29 de des. 2013

sonet d'un sonat



SONET D’UN SONAT PELS VESPRES


Rosa, l’Eva,  l’Andrés i la Pilar
Borja, Mabel, Roser, Juan, Jesús
Vespres tendres i amb un bon sopar
Molts pastissos, truites vi i un cuscús

Novel·la, històries amb llibres
Gus, Pili, Cris, Lola, Emi i Nanci
Parlem, pensem per a ser tots lliures
Carmen, Paco, festa i amb vi ranci

Esperança per fer el món millor
Amira de lluny ets més propera
Dani, Xefi, Carlitos gran pintor!

La Roser, Sergi, Joana i Joaquim
Farem deu anys en la primavera
L’Amàlia, Cesa i la Montse Prim




Dedicat al José Antonio, la Maria, l’Andreu, en Xavi,  la Rosa,
la Marutxi, la Mery, el Mario i a tots els que cerquem divertir-nos
i pensar i que no entrem en un sonet


28 de desembre de 2013
Josep M. Riera

 

Gràcies, Josep M.!!!!!!!




24 de des. 2013

isaura

Jorairátar, Alpujarra Granadina
ISAURA

un relato de Francisco Jesús Galindo Sánchez

"Tu teléfono está sonando ¿no escuchas su Ave María?, ¿me oyes Justo?, ¿en qué estás pensando?, alguien te llama. 

Justo sale de su ensimismamiento y mira la pantalla de su portátil, su silencio se prolonga durante quince segundos, el tiempo necesario para convencerse de que todo es real.  ¡Es Isaura!, dice con la voz quebrada mientras su rostro se llena de sorpresa y de una ternura llena de nostalgia.  Ya la había dado por perdida, la Odisea de mi vida la desbordó ¿sabes Dámaso?, tanto que un día tomó la decisión de desaparecer.

Supe que había comenzado de nuevo- alguien me lo dijo- sin embargo nunca logré averiguar dónde se encontraba.

Viví preocupado un tiempo, muy preocupado… quizás durante demasiado tiempo. Dejé mensajes a la deriva  entre las brumas de las nubes virtuales de internet, y arrojé botellas al mar con cientos de ruegos escritos en su interior intentando arrancarle una señal a su silencio, pero nunca obtuve respuesta.

Ahora me doy cuenta de que quise justificar con mis miedos y con  mi cobardía el no haber seguido las huellas de sus pasos... lo cierto es que yo siempre la quise libre, con su pensamiento limpio y ajeno a la sinrazón, lejos de las ataduras y lastres que pudiesen borrar el brillo de sus ojos y la claridad de sus ideas.

Una noche dejé de dormir mal, porque desaparecieron mis pesadillas, y lo primero que hice al levantarme -como naufrago dispuesto a luchar por sobrevivir- fue asirme al convencimiento de que todo le iría bien aunque no tuviese verdadera constancia de ella.

Así que, mi querido amigo Dámaso, comencé a olvidar a partir de aquel preciso instante. Y borré todo su pasado,  pero curiosamente, inexplicablemente, sigue vivo en mí su presente y su futuro, pero  ahora sin miedos.

Me prometí no recordar, pero recordaré siempre cómo fue su presentación  aquel primer día, con la misma claridad que si la estuviese escuchando ahora, con su vocalización perfecta y su sutil sentido del humor, en un Auditorio repleto de personas expectantes:

          “Pues sí, soy de Jorairátar ¿quién lo diría verdad?, con estos modales tan refinados, con mi expediente brillante, envuelta en relevancia y prestigio. Sí señores, en el territorio más inhóspito y bello del mundo yo nací y aprendí casi todo lo que sé……“

¿Qué querrá decirme después de tanto tiempo?, solo han sido unos toques a mi teléfono,  tal vez no haya conseguido mantener la llamada, o puede que su intención solo fuese la de comprobar si yo también sigo estando aquí después de tanto tiempo, vivo sobre la tierra, perdido en mi mundo de pérdidas y de quimeras.

Cómo decirle ahora que aún no conseguí hacer lo que quería, que aquellos grandes proyectos que nos separaron  todavía forman parte de mis ilusiones y de mis fantasías más inalcanzables.

Cómo decirle que he comenzado a desandar mi propio camino,  a base de caminar siempre hacia delante. Cómo contarle que he logrado hacer realidad algo que contiene la esencia de mis propios sueños y de todo aquello que ella siempre intentó mostrarme: que es...... el querer de verdad todo lo que hago."


Sanlúcar de Barrameda, 12 de diciembre de 2013.


Queridos amigos de Vespres Literaris, desde aquí, desde este Sur a donde llegan y desde donde también parten  vuestros propios caminos, en mi nombre y en el de mi familia, os deseamos a todos unas Felices Fiestas y un nuevo año lleno de Esperanza, de Salud, y de proyectos e ilusiones que os mantengan intactas  vuestras enormes ganas de vivir.

Nos gustaría que la vida os tratase con la mísma dulzura que vosotros le entregáis; que os sintáis queridos allá donde el corazón os lleve.

Esperamos poder seguir compartiendo con vosotros muchos buenos instantes.

Abrazos para todos y hasta siempre, os enviamos con el  corazón desde el Sur.

Granada, a 24 de Diciembre de 2013.

FRANCÍSCO JESÚS GALINDO SÁNCHEZ

guerra


Canadá participo durante la Primera Guerra Mundial con un total de 620.000 hombres y mujeres, un esfuerzo de guerra enorme para una nación de ocho millones de habitantes, que era la población del Canadá por aquellas fechas.

Durante la contienda, las fuerzas canadienses perdieron 67.000 vidas, 11.285 sin tumba conocida en Francia, y  173.000 resultaron heridas.

El mayor  éxito militar canadiense se produjo en la Batalla de la cresta de Vimy, Francia,  el 9 de abril de 1917, durante la cual las tropas canadienses capturaron una colina alemana fortificada.



En 1922, en el antiguo campo de batalla de la Batalla de la Cresta de Vimy,  la nación francesa concedió a perpetuidad la utilización de los terrenos al pueblo canadiense, en reconocimiento a los esfuerzos de guerra.  En 1925 se inició la construcción del "Memorial Nacional canadiense de Vimy".  La obra duró once años, y la inauguración oficial fue llevada a cabo el 26 de julio de 1936.  El parque está todavía hoy atravesado por túneles de guerra, cráteres y trincheras.




“Mis días de combatiente terminaron en algún momento de la semana del 5 de noviembre de 1917, en la tercera batalla de Ypres, adonde habían enviado a los canadienses en un intento por tomar Passchendaele. Era jueves o viernes; no puedo ser más exacto, porque los detalles de aquel día están empanados en mi recuerdo.

Fue la batalla más terrible de mi experiencia militar. Pretendíamos tomar un pueblo que ya estaba derruido, y nuestros avances apenas se contaban en metros;  el frente era una línea confusa, porque hacía varias semanas que no paraba de llover, y el barro era tan peligroso que no nos atrevíamos a avanzar sin la trabajosa labor de recoger tablones, cargarlos durante la marcha y ponerlos delante de nosotros para seguir adelante; como es lógico, era un trabajo tan lento y expuesto que no podíamos hacer gran cosa.

Por lecturas posteriores, supe que nuestro avance total llego a algo menos de tres kilómetros, pero podrían haber sido trescientos: el mayor problema era el barro. El bombardeo alemán lo había revuelto tanto que resultaba muy traicionero; si un hombre se hundía simplemente hasta las rodillas,  sus posibilidades de salir de allí eran pequeñas; bastaba que un obús cayera cerca para que el fango lo cubriera, y la recuperación del cadáver resultaba casi imposible.  Me refiero a todo ello de forma tan breve como puedo, porque el terror que sentía era tan intenso que no quiero, por nada del mundo, revivirlo.”

“El quinto en discòrdia”
Robertson Davies

22 de des. 2013

...i unes profitoses lectures

Thamesville


Thamesville és un petit poble situat entre Chatham i Londres , Ontario , amb una població de menys de 1.000 .

  Thamesville rep el seu nom del riu Thames que flueix a prop.  

Robertson Davies  va néixer a Thamesville el 1913, i es va inspirar en ella per situar els personatges de la Trilogia Deptford.  

“La de Deptford la concibió el canadiense como una exploración psicológica en las vidas de personajes nacidos en una pequeña ciudad de Ontario, reminiscencia de su natal Thamesville. Exploración jungiana basada en algo tan querido por él, que fue actor y un amante de Shakespeare, como los arquetipos y las máscaras.”

José Luís de Juan
“El País” 20/01/2007

“Nuestro pueblo era tan pequeño que se estaba en él de repente;  carecía de esa dignidad que otorgan unas afueras”

“El quinto en discòrdia”

Robertson Davies


20 de des. 2013

jo decideixo



Rebutgem la llei "Orgánica de Protección de la Vida del Concebido y de los Derechos de la Mujer Embarazada"

15 de des. 2013

robertson davies

“La famosa aldea global en la que estamos inmersos responde, a menudo, más a las características de aldea que a las de globalidad. El gran escritor canadiense Robertson Davies (1913-1995), a quien John Irving definió como "el Dickens de Canadá", estuvo a punto de obtener el Premio Nobel en 1993.  Entre sus apasionados lectores estaban Malcolm Bradbury, que aseguraba que se trataba de "uno de los grandes novelistas modernos",  y Harold Bloom, que lo incluyó en “El canon occidental”. Y, sin embargo, Davies era prácticamente desconocido en España hasta que la pequeña editorial Libros del Asteroide emprendió la publicación de la Trilogía de Deptford,  la más adictiva de su extensísima obra. Ahora que lleva más de una década muerto, sus novelas se pasean con fuerza creciente por las librerías españolas. La última en llegar es “Lo que arraiga en el hueso”, segunda parte de la Trilogía de Cornish.  El placer que suscita su lectura es uno de los muchos prodigios de la literatura: difuntos desconocidos que pasan a formar parte de nuestras fantasías, nuestras risas y nuestras conversaciones. Con argumentos de menos peso se han creado religiones.
El hallazgo de Davies es sensacional,  ya que el personaje es tan sorprendente como su obra.  Su aspecto era tal que el hijo de John Irving creyó que estaba ante Dios el día que lo conoció. Era desmesuradamente alto, iba ataviado con ropas ligeramente pasadas de moda, lucía una larga barba de una blancura resplandeciente, al igual que su cabello,  y poseía una sonora voz de actor.  Su biografía iba a la par de su fabulosa apariencia: había sido actor en la Old Vic Repertory Company de Londres,  productor de teatro, prestigioso periodista en Canadá,  renombrado profesor de Literatura y rector en la Universidad de Toronto,  además de galardonado autor de novelas,  cuentos,  obras de teatro,  críticas literarias y artículos.
Nabokov decía que el don más importante de un escritor es “shamanstvo”, una palabra rusa que hace referencia a "la cualidad del encantador".  Esa habilidad para conseguir que la gente desee ardientemente seguir leyendo tus historias no puede ser enseñada.  Dickens la tenía.  Davies también.  El propio autor canadiense aseguraba que el shamanstvo formaba parte del oficio de escribir: "Un escritor de verdad desciende de los contadores de historias medievales que solían ir a la plaza de las ciudades, extender una alfombrilla en el suelo,  sentarse sobre ella,  golpear un cuenco y decir:  “Si me das una moneda de cobre, te daré un cuento de oro”.  Si el narrador era bueno,  reunía a un pequeño grupo de personas a quienes contaba una historia hasta que llegaba al punto más interesante;  entonces,  se detenía y pasaba de nuevo el cuenco.  Así se ganaba la vida;  si no conseguía retener a su público,  debía dedicarse a otra cosa.  Eso debe hacer un escritor".
Davies era un narrador irónico e imaginativo, con una visión de la vida más tragicómica que sentimental. Durante sus años de periodismo, descubrió cómo viven las personas, qué hacen por la noche y qué sucede tras las cortinas de sus casas.  Del teatro,  aprendió a elaborar diálogos para decir lo máximo con el mínimo de palabras posible. De su educación presbiteriana, con su terrible concepto del destino, heredó la cuestión moral a la que se enfrentan sus peculiares personajes: la tenue línea que separa el libre albedrío de la predestinación, la responsabilidad de la inocencia, la condena de la salvación. Y de su educación británica mamó el humor presente en sus novelas y que le convirtió en un solicitadísimo conferenciante. Solía referirse a sí mismo como "una voz desde el ático", burlándose así de la escasa consideración intelectual que la literatura canadiense tenía en Estados Unidos.
Su energía creadora era tal que concebía las novelas de tres en tres.  Estaba dotado de una inmensa vitalidad intelectual y,  al final de su existencia, llegó a reconocer que su experiencia sobre el temido bloqueo del escritor se reducía a "algo pequeñito,  suficiente para recobrar el aliento".  Escribió la Trilogía de Salterton (Tempest-Tost, Leaven of Malice, A Mixture of Frailties);  la Trilogía de Deptford  (El quinto en discordia, Mantícora, El mundo de los prodigios);  la Trilogía de Cornish (Ángeles rebeldes, Lo que arraiga en el hueso, La lira de Orfeo) y la inacabada Trilogía de Toronto, de la que sólo llegó a finalizar las dos primeras partes: “Asesinatos y ánimas en pena” y  “Un hombre astuto”. En total, once novelas donde unas historias se engarzan con otras hasta formar tramas sorprendentes. Lo que no se sabe es si su esposa llegó a temer que semejante afición a la trilogía se extendiera,  en alguna ocasión,  del terreno laboral al sentimental.
Para empezar a leerlo, nada mejor que la Trilogía de Deptford, considerada su obra maestra: “El quinto en discordia” (1970), “Mantícora” (1972) y  “El mundo de los prodigios“ (1975). Las tres novelas, como relatos poliédricos, relatan la extraña muerte del millonario Percy Boyd Staunton desde tres puntos de vista. Lo que empieza con una inocente bola de nieve en “El quinto en discordia”, que recibió el Premio Llibreter 2006,  se convierte en un alud que arrastrará a los singulares protagonistas -locos con halo de santidad, magos, mujeriegos mutilados, analistas junguianos...- en una trama de venganza, amor, alcohol y mitos.
El autor concebía la ficción como un gran tapiz con limpios dibujos en cuyo reverso se entretejen las vidas de todos los personajes de forma aparentemente caótica. Ese modo de entender la literatura conecta con un modo de escucharla y disfrutarla: credulidad, escepticismo, asombro, maravilla y, a veces, aunque sea breve y débilmente, la sensación de vislumbrar lo inaccesible, aquello que no puede obtenerse con el pensamiento racional. Y percibir lo inaccesible, por imperfecta que sea la percepción, significa haber accedido a ello.
Robertson Davies comentó en una ocasión que George Bernard Shaw floreció cuando tenía veinte años, pero que nadie aspiró su aroma hasta que cumplió cuarenta. Y, a continuación, añadió con ironía que con él aún habían tardado más tiempo. Háganse un regalo: no demoren el placer de leerle.”


Nuria Barrios

El País, 31/01/2009

13 de des. 2013

recuerdos de un alumno



“Conocí a Josefina Aldecoa en septiembre de 1980, cuando ingresé como alumno en el colegio Estilo para repetir 6º de EGB. En 1980 en España todavía abundaban los colegios en los que sucedían cosas extrañas. En aquel del que yo venía, un colegio público, mi tutor se ponía la alianza entre dos falanges del dedo corazón y atizaba unos capones que picaban y dolían de verdad. Nada así habría sido concebible en los dominios de Josefina. Tampoco el pretencioso encorsetamiento de otros colegios privados que había conocido en mi breve pero errática carrera escolar. A Josefina no había que llamarla de usted, como tampoco a ninguna de las profesoras (todas lo eran, salvo el de gimnasia), y eso a pesar de que habría sido lo más conveniente, ya que las había realmente mayores.  A Josefina le bastaba con una mirada para cuadrar a toda una clase de niños. O con abrir de golpe las puertas correderas de su despacho. Era la última instancia disciplinaria del colegio y ejercía su papel con resignación tan bien disimulada que los alumnos tendíamos a ver tan sólo su semblante severo sin darnos cuenta de que el raro oasis que habitábamos era obra suya. La finalidad de un colegio no es hacer felices a los alumnos, pero yo fui más feliz en el colegio Estilo que en cualquier otro de los que conocí. La razón es bien sencilla. Ni nos daban píldoras de la felicidad ni nos sobornaban con regalías. Simplemente percibías que lo que te rodeaba era como debía ser. Todo resultaba razonable, de sentido común. Las profesores eran buenas pedagogas, conocían su asignatura y trataban de enseñarnos más allá de lo que dictaban los romos programas oficiales. Sabían ser flexibles cuando era necesario y nunca se les ocurría representar lo que no eran. Las había francamente extravagantes, y con duros historiales de lucha política a sus espaldas de los que sin embargo no hacían ostentación. No nos impartían religión pero sí historia de las religiones; leíamos libros, como los cuentos de Maupassant,  en los que ningún ministerio de educación español había reparado hasta entonces pero que nos introducían en la lectura más eficazmente que el canon oficial de la literatura castellana; hacíamos películas; cosíamos (también los chicos) sin que el rubor asomara a nuestros carrillos... Siempre he dicho que mi paso por el colegio Estilo me enderezó y me permitió, algunos años después, alcanzar la universidad. Aprendí que no es refugio la desidia. Se lo debo a Josefina y a las mujeres maravillosas de quienes supo rodearse. Afortunadamente tuve ocasión de decírselo muchas veces. Lo mejor, no obstante, fue contar con su amistad.”

Recuerdos de un alumno
Marcos Giralt Torrente

“El País 17/03/2011”

11 de des. 2013

educar, educar, educar!!!!



“Para contar bien una historia, con eficacia, con honestidad y con contundencia, conviene conocer, antes que nada, su principio y su final. En la medida en que yo, ahora, puedo escogerlos,  me gustaría empezar hablando de una maestra republicana antes de la República y de un maestro republicano después de la República. Son historias antagónicas y,  sin embargo, complementarias, una alegre y la otra triste, pero ambas imprescindibles, y tan vinculadas entre sí que no se pueden entender la una sin la otra.

Enseñar a leer es encender fuego

"Enseñar a leer es encender fuego;  cada sílaba que se deletrea es una chispa".  Esta espléndida declaración de principios fue el lema que eligió en 1892 una chica de dieciséis años para encabezar los ejercicios de su examen,  en la oposición a la que se presentó para optar a una plaza de maestra.  Se llamaba Magdalena de Santiago Fuentes Soto, había nacido en Cuenca en 1876, y en 1909 se incorporaría al cuerpo de profesores de la Escuela de Estudios Superiores de Magisterio de Madrid, uno de los escenarios claves de esta historia, el lugar donde se formaron varias generaciones de hombres y de mujeres que consagrarían su vida a hacer realidad la declaración de Magdalena.
"Enseñar a leer es encender fuego; cada sílaba que se deletrea es una chispa". Magdalena de Santiago Fuentes Soto murió en Madrid en 1922,  a los cuarenta y seis años, catorce antes de que el estado republicano español asumiera la precocísima expresión de su vocación pedagógica como una de sus máximas aspiraciones,  la piedra angular de una nueva sociedad que se levantaría sobre una nueva escuela, laica, mixta, igualitaria, científica, de calidad y de progreso.  En su breve vida,  las instituciones republicanas desarrollaron una labor muy exigente y ambiciosa en múltiples sectores de la vida pública, desencadenando un impulso modernizador sin antecedentes ni consecuentes en la historia española. Aquel esfuerzo desmesurado pero consciente, convirtió a nuestro país en un símbolo del progreso también por primera, y quizás única, vez en toda la historia.
El maestro republicano del que voy a hablarles ahora tuvo, con toda seguridad, nombre y apellidos, pero, aunque el verano pasado intenté averiguarlos y aunque, sin duda, lo conseguiré antes o después, no los conozco todavía. Así que esta es la historia de un maestro anónimo, uno de tantos,  demasiados, que no voy a contarles yo, sino la persona que a mí me la contó:

Sermón en Rota (Cádiz)

"En los pueblos he oído sermones escalofriantes.  Un domingo oí misa en Rota. El sacerdote,  desde el altar,  y a manera de plática, decía: "¿Qué os creíais, que siempre iba a ser lo mismo?  ¿No gritabais tanto,  no se paraban los hombres a la puerta de la iglesia, para saber quién entraba a misa? ¿Y ahora? Ahora sois todos muy religiosos, todos muy humildes. Los más culpables e impíos,  ya han dado cuenta a Dios de sus actos; ya están purgando sus culpas, de haber infiltrado en el pueblo el veneno del marxismo,  alejándolo de Dios. Pero aún quedan algunos que pretenden engañarnos. A todos los descubriremos; todos llevarán su merecido; no se escapará nadie;  entendedlo bien, ¡nadie!  Hay que limpiar más a fondo y hasta el fin toda la podredumbre que Rusia ha introducido en este pueblo. Sobran unos cuantos que pronto tendrán que rendir cuentas. Y las mujeres que antes no venían, allí las tenéis, todas muy devotas. A mí no me engañáis.  A todos os conozco muy bien. Os hago una advertencia. Los domingos,  todos, todos a misa;  no admito disculpas.  La que tenga chicos pequeños que los deje encerrados; el que tenga un enfermo, que lo deje solo. En media hora no se va a morir.  El domingo,  todos a misa; que no tenga que volverlo a repetir. El que no venga sufrirá las consecuencias, pues antes que nada y primero que todo es cumplir los mandamientos de la Santa Madre Iglesia. Pues, ¿y los niños? ¿Qué os diré de los niños? Los hay que no saben ni santiguarse,  por el otro maestro, impío y masón,  que no paga con la muerte que ha sufrido el crimen de no enseñar el catecismo a los angelitos de Dios".
No sé cómo se les ha quedado a ustedes el cuerpo, pero me temo que,  el día de mi muerte, yo seguiré sintiendo el agujero que abrió en el mío esta página la primera vez que la leí.  Lo de menos es que yo pase en Rota todos los veranos.  Lo de más es que aquel maestro no pagara su crimen ni siquiera con la muerte, y que sus alumnos tuvieran que oírlo cada semana, desde el púlpito de su parroquia. No me lo ha contado ninguno de ellos. Lo he aprendido, como tantas otras cosas, en un libro. Su autor se llamó Antonio Bahamonde y Sánchez de Castro, y había nacido en Madrid,  pero cuando estalló la sublevación del 18 de julio de 1936, vivía en Sevilla, (...) fue destinado al cargo de Delegado de Prensa y Propaganda de la II División rebelde,  el territorio gobernado desde Sevilla, con las maneras de un virrey colonial, por el general Gonzalo Queipo de Llano.
(...) La historia conmovedora y terrible del maestro de Rota tiñe de sombras siniestras las palabras de Magdalena de Santiago Fuentes Soto. Enseñar a leer es encender fuego. Y tanto. Por eso, los fuegos de la luz y del conocimiento, de la alegría y del placer, de la superación personal y el afán de saber, fueron a parar al fuego. O al paredón.
(...) Aunque yo soy escritora, y discuto, de entrada y por principio, la famosa aseveración de que una imagen vale más que mil palabras - ya saben, cada sílaba es una chispa-, todas las reglas tienen su excepción. La mía, mi excepción favorita, es una imagen animada en blanco y negro, un plano de una película documental, tan emocionante, tan intensa,  tan hermosa,  que demuestra por sí sola que no existen ficciones capaces de llegar a la altura de algunas realidades.
No sé si ustedes la habrán visto, pero yo voy a intentar que la vean por mis ojos. España,  siglo XX,  años 30,  un prado.  Un prado cualquiera, con montes al fondo,  en un pueblo cualquiera,  con casas de piedra, y calles torcidas, y cercas, y corrales para el ganado. No me acuerdo de la región, tal vez no llegué a saberla nunca, pero parece que hace frío, y tiendo a suponer que tal vez sea un lugar de Extremadura, o de León, o de alguna remota comarca de Castilla la Vieja. El caso es que hace frío, y hay un prado, y unos montes al fondo, en un pueblo de España, en los años 30 del siglo XX, y delante, en primer término, unos niños juegan.
Son niños pequeños, morenos, con el pelo muy corto, algunas cabezas casi rapadas, con calvas. Son de diversas edades, aunque todos tienen, diría yo, más de cinco y menos de diez años, y están sucios,  pero se ríen,  van mal calzados,  pero se ríen, transmiten esa tristeza de los objetos,  de las ropas y las uñas negras,  que germina en la pobreza,  pero se ríen, porque están contentos.
Estos niños están jugando al corro. Con ellos juega un adulto, un hombre joven, bien peinado, bien vestido, elegante en su rostro y en su gesto, un hombre de ciudad, culto, próspero, cuya presencia en la imagen parece errónea, como si fuera un actor atrapado en la película equivocada o una burda manipulación del fotograma. Es un hombre de ciudad, joven, culto, bien vestido, rico, elegante, y juega al corro con los niños sucios y tiñosos, y se ríe entre ellos, con ellos, ríe para ellos, pero su presencia en esta película no es un error, sino un prodigio, la carne y la piel de un milagro verdadero.
El hombre se llamaba Alejandro Casona, y era dramaturgo, y estaba acostumbrado a triunfar, a estrenar en los mejores teatros de Madrid, a ganar dinero con sus obras. Durante el tiempo en que existieron se acostumbró, además, a viajar con las Misiones Pedagógicas por las zonas más deprimidas y remotas de España, y allí, mientras los actores ensayaban y los técnicos levantaban el escenario donde se iba a representar alguna de sus obras, jugaba al corro con los niños.
La primera vez que vi esta imagen, se me saltaron las lágrimas y todavía no me he recuperado. Este es otro agujero que conservaré intacto hasta el día de mi muerte. Cuánta generosidad, cuánta responsabilidad, cuánto amor, cuánta fe, cuánta ternura, cuánto arrojo, cuánto futuro en la sonrisa de Casona,  jugando al corro con aquellos niños. Y sin embargo, más allá de su literatura, y de la que yo acabo de hacer a su costa, este documental de las Misiones Pedagógicas significa muchas cosas. La primera es que la importancia que la educación tenía para las instituciones republicanas era tal que no se conformaban con mantenerla dentro de los límites de la escuela. Las Misiones Pedagógicas, con sus escenarios teatrales y sus pantallas de cine, sus galerías de reproducciones de obras de arte y sus bibliotecas ambulantes, fueron la escuela total, de todos y para todos, cultura gratuita a domicilio para todos los españoles de cualquier edad y condición.
¿No es emocionante? Lo es, y es maravilloso, fue maravilloso, algo grande, y único, y admirable, en este país oscuro, pequeño y encogido. Educación, educación y educación. Ese era el lema, el propósito, el horizonte, el fin y los medios al mismo tiempo. Educación, educación y educación. Los republicanos españoles lo tenían tan claro, estaban tan convencidos de su camino, que ni siquiera aflojaron la máquina cuando se vieron obligados a defenderse con las armas de la injustificable agresión de los generales rebeldes. Educación, educación y educación. Los milicianos hacían instrucción y aprendían a leer y a escribir en las trincheras.
El Ejército Popular de la República Española editó varias cartillas destinadas expresamente a ese propósito, entre ellas la célebre Cartilla Escolar Antifascista, de la que hace algunos años la Editorial Viamonte hizo una primorosa edición facsímil. Pero eso no era todo. Los Cuerpos del Ejército Popular editaban sus propios periódicos, pero también, en muchos casos, publicaban libros. El Quinto Regimiento hizo tiradas monumentales de algunos Episodios Nacionales de don Benito Pérez Galdós, para distribuirlos gratuitamente entre sus hombres. Y los cómicos tampoco pararon. Partiendo de la experiencia de La Barraca, pero ajustándola a la realidad de la guerra, se crearon las Guerrillas del Teatro, que evocó años después su impulsora principal, la escritora María Teresa León, en una novela titulada Juego limpio. Sus compañeros de la generación del 27 participaron de las formas más activas y variadas en las que se llamaron Milicias de la cultura (...).
Educación, educación y educación. No fue sólo una experiencia insólita, no fue sólo una iniciativa admirable, también fue una suerte de oscura premonición.  La II República puso en marcha políticas educativas tan modernas, tan frescas, tan progresistas e imaginativas en todos los ámbitos de la vida española, dentro y fuera de la escuela, que todavía hoy arrastramos las consecuencias de su brusca y prolongada interrupción.  Yo he venido hoy, aquí, a contar una historia y no a dar un mitin,  pero basta con contemplar la situación en la que se encuentra la escuela pública española en la actualidad, y con repasar las aspiraciones de los colectivos que la defienden como escenario primordial de la educación en España, para comprender todo lo bueno y lo malo, lo mejor y lo peor, de cuanto he venido contando hasta ahora.
Recordarlo no puede ser nunca un vano ejercicio. La memoria forma parte del futuro, porque sólo si somos capaces de estar a la altura de la herencia que hemos recibido, el fuego que encendió Magdalena de Santiago Fuentes Soto permanecerá encendido siempre, para siempre. La historia de la escuela en la II República es la historia de una generación de españoles que creyó en nosotros al creer en su futuro. Estemos a la altura de su fe. Los homenajes son huecos y estériles si, bajo la cáscara de los buenos propósitos, no late un corazón audaz, como son los corazones que laten por y para el futuro.”

Extracto de la conferencia de Almudena Grandes durante el ciclo sobre la escuela en la II República organizado por la Fundación de Investigaciones Educativas y Sindicales de España (2006)


9 de des. 2013

historia de dos maestras

interior de una galería de la
cárcel de Ventas, 1933
Un artículo de Ignacio Martínez de Pisó. Publicado en el periódico " El País" del 18 de septiembre de  2005.


“Se conocieron en 1927 en las aulas de la Escuela Normal de Maestros de Huesca. La profesora se llamaba María Sánchez Arbós y había nacido en 1889. La alumna, 20 años más joven, se llamaba Carmen Castro Cardús. Ninguna de las dos podía entonces imaginar que, 12 años después, sus vidas volverían a cruzarse en circunstancias bien distintas. Ocurrió en la madrileña cárcel de Ventas. Al término de la Guerra Civil, Carmen Castro era la directora de la prisión y María Sánchez Arbós una más de las miles de mujeres que habían sido encerradas en ella por las autoridades franquistas.
Pero comencemos la historia por el principio. O, al menos, por uno de los posibles principios, que nos hace retroceder a una tarde de septiembre de 1915 en la que, paseando por Madrid, María Sánchez Arbós se encontró con una antigua compañera de estudios.  Ésta llevó a María al Museo Pedagógico, y allí asistió a una conferencia que le cambió la vida. El conferenciante era Manuel Bartolomé Cossío, y la joven maestra no tardó en comprender que el tipo de escuela que aquel hombre propugnaba era el mismo con el que ella siempre había soñado: una escuela en la que los niños disfrutaran y tuvieran más comodidades que en su casa, y en la que, como ha escrito el profesor Víctor Juan Borroy, "hubiera maestros satisfechos de serlo, amigos de los niños, fervientes amadores de la escuela". Esa nueva relación entre alumnos y maestros constituía, de hecho, uno de los pilares de la reforma educativa promovida por la Institución Libre de Enseñanza,  de la que Cossío era la figura más representativa.
La Institución defendía para la sociedad española un proyecto de regeneración que pasaba necesariamente por la sustitución del viejo sistema educativo por uno nuevo, basado en la tolerancia, la fe en el progreso, el respeto a la libertad, valores todos ellos que María compartía.  No puede, por tanto, extrañar que su vida quedara desde aquel día estrechamente ligada a la Institución.  O a entidades dependientes de ésta: a la Escuela Superior de Magisterio, en la que estudió entre 1916 y 1919;  a la Residencia de Señoritas, en la que se instaló después de que le fuera concedida una modesta beca;  al Instituto-Escuela, en el que hizo sus prácticas Su matrimonio con Manuel Ontañón y Valiente, hijo de un conocido profesor de la Institución, no haría sino fortalecer ese vínculo.
En 1920, el mismo año de su boda,  obtuvo María una plaza de profesora en la Escuela Normal de La Laguna, y seis años después tomó posesión de una plaza similar en la de su ciudad natal. La Escuela Normal de Huesca no estaba ya en el convento de Santa Rosa en el que ella misma había estudiado,  sino que se había trasladado al número 9 de la calle del Padre Huesca; fue en este edificio donde por primera vez María Sánchez Arbós y Carmen Castro coincidieron. Permaneció aquélla en la ciudad aragonesa hasta que,  concluido el siguiente curso (el 1927-1928), optó por regresar a Madrid, donde aprobaría unas oposiciones a la dirección de Grupos Escolares.  Curiosamente, su primer destino como directora fue un centro de reciente creación al que habían puesto el nombre del fundador de la Institución Libre de Enseñanza,  Francisco Giner de los Ríos.
Seguía al frente de ese Grupo Escolar cuando, en julio de 1936,  el Ejército se rebeló contra el Gobierno republicano.  Por las anotaciones que María fue haciendo en su diario (que se publicaría en México en 1961) sabemos que el 8 de noviembre cayó una bomba sobre uno de los torreones de la escuela.  Eso obligó a niños y maestros a desalojar el edificio, que poco después sería ocupado por milicianos de la columna Durruti que acababan de llegar a la capital para contribuir a su defensa. Pero los alumnos no podían quedarse sin escolarizar, y María consiguió la autorización para continuar las clases en la sede de la Institución Libre de Enseñanza.  A finales de marzo de 1939, las tropas de Franco entraron en Madrid. Las nuevas autoridades ordenaron que fueran ocupados los locales que los republicanos habían abandonado en su huida.
La Institución había sido declarada opuesta al Movimiento Nacional "por sus notorias actuaciones contrarias al Nuevo Estado", y José Manuel Ontañón,  hijo de María Sánchez Arbós,  recuerda que la mañana del 30 de marzo se presentó en la sede un grupo de falangistas (entre los que, curiosamente, había un antiguo alumno de la Institución, hijo de alemanes de origen judío). María Sánchez Arbós se armó de valor y, alegando que el edificio albergaba un centro oficial, trató de impedirles la entrada. Pero los falangistas no habían ido allí para escuchar sus razonamientos y, tras expulsarla sin ningún tipo de contemplaciones, se aplicaron a la labor de destruir cuanto hallaron a su paso: talaron los árboles, destrozaron los muebles, quemaron los libros. El viejo sueño de Giner de los Ríos de avanzar hacia una España más culta y más libre quedó en pocas horas sepultado bajo un montón de desechos y cenizas.
Comenzaba la posguerra, y en aquel Madrid del llamado Año de la Victoria proliferaban las represalias contra los vencidos. Considerada desafecta al nuevo régimen, no pasó mucho tiempo antes de que María fuera a parar a la cárcel de Ventas, donde se produjo el reencuentro con su antigua alumna de la Escuela Normal de Huesca, que, en palabras del periodista Carlos Fonseca, dirigía la prisión "con mano de hierro".
¿Quién era Carmen Castro? Tercera de los siete hijos de un alto funcionario del Ministerio de Hacienda, acaso lo más llamativo de su historia familiar es que su hermano Julio Alejandro, dos años mayor que ella, acabaría, en el exilio mexicano, escribiendo con Luis Buñuel los guiones de clásicos como Nazarín, Viridiana, Simón del desierto o Tristana.  Sobre Julio Alejandro han escrito novelistas como Manuel Vicent, Vicente Molina Foix o Antón Castro,  y por la biografía que Román Ledo acaba de dedicarle sabemos que su padre mantenía relaciones de amistad con los poetas Manuel y Antonio Machado y que la familia pertenecía "a la estirpe de la 'España lúcida', hijos de su tiempo, tangencialmente emparentados con el ideario de la Institución Libre de Enseñanza".  De hecho, los dos hijos mayores del matrimonio, Santiago y Julio Alejandro,  tuvieron como preceptor a Jesús Abad, que en 1927 coincidiría con María Sánchez Arbós en el claustro de profesores de la Escuela Normal de Huesca (y que durante la Segunda República sería alcalde de la ciudad y director de esa escuela). Y en 1915, cuando los Castro, siguiendo al cabeza de familia a su nuevo destino profesional, abandonaron Huesca para instalarse en Madrid, la pequeña Carmen estudió dos años en la Institución, antes de ser matriculada en las Escolapias.
Los expedientes de Carmen Castro depositados en los archivos de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias e Histórico Provincial de Huesca, así como el testimonio de su hermana Matilde, que ahora tiene 90 años,  permiten reconstruir su trayectoria. Tras concluir el bachillerato,  estudió Farmacia en Madrid y se ordenó teresiana. Siguiendo instrucciones de la congregación, en 1927 se matriculó en Huesca de las asignaturas que le faltaban para terminar Magisterio. Durante los años siguientes tuvo, pues, que viajar con frecuencia a su ciudad natal, en la que en 1932 obtuvo el título de maestra nacional. Entretanto, trabajó como inspectora farmacéutica municipal y como maestra en la localidad madrileña de Villanueva de la Cañada, y en 1935 ganó unas oposiciones para ingresar en el Cuerpo de Prisiones como maestra de instrucción primaria.
Tras el estallido de la Guerra Civil trabajó como farmacéutica en el hospital de sangre que las mujeres de Manuel Azaña y de Santiago Casares Quiroga organizaron en la sede del Instituto Oftálmico, hospital en el que también colaboraron su hermana Matilde y una jovencita llamada María Casares que con los años se convertiría en una conocida actriz. La familia Castro, aunque de hondas convicciones religiosas, nunca había ocultado sus simpatías por el partido de Azaña, Izquierda Republicana, y debido a ello pudo esconder en su casa a varios amigos de ideología derechista que se sentían perseguidos.
A las actividades de Carmen Castro durante la guerra se refiere Carlos Fonseca cuando, en su libro Trece rosas rojas, dice que "desde el primer momento colaboró con la Quinta Columna organizada por la Falange clandestina en la capital para ayudar a los militares insurrectos".  Su contacto era el alemán Felix Schlayer, por aquel entonces cónsul de Noruega y poco después autor del libro Diplomático en el Madrid rojo, acaso el principal de los testimonios escritos que documentan la matanza de Paracuellos de Jarama.
Después de colaborar en el hospital de sangre, Carmen Castro se incorporó como funcionaria de prisiones a un edificio de la plaza de las Comendadoras habilitado como cárcel de mujeres; allí se las arreglaba para administrar clandestinamente la comunión entre las presas y, cada vez que una monja era excarcelada, avisaba a Schlayer para que enviara un vehículo del consulado a recogerla a la prisión y de este modo le ahorrara posibles encuentros con milicianos exaltados.
Cansada de ocultar su condición de religiosa, Carmen Castro pasó a la llamada zona nacional en julio de 1937, y cuatro años después el propio Schlayer daría testimonio de los servicios que durante ese año había prestado a la causa nacional, entre los que destaca "el haber impedido que se efectuase en la prisión de Conde de Toreno una 'saca' para fusilar a un grupo de damas de España". Hasta la conclusión de la guerra, Carmen Castro trabajó sucesivamente en las prisiones de San Sebastián,  Saturrarán y Santander. Fue en esta ciudad donde, poco antes de la entrada en Madrid de las tropas de Franco, se le notificó que el jefe del Servicio Nacional de Prisiones, Máximo Cuervo, la había nombrado directora de la cárcel de Ventas.
Con el advenimiento de la República se había puesto en marcha un plan de modernización penitenciaria que buscaba facilitar la reinserción social de las reclusas. El de Ventas, inaugurado en 1933, era uno de los centros pioneros de ese plan, según el cual cada una de las internas debía disponer de una celda individual. Su capacidad máxima era de 450 personas. Para el verano de 1939, el número de internas superaba ya las 10.000, y al hacinamiento había que añadir problemas de falta de higiene, insalubridad y subalimentación que convertían aquella cárcel en un auténtico infierno.
En la prisión existía una sección especial para las presas más jóvenes. Ocupaba una sala de algo más de 100 metros cuadrados, y en ella hacían su vida cerca de un centenar de chicas, que por la noche extendían sus petates en el suelo para dormir y durante el día trataban de burlar la vigilancia de su cuidadora, una funcionaria de prisiones apodada La Zapatitos. La octogenaria Mari Carmen Cuesta, que en la actualidad reside en Valencia, fue una de las chicas que vivieron en esa sección, y recuerda cómo aprovechaban la menor distracción de La Zapatitos para salir a las galerías de la cárcel y encontrarse con sus amigas mayores, a las que intentaban entretener con improvisadas sesiones de claqué.
Mari Carmen Cuesta, que entonces tenía 15 años, había sido detenida junto a su amiga Virtudes González. Ésta, de 18, fue una de las que más tarde serían conocidas como las Trece Rosas, 13 jóvenes que en agosto de 1939 fueron condenadas a muerte y ejecutadas por el simple hecho de haber militado durante la guerra en las Juventudes Socialistas Unificadas. En la sección de menores de la prisión convivió Mari Carmen Cuesta con tres de las Trece Rosas (Martina Barroso, Anita López Gallego y Victoria Muñoz), y recuerda la consternación y rabia que sintió cuando vio cómo una guardiana las despertó a medianoche para conducirlas junto a las otras diez hasta las tapias del cementerio del Este, donde fueron fusiladas.
¿Cómo vivió aquello Carmen Castro, a la que María Sánchez Arbós y otras como ella habían tratado de transmitir los ideales de la Institución,  su fe en la construcción de un mundo más libre y más justo? Por testimonios de antiguas reclusas sabemos que Carmen Castro declinó hacer compañía a las 13 chicas mientras escribían sus cartas de despedida en la capilla de la cárcel. Según cuenta la socialista Ángeles García-Madrid en Réquiem por la libertad, esa ausencia pudo deberse a su precario estado de salud: su débil corazón difícilmente habría soportado "aquel engendro de justicia". La directora de la prisión no estaba pasando, en todo caso, una buena temporada: no mucho tiempo antes, su madre había muerto de bronconeumonía en una residencia de religiosas en Zaragoza.
La propia García-Madrid recuerda unas palabras supuestamente pronunciadas por Carmen Castro a propósito de una ejecución anterior, la de dos hermanas acusadas de haber denunciado a un falangista. "Yo misma las he colocado esta mañana en el paredón. Los delitos de sangre hay que ahogarlos en sangre", habría dicho. Sin embargo, según su hermana Matilde, fueron las propias condenadas las que le suplicaron que las acompañara en sus últimos momentos, en los que "querían ver una cara amiga", y aquel día Carmen Castro regresó a la casa familiar en un estado de desolación absoluta. Bendijera o no la política de venganza adoptada por las nuevas autoridades, lo cierto es que Carmen Castro no tuvo valor para mirar a los ojos de esas 13 inocentes que estaban a punto de ser asesinadas. Pero acaso lo más oscuro de este episodio sea que Carmen Castro ni siquiera llegó a tramitar las solicitudes de conmutación de la pena capital para las condenadas. La sentencia se conoció el 3 de agosto, y hasta el 13, ocho días después del fusilamiento, no llegaron las peticiones de clemencia al cuartel general de Franco, que se limitó a anotar en sus márgenes la E de "Enterado".
Aunque, según algunas fuentes, María Sánchez Arbós estaba ya en Ventas cuando se fusiló a las Trece Rosas, lo cierto es que su ingreso en la prisión no se produjo hasta mediados de septiembre. Para María debió de ser toda una sorpresa encontrarse al frente de la cárcel a una antigua discípula. Una discípula, por otro lado, que no dejaba de reconocerle cierta autoridad moral. Según el testimonio de una reclusa recogido por Tomasa Cuevas, a Carmen Castro "le impresionó ver allí a aquella mujer, con lo que valía y la labor que había hecho toda su vida".
Al parecer, la directora de la prisión ofreció a su ex profesora la posibilidad de convertirse en una reclusa de confianza, lo que habría aliviado la dureza de sus condiciones de vida. María (o doña María, como aluden a ella quienes la conocieron en Ventas) rechazó la oferta y,  a cambio, pidió que se habilitara una zona de la cárcel para las mujeres que vivían con hijos pequeños y que se convirtiera la sección de menores en una escuela para las presas jóvenes.  Carmen Castro accedió a ambas peticiones, y la propia doña María, ayudada por una maestra llamada Rafaelita,  se encargó de dirigir la que fue bautizada como Escuela de Santa María.  A finales de ese septiembre, tras medio año de detención, ingresó en la cárcel de Ventas la comunista Matilde Landa, que durante la contienda había colaborado activamente con el Socorro Rojo Internacional. Aunque era quince años más joven que doña María, las estrechas vinculaciones de ambas con la Institución Libre de Enseñanza habían hecho que surgiera entre ellas una buena amistad, hasta el punto de que, cuando estalló la guerra, tres de los hijos de doña María estaban pasando una temporada en una playa gallega junto a la hija, cuatro sobrinos y una hermana de Matilde.
Las ejecuciones de presas de Ventas no cesaron tras el fusilamiento de las Trece Rosas. Según Fernando Hernández Holgado, llegaron a alcanzar la cifra de 78, y bastantes de ellas fueron compañeras de María Sánchez Arbós y de Matilde Landa durante los meses que permanecieron recluidas.  En su biografía de Matilde Landa, David Ginard i Féron afirma que el hecho de que no se hubieran tramitado a tiempo las solicitudes de conmutación de las Trece Rosas fue lo que le hizo concebir la idea de crear dentro de la prisión un pequeño departamento de apoyo legal a las condenadas. La "oficina de penadas", que empezó a funcionar pese a las iniciales reticencias de Carmen Castro, estaba situada en la celda de la propia Matilde, y su único mobiliario lo constituían unos cajones de madera y una máquina de escribir. En aquella celda se asesoraba a las condenadas para que pudieran elevar recursos y solicitar avales, y entre la media docena de internas que desde el primer momento colaboraron con Matilde Landa estaba, cómo no, María Sánchez Arbós, que dedicaba a esa actividad el tiempo que le dejaba libre su labor al frente de la Escuela de Santa María.
La oficina siguió en funcionamiento hasta que, en agosto de 1940, se trasladó a Matilde Landa a la prisión de Palma de Mallorca (donde fue sometida a tales presiones que acabó suicidándose). La colaboración de María Sánchez Arbós había cesado con su excarcelación, en diciembre de 1939.  Dos años después fue absuelta por un tribunal militar, pero también expulsada del magisterio, y no sería rehabilitada hasta julio de 1952, al parecer gracias a las gestiones de un hombre próximo al régimen a cuyo hijo daba clases particulares. Murió en 1976.
En cuanto a Carmen Castro, fue nombrada en 1940 inspectora central de Prisiones, y muchas de las mujeres que la habían conocido en Ventas se reencontraron con ella en sus posteriores destinos penitenciarios: Mari Carmen Cuesta la recuerda en Girona, dando instrucciones a las monjas de la cárcel para convertir el huerto en una cancha de baloncesto. Cuando, en enero de 1948, murió con sólo 38 años, era la responsable de la Sección de Redención de Penas por el Esfuerzo Intelectual.”


8 de des. 2013

historia de una maestra, 6

Lecturas para la reflexión:

“Lorenzo Luzuriaga en “El analfabetismo en España” , de 1926, realiza uno de los mejores estudios del momento analizando sus causas económicas, geográficas y educativas mediante los datos de los censos de 1910 y 1920. Señala como ejemplo el municipio de Santiago de la Espada (Jaén), que en el censo de 1920 había obtenido el porcentaje más elevado de analfabetismo (92,8%) y que aparece reflejado también en las páginas del libro realizado entre 1926 y 1929 por Luis Bello denominado “Viaje por las escuelas de España” como un buen ejemplo de la confluencia de varias causas determinantes: diseminación de la población, pastoreo, régimen de la propiedad de la tierra, aislamiento e incomunicación. En síntesis, tres eran los factores determinantes para el analfabetismo: el carácter urbano o rural del lugar de residencia, su nivel de escolarización y la pertenencia al sexo masculino o femenino. Vivir en un área rural o en las agropoblaciones del sur, sureste, oeste o noroeste (Andalucía, Murcia, Extremadura, Galicia)   suponía en la mayor parte de los casos ser analfabeto. en especial si además se pertenecía al sexo femenino. No sucedía así en las grandes ciudades o en las áreas rurales de la meseta norte y algunas provincias norteñas como Santander, Navarra o el País Vasco. Estas zonas o provincias con las más altas tasas de escolarización del país ofrecían también, ya desde los primeros censos a mediados del siglo XIX,  los más elevados porcentajes de alfabetización (…)

La línea de continuidad en el analfabetismo se quiebra - al principio de un modo casi imperceptible-  en la segunda y tercera décadas del siglo XX. El  descenso del número total de analfabetos es ostensible: desde 11.867.455 en 1910, cifra  similar a la de 1860, a 8.760.694 en 1940.”
Alfredo Liébana Collado
“La educación en España en el primer tercio del siglo XX: la situación del analfabetismo y la escolarización”
2009, páginas 8-9  


 “Es natural que queráis saber,  antes de empezar,  quiénes somos y a qué venimos.  No tengáis miedo. No vamos a pediros nada. Al contrario; venimos a daros de balde algunas cosas.  Somos una escuela ambulante y que quiere ir de pueblo en pueblo.  Pero una escuela ambulante donde no hay libros ni matrícula, donde no hay que aprender con lágrimas,  donde no se pondrá a nadie de rodillas,  donde no se necesita hacer novillos.  Porque el Gobierno de la República que nos envía nos ha dicho que vengamos ante todo a las aldeas,  a las más pobres, a las más abandonadas y que vengamos a enseñaros algo,  algo de lo que no sabéis por estar siempre tan solos y tan lejos de donde otros lo aprenden y porque nadie,  hasta ahora, ha venido a enseñároslo;  pero que vengamos también, y lo primero, a divertiros.  Y nosotros quisiéramos alegraros,  divertiros casi tanto como os alegran y os divierten los cómicos y titiriteros, (…)  los mozos y los viejos de las ciudades,  por modestas que sean,  tienen ocasiones de seguir aprendiendo toda la vida y también divirtiéndose porque están en medio de otros hombres que saben más que ellos,  porque solo con oírlos y mirar se aprende,  porque todo lo tienen a la mano,  porque la instrucción y las diversiones se les entran sin quererlo por los ojos y oídos... Y como de esto se hallan privadas las aldeas,  la República quiere ahora hacer una prueba, un ensayo, a ver si es posible empezar al menos a deshacer semejante injusticia. (…) Traemos en estampas luminosas los templos y catedrales antiguos, las estatuas, los cuadros que pintaron grandes artistas.  Más adelante queremos traer un pequeño Museo de copias en lienzo de las grandes obras que están en los Museos. (…)  Cuando todo español no solo sepa leer, que ya es bastante, sino tenga ansias de leer, de gozar y divertirse, sí, de divertirse leyendo,  habrá una nueva España.  Para eso la República ha empezado a repartir por todas partes libros y por eso también al marcharnos os dejaremos nosotros una pequeña biblioteca….”

Presentación de las Misiones Pedagógicas. Texto de Manuel B. Cossío, en:  
Historia de una maestra
Josefina Aldecoa
Páginas 137-138



“La brecha escolar que divide España”, artículo publicado hoy en el periódico “El País”



7 de des. 2013

historia de una maestra, 5



“Las clases de adultos seguían adelante. En los últimos meses era Ezequiel el único que se encargaba de ellas para evitarme un esfuerzo más.

Había un espacio de tiempo dedicado a las clases propiamente dichas, clases de alfabetización, de cálculo, de nociones científicas o históricas y había otro espacio dedicado a la charla y discusión sobre temas cercanos, sociales y sanitàrarios o sobre acontecimientos de actualidad que Ezequiel les mostraba en los periódicos.  Poco a poco, este segundo espacio fue creciendo ante la avidez de los alumnos por informarse de todo lo que sucedía lejos, en un mundo del que vivían aislados.  Ezequiel se dejaba llevar por el entusiasmo.  «Ya saben hablar»,  me decía. «Han aprendido a expresar lo que piensan...»

Yo frenaba su exaltación. «Tienes que seguir con las clases. Primero leer y aprender; luego ya vendrá lo demás.»  Asentía, pero una creciente inquietud le desazonaba.  «Sé que tienes razón.  Pero ignoran sus derechos, sus necesidades, son fáciles de convencer por cualquiera,  están en manos de quien mejor los sepa manejar.  Yo no quiero hacer política;  quiero sólo defenderles de la política...»”

Josefina Aldecoa
Historia de una maestra


4 de des. 2013

joana raspall


La poeta Joana Raspall ha mort aquesta matinada . La seva família ha demanat que totes les aules de les escoles de Catalunya la recordin amb la lectura d'alguns dels seus poemes.


Aquesta és la nostra contribució.


L'espera

T'espero i sé que vindràs.
Se'm fa l'hora cançonera,
que qui espera, desespera!
Enyoro el jou del teu braç
on el meu cos troba força,
que sóc la flor que es colltorça
si es queda sola en el vas.
Em cal aquell entramat
de llaços i serpentines
que només tu saps amb quines
arts tan dolces has trenat.

Sento que vindràs aviat.
Vull desfer-me de neguit,
i que tu no trobis noses
quan vulguis collir les roses
que em floreixen dins del pit.

Joana Raspall



Cada llibre té un secret
disfressat de blanc i negre;
tot allò que et diu a tu
un altre no ho pot entendre;
sent el tacte dels teus dits
i creu que l'acarícies
i que el batec del teu pols

vol dir que, llegint, l'estimes.

Tot allò que te donarà,
que no ocupa lloc, ni pesa,
t'abrigarà contra el fred
d'ignorància i de tristesa.

Amb els llibres per amics
no et faltarà companyia.
Cada pàgina pot ser
un estel que et fa de guia.


Joana Raspall