23 de febr. 2011

Murallas de Ávila


La muralla de Ávila, ejemplo de arquitectura militar del románico y europeo de arquitectura medieval, se construyó sobre los restos de un antiguo campamento romano al final del siglo XI. En el siglo XIV sufrió una importante obra de refuerzo y ampliación, para, ya en el siglo XVII,  entrar en una lenta degradación, pareja a la decadencia de la ciudad por la marcha de la nobleza a la corte, que llevo al consistorio a  plantear su derribo. La falta de presupuesto de las arcas municipales  impidió llevarlo a cabo y, ya a finales del siglo XIX, se iniciaron las obras de restauración que la han llevado al aspecto que hoy día tiene,  y todos conocemos.
La muralla protege una superficie trapezoidal de unas 33 hectáreas, a lo largo de un perímetro es de 2516 metros . El conjunto arquitectónico lo forman 88 torreones, 2500 almenas y nueve puertas de acceso al recinto. Sus muros tienen un grosor de unos tres metros y una altura de doce (mayor en las puertas). Fue construido con mampostería, ladrillo, mortero y cal, aprovechando los restos del antiguo acueducto romano, así como restos funerarios: estelas, lápidas,... y piedras de molino, también de origen romano.

Ávila en la literatura:

El 21 de agosto de 1864 se publicó en el diario  "El Contemporáneo",  un reportaje de Gustavo Adolfo Bécquer sobre la inauguración del ferrocarril que unió Madrid con San Sebastián. El artículo se titulaba “Caso de ablativo: en, con, por, sin, de, sobre la inauguración de la línea completa del ferrocarril del norte de España”; en el mismo, el autor de las “Rimas y leyendas” dice de su paso en tren por Ávila:

“El cielo comienza a ensombrecerse y la noche se adelanta. Se oye distante el ruido sordo del trueno. Al calor ha sucedido una frescura que al principio hace un efecto agradable y por último obliga a echar una mirada de través al abrigo, arrojado hace poco corno inútil sobre el asiento del wagon. El aire entra a bocanadas, húmedo e impregnado en ese perfume especial que anuncia la aproximación de la lluvia. A un lado del camino se descubre, casi perdida entre la niebla del crepúsculo y encerrada dentro de sus dentellados murallones, la antigua ciudad patria de santa Teresa. Ávila, la de las calles oscuras, estrechas y torcidas, la de los balcones con guardapolvo, las esquinas con retablos y los aleros salientes. Allí está la población, hoy como en el siglo XVI, silenciosa y estancada.

Pero ya se acerca la hora. Unas tras otras, las ciudades, al despertar de su profundo letargo, comienzan por romper, al desperezarse, el cinturón de vetustas murallas que las oprimen. Ávila, como todas, romperá el estrecho cerco que la limita y se extenderá por la llanura como un río que sale de madre. Si hoy volviese santa Teresa al mundo, aún podría buscar su casa por entre las revueltas calles de su ciudad natal sin dudar ni extraviarse. Esperemos que, de hacerlo dentro de algunos años, le será preciso valerse de su cicerone.”


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