El sábado, en el debate en torno al libro de Rosa Montero Historia del rey transparente, surgió la discusión en torno a un concepto clave en la concepción del libro y los personajes principales de la novela, “la compasión”.
En la pequeña enciclopedia que va confeccionando en su peregrinar por las tierras occitanas Leola, escribe la entrada de un término que para ella y, por ende, para la autora, considera la palabra más importante de todas. “Compasión“, para Leola y para Montero, es la capacidad que cada uno de nosotros tiene y puede poner en práctica para ponerse en el lugar del otro, recrear sus circunstancias personales y los sentimientos de los demás. Ponerse en el lugar del extraño a nosotros, a nuestro grupo, a nuestra tribu. Montero utiliza esta palabra, en consecuencia, en su extensión más integradora y universal, frente a otras como justicia, libertad o fraternidad que encierran, tras su aparente universalidad, la semilla del sectarismo, la manipulación o la utilización interesada.
El debate fue encendido e intenso porque, muchas veces, la composición se confunde con la lástima, la pena o la conmiseración hacia los desfavorecidos, para los que, justamente, se pide justicia y un trato igualitario. Pero el término es más rico de lo que aparentemente, parece a primera vista.
Una cita de Albert Einstein :
“El ser humano es parte de un todo que nosotros llamamos el universo, una parte limitada tanto en espacio como en tiempo. Experimenta el mismo, sus pensamientos, sus sentimientos como algo separado de los demás, una especie de engaño óptico de su consciencia. Este engaño actúa como una especie de prisión para nosotros, que nos restringe de nuestros deseos personales y del cariño por algunas personas cercanas a nosotros. Nuestra tarea tiene que ser liberarnos de esta prisión ampliando nuestro círculo de compasión para abrazar a todas las criaturas sensibles y a toda la naturaleza en su belleza”.
Héctor Abad Faciolince, nos dice en su obra El olvido que seremos:
"La compasión es en buena medida, una cualidad de la imaginación: consiste en la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de imaginarse lo que sentiríamos en caso de estar padeciendo una situación análoga. Siempre me ha parecido que los despiadados carecen de imaginación literaria −esa capacidad que nos dan las grandes novelas de meternos en la piel de otros−, y son incapaces de ver que la vida da muchas vueltas y que el lugar del otro, en un momento dado, lo podríamos estar ocupando nosotros: en dolor pobreza, opresión, injusticia, tortura. "
Ayer, casualmente, en la sección “la cuarta página”, del periódico “El País”, se publicó un artículo del filósofo y escritor barcelonés Rafael Argullol titulado “Miedo y Piedad”.
En el mismo, Argullol cita una frase del helenista Wilhelm Nestle referida al espíritu en que vivía aquella sociedad helénica del siglo VI antes de nuestra era, y que era de:
”...un ambiente moral caracterizado por la general desaparición de la piedad”
Hoy vivimos en un ambiente de temor a supuestas epidemias generalizadas, a amenazantes grupos extremistas o a no se sabe qué desastres sin cuento. Hoy, como en el siglo VI antes de nuestra era o en el mundo de Leola, de guerras y violencias extremas de los hombres de hierro, viviamos y vivimos con temor, con miedo. En el arrtículo, Rafael Argullol reflexiona sobre esta necesidad del ser humano de aferrarse a esos miedos: “no sabemos (…) vivir sin el morboso estímulo de la amenaza”, afirma, y añade : “Es muy posible, por otra parte, que esta obsesión por el temor, convertido en condición para la supervivencia, repercuta negativamente en nuestra capacidad de compasión. El miedo atenaza y acostumbra a disolver la relación generosa con la existencia a la que está predispuesto el que se siente libre de temor o que se enfrenta sin falsedades a la propia inseguridad que genera la vida”
Más adelante, constata que: “no parece que la práctica de la piedad obtenga un sitial relevante en nuestras escalas de moralidad” , parece que “para demasiados, la piedad ha dejado de formar parte del rompecabezas humano” .
Hoy vivimos en un ambiente de temor a supuestas epidemias generalizadas, a amenazantes grupos extremistas o a no se sabe qué desastres sin cuento. Hoy, como en el siglo VI antes de nuestra era o en el mundo de Leola, de guerras y violencias extremas de los hombres de hierro, viviamos y vivimos con temor, con miedo. En el arrtículo, Rafael Argullol reflexiona sobre esta necesidad del ser humano de aferrarse a esos miedos: “no sabemos (…) vivir sin el morboso estímulo de la amenaza”, afirma, y añade : “Es muy posible, por otra parte, que esta obsesión por el temor, convertido en condición para la supervivencia, repercuta negativamente en nuestra capacidad de compasión. El miedo atenaza y acostumbra a disolver la relación generosa con la existencia a la que está predispuesto el que se siente libre de temor o que se enfrenta sin falsedades a la propia inseguridad que genera la vida”
Más adelante, constata que: “no parece que la práctica de la piedad obtenga un sitial relevante en nuestras escalas de moralidad” , parece que “para demasiados, la piedad ha dejado de formar parte del rompecabezas humano” .
Si desechamos sus connotaciones peyorativas o religiosas , bueno será reflexionar sobre la oportunidad, en estos tiempos de crisis profunda (que no quiere decir sino de cambios ), de reflexionar sobre ésta y otras palabras radicalmente humanas.
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