El sábado 30 de octubre se celebraba el centenario del nacimiento del poeta Miguel Hernández. Con motivo de tal efemérides, algunos de los que formamos Vespres Literaris, emprendimos viaje a la ciudad de Orihuela, cuna del poeta, para recorrer sus calles y disfrutar de su poesía.
Nuestra primera parada, tras una visita relámpago al colegio de Santo Domingo, ya que cerraba a cal y canto sus puertas porque, nos dijeron, ¡se celebraba una boda! (sic), fue, el mismo sábado en la casa del poeta, antaño calle de Arriba y hoy de Miguel Hernández. La casa está dispuesta con el mobiliario familiar según la distribución que recordaba Josefina Manresa, su esposa. Las paredes están cuajadas de fotografías de todos los tamaños: del poeta en su infancia, en su juventud, en el homenaje a Ramón Sijé, en el frente…, todas ellas muy conocidas y difundidas en todos los medios. Una fotografía de gran tamaño preside el comedor-sala que recibe al visitante.
Visita obligada fue a la famosa higuera con el tronco nudoso que se halla en un rincón del huerto. Pero lo que de verdad mereció la pena de la visita a la “Casa del poeta” fue la reunión posterior que tuvo lugar en la misma. Al atardecer un nutrido grupo de amantes de la poesía hernandiana nos reunimos; éramos gentes de todas las edades y procedencias con un deseo común: leer, recitar, cantar o escuchar las creaciones del poeta oriolano. Gustavo, un miembro del grupo participo, en nombre del grupo, recitando el poema “Las desiertas abarcas” La emoción y los sentimientos de la poesía de Miguel Hernández presidieron la reunión, que se completo, ya entrada la noche, en el Teatro-Circo de la ciudad con el recital de Joan Manuel Serrat “Hijo de la luz y de la sombra”. ¡Soberbio!
Al día siguiente, recorrimos la Orihuela de Miguel Hernández: visitamos la casa del canónigo Luis Almarcha, su lugar de nacimiento, la tahona de los hermanos Fenoll, la casa de Ramón Sijé, la Catedral, la plaza donde conoció a Josefina, el seminario donde estuvo prisionero, tras ser reconocido por un vecino y detenido en 1939, etcétera… En cada lugar fuimos desgranando los principales momentos de su vida tanto en la ciudad como en otros lugares, a la par que todos leíamos sus poemas. En la “Casa del Paso”, lugar que hoy ocupa la Universidad Miguel Hernández y que por aquellos años ocupaba la casa-cuartel de la Guardia Civil donde trabajaba el padre de Josefina, conocimos a José. José es un sabio y viejo oriolano que ha vivido los estragos del enfrentamiento en una ciudad extrema como es Orihuela. Estando exiliado, nos contaba emocionado, escucho en una emisora del exilio español la voz del poeta: era la grabación que Alejo Carpentier le había hecho en Paris en 1937, con la lectura de su poema “El esposo soldado”. Pero José lo que recuerda de aquel momento es cómo se presento Miguel: como un poeta de Orihuela, de su tierra.
Tras la comida, un delicioso arroz con costra, Jesús y Gustavo leyeron, en la sobremesa, la famosa “Elegía”; la sorpresa fue que un hombre de otro grupo, con el que compartíamos comedor, se levanto y declamo tan famoso poema con un profundo y hondo sentimiento. Tras tantas emociones, al atardecer visitamos la tumba del amigo de Miguel Hernández: Ramón Sijé.
El lunes, uno de noviembre, de regreso, visitamos la tumba del poeta en el cementerio de Alicante. Aquí Mabel leyó el poema “Llamo a los poetas” y firmamos unas palabras dedicadas al poeta.
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