27 d’ag. 2009

"El exiliado de aquí y allá", cuatro




Juan Goytisolo, exiliado el mismo de España y que vive a caballo entre Marrakeh y París, considera que el exilio es una manera, una forma de ser y una forma de existencia alejada de los centros del poder, decisión y adoctrinamiento del pensamiento único y lo políticamente correcto. El exiliado, el exilio, para nuestro autor, viene definido por conceptos como periferia, marginalidad, excentricidad, disidencia y nomadismo.
En “La libertad de los parias”, Goytisolo distingue tres grupos o categorías de exiliados:
La primera categoría son “…los que viven mentalmente, han detenido su reloj en el día que abandonaron su país y que ponen el resto de la vida entre paréntesis, es decir, toda su vida mental se relaciona únicamente con el país que han dejado. Hay una segunda categoría, al revés, que se adaptan, olvidan su país de origen, olvidan el drama del exilio y se incorporan plenamente a la vida del país que les acoge. Y hay, finalmente, una tercera categoría –que es sin duda a la que yo pertenezco – que han perdido, en cierto modo, las raíces con el país de origen sin echar raíces en ningún otro país, y nos sentimos un poco extraños en todos lados”.



DEL BURGO A LA MEDINA

Más que sus pasadas visitas de corresponsal a los múltiples focos de tensión del mal denominado Tercer Mundo, la estadía prolongada en el Sentier ha inculcado en nuestro héroe las saludables virtudes del relativismo. Como el complejo, prodigioso microcosmos celular, su barrio abrevia el caos universal. Inmerso en su líquido protoplasmático, el escribano ha renunciado poco a poco a sus egocéntricas ínfulas. Su creencia infantil, tan petulante como ingenua, en un Hacedor personalmente interesado por cada uno de sus actos, palabras y pensamientos, en un orbe compuesto de billones de galaxias destinado a ilustrar sus nocturnas vivencias metafísicas, se había metamorfoseado más tarde en otra certeza no menos ridícula y presuntuosa: el valor central, ecuménico de esa sublime y grotesca península del extremo suroeste de Europa que presenta en los mapas la desgarbada forma de un pellejo de cabra hispánica puesto a secar bocabajo con el morro tendido hacia la costa africana. Pero el Gran Bang no empezó, como suponía, en el vetusto chalé romántico de la Bonanova donde le parió su madre: la diminuta esfera terrestre en que gira alrededor de un astro local y a la postre insignificante no merece desde luego ninguna atención particular ni trato privilegiado; su país, el país del que, como decenas de millares de coterráneos, había escapado un cuarto de siglo antes tampoco es la viga maestra ni el ombligo de la Creación.
Si cada individuo tiene un valor igual a otro, cualquier rincón del mundo, incluso el más triste y desamparado, merece la misma solicitud e importancia que ordinariamente concedemos al propio. En su trayecto de un núcleo burgués, monocolor y homogéneo a otro popular, mestizo y abigarrado, de la Bonanova a la Bonne Nouvelle, el antiguo patriota ha perdido una tras otra las plumas brillantes de su penacho. El apego exclusivo y simplista de la mayoría a las peculiaridades y características del paisaje, cultura e idiosincrasia de una partícula ínfima de nuestro microbio flotante le llena ahora de confusión y estupor: ¿por qué Croacia y no Gales? ¿Por qué Córcega y no Euzkadi? ¿Por qué Rutenia y no Uzbekistán? Cuando, reunido en tertulia con sus compatriotas de pasodoble y montera, discutía apasionadamente de la cercana y siempre elusiva muerte del dictador, no había advertido aún que en los rincones apartados del local grupos de muy diverso origen debatían en términos quizás idénticos el posible infarto o cáncer pancreático de algún otro Combatiente Supremo, Timonel o Benefactor: ¡por muy increíble que ello parezca a quienes tienen hoy el honor muy dudoso de conocerle, el hombre-erizo en el que nos ocupamos había perorado en las terrazas del Barrio Latino sobre las virtudes telúricas y castizas pero trascendentes y eternas del suelo natal! El efímero, destronado pontífice de la Rive Gauche ha alcanzado una visión más justa y proporcionada de las cosas en-la osmosis plurirracial del Sentier. La porosidad y trasiego permanentes del vecindario han fragmentado su visión, descentralizado sus sentimientos. Ahora, si va al café-estanco cercano a Correos, estudia una a una, como un etnólogo, las diferentes peñas de exiliados catapultadas allí por razones políticas y económicas; lee la propaganda revolucionaria o independentista de beréberes, kurdos, armenios, eritreos, afganos, paquistaneses o turcos; traduce las inscripciones trazadas en los muros con brocha o soplete y las anota cuidadosamente en sus cuadernos. Mentalmente —y por una vez el orgullo nos cosquillea al escribirlo— establece paralelos y afinidades sutiles entre comunidades remotas y a primera vista incomparables: coteja a albaneses y calmucos, rutenios y catalanes. Su militancia es múltiple, tentacular, polimorfa: abarca el espacio geofísico y cultural: el pasado, presente y futuro; las tropelías e injusticias ya olvidadas de la Historia. La tragedia del pueblo oteka, exterminado hace nueve siglos, en medio de la indiferencia criminal del universo, le conmueve y subleva como si hubiera sucedido la víspera. En secreto —y esto no lo habíamos revelado hasta hoy absolutamente a nadie—, multiplica en su favor pintadas y llamamientos a la opinión pública. De acuerdo con otros miembros de sectas y agrupaciones inclasificables, prepara asimismo acciones de envergadura y, en los ratos que le dejan sus elucubraciones y cartas, ha comenzado incluso la redacción de un Manual de Guerrilla.


Juan Goytisolo
Paisajes después de la batalla
Llibres del Mall
Barcelona, 1985
páginas 231 a 234

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