30 de nov. 2018

el hombre que fue jueves, final



“—He oído vuestras quejas por su orden. He aquí que se acerca otro a quejarse; es justo, que también lo escuchemos.
El fuego moribundo del gran crisol lanzó en ese instante su último reflejo, fingiendo una vara de oro fundido que atravesara las tinieblas. A esta luz, se dibujó en negro la silueta de un hombre que se acercaba a grandes pasos. Parecía vestido con un hermoso traje y calzón corto como los criados de la casa. Pero su traje no era azul, sino completamente negro. También llevaba al cinto una espada. Cuando se acercó al semicírculo y alzó la cara para ver a los otros.  Syme, con nítida claridad de rayo, descubrió que aquella era la cara tosca, casi simiesca, de su antiguo amigo Gregory, con sus hirsutos cabellos rojos y su ofensiva sonrisa.
—¡Gregory! —jadeó Syme incorporándose en el sitial—. He aquí, pues, al verdadero anarquista.
—Sí —dijo Gregory amenazador y concentrado—. Yo soy el verdadero anarquista.
—Y llegó el día —murmuró Bull que parecía estar ya dormido— en que los hijos de Dios vinieron ante el señor, y también Satán compareció entre ellos.
—Es verdad —dijo Gregory mirando en torno—, soy un destructor. Yo, si pudiera, destruiría el mundo.
Un sentimiento patético pareció estremecer a Syme, comunicándosele desde el fondo  de la tierra, y dijo así incoherente y conmovido:
—¡Oh, tú el más desdichado de los hombres! ¡Intentas ser feliz! Tienes los cabellos rojos como tu hermana.
—Mis cabellos rojos, como rojas llamas, han de incendiar al mundo —contestó Gregory—. Yo creía odiar todas las cosas más de lo que cualquier hombre puede odiar una sola cosa; y ahora descubro que nada me es más odioso que tú.
—Yo nunca te he odiado —dijo Syme con amargura. Y entonces aquella ininteligible criatura lanzó sus últimos clamores:
—¡Tú! ¡Tú nunca has odiado porque tú nunca has vivido! Os conozco a todos, desde el primero hasta el último: sois los poderosos, sois la policía; los hombres gordos y risueños vestidos de azul con botones dorados. Sois la Ley, y nunca habéis sido derrotados. Pero ¿hay acaso un alma viviente que no anhele quebrantaros, aunque sólo sea porque nunca fuisteis quebrantados? Nosotros, los sublevados, disparatamos frecuentemente sobre este y el otro crimen del gobierno. ¡Gran disparate! El único y magno crimen del gobierno está en el hecho de que gobierne. El pecado imperdonable del poder supremo está en que es supremo. No maldigo vuestra crueldad. No maldigo (aunque bien pudiera) vuestra bondad. Maldigo vuestra
seguridad. Estáis en vuestro sitial de piedra instalados de una vez para siempre. Sois los siete ángeles del cielo que no sufren nunca. ¡Ay! Yo podría perdonaros todo, oh gobernantes de la especie humana, si supiera que una sola vez, una sola hora habéis padecido la agonía en que yo me consumo…
Syme saltó aquí de su sitial, temblando de pies a cabeza.
—Lo veo todo —gritó—. Ya entiendo todo lo que pasa. ¿Por qué han de pelear entre sí todas las cosas de la tierra? ¿Por qué cada cosa insignificante se ha de sublevar contra el mundo? ¿Por qué quiere combatir la mosca al universo? ¿Por qué la florcita dorada ha de combatir al universo? Por la misma razón que me obligó a estar solo en el temeroso Consejo de los Días. Para que todo lo que obedece a una ley merezca la gloria y el aislamiento del anarquista. Para que todo el que lucha por el orden sea tan bravo, sea tan honrado como el dinamitero. Para que la mentira de Satanás caiga sobre la cara de este blasfemo, y a través de la tortura y las lágrimas, ganemos el derecho de contestarle a este hombre: ¡mientes! Todas
las agonías son pocas para adquirir el derecho de decirle al acusado: ¡nosotros también hemos sufrido!
"No es cierto que nunca nos hayan quebrantado, al contrario: hasta nos han descoyuntado en la rueda del tormento. No es cierto que nunca hayamos bajado de estos tronos: hemos descendido a los infiernos. Cuando este insolente compareció para acusarnos por ser felices, estábamos lamentándonos de dolores inolvidables. Rechazo la calumnia: no hemos sido felices. Puedo responder por todos y cada uno de los Grandes Guardianes de la Ley a quienes éste acusa. Al menos...
Y, al llegar aquí, volvió los ojos al Domingo en cuya ancha cara se dibujaba una extraña sonrisa.
—¿Y tú? —gritó Syme con voz espantosa— ¿Has sufrido tú alguna vez?
Y, a sus ojos, aquella cara pareció dilatarse de un modo increíble; agigantarse más que la máscara colosal de Memnón que, de niño, había hecho llorar de miedo a Syme. Aquella cara se hinchó por instantes, hasta llenar todo el cielo; después, todo se oscureció. Y en medio de la oscuridad, antes de que la oscuridad aniquilara su espíritu, Syme creyó oír una voz distante que repetía aquel lugar común que alguna otra vez había oído, quién sabe dónde: "¿Podréis beber en la copa en que yo bebo?"
Cuando, en las novelas, los hombres despiertan dé un sueño, vuelven a encontrarse generalmente en el sitio en que se habían quedado dormidos; bostezan en su sillón, o, si es en el campo, se levantan con todo el cuerpo molido. El caso de Syme fue mucho más extraño psicológicamente, concediendo que, en el sentido habitual de la palabra, no hubiera nada de real en las cosas que le habían sucedido. En efecto; más tarde pudo recordar claramente que había perdido el conocimiento ante la metamorfosis de la cara del Domingo, pero nunca pudo recordar cómo ni cuándo volvió en sí. Apenas logró darse cuenta, y esto poco a poco, de que andaba paseando por una calleja de barrio con un compañero de agradable conversación. Este compañero formaba parte de su drama reciente: era Gregory, el poeta de los cabellos rojos. Caminaban como viejos amigos, y estaban hablando de cualquier bagatela. Pero Syme sentía en sus miembros un vigor sobrenatural, y en su mente una nitidez cristalina que parecían superiores a lo que en aquel instante hablaba o hacía. Sentía como si fuera portador de alguna buena noticia casi increíble, junto a la cual todas las demás cosas resultaban meras trivialidades, aunque encantadoras trivialidades.
El alba comenzaba a romper en claros y tímidos colores; la naturaleza arriesgaba un primer intento de luz amarilla, y manteniendo a la vez su último intento de luz rosa. Soplaba una brisa limpia y suave, que no parecía venir del cielo, sino de alguna ventana abierta en el cielo. Y Syme se sorprendió un poco cuando, a uno y otro lado de la calle, reconoció los edificios rojos e irregulares de Saffron Park. No se figuraba estar tan cerca de Londres. Instintivamente, se internó por una calle blanca donde los pájaros madrugadores trinaban y saltaban, y se encontró frente a la reja de un jardín. Allí vio a la hermana de Gregory, la muchacha de la cabellera roja y dorada, que se entretenía en cortar lilas, mientras llegaba la hora del almuerzo, con esa inconsciente gravedad que suelen tener las muchachas.”



El hombre que fue jueves
G.K. Chesterton
Traducción: Alfonso Reyes


29 de nov. 2018

presentación 57 días en Piolín



Ayer, en la Biblioteca de Cerdanyola del Vallès  presentamos,  en la ciudad del autor , el libro 57 días en Piolín de Guiillem Martínez. Este libro es una  recopilación de sus crónicas periodísticas publicadas en la revista CTXT  desde el 7 de septiembre de 2017 hasta el 25 de marzo de 2018.



Las crónicas de Guillem Martínez son los  relatos de un  presente que se sucede sin tiempo para la reflexión en un entorno extremadamente emocional.  Envueltos en tensión de la que no puede escapar ni el cronista ni su público. En una guerra propagandística cruzada donde los mensajes deben ser decodificados y volcados de nuevo en párrafos numerados. Un párrafo, una idea. O una reflexión. O un apunte que sirva para contextualizar, para contrarrestar la propaganda,  para intentar arrojar luz y sentido a vuelapluma.





27 de nov. 2018

el himbre que fue jueves, cómic


G. K. Chesterton

El hombre que fue jueves

Ilustrado por: Marta Gómez-Pintado

Nórdica libros, 2015

168 páginas


Marta Gómez-Pintado, Madrid 1967.  Estudió Bellas Artes. Compagina su labor como pintora, dibujante, retratista, ilustradora y profesora de dibujo y pintura. Ha realizado diversas exposiciones de obra pictórica y obra gráfica. Ha ilustrado poesía  y algún pasaje de El Quijote.  Su primera visita al otro lado del espejo la hace con Alicia y Gulliver,  personal revisión de dichos mitos,  fundidos en un encuentro imaginario e ilustrados también por ella. Se identifica plenamente con André Breton cuando afirma «Soy todo lo que he hecho y todo lo que no he hecho».

26 de nov. 2018

" a la fe por la duda"


“El camino de transición religiosa de Chesterton es un complejo proceso intelectual que sigue siendo indispensable para entender su obra en general,  y particularmente El hombre que fue Jueves. Chesterton sufrió profundamente el fin del siglo XIX, con toda la decadencia de la época y el pesimismo en boga provisto por la filosofía de Schopenhauer, según la cual la vida y la libertad individual no son más que un espejismo que lleva a la humanidad a reproducirse a fin de perpetuarlo. Como estudiante de la Slade School of Art en el norte de Londres, Chesterton había iniciado una formación en arte (1892), etapa que vendría a significar el periodo más sombrío de su vida.  El Solipsismo desde el punto de vista filosófico y el Impresionismo como su manifestación artística,  se convirtieron en la pesadilla que llevó a Chesterton a dudar de la existencia misma de las cosas y del mundo a su alrededor, “un escepticismo ilustrado en la forma del subjetivismo”.  

Las palabras de su póstumamente publicada autobiografía son quizá las más elocuentes al respecto:

“No distinguía claramente entre el soñar y el despertar; no solo como un sentimiento sino como una duda metafísica, sentía como si todo fuese un sueño. Era como si hubiese proyectado yo mismo el universo desde mi interior, con todos sus árboles y estrellas; y eso está tan próximo a la noción de ser Dios que está manifiestamente todavía más próximo a la idea de estar loco”.  

Después de experimentar con distintas prácticas ocultistas (que ya habían seducido al joven poeta W.B. Yeats), Chesterton llevó el escepticismo y la decadencia a sus máximas consecuencias lógicas, lo cual produjo en él un profundo estado de depresión, y en sus personas más cercanas la certera impresión de que se encontraba en el camino directo a la locura. En este sentido, podría argumentarse que escribió El hombre que fue Jueves alrededor de 1907, como forma de aceptar su proceso de lucha en esta época a la que llamó “el horror enloquecedor de la irrealidad” y en otras partes “mi periodo de locura”.

El libro se inicia con un poema dedicado a su amigo de toda la vida Edward Clerihew Bentley, el cual sugiere la forma en la que Chesterton lidió con sus dificultades intelectuales y emocionales de la época.

Vuelvo a tener el libro que buscamos,
siento la hora que hace escapar,
más allá de la pisciforme Paumanok,
un grito de cosas más limpias.
Y el Clavel Verde se marchitó,
y rugieron al viento millones de briznas;
y, como pájaro que canta en la lluvia,
sensato, dulce y repentino,
la verdad habló desde Tusitala,
y el placer desde el dolor.
De repente, fresco y transparente,
como pájaro que canta en un cielo gris,
Dunedin habló a Samoa,
y la densa oscuridad se hizo día.

En esencia, Chesterton hace referencia en estas líneas al influjo de las voces de Walt Whitman y Robert Louis Stevenson, autores cuya obra afirmaba la existencia y la bondad básica de las cosas. Por medio de ambos escritores,  Chesterton encontró una salida intelectual para superar el estado depresivo y desarrollar lo que llamó una “filosofía de la gratitud”, recurrente en su obra posterior. Chesterton guardaría una deuda y admiración imperecederas con ambos autores.

El contexto de gestación de El hombre que fue Jueves está íntimamente ligado a los principales temas que plantea la obra. Se trata, a fin de cuentas, de un juego de identidades en donde se confunden constantemente la realidad y la ilusión, una preocupación esencial durante el periodo de depresión de Chesterton. La novela tiene todos los elementos propios de un sueño: la realidad es tomada por ilusión y la ilusión por realidad, resumiendo de esta forma el juego de máscaras de esta comedia fantástica y uno de los pilares conceptuales del pesimismo de su época.  No en vano C. S. Lewis había señalado distintas similitudes con la obra de Kafka , con la salvedad de que, como lo indica Garry Wills, en los libros de Kafka el hechizo nunca se rompe.

Gabriel Syme es el personaje principal de la obra, nombre que establece una clara referencia biográfica.  El apellido Syme se asemeja en su sonido a la palabra inglesa same (idéntico, igual), con lo que Chesterton parece estar diciendo que su personaje no es nadie más que él mismo. Además de su nombre, Syme es un policía pero sobre todo un poeta que viste una capa, otra característica que pudo haber definido al autor.

La historia comienza en un parque de un suburbio londinense, que pone en escena a Syme, Lucian Gregory y su hermana Rosamunda. Como parte de las situaciones paradójicas que van aconteciendo, Syme logra ser nombrado como Jueves (en lugar de Lucian), convirtiéndose en el nuevo miembro de un grupo de anarquistas en el cual cada persona lleva el nombre de uno de los días de la semana. A partir de esta curiosa hazaña, Chesterton relata, no sin humor y escalofríos, las peripecias de este policía encubierto en su nuevo rol como miembro del Consejo Central Anarquista que lidera el enigmático y gigantesco Domingo.

Para sorpresa de Syme y de los lectores, la historia discurre con el descubrimiento de que cada uno de los supuestos anarquistas es, en realidad, un policía enmascarado al igual que Syme. La cuestión medular de la historia se vuelve entonces confrontar y desenmascarar a Domingo, una tarea más compleja e intrincada que la misma identidad del líder del grupo. El relato va llegando a su final por medio de distintos extraños sucesos: Syme descubre que Domingo no solo es el presidente de los anarquistas, sino también la persona que lo contrató inicialmente como policía. En última instancia, y después de una extraña persecución de Domingo emprendida por todo Londres, un banquete surrealista pone fin a esta comedia, en el cual cada uno de los anarquistas/policías es vestido según el día de la Creación que representa en el relato del Génesis. Lucian Gregory interrumpe el banquete, y solo entonces logra Syme despertar de su inquietante sueño.
En efecto, el subtítulo del libro es “Pesadilla”,  y Chesterton pareció molestarse con los lectores y críticos que omitieron ese dato. En resumen, el relato fantástico de Chesterton tiene de todo.  Como escribiera Garry Wills,

comienza como una sátira política, se convierte rápidamente en una historia detectivesca, luego en una aventura de persecución, una pesadilla, una fantasía de soledad, un mito de la Naturaleza, un eco de profecía, un símbolo de creación, una teofanía; y cada uno de estos cambios es vital en el movimiento y personificación del significado.”

Ignacio Siles González
A la fe por la duda.
Una lectura metafísica de la paradoja en El hombre
que fue Jueves de G.K. Chesterton

24 de nov. 2018

presentació llibre





El dimecres 28 de novembre de 2018, a les 19 hores i a la Sala Enric Granados de la Biblioteca Central de Cerdanyola del Vallès, Vespres Literaris organitza la presentació del llibre del periodista cerdanyolenc Guillem Martínez, “57 días en Piolín”, editada per Lengua de trapo

Dades de l’autor i del llibre, extretes del mateix llibre:

“ Guillem Martínez (Cerdanyola del Vallès, 1965) és guionista (ha escrit en diverses sèries de ficció i programes televisius com Polònia) i periodista (Interviú,  Play-Boy, El País, El Salt, La Directa ... des de fa uns anys treballa a la revista CTXT-Contexto-).  És autor d'una òpera,  un parell de volums de poesia,  així com de diversos llibres de ficció i no ficció (és autor i editor de Franquisme Pop, La cançó d'estiu, Guia de Barcelona rebel, CT o Cultura de Transició i La gran il·lusió). És, potser,  l'autor de la seva generació amb més recopilacions periodístiques publicades.

“57 dies a Piolín” és la crònica del que es va veure (i el que no es va veure) a Catalunya entre setembre de 2017 i març de 2018, dies de soroll i fira cridats a marcar la història però que potser no tant. Sense trinxera que el protegeixi, amb el seu humor i lucidesa habituals, Guillem Martínez ha fet d'aquest llibre el vademècum de la societat post Règim del 78: per aquí desfilen la llarga ressaca de la socialdemocràcia,  els blaus del 15-M,  el daltonisme de la justícia,  la presbícia de la UE,  la depressió de l'estat de benestar i,  sobretot,  el raquitisme de la democràcia espanyola, a vui més vertical i concisa que mai.”

23 de nov. 2018

religión


Otro de los temas  principales de la obra es el religioso. En este pasaje se muestra claramente como Chesterton ve el personaje de Domingo como Dios y parafrasea pasajes de la Biblia :

“—¿Yo? ¿Qué soy yo? —rugió el Presidente, levantándose poco a poco a una increíble altura, como una ola que amenazara envolverlos
—. Quieren saber qué soy ¿no es verdad? Bull, usted es un hombre de ciencia: escarbe las raíces de esos árboles y pídales su secreto. Syme, usted es un poeta: contemple usted esas nubes de la mañana y dígame o díganos la verdad que encierran. Oigan ustedes lo que les digo: antes descubrirán el secreto del último árbol y de la nube más remota, que mi secreto. Antes entenderán ustedes el mar: yo seguiré siendo un enigma. Averiguarán ustedes lo que son las estrellas: no averiguarán lo que soy yo. Desde el principio del mundo todos los hombres me han perseguido como a un lobo, los reyes y los sabios, los poetas como los legisladores, todas las iglesias y todas las filosofías. Pero nadie ha logrado cazarme. Los cielos se desplomarán antes que yo me vea reducido a los últimos aullidos. A todos los he hecho correr más de la cuenta. Y lo voy a seguir haciendo.”


El hombre que fue jueves
G.K. Chesterton
Traducción: Alfonso Reyes

21 de nov. 2018

nuevo blog

captura de pantalla del blog

Francisco Jesús Galindo Sánchez, nuestro hombre en el sur,  ha abierto en internet página personal (JALEODELAPICES) donde compartir sus creaciones, que en ocasiones hemos transcrito en este blog. Desde Vespres Literaris aplaudimos su iniciativa y compartimos en nuestro espacio fraterno su ventana al mundo.

No me abstengo de copiar aquí su presentación:

“Me asignaron para volar un amplio territorio: sus coordenadas se extienden por el oeste, desde Maracaibo, hasta Jorairátar en el Sureste.... por aquí voy y vengo, sin dejar de escribir con mi métrica imperfecta que todo lo abarca y todo lo acoge, desobediente hasta la saciedad, solo para poder seguir comprendiendo,....solo para poder estar más cerca del pensamiento y del alma de los demás.”

¡Que así sea, amigo!!!!


20 de nov. 2018

caos y orden

Uno de los temas que transitan el libro de Chesterton es el choque entre elorden y el caos, ejemplificado en este diaólogo entre Gregory y Syme:

“—El artista es uno con el anarquista; son términos intercambiables. El anarquista es un artista.  Artista es el que lanza una bomba,  porque todo lo sacrifica a un supremo instante;  para él es más un relámpago deslumbrador, el estruendo de una detonación perfecta,  que los vulgares cuerpos de unos cuantos policías sin contorno definido. El artista niega todo gobierno, acaba con toda convención. Sólo el desorden place al poeta. De otra suerte, la cosa más poética del mundo sería nuestro tranvía subterráneo.

—Y así es, en efecto —replicó Mr. Syme.

—¡Qué absurdo! —exclamó Gregory, que era muy razonable cuando los demás arriesgaban una paradoja en su presencia—. Vamos a ver: ¿Por qué tienen ese aspecto de tristeza y cansancio todos los empleados, todos los obreros que toman el subterráneo? Pues porque saben que el tranvía anda bien; que no puede menos de llevarlos al sitio para el que han comprado billete; que después de Sloane Square tienen que llegar a la estación de Victoria y no a otra. Pero ¡oh rapto indescriptible, ojos fulgurantes como estrellas, almas reintegradas en las alegrías del Edén, si la próxima estación resultara ser Baker Street!

—¡Usted sí que es poco poético! —dijo a esto el poeta Syme—. Y si es verdad lo que usted nos cuenta de los viajeros del subterráneo, serán tan prosaicos como usted y su poesía. Lo raro y hermoso es tocar la meta; lo fácil y vulgar es fallar. Nos parece cosa de epopeya que el flechero alcance desde lejos a una ave con su dardo salvaje, ¿y no había de parecérnoslo que el hombre le acierte desde lejos a una estación con una máquina salvaje? El caos es imbécil, por lo mismo que allí el tren puede ir igualmente a Baker Street o a Bagdad. Pero el hombre es un verdadero mago, y toda su magia consiste en que dice el hombre: "¡sea Victoria!", y hela que aparece. Guárdese usted sus libracos en verso y prosa, y a mí déjeme llorar lágrimas de orgullo ante un horario del ferrocarril. Guárdese usted su Byron, que conmemora las derrotas del hombre, y déme a mí en cambio el Bradshaw ¿entiende usted? El horario Bradshaw, que conmemora las victorias del hombre. ¡Venga el horario!

—¿Va usted muy lejos? —preguntó Gregory sarcásticamente.

—Le aseguro a usted —continuó Syme con ardor— que cada vez que un tren llega a la estación, siento como si se hubiera abierto paso por entre baterías de asaltantes; siento que el hombre ha ganado una victoria más contra el caos. Dice usted desdeñosamente que, después de Sloane Square, tiene uno que llegar por fuerza a Victoria. Y yo le contesto que bien pudiera uno ir a parar a cualquier otra parte; y que cada vez que llego a Victoria, vuelvo en mí y lanzo un suspiro de satisfacción. El conductor grita: "¡Victoria!", y yo siento que así es verdad, y hasta me parece oír la voz del heraldo que anuncia el triunfo. Porque aquello es una victoria: la victoria de Adán.

Gregory movió la rojiza cabeza con una sonrisa amarga.

—Y en cambio —dijo— nosotros, los poetas, no cesamos de preguntarnos: "¿Y qué Victoria es ésa tan suspirada?" Usted se figura que Victoria es como la nueva Jerusalén; y nosotros creemos que la nueva Jerusalén ha de ser como Victoria. Sí: el poeta tiene que andar descontento aun por las calles del cielo; el poeta es el sublevado sempiterno.

—¡Otra! —dijo irritado Syme—. ¿Y qué hay de poético en la sublevación? Ya podía usted decir que es muy poético estar mareado. La enfermedad es una sublevación. Enfermar o sublevarse puede ser la única salida en situaciones desesperadas; pero que me cuelguen si es cosa poética. En principio, la sublevación verdaderamente subleva, y no es más que un vómito.”

El hombre que fue jueves
G.K. Chesterton
Traducción: Alfonso Reyes


19 de nov. 2018

santa cecilia 2018




Amb el concert de Santa Cecília d’enguany, l'Agrupació Musical de Cerdanyola del Vallès obre les celebracions del 20è aniversari de la seva fundació.  En aquest concert la Banda i la Coral de l’Agrupació interpretaran diverses peces operístiques.

A l’ Ateneu de Cerdanyola, el dissabte 24 de novembre de 2018, a les 19 hores, amb entrades al preu de 4 euros.

18 de nov. 2018

the man who was thursday



Cuadro de personajes:


DíaEtímologiaPersonajeEquivalencia Biblia
DomingoDel latin Dominus, Señor. Día dedicado a Dios Domingo Dios
LunesDedicado a la diosa romana Luna El Secretario Separación luz de las tinieblas
MartesDedicado al dios romano de la guerra, Marte GogolDivisión de las aguas
MiércolesDedicado al dios romano Mercurio, protector de los comerciantesEl MarquésCreación de la tierra
JuevesJove es Júpiter, el dios más importante Gabriel SymeCreación del sol y la luna
ViernesEn latín, Venere es Venus, la diosa de la belleza Profesor WormsCreación pájaros y peces
SábadoDel hebreo Sabbath, día de descanso de Dios Doctor BullCreación del hombre, descanso de Dios

16 de nov. 2018

el hombre que no fue jueves


El hombre que no fue Jueves

Juan Esteban Constaín

Random House, 2015

184 páginas

“Muchas novelas retratan lo real. Y muchas otras hallan en lo real una novela.  A esta segunda categoría pertenece el nuevo libro de Juan Esteban Constaín (Colombia, 1979), El hombre que no fue Jueves. Leí del escritor colombiano ¡Calcio! (2012) y me confundió entonces esa mezcla de realidad y ficción,  que nunca terminé de entender. De dicha novela me quedó la idea contradictoria de un libro muy bien escrito y a la vez muy fallido como artefacto de ficción. Ahora Constaín nos trae una historia absolutamente real,  la muy poco difundida pretensión del papa Pío XI de convertir en santo a G. K. Chesterton,  por un secretísimo servicio prestado a la Iglesia. Pero además de una novela hallada en lo real,  el libro de Constaín es un velado ensayo sobre el creador del célebre padre Brown. Y  también una defensa, literaria y moral.

El hombre que no fue Jueves está narrado en primera persona por un experto en lengua anglosajona.  Por tanto, la persona ideal para adentrarse en unos misteriosos textos escritos en aquella lengua. Todo comienza cuando nuestro privilegiado experto tiene que acudir a la sede papal, con el Papa en persona atendiéndolo, para recibir unos documentos y traducir parte de ellos. De lo que se trata es de los documentos que datan de 1929 y que Benedicto XVI desempolva. Al final se descubre que se trata de la orden de santificación de G. K. Chesterton por parte del papa Pío VI.

Con esta materia documental,  en la cual el principal protagonista es el mismo Chesterton, Juan Esteban Constaín urde una madeja ensayística, biográfica e intrahistórica.  El resultado no decepcionará a quienes gusten de las hipótesis literarias. Tampoco a los amantes de los hilos argumentales funcionando como digresiones o como relatos sueltos.  Cito por ejemplo el relato de la fuga de Casanova de la cárcel de Venecia,  una historia que Constaín nos cuela como quien no quiere la cosa,  resultando que,  a pesar de su arbitraria aparición (o tal vez a causa de ella),  el cuento adquiere un pleno sentido. Pero,  por sobre otras consideraciones literarias,  el libro de Constaín es una defensa de la figura de Chesterton.  Invita no solo a releer al autor de infinitas paradojas que conocemos,  al católico piadoso que se esconde detrás del padre Brown,  sino a releerlo en un contexto histórico,  filosófico y teológico.  El autor colombiano nos guía en la lectura de libros de Chesterton.  En la Autobiografía. Tal vez tenga razón cuando le pone reparos a La resurrección de Roma.  Pero no olvido que en ese libro de Chesterton hay esas misteriosas,  diría mejor mistéricas,  palabras: “La frase más importante es la frase que una generación entera se ha olvidado de decir, o que ha sentido que es inútil decir”. Invito a esta lectura. Es de las que colaboran a deshacer malentendidos. Y la obra y la vida de Chesterton están, injustamente,  llenos de ellos.”


J. Ernesto Ayala
El País
11 agosto 2015

15 de nov. 2018

cervantes 2018




Ida Vitale, la poeta uruguaya nacida en Montevideo el años 1923,  ha sido galardonada con el Premio Cervantes 2018. 




Agosto, Santa Rosa

Una lluvia de un día puede no acabar nunca,
puede en gotas,
en hojas de amarilla tristeza
irnos cambiando el cielo todo, el aire,
en torva inundación la luz,
triste, en silencio y negra,
como un mirlo mojado.
Deshecha piel, deshecho cuerpo de agua
destrozándose en torre y pararrayos,
me sobreviene, se me viene sobre
mi altura tantas veces,
mojándome, mugiendo, compartiendo
mi ropa y mis zapatos,
también mi sola lágrima tan salida de madre.
Miro la tarde de hora en hora,
miro de buscarle la cara
con tierna proposición de acento,
miro de perderle pavor,
pero me da la espalda puesta ya a anochecer.
Miro todo tan malo, tan acérrimo y hosco.
¡Qué fácil desalmarse,
ser con muy buenos modos de piedra,
quedar sola, gritando como un árbol,
por cada rama temporal,
muriéndome de agosto!  

Ida Vitale



14 de nov. 2018

solenoide


Solenoide 
Mircea Cartarescu , 2017
traducció: Antònia Escandell Tur
epíleg de Xavier Montoliu Pauli
Edicions del Periscopi, 2017
Col·lecció Antipoda
880 pàgines

Al Bucarest en blanc i negre de l’època comunista un professor d’extraradi transcendeix els límits de la realitat que l’envolta i posa en qüestió amb cinisme i humor una existència poblada de dones saturnines, metges sinistres, mestres mediocres i visionaris guillats.

Solenoide és l’obra magna de Mircea Cărtărescu, una recreació del que hauria estat la vida d’un escriptor fracassat. Un retrat de l’artista que lluita per resoldre el gran enigma que és el món a través d’experiències que transiten entre el somni i la realitat. Una aventura irresistible que mostra l’univers literari d’un dels escriptors més contundents de l’actualitat. 
«El meu primer pensament, un cop acabada la lectura, va ser el d’escriure a la meva targeta de visita: “Jo he llegit Solenoide”. És un esdeveniment que d’alguna manera et parteix la vida en dos: qui llegeixi aquest llibre deixarà de ser un lector comú.» 
Gabriel Liiceanu
«Cada llibre de Mircea Cărtărescu és una petita victòria de la literatura. Pocs autors són capaços d’anar tan al fons de si mateixos. Llibre rere llibre ens confirma que la seva és una de les aventures literàries més sòlides de les lletres contemporànies.» 
Francesc Serés, El País



arte y socialismo



Conferencia pronunciada por William Morris (1834-1896, arquitecto, diseñador textil, poeta, novelista y activista socalista. Vinculado al movimiento Arts and Crafts, fue uno de los principales promotores de la reactivación del arte textil tradicional.  a la producción en cadena e industrial. Fue un gran defensor de la conservación del patrimonio arquitectónico religioso y civil. Fue un gran difusor del movimiento socialista británico inicial) ante la Sociedad Secular de Leicester (Inglaterra) el 23 de enero de 1884.

“Amigos míos, quiero que consideréis la relación existente entre el arte y el comercio, utilizando esta última palabra para expresar lo que corrientemente indica, es decir, ese sistema de competencia en el mercado que es, en verdad, la única forma que la mayoría de la gente, en la actualidad, considera pueda tomar el comercio
Claro que así como ha habido épocas en la historia del mundo en que el arte mantenía su supremacía sobre el comercio, en que el arte era mucho y el comercio, tal como nosotros entendemos la palabra, era muy poco, ahora, por el contrario, todos aceptaremos, imagino, que el comercio se ha convertido en algo de una importancia enorme, y el arte en algo de muy poca importancia. Digo que, en general, se aceptará esa idea, aunque personas diferentes mantengan opiniones diferentes no solo respecto a la bondad o maldad de ello, sino incluso respecto al significado de decir que el comercio se haya convertido en algo de importancia suprema y el arte se haya hundido hasta convertirse en asunto sin importancia
Permitidme que os dé mi opinión sobre lo que esto significa, lo cual me llevará a pediros que consideréis qué remedios deberán ser aplicados para curar los males que existen en las relaciones entre arte y comercio
Os voy a hablar con toda franqueza. Me parece que la supremacía del comercio (según entendemos esa palabra) es un mal, y un mal muy grave: y diría que es un mal sin mezcla alguna de bien, a no ser por esa extraña continuidad de la vida que fluye por todos los acontecimientos históricos y por cuyo medio hasta los mismos males de ciertos periodos tienden a abolirse por sí mismos,
Porque, en mi opinión, lo que quiere decir es esto: el mundo de la civilización moderna en su carrera para ganar una prosperidad material muy desigualmente repartida, ha suprimido enteramente el arte popular; o, en otras palabras, la mayor parte de la población no tiene ninguna participación en el arte, que, tal como están las cosas, debe ser conservado en las manos de unos pocos ricos o acomodados que, podemos decir honradamente, lo necesitan menos, y no más, que los esforzados trabajadores.
Pero no es ese todo el mal ni la parte peor de él, porque la causa de esta hambre de arte es que, si bien la gente trabaja en todo el mundo civilizado con el mismo ardor con que siempre lo hizo, ha perdido -al perder un arte que estaba hecho por y para el pueblo- el solaz natural de su trabajo, un solaz que en otro tiempo tuvieron y que siempre debieron haber tenido, la oportunidad de expresar a sus semejantes su propio pensamiento mediante ese mismo esfuerzo, mediante ese trabajo diario que la naturaleza o la costumbre inveterada -una segunda naturaleza- de hecho les exige, pero sin que signifique una carga repulsiva y sin recompensa
Sin embargo, debido a una extraña ceguera y a un extraño error de la civilización de los últimos tiempos, casi todo el trabajo, ese trabajo del cual alguna parte debiera haber sido compañero servicial de todos los hombres, ha llegado a convertirse en una carga tal que todos los hombres, si pudieran, se liberarían de ella. He dicho que la gente trabaja no menos laboriosamente que lo hizo en el pasado; pero creo que debiera haber dicho que trabajan más laboriosamente aun.
Esas máquinas maravillosas que en manos de hombres justos y previsores habrían sido utilizadas para aminorar el trabajo repulsivo y para conceder placer -o, en otras palabras, incremento de vida- a la raza humana, han sido usadas, por el contrario, de tal modo que han llevado a los hombres a una precipitación frenética y a la prisa, y con ello han destruido todo placer, es decir, toda vida, por todas partes; en vez de aligerar el esfuerzo de los trabajadores lo han intensificado, y con ello han añadido más cansancio aun a la carga que los pobres deben soportar.
Y no se puede argüir en defensa del sistema de la civilización moderna que sus solas ganancias materiales o corporales equilibran la perdida de placer que ella ha traído al mundo; porque, como antes sugerí, esas ganancias han sido divididas tan injustamente que el contraste entre ricos y pobres se ha visto enormemente intensificado, de modo que en todos los países civilizados, pero sobre todo en Inglaterra, se exhibe el terrible espectáculo de dos pueblos que viven en calles vecinas, en puertas vecinas, pueblos de la misma sangre, de la misma lengua y que viven, al menos teóricamente, bajo las mismas leyes y sin embargo, el uno es civilizado y el otro es incivilizado Todo esto, digo, es resultado del sistema que ha estrangulado el arte y exaltado el comercio hasta convertirlo en una religión sagrada; y parecería que está dispuesto, con esa terrible estupidez que es su característica primordial, a burlarse del noble consejo de aquel satírico romano, cambiándole el sentido, y así ahora se nos pide que, en nombre de la vida, destruyamos la razón de vivir
Y ahora, frente a esa estúpida tiranía, presento mi reivindicación en nombre del trabajo esclavizado por el comercio, reivindicación que sé que ninguna persona con dos dedos de frente podrán tachar de irracional; pero que si se llevara a cabo implicaría un cambio tal que derrocaría el comercio, es decir, que establecería la asociación en lugar de la competencia, el orden social en vez de la anarquía individualista.
A pesar de todo, he considerado esta reivindicación a la luz de la historia y de mi propia conciencia y me parece que, considerada de ese modo, es una reivindicación muy justa y que resistirse a ella quiere decir, ni más ni menos, negar toda esperanza a la civilización. Esta es, pues, mi reivindicación: Es justo y necesario que todo hombre trabaje en algo que valga la pena, que sea agradable de hacer por sí mismo y que se realice bajo unas condiciones que no lo hagan ni excesivamente fastidioso ni excesivamente angustioso.
Por más vueltas que le dé a esa reivindicación, por más que piense en ella, no puedo encontrar que sea una petición descabellada; sin embargo, repito que si la sociedad la admitiera (o pudiera admitirla) la faz del mundo cambiaría; el descontento, la lucha y la deshonestidad terminarían. ¡Sentir que estamos realizando un trabajo útil para los demás y agradable para nosotros, y que ese trabajo y su debida recompensa nunca nos faltaran! ¿Qué grave perjuicio podría ocurrirnos en tales circunstancias? Y el precio que deberíamos pagar para dar al mundo esa felicidad sería la revolución: socialismo en vez de laissez faire.
¿Cómo podemos nosotros, las clases medias, ayudar a que se realice ese estado de cosas, esa situación que sería, en la mayor medida posible, lo contrario del estado de cosas actual? Lo contrario, ni más ni menos. Porque, en primer lugar, el trabajo debe valer la pena: ¡Pensad en el cambio que ello implicaría en el mundo! Os digo que me siento aterrado al pensar en la inmensidad del trabajo que se lleva a cabo con el único objetivo de hacer cosas inútiles.
Para cualquiera de nosotros lo bastante fuerte para pasear por dos o tres calles principales de Londres, sería un día de trabajo instructivo anotar con detalle todo lo que se exhibe en los escaparates que resulta embarazoso o superfluo en la vida diaria de un hombre sensato. Más aun, la mayoría de esas cosas no hay nadie que las quiera en absoluto, sensato o insensato; tan solo una estúpida costumbre hace que hasta aquellos de mente más ligera supongan que las quieren, e incluso para muchos que las compran se convierten en auténticos estorbos para el trabajo, para el pensamiento y para el placer. Pero os ruego que penséis en la enorme cantidad de hombres que se ocupan de esos miserables cachivaches, desde los ingenieros que han tenido que hacer las máquinas para elaborarlos, hasta los míseros escribientes que pasan el día sentados, año tras año, en las horribles cuevas en que se lleva a cabo todo el intercambio, y los vendedores que los venden al por menor entre un sinfín de insultos que deberán escuchar sin ofenderse; y el público ocioso que no los quiere, pero que los compra para aburrirse y hartarse totalmente de ellos.
Estoy hablando de las cosas meramente inútiles; pero hay otros objetos que no sólo son totalmente inútiles, sino que son activamente destructivos y venenosos y obtienen buen precio en el mercado; por ejemplo, la comida y bebida adulteradas. Es ingente el número de esclavos que el comercio competitivo emplea para producir ruindades semejantes. Pero también a gran distancia de ello existe una enorme masa de trabajo que se desperdicia, simple y llanamente; muchos miles de hombres y de mujeres que no hacen nada, con esfuerzo terrible e inhumano que aniquila sus almas y acorta su misma vida animal
Todos estos son esclavos de lo que se llama el lujo, que en el sentido moderno de la palabra comprende una masa de riqueza falsa, invento del comercio competitivo y que esclaviza no solo a los pobres que están obligados a trabajar en su producción, sino también a los desventurados y bastante infelices que las compran para atormentarse con su estorbo.
Ahora bien, si queremos que exista el arte popular o simplemente el arte del tipo que sea, debemos liberarnos de una vez por todas de esos lujos; son los sustitutos, los falsarios del arte; y tanto es así que los que no conocen nada mejor han llegado a considerarlo arte, solaz divino del trabajo humano, emoción en la dura práctica diaria del difícil arte de vivir.
Pero digo que el arte no puede vivir en esta situación ni en ella puede haber estimación propia. El afeminamiento y la brutalidad son sus compañeros, a ambos lados. Y somos ante todo nosotros, las clases acomodadas, quienes debemos librarnos de todo ello si deseamos seriamente ese nuevo nacimiento del arte; y si no, entonces la corrupción está excavando ya una terrible fosa de perdición para la sociedad, de la cual podrá, ciertamente surgir tal vez ese nuevo nacimiento, pero con toda certeza lo hará entre el terror, la violencia y la miseria.
En realidad, ya sería algo que valdría la pena con tal de que nos desembarazara, a la gente acomodada, de esta montaña de escombros, de las cosas que todos sabemos que no tienen ninguna utilidad; los mismos capitalistas saben bien que no existe una demanda genuina y sana de ellas, y están obligados a ponerlas a hurtadillas en manos del público, avivando un deseo febril de excitación barata, cuya muestra externa se conoce con el nombre convencional de moda, un monstruo extraño nacido en la vacuidad de la vida de los ricos y de la ambición del comercio competitivo por sacar el mayor partido posible de la gran masa de trabajadores a los que adiestra, como meros instrumentos, para lo que se llamara "hacer dinero".
No creáis que es poca cosa resistir a ese monstruo de locura; pensar por vuestra propia cuenta en lo que realmente deseáis, no solo os convertirá en hombres y mujeres, sino que también os puede llevar a pensar en los deseos auténticos de los demás, puesto que pronto encontrareis, cuando lleguéis a conocer una obra de arte, que el trabajo de esclavos es indeseable Y aquí, además, se encuentra al menos un pequeño signo por el cual podemos distinguir entre un pingajo de la moda y una obra de arte: mientras que los juguetes de la moda, al perder el brillo, pierden en realidad todo valor, incluso para los frívolos, una obra de arte, por humilde que sea, siempre permanece; nunca nos cansamos de ella; mientras quede un fragmento, será valiosa e instructiva para cada nueva generación. Todas las obras de arte, en resumen, tienen la propiedad de hacerse venerables en medio de ruinas; y es razonable que así sea, porque desde el principio existió en ellas un alma, el pensamiento del hombre, que se hace visible mientras existe el cuerpo en el que fue injertada.
Y esta última frase me lleva a considerar el otro aspecto de la necesidad de que el trabajo se ocupe solamente de hacer objetos que valga la pena hacer. Hasta ahora hemos estado pensando en ello solamente desde el punto de vista del usuario; claro que, incluso considerado de ese modo, ya tenía bastante importancia; sin embargo, desde el otro punto de vista, desde el del productor, tiene aún mayor importancia.
Porque repito que, al comprar estas cosas, ¡son vidas humanas lo que compráis! ¿Seréis participes, debido tan solo a la locura e irreflexión, del crimen que cometen quienes obligan a sus hermanos a trabajar inútilmente? Porque cuando dije que era necesario que todas las cosas que se fabricaran valieran la pena, planteé esa reivindicación principalmente en nombre del trabajo, puesto que el despilfarro de hacer objetos inútiles aflige doblemente al trabajador. Como parte del público, se ve forzado a comprarlos, y la mayor parte de su mísero jornal es absorbida por una especie de sistema universal de trueque; como productor, esta forzado a hacerlo; y, así a perder el mismo fundamento de ese placer en el trabajo diario que es su derecho de nacimiento; está obligado a trabajar sin alegría fabricando el veneno que el sistema de trueque le obliga a comprar. Así que ese ingente número de hombres que se ven obligados por la locura y por la avaricia a fabricar cosas dañinas e inútiles, es sacrificado a la sociedad.
Mantengo que esto sería terrible e insoportable, aunque se sacrificara por el bien de la sociedad, si fuera posible; pero si se sacrifican, no por el bienestar de la sociedad, sino por su capricho, para aumentar su degradación, ¿qué aspecto tendrán entonces el lujo y la moda? Por una parte, despilfarro ruinoso y agotador que nos lleva de corrupción en corrupción hasta terminar en un cinismo completo y en la desintegración de toda sociedad; por otra parte, opresión implacable que destruye todo placer y toda esperanza de vida y que lleva.... ¿hacia dónde? He aquí, pues, una tarea para nosotros, las clases medias, antes de poder alisar el terreno para el nuevo nacimiento del arte, antes de poder limpiar nuestras propias conciencias de la culpa de esclavizar a los hombres mediante el trabajo. Algo es; y, si pudiéramos hacerlo, tal vez eso solo sería suficiente y de ahí se derivarían todos los otros cambios saludables; pero, ¿podemos hacerlo? ¿Podemos escapar de la corrupción de esta sociedad que nos amenaza? ¿Podemos nosotros, las clases medias, regenerarnos a nosotros mismos?
A primera vista se diría que un conjunto humano tan poderoso que ha levantado ese edificio gigantesco del comercio moderno, cuya ciencia, inventiva y energía ha subyugado las fuerzas de la naturaleza para hacerlas servir a sus propósitos cotidianos, y que guía la organización que mantiene subyugados esos poderes naturales de un modo casi milagroso; a primera vista se diría, sin miedo a equivocarse, que un grupo de hombres opulentos tan considerable podría hacer todo lo que quisiese.
Y, sin embargo, lo dudo; su propia creación, ese comercio del que esta tan orgulloso, se ha convertido en su amo; y todo lo que nosotros, las clases acomodadas -algunos con júbilo triunfante; otros con satisfacción estúpida, y algunos con tristeza de corazón-, estamos obligados a admitir es que el comercio no fue hecho para el hombre sino que el hombre fue hecho para el comercio.
Por todas partes estamos obligados a admitirlo. En la clase media inglesa actual, por ejemplo, se encuentran hombres de altas aspiraciones artísticas y de voluntad decidida, hombres que están profundamente convencidos de la necesidad de que la civilización rodee de belleza las vidas humanas; y muchos hombres de menor importancia, miles de ellos, me consta, refinados y cultivados, les siguen y alaban sus opiniones; pero tanto los dirigentes como los dirigidos son incapaces de salvar ni siquiera a media docena de hombres del pueblo de las garras del comercio inexorable; se hallan tan indefensos, pese a su cultura y a su talento, como si fueran todos ellos simples zapateros sobrecargados de trabajo; menos afortunados que el rey Midas, nuestros verdes campos y nuestras aguas claras e incluso el mismo aire que respiramos, se han convertido, no en oro (lo cual tal vez nos hubiera gustado a algunos durante cierto tiempo), sino en polvo; y, para hablar sin tapujos, sabemos con toda certeza que no es solo que bajo este evangelio actual del capital no haya esperanza alguna de mejora, sino que las cosas empeoran de año en año, de día en día. Comamos y bebamos, que mañana moriremos sofocados por la suciedad.
Dejadme que os ofrezca un ejemplo directo de la esclavitud del comercio competitivo en que vivimos nosotros, desventurados miembros de la clase media. Os he exhortado a dejar a un lado los lujos, a que os desnudéis de estorbos innecesarios, a la simplificación de la vida, y creo que estaréis totalmente de acuerdo conmigo en ello. Bien, he pensado muchas veces que una de las circunstancias más hirientes que se engarzan en nuestro sistema de clases actual es la relación que existe entre nosotros, los ricos, y nuestros criados; nosotros y nuestros criados vivimos juntos bajo el mismo techo, pero somos casi totalmente extraños los unos a los otros, pese a la afabilidad y buenos sentimientos que a menudo existen por ambas partes; no, extraños es una palabra suave; aunque seamos de la misma sangre y estemos ligados por las mismas leyes, vivimos juntos como personas de tribus diferentes. Ahora pensad en las consecuencias que ello tiene en el trabajo doméstico ordinario de cada día en un hogar y en si cabe la posibilidad de simplificar nuestras vidas mientras tal sistema perdure. Para no ir más lejos, las que seáis amas de casa sabéis muy bien (como me ocurre a mí, puesto que he aprendido el arte útil de hacer la comida) en qué manera se simplificaría el trabajo diario si las comidas más importantes pudieran tomarse en común; si no existiera doble comida, una en el piso principal y otra debajo. Y, evidentemente, nosotros, que pertenecemos a un siglo amante de la educación, no podemos ignorar el valor educativo que tendría para los miembros menos refinados de un hogar reunirse con los más refinados, una vez al día por lo menos; observar los modales elegantes de las señoras bien educadas, participar en la conversación de hombres de cultura y de viajes, de hombres de acción y de imaginación; creedme que aventajaría en mucho a la enseñanza primaria.
Más aun, este asunto se relaciona con nuestro tema del arte: porque observad, como muestras de esa estupidez de nuestra civilización de pacotilla, que nuestros hogares acomodados están obligados a ser estúpidas madrigueras de conejos en vez de estar planeados según el antiguo sistema racional utilizado desde la época de Homero hasta pasados los tiempos de Chaucer; una gran sala, digamos, y unas cuantas habitaciones unidas a ella para dormir o en las que encerrarse. No es extraño que nuestras casas sean complicadas e innobles, porque las vidas que en ellas se viven son también complicadas e innobles En ese caso, ¿por qué los que hemos pensado en ello, pues estoy seguro de que muchos de nosotros lo hemos hecho, no cambiamos esta costumbre mezquina y vulgar, simplificando nuestras vidas con ello y educando a nuestros amigos, a cuyos esfuerzos debemos tantas comodidades? ¿Por qué vosotros -y yo- no os ponéis a hacerlo mañana mismo?
Porque no podemos; porque nuestros siervos no lo aceptarían, sabiendo, como sabemos nosotros, que ambas partes serían, con ello, más desgraciadas. ¡La civilización del siglo XIX prohíbe compartir el refinamiento de un hogar a sus miembros! Así que, ya lo veis, si nosotros, la clase media pertenecemos a un pueblo poderoso -lo cual, en buena fe, es cierto-, no hacemos más que representar un papel que ya se ha interpretado muchas veces en la historia mundial; somos grandes, pero desdichados; somos gente importante y digna, pero moralmente aburrida; hemos comprado nuestro poder al precio de nuestra libertad y de nuestro placer De modo que, en respuesta a la pregunta de si podemos alejar de nosotros los lujos y vivir vidas sencillas y decentes, digo que solo podremos cuanto estemos libres de la esclavitud del comercio competitivo; antes no. Con certeza algunos de vosotros deseáis ser libres, habéis sido educados y sois refinados, y vivificasteis vuestra percepción de la belleza y del orden solo para que pudiera ser sacudida y lesionada en todo momento por la brutalidad del comercio competitivo; habéis sido tan perseguidos y acosados por él que, aunque gocéis de buena posición, incluso aunque quizás seáis ricos, no tenéis ahora nada que perder de la revolución social; el amor al arte, es decir, al placer auténtico de la vida, os ha llevado a tal punto que debéis compartir vuestra suerte con la de los esclavos asalariados del comercio competitivo; vosotros y ellos debéis ayudaros los unos a los otros, y tener una esperanza en común; de lo contrario, vosotros, en cualquier caso, viviréis y moriréis sin esperanza y sin ayuda. A vosotros, que deseáis ser liberados de la opresión de los buscones del dinero, os digo: ¡Esperad el día en que seréis obligados a ser libres! Mientras tanto, si por otro lado esa opresión apenas nos ha dejado algún trabajo que valga la pena hacer, una cosa al menos queda por la que luchar; la elevación del nivel de vida en aquellos casos en que se encuentra en su punto más bajo o en un punto bajo; eso pondrá alguna traba al comercio competitivo triunfante. Y no puedo concebir nada que tenga más probabilidades de elevar el nivel de vida que la labor de convencer a algunos millares de personas que viven de su esfuerzo, de la necesidad que tienen de apoyar la segunda parte de la reivindicación que he hecho en nombre del trabajo, es decir, que el trabajo sea agradable de por sí. Si pudiéramos simplemente convencerles de que esa extraña revolución del trabajo sería de beneficios infinitos no solo para ellos, sino para todos los hombres, de que es tan perfectamente justo y natural que lo contrario, es decir, que la mayor parte del trabajo humano resulte penoso, es una mera monstruosidad de estos últimos tiempos, que debe, a largo plazo, acarrear ruina y confusión a la sociedad que lo permite; si tan solo pudiéramos convencerles, en ese caso, en efecto, existiría la oportunidad de que la frase arte del pueblo fuera algo más que meras palabras.
A primera vista, sin duda alguna, podrá parecer imposible conseguir que hombres nacidos bajo el actual sistema del comercio entiendan que el trabajo pueda ser para ellos una bendición; no en el sentido con que a veces les predican esa idea aquellos cuyo trabajo es ligero y de fácil evasión; tampoco como una tarea necesaria que la naturaleza impone a los pobres en beneficio de los ricos; tampoco solo como un opio que atonte su sentido del bien y del mal, que les haga estar sentados, sin protestar, bajo sus cargas, hasta el fin del tiempo, bendiciendo al señor y a su familia: podrían entender con bastante facilidad todas estas cosas, y algunas veces las escucharían con cierta muestra de complacencia, al menos en caso de pensar que pudieran sacar algo de nosotros con ello. Pero la doctrina auténtica de que el trabajo debe ser una bendición real y tangible, en sí misma, para el trabajador, un placer incluso como ahora lo son el sueño y las bebidas fuertes, podrá parecer muy difícil de entender, siendo, como es, tan diferente de todo lo que han encontrado que es el trabajo
Sin embargo, aunque la mayor parte del trabajo humano se soporta solamente como se soporta un mal necesario (la enfermedad, por ejemplo, mi experiencia al respecto es que, bien sea debido a un cierto carácter sagrado del trabajo manual que se injerta en él, incluso bajo las peores circunstancias, o bien porque el pobre, llevado por la necesidad a tratar de cosas terriblemente reales, cuando piensa -si es que lo hace- en tales asuntos lo hace menos convencionalmente que los ricos; sea lo que fuere, mi experiencia al respecto es que el trabajador encuentra más fácil de entender la doctrina de la reivindicación del placer en el trabajo que puedan encontrarlo los ricos o los de clase acomodada.
Dejando aparte cualquier palabra trivial que pueda añadir, me ha sorprendido encontrar, por ejemplo, en públicos de la clase trabajadora una admiración tan apasionada hacia John Rankin; pueden verlo como profeta, más que como el retórico fantástico que descubren en él los públicos de mayor finura. Es esto un buen augurio, me parece, de la educación de los tiempos venideros. Pero nosotros, a veces tan teñidos de cinismo, debido a nuestro desamparo en el mundo repugnante que nos rodea y nos oprime, ¿no podemos acaso levantar nuestras propias esperanzas, de algún modo, hasta el punto de pensar que la esperanza que pueda aun brillar en los millones de esclavos del comercio es algo mejor que una mera ilusión, que una falsa aurora de una noche encapotada contra la que solo lucha la luna? Recordemos que aún quedan en el mundo monumentos que nos muestran que no siempre fue todo el trabajo humano un pesar y una carga para los hombres. Pensemos en la hermosa y señorial arquitectura, por ejemplo, de la Europa medieval: en los edificios levantados antes de que el comercio hubiera puesto la piedra cimera del edificio de la tiranía al descubrir que la fantasía, la imaginación, el sentimiento, la alegría de la creación y la esperanza de un renombre justo son mercancías demasiado preciosas para que puedan comprarlas hombres sin dinero, simples artesanos y jornaleros. Recordemos que hubo un tiempo en que los hombres hallaban un placer en su trabajo diario, pero, sin embargo, respecto a otros asuntos ansiaban la luz y la libertad incluso tanto como ahora se desean: su tenue esperanza se hacía cada vez más brillante y veían que se iba acercando de día en día su realización aparente, y la contemplaban con tanta ansiedad que no se dieron cuenta de que el enemigo que siempre acecha, la opresión, había cambiado de forma y les estaba robando lo que ya habían conseguido en aquellos días en que la luz de su nueva esperanza no era sino débil destello; de este modo perdieron su vieja ganancia, y a falta de ella, esa nueva ganancia les fue cambiada y desperdiciada y se convirtió en algo que no era mucho mejor que lo que habían perdido Entre los días que ahora transcurren y el final de la Edad Media, Europa ha ganado libertad de pensamiento, aumento de conocimientos y gran talento para tratar con las fuerzas materiales de la naturaleza; junto con todo ello, una relativa libertad política y un respeto hacia las vidas de los hombres civilizados, y otros logros que acompañan a todo ello; sin embargo, digo deliberadamente que si la situación actual de la sociedad continúa, ella ha comprado esas ganancias a un precio demasiado alto; la pérdida del placer del trabajo diario que en otro tiempo proporcionó auténtico solaz en los temores y opresiones de una masa de hombres: la muerte del arte fue un precio demasiado alto que tuvimos que pagar a cambio de la prosperidad material de las clases medias
Doloroso fue, ciertamente, que no pudiéramos mantener nuestras manos llenas, que nos viéramos obligados a derramar con una mientras recogíamos con la otra; sin embargo, en mi opinión, aun es más grave ser inconscientes de la pérdida o, siendo escasamente conscientes de ella, tener que forzarnos a olvidarla y a proclamar en alta voz que todo va bien. Porque, aunque todo no vaya bien, sé que la naturaleza humana no ha cambiado tanto en tres siglos que nos permita decir a todos los milenios que les precedieron: "Os equivocasteis al amar el arte; ahora hemos descubierto que lo que todos los hombres necesitan es alimentos, ropas y cobijo, y un barniz de conocimientos sobre la forma material del universo. La creación no es ya una necesidad del alma humana; la mano derecha bien puede olvidar su instinto; el hombre no empeorara por ello
Trescientos años, un día en el transcurso del tiempo, no han cambiado la naturaleza del hombre irremisiblemente, podéis estar seguros; un día recobraremos el arte, es decir, el placer de la vida; devolveremos el arte a nuestro trabajo diario: ¿Dónde está, pues, la esperanza?, "nos podéis decir, "Mostrádnosla". La esperanza se encuentra precisamente en el mismo lugar en que la esperanza antigua nos defraudó. Abandonamos el arte por lo que creíamos ser luz y libertad, pero lo que compramos no fue, ni mucho menos, luz ni libertad: la luz mostró muchas cosas a que los de clase acomodada que se tomaron la molestia de buscarlas; la libertad dio a la clase media muchas posibilidades, si se preocupaban de utilizar esa libertad; pero estos eran, en el mejor de los casos, pocos; a la mayoría de los hombres la luz les mostró que ya no necesitaban andar en busca de una esperanza y que la libertad había otorgado a la mayoría de los hombres la libertad de aceptar, con un sueldo miserable, el trabajo de esclavos que se hallara más cercano o, por el contrario, verse obligados a morir de hambre.
Ahí está nuestra esperanza, os digo. Si el trato hubiera sido realmente justo, totalmente completo, entonces lo único que se podría hacer es enterrar el arte y olvidar la belleza de la vida; pero ahora la causa del arte puede apelar a algo más: nada menos que a la esperanza que la gente tiene en la vida feliz que aún no se les ha concedido. Ahí está nuestra esperanza: la causa del arte es la causa del pueblo
Pensad en un momento histórico, ¡y vuestra esperanza despertará! Hubo un tiempo en que el poder de Roma abarcaba, en abrazo envenenado, todo el mundo de la civilización. Todos los hombres -incluso los mejores, podéis ver en los mismos evangelios- pensaban que ese imperio estaba llamado a durar eternamente: los que en él vivían no podían imaginar que existiera en el mundo, fuera de él, nada digno de consideración; pero los días pasaron, y aunque nadie advirtiera los presagios del cambio que se avecinaba, el cambio, sin embargo, llegó, como llega un ladrón en la noche, y los bárbaros, ese mundo que se extendía fuera del dominio de Roma, cayeron sobre ella; y los hombres, ciegos de terror, lamentaron el cambio y consideraron que el mundo había sido destrozado por la furia del Norte.
Pero incluso esa furia trajo consigo ciertas cosas totalmente extrañas a Roma y que en otro tiempo habían sido el alimento que nutriera sus glorias: odio a la mentira, desprecio a las riquezas, menosprecio hacia la muerte, fe en la reputación honrada obtenida por el esfuerzo tenaz, amor honorable hacia las mujeres...., todas esas cosas trajo consigo la furia del Norte, como el torrente de la montaña transporta el oro, y así Roma se hundió y surgió Europa y la esperanza del mundo renació Para un espíritu sensible, esta historia del pasado servirá de parábola de los días que han de venir, del cambio que se nos avecina, ahora oculto en el seno de los bárbaros de la civilización, del proletariado; y a nosotros, las clases medias, sostén del sistema poderoso y monstruoso del comercio competitivo, atañe limpiar nuestras almas de avaricia y de cobardía y enfrentarnos con ese cambio que, otra vez, está en el camino; comprender la bondad y la esperanza que trae consigo, pese a todas las amenazas de violencia, pese a toda esa repugnancia, que no engendró él, sino que fue engendrado por el mismo sistema que está llamado a destruir.
Quiero decir, una vez más, que la mejor esperanza que tenemos nosotros, las personas acomodadas, los que amamos el arte, no como un juguete, sino como algo necesario para la vida del hombre, como muestra de su libertad y de su felicidad, es la de elevar el nivel de vida del pueblo; o, en otras palabras, conseguir la reivindicación que plantee en nombre del trabajo y que ahora expondré de modo diferente, para que intentemos ver cuál es el obstáculo mayor que nos impide hacer que esa reivindicación se cumpla y cuáles son los enemigos que debemos atacar. Así que voy a exponer de nuevo esa reivindicación:
El trabajo humano no deberá producir nada que no valga la pena, y ese trabajo no deberá ser degradante para los trabajadores.
Por sencilla que parezca esta proposición, y creo que os debe parecer tan cierta como me parece a mí, al meditar sobre este asunto veréis que es una amenaza de muerte directa contra el sistema actual de trabajo de los países civilizados. Este sistema, que he llamado comercio competitivo, es claramente un sistema de guerra; es decir, de despilfarro y de destrucción; o, si queréis, un juego de tahúres, cuyas reglas son que todo lo que un hombre puede ganar bajo ese sistema lo gana a costa de lo que otro pierde. Tal sistema no presta atención -ni puede prestarla- al problema de si vale o no la pena fabricar ciertos objetos; ni le preocupa una cosa, y una cosa sola, es decir, lo que llama obtener un beneficio, palabra que ha llegado a ser usada tan convencionalmente que debo explicaros lo que realmente significa, y es esto: ¡el despojo del débil por el fuerte! Y quiero añadir que este sistema es, por su propia naturaleza, destructor del arte, es decir, destructor de la felicidad de la vida. Toda consideración que pueda existir por la vida del pueblo en la actualidad, todo lo que se haga que tenga algún valor, se hace pese al sistema y en contra de sus máximas; y es muy cierto que todos nosotros, al menos tácitamente, admitimos que se opone a las aspiraciones más altas de la humanidad.
¿Es que acaso no sabemos cómo trabajan esos hombres de talento que son la sal de la tierra, sin los cuales la corrupción de la sociedad hace ya tiempo hubiera llegado a hacerse insoportable? Los poetas, los artistas, los científicos, ¿no es cierto que en sus días jóvenes y gloriosos, cuando alcanzan el cenit de su fe y de su entusiasmo, se ven constantemente frustrados por la guerra comercial con su irónica pregunta: "¿Dará dinero?". ¿No es cierto que cuando comienzan a obtener éxito mundial, cuando se hacen relativamente ricos, pese a nosotros, nos aparecen como tiznados por sus corrompidos contactos con el mundo comercial?
¿Necesito hablaros de los grandes proyectos arrinconados, de cosas cuya ejecución es tremendamente necesaria -así lo confiesan todos los hombres-, pero que nadie puede decididamente poner en marcha debido a la falta de dinero? Por el contrario, si se trata de crear o de estimular algún capricho vano en la mente del público, y si para satisfacerlo se obtiene algún beneficio, el dinero lloverá a toneladas.
Y aún hay más: bien sabéis que es muy vieja la historia de las guerras que engendra el comercio en búsqueda de nuevos mercados, que ni los estadistas mas pacíficos pueden resistir; es una vieja historia, pero parece eternamente nueva, y ahora se ha convertido en una especie de broma siniestra, de la cual, si pudiera evitarlo, no reiría, y sin embargo, me veo obligado a hacerlo desde mi alma repleta de ira,
Pues bien, ¿qué ha hecho por nosotros todo ese dominio sobre los poderes de la naturaleza que hemos conseguido en los últimos cien años, o en menos tiempo aun, bajo el sistema actual? En opinión de John Stuart Mil, era dudoso que todos los inventos mecánicos de la época moderna hubieran hecho algo para aligerar la carga del trabajo; y tened la certeza de que no fueron hechos con aquel objetivo, sino con el de obtener un beneficio. Esas máquinas casi milagrosas que, de haber sido tratadas con previsión ordenada, pudieran ahora ya estar extinguiendo a pasos agigantados todo el trabajo fastidioso e insensato, dándonos la libertad de elevar en nuestros trabajadores el nivel de habilidad manual y de energía de mente y producir de nuevo la belleza y el orden, que solo pueden producir manos humanas guiadas por su espíritu, ¿Qué es lo que en realidad han hecho por nosotros? El mundo civilizado está muy orgulloso de sus máquinas, sí, pero, ¿Tiene algún derecho a estar orgulloso del uso a que han sido destinadas por la guerra y el despilfarro comercial?
Me parece que no existe en ello motivo de júbilo: la guerra comercial ha obtenido un beneficio de estas maravillas; es decir, por sus medios ha engendrado millones de trabajadores infelices, máquinas sin inteligencia en lo que respecta a su trabajo diario, para obtener mano de obra barata, para mantener su juego apasionante, pero asesino, eternamente. Y es cierto que esa mano de obra hubiera sido tremendamente barata -barata para los generales de la guerra comercial, y mortalmente cara para el resto de nosotros- a no ser por las semillas de libertad que unos hombres valientes sembraron hace algún tiempo entre nosotros y que están brotando en nuestros propios días en forma de cartismo, sindicalismo y socialismo, en defensa del orden y de una vida decente. Nuestra propia esclavitud hubiera sido terrible -no solo la de las clases trabajadoras- a no ser por esos gérmenes del cambio que debe acontecer incluso tal como están las cosas, mediante ese amontonamiento de los obreros de las máquinas y de sus acólitos en las grandes ciudades y en los distritos industriales, ha mantenido nuestras vidas por los suelos y las mantiene por los suelos, a un nivel de vida miserablemente bajo; tan bajo, que cualquier plan de mejora llega a ser difícil de imaginar.
Por los medios de comunicación rápidos que ha creado, y que debieran haber elevado el nivel de vida al esparcir el conocimiento desde las ciudades al campo y al crear en todas partes centros modestos de libertad de pensamiento y de hábitos culturales, por el ferrocarril y lo que se le parezca, ha enganchado nuevos reclutas al ejército de reserva de competidores indigentes, del cual dependen en gran manera las ganancias de la especulación, desnudando al campo de su población y extinguiendo toda esperanza razonable y toda vida en las ciudades pequeñas. Como artista, no puedo dejar de pensar, ni relegar a un último término, en las consecuencias externas que nos ha acarreado este gobierno de la anarquía miserable que es la guerra comercial. Pensad en la ulcera de Londres, que se agranda, que devora de modo repugnante campos y bosques y brezales, despiadada y desesperadamente, burlándose de nuestros débiles esfuerzos para atajar algunos de sus males menores, y los cielos cargados de humos, los ríos infectos; pensad en el horror sombrío y en la indiferente suciedad de nuestros distritos industriales, tan terrible para los sentidos desacostumbrados a ello que llega a ser siniestro para el futuro de la raza el que haya hombres que puedan vivir sumidos en ella y manteniendo el buen humor; aun hay más; pensad en el mismo campo abierto en el que, para sustituirlas por miserables edificios de ladrillo y pizarra construidos apresuradamente, se echan a un lado esas viviendas sólidas y grises que aún se encuentran esparcidas a nuestro alrededor, emblemas apropiados, debido a su sencillez alegre y bella, de los campesinos libres del campo inglés, cuya destrucción a manos de la entonces joven guerra comercial lamentaron tan conmovedoramente el magnánimo More y el valeroso Latirme.
Por todas partes, en resumen, un cambio de lo viejo a lo nuevo implica, aun dudando de todo lo demás, una certeza: el empeoramiento del aspecto del país. Esta es la situación de Inglaterra: si, de Inglaterra, país del orden, de la paz y de la estabilidad, país del sentido común y del pragmatismo, país al que se dirigen las miradas de todos aquellos que esperan que el progreso moderno continúe y se perfeccione. Hay países europeos cuyo aspecto exterior no está tan arruinado, aunque tengan tal vez menos prosperidad material, aunque la riqueza de la clase media este menos extendida para así equilibrar la miseria y la desgracia que antes mencioné; pero si esos países son miembros del gran complot comercial tendrán que pasar por la misma puerta, a no ser que ocurra algo que detenga la marcha triunfal de la guerra comercial antes de que llegue a su fin.
Eso es lo que nos han legado tres siglos de comercio, la esperanza que surgió cuando el feudalismo comenzaba a hacerse pedazos. ¿Que podrá darnos el amanecer de una nueva esperanza? ¿Acaso podrá ser algo distinto a una revuelta general contra la tiranía de la guerra comercial? Los paliativos de que muchas personas de valor se ocupan son, en estos momentos, completamente inútiles, porque tan solo son revueltas parciales, desorganizadas, contra una organización vasta, insaciable, que recibirá todo intento de mejorar la condición de la vida de la gente con un nuevo ataque; nuevas máquinas, nuevos mercados, emigración masiva, renacimiento de supersticiones rastreras, prédica del ahorro a gentes que carecen de todo, de templanza a los miserables; cosas de este tipo frustraran en toda ocasión las revueltas parciales contra ese monstruo que nosotros, las clases medias, hemos creado para nuestra propia destrucción.
Hablaré con toda claridad de este asunto, aunque deba decir al final algo desagradable, si he de confesar todo lo que pienso. Lo único que debemos hacer es que todo el mundo piensa en todo momento en que es posible elevar el nivel de vida. Si os fijáis en ello veréis claramente que equivale a promover el descontento general.
Y ahora, para demostrar que vuelvo a mi reivindicación en favor del arte y del trabajo, para que pueda ocuparme de la tercera demanda, he aquí de nuevo la reivindicación completa:
Es justo y necesario que todos los hombres trabajen en algo:
1º El trabajo debe valer la pena
2º Debe ser agradable en sí mismo
3º Debe hacerse en tales condiciones que no resulte ni excesivamente fastidioso ni excesivamente angustioso Yo he procurado referirme a las dos primeras cláusulas, que están muy relacionadas entre sí. Son, pudiéramos decir, el alma de la reivindicación de un trabajo justo; la tercera cláusula es su cuerpo, sin el cual el alma no pueda existir. Así que voy a exponerla de esta forma y ella nos llevara a un terreno que en parte ya hemos cubierto.
Ninguna persona con ganas de trabajar deberá temer nunca la falta de empleo que cubra todas sus necesidades básicas de mente y de cuerpo.
"Todas las necesidades básicas", ¿y cuáles son esas necesidades básicas para todo buen ciudadano? En primer lugar, un trabajo decoroso y digno, lo cual implicaría dar la oportunidad de capacitarse para el trabajo mediante la educación debida; también, y ya que el trabajo debe ser digno de efectuarse y debe ser agradable, nos daremos cuenta de que para lograr este objetivo es necesario que la posición laboral este de tal modo asegurada que no se pueda obligar a un hombre a efectuar trabajos inútiles o trabajos en que no pueda hallar placer.
La segunda necesidad es que exista un ambiente decente, lo que implica:
a) Buenas viviendas
b) amplio espacio
c) orden y belleza general
Es decir:
a) nuestras casas deben estar bien construidas, deben ser limpias y saludables
b) debe existir abundante espacio verde en nuestras ciudades, y nuestras ciudades no deben devorar los campos y el aspecto natural del campo; más aún, pido incluso que se dejen espacios abiertos y tierras vírgenes salvajes; de lo contrario, el encanto y la poesía -es decir, el arte-, morirán entre nosotros; c) orden y belleza significan no solo que nuestras casas deben estar construidas de modo duradero y con propiedad, sino que deben también estar bien decoradas; que los campos que se dediquen al cultivo no se estropeen más de lo que se pueda estropear un jardín; por ejemplo, no se permitirá que nadie pueda talar, por mero beneficio personal, arboles cuya perdida perjudique un paisaje ni bajo ningún pretexto podrá nadie oscurecer la luz del día con humos, emponzoñar los ríos o degradar ningún lugar de la tierra con desperdicio inmundos o con ese desorden brutal y despilfarrador.
La tercera necesidad es tiempo libre. Comprenderéis que al utilizar esa expresión entiendo, en primer lugar, que todos los hombres deberán trabajar durante una parte del día y, en segundo lugar, que tienen el derecho positivo a exigir un descanso después de ese trabajo; el tiempo libre que tienen derecho a exigir debe ser lo bastante extenso para que les permita un descanso completo de la mente y del cuerpo; todo hombre debe tener tiempo para el pensamiento intelectual profundo, para la imaginación (incluso para soñar), o la raza humana, por el contrario, inevitablemente empeorara. Incluso respecto a ese trabajo decoroso y digno al que me he referido, que es la misma gloria, si está totalmente separado del trabajo forzado del sistema capitalista, no se le debe exigir a un hombre más de lo que en justicia le corresponda; si no, los hombres se desarrollarán desigualmente y seguirá habiendo en la sociedad algo corrompido.
Os he expuesto, pues, las condiciones bajo las cuales se puede realizar un trabajo que valga la pena y que no sea degradante: no se puede realizar bajo ninguna otra condición, y si el trabajo global del mundo no vale la pena y a la vez es degradante, será un contrasentido hablar de civilización.
Ahora bien, ¿pueden alcanzarse estas condiciones bajo el evangelio actual del capitalismo, cuyo lema es "salvarse quien pueda"?
Consideremos nuestra reivindicación de nuevo, expuesta en otras palabras:
En un estado social debidamente ordenado, todo hombre con ganas de trabajar deberá tener asegurados:
1º Un trabajo decoroso y digno
2º Una vivienda saludable y bella
3º Tiempo libre, disponible para el descanso de la mente y del cuerpo
Ahora bien, supongo que ninguno de los aquí presentes negará que sería deseable conseguir esta reivindicación; pero quiero que todos penséis que es necesario que se logre, que, mientras no hagamos todo lo posible para conseguirlo, seremos tan solo la parte esencial de una sociedad fundada en el robo y en la injusticia, condenada por las leyes del universo a destruirse a sí misma mediante sus propios esfuerzos para pervivir eternamente. Más aun, quiero que penséis que, si por una parte es posible lograr esta reivindicación, por otra es imposible lograrla bajo el sistema plutocrático actual, que nos prohibirá incluso todo intento serio de lograrlo: el comienzo de la revolución social debe ser el cimiento de la reconstrucción del arte del pueblo, es decir, del placer de la vida.
Debo decir ahora ciertas frases desagradables. ¿Sabemos que la mayor parte de los hombres de las sociedades civilizadas, son sucios, ignorantes, brutales, o en el mejor de los casos, ávidos del sustento de la semana que viene, que son, en pocas palabras, pobres? Y al pensar en su situación, bien sabemos que es injusta.
Dice un cuento viejo que aquellos hombres que se labran una fortuna por medios deshonrados y tiránicos, derrochan con liberalidad y en obras caritativas -como ellos dicen- sus ganancias mal obtenidas; pero el cuento no alaba a tales personas, sino que, por el contrario, cree que, pese a todo, el diablo los atrapa. Es una historia vieja, sí, pero yo os digo: "De que fábula". ¡De ti habla esa historia, tú eres el protagonista!
En mi opinión, las clases ricas y acomodadas estamos actuando diariamente del mismo modo: inconsciente o semiinconscientemente tal vez, amontonamos riquezas comerciando con las imperiosas necesidades de nuestros semejantes, y luego arrojamos unas monedas a aquellos que, de una u otra forma, nos chillan con más fuerza. Nuestras leyes de pobres, nuestras obras de caridad, organizadas y desorganizadas, no son más que débiles barreras para atajar un torrente, mero chantaje pagado a una injusticia renqueante, para que no pueda darnos alcance.
¿Cuándo llegara el día en que los hombres honrados y con claridad de ideas se harten de todo este caos de desperdicio, de este sistema que roba a Pedro para dárselo a Pablo, que es la esencia misma de la guerra comercial? ¿Cuándo nos uniremos todos para sustituir este sistema, cuyo lema es "Sálvese quien pueda", por otro sistema cuyo lema sea, realmente y sin ningún calificativo: "Todos para uno y uno para todos"?
¿Quién sabe? Tal vez ese día se avecine, pero, ¿Veremos nosotros, los que ahora vivimos, el comienzo de ese final que extinguirá el lujo y la pobreza, que fusionara las clases alta, media y baja en una sola clase, que vivirá alegremente una vida sencilla y feliz?
Muy larga resulta esa frase para describir el estado de cosas que os pido me ayudéis a conseguir: "la abolición de la esclavitud es una frase más corta y significa lo mismo. Tal vez, por una parte, podáis estar tentados de pensar que no vale la pena luchar por ese objetivo; o que, por otra, supongáis todos vosotros que ese objetivo se halla a tanta distancia que no se puede hacer nada importante para conseguirlo en nuestros días y que, por esa misma razón, bien puede uno cruzarse de brazos y no hacer nada.
Permitidme que os recuerde que, hace muy poco tiempo, muchos miles de hombres de nuestra misma condición dieron sus vidas en el campo de batalla para que concluyera felizmente un solo episodio en la lucha por la abolición de la esclavitud: son ellos hombres admirados y felices, porque les llegó su oportunidad, la aprovecharon e hicieron todo lo que pudieron, y el mundo se ha enriquecido con ello. Ahora bien, si se nos ofrece una oportunidad semejante, ¿La echaremos de lado para poder descansar con tranquilidad, mientras la duda, la enfermedad oprimen nuestra alma? Estos son días de combate: ¿Quien podrá dudarlo, si a nuestro alrededor se escuchan sonidos que presagian el descontento, la esperanza y el temor por doquier, sonidos del valor que despierta y de la conciencia que resurge? Estos, os digo, son días de combate, en los que no hay posibilidad de paz externa para un hombre honrado; en los que, por esa misma razón, es mas fácil conseguir la paz interna de una buena conciencia fundada en convicciones seguras, puesto que se nos está ofreciendo acción en defensa de la causa.
O bien, ¿diréis acaso que en este país de Inglaterra, tranquilo y gobernado constitucionalmente, no se nos ofrece ninguna oportunidad de acción? Si estuviéramos en la amordazada Austria, en Rusia, donde un par de palabras te pueden hacer aterrizar en Siberia o en la prisión y fortaleza de Pedro y Pablo...., claro, entonces con toda certeza...
¡Ay amigos míos! ¡Qué ofrenda más pobre podemos presentar ante las tumbas de los mártires de la libertad, si rehusamos tomar la antorcha de sus manos desfallecientes! ¿No fue acaso Goethe quien, al oír que alguien se iba a América a iniciar una nueva vida, le replicó: "América está aquí o no está en ninguna parte"? Del mismo modo yo os digo: "Aquí esta Rusia, o no está en ningún lado".
Decir que las clases gobernantes inglesas no se asustan de la libertad de expresión y que, por lo tanto, debemos abstenernos de hablar con libertad me suena a extraña paradoja. Ahondemos, por el contrario, esa brecha que nos abrieron hombres valientes; si nos echamos atrás, haremos que sus esfuerzos, sus sufrimientos, sus muertes, no tengan ningún valor.
Creedme, nos mostrarán que se trata de todo o de nada. ¿O acaso alguno de los aquí presentes querrá argüir que un mujik ruso se halla en una situación peor que la del sudoroso esclavo asalariado de la confección? No nos engañemos: la clase de las victimas existe tanto aquí como en Rusia. Pero, ¿existen menos aquí? Quizás; pero en ese caso se encuentran más indefensas y por ello tienen más necesidad de nuestra ayuda.
¿Y cómo podemos nosotros, las clases medias, nosotros, capitalistas y parásitos, ayudarles? Renunciando a nuestra clase, y siempre que exista un antagonismo entre las clases, poniéndonos al lado de las víctimas: al lado de los condenados a la falta de educación, de refinamiento, de placer y de reputación, en el mejor de los casos y en el peor, a una vida inferior a la de los salvajes más brutales, para que el sistema del comercio competitivo prevalezca.
No hay otro camino; y este, os lo digo sin tapujos, nos dará, a largo plazo, múltiples ocasiones de sacrificio personal, sin que para ello tengamos que ir a Rusia. Tengo la plena seguridad de que el auditorio, aquí hay gente que se siente llena de descontento hacia la anarquía miserable de este siglo del comercio; yo les ofrezco un medio de renunciar a su clase apoyando la propaganda socialista, alistándose a la Federación Democrática, que tengo el honor de representar ante vosotros y que me parece ser la única en este país que presenta como programa un socialismo constructivo.
Esta es mi opinión, una buena oportunidad para aquellos que estamos descontentos con el estado actual de las cosas y deseamos una oportunidad de renunciar a él; y es muy cierto que al aceptar esa oportunidad tendréis que sufrir, desde ese momento, algunos de los inconvenientes del martirio, sin obtener al mismo tiempo su dignidad. Al menos se burlaran y se reirán de vosotros esas personas cuya burla es muestra de honor para un hombre honrado; pero también , no lo dudo, os mirarán con frialdad muchas personas excelentes, y no todas ellas serán completamente estúpidas. Correréis el riesgo de perder vuestra posición, vuestra reputación, vuestra fortuna, vuestros amigos incluso: pérdidas que, en realidad, no son sino pellizcos comparados con el martirio genuino del que os he hablado; pero que, sin embargo, revelan de qué pasta está hecho un hombre, tanto más cuanto que es muy fácil escapar de ello sin ningún otro reproche de cobardía que el que vuestra conciencia os dicte.
Claro que tampoco puedo aseguraros que salgáis siempre impunes de los ataques de la tiranía abierta. Es cierto que en la actualidad la sociedad capitalista mira al socialismo en Inglaterra con sarcasmo. Pero recordad que ese grupo de personas que, por ejemplo, han devastado la India, han matado de hambre y han amordazado a Irlanda, han torturado a Egipto, tiene capacidad -últimamente ha mostrado síntomas de mal agüero- de representar abiertamente el papel de tirano no tan lejos de casa.
Así que, lo miremos por donde lo miremos, la posición que os ofrezco implica sacrificio: esa posición os daría vuestra "América" en casa y os daría la seguridad interna de que, al menos, sois de alguna utilidad para la causa; y por ello, a quienes estéis convencidos de la justicia de nuestra causa, os pido no titubeéis en participar activamente en la lucha que -con ayuda de quien sea, con oposición de quien sea-, debe, sin duda, culminar por fin ¡En la victoria!”