28 de des. 2008

Recuerdos de infancia




Albert Camus
Saramago se aproxima a los recuerdos de su infancia en primera persona, pero otros autores se adentran por el camino de la ficción para hablarnos de sus recuerdos de aquellos años de la niñez; este es el caso de Albert Camus en su obra póstuma e inacabada El primer hombre. Este primer hombre es el propio narrador, educado, tras la muerte del padre, en un miserable y periférico barrio de Argel por una abuela ruda y violenta.

No había conocido a su padre, pero solían hablarle de él en una forma un poco mitológica y siempre, llegado cierto momento, había sabido sustituirlo. Por eso Jacques jamás lo olvidó, como si, no habiendo experimentado realmente la ausencia de un padre a quien no había conocido, hubiera reconocido inconscientemente, primero de pequeño, después a lo largo de toda su vida, el único gesto paternal, a la vez meditado y decisivo, que hubo en su vida de niño. Pues el señor Bernard, su maestro de la última clase de primaria, había puesto todo su peso de hombre, en un momento dado, para modificar el destino de ese niño que dependía de él, y en efecto, lo había modificado.

Nadie hablaba ya de ellos. Ni su madre ni su tío hablaban de los parientes desaparecidos. Ni de ese padre cuyas huellas buscaba, ni de los otros. Seguían pasando necesidad, aunque no vivieran en la estrechez, pero ya se habían hecho a ello y también a una desconfianza resignada con respecto a la vida, que amaban animalmente, pero de la que sabían por experiencia que pare regularmente la desgracia sin haber dado siquiera señales de estar preñada. Y además, tal como lo rodeaban los dos, silenciosos y hundidos en sí mismos, vacíos de recuerdos y únicamente fieles a algunas imágenes oscuras, vivían cerca de la muerte, es decir, siempre en presente. Nunca sabría por ellos quién había sido su padre y, sin embargo, por su sola presencia, hacían brotar nuevamente los frescos manantiales de una infancia miserable y feliz, no estaba seguro de que esos recuerdos tan ricos que surgían a borbotones en él, fueran realmente fieles al niño que había sido. Mucho más seguro, por el contrario, era que debía atenerse a dos o tres imágenes privilegiadas que lo ligaban a ellos, que lo fundían con ellos, que suprimían lo que había tratado de ser durante tantos años reduciendo por fin al ser anónimo y ciego que había sobrevivido a sí mismo en todo ese tiempo de su familia y que constituía su verdadera nobleza.



Albert Camus, El primer hombre Tusquets, 118-121

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