28 de maig 2008

El corazón helado -lecturas-


Aún no mediada la lectura – voy por la página 400, aproximadamente-, ya puedo afirmar que me cuesta horrores engancharme a la historia de los Carrión y los Fernández.

La apuesta de la Grandes es muy alta: bucear en las razones o sinrazones que llevaron a la fractura de la sociedad española en el primer tercio del siglo veinte, así como la posterior losa de miedo y silencio que la cubrió (¿y cubre todavía?) durante las siguientes décadas. Con este fin, el genio narrativo de nuestra autora idea la historia de dos supuestas familias madrileñas – los Carrión y los Fernández- a las que, como tantas otras, el conflicto desmembró irremediablemente. Las primeras páginas nos van introduciendo en los meandros de esos lazos familiares – intrincados, en verdad – (la página oficial del libro muestra los árboles genealógicos de las dos familias) a la par que la narradora nos va desvelando, parsimoniosamente, las antiguas historias silenciadas de las dos familias. En este ir y venir del pasado al presente, uno de los protagonistas y también narrador, ¿principal, secundario?, Álvaro Carrión; nos va desvelando sus descubrimientos sobre la verdadera historia de su familia. Y,…. en eso estoy.
Porque digo que me cuesta horrores agarrarme a las historias de esta novela: porque, a pesar de que algunas frases o párrafos son brillantes e intensos, las constantes reiteraciones de algunas ideas, la dilatación excesiva de las escenas y una abigarrada adjetivación, dan al conjunto de los capítulos una sensación de pesadez, de profundo lastre en el discurrir de la trama. No pido acción y escenas trepidantes, pero tengo una sensación creciente de que la autora está alargando la narración artificialmente. Veamos un ejemplo, para indicarnos que Álvaro ha quedado rendido ante la belleza de Raquel, tema que repite reiteradas veces a lo largo de las páginas que llevo leídas – obvio, eso si, la constante alusión a la desproporción de sus caderas, ¡parece una manía!- nos dice:

Sentía frío y sentía calor, estaba muy cerca, muy lejos de ella, me había perdido y navegaba sin mapas, sin brújula, sobre una voz emocionada pero tensa, dulce y violenta a la vez. Acababa de naufragar en sus palabras, en los adjetivos desmesurados y certeros, exactos y sin embargo ambiguos, que eran justos para calificar al hombre al que evocaban pero injustos para mí, porque yo no era capaz de interpretarlos, no lograba ajustar su sonido a su significado, no sabía desprender su contenido cálido, amable, de la corteza endurecida y seca que los envolvía. No había visto los ojos de Raquel mientras hablaba, ella no me había consentido contemplarlos, pero había visto sus labios, su boca de mujer que sabe reírse, que sabe que reír le favorece, u sobre ellos, una grisura áspera, un engranaje obvio, una sonrisa trivial y mecánica detrás de cada punto y seguido, en cada sílaba, en cada verbo, en cada elogio decidido y sincero de un hombre que los merecía, pero cuya memoria no era capaz de iluminar un rostro tan hermoso, su piel tersa apagándose de pronto como la de un melocotón mustio, corriente” (página 212)

Esta claro, por este ejemplo, que la autora no sigue los consejos del autor que cita al inicio del libro y que, al parecer, le han inspirado el título del mismo. Antonio Machado, autor de tan famosos versos, abre una de sus obras más conocidas, Juan de Mairena, con un diálogo, también archiconocido, entre un alumno y Mairena, con estas palabras:

“- Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: “Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”
El alumno escribe lo que se le dicta.
- Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno, después de meditar, escribe: “Lo que pasa en la calle”
- MAIRENA: No está mal”

Antonio Machado, Juan de Mairena, Losada, Buenos Aires, 1977 (6), página 7


Lo que pasaba en la calle… De las lecturas paralelas que me gusta hacer alrededor de los libros que leemos, tropiezo con unos versos de Jaime Gil de Biedma.

Años triunfales

Media España ocupaba España entera
Con la vulgaridad, con el desprecio
total de que es capaz, frente al vencido,
un intratable pueblo de cabreros.

Barcelona y Madrid eran algo humillado.
Como una casa sucia, donde la gente es vieja,
la ciudad parecía más oscura
y los Metros olían a miseria.

Con luz de atardecer, sobresaltada y triste,
se salía a las calles de un invierno
poblado de infelices gabardinas
a la deriva, bajo el viento.

Y pasaban figuras mal vestidas
de mujeres, cruzando como sombras,
solitarias mujeres adiestradas
-viudas, hijas o esposas-

en los modos peores de ganar la vida
y suplir a sus hombres. Por la noche,
las más hermosas sonreían
a los más insolentes de los vencedores.

Jaime Gil de Biedma, Poética, Alianza, Madrid, 1981 (páginas 84-85)

Me imagino a Julio Carrión y sus amigos en el hotel...no hay más comentarios…por ahora





3 comentaris:

  1. bueno... yo no pasé de la 100, hace meses que aparqué el libro, una pena porque esta autora siempre me ha gustado...

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  2. Anònim20:18

    Pues yo acabo de terminar la novela, aunque he hecho tampa... Reconozco que no me va la literatura super descriptiva, con lo que me he ido saltando lo que me sobrababa, pero estaba realmente enganchada a la historia de Raquel y Álvaro, enganchada a que una mujer nos ofrezca una personaje masculino al que, al menos yo, no estoy acostumbrada: un personaje que se declare sin complejos feliz y equilibrado, y que cuando sucumbe a una historia que le llena de pasión, opta por la verdad, por dejar comodidades y encararse a los problemas, con sus dudas, como todo humano, pero siguiendo en su propia vida el mismo proceso que sigue mientras desmenuza la vida de sus padres y antepasados: anteponiendo la verdad de lo que siente y piensa a la comodidad e hipocresía de lo que conviene.

    Confieso que me ha fascinado la historia, que me quedo con las ganas de saber cómo resuelven luego su convivencia cotidiana y cómo pasan Raquel y Álvaro a ser algo más que una escisión interna, una revelación de la humanidad que llevan dentro... Me gustaría ver cómo se convierten en compañeros de ruta... A lo mejor es que ya me voy volviendo mayor y voy asumiendo esas verdades que sentenciaba mi madre cuando terminaban las películas con el beso del chico y la chica y ella nos decía: "Todas las películas acaban en el mismo momento, cuando lo realmente interesante acaba de empezar: a ver cómo convive esta pareja y qué es de ella de aquí a 10, 20 o 30 años!".

    Pero en cualquier caso, la historia de Álvaro, desnudando la figura de su padre, desvelando cargos de conciencia heredados, luchando entre la contradicción de pensar que todo debe comprenderse (ya se sabe, en aquellos tiempos) y el sentido de la integridad que hace que haya cosas jamás justificables. Y sobre todo una verdad de la que todos somos herederos: somos los hijos de esas contradicciones.

    Yo animo al personal a que si las descripciones se hacen pesadas, vayais saltando a los diálogos y a los fragmentos que permiten seguir la historia. Yo, al menos, he cerrado el libro tras la página final con lágrimas en los ojos.

    Hasta el sábado (si no passa res!!)

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  3. ostras, gloria, me has dado ganas de recuperar la lectura!!!!!!

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