Estand de productos de Guinea en
la Feria de Barcelona. Archivo Nacional de Cataluña
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Durante los
siglos XVIII y XIX, las naciones europeas se enriquecieron con el comercio y la
explotación económica de sus colonias.
En la ciudad
de Barcelona, así como otras del litoral como Sitges, Vilanova o Mataró, se
puede encontrar la huella de esta relación con los diferentes lugares del mundo
donde España tenía posesiones. Los indianos, aquellos empresarios que se enriquecían
en las colonias y volvieron a Cataluña, legaron sus villas sus mansiones, hoy
patrimonio arquitectónico, ejercieron como mecenas y contribuyeron al
desarrollo de sus lugares de nacimiento. Para conocer el origen de la fortuna
de muchas estirpes empresariales catalanas, hay que remontarse a esta época.
La joya de la
corona era la isla de Cuba, donde se producía y exportaba caña de azúcar,
especialmente en forma de ron, que también se elaboraba en el Caribe. Muchas
empresas dedicadas a este licor, ahora multinacionales, llevan apellidos
catalanes como Bacardí, Brugal o Barceló. La popularización de su consumo en
Cataluña dio lugar a dos formas de elaboración típicas de aquí: el carajillo,
con café, otro producto de origen colonial, y el ron “cremat”, que asociamos a
la música que llevaron a los marineros que hacían carrera en las Antillas: las
habaneras.
Pero otro
producto con el que comerciaban los indios, eran las personas. España fue uno
de los últimos países europeos en prohibir la esclavitud, y hasta 1880 se
trasladó forzosamente poblaciones africanas a América.
Uno de los
principales empresarios de este negocio fue Antonio López, Marqués de Comillas,
el cual tiene aún dedicada una plaza y un monumento al final de la Via
Laietana. También fue fundador de la Compañía General de Tabacos de Filipinas,
otra de las colonias españolas. Así como la caña de azúcar es originaria del
sudeste asiático pero se explotó extensamente en América, el tabaco, de origen
americano, se convirtió en uno de los productos estrella de este archipiélago
asiático. La sede central de la compañía se encontraba en la Rambla
barcelonesa, y el edificio es actualmente un hotel, que lleva el nombre de
1898, en recuerdo del año en que Filipinas, y también Cuba y Puerto Rico,
dejaron de ser colonias españolas. Hasta hace poco, los estancos se podían
encontrar cigarros filipinos de la marca Flor de la Isabela, que es el nombre
de la factoría que el Marqués de Comillas y sus descendientes tenían en la isla
de Luzón.
Con el llamado
desastre de 1898, las posesiones españolas se limitaron al Magreb y al Golfo de
Guinea. Es en esta última área, compuesta por la isla de Bioko, entonces
conocida como Fernando Poo, y el territorio continental alrededor del río
Mbini, bautizado como Benito por los colonizadores. Aunque oficialmente pasó a manos españolas a
finales del siglo XVIII, no fue hasta 1900 que se intensificó la explotación de
sus recursos.
La madera
autóctona y las plantaciones de café y cacao fueron las principales fuentes de
riqueza de la colonia guineana, lugar de
origen de aquellos negritos del África tropical que cantaba la canción del Colacao,
así como los territorios que exploraba el caballero Batanga, protagonista de
una popular colección de cromos que en los años cincuenta del siglo pasado
regalaban las chocolatinas Batanga.
Estas actividades, que duraron hasta el año
1968, cuando el país se independizó , también incluían la captura de animales
salvajes, como el emblemático Copito que Nieve
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