27 de set. 2007

Las olas (4)

Portada de la primera edición

Virginia Woolf vertió en sus diarios, además del discurrir de sus días, múltiples reflexiones y las dudas que le asaltaban de continuo sobre sus creaciones literarias. En el caso del libro que nos ocupa, Woolf está obsesionada con el concepto del discurrir del tiempo; del inexorable paso de la vida y, por ende, con la soledad del individuo frente a este hecho y su fín inexorable: la muerte. Todos ellos son temas recurrentes en la obra de la autora inglesa, pero en esta obra adquieren dimensión y sentido en la mismísima estructura del libro. Veamos como expresa en su diario estas dudas y reflexiones en torno al desarrollo de la creación de Las olas.

Viernes 4 de enero 1929
“¿Es la vida muy sólida o muy cambiante? Me obsesionan las dos contradiccio­nes. Esto ha sucedido siempre; durará siempre; llega hasta el fondo del mundo, este momento en el que me hallo. También es transitorio, fugaz, diáfano. Pasaré como una nube sobre las olas. Tal vea sea que aunque cambiamos, volando uno tras otro, rápido, rápido, también somos de alguna forma sucesivos y continuos, los seres humanos; y dejamos pasar la luz. Pero ¿qué es la luz? Me impresiona la transitoriedad de la vida humana hasta tal punto que digo adiós a menudo; después de cenar con Roger, por ejemplo; o cuando calculo cuántas veces más veré a Nessa.”

Martes, 28 de mayo 1929
“Ahora respecto a este libro, Las falenas [ este iba a ser, en un principio, el título del libro. Falenas son unas mariposas de cuerpo delgado y alas anchas que se mantienen rígidas en las ramas de los árboles mimetizándose con ellas].. ¿Cómo voy a empezarlo? ¿Y qué ha de ser? No noto ningún gran impulso; ninguna fiebre; sólo un gran agobio de dificultad. ¿Por qué escribirlo entonces? ¿Por qué escribir nada? Todas las maña­nas escribo un pequeño boceto, para divertirme.
No digo, debo aclarar, que estos bocetos tengan ninguna relevancia. No trato de contar una historia. Pero tal vez se podría hacer así. Una mente pensando. Podrían ser islas de luz, islas en el río que estoy tratando de transmitir: la vida misma en marcha. La corriente de las falenas volando con fuerza en esa dirección. Una lámpara y una maceta en el centro. La flor puede estar cambiando siempre. Pero tiene que haber más unidad entre las escenas de la que puedo encontrar ahora. Podría llamarse autobiografía. ¿Cómo voy a hacer una etapa, o acto, entre la venida de las falenas, más intenso que otro, si sólo hay escenas? Se debe te­ner la sensación de que esto es el principio; esto es el medio; esto es el climax: cuando ella abre la ventana y entra la falena. Tendré las dos corrientes diferentes: las falenas volando; la flor erguida en el centro; un perpetuo desmoronarse y renovarse de la planta. En sus hojas ella podría ver que ocurren cosas. Pero ¿quién es ella? Estoy muy deseosa de que no tenga nombre. No quiero una Lavinia o una Penélope: quiero una «ella». Pero eso se vuelve afectado, modernista, artificioso de alguna manera: simbólico con túnicas sueltas. Por supuesto, puedo hacerla pensar hacia atrás y hacia delante; puedo contar historias. Pero no se trata de eso. También eliminaré el espacio y el tiempo exactos. Puede haber cualquier cosa al otro lado de la ventana; un barco, un desierto, Londres.”


Domingo, 23 de junio de 1929
“Sin embargo, ahora empiezo a ver Las falenas demasiado claramente, o por lo menos demasiado vigorosamente para mi comodidad. Creo que empezaré así: amanecer; las conchas en una playa; no sé... canto del gallo y del ruiseñor; y luego todos los niños en una mesa larga, lecciones. El principio. Bueno, habrá toda clase de personajes allí. Luego la persona que está en la mesa puede llamar a cualquie­ra de ellos en cualquier momento; y construir partiendo de esa persona el estado anímico, contar una historia; por ejemplo, de perros o de enfermeras; o alguna aventura infantil; todo muy al estilo de las mil y una noches, etc.; esto será la Infancia; pero no debe ser MI infancia; y barquitos en el estanque; la sensación de los niños; irrealidad; cosas con extrañas proporciones. Luego hay que elegir otra persona o figura. El mundo irreal debe rodear todo esto, las olas fantasmales. Debe entrar la falena: una sola y bella falena. Debe haber una flor que crece.
¿No podría conseguir que se oyeran las olas todo el tiempo? ¿O los ruidos de la granja? Algunos ruidos raros e irrelevantes. Ella podría tener un libro, un libro en el que leer, otro en el que escribir, cartas antiguas.
Luz de primera hora de la mañana, pero no hay que insistir en eso; porque debe haber gran libertad con respecto a la «realidad». Al mismo tiempo todo debe tener relevancia.
Bueno, todo esto es, por supuesto, la vida «real»; y la nada sólo aparece en su ausencia. He demostrado esto con bastante certeza durante la última medial» Todo se vuelve verde y vivificado dentro de mí cuando empiezo a pensar en i falenas. También, creo, una es mucho más capaz de entrar en otra...”

Miércoles, 25 de septiembre de 1929
Ayer por la mañana empecé otra vez Las falenas, pero ése no será el título. Y varios problemas claman enseguida pidiendo una solución. ¿Quién lo piensa? ¿Estoy yo fuera del pensador? Se necesita un recurso que no sea un truco.

Miércoles, 2 de octubre de 1929
… estos últimos días, he prendido fuego a mi libro, creo, lo he puesto en marcha; pero a un ritmo como el de los tiempos de El cuarto de Jacob y La señora Dalloway: una página como máximo, y mucho tiempo sentada chupando la pluma.

Viernes, 11 de octubre de 1929
Y me aferró a la idea de escribir aquí para no escribir Las olas o Las falenas, o como quiera que vaya a llamarse. Una cree que ha aprendido a escribir deprisa; y no es así. Y lo que es raro es que no estoy escribiendo con entusiasmo o con placer: a causa de la concentración. No estoy recitando de una tirada; sino balbuceando. Además, nunca en mi vida he acometido un proyecto tan vago y al mismo tiempo complejo; cada vez que hago una marca tengo que pensar en su relación con otras doce. Y aunque podría continuar con bastante facilidad, siempre estoy parándome a considerar el efecto de conjunto. En particular, ¿hay algún defecto radical en mi plan? No estoy completamente satisfecha con este método de escoger cosas de la habitación y que me recuerden otras cosas. Sin embargo no puedo por el momento concebir nada que esté tan próximo al proyecto original y que admita movimiento.
Martes, 5 de noviembre de 1929
… estoy más preocupada por mis Olas. Acabo de pasar a máquina el trabajo de la mañana; y no puedo sentirme totalmente segura. Hay algo ahí (como notaba con La señora Dalloway) pero no puedo dar con ello plenamente; nada como la velocidad y la certeza de Al faro; Orlando, un simple juego de niños. ¿Hay alguna falsedad, de método, en alguna parte? ¿Algo tram­poso? ¿De modo que las cosas interesantes no están firmemente fundadas? Estoy en un estado extraño; noto una escisión; aquí está la cosa interesante; y no hay una mesa bien sólida donde colocarla. Puede que me venga como en un relám­pago, al releer, algo solvente. Estoy convencida de que hago bien en buscar un sitio donde pueda poner a mi gente contra el tiempo y el mar, pero, Dios, qué difícil atrincherarse ahí, con convicción. Ayer tenía convicción; hoy ha desapare­cido. Sin embargo, he escrito 66 páginas.
Jueves, 26 de diciembre de 1929
Todo es maravilloso, sencillo, rápido, eficaz... salvo mis tanteos con Las olas. Escribo dos páginas de puros disparates después de grandes esfuerzos; escribo variaciones de cada frase; componendas; tentativas fallidas; posibilidades; hasta que mi cuaderno es como el sueño de un lunático. Luego confío en la inspiración al releer; y les doy cierto sentido a lápiz. Pero no estoy satisfecha. Creo que le falta algo. No le sacrifico nada al decoro. Voy derecha a mi centro. No me importa si luego lo tacho todo. Y hay algo ahí. Ahora me inclino a hacer tentativas violentas, respecto a Londres, al diálogo; abriéndome paso implacablemente, y luego, si no sale nada, por lo menos he examinado las posibilidades. Pero desearía disfrutarlo más. No lo tengo en la cabeza todo el día como Al faro y Orlando.

Domingo, 26 de enero de 1930
Estoy adherida a ese libro (Las olas), quiero decir pegada a él, como una mosca a un papel engomado. A veces pierdo el contacto; pero sigo; luego siento de nuevo que, al fin, por métodos violentos —como cuando uno se abre camino por entre el tojo—, he puesto las manos en algo central. Tal vez ahora pueda decir algo directo; y extenso; y no necesite estar siempre moldeando una línea para darle a mi libro la forma adecuada. Pero cómo unirlo, cómo mezclarlo y comprimirlo para darle unidad, no lo sé; tampoco puedo adivinar el final, puede que sea una gigantesca conversación. Los interludios son muy difíciles, pero creo que esenciales; para tender puentes y también dar un fondo: el mar, la naturaleza insensible, no sé. Pero pienso, cuando siento esta repentina naturalidad, que tiene que ser adecuada; en cualquier caso, ninguna otra forma de ficción se insinúa, salvo como repetición, en este momento.

Domingo, 16 de febrero de 1930
No ceso de inventar la escena de Hampton Court en Las olas. ¡Dios, me pregunto si sacaré adelante este libro! Hasta ahora no es más que un revoltijo de fragmentos

Viernes, 28 de marzo de 1930
Sí, pero este libro es una cosa muy rara. Tuve un día de embriaguez en el que me dije que los hijos no eran nada comparados con esto. Cuando me quedé contemplando todo el libro completo, y me peleé con Leonard (a causa de Ethel Smyth) y me fui a pasear hasta que se me pasó, sentí la presión de la forma —el esplendor y la grandeza— como, quizás, no lo había sentido nunca. Pero no lo terminaré apresuradamente en estado de embriaguez. Sigo trabajando con ahínco; y encuentro que es el más difícil y complejo de todos mis libros. Cómo acabarlo, salvo con una tremenda discusión en la que cada vida tenga su voz, un mosaico, un... No sé. La dificultad consiste en que está todo a gran presión. No he dominado aún la voz narradora. Sin embargo, hay algo ahí; y me propongo continuar afanándome, arduamente, y luego reescribir, leyendo gran parte de ello en alto, como la poesía. Permitirá expansión. Está comprimido, creo. Es —sea lo que sea lo que haga con ello— un gran tema potencial; cosa que Orlando no era, quizás. En cualquier caso, he saltado mi valla.

Miércoles, 9 de abril de 1930
Lo que pienso ahora (acerca de Las olas) es que con muy pocas pinceladas puedo dar los rasgos esenciales del carácter de una persona. Hay que hacerlo de un modo atrevido, casi como una caricatura. Ayer he entrado en lo que podría ser la última etapa. Como todo el resto del libro, avanza a trompicones. Nunca me salgo con la mía; sino que voy frenada. Espero que esto sirva para dar solidez; y debo medir mis frases. El abandono de Orlando y Al faro está muy contrarrestado por la extremada dificultad de la forma, como sucedía en El cuarto de Jacob. Creo que esto es el máximo progreso hasta ahora; pero, por supuesto, puede que falle en alguna parte. Creo que me he atenido estoicamente a la idea original. Lo que me temo es que la reescritura tenga que ser tan drástica que tal vez lo estropee por completo. Es inevitable que sea muy imperfecto. Pero creo que es posible que haya erigido un monumento.


Miércoles, 23 de abril de 1930
Ésta es una mañana muy importante para la historia de Las olas, porque creo que he vuelto la esquina y veo ante mí la última etapa. Creo que he puesto a Bernard en el trecho final. Ahora seguirá recto y luego se parará en la puerta; y luego habrá una última imagen de Las olas. Estamos en Rodmell y supongo que me quedaré un día o dos más (si me atrevo) para no romper la corriente y terminarlo. Oh, Señor, y luego un descanso; y después un artículo; y después la vuelta a este horrendo moldear y dar forma. Puede que haya alguna alegría en ello de todas formas.

Martes, 29 de abril de 1930
Acabo de terminar, con esta misma cantidad de tinta, la última frase de Las olas. Creo que debo hacer constar esto para mi propia información. Sí, ha sido el mayor esfuerzo mental que he conocido; ciertamente las últimas páginas; creo que no decaen tanto como de costumbre. Y creo que me he atenido rigurosa y ascéticamente al plan. De eso puedo felicitarme. Pero nunca he escrito un libro tan lleno de agujeros y parches; necesitará una reconstrucción, sí, no sólo una remodelación. Sospecho que la estructura es equivocada. No importa. Podía haber hecho algo fácil y fluido; y esto es un intento de plasmar esa visión que tuve aquel desgraciado verano —o tres semanas— en Rodmell, después de terminar Al faro. (Y eso me recuerda que debo proporcionar rápidamente alguna otra cosa a mi mente, porque, de lo contrario, se pondrá otra vez rezongona y triste; algo imaginativo, a ser posible, ligero; porque me cansaré pronto de Hazlitt y las críticas después del primer y maravilloso alivio. Y me siento agradablemente consciente de varios esbozos en el fondo de mi cabeza; una vida de Duncan; no, algo sobre unos lienzos que brillan en un estudio; pero eso puede esperar.)
Tengo que subir corriendo y asomarme y decírselo a Leonard y preguntar por Lottie, que ha estado buscando casa; y, por cierto, me temo que perjudicó la etapa de ayer con sus vicisitudes.
Pm. Y pienso mientras voy andando por Southampton Row: «Y os he dado un nuevo libro».

Jueves, 1 de mayo de 1930
… deseo volver a Las olas. Sí, esa es la verdad. Diferente de mis otros libros en todos los sentidos, lo es también en éste, que empiezo a reescribirlo y concebirlo de nuevo con ardor nada más terminarlo. Empiezo a ver lo que tenía en mente; y deseo comenzar a cortar grandes cantidades de cosas improcedentes, a desbrozar, a afilar y a hacer que brillen las frases buenas. Ola tras ola. No hay espacio, etc.

Martes, 30 de diciembre de 1930
Lo que necesita, probablemente, es unidad; pero creo que es bastante buena (estoy hablando conmigo misma de Las olas junto al fuego). ¿Y si pudiera unir más todas las escenas? Por medio del ritmo, principalmente. Para evitar esos cortes; para hacer que la sangre corra como un torrente de una punta a la otra. No quiero el desperdicio que producen las rupturas; quiero evitar los capítulos; ése es precisamente mi logro, si hay alguno aquí: una integridad saturada, sin tajos; cambios de escena, de talante, de persona, hechos sin derramar ni una gota. Si ahora pudiera rehacerla con calor y fluidez, es todo lo que necesita. Y estoy lista para pelear. Pero de todas formas he ido a Lewes y los Keynes vinieron a tomar el té; y una vez que he montado sobre la silla, el mundo entero encaja bien; es escribir esto lo que me da el sentido de la medida.

Lunes, 2 de febrero de 1930
Me parece que estoy apunto de terminar Las olas. Creo que quizá la termine el sábado. Es sólo una nota del autor: jamás me he estrujado tanto el seso para escribir un libro. La prueba está en que soy casi incapaz de leer o escribir otra cosa. Sólo puedo descansar a mis anchas al término de la mañana. Oh, Dios, qué alivio cuando termine esta semana, y tenga por lo menos la sensación de que he conseguido lo que quería y he terminado este largo trabajo, y la visión ha llegado a su fin. Creo que he conseguido hacer lo que quería hacer; desde luego, he alterado el proyecto considerablemente; pero tengo la sensación de que he perseverado, directa o indirectamente, en decir ciertas cosas que me proponía decir. Supongo que cabe la posibilidad que haya empleado tanto el método indirecto que el libro sea un fracaso desde el punto de vista del lector. Pero da igual, de todos modos es un valeroso intento. Algo por lo que he luchado, creo. Y, luego, la delicia de la liberación, la delicia de poder holgar, y de no estar preocupada por lo que pueda suceder; y luego podré leer de nuevo con toda atención, lo cual es algo que me atrevo a decir no he hecho en los últimos cuatro meses. He tardado dieciocho meses en escribirlo, y me parece que no podremos publicarlo hasta octubre.

Sábado, 7 de febrero de 1930
Ahora, durante los pocos minutos que me quedan, debo hacer constar que he terminado Las olas. He escrito las palabras Oh muerte hace quince minutos, habiéndome deslizado sobre las diez últimas páginas con momentos de tal intensidad e intoxicación que tenía la impresión de avanzar a trompicones siguiendo a mi propia voz, o casi la voz de un orador (igual que cuando estaba loca), lo que casi me da miedo, y recordaba las voces que volaban ante mí. De todas maneras, ya está hecho; y he estado sentada, durante estos quince minutos, en estado de beatitud, y de calma, y con algunas lágrimas, pensando en Thoby y en la posibilidad de escribir Julian Thoby Stephen, 1881-1906, en la primera página. Creo que no es posible. ¡Cuán física es la sensación de triunfo y de alivio! Para bien o para mal, está acabada; tal como con toda claridad sentí al final, no sólo terminada, sino acabada, redondeada, completa, con la manifestación efectuada, aun cuando me consta que lo es de manera fragmentaria y apresurada; pero quiero decir que he atrapado en mis redes aquella aleta, en la inmensidad de las aguas, que apareció ante mi vista sobre las tierras pantanosas, cuando me hallaba a la ventana en Rodmell y me disponía a dar remate a Al faro.
Lo que más me interesa en la última etapa es la libertad y la audacia con que mi imaginación cogió, utilizó y echó a un lado todas las imágenes y símbolos que había preparado. Tengo la seguridad de que ésta es la correcta manera de utilizarlos, y no a modo de piezas separadas, como intenté al principio, coherentemente, pero sólo como imágenes, sin conseguir jamás que actuaran, sino sólo que fueran sugerencias. Por esto tengo esperanzas de haber mantenido el sonido del mar y de los pájaros, el alba y el jardín, subsconcientemente presentes, cumpliendo su función subterránea.

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