5 d’abr. 2011

La huida de Toribio Partida

Un relato de Francisco Jesús Galindo:

"Una vez hubo terminado de dar cuidadoso lustre a la madera de su vara de abedul, y de devolverle el brillo a la punta de acero que había en su extremo, el viejo Toribio emprendió su larga marcha. Nunca se supo a ciencia cierta si su voluntad al concebir esta acción se dejó llevar por un ataque incontenible de cordura o, más bien, fue el inicio de una severa enajenación mental lo que le empujó a cometer semejante locura.

Fugaz, como el paso de una estrella, fue su estancia allí, en el vecino pueblo de Solano, tan fugaz que solo dejó por huella la de un calcetín perdido bajo la cama de la vieja pensión de Obdulio, siendo aquella prenda el único medio que tuvo su familia para dar fe ante el Inspector Ramírez de que el abuelo Toribio había pasado por este lugar.

La desaparición de Don Toribio Partida resultaba evidente, lo que no parecía tan evidente era la dirección que había tomado, aunque la tierra siguiese mostrando las heridas recibidas por la punta metálica de su vara de abedul. Las huellas del rumbo emprendido continuaban ahí, pero nadie acertaba a verlas ni a interpretarlas. Los puntos suspensivos marcados sobre el terreno indicaban una inevitable dirección…. Toribio tomó rumbo al sur, siempre estuvo secretamente obsesionado con el sur.

El pasar de los días y de los meses acabó convirtiéndose en un inmisericorde transcurrir de los años, y aquella angustiosa búsqueda dio paso a la desesperanza; ningún rastro del abuelo Toribio, ninguna evidencia que permitiese dar definitivamente con su paradero.

El Inspector Ramírez manejaba todas las posibilidades; tan pronto lo situaba vivo en el escenario que él mismo había creado para sus investigaciones, como imaginaba su cuerpo sin vida oculto en una vaguada de aquellos páramos inertes que tantas veces había recorrido personalmente y revisado concienzudamente, pero todo resultaba estéril.

No era habitual que Joaquín Ramírez desistiese ante un caso difícil, pero aquella mañana, justo cuando se cumplían cuatro años de la desaparición de Don Toribio, lo primero que hizo fue tomar unos folios y redactar con su desgastada estilográfica una carta que había ido demorando desde hacía varios meses; la dirigía a la familia del infortunado.

“ Estimada familia de Don Toribio Partida, hoy ya no dudo de que las investigaciones en las que he tenido el honor de participar han dado en parte sus frutos, pues se ha tejido una imborrable tela de amistad entre nosotros. Es por ello que me resulta más doloroso, y me causa aún más honda preocupación, el no haber sido capaz de localizar el paradero de nuestro buen abuelo Toribio.

Las órdenes de los superiores nos llevan a suspender oficialmente la búsqueda, aunque la investigación seguirá abierta. Cualquier información que pueda permitirnos retomar este arduo trabajo será bien recibida y alentará nuevamente nuestra labor.“

Siempre a su entera disposición,

Joaquín Ramírez y Funes."

El tiempo siguió pasando, tan rápido como pasa el viento sobre la tórrida era en una tarde de verano. Los vecinos siguieron creciendo y cambiando, casi sin darse cuenta, distraídos por sus múltiples quehaceres diarios, y la desaparición del viejo Toribio pasó a formar parte de las historias inexplicables de aquel pueblo pequeño del norte de Castilla. El Inspector Ramírez se jubiló con la frustración de no haber sido capaz de resolver el misterio, mientras Herminia, la vieja esposa del desaparecido, seguía contando los años y alimentando la esperanza de que, un buen día, volvería a tenerlo en casa y ella sería testigo de su regreso. Tal vez fuese por eso que aquella anciana mujer seguía cumpliendo años, tal vez, por ello, la muerte aún no había querido pasar a visitarla.

Una fresca mañana de Enero, cuando ya todo el mundo había perdido la memoria, el autobús de viajeros hizo su parada obligatoria a las afueras del pueblo, justo a las diez de la mañana. Un numeroso grupo de personas jóvenes, adultas y mayores, se perdieron camino abajo tan pronto como lograron apearse. La marquesina del pequeño apeadero volvió a formar parte de un paisaje bello y solitario, y el autobús reemprendió su acostumbrada marcha hasta alejarse por el viejo sendero sinuoso y polvoriento.

El viento frío no parecía tan frío aquella mañana, su suave brisa, y hasta la música que orquestaba al mover las hojas de los árboles, parecía más cálida y delicada.

….. Sobre el suelo del camino quedó la tierra removida, llena de las habituales pisadas de una multitud que se desplazaba con celeridad. Sobre el suelo del camino, en esta justa mañana, mezcladas y confundidas entre tantas y tantas pisadas, aparecieron de nuevo las huellas de la punta clavada de una vara de abedul, dibujando una infinita línea de puntos suspensivos que indicaban una inequívoca procedencia….. el sur. "



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