31 d’ag. 2022

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    "En la infancia de las chicas, no hay elemento estructurante. Todo es pérdida, ausencia de puntos de referencia. La historia de Laëtitia y Jessica está marcada por los golpes, los shocks, las conmociones, los porrazos de los cuales solo se levantan para volver a caerse.
(…)
    En su estudio sobre los servicios sociales del departamento de Eure, Geneviève Besson cita el testimonio de un adulto maltratado a lo largo de su infancia: «Para destruir a un niño, no hace falta arrojarlo contra una pared. […] El biberón se deja en la cama, el niño se lo bebe solito, nadie lo mira, nadie le habla, y el niño no existe. […] Algo en él se va a “romper” para siempre».

Todos los educadores y psicólogos de Laëtitia subrayaron su dificultad para verbalizar. Jessica añade: Laëtitia decía que no se acordaba de nada.
(…)
    Por ende, la pregunta en forma de reto es la siguiente: ¿qué fisuras definitivas provocó la primera infancia en ella, teniendo en cuenta que carecía de los recursos para decirlo, en razón de su edad y de los propios traumas? ¿Qué pensamientos hay detrás de la «ausencia de verbalización», detrás de la inhibición y el olvido?

    Leí algunos libros. Siguiendo los pasos de John Bowlby, fundador de la teoría del apego a finales de la década de 1960, el psicólogo infantil Maurice Berger escribe que un niño necesita trabar un vínculo con una figura de adulto «estable, confiable, previsible, accesible, capaz de comprender sus necesidades y de aplacar sus tensiones». Sin ese caregiver (o «cuidador»), no hay seguridad afectiva, no hay confianza, no hay punto de anclaje y, por consiguiente, no hay disponibilidad para salir a descubrir el mundo. Se observó que un niño pequeño que es testigo de violencia intrafamiliar es susceptible de desarrollar manifestaciones de ansiedad o de agresividad, trastornos enuréticos, síndrome de estrés postraumático, así como deficiencias verbales e intelectuales. La vulnerabilidad se instala muy temprano.
(…)
    ¿Cuántas veces habrá sentido Laëtitia un vacío a su alrededor, debajo de ella, en ella? Decir que su vida es un campo de ruinas sería inexacto, ya que, para tener ruinas, primero hay que haber construido algo. Y Laëtitia no pudo construir nada: se lo impidieron de manera sistemática. A los bebés les gusta derribar los cubos de colores que uno apila delante de ellos. En el caso de Laëtitia, eran los adultos los que destruían la pequeña torre. Se las ingeniaron una y otra vez para hacer tabula rasa. Al final, seguía sin haber nada de pie, y Laëtitia abandonó.”

30 d’ag. 2022

laëtitia, fragment 1

 


    “No conozco relato de crimen que no valore al asesino a expensas de la víctima. El asesino está ahí para narrar, para expresar su arrepentimiento o para pavonearse. De su juicio, él es el punto focal, si no el protagonista. Quisiera, en cambio, liberar a las mujeres y a los hombres de su muerte, arrancarlos del crimen que les hace perder la vida, y hasta la humanidad. No honrarlos en cuanto «víctimas», ya que eso también implica remitirlos a su fin; simplemente rehabilitarlos en su existencia, dar testimonio por ellos.

    Mi libro solo tendrá una heroína: Laëtitia. El interés que despierta ella en nosotros, como un feliz retorno, la devuelve a sí misma, a su dignidad y a su libertad. Mientras estaba viva, Laëtitia Perrais no atrajo el interés de ningún periodista, de ningún investigador, de ningún político. ¿Por qué dedicarle hoy un libro? Curioso destino el de esta transeúnte fugazmente famosa. A ojos de todos, nació en el instante en el que murió.

    Quisiera demostrar que un suceso puede ser analizado como un objeto de historia. El caso Laëtitia oculta una profundidad humana y cierto estado de la sociedad: familias desestructuradas, sufrimientos infantiles mudos, jóvenes que ingresan demasiado pronto en la vida activa, y también el país a comienzos del siglo XXI, la Francia de la pobreza, de las zonas periféricas, de las desigualdades sociales. A partir de él, se descubren los engranajes de la instrucción, las transformaciones de la institución judicial, el papel de los medios, el funcionamiento del Poder Ejecutivo, su lógica acusatoria y su retórica compasiva. En una sociedad en movimiento, el suceso es un epicentro.

    Pero Laëtitia no cuenta solo por su muerte. Su vida también nos importa porque la joven es un hecho social. Encarna dos fenómenos más grandes que ella: la vulnerabilidad de los niños y la violencia de género. Cuando Laëtitia tenía tres años, su padre violó a su madre; luego su padre de acogida abusó de su hermana; ella misma no vivió más que dieciocho años. Estos dramas nos recuerdan que vivimos en un mundo donde se insulta, se acosa, se golpea, se viola y se mata a las mujeres. Un mundo donde las mujeres no terminan de ser sujetos de pleno derecho. Un mundo donde las víctimas responden a la saña y a los golpes mediante un silencio resignado. Un fenómeno a puertas cerradas, tras el cual siempre mueren las mismas.”

28 d’ag. 2022

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LAËTITIA SOY YO



por Irma Gallo
Literal, Voces Latinoamericanas
26/02/2018

"“Por primera vez, tuve vergüenza de mi género”, escribe Ivan Jablonka. Acaba de encontrarse con Jessica Perrais, melliza de Laëtitia, secuestrada, violada, estrangulada y cortada en pedazos la noche del 18 al 19 de enero de 2011 en la casa rodante de un exconvicto, adicto a las drogas y al alcohol llamado Tony Meilhon, en una pequeña comunidad llamada Arthon-en-Retz, en el País de Loira, en la Francia rural.

Jablonka ha estado entrevistando a Jessica para escribir un libro sobre el asesinato de su hermana (Laëtitia o el fin de los hombres, Anagrama/Libros del Zorzal, 2017). Se ha ido ganando su confianza, porque una cosa queda clara desde el principio: no quiere hacer un libro amarillista; no quiere regodearse en el suceso per se; mucho menos quiere hacer un héroe del asesino, como Truman Capote de Richard Hickock y Perry Smith en A sangre fría; como Emmanuel Carrère de Jean-Claude Romand, en quien se basó para su personaje de El adversario.

Lo que Ivan Jablonka quiere es devolverle su dignidad a Laëtitia: “Bebé maltratado, niña olvidada y dada en acogida, adolescente tímida”, como la describe casi al principio del libro. Laëtitia, que con su muerte a los 18 años de edad se convirtió en circo mediático y en botín político del presidente Nicolás Sarkozy contra el sistema judicial francés.

La tragedia de Laëtitia se gestó desde su nacimiento: ella y su melliza Jessica nacieron de un matrimonio roto, marcado por la violencia del padre, Franck Perrais, y los constantes internamientos en clínicas psiquiátricas de la madre, Sylvie Larcher. Con Perrais encarcelado y Sylvie internada, las chicas empezaron un periplo que las llevó de un hogar adoptivo a otro, entre citas con trabajadoras sociales y jueces, educadores y psicólogos. El resultado: a los ocho años de edad, Laëtitia tenía las capacidades cognitivas de una niña de cinco. De ahí en adelante, todo en su vida sería inestable, desestructurado, hasta unos días antes de morir, cuando estaba trabajando para independizarse e iniciar una vida adulta.

Ivan Jablonka reconstruye la historia de las mellizas a través de los testimonios de Jessica, de su abogada Cecile de Oliveira, así como otros familiares, amigos y conocidos. Pero el historiador y sociólogo, profesor de la Universidad París XIII hace, al mismo tiempo, un análisis del estado de la justicia y la democracia en Francia, además de (y esto es inevitable, dado que su tema principal es el feminicidio de Laëtitia) la violencia de género en esa parte del mundo, en ese país que desde América Latina miramos como “civilizado” pero donde las mujeres también mueren violadas, asesinadas, descuartizadas.

Curioso que sea este país el mismo en donde un grupo de mujeres intelectuales y artistas le respondió a las del #MeToo estadounidense acusándolas de intolerantes.

Tony Meilhon asesinó a Laëtitia Perrais porque no quiso tener sexo con él, a pesar de que él le había invitado una copa de champán y un poco de cocaína, y le había regalado unos guantes para que no se le enfriaran las manos cuando condujera su moto en la noche, al terminar su turno en un hotel de La Bernerie-en-Retz, donde trabajaba como mesera. “Laëtitia fue ejecutada por ser mujer, porque había en ella una mujer a la que someter, a la que destruir. Punción y venganza a la vez, el asesinato de Laëtitia es un crimen misógino”, escribe Ivan Jablonka, y sus palabras resuenan en la noche helada de Arthon-en-Retz, en el País de Loira, pero también en un campo algodonero de Ciudad Juárez, Chihuahua, o en el paisaje desolador de un basurero en Ecatepec, Estado de México.

“Todos saben qué es una cabeza, una pierna o un brazo, pero nadie jamás ha visto una cabeza, dos piernas y dos brazos seccionados, amontonados unos sobre otros en desorden, como trozos de pollo encima del papel para envolver del carnicero. (…) Juntas, estas extremidades pesan 13 kilos: un cuarto de la muchacha”, escribe Jablonka. Y en ese momento quien esto escribe quiere dejar de leer, le duele el pecho, casi no puede aguantar las náuseas: ¿cómo alguien puede hacerle algo así a una mujer-niña de 18 años? ¿y por qué, encima de todo, el escritor nos lo restriega así en la cara?

Más adelante, el autor nos da una pista. No se trata de regodearse en la violencia, sino de intentar explicarla. Escribe, citando a otro historiador, Philippe Artières: “En el transcurso de la última década del siglo XIX (…) el descuartizamiento criminal sale de las sombras”, y continúa, “El cuerpo descuartizado es un cuerpo-mujer (…) y casi siempre es un río o un estanque el que recibe los despojos”.

Tanto los brazos, piernas y cabeza de Laëtitia, como después su torso, fueron encontrados en un estanque; los primeros, en una especie de jaula casera de alambre y asbesto que se usa en algunos lugares para pescar; el torso, días después, amarrado a un bloque de hormigón. Los pedazos de la chica dispersos, sumergidos en un estanque de aguas turbias, heladas, en un intento por despojarla de toda dignidad.

Y esto es a lo que se contrapone el libro de Ivan Jablonka: es una suerte de rompecabezas que reconstruye a Laëtitia desde su esfera privada (¿hay algo más íntimo que la muerte?) pero también la sitúa en un contexto económico, social, histórico.

“Mi apuesta es que, para comprender un suceso en cuanto objeto de historia, hay que volcarse hacia la sociedad, la familia, el niño, la condición de las mujeres, la cultura de masas, las formas de violencia, los medios, la justicia, lo político, el espacio de la sociedad; de lo contrario, precisamente, el suceso conserva su calidad de mito, de decreto del destino”, escribe el también autor de Historia de los abuelos que no tuve (2015).

Si Sarkozy desafió públicamente a los magistrados del País de Loira por no haberle dado el seguimiento judicial que debía tener Tony Meilhon, un delincuente reincidente, Jablonka se da a la tarea, sin por ello justificarlos, de trazar el escenario de sobrecarga de trabajo y bajos recursos materiales y humanos en los juzgados. Si la buena sociedad parisina y de Nantes (la ciudad grande más cercana a Le Cassepot, Arthon en Retz, en donde ocurrieron los hechos) organizó marchas silenciosas, con rosas blancas y pancartas con la foto de Laëtitia exigiendo justicia, el autor se encarga, sin minimizar estas demostraciones públicas de duelo, de hacernos notar que si no hubiera sido por el protagonismo del entonces presidente de Francia, este crimen no le habría importado a nadie. Laëtitia y su asesino compartían una característica: ambos provenían de hogares disfuncionales, los dos habían quedado a cargo del Estado -ella en hogares de acogida y él en distintas prisiones-, los dos pertenecían a ese estrato social en el que nadie quiere reconocerse. “Marginales matándose entre ellos”, ironiza Jablonka sobre las opiniones de esa otra gente que se siente diferente porque nació en París y no en una comunidad perdida semi rural en el estuario del Loira, que tiene acceso a educación universitaria y no técnica, que tuvo mamá y papá, y su infancia no transcurrió en hogares sustitutos o reformatorios.

Laëtitia o el fin de los hombres es testimonio, historia, análisis sociológico, periodismo y literatura. “¿Cómo se puede reducir la vida de alguien a su muerte?”, se pregunta su autor, y esto es contra lo que él se ha propuesto escribir. Laëtitia es más, mucho más que el sórdido espectáculo de su muerte, más que el abandono de sus padres, más que el señor Patron, su padre de acogida, abusando sexualmente de su melliza Jessica durante años (y muy probablemente también de ella). Laëtitia es mucho más que el pleito del presidente de Francia contra los magistrados; muchísimo más que el cuerpo roto que Tony Meilhon tiró en un estanque: “No tenemos nada en común y, sin embargo, Laëtitia soy yo”, escribe Iván Jablonka, y entonces la chica que se tomó una selfie lanzando un beso con la palma de la mano vuelve a sonreír."

27 d’ag. 2022

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Laëtitia o el fin de los hombres

por Juan Carlos Galindo
Zenda libros
16/01/2018

"Esta es la historia de una violación y un asesinato. La historia de una investigación que pretende no ya castigar al culpable sino reparar una injusticia: la que se da cuando, por encima del relato y el homenaje a la víctima, en el subconsciente colectivo y en la narración final el monstruo, el asesino, el violador, es el protagonista. Ivan Jablonka (París, 1973) consigue en Laëtitia o el fin de los hombres (Anagrama, traducción de Agustina Blanco) reivindicar a la víctima y gracias a una investigación que mezcla su faceta de historiador con la pesquisa sociológica y la ficción nos regala un texto brutal.

Laëtitia Perrais nació en el lado equivocado de la vida. Cuando murió, la noche del 18 de enero de 2011, tenía 18 años. A esa edad ya había sufrido abandonos, violencia e incomprensión. Así lo explica el autor en un extracto que da idea del tono afilado de su prosa: “No estaba programado que Laëtitia, esa muchacha radiante a la que todos querían, terminara como un animal despiezado. Pero desde su infancia sufrió inestabilidades, idas y venidas, descuidos, se acostumbró a vivir con miedo, y ese largo proceso de debilitación esclarece tanto su final trágico como a nuestra sociedad en su conjunto. Para destruir a alguien en tiempos de paz, no basta con matarlo. Primero hay que hacerlo nacer en una atmósfera de violencia y caos, privarlo de seguridad afectiva, quebrar su célula familiar, luego ponerlo a cargo de un asistente social perverso, no percatarse de ello y, por último, cuando todo ha terminado, explotar su muerte para rédito político”. Esto último es exactamente lo que hizo Nicolas Sarkozy, invitado siniestro a todo este circo y proveedor esencial del espectáculo mediático.

La única forma de escribir esta historia de manera decente, sin demagogia, sin vísceras, es a través de una investigación brutal que la sostenga. El peligro pasa a ser entonces el escribir un frío relato jurídico-policial o un tratado sociológico. Algo de todo esto tiene este libro tremendo, pero está a la vez tránsito y algo especial, de una piedad, de una fuerza y de un tono que lo hacen único. Considerado por algunos como lo más importante que le ha pasado a la fructífera no ficción francesa desde El adversario de Emmanuel Carrère, el libro ganó el premio de Le Monde, el Medicis y el Prix de Prix.

El ensayo es también una reconstrucción de la vida de la víctima hasta el momento en que se encuentra con ese desecho social y delincuente habitual que termina con su vida. La investigación policial y periodística surgidas inmediatamente después de la desaparición de la joven y hasta que fue encontrada están contadas con un pulso impecable. El círculo vital en el que se desarrollaba la existencia de Laëtitia, con sus disfunciones, sus desastres y sus intentos de hacer las cosas bien, está contado con rigor. Al propio asesino se le trata con distancia y rigor.

“En la vida de Laëtitia hay tres injusticias: su infancia, entre un padre violento y un padre de acogida abusador; su muerte atroz a los 18 años; su metamorfosis en su suceso, es decir, en espectáculo de muerte. Las dos primeras injusticias me dejan en un estado de impotencia y desolación. Contra la tercera, se indigna todo mi ser”, declara el autor al final de un capítulo cerca de la mitad del libro. Es en esos tramos finales de los capítulos donde entra una primera persona no muy presente que acerca al libro a las investigaciones “ de vida” de Carrère pero sin su monstruosa figura (en todos los sentidos).

Ese padre de cogida abusador, que viola continuamente a Jessica, la hermana de Laëtitia, convirtiéndola en víctima por partida doble, es el otro gran monstruo del relato, una figura que emerge a medida que avanza la investigación y que produce verdadero asco. El señor Patron es el hombre perfecto, el padre amantísimo, el justiciero, el odiador de pederastas que pedía altavoz en mano en las manifestaciones tras la muerte de Laëtitia un endurecimiento de la pena contra los violadores, la imagen del francés medio, solidario y digno, tan usada por Sarkozy. En cierto modo, el señor Patron es el mal. Pero el desastre se agiganta porque el Estado francés es incapaz de darse cuenta de esto y no solo lo permite sino que es el proveedor del señor Patron, quien le permite tener cerca a sus víctimas. La dignidad, la nobleza y la heroicidad sin alardes de Jessica es uno de los grandes hallazgos del libro.

La conclusión obvia pero no por ello menos aterradora de que en realidad Laëtitia fundamentalmente muere por ser mujer es desalentadora. El final es sentido pero domina la sobriedad presente en toda la investigación, en toda la ficción, en lo que quiera que sea este libro inmenso."

26 d’ag. 2022

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Laëtitia y Jessica, o el heteropatriarcado que no termina de morir.

por Mónica Solanas
Otras (re) lecturas
25/11/2021

Las historias de violencia son, principalmente, violentas. Las historias de violencia contra la mujer, la violencia desmedida de tantos hombres contra tantas mujeres, contra tantos menores, son, además, aterradoras y pedagógicas a la vez. 

Aterradoras por lo vivido, por lo sufrido, por lo padecido; aterradoras por todos los reconocimientos personales que encontramos en ellas, que sentimos hermanas. Pedagógicas porque al analizarlas desde el feminismo nos muestran de forma clara todo lo que falló, todo lo que no supo detectarse —o no quiso atenderse por falta de recursos, o por desgana— desde entornos familiares, laborales, vecinales, sanitarios, institucionales, etcétera.

"Estudiar un caso, desgranarlo minuciosamente, nos aporta una lista larguísima, insospechada, apabullante; una lista terrible de errores, culpabilidades, indiferencias, concesiones, miedos, incomprensiones, ahogos, desatenciones, silencios, sobrentendidos, ansiedades, vulneraciones, fuerzas desequilibradas, tristezas, relaciones de poder, engaños, complicidades, impunidades, duelos, vetos, elecciones menos malas. 

Soledades. Vergüenzas. Desarraigos.

Y no se acaba aquí, hay más.

Esta lista es la que escucho, escuchamos, a diario. La que leemos a diario. Esta lista es la que nos repiten antes de señalar que no había denuncias previas por maltrato; aunque se olvidan de condenar que no las hubiera porque nadie se había fijado en la víctima, nadie la había mirado ni escuchado, nadie sentía que fuera asunto suyo salvar la vida de una mujer. Es la lista que encabeza los testimonios de vecinos y conocidos, que hablan de tipos trabajadores y educados, de padres maravillosos; testimonios que hablan de hombres normales, de familias normales. Y se olvidan también de censurarlos, porque las familias normales no están formadas por hombres normales que maltratan, que violan, que pegan y matan; hombres normales que también maltratan fuera de la familia: a sus compañeras de trabajo, a sus vecinas, a sus clientas, a sus alumnas, a sus subordinadas, a sus amigas. A tantas mujeres con las que no tienen relación de ningún tipo. Y a fuerza de repetirlo muchas personas, muchos hombres, parecen seguir creyendo que lo normal es maltratar, violar, pegar, matar.

Esta es la lista que sangra a través de las palabras que escribió el historiador Ivan Jablonka —os recomiendo encarecidamente que lo leáis— tras sumergirse en la vida y el asesinato de Laëtitia Perrais.

Secuestrada, violada, golpeada, apuñalada, estrangulada, asesinada y descuartizada por un hombre. Lo terrible es que su vida estuvo llena de vivencias tanto o más terribles. Prácticamente las mismas que vivió Jessica, su hermana melliza. Su padre violó a su madre cuando ellas tenían tres años. Los malos tratos empezaron antes del embarazo. Frank, el padre, era un hombre violento y Sylvie, la madre, no supo y no pudo defenderlas. El hermano de Sylvie recuerda cómo en una ocasión Frank «sostuvo a Laëtitia en el vacío, desde el rellano del tercer piso, sujetándola con los tirantes de su mono de trabajo». También cómo «agarró a Jessica —lloraba porque tenía el pañal sucio— y la arrojó de un sillón a otro por encima de la mesita del salón». El padre de las mellizas fue a la cárcel; para la madre quedaron los internamientos en una clínica psiquiátrica. «Sylvie era activa, sonriente, estaba feliz de vivir», explica su hermano. «Si no hubiera sufrido todos esos malos tratos, no hubiera caído una depresión y jamás le hubieran quitado la tutela de las niñas».

Esto es violencia contra la mujer.

Laëtitia y Jessica iniciaron su calvario por los oscuros pasillos de los servicios sociales, los jueces de menores, la asistencia educativa. Un sistema que debería haberlas protegido hizo todo lo contario. Explica Jessica que «un día, unos señores pusieron un candado en la puerta de nuestra casa y nos vimos obligados a vivir en la calle y en sótanos». Con ocho años ingresan en una casa de caridad. Nunca más volverán a vivir con sus padres. Con trece años un juez decreta su residencia en Pornic, Francia, donde viven los Patron, sus padres de acogida. Un papel firmado, como una condena y una sentencia de muerte.

Uno para cada hermana.

Su padre de acogida abusó sexualmente durante años de Jessica; todo indica que también agredió a Laëtitia.

Esto es violencia contra menores.

La noche del 18 al 19 de enero de 2011 Laëtitia Perrais desapareció. Jessica Perrais fue quien dio la voz de alarma. Su moto tirada cerca de la casa donde vivían con los Patron, la familia de acogida. Sus bailarinas negras al lado de la moto caída, «debe estar descalza en pleno invierno».

Dos días después de su desaparición detuvieron a su secuestrador, su violador, su asesino, su descuartizador. Tony Meilhon, un delincuente sexual multirreincidente, un hombre adulto que ligó con la joven niña Laëtitia en un bar. Tony Meilhon, que la violó como el señor Patron, el padre de acogida, denunciado por cinco jóvenes más. Tony Meilhon, que mintió, inventó, mancilló, insultó a Laëtitia durante semanas desde su detención. Tony Meilhon, una excusa más en el discurso del entonces presidente de Francia Nicolas Sarkozy para ganar espacio televisivo, jurídico y político.

Ella, despedazada, tardó semanas en aparecer. Una joven de 18 años a punto de emanciparse. «Se habría mudado. Habría sacado su carnet de conducir. Sería vendedora o maestra de parvulario. Habría abierto un restaurante con Jessica. Habría sido una mujer activa. Sus hijos hubieran tenido una mamá amorosa. Su marido no la habría golpeado.»

Esto es violencia contra las mujeres. Sexual, física, institucional, política, mediática.

El 1 de febrero de 2011 era martes; como el 18 de enero, la noche que desapareció. A las 11:30 de la mañana, un equipo de buzos encontró a Laëtitia en el estanque Trou bleu, «a siete metros de profundidad en un agua a cuatro grados». Ese Agujero azul, ese «lugar magnífico y silvestre […] rodeado por maleza, arbustos y grandes árboles que parecen abrevar directamente en el agua» se había tragado su cabeza, sus brazos, sus piernas. El fiscal Xavier Ronsin informa a la prensa de que «el busto» no estaba en el fondo del estanque.

El sábado 9 de abril de 2011, «poco después del mediodía, una caminante vio un tronco humano amputado a la altura de las rodillas y los hombros». Lo encuentra en otro estanque, el de Briord, «amarrado a un bloque de hormigón de 26 kilos mediante cordeles de nylon que pasan varias veces alrededor del pecho, la cintura, las nalgas y entre las piernas».

¿Puede un cuerpo sufrir más? ¿Cuánto más debe sufrir un cuerpo para poner fin a estos hombres?

Esto es violencia contra las mujeres. Una violencia física brutal.

Ivan Jablonka: «Si a veces experimento cierto malestar cuando estoy con Jessica, es porque soy hombre y porque los hombres, a lo largo de toda su vida, le han hecho daño. Los hombres son esos que resuelven las peleas con un cúter, que te desarman a puñetazos, que eyaculan en el papel de cocina que debes sostenerles, que te apuñalan y te quiebran el cuello como a un pollo.»

Jablonka escribió una carta a Cécile de Olivera, la abogada de Jessica Perrais, para explicarle que quería «dedicarle un libro a Laëtitia Perrais», que no lo iniciaría «sin su aprobación». Le decía que era padre de tres niñas; que había trabajado sobre menores abandonados, institucionalizados (hogares de acogida, familias de acogida y adoptivas) y maltratados. Le explicaba que ya rastreó la vida de sus abuelos asesinados durante la Segunda Guerra Mundial y que quería hacer también con Laëtitia «una investigación histórica. […] Al igual que con mis abuelos, se trata de un homenaje, pero también y sobre todo de una búsqueda de verdad y justicia.»

Se trataba de todos los «habría» que tenía que haber vivido.

En su primera reunión con de Olivera, Ivan Jablonka conoció a Jessica. La hermana superviviente. «Todos los días la extraño». Todos los días es una inmensidad cuando tienes 18 años y toda la vida por delante.

El 14 de julio de 2011 Jessica ya había pedido al señor Patron que la adoptara, «a pesar de los manoseos que se han reanudado en el sillón». Ese 14 de julio se enfada con los Patron: van a irse de viaje sin ella. «Mimí, Mimí, ¿por qué no me queréis adoptar?». A principios de agosto Jessica vuelve a suplicar a los Patron que la adopten. «Te buscarás un trabajo, te sacarás el carnet de conducir y te alquilarás un apartamento. ¡Ya es suficiente!», le responde la señora Patron. Y Jessica se va a casa de su amiga Lola. Y todo cambió.

El 15 de agosto de 2011 detuvieron preventivamente al señor Patron. Lola y Justine, la novia de Jessica, lo denuncian por toqueteos y caricias cuando ambas eran menores. Jessica también presta declaración y «da descripciones pormenorizadas: pasamos al ámbito penal». Gilles Patron es «un violador de niños enriquecido por el dinero del Consejo General». En septiembre de 2011 se organizó un cara a cara entre Gilles Patron y Jessica Perrais en el despacho de la jueza de instrucción. Cécile de Oliveira, abogada de Jessica, tras siete horas de una nueva violación para su representada, declara: «Es muy difícil verse enfrentada a un hombre que ella considera su padre desde que tiene doce años y que se ha convertido en su agresor.»

Esto es revictimizar a la víctima.

Jessica y Laetitia Perrais. «Para destruir a alguien en tiempos de paz, no basta con matarlo. Primero hay que hacerlo nacer en una atmósfera de violencia y caos, privarlo de seguridad afectiva, quebrar su célula familiar, luego ponerlo a cargo de un asistente social perverso, no percatarse de ello y, por último, cuando todo ha terminado, explotar su muerte para rédito político», del libro «Laëtitia o el fin de los hombres»

«Jessica lo perdió todo: su hermana, su familia de acogida, su inocencia, su alegría de vivir, su anonimato, su tranquilidad. Eligió romper el silencio no con la muerte de su hermana, sino a raíz de una crisis familiar que le hizo entender hasta qué punto había sido el juguete del señor Patron. Durante toda su adolescencia, soportó los toqueteos de su padre de acogida porque esperaba, a cambio, el amor de una familia, una vida estable, un lugar en algún sitio.»

Cuando enterró a su hermana ese sitio eran los Patron, porque no tenía otro, no conocía otro.

Pero ese sitio también dejó de serlo tras la inculpación del señor Patron. «Jessica fue literalmente expulsada de la familia. Fue tratada como la culpable, como una zorra.»

La culpable. La zorra.

Esto es violencia contra la mujer aislándola.

No se trata de «enseñar valores morales», como he escuchado hace poco en una entrevista. Se trata de derechos, derechos humanos básicos. Los de Jessica y los de Laëtitia. Los de tantas niñas, los de tantas mujeres, los de tantas.

Se trata del heteropatriarcado que no termina de morir.

«Laëtitia fue presa de los hombres hasta el final; la suerte de Jessica fue entender que no tenía nada más que esperar de ellos». Jablonka habla de suerte, yo no lo comparto. Porque como él mismo afirma en el libro, las hermanas Perrais fueron víctimas del «patriarcado que no termina de morir […] la violencia de cada uno en su ámbito», por mucho que «Meilhon no es igual a Patron no es igual a Sarkozy». Los «espacios de coerción» son muchos y están en todos los lugares y ámbitos. Los hombres violentos son muchos y están en todos los lugares y ámbitos.

El heteropatriarcado que no termina de morir.

Y nosotras enfrente, sujetando a Jessica y recordando a Laëtitia."



25 d’ag. 2022

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Jessica y Laëtitia

 

LAËTITIA O EL FIN DE LOS HOMBRES, 

DE IVAN JABLONKA


por Nataly Villena
LAS CRÍTICAS, CRÍTICA LITERARIA HECHA POR MUJERES

"¿Qué y cuánto puede contar la desaparición de una joven acerca de la sociedad en la que vive, de sus instituciones, del lugar de la mujer en el espacio común?

Estas preguntas parecen haber motivado al historiador francés Ivan Jablonka para escribir el ensayo Laëtitia o el fin de los hombres, merecedor de tres premios literarios importantes.

Jablonka se ocupa en este libro de un suceso criminal que sacudió a Francia en el año 2011. Laëtitia Perrais, una joven de 19 años, estudiante y mesera en un restaurante, desaparece en la noche del 18 al 19 de enero del 2011. Inmediatamente la prensa se interesa por el tema. Laëtitia es una muchacha como tantas otras, lleva una vida tranquila y vive con una familia de acogida junto a su hermana gemela. La policía encuentra rápidamente a un sospechoso y obtiene la confesión del crimen. Es un delincuente reincidente y bajo libertad condicional. Ello provoca un escándalo de proporciones nacionales, y motiva la intervención de Nicolas Sarkozy, presidente de Francia en aquel momento. El desenlace de este drama involucrará, además de la gente próxima a la víctima, también a las propias instituciones.

Este suceso trágico, como muchos otros en apariencia, es a la vez distinto por ser totalmente revelador de un momento histórico, de un cierto modo de ejercer el poder y de la manera en que la sociedad francesa está constituida.

EL LUGAR DE LA MUJER

La reflexión acerca del lugar de la mujer en la sociedad no es un tema nuevo para Iván Jablonka, historiador especializado en temas relacionados con la infancia y la memoria de la Shoah. Jablonka se detiene, en este libro, en el fracaso de la masculinidad y en el rol que juega este en el destino de Laëtitia antes y después de su muerte. A un padre violento, que viola y destruye moralmente a su madre y termina por ser encarcelado, le sigue un padre de acogida invasivo y autoritario, que termina abusando de ella y de su hermana. Es asesinada por un hombre a quien ella decide brindarle su confianza. Una vez fallecida, un Presidente de la República se aprovecha de su muerte para instaurar una política populista, con el chivo expiatorio como único norte y modo de manipular la opinión pública; se sirve de ella políticamente para atacar la institucionalidad que le es adversa.

El varón interviene, pues, en su vida y en su muerte, del modo más nefasto. Falla el padre biológico, falla el padre que le atribuye el Estado, falla, finalmente el «padre» de la patria.

En el relato que Jablonka hace de esta historia hay, sin embargo, también héroes anónimos e instituciones que cumplen cabalmente con su rol. Está el juez que buscará sin cesar el cuerpo desaparecido de Laëtitia, la policía de investigaciones que hará un trabajo de hormiga y desplegará recursos sin límite, la fiscal que batallará por esclarecer los hechos. Están, además, todos los miembros de las instituciones que el Estado francés ha puesto a disposición de la población menos favorecida, y que Laëtitia ha encontrado en su camino. Numerosos son los recursos utilizados para sacar a dos pequeñas niñas de su situación de miseria e irlas convirtiendo, paso a paso, en dos jóvenes libres e independientes. Cuando la sociedad se encarniza con las mujeres, las instituciones existen para garantizar su igualdad, parece indicarnos. La confianza en las instituciones de Jablonka no sorprende, como nieto de víctimas de la Shoah, como colaborador cercano de Simone Veil, feminista y mujer política francesa de primer orden (consiguió la aprobación en el Congreso de la interrupción voluntaria del embarazo), y como profesor universitario, Jablonka tiene una experiencia positiva del aparato estatal francés y de su capacidad para acompañar a los sectores más frágiles de la sociedad. Este libro de algún modo rinde homenaje a su trabajo y reivindica todo aquello que el gobierno de Nicolas Sarkozy se esforzó por desmantelar, desde las instituciones de ayuda a la infancia hasta el propio aparato judicial.

Pero el propósito mayor de este libro es otro: el de honrar a una joven que fue y existió y tuvo sueños. La figura de Laëtitia es construida de modo que no pueda resumirse a un suceso, el de su muerte dramática. Laëtitia aparece en este libro como una muchacha valiente que aprovecha cada oportunidad que se le presenta para mejorar su existencia y dejar definitivamente atrás su infancia de sufrimiento. Jablonka describe con minucia su recorrido escolar, su interacción con los servicios sociales. Con cada una de estas posibilidades, Laëtitia se reafirma en la sociedad, se integra, va acercándose a una vida plena. Describe las actividades de sus últimos días, las relaciones amicales y amorosas que mantiene, cita testimonios de sus amigos y conocidos. La lectura permite entrar en su día a día, comprender la naturaleza de sus relaciones. Todo ello de un modo diáfano, solar. Quizás por ello es más doloroso el desenlace, a pesar de conocerlo de antemano. También lo es el descubrir que hay sombras que la persiguen, una razón secreta que la agobia, una pulsión autodestructiva que se cierne sobre ella. El lector intuye que es la intrusión en su intimidad del padre de acogida. Intuye también que ello tiene un poder doblemente destructor porque liquida también la esperanza.

EL RELATO DE UN CRIMEN

¿A partir de qué punto un texto de Historia contemporánea puede entrar en la categoría de literatura? La respuesta a esta pregunta la ha dado Ivan Jablonka en numerosas ocasiones: desde Herodoto, que narraba en primera persona. Es en ese encuentro fascinante entre literatura e Historia donde Jablonka ha establecido su propio modo de contar la Historia.

Es así, en primera persona, como Jablonka afronta la narración de este suceso, el fait divers, sobre el que teorizó Barthes, ese hecho en apariencia fútil o extravagante y que contiene en sí problemas fundamentales, permanentes y universales como el amor, el odio, la naturaleza humana, la vida o la muerte. Así, en la línea de Barthes, que veía en el suceso un hecho que contenía información total, inmanente, y que por ese mismo hecho, se emparentaba con el cuento o el relato, Jablonka hace de él una manera de contar rigurosamente el presente.

Jablonka describe la creación del fait divers y el rol de la prensa en la construcción de esa narración que terminará por mantener en vilo al país entero. Hay algo fascinante en ese relato, parece decir, aunque explica la cobertura de los medias por factores diversos como la zona geográfica, la ausencia de hechos por narrar en aquel preciso momento, incluso la presencia providencial de tal o cual protagonista. Las desapariciones de ese tipo son numerosas, y sin embargo este caso en particular provoca la emoción general. La explicación se encuentra quizás en la necesidad de un monstruo. Es el miedo de las sociedades a aceptar la parte monstruosa que duerme en la normalidad. Quizás por ello observan con horror y fascinación a un individuo que encarna de tal modo todos los males, que de algún modo resulta liberador: el monstruo es él, no está en nosotros.

Es, de hecho, esa percepción la que Nicolas Sarkozy capitaliza de inmediato, acusando a los jueces de haberlo dejado circular en libertad a pesar de su alta peligrosidad. De este modo oculta la explicación de un fenómeno: la progresión de la violencia en un individuo. Y Jablonka se atribuye precisamente la responsabilidad de detallar el recorrido de Tony Meilhon, como para mostrarle al lector que el monstruo también se va construyendo de manera invisible en la marginalidad y la miseria. De ello también es responsable el Estado.

Jablonka le dedica además un análisis agudo al rol de los medias y cómo en este hecho dramático permiten mostrar al país entero la vida de una Francia periurbana, provincial, su economía precaria, sus relaciones sociales, sus miedos y sus aspiraciones.

UNA ESCRITURA DE LA HISTORIA

El libro de Ivan Jablonka es, pues, «una manera de desvelar una historia inscrita en los recorridos más ordinarios.» En su ensayo La historia es una literatura contemporánea, defiende ese espacio híbrido pero no por ello carente de rigor en el que el lector encuentra historias apasionantes y a la vez accede a la rigurosa realidad, a un encadenamiento de hechos perfectamente verificado. Es un modo de desacralizar dominios que, como sucede en Francia, donde Jablonka escribe, son accesibles a una élite y están destinados a una élite.

El propósito de Jablonka se inscribe así en una línea democratizadora de la cultura, en la vía de Barthes. La abraza plenamente, además, al ocuparse de un crimen, este tipo de hechos que, por el uso que se hace de ellos, suelen ser relegados a la prensa popular. Jablonka opta por el suceso para poner en práctica su escritura de la Historia, una manera de defenderla de un modo radical tanto a nivel académico como ideológico.

Según manifiesta en diferentes entrevistas y conferencias, uno de sus mayores cuestionamientos era el de su propio posicionamiento frente al hecho histórico, que en la academia excluía al «yo» en favor de una visión objetiva de la verdad histórica. Jablonka dice nunca haberse sentido cómodo con ello y desde su primer libro, Historia de los abuelos que no tuve, inscribe el «yo» en su investigación. Revisita completamente la manera en la que se escribe la Historia hoy y para ello remonta hasta Herodoto y restituye su doble condición de historiador, viajero y reportero de viajes de su tiempo. En el siglo XIX los historiadores de la escuela hermenéutica valorizan ya lo subjetivo en la escritura de la historia y Jablonka se dice su heredero.

El autor asume entonces plenamente la parte del yo en todo relato histórico o en toda escritura de la Historia, aunque fuese solo por el hecho de que existe un yo con una motivación subjetiva. Haciéndolo, rechaza el academismo actual que niega esa parte subjetiva que solo puede expresarse en el prefacio. Detrás de esta posición hay también una voluntad por romper con la elitización de las ciencias humanas y acercarlas a la mayoría de lectores. Como editor, percibe la profunda crisis de las ciencias humanas hoy y el desafío de poder llegar a gente que abandona progresivamente este terreno del conocimiento. «Las escrituras de lo real tienen por objetivo la inteligibilidad de lo real; darlo a comprender mejor», afirma, y sus libros lo reflejan perfectamente.

Para responder a la pregunta ¿cómo escribir hoy la Historia?, en esta era de postverdad flagrante, donde solo algunos años pueden significar no solo olvido sino, peor, reescritura falseada de hechos que todos hemos visto discurrir, la escritura clásica parece ya insuficiente. Jablonka se enfrenta a ello de manera pragmática, optando por proponer lecturas no solo rigurosas sino también palpitantes. Este es un libro que difícilmente se abandona.

El camino elegido por Jablonka abre, así, nuevas perspectivas, a pesar de las críticas, algunas muy duras. El historiador Philippe Artières, especialista del trabajo con archivos, se pregunta, por ejemplo, si a partir de ahora no veremos aparecer libros de historia best sellers dedicados a cada hecho criminal o suceso dramático, puesto que Jablonka no recurre a citaciones en pie de página ni al rigor ostentoso de los estudios académicos como siempre se ha estilado.

En su libro dedicado a Laëtitia Perrais, Ivan Jablonka no solo restituye el recorrido vital de una joven de quien solo conocimos la muerte, sino también permite emerger, como una flor que florece en el terreno más oscuro, a otra joven heroína del día a día, su hermana gemela Jessica. Jessica Perrais, presente en el horrendo juicio a Meilhon y nuevamente presente en el juicio iniciado por abusos a su padre de acogida, se reafirma hoy en la vida como mujer libre, tal como lo hizo su Laëtitia incluso momentos antes de su muerte."

24 d’ag. 2022

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“Un suceso revela las debilidades de nuestras democracias”. entrevista con Ivan Jablonka

Un caso real, los medios y lo que los crímenes cuentan de nuestras sociedades.

por Paula Corroto
Letras Libres
20/11/2017

"El 19 de enero de 2011, Laëtitia Perrais, de 18 años, desapareció de su casa. Vivía con su hermana Jessica y su familia de acogida cerca de Nantes, en el estuario del Loira. Un hogar humilde, como todos en los que había vivido desde su nacimiento en el seno de una familia a la que hoy se la tildaría de “desestructurada”: padre violador, madre alcohólica y cargada de antidepresivos. El peor de los mundos aunque fuera en uno de los países más ricos del planeta.

La desaparición conmocionó a la sociedad francesa. Los medios acudieron en masa a cubrir una noticia que tenía todos los ingredientes para alimentar a la bestia del periodismo sensacionalista. El caso explosionó de tal forma, sobre todo cuando apareció el cuerpo desmembrado, que hasta Nicolas Sarkozy, entonces presidente de la República, decidió utilizarlo para sus intereses políticos atacando a la Justicia en una clara maniobra de desestabilización de los poderes democráticos.

Con todos estos elementos, el historiador Ivan Jablonka decidió construir un relato. Una historia, mezcla de hechos reales y novelización, que recuperara el alma de la víctima. Un libro, Laëtitita o el fin de los hombres (Anagrama), que ganó el año pasado casi todos los premios importantes en Francia. En esta entrevista, realizada mediante cuestionario, repasa aquel caso y reflexiona sobre la criminalidad y su relación con la democracia.

¿Qué le atrajo del caso Laëtitia Perrais?

Laëtitia Perrais, una camarera de 18 años, fue secuestrada y asesinada en enero de 2011. Se arrestó rápidamente a un sospechoso, un delincuente reincidente, pero la gendarmería tardó varios meses en encontrar el cuerpo de Laëtitia, escondido en dos estanques. Produjo una auténtica conmoción mediática: las televisiones y toda la prensa repetían sin cesar que su cuerpo seguía “sin hallarse”. Se trata de un suceso excepcional totalmente fuera de las normas: por lo horroroso del crimen, la duración de la investigación, el shock que propagó en las cuatro esquinas del país, la atmósfera de locura colectiva.

Sobre todo, este suceso se convirtió en un asunto de Estado. Algunos se convierten en asuntos nacionales, como la muerte trágica de Marta del Castillo en 2009, pero es muy raro que las más altas autoridades del Estado tomen un crimen para convertirlo en un objeto público. En Francia, fue el propio presidente de la República, Nicolas Sarkozy, el que intervino. Atacó a los jueces, porque habrían hecho un mal seguimiento del criminal. Molestos por estos ataques, los jueces se declararon en huelga en febrero de 2011, un movimiento sin precedentes en la historia de Francia.

La desaparición de Laëtitia hizo que se tambalearan los tres pilares de la democracia: el ejecutivo, la justicia y los medios. El suceso funciona como un prisma, que envía su luz en todas las direcciones: política, justicia, medios, pero también infancia, miseria social, violencia contra las mujeres. En ese sentido, la muerte de Laëtitia, como la de Marta, nos sucedió. Una joven de 18 años que es asesinada no es un suceso: es un acontecimiento social, histórico.

¿Por qué recibió tanta atención de los medios el caso de su desaparición ? Como usted dice, hay nuchas desapariciones todos los días.

Lo que más me afectó fue la vida de Laëtitia, porque se relacionaba con temas que había estudiado como historiador: el abandono y el lugar de acogida de los menores y el papel del Estado en su educación. Laëtitia pertenece a esa historia colectiva. Cuando tenía 3 años, su padre violó a su madre. En la familia de acogida donde la colocaron con su hermana también hubo violencia sexual.

Todos mis libros tratan de niños. Entre un niño de la asistencia pública del siglo XIX y Laëtitia en el XXI hay una continuidad. Como había trabajado sobre la Asistencia pública, me interesé por la peripecia de Laëtita y pude hablar de manera más amplia de los 18 años que duró su vida. A veces, me parece que Laëtitia vivió siglos.

Un suceso se centra en el crimen, el criminal, la sangre. Yo quería invertir la peripecia habitual, para interesarme no por el crimen sino por quien había desaparecido, por la ausente. Quería arrancar a Laëtitia del crimen que la había destruido. Que contara por su vida, no por su muerte. El objeto de mi vida es su existencia completa: bebé, niña, adolescente, joven en el camino hacia la autonomía.

Asesinada a los 18 años, Laëtitia se convierte en un espectáculo de muerte, fragmentos de cadáver. Gracias a mi investigación, vuelve a ser una persona humana, con su existencia plena y completa, su dignidad, su libertad. Mi libro es por tanto menos el relato de un suceso que una biografía, el retrato de una joven.

¿Cometió errores el periodismo?

Lo que destrozó la vida de los seres cercanos a Laëtitia fue la violencia, no los periodistas. Sin duda, los medios fueron insistentes, quizá obsesionados por la desaparición de Laëtitia. Los periodistas pasan a veces por carroñeros, pero su trabajo es informar: cualquier ciudadano quiere saber lo que pasa debajo de su casa. Se espera que el asesinato de una mujer de 18 años, por la emoción que suscita, entre en la esfera pública. Forma parte de la democracia.

Cuando hace bien su trabajo, el periodista lleva investigaciones basadas con fuentes, como un historiador –el investigador abraza una temporalidad más amplia y objetos más amplios. Antes de escribir, los periodistas y los historiadores deben “dar fuentes” a sus palabras, verificar y encajar los hechos.

No es una historia sobre el bien y el mal, o al menos se esfuerza usted en que no no lo sea, No es un libro donde todos sean buenos o malos, tenemos tendencia a pensar en términos dobles. ¿Qué dificultades le han planteado contar esta historia?

El relato de un suceso se centra estructuralmente en el crimen. La única heroína es la muerte; la víctima solo está ahí para que la golpeen, violen, maten, etc. Se ve bien en un juicio: el punto donde convergen todas las miradas es el acusado. La víctima, sobre todo cuando está muerta, es secundaria.

Yo quise que, en cambio, Laëtitia fuera la única heroína de mi libro. Pero contar su existencia no me impide hablar de su asesino de manera humana. Este hombre forma parte de mi libro, no porque matara a Laëtitia, sino porque Laëtitia se sentía atraída hacia él y pasó sus últimas horas siguiéndolo. Recuerdo en mi libro que él tuvo una infancia fracasada, que nació en una familia disfuncional de la que se retiró, y que tuvo una escolaridad caótica. Recordar eso era una manera de explicar por qué ese hombre interesó fugazmente a Laëtitia: tuvieron la misma infancia.

En el libro habla mucho del siglo XIX. En su parte más positiva, Francia es el país de la revolución, progresista y liberal. ¿Piensa que el país está en retroceso?

Estudiar el caso de Laëtitia me ha permitido estudiar el funcionamiento del Ejecutivo, las evoluciones de la justicia, el papel de los medios, pero también de la Francia periurbana, la de los pequeños pueblos y los campos, el país invisible. Este suceso supera de lejos a Francia, porque plantea cuestiones que preocupan a todas las sociedades: la vulnerabilidad de los niños y las infancias que sufren las mujeres. Un suceso revela las debilidades de nuestras democracias.

¿Cómo lucha Francia contra la violencia de género? ¿Todavía hay impunidad? En España, hay una ley contra la violencia y una responsabilidad y conciencia sobre el tema, al menos desde hace unos años, pero los crímenes continúan produciéndose.

Afortunadamente, Francia lucha contra todas las violencias de género: reprime con contundencia la violación, la violencia conyugal y el acoso en la calle. Hay también campañas de sensibilización para el gran público, pero también para los profesionales de la acción social y personal de policía y justicia: formación, atención hospitalaria a víctimas o testigos de la violencia de género, dispositivos de teleprotección, el teléfono “grave peligro”.

Por desgracia, las violencias físicas y sexuales existen en todo el mundo. Las violencias que sufren las mujeres son milenarias. Laëtitia tuvo una infancia muy difícil, entre las salas de la prisión, los sótanos del inmueble y los hogares infantiles. Conoció casi todo el espectro de la violencia masculina. Mi libro es un homenaje a todas las Laëtitias y Martas del mundo: un homenaje que no pasa por los elogios o las lágrimas, sino por una reflexión acerca de lo que les ocurrió. Debemos la verdad a los muertos.

Sarkozy tuvo un papel importante en el asunto. ¿Rompió la separación de poderes? No parece muy democrático.

Sí, el presidente de la República intervino públicamente para criticar a los jueces, agitar el miedo de sus conciudadanos, calificar al sospechoso de “monstruo” y “presunto culpable”, una idea que era una aberración jurídica, sobre todo en boca de quien debe garantizar la independencia de la magistratura. Esas derivas no son propias de Francia.

Durante el caso, fue sobre todo la magistratura la que defendió la democracia, al hacer una huelga. La justicia asume un papel democrático cuando defiende algunos valores: la presunción de inocencia, la serenidad del debate, la primacía de la razón y de la ley sobre la emoción.

En el libro hay dos historias: los días del secuestro, del crimen y los posteriores; y la vida que llevaban Laëtitia y su hermana hasta la muerte de la primera. ¿Por qué los construyó así?

Mi libro está escrito en forma de doble hélice. Son dos relatos que se enroscan el uno en el otro. Por un lado, la vida de Laëtitia; por otro, la investigación criminal. El vínculo es que su vida ayuda a entender su muerte, porque el proceso de fragilización de Laëtitia que comienza en la infancia explica que siguiera a este hombre. A la inversa, la investigación criminal recuerda la singularidad y dignidad de Laëtitia. La encuesta no consistió, como en una novela clásica, en detener al culpable (el sospechoso fue detenido al cabo de dos días), sino en encontrar el cuerpo de Laëtitia, en devolverle la singularidad a alguien que la había perdido, porque había sido cortada en trozos.

Se ha escrito mucho sobre el asunto ¿Por qué era necesario un libro?

Se ha hablado de Laëtitia muerta, no de ella cuando estaba viva. Y para entender la vida de Läetitia –mi forma de rendirle homenaje-, había que apuntar razonamientos de historia y de sociología en un texto: una literatura de lo real.

¿Este libro es una novela, una rendición de cuentas de los hechos? ¿Qué es exactamente?

El trabajo de un investigador consiste en decir cosas verdaderas sobre las sociedades presentes o pasadas. Decimos cosas verdaderas sobre el mundo, no porque tengamos ciencia infusa sino porque realizamos investigaciones apoyadas en un razonamiento, una demostración y pruebas.

Como investigador y escritor, eso es lo que hago. Lo que me atrae de la palabra “encuesta” es que el término no solo federa todas las ciencias humanas, sino también los géneros literarios. La investigación permite establecer el vínculo entre la historia, la sociología y textos como la biografía, el testimonio, el relato de viajes.

La creación literaria y la investigación en ciencias sociales pueden reconciliarse. Evidentemente, si definimos la primera como “ficción” y la segunda como “hechos”, ese encuentro crea problemas, porque la historia no es una ficción. En cambio, si consideramos las ciencias sociales un razonamiento, una investigación, no veo por qué ellas no pueden dar nacimiento a un texto, a un trabajo sobre la lengua, con una construcción narrativa, voces, una atmósfera. Escritores tan diferentes como Jack London, Primo Levi, Svetlana Alexievich y Annie Ernaux dicen cosas verdaderas en un texto. ¿Qué he hecho yo mismo en Historia de los abuelos que no tuve y Laëtitia? Creación en ciencias sociales.

Estas formas nuevas pueden ser un remedio a la crisis que las ciencias sociales atraviesan hoy en día en la universidad, en la librería y en la edición. La historia no es una retirada en un depósito de archivos polvoriento, sino una aventura intelectual propicia al placer del investigador y del lector. Las ciencias sociales hacen bien a la literatura, y la literatura hace bien a las ciencias sociales. La invención de nuevas formas es una perspectiva estimulante para el siglo XXI.

A diferencia de otros escritores, su voz no resuena apenas en el texto ¿Por qué quería esconderse?

Pero si soy de los pocos historiadores que dicen “yo” en sus textos… Normalmente, un investigador no dice “yo”, por temor a perder objetividad. Al contrario, yo pienso que medir la distancia (o la proximidad) que hay entre nosotros y nuestro objeto de estudio nos hace ganar reflexividad, y por tanto enriquece el protocolo científico. Este “yo” de método excluye naturalmente la confesión, la autoficción y otros testimonios: solo hablo de mí por razones de método.

Todos tenemos identidades profesionales. Yo tengo una identidad de historiador, esa es mi formación y mi oficio. En lo que respecta a la marcha intelectual, todos estamos atravesados, lo queramos o no, por varias identidades: tener un oficio, vínculos de familia y paternidad, así como vínculos sociales. Asumo todas mis identidades en el texto, pero solo cuando el método lo exige. Por ejemplo, al escribir sobre la vida de Laëtitia, necesitaba evocar el hecho de que yo soy un hombre y ella una mujer, testigo y víctima de la violencia masculina durante toda su vida.

Los relatos basados en acontecimientos reales están muy presentes en la actualidad ¿Por qué?

La literatura es una herramienta formidable para comprender lo real. Fíjese en que no he dicho “ficción” o “novela”. Hablo de literatura, que es una noción infinitamente más vasta y rica que la novela.

Truman Capote fue el primero en estudiar un suceso y, a partir de ahí, la violencia de nuestras sociedades. A sangre fría inventa un género nuevo (aunque el argentino Rodolfo Walsh ya lo hubiera practicado en Operación masacre). Sin embargo, mi libro se distingue de A sangre fría en dos cosas. Para empezar, no me fascina el crimen ni los criminales, por eso decidí consagrar el libro a Laëtitia, nuestra desaparecida. En segundo lugar, vengo de las ciencias humanas: mi formación de historiador y de sociólogo me permite recurrir a herramientas cognitivas que refuerzan el protocolo de la investigación. Las ciencias sociales pueden contribuir a renovar la no ficción en particular y la literatura en general.

¿Cuál es la metáfora de Laëtitia Perrais?

La vida de Laëtitia es lo que, en antropología, se llama un “hecho social total”. En esta vida que podría parecer anodina, hay una miniatura de toda la sociedad. Para comprender un hecho social total, se necesitaba una investigación total, y una investigación total supone ir al Eliseo, a los barrios populares donde creció Laëtitia, al borde del estanque donde se hundió su cuerpo. Mi libro es un retrato de Laëtitia, pero también de nuestra sociedad. Martirizada, Laëtitia prestó su cuerpo a una democracia."

18 d’ag. 2022

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Hechos y cifras: Poner fin a la violencia contra las mujeres

en ONU mujeres

"La disponibilidad de datos sobre la violencia contra las mujeres y las niñas ha aumentado de manera significativa en los últimos años. En la actualidad existen datos disponibles sobre la incidencia de la violencia de pareja para, al menos, 106 países. Visite nuestra página de investigaciones y datos para obtener más información sobre las razones por las que los datos son cruciales para la labor que realiza ONU Mujeres para prevenir y responder a la Violence contra las mujeres y niñas. 

Prevalencia de la violencia contra las mujeres y las niñas

A nivel global, se estima que 736 millones de mujeres -alrededor de una de cada tres- ha experimentado alguna vez en su vida violencia física o sexual por parte de una pareja íntima, o violencia sexual perpetrada por alguien que no era su pareja (el 30% de las mujeres de 15 años o más).Estos datos no incluyen el acoso sexual y algunos estudios nacionales muestran que la proporción puede llegar al 70 por ciento de las mujeres. Las tasas de depresión, trastornos de ansiedad, embarazos no planeados, infecciones de transmisión sexual e infección por VIH son más altas en las mujeres que han experimentado este tipo de violencia en comparación con las que no la han sufrido, así como muchos otros problemas de salud que pueden durar incluso después de que la violencia haya terminado.

La mayor parte de la violencia contra las mujeres es perpetrada por sus maridos o parejas íntimas o por parte de sus ex-maridos-parejas. Más de 640 millones de mujeres de 15 años o más han sido objeto de violencia de pareja (el 26% de las mujeres de 15 años o más).

De las que han mantenido una relación, casi una de cada cuatro adolescentes de 15 a 19 años (24%) ha experimentado violencia física y/o sexual por parte de su pareja o marido. El 16% de las jóvenes de 15 a 24 años han experimentado esta violencia en los últimos 12 meses.

En 2018, se estima que una de cada siete mujeres ha experimentado violencia física y/o sexual por parte de su pareja o marido en los últimos 12 meses (el 13% de las mujeres de 15 a 49 años). Estas cifras no reflejan el impacto de la pandemia de COVID-19, que ha aumentado los factores de riesgo de violencia contra las mujeres.

A nivel mundial, la violencia contra las mujeres afecta de forma desproporcionada a los países y regiones de ingresos bajos y medios bajos. El 37% de las mujeres de entre 15 y 49 años que viven en países clasificados por los Objetivos de Desarrollo Sostenible como "menos desarrollados" han sido objeto de violencia física y/o sexual por parte de su pareja en su vida. El 22% de las mujeres que viven en los "países menos desarrollados" han sido objeto de violencia de pareja intima en los últimos 12 meses, un porcentaje sustancialmente superior a la media mundial del 13%.

A nivel global, alrededor de 81.000 mujeres y niñas fueron asesinadas en el 2020, unas 47.000 de ellas, (es decir, el 58%), a manos de sus parejas o familiares. Esto equivale a una mujer o niña asesinada cada 11 minutos por personas que conocen. En el 58% de todos los homicidios cometidos por las parejas intimas y/o en el contexto familiar, la víctima fue una mujer o niña.

Efecto del COVID-19 sobre la violencia contra las mujeres y las niñas

Existen los primeros indicios de la intensificación de la violencia contra las mujeres y las niñas en todo el mundo. Los informes derivados de los datos sobre el uso de servicios en distintos países han demostrado un aumento considerable de denuncias de casos de violencia en el ámbito doméstico, vinculado al COVID-19, a las líneas de apoyo, a los refugios o albergues para mujeres y a la policía. En algunos países, las llamadas a las líneas de apoyo se han quintuplicado. Sin embargo, en otros países, se ha observado un descenso en el número de denuncias de casos de violencia en el ámbito doméstico, lo que pone el foco en los retos de disponibilidad y accesibilidad que han surgido durante los confinamientos y como consecuencia de otras medidas de distanciamiento social.

Los datos emergentes recopilados por ONU-Mujeres a través de las evaluaciones rápidas de género sobre el impacto del COVID-19 en la violencia contra las mujeres confirman la existencia de una pandemia en la sombra. El informe "Measuring the shadow pandemic: Violence against women during COVID-19" (Medir la pandemia invisible: violencia contra las mujeres en el contexto del COVID-19) (no disponible en castellano) presenta el primer conjunto de datos fibles, de distintos países y representativos a nivel nacional sobre temas relacionados con la violencia contra las mujeres, la seguridad de las mujeres en el hogar y en los espacios públicos en el contexto del COVID-19, así como el acceso a recursos y servicios, entre otros.

Hasta octubre de 2021, 52 países habían integrado la prevención y atención a la violencia contra las mujeres y niñas en sus planes de respuesta al COVID-19, y 150 países habían adoptado medidas para fortalecer los servicios prestados a las mujeres sobrevivientes de violencia durante la crisis global. Sin embargo, es urgente intensificar los esfuerzos. Se necesitan esfuerzos continuos para garantizar que las respuestas orientadas a la recuperación integren en su totalidad medidas que aborden la eliminación de la violencia contra las mujeres para construir un mundo más igualitario tras la pandemia.

Los análisis de big data de ocho países asiáticos muestran que las búsquedas en Internet relacionadas con la violencia contra las mujeres y la búsqueda de ayuda aumentaron considerablemente durante los confinamientos por el COVID-19. Las búsquedas relacionadas con la violencia física, incluyendo palabras clave como «señales de abuso físico», «relación violenta» o «tapar moretones en el rostro» aumentaron un 47 % en Malasia, un 63 % en Filipinas y un 55 % en Nepal entre octubre de 2019 y septiembre de 2020. Las búsquedas que hacían uso de palabras clave relacionadas con pedir ayuda, como «teléfono de asistencia contra la violencia doméstica», aumentaron en casi todos los países, incluyendo un aumento en Malasia del 70 %.

Denuncia de la violencia contra las mujeres

Menos del 40 por ciento de las mujeres que experimentan violencia buscan algún tipo de ayuda. En la mayoría de los países para los que existen datos disponibles sobre esta cuestión se constata que, entre las mujeres que buscan ayuda, la mayoría acude a familiares y amistades. Muy pocas recurren a instituciones formales, como la policía o los servicios de salud. Menos del 10 por ciento de quienes buscan ayuda acuden a la policía.

Legislación sobre la violencia contra las mujeres y las niñas

Al menos 158 países han aprobado leyes sobre la violencia en el ámbito doméstico, y 141 cuentan con legislación sobre el acoso sexual en el lugar de trabajo. Sin embargo, aun en los países en los que existen leyes de este tipo, no siempre son harmonizadas con las normas y recomendaciones internacionales, y tampoco se aplican y hacen cumplir. En 2020, Kuwait y Madagascar adoptaron por primera vez leyes específicas e integrales en materia de violencia en el ámbito doméstico. 

Factores de riesgo de la violencia contra las mujeres y las niñas

Un análisis regional de Women’s Health Surveys (Encuestas de salud de las mujeres) llevado a cabo entre 2016 y 2019 en cinco Estados miembros de la Comunidad del Caribe (Granada, Guyana, Jamaica, Suriname y Trinidad y Tobago) encontró que era más probable que las mujeres de entre 15 y 64 años que han tenido alguna vez pareja y que estaban en relaciones con hombres que mostraban actitudes y comportamientos que refuerzan la posición dominante del hombre sobre la mujer y que perpetúan la desigualdad de género hayan experimentado violencia de pareja íntima actualmente o en algún momento de su vida. Los comportamientos dirigidos a controlar el cuerpo de las mujeres, su autonomía o su contacto con otras personas también guardan una fuerte correlación con un aumento en la experiencia de la violencia de la pareja íntima.

Costos económicos de la violencia contra las mujeres y las niñas

La violencia contra las mujeres puede conllevar costos económicos considerables para el Estado, las víctimas-sobrevivientes y a la comunidad en su conjunto. Los costos son directos e indirectos y tangibles e intangibles. Por ejemplo, los costos de los salarios del personal que trabaja en los refugios son costos directos tangibles. Todas las personas asumen estos costos, incluidas las víctimas/-sobre vivientes individuales, los perpetradores, los gobiernos y la sociedad en general.

En Vietnam, los gastos directos y las ganancias perdidas representan casi el 1,41 % del PIB. Más importante aún, los resultados de la regresión sobre la estimación de pérdidas de productividad muestran que las mujeres que experimentan violencia ganan un 35 % menos que aquellas que no sufren abusos, lo que supone una pérdida considerable para la economía nacional. En Egipto, se estima que cada año se pierden 500.000 días laborables debido a la violencia marital y que el sector sanitario emplea más de 14 millones de dólares en dar servicio solo a 600.000 sobrevivientes, un cuarto del total. En Marruecos, el costo total de la violencia física y sexual contra las mujeres se estima en 2.850 millones de dirhams al año, (lo que equivaldría a 308 millones de dólares). En 2021, el costo de la violencia de género en la Unión Europea se estimó en 366.000 millones de euros al año. La violencia contra las mujeres constituye el 79 % de este costo, lo que asciende a 289.000 millones de euros.

Violencia sexual contra las mujeres y las niñas

En todo el mundo, el 6% de las mujeres declaran haber sido objeto de violencia sexual por parte de alguien que no es su marido o pareja. Sin embargo, es probable que la verdadera prevalencia de la violencia sexual fuera de la pareja sea mucho mayor, teniendo en cuenta el estigma particular relacionado con esta forma de violencia.

Quince millones de niñas adolescentes de 15 a 19 años han experimentado relaciones sexuales forzadas (violaciones u otros actos sexuales forzados) en todo el mundo. En la inmensa mayoría de los países, las adolescentes son el grupo con mayor riesgo de violaciones (u otro tipo de abusos sexuales) por parte de su esposo, pareja o novio actual o anterior. De acuerdo con los datos disponibles de 30 países, tan sólo un 1 por ciento de ellas ha pedido alguna vez ayuda profesional.

En el Medio Oriente y en África del Norte, entre el 40% y el 60% de las mujeres han experimentado acoso sexual en la calle. En el estudio multi país, las mujeres afirmaron que el acoso consistía principalmente en comentarios sexuales, persecución o seguimiento, o miradas fijas o morbosas. Entre el 31 y el 64 por ciento de los hombres dijeron haber realizado tales actos. Los hombres más jóvenes, los hombres con más estudios y los hombres que experimentaron violencia en su infancia eran más propensos a participar en el acoso sexual callejero.

Trata de mujeres

En 2018, de cada diez víctimas de trata de personas que se detectaron a nivel mundial aproximadamente cinco eran mujeres adultas y, en torno a dos eran, niñas. La mayoría de las víctimas de trata con fines de explotación sexual que se detectaron (el 92 %), eran mujeres. Desde el inicio de la pandemia del COVID-19, la situación ha afectado de forma desproporcionada a las mujeres, a quienes se ha reclutado, a menudo en persona o en línea, con fines de explotación sexual, especialmente de explotación en apartamentos privados.

Violencia contra las niñas

Durante la última década, la tasa de matrimonios infantiles a nivel mundial se ha reducido. Asimismo, la proporción mundial de mujeres jóvenes de entre 20 y 24 años que se han casado antes de tener 18 años ha caído en un 15 %; de casi una de cada cuatro, cifra de 2010, a una de cada cinco en 2020. Como resultado de este avance, se han evitado los matrimonios infantiles de alrededor de 25 millones de niñas. Sin embargo, los profundos efectos de la pandemia suponen una amenaza para este avance. Debido a la pandemia, durante la próxima década hasta 10 millones adicionales de niñas podrían estar a riesgo de matrimonio infantil.

América Latina y el Caribe es la única región del mundo donde no hay evidencia de progreso, los matrimonios infantiles no han disminuido en los últimos 25 años. La proporción de mujeres de entre 20 y 24 años que estaban casadas o mantenían una unión estable antes de cumplir los 18 años, en la región ALC alcanza a una de cuatro mujeres (25%). Esta prevalencia es superior a la tasa mundial, pero inferior a la de África Subsahariana y Asia Meridional.

La violencia de género en el ámbito escolar es un obstáculo muy importante para la escolarización universal y el derecho de las niñas a la educación. A escala mundial, 1 de cada 3 estudiantes de 11 a 15 años han experimentado acoso escolar por parte de sus compañeros o compañeras en al menos una ocasión durante el último mes. Las niñas y los niños tienen la misma probabilidad de experimentar acoso escolar. Si bien los niños tienen mayor probabilidad que las niñas de experimentar acoso físico, las niñas tienen mayor riesgo de experimentar acoso psicológico y reportan con más frecuencia que los niños, acoso por su rostro o su aspecto físico.

Mutilación genital femenina

Al menos 200 millones de mujeres y niñas, de entre 15 y 49 años, han sido sometidas a la mutilación genital femenina en 31 países donde se concentra esta práctica. La mitad de estos países están en África Occidental. Todavía hay países donde la mutilación genital femenina es casi universal; donde al menos 9 de cada 10 niñas y mujeres, de entre 15 y 49 años, han sido cortadas.

Violencia contra las mujeres y niñas en línea

Una de cada 10 mujeres de la Unión Europea afirma haber experimentado ciberacoso desde los 15 años. Esto incluye haber recibido correos electrónicos o mensajes SMS sexualmente explícitos no deseados y/u ofensivos, o insinuaciones ofensivas e inapropiadas en las redes sociales. El riesgo es mayor entre las mujeres jóvenes de 18 a 29 años.  Aunque esta es la mejor información de la que disponemos hasta el momento, es muy probable que el creciente alcance de Internet, la rápida difusión de la información por móvil y el uso generalizado de las redes sociales, especialmente desde el inicio de la pandemia de COVID-19, junto con la prevalencia ya existente de la violencia contra las mujeres y las niñas, hayan supuesto un mayor impacto en la prevalencia de las tasas de violencia contra las mujeres y las niñas motivada por las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC).

En EE. UU., dos de cada diez mujeres jóvenes de entre 18 y 29 años han experimentado acoso sexual en línea y una de cada dos ha recibido imágenes explícitas improcedentes. En Pakistán, el 40 % de las mujeres ha experimentado distintas formas de acoso por Internet. Durante la pandemia, las mujeres y las niñas han usado Internet con mayor frecuencia, si bien existe una brecha digital de género. Además, cuando las mujeres y las niñas tienen acceso a Internet, experimentan violencia en línea con más frecuencia que los hombres.

Violencia contra las mujeres en la política

En cinco regiones, el 82 por ciento de las parlamentarias reportó haber experimentado algún tipo de violencia psicológica durante su mandato. Esto incluye comentarios, gestos e imágenes de naturaleza sexista o sexualmente humillante, amenazas y acoso laboral. Las mujeres citaron que el canal más habitual por el que experimentaban este tipo de violencia eran los medios sociales, y cerca de la mitad (el 44 por ciento) reportaron haber recibido amenazas de muerte, violación, agresión o secuestro dirigidas contra ellas o sus familias. El 65 por ciento había sido objeto de comentarios sexistas, principalmente por parte de colegas hombres en parlamentos.

Pueden consultarse datos actualizados en la base de datos mundial de ONU Mujeres sobre la violencia contra la mujer de ONU Mujeres y el concentrador de datos “Women Count”."

17 d’ag. 2022

temes de debat, 12

 


Por qué una violación puede acabar sin juicio, con un acuerdo y los agresores en libertad

Las sentencias de conformidad, a las que se recurre entre un 7% y un 14% de los casos, suelen darse por las propias características de los delitos sexuales y el miedo a la revictimización durante el proceso penal.

por Isabel Valdés y Paola Nagovitch
El País
10/08/2022

"¿Cómo un caso de violación puede acabar sin juicio? ¿Por qué pueden hacerlo con un acuerdo entre la acusación, la Fiscalía y la defensa? ¿Es habitual que suceda esto? Este tipo de sentencia, llamada de conformidad, saltó a la esfera pública hace unos días por el acuerdo que ha permitido a dos policías municipales de Estepona, en Málaga, quedar en libertad después de violar a una mujer de 18 años vestidos con el uniforme. Aunque ese proceso tuvo unas características excepcionales y no es la norma dentro de este tipo de acuerdos, las conformidades son más habituales de lo que podría parecer. Sin datos oficiales, porque la Fiscalía General del Estado no los contabiliza para los delitos contra la libertad sexual —solo lo hace dentro del marco de la violencia machista, es decir, en pareja o expareja—, diversos estudios apuntan una horquilla de entre el 7% y el 14% de acuerdos.

Fernando Rodríguez, decano del Colegio de la Abogacía de León y presidente de la subcomisión de violencia sobre la mujer del Consejo General de la Abogacía Española (CGAE), explica que “la conformidad en el proceso penal posibilita que el acusado, reconociendo los hechos y asumiendo la responsabilidad, pacte una pena con el Ministerio Fiscal y la acusación, dentro del marco previsto para los hechos que se han reconocido, y sea condenado, sin la necesidad de juicio, asegurándose una sentencia probablemente más favorable que la que pudiera llegar a dictarse en el supuesto de resultar condenado sin conformidad”. Esto está previsto “en el denominado procedimiento abreviado”, con requisitos: “Siempre que la pena pactada no exceda de seis años y no sea inferior a la mínima prevista para el delito por el que se condena”.

Además, apunta dos estimaciones para dibujar un marco aproximado. La primera, para contextualizar, sobre violencia machista: “En estos casos, las conformidades han supuesto, a lo largo de los años, en torno a un 20% de los asuntos que se sustancian en los juzgados de violencia sobre la mujer”. Según el último Informe anual de Violencia sobre la Mujer del Consejo General del Poder Judicial, de las 30.836 sentencias dictadas el pasado año, 12.179 fueron de conformidad, el 38%.

El segundo cálculo del penalista es específico de la violencia sexual: “Más allá de la pareja o expareja, las conformidades se sitúan, según un estudio de la Universidad Autónoma de Barcelona [Androcentrismo en la argumentación sobre las violencias sexuales], en torno a un 7%”. En otro estudio de 2018 de ese mismo equipo [Las violencias sexuales en el Estado español: Marco jurídico y análisis jurisprudencial], el Grupo Antígona, las investigadoras anotaron que en las conformidades, en las que no pudieron acceder a la revisión de los hechos, es difícil afirmar “si realmente es proporcional la pena con relación” al hecho por el que se les inculpa.

Advertían que en esos casos “el centro está puesto en el acusado, y en todo caso en la economía procesal, y no así en la víctima, disminuyéndose considerablemente la pena, lo que puede dejar entrever como resultado que es más beneficioso atenerse a este tipo de condena que determinar realmente cuál es la reparación que corresponde a la víctima”.

Esa rebaja considerable fue lo que ocurrió en el caso de Estepona. En 2018, los dos policías municipales drogaron y abusaron de la mujer. Las primeras penas que solicitaron Fiscalía y acusación particular fueron por violación, 30 y 33 años, respectivamente; el Código Penal recoge cárcel de seis a 12 años para este delito.

Con ese tipo penal no podían llegar a un acuerdo —puesto que la conformidad solo puede darse para delitos que no estén castigados con seis o más años—, por lo que cuando se decidió no ir a juicio, la Fiscalía —según comunicó, a petición de la abogada de la víctima— accedió a cambiar el tipo penal, de agresión a abuso sexual, que el Código Penal castiga con cárcel de cuatro a diez años. Y luego aceptó dejar la condena en dos años, por lo que las defensas solicitaron la suspensión de la pena privativa de libertad y el juez lo admitió.

Así, esos 30 años iniciales han quedado en dos, sin llegar a entrar a prisión, 80.000 euros de indemnización —que han pagado los padres de los agentes—, un curso de educación sexual, el retiro de sus funciones policiales y cinco años de libertad vigilada.

El “deber” de la Fiscalía

Esa sentencia, por la gravedad de los hechos que recogía, no solo chocó en la sociedad, también lo hizo entre juristas y expertas, que afirmaron no entender cómo la Fiscalía había accedido a llegar a esa resolución. La portavoz adjunta de Juezas y Jueces para la Democracia, Isabel Tobeña, explicaba a este diario hace unos días —a raíz de otra sentencia de conformidad por la que un hombre se libró de la cárcel por 6.000 euros, las costas y un curso de educación sexual tras pegar y violar a una mujer que trabajaba para él—, que el “deber” de la Fiscalía en estos casos es seguir con el proceso, aunque la víctima se retire, como recoge el propio Código Penal.

El artículo 191 establece que “para proceder por los delitos de agresiones, acoso o abusos sexuales, será precisa denuncia de la persona agraviada, de su representante legal o querella del Ministerio Fiscal”, e, incidía Tobeña, también ese artículo fija que “en los delitos de violencia sexual el perdón del ofendido o del representante legal no extingue la acción penal ni la responsabilidad de esa clase”. La misión de este órgano constitucional es, entre otros, defender y proteger los derechos de la ciudadanía.

Aunque estas sentencias son siempre condenatorias, puesto que el agresor reconoce los hechos y asume su responsabilidad, Rodríguez, del Consejo General de la Abogacía Española, afirma que es “entendible” desde el punto de vista de la ciudanía preguntarse por qué toma esa decisión el Ministerio Fiscal y por qué lo hacen las acusaciones. Las respuestas a ambas están relacionadas con sesgos patriarcales que persisten.

En el caso de la Fiscalía, explica el penalista, el principio de oportunidad que rige en el Derecho Penal importa: “Cuando no se considera que existen elementos necesarios para el proceso, o no lo ven claro, la conformidad es un procedimiento previsto y no tiene por qué ser negativo acogerse a él”. Por otro lado, cuando la declaración de la víctima es la única prueba de cargo existente, en ocasiones la Fiscalía considera que sin ese testimonio hay riesgo de que no sea suficiente y que las penas finales para los agresores acaben siendo mínimas o absolutorias y prefieren también llegar a una de conformidad.

El miedo a la revictimización

Son circunstancias como esas las que llevan a veces a las víctimas a preferir un acuerdo, aunque beneficie a los agresores, que un juicio. Sus razones tienen que ver con cómo pasan por toda la cadena de operadores sanitarios, policiales y jurídicos por la que tienen que atravesar: los procesos que se alargan, la repetición del relato una y otra vez, la dureza de las preguntas a las que se enfrentan en muchas ocasiones, o que su testimonio no sea suficiente. También está relacionado con la posible mediatización de los casos, con la vergüenza y el miedo a ser señaladas o revictimizadas y cuestionadas, en sus círculos cercanos, por medios de comunicación o en redes sociales.

La situación en la que se encuentran las víctimas de una agresión sexual, explica Rodríguez, “es muy dramática y todo sucede excesivamente rápido”. Coincide Pino de la Nuez, la presidenta de Themis: “¿Qué es lo que quieren las víctimas? Acabar”. Hacerlo cuanto antes después del lento y largo proceso que conlleva la denuncia: “Primero, pasar por la comisaría, pasar por el centro de salud o el hospital, que se les tomen las muestras y que sean analizadas con la suficiente celeridad, que no es, dada la carencia de medios y la saturación de los mismos institutos de medicina legal o de toxicología. Como consecuencia de la carencia de medios humanos y materiales, no se toman las muestras necesarias...”.

Después de eso, continúa, empieza el proceso judicial: “Es largo y costoso en el tema de salud, porque la víctima tendrá que contar varias veces lo ocurrido, salvo que sea menor y su prueba se preconstituya. Pero esa oportunidad no está para mayores de edad, claro. El gran problema es ese. Sería una gran solución para evitar esa revictimización. Sin ello, todo conlleva un trauma para la víctima y no podemos someterla a eso ni culpabilizarla”.

La prueba preconstituida es la declaración de la víctima, grabada durante la fase de instrucción, con el objetivo de que las mujeres no tengan que volver a contar lo que sucedió ni compartir sala con su agresor o agresores. Actualmente, la legislación da esa posibilidad siempre con los menores de 14 años; y en adultos, cuando el testigo corre riesgo de muerte, cuando va a salir del país o “cuando se constata en el procedimiento que puede producirse un daño, una incapacidad sobrevenida intelectual o física”, como explicaba la fiscal de sala de violencia sobre la mujer, Teresa Peramato, hace unos días en una entrevista a este periódico. Pero incidía en que ahora eso está previsto para una “situación muy excepcional”.

Para ella, como para la mayoría de expertas en torno al ámbito judicial, esta prueba es una solución vital a la hora de protegerlas y también de garantía en los procesos. Peramato insistía en que pide “que para garantizar la incolumidad de estas víctimas frente al procedimiento y evitar la revictimización, dentro de la Ley de Enjuiciamiento Criminal se haga obligatoria esta prueba para todas las víctimas de violencia sexual y las más vulnerables de determinadas formas de violencia de género”.

Querer evitar un juicio como el de La Manada

Y en todas esas circunstancias, tiene mucho que ver el conocimiento de otros juicios sobre delitos sexuales. El paradigma: La Manada. Lucía Avilés, magistrada y socia fundadora de la asociación Mujeres Juezas de España, lo define como “el efecto aleccionador”. “Es aleccionador en cuanto a que ya de por sí una mujer tiene miedo a ser señalada, culpabilizada, sometida a un cuestionamiento constante de su credibilidad. Hay desconfianza en el proceso a priori y esto se ve agravado porque a raíz de casos mediáticos, se ha tenido conocimiento de cómo han podido ser tratadas determinadas víctimas”.

Ha sucedido de forma especialmente grave en procesos de delitos contra la libertad sexual. “Se ha visto que en determinados casos, ya sea por la abogacía, por Fiscalía o por las propias juezas o jueces, se han formulado preguntas innecesarias o se han realizado argumentaciones jurídicas también innecesarias. Pensemos, por ejemplo, en el voto particular a la sentencia de la Manada, donde se hablaba de jolgorio, regocijo y determinadas cuestiones que son del todo prescindibles en un razonamiento jurídico y que lo único que hacen es abundar en esta revictimización. Entonces es verdad que todo esto puede influir en el ánimo de las víctimas, de si denuncia o no, o de una vez que denuncio, si quiero seguir adelante o no quiero seguir adelante”.

Muchas no quieren hacerlo. No quiso la mujer a la que los dos policías de Estepona drogaron y violaron; no quiso la jornalera a la que su jefe pegó, violó y obligó a hacerle una felación y después amenazó. Por las consecuencias que tienen para ellas, por cómo se eternizan. Asegura de la Nuez que España cuenta con las “herramientas legales” para que eso no ocurra: “Lo que no tenemos son medios... Administración, Justicia, coordinación de todas las instituciones y que trabajan con las víctimas de violencia de género. Tenemos más que protocolos, más que maneras de afrontar este delito, pero tenemos que concienciarnos con esa perspectiva de género. Eso es lo que falta”.

Quizás, dicen las expertas, cuando esa perspectiva termine de entrar en todos los ámbitos necesarios para atender a las víctimas de violencia sexual, las mujeres no tengan miedo a la revictimización que suponen los procesos."