"En una casona
a la que el destino ha dado forma de H he vivido toda mi vida, en un teatro de
piedra y sol vallado por kilómetros de alambre de espino, devanando mi camino
de una estancia a otra, entre los criados, la contristada y adusta hija de la
viuda, hija, en fin, del padre oscuro. Un crepúsculo tras otro nos hemos
sentado ante el cordero, las patatas, la calabaza, los sombríos alimentos preparadas
por manos no menos sombrías.(…) Luego nos hemos retirado a dormir, a soñar las alegorías
de los deseos frustrados que en el fondo somos, benditos nosotros, incapaces de
interpretar; por las mañanas hemos rivalizado en nuestro gélido ascetismo por
ser los primeros en levantarse, en prender el fuego en el hogar. La vida en la
granja. (…)
El tiempo en
la granja es el tiempo del ancho mundo, ni un ápice más, ni una pizca menos.
Resuelta, llevo la cuenta del tiempo ciego y subjetivo del corazón, con sus
barboteos de excitación y sus arrastres de tedio: mi pulso late con el ritmo
firme, al segundo, de la civilización. Un buen día, algún erudito aún nonato reconocerá
en el reloj la máquina que ha domesticado a los salvajes. Ahora bien, ¿llegará
a conocer la desolación de la hora de la siesta que campanillea en las casas
verdes, frescas, de altos techos, en las que las hijas de las colonias yacen
mientras llevan la cuenta con los ojos cerrados? La tierra está llena de melancólicas
solteronas iguales que yo, perdidas para la historia, entre negras y azules,
como las cucarachas de nuestros hogares ancestrales, empeñadas en
sacar brillo a los
cacharros de cobre y
atiborradas de mermelada. Malcriadas y mimadas de pequeñas
por nuestros enseñoreados padres, somos amargas vestales, desperdiciadas de
cara a la vida. La violación de la infancia: alguien debería estudiar de esta
guisa el meollo de verdad que contiene la fantasía.
J.M.Coetzee
“En medio de
ninguna parte”
Mondadori,
10/2003 (3ª)
Pag. 8-9
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