En Berlín hay una plaza, la Bebelplatz, rodeada de singulares edificios de la rica tradición cultural alemana: el edificio de la Ópera Estatal o el de la antigua Biblioteca Prusiana. Hasta 1993, que se cerró al tráfico, sirvió de zona de aparcamiento; hoy es una zona peatonal abierta al turismo de la capital. Si el viajero se acerca a la plaza de noche, observará, en el centro de la misma, un resplandor que irradia desde lo profundo de la tierra e ilumina parte del suelo adoquinado. Al acercarse al fenómeno, se encontrará con un cristal blindado empotrado en el suelo, que protege una estancia blanca profusamente iluminada. La habitación subterránea está rodeada, en sus cuatro costados, por estanterías para acoger, exactamente, veinte mil libros. Las estanterías están pintadas de blanco; lo sabemos porque, curiosamente, restan vacías de los objetos que deberían acoger.
La estancia es un monumento, inaugurado en 1995, obra del escultor israelí Micha Ullmann. Su título es Biblioteca, y recuerda los veinte mil volúmenes quemados en la plaza el 10 de mayo de 1933 por los nacionalsocialistas en la llamada Brandnacht (noche de la quema de libros).
Estos días he estado leyendo los artículos que el escritor y periodista austriaco Joseph Roth dedico a la capital alemana. En uno de los artículos de Crónicas Berlinesas, así se titula la recopilación de artículos, rememora y analiza, desde su exilio de Paris, tan infausta noche :
“Pocos observadores en el mundo parecen darse cuenta de qué significan el auto de fe de los libros, la expulsión de los escritores judíos y los demás desvaríos llevados a cabo por el Tercer Reich para destruir el espíritu. La sangrienta irrupción de los bárbaros en la técnica perfeccionada; el temible cortejo de los orangutanes mecanizados, armados con granadas de mano, gases asfixiantes, amoníaco, nitroglicerina, máscaras antigás y aviones; la rebelión de los descendientes por el espíritu —si no por la sangre— de los cimbros y teutones; todo esto significa mucho más de lo que quisiera advertir el mundo amenazado y aterrorizado. Hay que reconocerlo y decirlo abiertamente: la Europa espiritual se rinde. Se rinde por debilidad, por pereza, por indiferencia, por inconsciencia. (Será tarea del futuro precisar las razones de esta rendición vergonzosa.)
En estos días en que la humareda de nuestros libros quemados sube hacia el cielo, nosotros, los escritores alemanes de sangre judía, debemos ante todo reconocer que hemos sido derrotados. Nosotros, que hemos sido la primera generación de soldados que lucharon bajo la bandera del espíritu europeo, debemos cumplir con el más noble deber de los guerreros vencidos con honor: reconocer nuestra derrota. Sí, hemos sido derrotados.”
El auto de fe del espíritu
Cahiers Juifs (Paris)
Septiembre-noviembre 1933
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