2 d’abr. 2009

John Steinbeck

El autor del mes de abril, nuestro buen amigo John Steinbeck, era un californiano enamorado de su tierra. En 1941 se embarco durante seis semanas con el biólogo marino Ed Ricketts en un viaje de placer e investigación.
Navegaron en el Western Flyer, un barco sardinero, en una travesía que les llevo de la Bahía de Monterrey, hacia el sur, a bordear la península de la Baja California y adentrarse en el conocido como mar de Cortés.
Fruto de este viaje, vio la luz un libro delicioso y harto desconocido del autor de Las uvas de la ira: Por el mar de Cortés (publicado en España por la editorial Península, abril 2005.
Por el mar de Cortés es un cuaderno de bitácora, un anecdotario, un diario personal y un libro de reflexiones sobre todo lo humano y sus circunstancias, con el telón de fondo ,harto elocuente, de una Segunda Guerra Mundial a punto de comenzar.

Casualmente, este mes Vespres Literaris celebrará, bajo el patrocinio de nuestra amiga Mercè, una charla-debate en torno a un tema tan actual como el de Las uvas de la ira : este año se celebran los 150 años de la publicación de El origen de las especies, de Charles Darwin; al calor del aniversario, han llegado hasta nosotros otros puntos de vista sobre nuestros origenes defendidos por determinadas corrientes ideológicas. Así, el tema del debate es: ¿Evolucionismo? o ¿Creacionismo?, ¿Azar o diseño inteligente?.
Para avivar el futuro debate, transcribimos una reflexión del autor del mes escrita en aquel viaje de hace 68 años:

Para la mayoría de los hombres la declaración más odiosa posible es: «Una cosa existe porque es». Incluso aquellos que han conseguido desprenderse de los lazos de una divinidad de escuela dominical, se dejan guiar todavía por la inconsciente teleología de su costumbre desarrollada.

Y al decir que la esperanza amortigua el choque de la experiencia, que un golpe equilibra el direccionalismo de otro, se implica una teología a menos que uno sepa, sienta o piense que existimos, y que sin este equilibrio, la esperanza, nuestra especie, en su mutación ciega, podría haberse extinguido como muchas otras. El doctor Torsten Gislén, en su estupenda monografía sobre los equinodermos fósiles llamada Series evolutivas hacia la muerte y la renovación, ha demostrado que, al menos en el grupo que él ha estudiado, las mutaciones han tenido valor destructivo más que superviviente. Amplificando esta tesis, es interesante pensar en los cambios de nuestra propia especie.

Se dice y se cree que no ha habido ninguno en los tiempos históricos. Sin embargo, nos preguntamos dónde puede tener lugar una mutación en el hombre. El hombre es el único animal cuyo interés y estímulo son exteriores a él. Los otros animales pueden hacer agujeros para vivir en ellos, pueden trenzar nidos o tomar posesión de árboles huecos. Algunas especies, como las abejas y arañas, se fabrican incluso hogares complicados, pero lo hacen con los fluidos y procesos de sus propios cuerpos. No dejan mucha huella en la tierra. Pero el mundo es surcado y tallado, desgarrado y volado por la mano del hombre. Su flora ha sido arrasada y cambiada, sus montañas perforadas, sus llanos cubiertos de ruinas. Y estos cambios no han sido realizados porque una habilidad técnica inherente los ha exigido, sino porque el deseo del hombre ha creado esta habilidad. El hombre fisiológico no requiere estos bienes secundarios para existir, pero el hombre completo sí. Es el único animal que vive fuera de sí mismo, cuyo estímulo son las cosas externas... propiedad, casas, dinero, ambición de poder. Vive en sus ciudades y fábricas, en su negocio, trabajo y arte. Pero al haberse proyectado a sí mismo dentro de estas complejidades externas, es ellas. Su casa, su automóvil, son una gran parte de él.

Esto está muy bien demostrado por algo que saben los médicos: que cuando un hombre pierde sus bienes, una consecuencia muy común es la impotencia sexual. Entonces, si la proyección, la preocupación del hombre yace en las cosas externas, hasta tal punto que su subjetividad es un espejo de casas, coches y ascensores, el lugar donde buscar su mutación será en la dirección de su estímulo, o dicho en otras palabras, en las cosas externas con las que trata. Y allí podemos encontrar en seguida evidencia de cambio.

La revolución industrial es una verdadera mutación, y la tendencia actual hacia el colectivismo, tanto si se atribuye a Marx o a Hitler o a Henry Ford, puede ser un cambio de la especie tan definitivo, como el alargamiento del cuello de una jirafa en desarrollo. Pues los cambios deben tener lugar en la dirección del estímulo o preocupación del género humano. Entonces, si esta tendencia a la colectivización es una mutación, no hay razón para suponer que sea para conseguir algo mejor. Una regla de la paleontología dice que los adornos y las complicaciones preceden a la extinción. Y nuestro cambio, del que las asambleas parlamentarias, las granjas colectivas, la mecanización del ejército y la producción masiva de los alimentos son evidencias e incluso síntomas, podría muy bien ser paralelo al endurecimiento del armazón de los grandes reptiles... una tendencia que sólo puede terminar en extinción.

Y si esto es cierto, nada que provenga del pensamiento podrá interferirlo. El pensamiento consciente parece tener muy poca influencia sobre la acción o dirección de nuestra especie. Existe ahora una guerra en la que nadie quiere luchar, en la que nadie puede ver una ganancia... una guerra de caminantes dormidos, que se escapa a todo control de la inteligencia. Hace algún tiempo, un Congreso de hombres honrados se negó a permitir una incautación de varios cientos de millones de dólares para alimentar a nuestro pueblo. Dijeron que la estructura económica del país se derrumbaría bajo la presión de tal dispendio. Y ahora estos mismos hombres, igualmente honrados, están asignando muchos billones de dólares a la fabricación, transporte y detonación de explosivos para proteger a la gente que no quisieron alimentar.

Esto debe ser así. Quizá todo es parte de un proceso de cambio, y éste nos dará por hechos. Nosotros hemos dejado nuestra huella en el mundo, pero en realidad no hemos hecho nada que los árboles, el hielo y la erosión, no puedan remover en poco tiempo. Es extraño, triste y de nuevo sintomático, que la mayoría de la gente cuando lean esta especulación, que es sólo especulación, piensen que es una traición a nuestra especie especular así. Porque a pesar de la abrumadora evidencia de lo contrario, el rasgo de esperanza controla todavía el futuro, y el hombre no como especie, sino como raza triunfante, se aproximará a la perfección, y finalmente, rompiendo los lazos que encadenan su libertad, subirá a las estrellas o se colocará en donde por su poder y virtud le pertenece: a la derecha del √ -1. Desde este lugar majestuoso dirigirá con la inteligencia pura orden del universo, y tal vez cuando esto ocurra — cuando nuestra especie progrese hacia su extinción, o penetre en la mente de Dios — quedarán atrás algunos grupos degenerados, como esos indios de la Baja California, que se sientan a la sombra de las rocas o permanecen inmóviles en sus piraguas. Puede que subsistan para tomar el sol, comer, morirse de frío, dormir y reproducirse. Tienen leyendas tan vagas y mágicas como el espejismo. Tal vez cuando sientan otro interés, cuando sean una raza grande y divina que vuele en cuatrimotores con bombas explosivas, Dios los llamará a su seno."

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