7 de gen. 2015

les filles de Hanna


“Casi igual de extraño era para mí lo que estaba ocurriéndome con mi madre. Yo había pensado que ya, por fin me había liberado de ella. Pero no era así porque ahora volvía con toda la fuerza de que puede hacer gala una madre. Las madres, después de todo, son lo único que ha existido siempre.
Empecé a tener largas conversaciones con ella. Conversaciones mudas, pero que, para mí, eran las verdaderas. Estábamos las dos sentadas a la mesa, después de comer, el primero de mayo, y yo había participado en la manifestación y oído las canciones de lucha y visto el crujiente ondear de las banderas rojas al viento.
Dije:
- ¿Pero qué es lo que puede parecerte mal en que la gente pobre exija sus derechos?
Y ella respondió:
—Las cosas van mal cuando la gente deja de ser humilde. ¿Quién va a hacer todo lo que es necesario hacer si deja de haber pobres? No vas a decirme que serán los ricos los que se limpien su propia suciedad.
—Pero madre, tienes que hacerte cargo de que los tiempos han cambiado.
—Sí, ya me he dado cuenta. Ahora la gente odia,
—Algo hay de eso, madre. El odio está madurando, y la verdad es que ya era hora, v pronto podrá dar fruto.
— ¿Y qué sabor crees tú que tendrá?
—Pues pienso que tendrá un sabor algo áspero, como las bayas del endrino, madre, esas que tú siempre has dicho que son tan útiles,
—Pero no se puede vivir solo de bayas de endrino.
—No, desde luego, pero sí que se puede vivir de un sueldo honrado y de un trabajo seguro. Esto es algo nuevo, madre, algo en lo que tu jamás pensaste.
— ¿Y cómo se llama?
Pues justicia, madre.”
  
Las hijas de Hanna
Marianne Fredriksson



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