fotografía Gervasio Sánchez |
Situada en pleno centro de la
ciudad, en la orilla del río Miljacka, se inició su construcción finales del
siglo XIX, durante el periodo en el que
Bosnia perteneció al imperio austrohúngaro. De estilo neomudéjar, representa una mezcla entre la cultura
centroeuropea y la otomana. En un principio albergó el antiguo ayuntamiento de
Sarajevo y en 1946 se convirtió en Biblioteca Archivo Nacional de
Bosnia-Herzegovina. En su interior reposaban Miles de libros, documentos y manuscritos conservados a lo
largo de siglos por musulmanes, serbios ortodoxos, croatas católicos y judíos.
La madrugada del 25 al 26 de
agosto de 1992, la artilleria serbia la bombardeo, provocando un un incendio en
toda la primera planta que destruyó gran parte de los fondos existentes. No
tenía ningún valor estratégico ni importancia militar alguna.., fue, según el comentario del escritor Juan
Goytisolo a la famosa fotografia de Gervasio Sánchez: “,un memoricidio más en la lista de los que jalonan en la historia
inhumana de la humanidad. Puesto que toda huella otomana debía de ser borrada
del territorio de la gran Serbia soñada de Milosevic , Karadzic y Mladic…”
“Todo lo que Kenan puede hacer es
alzar la vista hacia lo que queda de la Biblioteca Nacional. Aunque la
estructura de piedra y ladrillo sigue en pie, su interior está completamente
arrasado. El fuego ha dejado lengüetazos de hollín encima de todas las
ventanas, y el techo abovedado de cristal que coronó ufano el edificio durante
un siglo yace hecho trizas en el suelo.
El tranvía antes describía aquí
un semicírculo, ofreciendo una exhaustiva panorámica del icónico edificio. Era
uno de sus lugares favoritos de la ciudad, aunque no fuese un gran lector. Era
la manifestación más visible de una sociedad de la que se sentía orgulloso.
Ahora las vías del tranvía ya no ofrecen ningún servicio y tan sólo muestran lo
que se ha perdido.
Los hombres de la montaña
hicieron de la biblioteca uno de sus primeros objetivos y lo abordaron con gran
eficacia. Kenan no sabía si fueron los morteros lo que inició el fuego o si
alguien colocó de incógnito una bomba, como hicieron con la oficina de Correos,
pero sí sabía que, mientras ardía, arrojaron unas bombas incendiarias al
edificio. Fue hasta allí cuando oyó que estaba ardiendo, sin saber por qué.
Contempló, impotente e inútil, cómo aquel símbolo de lo que la ciudad era, y lo
que muchos aún querían que fuera, sucumbía a los deseos de los hombres de la
montaña.
Llegaron los camiones de bomberos
y se convirtieron en objetivos, atacados por francotiradores ocultos. Los
morteros caían sobre ellos disparados por un ejército que en un tiempo había
jurado proteger la ciudad. Los bomberos combatieron las llamas tanto tiempo
como pudieron, hasta que algún comandante que comprendió la futilidad de la
situación les ordenó retirarse. Kenan vio un bombero que no debía de alcanzar
la treintena y que siguió de pie, solo, mirando aquel infierno. No se movió en
absoluto hasta que, exhausto, cedió a sí mismo y se desplomó de rodillas. Sus
compañeros corrieron hasta él, creyendo que un francotirador le había
alcanzado. Cuando le ayudaron a ponerse en pie y se lo llevaron, Kenan vio que
tenía las mejillas surcadas de sudor o de lágrimas y que sus labios se movían,
mudos, de un modo que hizo pensar a Kenan que estaba rezando. Durante días las
cenizas de millones de libros cayeron sobre la ciudad como si fuera nieve.”
Steven Galloway
El violonchelista de Sarajevo.
Traducción de Nuria Salinas.
Páginas 111-112.
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