Ayer visitamos la exposición “Barraques, la ciutat informal” (Museu de història de la ciutat, Barcelona hasta el 22 de febrero de 2009).
La misma está estructurada en tres grandes períodos: el primero, los años veinte y treinta del siglo XX, marcan la consolidación y extensión - porque el fenómeno hunde sus raíces en el desarrollo industrial de la ciudad del último tercio del siglo XIX- del barraquismo en la ciudad gracias a la escasez endémica de vivienda que padece la ciudad, la inexistencia de un mercado de alquiler y la arribada masiva de mano de obra atraída por los trabajos de Exposición Universal de 1929.
El segundo abarca los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, los de la larga posguerra civil. En este período el fenómeno se desborda por toda la ciudad: en playas, en cuevas, en cerros, en terrenos públicos y en amplias zonas del Ensanche se construye una ciudad paralela a la ciudad. A principios de los años sesenta 100.000 personas viven en treinta barrios de barracas repartidas por toda la ciudad. A partir de estos años las movilizaciones de las asociaciones de vecinos de estos asentamientos consiguen dignificar algo esos lugares y, muy despacio, arrancar a las autoridades la construcción de nuevas barriadas de vivienda pública, pero eso sí, de baja calidad y carentes de todos los servicios. Estas promociones permiten que el fenómeno remita mas no el movimiento vecinal que, ya en las nuevas barriadas, será clave en la consecución de dotar a éstas con los servicios de que carecían; larga lucha que, en algunos casos, ve su recompensa una vez recuperada la democracia.
El tercero, los años ochenta, nos muestra el final del fenómeno: la marginalidad de los últimos barraquistas, las estrategias públicas para erradicar los últimos asentamientos: dispersión y goteo constante; hasta que el final del barraquismo en Barcelona coincide con la inauguración de la Barcelona Olímpica.
Respaldada en un amplio material gráfico, fotográfico y fílmico, el núcleo central de la exposición son los testimonios de los propios protagonistas que, con sus recuerdos y vivencias, ilustran la lucha diaria por conseguir el sueño de una vida mejor.
En esta noticia de la exposición no quiero pasar por alto un hecho que descubrí en el recorrido y que me ha causado una gran desazón porque es una realidad que la tenemos HOY también al lado de casa y nadie quiere verla: en los años cincuenta llegaban cada día a la estación de Francia cientos de inmigrantes procedentes, fundamentalmente, del sur de España. Por órdenes del Gobernador Civil de turno, Felipe Acedo Colunga, la policía interrogaba a todos los recién llegados en la misma estación, tenían que demostrar que tenían trabajo y vivienda al llegar. A los que no podían demostrarlo se les enviaba directamente a un centro de retención: el Palacio de las Misiones, en Montjuïc, centro levantado con motivo de la Exposición Universal para mostrar las misiones religiosas españolas en el mundo y hoy desaparecido- estaba muy cerca del Palacete Albéniz-. En dicho centro, auténtico campo de concentración, las personas eran retenidas sine die hasta que reunían un número suficiente para completar un tren de vuelta a sus destinos. El billete lo pagaban a medias el Patronato de Beneficencia del Ayuntamiento y el Gobierno Civil. Entre 1952 y 1957 hubo doscientas treinta expediciones, lo que se traduce en unas 15.000 personas “expulsadas” . Hoy, como ayer, estos hechos están rodeados del más absoluto silencio.
La misma está estructurada en tres grandes períodos: el primero, los años veinte y treinta del siglo XX, marcan la consolidación y extensión - porque el fenómeno hunde sus raíces en el desarrollo industrial de la ciudad del último tercio del siglo XIX- del barraquismo en la ciudad gracias a la escasez endémica de vivienda que padece la ciudad, la inexistencia de un mercado de alquiler y la arribada masiva de mano de obra atraída por los trabajos de Exposición Universal de 1929.
El segundo abarca los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, los de la larga posguerra civil. En este período el fenómeno se desborda por toda la ciudad: en playas, en cuevas, en cerros, en terrenos públicos y en amplias zonas del Ensanche se construye una ciudad paralela a la ciudad. A principios de los años sesenta 100.000 personas viven en treinta barrios de barracas repartidas por toda la ciudad. A partir de estos años las movilizaciones de las asociaciones de vecinos de estos asentamientos consiguen dignificar algo esos lugares y, muy despacio, arrancar a las autoridades la construcción de nuevas barriadas de vivienda pública, pero eso sí, de baja calidad y carentes de todos los servicios. Estas promociones permiten que el fenómeno remita mas no el movimiento vecinal que, ya en las nuevas barriadas, será clave en la consecución de dotar a éstas con los servicios de que carecían; larga lucha que, en algunos casos, ve su recompensa una vez recuperada la democracia.
El tercero, los años ochenta, nos muestra el final del fenómeno: la marginalidad de los últimos barraquistas, las estrategias públicas para erradicar los últimos asentamientos: dispersión y goteo constante; hasta que el final del barraquismo en Barcelona coincide con la inauguración de la Barcelona Olímpica.
Respaldada en un amplio material gráfico, fotográfico y fílmico, el núcleo central de la exposición son los testimonios de los propios protagonistas que, con sus recuerdos y vivencias, ilustran la lucha diaria por conseguir el sueño de una vida mejor.
En esta noticia de la exposición no quiero pasar por alto un hecho que descubrí en el recorrido y que me ha causado una gran desazón porque es una realidad que la tenemos HOY también al lado de casa y nadie quiere verla: en los años cincuenta llegaban cada día a la estación de Francia cientos de inmigrantes procedentes, fundamentalmente, del sur de España. Por órdenes del Gobernador Civil de turno, Felipe Acedo Colunga, la policía interrogaba a todos los recién llegados en la misma estación, tenían que demostrar que tenían trabajo y vivienda al llegar. A los que no podían demostrarlo se les enviaba directamente a un centro de retención: el Palacio de las Misiones, en Montjuïc, centro levantado con motivo de la Exposición Universal para mostrar las misiones religiosas españolas en el mundo y hoy desaparecido- estaba muy cerca del Palacete Albéniz-. En dicho centro, auténtico campo de concentración, las personas eran retenidas sine die hasta que reunían un número suficiente para completar un tren de vuelta a sus destinos. El billete lo pagaban a medias el Patronato de Beneficencia del Ayuntamiento y el Gobierno Civil. Entre 1952 y 1957 hubo doscientas treinta expediciones, lo que se traduce en unas 15.000 personas “expulsadas” . Hoy, como ayer, estos hechos están rodeados del más absoluto silencio.
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