"No había nada ni sobre él ni debajo de él, y yo lo sabía. Se había desprendido de la tierra a puntapiés. ¡Maldito sea! Había hecho añicos la tierra misma a puntapiés. Estaba solo, y yo, ante él, no sabía si tenía los pies en el suelo o si flotaba en el aire. (...) ¡Alma! Si alguien ha luchado jamás con un alma. ése soy yo. Y tampoco es que estuviera discutiendo con un lunático. Me creáis o no, su inteligencia era perfectamente clara; (...) Pero su alma estaba loca. Al encontrarse sola en la selva había mirado dentro de sí misma y, ¡santo cielo!, os lo aseguro, se había vuelto loca.(...) Luchaba también consigo mismo. Lo vi; lo oí. Vi el inconcebible misterio de un alma que no conocía el freno, ni fe, ni miedo, y que, no obstante luchaba ciegamente consigo misma"
Op. cit., pág. 112-113
"Al entrar una noche con una vela, me quedé maravillado cuando le oí decir, con voz algo temblorosa - Yazgo aquí, en la oscuridad, esperando a la muerte- (...) No había yo visto nunca nada parecido al cambio que sobrevino en sus facciones, y espero no volverlo a ver. Oh, no me conmovió. Me fascinó. Fue como si se hubiera desgarrado un velo. En aquella cara de marfil vi la expresión del orgullo sombrío, del poder despiadado, del terror pavoroso; de una desesperación intensa y desesperanzada. ¿Estaba acaso viviendo de nuevo su vida en cada detalle de deseo, tentación y renuncia durante aquel momento supremo de total conocimiento? Gritó en susurros a alguna imagen, a alguna visión; grito dos veces, un grito no más fuerte que una exhalación: -¡El horror! ¡El horror!- (...) La voz se había ido."
Mercenarios y aventureros blancos en África central.
Planeta Kurtz. Cien años de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad
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