30 de des. 2008

Recuerdos de infancia III

China Keitetsi

En otros casos, los recuerdos infantiles hablan de dolor, desgarro y muerte. China Keitetsi nació en Uganda en 1976, con nueve años  fue reclutada como niña soldado por el Ejército Nacional de Resistencia de Yoweri Kaguta Museveni. Permaneció diez años en el ejército de Museveni, tiempo en el que fue sometida a reiteradas y múltiples violaciones, amen de participar en las acciones de guerra. y servir a los hombres del ejército Tras escapar del infierno, recibió asilo político en Dinamarca en 1999, donde reside en la actualidad.
El fragmento corresponde al "reclutamiento" de China y su primera acción de guerra.
-¡Alto! ¿Quién va?
-Sólo soy una niña.
-¡Acércate! -me ordenó el hombre, algo sorprendido-. ¿Qué haces por aquí sola y de noche?
-Estoy buscando a mi madre -contesté.
Me alumbró con la linterna y me preguntó por mi padre.
-Murió -mentí.
Todavía estaba contestando a sus preguntas cuando del matorral salió un pelotón de hombres con las armas al hombro. Todos se quedaron mirándome y empecé a temer sus intenciones, pero me alivió escuchar que algunos hablaban mi dialecto. Todos iban desaliñados y con las ropas en mal estado. El hombre me dijo que me acostara y durmiera. Le miré con sorpresa, porque no se veía casa ni cama por allí. Él sonrió y desplegó sobre el suelo dos mantas raídas. Las mantas apestaban, pero los mosquitos me obligaron a taparme la cabeza.
Me despertó la voz de un hombre que decía «izquierda, derecha, izquierda, derecha». Me volví y vi a varios niños de diferentes edades marcando el paso delante de un militar de uniforme. Sentí una gran excitación. Era como un juego nuevo y pensé que me gustaría marchar con ellos.(…)

Mi entrenamiento como China no se prolongó demasiado, no porque fuese una niña soldado que se comportaría «como una fiera» en el campo de batalla, ni por mi excepcional rapidez en aprender. La sencilla razón fue que el NRA tenía pocos hombres y por tanto no podía perder mucho tiempo en largos períodos de instrucción. Después de transmitirles algunas nociones acerca de la guerra, los niños eran repartidos en secciones. Yo era de los que no podían llevar el peso de un AK-47, por lo que me destinaron a llevar los enseres de los jefes, como los cazos, las sartenes y la munición.
Un mes después de concluir mi instrucción fui asignada a una misión especial con algunos niños más. Estaba excitada. Por fin iba a ver la acción de que tanto hablaban los de más edad.(,,,)

Orientándonos a la luz de la luna y las estrellas, echamos a andar entre la vegetación hasta que encontramos a nuestros compañeros, que ya habían tomado posiciones. El cabo nos mandó tumbarnos y esperar órdenes. Bien ocultos detrás de los troncos más cercanos al lindero, con las armas a punto, contemplamos el campamento enemigo, donde todos dormían, mientras soportábamos las dolorosas picaduras de los mosquitos. No podíamos defendernos de ellos, porque se nos había dicho que no hiciéramos ruido, así que no tuve más remedio que morderme el labio. Se oyeron entonces las primeras ráfagas de AK-47, lo que significaba que era hora de matar a todo bicho viviente en el campamento. Hombres y mujeres salían corriendo y caían en desordenado montón, desnudos todavía y agitando las ropas en sus manos. A nuestros oídos, ensordecidos por el tableteo de las armas, los balidos de las cabras, los cacareos de las gallinas y los gritos de los humanos, apenas sonaban como un lejano rumor. Cuando entramos en el campamento yacían bajo el sol de la mañana en confusa mezcolanza las bestias, los hombres y las mujeres que habían venido a visitarlos. Todos muertos. Recogimos las armas y las provisiones que pudiéramos acarrear, y atamos a los prisioneros codo con codo.
Cuando regresamos al campamento se ordenó a los prisioneros que cavasen sus propias tumbas. Algunos oficiales nos dijeron, a nosotros los niños, que les escupiéramos en los ojos. A los prisioneros se les anunció que no se iban a malgastar balas con ellos. Sentí un vuelco en el corazón cuando les explicaron cómo iban a matarlos.
-Cuando hayáis cavado vuestras tumbas pediremos voluntarios para que os machaquen la cabeza con el akakumbi, una especie de azadón corto y muy pesado.
Los prisioneros acabaron la tarea y, para recibir el golpe en la frente o la nuca, los obligaron a formar en fila al borde de las fosas, donde iban cayendo por turnos.

China Keitetsi, Mi vida de niña soldado, Maeva, 115-121

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