Dice el autor que la idea de resucitar al Monstruo le asaltó cuando “una mujer argelina le explicó que llevaba toda una vida tratando de averiguar cómo, por qué y a manos de quién había muerto su marido en la guerra”. Tal vez por eso Goytisolo convierte en terrorista al 'monstruo del Sentier' «para averiguar por qué se hace terrorista y por qué mata” puesto que, actualmente, «el terror se ha convertido en una mercancía. Vivimos atrapados entre el consumo y el terror. Después del 11-S se mercadea con el terror”.
En esta novela, añade, “he buscado la concentración frente a la extensión. Es una novela sin discurso, sin relato, pura prosa en acción y concebida para ser leída en voz alta. Lo que pretendo es ampliar el canon de nuestra literatura a territorios excluidos».
"Camino por un paisaje de ruinas ideológicas: bustos destrozados, estatuas caídas, columnas rotas, restos de arquitrabes y frisos devastados por algún cataclismo, quizás una súbita y feroz invasión. Eruditos y arqueólogos excavan minuciosamente el terreno, calan la histórica superposición de estratos, ahoyan al pie de monumentos enterrados, exhuman las bases del materialismo dialéctico, recuperan profecías y dogmas de inapreciable valor. Su tarea paciente, realizada bajo un sol implacable, obtiene presas y hallazgos dignos de sus esfuerzos: una cabeza casi intacta de Karl, una escultura oxidada de Friedrich, la perilla y un trozo de calva del ínclito Vladimir Ilich. Varios tenderetes laterales, oportunamente resguardados con sombrajos, exhiben vestigios menores, destinados al consumo turístico: reliquias de Dolores, Maurice y Palmiro, un bajo relieve de Mao atravesando el gran río a nado, los revólveres y el puro del longevo monarca barbudo. Cicerones políglotas explican a los forasteros los principales rasgos y características de la ideología sepulta: sus cultos personales y familiares, sus palinodias, anatemas y ritos, sus tribunales, autocríticas y concilios, las causas probables de su decadencia y ulterior destrucción. Buscavidas y muchachos con atavíos indígenas proponen totems, recuerdos, collares, tarjetas postales, fotografías de momias conservadas a orillas del Moskova, excursiones en grupo, paseos en góndola, una visita, para caballeros solos, al pompeyano lupanar frecuentado por los adeptos de Lev Davidovich. Huyendo de ellos y su incesante acoso, me interno en la inmensa plaza vacía dibujada por Steinberg: sólo dos o tres centinelas inmóviles, macizos y redondos como garitas, interrumpen la línea asolada del horizonte. Altavoces disimulados en el panteón y las almenas o torres de la muralla difunden un manifiesto grandilocuente en favor del uso de la literatura y el arte como arma o instrumento de combate, de un teatro y cine de denuncia y agitación, de una pintura y música movilizadoras y aguerridas, de una novela transmisora de consignas, de una poesía a la rosa convenientemente blindada: héroes positivos, ingenieros de almas, centrales eléctricas, minas y zanjas, ecuaciones moralopolíticas resueltas en términos de progreso industrial. Mientras trato de rememorar la musiquilla familiar del texto, descubro, con asombro y perplejidad primero, bochorno y consternación después, que su padre soy yo".
Juan Goytisolo
Paisajes después de la batalla
Llibres del Mall
Barcelona, 1985
páginas 212-214
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