29 d’oct. 2007

Madame Bovary (6),El contexto histórico.

Carlos Luis Napoleón Bonaparte

Madame Bovary transcurre durante los años del Segundo Imperio, bajo el reinado de Carlos Luís Napoleón Bonaparte. Hemos de retroceder un tiempo para conocer la filiación de nuestro personaje: Carlos Luis Napoleón Bonaparte era sobrino del emperador Napoleón Bonaparte. Tras la caída de éste- en 1814- y la restauración de los Borbones en el cetro francés, se exilia en Londres. Volverá a Francia cuando se han apagado los fuegos de la revolución de 1848 y ha caído Luís Felipe I, el Rey ciudadano y último Borbón. Proclamada la II República. el autoinvestido heredero de los derechos dinásticos de los Bonaparte, concurre a las elecciones a Presidente de la República. Vence las mismas por una amplia mayoría (por primera vez hay sufragio universal masculino) gracias a su apellido y un programa basado en el retorno al orden roto por la revolución , la tradición y la religión católica. Es ampliamente respaldado por la gente de las pequeñas y medianas ciudades y del campo. El 2 de diciembre de 1851 da un golpe de Estado que amplia sus atribuciones gracias a la Constitución de 14 de enero de 1852, frente al resto de poderes del estado. En noviembre del mismo año, proclama el nacimiento de un nuevo Imperio Francés, el Segundo, bajo la mano de un nuevo Napoleón. Va a reinar de 1852 a 1863 bajo el nombre de Napoleón III.

Karl Marx realizó un lucido y divertido ensayo sobre tan singular personaje en su obra "EL DIECIOCHO BRUMARIO DE LUIS BONAPARTE", ( la fecha recuerda el 9 de noviembre de 1799, fecha del golpe de estado de su tío-¿tradición familiar?- que se publicó en paralelo a los hechos que narra (New York 1852).
Aquí os transcribo su genial arranque:
"Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa. Caussidiére por Danton, Louis Blanc por Robespierre, la Montaña de 1848 a 1851 por la Montaña de 1793 a 1795, el sobrino por el tío. ¡Y la misma caricatura en las circunstancias que acompañan a la segunda edición del dieciocho brumario!

Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen arbitrariamente, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo circunstancias directamente dadas y heredadas del pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Así, Lutero se disfrazó de apóstol Pablo, la revolución de 1789-1814 se vistió alternativamente con el ropaje de la República Romana y del Imperio Romano, y la revolución de 1848 no supo hacer nada mejor que parodiar aquí al 1789 y allá la tradición revolucionaria de 1793 a 1795. Es como el principiante que ha aprendido un idioma nuevo: lo traduce siempre a su idioma nativo, pero sólo se asimila el espíritu del nuevo idioma y sólo es capaz de producir libremente en él cuando se mueve dentro de él sin reminiscencias y olvida en él su lengua natal.

Si examinamos aquellas conjuraciones de los muertos en la historia universal, observamos en seguida una diferencia que salta a la vista. Camille Desmoulins, Danton, Robespierre, Saint-Just, Napoleón, lo mismo los héroes que los partidos y la masa de la antigua revolución francesa, cumplieron, bajo el ropaje romano y con frases romanas, la misión de su tiempo: es decir, la eclosión e instauración de la sociedad burguesa moderna. Los primeros destrozaron la base del feudalismo y segaron las cabezas feudales que habían brotado en ella. Napoleón creó en el interior de Francia las condiciones bajo las cuales podía desarrollarse la libre concurrencia, explotarse la propiedad territorial parcelada, utilizarse las fuerzas productivas industriales de la nación, que habían sido liberadas; mientras que del otro lado de las fronteras francesas barrió por todas partes las formaciones feudales, en el grado en que esto era necesario para rodear a la sociedad burguesa de Francia en este continente europeo de un ambiente adecuado, acomodado a los tiempos. Una vez instaurada la nueva formación social, desaparecieron los colosos antediluvianos, y con ellos el romanismo resucitado: los Bruto, los Graco, los Publicóla, los tribunos, los senadores y hasta el mismo César. Con su sobrio realismo, la sociedad burguesa se había creado sus verdaderos intérpretes y portavoces en los Say, los Cousin, los Royer-Collard, los Benjamín Constant y los Guizot; sus verdaderos gereralísimos estaban en las oficinas comerciales, y la "cabeza mantecosa" de Luis XVIII era su cabeza política. Completamente absorbida por la producción de la riqueza y por la lucha pacífica de la concurrencia, ya no se daba cuenta de que los espectros del tiempo de los romanos habían velado su cuna. Pero, por muy poco heroica que la sociedad burguesa sea, para traerla al mundo habían sido necesarios, sin embargo, el heroísmo, la abnegación, el terror, la guerra civil y las batallas de los pueblos. Y sus gladiadores encontraron en las tradiciones clásicamente severas de la República Romana los ideales y las formas artísticas, las ilusiones que necesitaban para ocultarse a sí mismos el contenido burguesamente limitado de sus luchas y mantener su pasión a la altura de la gran tragedia histórica. Así, en otra fase de desarrollo, un siglo antes, Cronvwell y el pueblo inglés habían ido a buscar en el Antiguo Testamento el lenguaje, las pasiones y las ilusiones para su revolución burguesa. Alcanzada la verdadera meta, realizada la transformación burguesa de la sociedad inglesa, Locke desplazó a Habacuc (profeta israeli).

En aquellas revoluciones, la resurrección de los muertos servía, pues, para glorificar las nuevas luchas y no para parodiar las antiguas, para exagerar en la fantasía la misión trazada y no para retroceder en la realidad ante su cumplimiento, para encontrar de nuevo el espíritu de la revolución y no para hacer vagar otra vez su espectro.

En el período 1848-1851, no se hizo más que evocar el espectro de la antigua revolución, desde Marrast, el republicano de guante blanco, que se disfrazó de viejo Bailly, hasta el aventurero que esconde sus vulgares y repugnantes rasgos bajo la férrea mascarilla mortuoria de Napoleón. Todo un pueblo que creía haberse dado un impulso acelerado por medio de una revolución, se encuentra de pronto retrotraído a una época fenecida, y para que no pueda haber engaño sobre la recaída, reaparecen las viejas fechas, el viejo calendario, los viejos nombres, los viejos edictos (entregados ya, desde hace largo tiempo, a la erudición de los anticuarios) y los viejos esbirros, que parecían haberse podrido desde mucho tiempo antes. La nación se parece a aquel inglés loco de Bedlam (manicomio de Londres) que creía vivir en tiempo de los viejos faraones y se lamentaba diariamente de las duras faenas que tenía que ejecutar como cavador de oro en las minas de Etiopía, emparedado en aquella cárcel subterránea, con una lámpara de luz mortecina sujeta en la cabeza, detrás el guardián de los esclavos con su largo látigo y en las salidas una turbamulta de mercenarios bárbaros, incapaces de comprender a los forzados ni de entenderse entre sí porque no hablaban el mismo idioma. “¡ Y todo esto — suspira el inglés loco — me lo han impuesto a mí, a un ciudadano inglés libre, para sacar oro para los antiguos faraones!" "¡Para pagar las deudas de la familia Bonaparte!", suspira la nación francesa. El inglés, mientras estaba en uso de su razón, no podía sobreponerse a la idea fija de obtener oro. Los franceses, mientras estaban en revolución, no podían sobreponerse al recuerdo napoleónico, como demostraron las elecciones del 10 de diciembre. ( El 10 de diciembre de 1848, Luis Bonaparte fue elegido por sufragio universal presidente de la República Francesa.) Ante los peligros de la revolución se sintieron atraídos por el recuerdo de las ollas de Egipto, y la respuesta fue el 2 de diciembre de 1851. No sólo caricaturizaron la caricatura del viejo Napoleón, sino que caricaturizaron el viejo Napoleón mismo, tal como necesariamente tiene que aparecer a mediados del siglo xix.
La revolución social del siglo xix no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo xix debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar consciencia de su propio contenido. Allí, la frase desbordaba el contenido; aquí, el coritenido desbordaba la frase.

La revolución de febrero cogió desprevenida, sorprendió a la vieja sociedad, y el pueblo proclamó este afortunado golpe de mano inesperado como una hazaña de importancia universal con la que se abría la nueva época. El 2 de diciembre, la revolución de febrero es escamoteada por la voltereta de un jugador tramposo, y lo que parece derribado no es ya la monarquía, son las concesiones liberales que le habían sido arrancadas por seculares luchas. Lejos de ser la sociedad la que se conquista a sí misma un nuevo contenido, parece como si simplemente el Estado volviese a su forma más primitiva, a la dominación desvergonzadamente simple del sable y la sotana. Así contesta al coup de main de febrero de 1848 el coup de tete de diciembre de 1851. Por donde vino, se fue. Sin embargo, el intervalo no ha pasado en vano. Durante los años de 1848 a 1851, la sociedad francesa asimiló, y lo hizo mediante un método más rápido, por ser revolucionario, los estudios y las experiencias que en un desarrollo normal, académico, diríamos, habrían debido preceder a la revolución de febrero, para que hubiera sido algo más que un estremecimiento superficial. Hoy, la sociedad parece haber retrocedido más allá de su punto de partida; en realidad lo que ocurre es que tiene que empezar por crearse el punto de partida revolucionario, la situación, las relaciones, las condiciones sin las cuales no adquiere un carácter serio la revolución moderna.

Las revoluciones burguesas, como las del siglo XVIII, avanzan arrolladoramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, los hombres y las cosas parecen iluminados por fuegos diamantinos, el éxtasis es el estado permanente de la sociedad; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan en seguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad, antes de haber aprendido a asimilar serenamente los resultados de su período impetuoso y turbulento. En cambio, las revoluciones proletarias, como las del siglo xrx, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la ilimitada inmensidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodus, hic salta! ¡Aquí está Rodas, salta aquí!

Por lo demás, cualquier mediano observador, aunque no hubiese seguido paso a paso la marcha de los acontecimientos en Francia, tenía que presentir que esperaba a la revolución una inaudita vergüenza. Bastaba con escuchar los engreídos ladridos de triunfo con que los señores demócratas se felicitaban mutuamente por los efectos milagrosos que esperaban del segundo domingo de mayo de 1852 (se extinguían los poderes presidenciales de Luis Bonaparte). El segundo domingo de mayo de 1852 habíase convertido en sus cabezas en una idea fija, en un dogma, como en las cabezas de los quiliastas (creyentes en el segundo advenimiento de Cristo) el día en que había de reaparecer Cristo y comenzar el reino milenario. La debilidad había ido a refugiarse, como siempre, en la fe en el milagro: creía vencer al enemigo con sólo escamotearlo en la fantasía, y perdía toda la comprensión del presente ante la glorificación pasiva del futuro y de las hazañas que guardaba in petto, pero que aún no consideraba oportuno realizar. Aquellos héroes que se esforzaban en refutar su probada incapacidad compadeciéndose mutuamente y reuniéndose en un tropel, habían liado su hatillo, se embolsaron sus coronas de laurel a crédito y se disponían precisamente a descontar en el mercado de letras de cambio las repúblicas in partibus para las que, en el secreto de su ánimo poco exigente, tenían ya previsoramente preparado el personal de gobierno. El 2 de diciembre cayó sobre ellos como un rayo en cielo sereno, y los pueblos que en épocas de malhumor pusilánime gustan de dejar que los voceadores más chillones ahoguen su miedo interior, se habrán convencido quizás de que han pasado ya los tiempos en que el graznido de los gansos podía salvar al Capitolio.

La Constitución, la Asamblea Nacional, los partidos dinásticos, los republicanos azules y los rojos, los héroes de África, el trueno de la tribuna, el relampagueo de la prensa diaria, toda la literatura, los nombres políticos y las celebridades intelectuales, el código civil y el código penal, la liberté, égalité, jraternité y el segundo domingo de mayo de 1852: todo ha desaparecido como una fantasmagoría al conjuro de un hombre al que ni sus mismos enemigos reconocen como brujo. El sufragio universal sólo pareció sobrevivir un instante para hacer su testamento de puño y letra a los ojos del mundo entero y poder declarar, en nombre del propio pueblo: "Todo lo que existe merece perecer".

No basta con decir, como hacen los franceses, que su nación se vio sorprendida. A la nación, como a la mujer, no se les perdona la hora de descuido en que cualquier aventurero ha podido abusar de ellas por la fuerza. Con estas explicaciones no se aclara el enigma; no se hace más que presentarlo de otro modo. Quedaría por explicar cómo tres caballeros de industria pudieron sorprender y reducir a cautiverio, sin resistencia, a una nación de 36 millones."

3 comentaris:

  1. Anònim16:27

    me gusto y me sirvio mucho

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  2. Anònim12:44

    fantastico....explica el contexto histórico...los libros no se explican, deben leerse y el texto de Marx ayuda mucho a entender Madame Bovari...al menos para los que gustan pensar

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  3. Anònim16:37

    se aprecia desde el punto de vista histórico pero no desde el literario...
    igualmente excelente trabajo, pero la realidad es esta...

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