5 d’oct. 2008

El lobo estepario (el debate)


El debate sobre la lectrura del mes derivo hacia el tema de las creencias y de la importancia o no de la espiritualidad y todo su entramado de ritos y certezas en nuestra vida diaria. Con el fin de avivar la discusión, anoto aquí algunas de las opiniones y reflexiones de Hermann Hesse vertidas en cartas o anotaciones y recogidas en el libro Mi credo.

Hermann Hesse

Mi credo (el ideario del autor de Siddharta)

Bruguera- Libro amigo-
Barcelona, 1977 (3ª)
Páginas: 129-134

Ciertamente, no considero que la no existencia sea mejor que la existencia, pero comparto la opinión de todos los sabios de la antigüedad: que cierta superioridad sobre el dolor y las penas sólo puede venir de un «despertar» interior, de la intuición o, mucho mejor, la experiencia, de que el mundo visible y los acontecimientos externos son insignificantes e ilusorios, y de que ni la entrega a las puerilidades y preocupaciones de la vida ni la ascética renuncia a todas ellas puede liberarnos, sino sólo visión de la unidad de Dios, existente tras el tupido velo dé los sucesos de la vida. Lo liberador de esta visión no estriba solamente en una gran serenidad frente a las exigencias del mundo y las propias concupiscencias, sino también en una resignación ante la imposibilidad de realizar nuestras pretensiones morales, pues nuestra vida no depende de nosotros, somos hilos de este velo y nada más. Así es poco más o menos el credo y el consuelo de mis horas de reflexión.
Sin embargo, no siento la necesidad de predicar este credo a los demás. Cuando la vida me acerca a hombres muy desgraciados, trato de decir alguna palabra, pero nunca en otro caso, ni siquiera a mis propios hijos.,,
…La verdadera sabiduría y las verdaderas posibilidades de liberación no pueden enseñarse ni servir de tema de conversación; son sólo para aquellos que están a punto de ahogarse.
(1930)


El credo al que me refiero no es fácil de expresar con palabras. Podría explicarse así: Creo que, pese a su aparente absurdo, la vida tiene un sentido, reconozco que este sentido último no puede ser captado por la razón, pero estoy dispuesto a servirlo, incluso aunque ello signifique sacrificarme a mí mismo. Oigo la voz de este sentido en mí interior, en los momentos en que estoy verdadera y totalmente vivo y despierto.
Intentaré realizar todo cuanto la vida exija de mí en tales momentos, incluso aunque vaya contra las modas y leyes tradicionales.
Este credo no obedece órdenes ni se deja percibir por la fuerza. Sólo es posible experimentarlo, del mismo modo que Cristo no puede merecer, forzar o conjurar la «gracia», sino solamente sentirla con fe. Los que no la encuentran, buscan su fe en la Iglesia, en la ciencia, entre los patriotas o socialistas, o dondequiera que haya una moral, programas y preceptos establecidos.
Me es imposible juzgar si un hombre es capaz de seguir el difícil y hermoso camino que conduce a una vida y un sentido propios, incluso aunque le esté viendo. Miles sienten la llamada, muchos recorren un tramo del camino, pocos lo siguen más allá de la frontera de la juventud, y tal vez nadie consigue llegar hasta el final.
(1930)


No soy representante de ninguna doctrina fija y establecida. Soy un hombre de cambios y transformaciones, y por eso en mis libros, especialmente en todo el Siddharta, junto al «cada uno está solo», aparece una confesión de amor patente en todas sus páginas.
Seguramente no exigirá usted de mí que demuestre más fe de la que yo mismo tengo. He dicho varias veces con honda convicción que es totalmente imposible llevar una vida perfecta en el espíritu de nuestro tiempo. De esto no me cabe la menor duda. El hecho de que yo viva, de que este tiempo, esta atmósfera de mentiras, codicia, fanatismo y vulgaridad no me haya matado lo debo a dos felices circunstancias: a la gran herencia de responsabilidad natural que hay en mí, y a que puedo sea productivo aunque sólo sea en calidad de denunciante y adversario de mi época. Sin esto no podría vivir, y aun así mi vida es muchas veces un infierno.
Mi actitud frente a la actualidad no cambiará mucho. No creo en nuestra ciencia, ni en nuestra política, ni en nuestro modo de pensar, de creer, de contentarnos, y no comparto ni uno solo de los ideales de nuestro tiempo. Pero no carezco de fe. Creo en leyes milenarias de la humanidad, y creo que sobrevivirán a toda la confusión de nuestra época actual.
No me es posible indicar el camino de los ideales humanos que considero eternos y al mismo tiempo creer en los ideales, metas y compensaciones de la actualidad. Además, no lo haría aunque pudiera. En cambio, durante toda mi vida he probado muchos caminos en los cuales se puede vencer al tiempo y vivir independientemente de él (y he descrito a menudo estos caminos, tanto en forma superficial como seria).
Cuando me encuentro con jóvenes lectores, de El lobo estepario, por ejemplo, veo que en muchos casos se toman muy en serio lo que digo en este libro sobre el extravío de nuestra época, pero no ven, o por lo menos no creen, lo que para mí es mil veces más importante. No se adelanta nada con tachar de erróneos la guerra, la técnica, el ansia de dinero, el nacionalismo, etc. Es preciso reemplazar con un credo los ídolos de nuestro tiempo. Esto es lo que yo he hecho siempre; en El lobo estepario es Mozart, y los inmortales, y el teatro mágico; y en Demian y Siddharta se mencionan los mismos valores con otros nombres.
Con la fe en lo que Siddharta llama el amor, y con la fe de Harry en los inmortales, se puede vivir, de eso estoy seguro. Con ella no sólo se puede soportar la vida, sino también vencer al tiempo.
Veo que no consigo expresarme con la claridad que sería de desear. Siempre me desanimo cuando constato que aquello en lo que creo y que contienen mis libros no es comprendido por los lectores.
Será mejor que cuando haya leído mi carta relea uno de mis libros y compruebe sí no contiene de vez en cuando dogmas de un credo que ayude a vivir. Si no los encuentra, ya puede tirar mis libros. Si encuentra algo, siga buscando.
Recientemente, una mujer joven me preguntó qué significado daba yo al teatro mágico de El lobo estepario; la había decepcionado mucho que yo bromease acerca de mí mismo y de todo en una especie de borrachera de opio. Yo le dije que leyera una vez más aquellas páginas y ante todo pensando que nada de lo que he dicho en mi vida es más importante y sagrado para mí que este teatro mágico, imagen de todo lo más valioso e importante para mí. Me volvió a escribir algún tiempo después para comunicarme que ahora lo había comprendido,
Entiendo muy bien su pregunta, señor B., y es muy posible que de momento mis libros no le sirvan de nada, y que antes le sea preciso arrinconarlos y olvidar la primera impresión. Como es natural, en esto no puedo aconsejarle; sólo puedo repetir lo que he vivido y escrito, incluyendo las contradicciones, las tortuosidades y el desorden. Mí tarea no consiste en indicar a los demás la perfección objetiva, sino mi propia manera de buscarla (y aunque sólo sea una pena, un lamento) con la mayor claridad y honestidad posibles.
(1931)

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