24 de maig 2007

Novela histórica, el tema del mes



De unos años a esta parte hemos asistido en Catalunya a una verdadera eclosión en el cultivo del género de la novela histórica o, mejor dicho, a un tipo de narración que adopta como trasfondo de la trama un marco histórico definido y reconocible. Fenómenos literarios como La sombra del viento, de Ruiz Zafón, La catedral del mar, de Ildefonso Falcones, El pont dels jueus, de Martí Gironell, La sangre de los inocentes, de Julia Navarro o La ciudad sin tiempo, de Enrique Morel, por citar los más recientes, se han revelado un filón de superventas para las editoriales y han poblado nuestras ciudades de lectores en pos de la próxima ruta literaria. Es harto difícil responder al por qué de este fenómeno. En una reciente visita que hizo la escritora Imma Monsó a nuestra ciudad, con motivo de la presentación de su libro Un home de paraula; en el diálogo posterior a la misma, la autora leridana se refirió al citado fenómeno ( cuyo nacimiento situa en los primeros años de la década de los ochenta del siglo pasado, coincidiendo con la publicación de la obra de Umberto Eco, El nombre de la Rosa) , como un producto elaborado a partir de una fórmula de éxito garantizado. Monsó no nos desveló en qué consistía dicha fórmula, mas yo intentaré aventurar qué productos integran, para mi, la misma: un marco histórico, cuanto más antiguo mejor; que sea reconocible por la mayoría de los posibles lectores – la Barcelona medieval, por ejemplo. El desarrollo de una trama, de la mano de unos personajes arquetípicos, que atrapa al lector desde el primer momento gracias a la sencillez argumental: buenos contra malos, que tan bien funciona en televisión o el cine y que este subgénero literario ha adoptado con entusiasmo. El desarrollo de unas historias paralelas, con abundantes raciones de escenas de asesinatos, violencia y sexo, que convergen en un final feliz. La sucesión de capítulos, normalmente muy cortos, donde el estudio físico o psicológico de los personajes es mínimo, que tratan de adaptar el discurrir de la trama a una sucesión y acumulación de hechos; favoreciendo nuestra querencia actual por una visión fragmentada y somera de la realidad. En definitiva, es la narrativa que, hoy por hoy, más lectores y ventas tiene en nuestra tierra. ¿Fruto de la creciente “infantilización” de la sociedad o de la “cobardía” de nuestra industria editorial? Dejo la pregunta sobre la mesa de Vespres Literaris.

Podemos definir la novela histórica como aquella que elige como escenario una época anterior a la suya, cuya existencia está documentada por la historia, pero sus personajes son ficticios. El origen de la novela histórica hemos de buscarlo en la novela gótica inglesa de finales del siglo XVIII y el espíritu romántico que la inspiraba; el de la formación de las ideas de nación y nacionalidad, de pasado común que se ha de conservar , frente a las fuerzas disgregadoras e internacionalistas que se dibujaban en el horizonte : un naciente capitalismo salvaje y su antítesis, el socialismo internacionalista. El cultivo del mito de la nación se llevará a cabo por medio de la recuperación de un pasado legendario, que, generalmente, se trasladaba a las tinieblas del medievo y responde, ideológicamente, a la necesidad de adoctrinar al público en la idea de pertenencia a un conglomerado unido por las mismas costumbres, tradiciones e historia desde la noche de los tiempos. Ya en el siglo XIX, Walter Scoot (1771-1832) cultivará con éxito el nuevo género y le dará su forma definitiva a lo largo de veinte novelas sobre la edad media inglesa: Waverley (1814), Rob Roy (1818) o Ivanhoe (1819).
La moda se extendió rápidamente. Así, en Estados Unidos, James Fenimore Cooper (1789-1851), escribió El último mohicano en 1826 , en Francia, Victor Hugo con Nuestra Señora de París (1831). En Italia surgió una auténtica obra maestra del género, Los novios ( 1823) de Alessandro Manzoni. Los escritores realistas también utilizaron el género, como Gustave Flaubert Salambô, (1862) o Benito Pérez Galdós con sus Epidodios nacionales. En el siglo XX la novela histórica también tiene dignos continuadores el las figuras de Mika Waltari Sinuhé el egipcio o Marco, el romano; Robert Graves Yo, Claudio, Claudio el Dios y su esposa Mesalina, Marguerite Youcenar Memorias de Adriano; Noah Gordon El último judío. En España, destacar Memorias de un hombre de acción de Pío Baroja , Ramón María del Vallé Inclán, que se aproximó al género a través de dos trilogías: La guerra carlista, compuesta por Los cruzados de la causa (1908), El resplandor de la hoguera (1909) y Gerifaltes de antaño (1909). Sobre el reinado de Isabel II compuso una segunda trilogía, El ruedo ibérico, compuesta por La corte de los milagros (1927), Viva mi dueño (1928) y Baza de espadas. Durante la dictadura franquista , cultivaron el género desde el exilio Ramón J. Sender con su Crónica del alba, o Arturo Barea La forja de un rebelde . En el bando franquista, José María Gironella es el autor más destacado con Los cipreses creen en Dios, Un millón de muertos y Ha estallado la paz, En la actualidad destacar el éxito de la saga de Arturo Pérez Reverte El Capitán Alatriste, o la incursión de un veterano como Miguel Delibes con su obra El hereje .

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