“¿Por qué el
dolor de cada día se traduce en nuestros sueños en la escena repetida de la
narración que nadie escucha?”
Primo Levi
"Entonces
por primera vez nos damos cuenta de que nuestra lengua no tiene palabras para
expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre. En un instante, con
intuición casi profética, se nos ha revelado la realidad: hemos llegado al
fondo. Más bajo no puede llegarse: una condición humana más miserable no
existe, y no puede imaginarse. No tenemos nada nuestro: nos han quitado las
ropas, los zapatos, hasta los cabellos; si hablamos no nos escucharán, y si nos
escuchasen no nos entenderían. Nos quitarán hasta el nombre: y si queremos
conservarlo deberemos encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal manera
que, detrás del nombre, algo nuestro, algo de lo que hemos sido, permanezca.
Sabemos que es
difícil que alguien pueda entenderlo, y está bien que sea así, Pero pensad
cuánto valor, cuánto significado se encierra aun en las más pequeñas de
nuestras costumbres cotidianas, en los cien objetos nuestros que el más humilde
mendigo posee: un pañuelo, una carta vieja, la foto de una persona querida.
Estas cosas son parte de nosotros, casi como miembros de nuestro cuerpo; y es
impensable que nos veamos privados de ellas, en nuestro mundo, sin que
inmediatamente encontremos otras que las substituyan, otros objetos que son
nuestros porque custodian y suscitan nuestros recuerdos.
Imaginaos
ahora un hombre a quien, además de a sus personas amadas, se le quiten la casa,
las costumbres, las ropas, todo, literalmente todo lo que posee: será un hombre
vacío, reducido al sufrimiento y a la necesidad, falto de dignidad y de juicio,
porque a quien lo ha perdido todo fácilmente le sucede perderse a sí mismo;
hasta tal punto que se podrá decidir sin remordimiento su vida o su muerte
prescindiendo de cualquier sentimiento de afinidad humana; en el caso más
afortunado, apoyándose meramente en la valoración de su utilidad.
(…) somos
esclavos, sin ningún derecho, expuestos a cualquier ataque, abocados a una
muerte segura, pero que nos ha quedado una facultad y debemos defenderla con
todo nuestro vigor porque es la última: la facultad de negar nuestro
consentimiento. Debemos, por consiguiente, lavarnos la cara sin jabón, en el
agua sucia, y secarnos con la chaqueta. Debemos dar betún a los zapatos no
porque lo diga el reglamento sino por dignidad y por limpieza. Debemos andar
derechos, sin arrastrar los zuecos, no ya en acatamiento de la disciplina
prusiana sino para seguir vivos, para no empezar a morir.”
Si
esto es un hombre
Primo
Levi
“Y entonces me
viene a la memoria Primo Levi en su piso burgués de Turín, la casa donde había
nacido y en la que murió, tirándose o cayendo por azar al hueco de la escalera,
donde vivió toda su vida, salvo apenas dos años, entre 1943 y 1945. En
septiembre de 1943, cuando lo detuvieron los milicianos fascistas, Primo Levi
se había marchado de su habitación segura y su casa de Turín para unirse a la
resistencia, y llevaba consigo una pequeña pistola que apenas sabía manejar, y
que en realidad no había disparado nunca. Había sido un buen estudiante,
licenciándose en Química con notas excelentes, disfrutando de lo que aprendía
en los laboratorios y en las aulas igual que de la literatura, que para él tuvo
siempre la misma obligación de claridad y exactitud que la ciencia. Un hombre
joven, menudo, aplicado, con gafas, educado en una familia ilustrada y
burguesa, en una ciudad culta, laboriosa, austera, acostumbrado desde niño a
una vida serena, en concordancia con el mundo exterior, sin la menor sombra de
alguna diferencia que lo separase de los otros, ni siquiera su condición de
judío, ya que en Italia, y más aún en Turín, un judío era, a los ojos de los
demás y para sí mismo, un ciudadano idéntico a los otros, sobre todo si
pertenecía, como Primo Levi, a una familia laica, ajena a la lengua hebrea o a
cualquier práctica religiosa. Sus antepasados habían emigrado de España en
1492. Dejó su habitación, su casa segura, en la que había nacido, y
probablemente al salir al portal lo estremeció el pensamiento de que no
volvería, y cuando regresó, tres años más tarde, flaco como un espectro,
sobrevivido del infierno, debió de sentir que en realidad estaba muerto, que
era el fantasma de sí mismo el que volvía a la casa intocada, al portal idéntico,
a la habitación ahora extraña en la que nada había cambiado durante su
ausencia, en la que ningún cambio visible se habría producido si él hubiera
muerto, si no hubiera escapado del lodazal de cadáveres del campo de
exterminio.”
Sefarad
Antonio Muñoz Molina
pág: 447 a 449
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