12 de des. 2007

RECUERDOS DE INFANCIA (3)



Nueva entrada de esta serie. Nuestra compañera Carme Guil nos hace participes de sus recuerdos de infancia en su pueblo "adoptivo". Esto me lleva a hacerme una pregunta, ¿cómo se define y moldea nuestra identidad y pertenencia a un lugar?: ¿por los lugares que compartimos y "vivimos" con los amigos, como sugiere Miguel Arnas en su narración?, ¿por tradición familiar, de sangre, genética, irracional?. En estos días que el debate sobre la identidad y las diferencias "nacionales" está en pleno debate, ¿qué opinaís del tema?
"Yo nací y mi crié en un barrio de Barcelona . Mis padres, emigrantes, como tantos otros, vinieron a la ciudad en época de posguerra sin dejas atrás, en sus respectivos pueblos, otros vínculos más que sus recuerdos. Así que yo no podía decir, como muchos otros niños y niñas de mi barrio, que me iba a pasar las vacaciones de verano al pueblo a casa de los abuelos. Yo no tenía pueblo.

Pero..., lo que son las cosas. Ya de jovencita, un pequeño pueblo me convirtió, o al menos así lo sentí yo, en una especie de " hija adoptiva". Lo cierto es que durante los muchos años que he estado yendo lo he considerado un poco mio.

Llegué allí por primera vez el verano del 79 y fue, sinceramente, como transportarse un poco al pasado. Una estrechísima carretera te llevaba hacia el pueblo y se transformaba de asfalto a tierra en cuanto rozaba la primera casa. Al llegar a la plaza unos grandes olmos custodiaban un abrevadero que todo el mundo conocía como " el pilón" y que era punto de encuentro para todos pues en las casas no había agua corriente y además en aquellos años allí aún se seguían trabajando los campos con caballerías, así que era paso obligado de mulos, burros, ovejas y cabras antes de recogerse en sus respectivas cuadras.

Otro lugar de encuentro era el Teleclub, en aquel entonces único lugar del pueblo que contaba con una televisión, donde podías tomar algo, echar una partida de cartas o simplemente charlar con la gente. Eso sí, salvo la mujer que se ocupaba del bar, rara vez veías mujeres allí.

Para las fiestas de la Virgen, pasacalles con acordeón, guitarrico, botella de anís y algún que otro utensilio de versatilidad indudable. Por la noche baile en el granero que previamente habíamos vaciado. El músico, un hombre orquesta que pasaba del pasodoble a la rumba intercalando de vez en cuando un vals o una canción de moda.

En esos años en que no podíamos imaginarnos que un día no demasiado lejano llevaríamos el teléfono colgado todo el día, la única comunicación con el exterior era un teléfono público gestionado por una persona del pueblo que dependía, a su vez, de otra centralita de un pueblo cercano; así que llegabas al locutorio y pedías conferencia a Barcelona, dabas el número de teléfono y te ibas al teleclub , que estaba enfrente, hasta que te avisaban de que tu conferencia estaba disponible, lo cual podía tardar un promedio de 30 minutos.

El día a día para nosotros, habituados a la ciudad, se convertía en una auténtica aventura. En lugar de ducha un barreño y un cazo, en lugar de lavadora unos lavaderos públicos que estaban a 10 minutos de casa, dos barreños sobre los poyetes eran la alternativa a la fregadera, la cuadra sustituía al lavabo y en la mayoría de las casas cocina económica y fuego a tierra.

Poco tiempo después todo empezó a cambiar y a modernizarse, cosa que sin duda agradecieron sus habitantes porque no es lo mismo pasar unos días de vacaciones que vivir todo el año en esas condiciones.

En cualquier caso yo siempre tendré un especial recuerdo de ese verano"
Carme Guil

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