

Dejamos atrás las estructuras humanas para dirigirnos a admirar la labor de la naturaleza sobre el paisaje. Adentrarse en el desfiladero de Galamus, en la sucesión de gargantas y profundas grietas producidas por los elementos y la tozudez del río Agly que lo atraviesa, es adentrarse en un paisaje que te hace empequeñecer. Millones de años, el agua, el hielo y el viento han producido sobre la roca un paisaje de vértigo. Desde la carretera que lo atraviesa (por cierto, hay que admirar a los hombres que la construyeron,), caminamos por los recodos del abismo, admirando la profundidad de sus gargantas – en algunos lugares se oye el agua pero no se ve- que semejan aberturas al averno. En algún punto las rocas de ambas orillas casi se tocan en un beso fraternal y apenas dejan pasar la luz. Contemplar la inmensidad y majestuosidad de esta catedral natural te recuerda en cada una de sus grietas y contrafuertes el verdadero protagonismo de cada uno en el mundo. Desde la citada carretera se accede a la Ermita de San Antonio de Galamus, lugar de culto construido en la misma roca y que parece quedar suspendido en el desfiladero.
Después de comer en uno de los merenderos tan abundantes por estas tierras, dirigimos nuestros pasos hacia la ciudad amurallada de Carcassone, la mayor de Europa, situada sobre una pequeña loma que domina la ciudad del mismo nombre. Declarada Patrimonio de la Humanidad en 1997, se me hace difícil describir las sensaciones que tuve; transcribo lo que anote en mi dietario de viaje: aglomeración, embrollo, estupor
Pernoctamos en Le Chàteau de Fontcouverte, un pequeño pueblo en el centro de la ruta cátara. El Chàteau es un antiguo convento recuperado para el turismo en los años noventa del siglo pasado que intenta conservar la ambientación y decoración de los antiguos palacetes franceses del dieciocho y diecinueve.
Recuperadas las fuerzas, nos dirigimos a la mañana siguiente al castillo de Montsegur, símbolo de la resistencia del movimiento cátaro. Ascender por la carretera que se dirige al pie de Montsegur da una idea de la majestuosidad de la construcción. El monte Tabo, donde se asienta el castillo en su cumbre, tiene 1.150 metros de altitud, aunque no ascendimos al castillo por falta de tiempo, si que ascendimos hasta el Prat dels Cremats, donde fueron incinerados los 200 cátaros que resistieron el asalto de los cruzados. En ese lugar , de tanto simbolismo, unos miembros del grupo representaron un diálogo entre la Iglesia Cátara y la Cristiana , tan habitual en los años anteriores a la Cruzada. Con este sencillo acto de Vespres -como siempre hacemos en nuestras representaciones- , donde quisimos homenajear a aquellos que sufrieron y murieron por sus ideas, dimos por finalizada la visita.