancólica que pueda imaginarse”

La piedra lunar
Wilkie Collins
Navona, Barcelona, 2016
pág.133


LA ÚLTIMA ROSA DEL VERANO

Es la última rosa del verano,
que solitaria queda floreciendo;
Todas sus adorables compañeras
Han marchitado y se han ido;
No hay flor de su linaje,
No hay capullo cercano,
Que reflejen su rubor,
O devuelvan suspiro por suspiro.

No dejaré que tú, ¡solitaria!
Languidezcas en el tallo;
Ya que las adorables duermen,
Ve tú a dormir con ellas.
Así yo esparciré, suavemente,
Tus hojas sobre el lecho,
Donde tus compañeras de jardín,
Yacen sin perfume y muertas.

Tan pronto como pueda seguirte,
Cuando las amistades decaigan,
Y desde el círculo brillante del amor,
Las gemas caigan alejadas.
Cuando los corazones sinceros yazcan marchitos,
Y los bondadosos hayan volado,
¡Oh! ¿Quién habitaría
Este mundo sombrío en soledad?


Thomas Moore (1779 - 1852) fue un poeta,  cantante y compositor irlandés, recordado por las letras de " The Minstrel Boy " y " The Last Rose of Summer”. Entre 1806 y 1807 escribió las letras de una serie de canciones irlandesas,  John Andrew Stevenson como arreglista de la música. Fueron publicados originalmente en diez volúmenes y un suplemento entre 1808 y 1834.


Moore se hizo famoso por estas Irish Melodies, que fueron enormemente populares.


15 de nov. 2017

escriure novel·la policíaca



Com escric novel·la policíaca
Andreu Martín i Farrero
260 pàgines
Pagès editors, gener 2017

Andreu Martín, un dels màxims representants de la novel·la negra catalana,  reflexiona en aquest assaig sobre els secrets que s'amaguen sobre el gènere negre.  El text és una excel·lent guia per escriure textos negres.  Es tracta d'una eina vàlida adreçada no tan sols a aquells autors novells que vulguin convertir-se en experts del gènere, sinó també als crítics,  periodistes o lectors que vulguin entendre les claus del gènere.

14 de nov. 2017

la novel·la negra i policíaca en llengua catalana

per Àlex Martín Escribà

“La recepció i divulgació de la novel·la negra i policíaca en llengua catalana ha anat quallant de mica en mica. Catalogada com a subliteratura i desvinculada del gènere novel·lístic en majúscula, bona part de la tradició fins ben entrada la dècada dels setanta va ser la consideració d’un gènere popular i en forma de traduccions.  Actualment,  però,  gaudeix d’una excel·lent producció i,  àdhuc,  podem parlar d’una certa tradició i consolidació.

Si ens atenem a l’ordre cronològic,  podem considerar el naixement del gènere negre i policíac a casa nostra a partir de l’aparició l’any 1908 de Les aventures de Sherlock Holmes,  amb més d’una trentena de títols i magnífiques cobertes de Joan G. Junceda, autor que recordarem també per la creació dels gràfics, l’any 1911,  de la famosa figura de Bolavà, un detectiu eixerit.  D’altra banda, s ’hi fan traduccions: Carles Riba tradueix Edgar Allan Poe (Els crims del carrer Morgue, Editorial Catalana, 1918, i també alguns dels seus contes terrorífics), mentre que la revista Llegiu-me publicarà alguns relats curts d’Ellery Queen.

Alguns anys més tard tenim ja la publicació de relats i novel·les,  això sí,  de caire paròdic i imitatiu: L’assassí i el seu compliç (1924), de Jacint M. Mustieles;  La meva mort (1924), de M. Poal-Aregal;  El misteri del bosc d’Aubac (1926),  de Jaume Roig Solana, o  Com vaig assassinar a Georgina (1930), de Domènec Guansé,  en serien bons paradigmes. Destaquem les aportacions esporàdiques d’autors de culte: en primer lloc, Cèsar August Jordana, que va escriure l’any 1927 l’obra  El collar de la Núria,  una novel·la policíaca a l’ús que gira entorn de la desaparició d’aquesta joia, i tanca la paròdica Crim (1936), de Mercè Rodoreda, rebutjada posteriorment per l’autora.  Des del punt de vista històric cal convenir que en el moment en què una obra parodia un gènere és perquè aquest està consolidat.  De fet,  la paròdia és un indicatiu de la presència i popularitat de la narrativa detectivesca.  Amb la seva obra,  per tant,  quedava clar que el camí seguit pel relat policíac a Catalunya no tenia gaire diferència amb el d’altres cultures pel que fa a la recepció i conreu d’aquesta mena de literatura.  Ara bé,  com hem dit abans,  els problemes vindran donats per la manca de continuïtat d’aquest corrent cap a la normalitat cultural.

Dins d’aquesta penombra inicial, tres llums van destacar en la negra postguerra franquista. La primera es deu a Rafael Tasis i Marca (1906-1966),  amb la publicació d’una trilogia –La Bíblia valenciana (1955), És hora de plegar (1956) i Un crim al Paralelo (1960)–, protagonitzada per dos personatges serials: el comissari Jaume Vilagut i el periodista Francesc Caldés. Tot i la vessant enigmàtica que planteja l’autor al llarg de la trilogia, l’interès de la novel·lística de Tasis resideix almenys en dos aspectes: el primer, el valor sociològic, històric, i com no, estilístic, que ofereix a les seves novel·les tot un testimoni del que havia estat la Barcelona del seu temps.  El segon, la consolidació de la novel·la policíaca en català cap a un tipus de narrativa en la qual es comencen a tenir en compte –més enllà dels elements d’intriga- aspectes d’ordre social o,  si es vol,  plantejaments ideològics que transcendeixen molt més enllà de la literatura de pur entreteniment. De manera més esporàdica cal citar la figura de Maria Aurèlia Capmany,  que aporta dues novel·les ben interessants: Traduït de l’americà (1959), i, ja ben entrada la dècada dels setanta, El jaqué de la democràcia (1972). De la mà del prolífic Manuel de Pedrolo ens arribaria la llum definitiva. L’amistat i el mestratge que Tasis va exercir sobre ell i el contacte amb Ferran Canyameres a l’editorial Albor van despertar l’entusiasme de l’escriptor lleidatà per conrear aquest tipus d’escriptura.  La introducció del model nord-americà dels Estats Units,  més preocupat per reflectir una realitat i una denúncia social que no pas per resoldre un simple trencaclosques,  va interessar de bon grat un autor com Pedrolo,  sempre preocupat per les experiències humanes i per reflectir l’home del seu temps. D’aquí s’explica l’aparició de títols com Es vessa una sang fàcil (1954),  L’inspector fa tard (1960),  Joc brut (1965) o Mossegar-se la cua (1968),  en què les situacions complexes, la moralitat i l’opressió dels personatges són algunes de les constants més destacades.

A més de la seva producció original, un dels grans detonants per al gènere en català va ser la creació de col·leccions durant la dècada dels seixanta. En primer lloc, i per ordre d’importància, “La Cua de Palla”, d’Edicions 62, dirigida i seleccionada per Pedrolo,  va fer que la novel·la negra,  policíaca i d’espionatge comencés a tenir una presència activa al nostre país: Hammett, Chandler, Mc Coy, Cain, MacDonald, entre els americans, i Simenon, Le Breton, Very i Dürrenmat, entre els europeus.  Sota aquest aixopluc n’apareixen d’altres: Aymà Editors publica la col·lecció “Enjòlit” l’any 1964-65 i decideix publicar fins a nou aventures d’Ian Fleming (James Bond) i autors d’espionatge: Eric Ambler, Julian Semiònov, Len Deighton, entre d’altres. A la vegada, l’editorial Molino publicà en una col·lecció fugaç anomenada “L’Interrogant”, amb quatre novel·les d’Agatha Christie en català: L’assassinat de Roger Ackroyd,  Assassinat a l’Orient Express,  Sang a la piscina i Un gat al colomar.  Malgrat l’intent de captar lectors i d’introduir un gènere popular i atraient,  totes van haver de plegar després d’una dedicació amb totes les implicacions.

Caldria,  doncs, esperar fins a la dècada dels setanta i vuitanta perquè hi comencés a haver una certa tradició. A partir d’aquell moment la repressió es comença a fer més lleugera i sorgeix la primera generació d’escriptors de novel·la negra en català.  En aquest sentit,  l’aparició d’una figura senyera com va ser la de Jaume Fuster i la seva publicació De mica en mica s’omple la pica (1972) va engegar un maquinària que ja no tindria aturador. El seu coneixement del gènere –n’era tot un especialista–, els seus jocs intertextuals i homenatges (Tarda, Sessió contínua, 3,45) van ser les peces d’engranatge que van unir totes les generacions anteriors i posteriors del gènere negre en català. Treballador incansable,  jugador compulsiu i defensor de la literatura de gènere, va obrir a poc a poc un camí fins a un moment inèdit en la literatura catalana. Fuster tingué alguns franctiradors interessants que l’acompanyaren: Ramon Planes amb Crim del carrer Tuset (1973); Núria Mínguez amb Una casa a les tres Torres (1974); Lluís Utrilla amb Una llosa de marbre negre (1974), i Llorenç Sant Marc amb El pacte de Lausana (1979), La mort del Benefactor (1981) i Els comptes clars (1984) s’apropen al gènere.

El mèrit de tot aquest treball previ es va començar a recollir durant la dècada dels vuitanta. “Seleccions de La Cua de Palla” tornava al mercat sense fer fallida sota el comandament de Xavier Coma i amb criteris ben diferents: publicar només autors nord-americans.  Un any després,  Fuster torna a seduir els lectors amb les aventures d’Enric Vidal amb La corona valenciana (1982), i, sobretot, amb el col·lectiu Ofèlia Dracs i l’aventura que va suposar Negra i consentida (1983),  que va engrescar-ne molts a continuar pels camins de la novel·la negra i policíaca. A noms com els de Maria-Antònia Oliver,  Antoni Serra,  Margarida Aritzeta,  s’hi van afegir els de Josep Maria Palau i Camps,  Guillem Frontera,  Joan Bohigues, Albert Draper,  Llorenç Capellà,  Isabel Clara-Simó,  Damià Borràs,  Josep Lluís Seguí,  Ferran Torrent,  Magí Roselló,  Jordi Viader,  Miquel Porter,  Xavier Moret,  Xavier Borràs,  Assumpció Maresma... Alguns participarien en la citada col·lecció,  que combinava la publicació d’autors catalans amb estrangers.  Precisament aquesta delataria Andreu Martín i el faria un dels autors més interessants,  prolífics i longeus que hi ha hagut i que encara tenim en la història del gènere a casa nostra.



Sota l’auspici d’aquesta bonança de circumstàncies, els anys vuitanta i noranta van suposar, doncs,  el primer moment cabdal pel que fa a la presència de llibres de gènere negre en català. Mentre la primera dècada va anar incorporant noms, també van assumir un paper decisiu les col·leccions de narrativa i misteri,  que es van multiplicar en aquell moment,  com ara “La maleïda”, de l’editorial Pirene; “Barcelona, màxima discreció”, de Timun Mas, o “El laberint de paper”, de l’editorial Empúries, entre d’altres.  Durant la segona dècada,  la dels noranta,  es produeix una davallada,  motivada en part per la producció:  les nombroses ressenyes i l’oferta de llibres van superar amb escreix allò que el mercat i el lector podien absorbir.  La crisi tàcita es va anar fent explícita a mesura que avançàvem en els darrers anys de segle. Tancament de col·leccions o manca de ressò mediàtic dels autors eren alguns dels motius per consignar una davallada considerable respecte a l’eufòria anterior.

I és així com arribem al nou mil·leni i a l’espectacular ressò del gènere negre i policíac en l’actualitat.  Aquests darrers anys són els més reeixits i prolífics que es coneixen pel que fa a la novel·la negra i policíaca en català.  Bona prova del que dic resta en evidència no només amb una extensa nòmina d’autors que cobreixen amb escreix gairebé tota la geografia dels Països Catalans:  barcelonins, encapçalats per Andreu Martín i seguits per Teresa Solana, Jordi de Manuel, Xavier Bosch, Lluís Llort, Sebastià Jovani, Pau Vidal, Marc Pastor, Jaume Benavente, Rafael Vallbona; lleidatans: Pep Coll, Ramon Usall, Joan Francesc Dalmau; gironins: Agustí Vehí, Josep Torrent, i tarragonins: Jordi Cervera, Salvador Balcells, Jordi Pijoan, entre molts altres.  Sortint del Principat, des de Mallorca –indret sempre molt prolífic pel que fa al gènere negre i policíac: Sebastià Bennasar, Miquel Vicens, Àlex Volney; València, amb una llarga llista d’autors: Xavier Aliaga, Vicent Usó, Juli Alandes, Andrea Robles, Albert Hernández, i ja de la zona transfronterera, on destaca l’andorrà Albert Villaró.

A la llarga llista de noms cal sumar-hi la presència d’editorials que sense tenir una col·lecció específica del gènere n’han publicat alguna novel·la, l’aparició de premis (Ferran Canyameres, Crims de Tinta),  la publicació fins avui d’assajos al voltant de la qüestió (Catalana i criminal: La novel·la detectivesca del segle XX, Pot semblar un accident: la novel·la negra i la transformació dels Països Catalans (1999-2010), Negra i mallorquina: Orígens i evolució de la novel·la policíaca a Mallorca, La cua de palla: retrat en groc i negre), i la tornada de col·leccions específiques (com el cas de “La Negra” o de la citada “La Cua de Palla”), que han aprofitat el prestigi que havien tingut en dècades anteriors per tornar el mercat. D’altres han aparegut per primera vegada al mercat, com ara “Crims.cat”, que publica autors catalans combinats amb estrangers. Altres aportacions interessants són la creació de noves formes de difusió, propiciades en primer lloc per Internet, que crea contínuament eines per a la comunicació i la difusió,  així com també centres especialitzats com la Biblioteca La Bòbila,  nascuda l’any 1999 a l’Hospitalet de Llobregat,  que es dedica a difondre i promoure el gènere negre i policíac amb un fons especialitzat,  o la presència de Negra i Criminal,  una llibreria especialitzada en el gènere.


Així, doncs, aquesta panoràmica actual,  a desgrat de la brevetat de l’escrit,  resulta ben captivadora tant pel que fa al nombre d’autors com per l’interès d’introduir aquest tipus de narrativa. Unes dades ben engrescadores i optimistes que ens permeten parlar ja d’una cert símptoma de normalització de la nostra producció del gènere negre i policíac.”