La trenza: tan distintas, tan iguales
por Patricia Millán
en Relatos en construcción
"Cuando me proponen la lectura de una autora — en femenino— actual, me echo a temblar. ¿Será una gran narradora, una magnífica escritora que he dejado pasar hasta este momento? ¿O será uno de esos productos editoriales con los que nos están intentando estafar bajo la etiqueta del feminismo? Así, de primeras, es difícil saberlo. Y no me fío demasiado de aquellas mujeres que ensalzan hasta las cumbres de la magna literatura cualquier obra que tenga una vagina por autora. Es muy triste tener que pensar en estos términos pero sucede: el movimiento que reivindica las voces femeninas en la literatura ha dado espacio a muchas escritoras que todos deberíamos haber conocido ya, pero también a un enorme puñado de farsantes.
Así que, cuando Iñaki me recomendó La trenza, de Laetitia Colombani, lo cogí un poco con pinzas, pero al menos con la curiosidad de saber que es un librero leído y curtido —lo que viene siendo un librero, vamos; algo diferente de un vendedor de libros—.
La trenza nos narra la historia de tres mujeres muy diferentes entre sí: Smita, una intocable en la India que busca un futuro mejor para su hija de lo que dicta su estirpe; Giulia, una joven italiana que ve cómo el taller artesano de fabricación de pelucas que han regentado tres generaciones de su familia está a punto de cerrar; y Sarah, una abogada canadiense que ha sacrificado todo para lograr ser socia de un gran bufete y que de repente ve caer sus aspiraciones como un castillo de naipes.
Su plan no ha funcionado. […] Le ha quitado lo único que la mantenía en pie, lo único que le daba fuerzas para levantarse todas las mañanas: su yo social, su vida profesional, la sensación de ser alguien en este mundo, de tener su sitio en él.
La trenza es una novela (o tres relatos enlazados a través de una reflexión poética planteada por una cuarta persona, que se intuye mujer que trabaja también en el taller de pelucas, tal vez la Nona, esa anciana que ha dedicado más de cincuenta años al oficio) que habla con nitidez de tres mujeres que tienen aspiraciones y que se resisten a representar el papel que les ha sido asignado. Tres mujeres de la vida real, creíbles, auténticas, enfrentadas a tres duros golpes.
Tal vez la más cercana al lector sea Sarah, que encarna mucho de lo que algunas nos cansamos de denunciar: renunciar a lo importante para lograr un puesto profesional, emulando una actitud laboral masculina es un error que trae consecuencias. En su caso, todos sus sacrificios parecen volverse contra ella cuando un cáncer de mama hace acto de presencia y aquellos que la respetaban la dejan de lado porque ya no es un activo valioso para la empresa. Confundir un entorno de trabajo con una familia o una relación de amistad es un error que le sale caro. Pero al mismo tiempo es el aliciente que Sarah parece necesitar para entender que el ritmo de vida occidental, tan alejado de los valores tradicionales, sacrificando la vida en favor de un ente abstracto, de una empresa, de un honor profesional que puede caer en cualquier momento, dando la espalda a las relaciones personales auténticas.
La historia de la canadiense es un relato sobre la situación laboral de la mujer, sus aspiraciones, su equiparación… pero también es una historia sobre una enfermedad femenina y cómo es vista por los demás y sobre los valores que tienen auténtica importancia.
La historia de Giulia, por su parte, está más enrocada con la incorporación de las nuevas tecnologías a negocios tradicionales: la única salida del taller parece ser abrirse al mundo, exportar, pero la muchacha se encuentra con la oposición de su familia que ve en esa apertura un insulto a su cultura y a su artesanía. Pero también es la historia de un amor interracial, un nuevo frente abierto que Giulia tendrá que superar con la determinación de una mujer mediterránea que se enamora de un inmigrante de piel oscura. Giulia nos habla de los prejuicios, en entornos laborales pero también en las relaciones.
Por último, la historia más dura pero más alejada de la vida de la mayoría de los lectores —y por ende la que menos afecta, la que parece más ficcionada— es la de Smita, una mujer que, como su madre antes, está obligada a vivir recogiendo las deposiciones de los ricos, sin esperar recibir nada a cambio más que, tal vez, algunas sobras para poder comer. Smita no tiene derecho a nada, más que a sus sueños que nadie le puede robar. Esos sueños implican que su hija salga de ese pozo negro al que está destinada, que estudie, que consiga algo más. Para ello romperá con la fidelidad conyugal y se lanzará a un viaje cuyo final es incierto.
De hecho, la historia india es la única que la autora no cierra, que deja en suspense y que augura un final menos prometedor. Esto, sumado a que rompe la estricta estructura que ha impuesto al texto —demasiado mecánica y rígida, poco flexible y, por tanto, poco dada al elemento sorpresa en la lectura— hace de este último un relato endeble.
Esta estructura tiene su razón de ser: Colombani entrelaza las tres vidas como si de los mechones de una trenza se trataran, logrando, por complicado que parezca, entrelazar en el final todas las historias. Pero al tiempo planea la duda de si, puestos los tres relatos por separado, eliminada esa artimaña en la disposición del texto, la narración hubiera perdido valor. Creo que sí, que los tres relatos de forma individual tienen la importancia justa que les da los temas que aborda, pero no necesariamente un interés estético o literario.
La trenza es una historia lograda, que golpea sobre la herida abierta en más de una ocasión, pero que no termina de cuajar como texto compacto. Aún así, garantiza que el lector se implicará con los personajes, se pondrá en su lugar y gritará enfurecido con las injusticias —reales o imaginadas— a que se enfrentan."