los hombres y mujeres que nos acompañaron en aquel intenso período histórico, refugiados unos, militares de la República los otros, fueron dando, quizás sin saberlo, a Cerdanyola una nueva identidad, pues la hicieron más grande, más humana, más cosmopolita y sobre todo la hicieron inmensamente solidaria. Cerdanyola se identificó con ellos, con los refugiados y ellos, en recompensa, la alababan. Aquellos miles de hombres y mujeres que albergó en su seno la hicieron suya y al marchar se la llevaron grabada para siempre en sus corazones (…)
La Cerdanyola dulce, vegetal, repleta, de jardines, de flores y rosales, la del amor y la esperanza, la del odio y la guerra; la Cerdanyola espiritual y combativa, la Cerdanyola del canto y de la alegría republicana ya ni existía, había muerto (…) La gran retirada había empezado (…) La carretera que enlaza con Sant Cugat se pobló de piernas caminantes. Todos los pasos de dirigían al éste, se perdían más allá de Ripollet(…)
En la segunda decena del mes de enero de 1939, los últimos refugiados y la población autóctona comprometida políticamente, las personas de izquierdas abandonaron el pueblo. El exilio se los tragó para siempre. Los hubo que sucumbieron en el holocausto nazi; otros engrosaron el maqui francés durante la guerra contra los alemanes; América dio reposo a los más afortunados (…) Los cerdanyolenses que no huyeron, cerraron las puertas de sus casas y se encerraron dentro (…) Se impuso un compás de espera. “
fragments extrets de l’obra de José García Sánchez (Carreta) Estampas de nuestra guerra. Recuerdos y vivencias (Cerdanyola 1936-1939), editat per l’Ajuntament de Cerdanyola l’any 1991.
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