22 d’oct. 2012

Primo Levi


“¿Por qué el dolor de cada día se traduce en nuestros sueños en la escena repetida de la narración que nadie escucha?”

Primo Levi

"Entonces por primera vez nos damos cuenta de que nuestra lengua no tiene palabras para expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre. En un instante, con intuición casi profética, se nos ha revelado la realidad: hemos llegado al fondo. Más bajo no puede llegarse: una condición humana más miserable no existe, y no puede imaginarse. No tenemos nada nuestro: nos han quitado las ropas, los zapatos, hasta los cabellos; si hablamos no nos escucharán, y si nos escuchasen no nos entenderían. Nos quitarán hasta el nombre: y si queremos conservarlo deberemos encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal manera que, detrás del nombre, algo nuestro, algo de lo que hemos sido, permanezca.
Sabemos que es difícil que alguien pueda entenderlo, y está bien que sea así, Pero pensad cuánto valor, cuánto significado se encierra aun en las más pequeñas de nuestras costumbres cotidianas, en los cien objetos nuestros que el más humilde mendigo posee: un pañuelo, una carta vieja, la foto de una persona querida. Estas cosas son parte de nosotros, casi como miembros de nuestro cuerpo; y es impensable que nos veamos privados de ellas, en nuestro mundo, sin que inmediatamente encontremos otras que las substituyan, otros objetos que son nuestros porque custodian y suscitan nuestros recuerdos.
Imaginaos ahora un hombre a quien, además de a sus personas amadas, se le quiten la casa, las costumbres, las ropas, todo, literalmente todo lo que posee: será un hombre vacío, reducido al sufrimiento y a la necesidad, falto de dignidad y de juicio, porque a quien lo ha perdido todo fácilmente le sucede perderse a sí mismo; hasta tal punto que se podrá decidir sin remordimiento su vida o su muerte prescindiendo de cualquier sentimiento de afinidad humana; en el caso más afortunado, apoyándose meramente en la valoración de su utilidad.
(…) somos esclavos, sin ningún derecho, expuestos a cualquier ataque, abocados a una muerte segura, pero que nos ha quedado una facultad y debemos defenderla con todo nuestro vigor porque es la última: la facultad de negar nuestro consentimiento. Debemos, por consiguiente, lavarnos la cara sin jabón, en el agua sucia, y secarnos con la chaqueta. Debemos dar betún a los zapatos no porque lo diga el reglamento sino por dignidad y por limpieza. Debemos andar derechos, sin arrastrar los zuecos, no ya en acatamiento de la disciplina prusiana sino para seguir vivos, para no empezar a morir.”
Si esto es un hombre
Primo Levi


“Y entonces me viene a la memoria Primo Levi en su piso burgués de Turín, la casa donde había nacido y en la que murió, tirándose o cayendo por azar al hueco de la escalera, donde vivió toda su vida, salvo apenas dos años, entre 1943 y 1945. En septiembre de 1943, cuando lo detuvieron los milicianos fascistas, Primo Levi se había marchado de su habitación segura y su casa de Turín para unirse a la resistencia, y llevaba consigo una pequeña pistola que apenas sabía manejar, y que en realidad no había disparado nunca. Había sido un buen estudiante, licenciándose en Química con notas excelentes, disfrutando de lo que aprendía en los laboratorios y en las aulas igual que de la literatura, que para él tuvo siempre la misma obligación de claridad y exactitud que la ciencia. Un hombre joven, menudo, aplicado, con gafas, educado en una familia ilustrada y burguesa, en una ciudad culta, laboriosa, austera, acostumbrado desde niño a una vida serena, en concordancia con el mundo exterior, sin la menor sombra de alguna diferencia que lo separase de los otros, ni siquiera su condición de judío, ya que en Italia, y más aún en Turín, un judío era, a los ojos de los demás y para sí mismo, un ciudadano idéntico a los otros, sobre todo si pertenecía, como Primo Levi, a una familia laica, ajena a la lengua hebrea o a cualquier práctica religiosa. Sus antepasados habían emigrado de España en 1492. Dejó su habitación, su casa segura, en la que había nacido, y probablemente al salir al portal lo estremeció el pensamiento de que no volvería, y cuando regresó, tres años más tarde, flaco como un espectro, sobrevivido del infierno, debió de sentir que en realidad estaba muerto, que era el fantasma de sí mismo el que volvía a la casa intocada, al portal idéntico, a la habitación ahora extraña en la que nada había cambiado durante su ausencia, en la que ningún cambio visible se habría producido si él hubiera muerto, si no hubiera escapado del lodazal de cadáveres del campo de exterminio.”
Sefarad
Antonio Muñoz Molina
pág: 447 a 449


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