20 d’oct. 2012

Jean Améry



"Quien ha sufrido la tortura, ya no puede sentir el mundo como su hogar."

Jean Améry


Jean Améry (octubre 1912- octubre 1978), escritor y ensayista austriaco. 
Huido de Austria tras la ocupación alemana y refugiado en Bélgica, participó activamente en la resistencia  contra la ocupación nazi de Bélgica.
Detenido y  torturado  por la Gestapo ,  estuvo recluido  varios años  en los campos de concentración de Buchenwald y Auschwitz . Finalmente fue  liberado en Bergen-Belsen en 1945.  Sus obras narran aquellos años de oscuridad: Más allá de la culpa y la expiación, Tentativas de superación de una víctima de la violencia, Levantar la mano sobre uno mismo o Discurso sobre la muerte voluntaria.
Améry se suicidó tomando una sobredosis de pastillas para dormir en 1978.



"Qué cantidad mínima de patria, qué dosis de arraigo o de hogar necesita un ser humano, se preguntaba Jean Améry, acordándose de su huida de Austria en 1938, tal vez en la noche del 15 de marzo, en el expreso que salía a las 11.15 de Viena hacia Praga, de su viaje atribulado y clandestino a través de las fronteras de Europa hasta el refugio provisional de Amberes, donde conoció la incertidumbre absoluta de los judíos desterrados, la hostilidad del nativo hacia los extranjeros, las humillaciones de la policía y de los funcionarios que examinan papeles y atribuyen o niegan permisos y hacen volver al día siguiente y al otro y miran al refugiado como a un sospechoso de un delito, el más grave de todos, que es el de haber sido despojado de la nacionalidad que uno creía inalienablemente suya y no ser aceptado por completo en ninguna otra parte. Uno necesita al menos una casa en la que sentirse seguro, dice Améry, una habitación de la que no puedan echarlo con malos modos en medio de la noche, de la que no deba huir a toda prisa al oír pasos en las escaleras y silbatos de la policía.

Eres quien ha vivido siempre en la misma casa y en la misma habitación y recorrido las mismas calles camino de la oficina en la que permaneces de ocho a tres todos los días de lunes a viernes y también eres quien huye sin sosiego y no encuentra amparo en ninguna parte, quien atraviesa fronteras de noche por sendas de contrabandistas, quien viaja con papeles falsos o dudosos en un tren y permanece insomne mientras los demás pasajeros duermen ruidosamente a tu lado, temiendo que los pasos que se acercan por el corredor sean los de un policía, calculando el tiempo que falta para llegar a la frontera, para que los hombres de uniforme que estudien tus papeles te indiquen con un gesto que te quedes a un lado, y entonces los otros viajeros, los que llevan pasaportes en regla y no temen nada, te mirarán con caras de sospecha, y también de alivio, porque el infortunio que ha caído sobre ti los deja indemnes a ellos, que empiezan a ver en tu cara los síntomas de la culpa, del delito, de la diferencia, que es aún más letal por no ser perceptible a simple vista, y por ser independiente de la voluntad y de los actos de uno, una marca que no se ve y sin embargo no puede borrarse, una mancha indeleble que no está en la cara ni en la presencia exterior, sino en la sangre, la sangre del judío o la del enfermo, la de quien sabe que será expulsado si se descubre su condición. Encerrado en su cuarto de enfermo, en un sanatorio para tuberculosos, Franz Kafka recuerda los comentarios antisemitas que ha hecho otro enfermo en la mesa del comedor y escribe una carta acuciado por el insomnio y la fiebre: La situación insegura de los judíos, inseguros en sí mismos, inseguros entre los hombres, explica perfectamente que crean que sólo se les permite poseer lo que aferran en las manos o entre los dientes, que además sólo esa posesión de lo que está al alcance de sus manos les da algún derecho a la vida, y que lo que alguna vez han perdido no lo recuperarán jamás, se aleja tranquilamente de ellos para siempre.

En la habitación de un hotel de Port Bou Walter Benjamín se quitó la vida porque ya no le quedaba otro camino por el que seguir huyendo de sus perseguidores alemanes. A Jean Améry, cuando lo detuvo la Gestapo, cuando fue interrogado y torturado luego por las SS, se le atribuían dos identidades posibles de enemigo y de víctima: podía ser un alemán, desertor del ejército, y en ese caso lo fusilarían por traidor después de un consejo de guerra; podía ser un judío, y entonces sería enviado a un campo de exterminio. A Jean Améry lo habían detenido en Bruselas, donde él y su pequeño grupo de resistentes de lengua alemana imprimían octavillas y las tiraban de noche en las proximidades de los cuarteles de la Wehrmacht, jugándose la vida a cambio de la fútil esperanza de que a algún soldado alemán se le removiera la conciencia al leerlas. A Jean Améry, que entonces se llamaba Hans Mayer, lo detuvieron en mayo de 1943. A Primo Levi sólo unos meses más tarde, armado con su pequeña pistola que no sabía manejar, no más dañina para el III Reich que las octavillas de Améry. Ninguno de los dos había profesado el judaísmo, y Primo Levi se consideraba sobre todo italiano, igual que Améry nunca pensó hasta 1935 que él fuera otra cosa que un austriaco. Pero los dos, al ser detenidos, al ser confrontados con la elección de una identidad, eligieron declararse judíos, unirse al número de las víctimas absolutas, los que eran condenados no por sus actos ni por sus palabras, no por profesar una religión o una ideología, no por arrojar octavillas que no iban a influir sobre nadie ni por echarse al monte sin ropas ni calzado de invierno y sin más armas que una pistolilla ridícula, sino por el simple hecho de haber nacido."

Sefarad
Antonio Muñoz Molina
pág: 449 a452


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