28 de jul. 2008

La flaca memoria


Ayer visitamos la exposición “Barraques, la ciutat informal” (Museu de història de la ciutat, Barcelona hasta el 22 de febrero de 2009).

La misma está estructurada en tres grandes períodos: el primero, los años veinte y treinta del siglo XX, marcan la consolidación y extensión - porque el fenómeno hunde sus raíces en el desarrollo industrial de la ciudad del último tercio del siglo XIX- del barraquismo en la ciudad gracias a la escasez endémica de vivienda que padece la ciudad, la inexistencia de un mercado de alquiler y la arribada masiva de mano de obra atraída por los trabajos de Exposición Universal de 1929.

El segundo abarca los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, los de la larga posguerra civil. En este período el fenómeno se desborda por toda la ciudad: en playas, en cuevas, en cerros, en terrenos públicos y en amplias zonas del Ensanche se construye una ciudad paralela a la ciudad. A principios de los años sesenta 100.000 personas viven en treinta barrios de barracas repartidas por toda la ciudad. A partir de estos años las movilizaciones de las asociaciones de vecinos de estos asentamientos consiguen dignificar algo esos lugares y, muy despacio, arrancar a las autoridades la construcción de nuevas barriadas de vivienda pública, pero eso sí, de baja calidad y carentes de todos los servicios. Estas promociones permiten que el fenómeno remita mas no el movimiento vecinal que, ya en las nuevas barriadas, será clave en la consecución de dotar a éstas con los servicios de que carecían; larga lucha que, en algunos casos, ve su recompensa una vez recuperada la democracia.

El tercero, los años ochenta, nos muestra el final del fenómeno: la marginalidad de los últimos barraquistas, las estrategias públicas para erradicar los últimos asentamientos: dispersión y goteo constante; hasta que el final del barraquismo en Barcelona coincide con la inauguración de la Barcelona Olímpica.

Respaldada en un amplio material gráfico, fotográfico y fílmico, el núcleo central de la exposición son los testimonios de los propios protagonistas que, con sus recuerdos y vivencias, ilustran la lucha diaria por conseguir el sueño de una vida mejor.

En esta noticia de la exposición no quiero pasar por alto un hecho que descubrí en el recorrido y que me ha causado una gran desazón porque es una realidad que la tenemos HOY también al lado de casa y nadie quiere verla: en los años cincuenta llegaban cada día a la estación de Francia cientos de inmigrantes procedentes, fundamentalmente, del sur de España. Por órdenes del Gobernador Civil de turno, Felipe Acedo Colunga, la policía interrogaba a todos los recién llegados en la misma estación, tenían que demostrar que tenían trabajo y vivienda al llegar. A los que no podían demostrarlo se les enviaba directamente a un centro de retención: el Palacio de las Misiones, en Montjuïc, centro levantado con motivo de la Exposición Universal para mostrar las misiones religiosas españolas en el mundo y hoy desaparecido- estaba muy cerca del Palacete Albéniz-. En dicho centro, auténtico campo de concentración, las personas eran retenidas sine die hasta que reunían un número suficiente para completar un tren de vuelta a sus destinos. El billete lo pagaban a medias el Patronato de Beneficencia del Ayuntamiento y el Gobierno Civil. Entre 1952 y 1957 hubo doscientas treinta expediciones, lo que se traduce en unas 15.000 personas “expulsadas” . Hoy, como ayer, estos hechos están rodeados del más absoluto silencio.

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